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La grandeza maternal de María
1. LA GRANDEZA Y GRACIA MATERNAL DE MARÍA EN NUESTRAS VIDAS
Autor: Msc. Roberto Carlos Cuenca Jiménez
Docente Investigador de la UTPL
MISIONES UNIVERSITARIAS
Para comprender la grandeza maternal de María primeramente hay que conocerla, y por
eso, es fundamental partir diciendo que la maternidad divina ha de entenderse como la
misión que Dios confió a Santa María de ser Madre de Dios. (Theotokos). Y es tal porque
engendró según la carne al Verbo de Dios hecho carne. Es Madre de Dios no porque la
naturaleza del Verbo o su divinidad haya tomado de la Santa Virgen el principio de su
existencia; sino porque nacido de ella el santo cuerpo animado del alma racional a la que
el Verbo se unió según la hipóstasis (palabra que proviene del latín; que significa
supuesto o persona, especialmente de la Santísima Trinidad. Se dice que el Verbo ha
sido engendrado según la carne.)
El Hijo de Dios engendrado eternamente del Padre según la divinidad, es el mismo que al
final de los días fue engendrado de la Virgen María según la humanidad. Hubo una unión
de dos naturalezas. En virtud de esta noción de “unión” sin mezcla confesamos que la
Virgen María es Madre de Dios. En razón de esta maternidad es como María aparece
junto a Jesús en las Sagradas Escrituras. Su maternidad constituye su razón de ser, la
más profunda razón de su existencia y del lugar que ocupa en el plan divino de salvación;
es el misterio central de la vida de Nuestra Señora en el que se fundamenta los demás
misterios concernientes a ella.
También es importante la fundamentación de la maternidad de nuestra madre en la
Sagrada Escritura, donde no se afirma explícitamente que María es la Madre de Dios;
pero sí se la llama la Madre de Jesús o la Madre del Señor. Sin embargo en esos mismos
escritos se dice que Jesús es el Hijo de Dios. En la Sagrada Escritura esta enseñanza
está directamente referida a la verdad cristológica; así encontramos en: Lc. 1, 35:
“auténtica maternidad divina, tiene su origen en una intervención extraordinaria de Dios”.
Gal. 4, 4-6: “sostiene de manera implícita, pero clara la maternidad divina”. Lc. 1, 43:
“visitación” la Madre de mi Señor (Kyrios) es sinónimo de Dios.
Desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo Testamento y desde el Magisterio de la
Iglesia hasta la actualidad se ha tratado todo lo relacionado con nuestra Madre la Virgen
María; así tenemos: cuando el ángel Gabriel se dirige a María, la trata como la
descendiente de David, que reinará eternamente sobre la casa de Jacob, sus palabras
tienen una evidente conexión con las profecías de Natán, Isaías, y Daniel, por lo que son
fundamento para afirmar la realeza davídica de Cristo. Si este mensaje tiene como figura
principal al Mesías, que es Rey –hijo de David-, implícitamente también se refiere a la
madre del Mesías, que asume el título de Reina Madre.(Lc.1, 26-28). Luego con el
desarrollo de los respectivos Concilios se manifiesta lo siguiente en el Concilio de:
Nicea (325) se menciona a Nestorio patriarca de Constantinopla (428-451), quien
recibe su formación teológica en la Escuela de Antioquía de Siria, que se distingue
por su defensa de la fe contra el apolinarismo. Pero el mismo consideraba la unión de
lo humano y lo divino en Cristo de una manera extrínseca. El comparte esta idea
2. doctrinal, aconseja no dar a Santa María el título de Madre de Dios (Theotokos) y lo
sustituye por el de Madre de Cristo (Christotokos); de estos presupuestos brota
lógicamente la apreciación de los Santos Padres, quienes no vacilaron llamar Madre
de Dios (theotokos) a la Santa Virgen, no porque la naturaleza del Verbo, o su
divinidad haya tomado de la Santa Virgen el principio de su existencia, sino porque ha
nacido de ella el santo cuerpo animado de alma racional a la que el Verbo se unió
según la hipóstasis, se dice que el verbo ha sido unido según la carne.
Éfeso no se redactó una nueva profesión de fe, sino que se insistió en la fórmula de
Nicea, el texto de mayor importancia doctrinal en Éfeso, es la segunda Carta de San
Cirilo a Nestorio. En este Concilio que eminentemente cristológico y sólo
indirectamente mariológico se definió dogmáticamente a María como la Theotokos, la
Madre de Dios.
Constantinopla (381) (...) Se encarnó por obra del Espíritu Santo y María Virgen y se
hizo hombre. Afirmándose tanto la maternidad divina, como su maternidad virginal.
Calcedonia (451). El Hijo que antes de los siglos es engendrado por el Padre en
cuanto a la divinidad... es engendrado de María virgen en cuanto humanidad.
Por eso, la verdadera maternidad divina es una auténtica maternidad biológica, humana y
natural; al mismo tiempo, esta maternidad es plenamente sobrenatural; tanto en cuanto al
modo, como en cuanto a la causa, es así como en la historia de la mariología se pone de
relieve cómo la maternidad de Santa María fue considerada primero en su connotación
más estricta en el hecho de haber concebido y dado a luz; después el ejercicio de esta
maternidad a lo largo de toda la historia del Señor, sobre todo al pie de la Cruz. Por lo que
la maternidad es la razón de ser de la existencia misma de la Virgen; a la vez que es raíz
y fundamento de todas las demás gracias recibidas en orden a su misión.
De esta manera, ha de entenderse esta verdad como un modo interno de esta maternidad
y no como una gracia extrínseca, en atención a la dignidad de la maternidad divina. Entre
los privilegios que Dios ha otorgado a la Virgen María en atención a su excelsa dignidad
de Madre de Dios y en virtud de los méritos de su Hijo Jesucristo- está su Inmaculada
Concepción. Estos privilegios están relacionados y hacen referencia a la misma santidad
que convenía a María en orden a la misión de ser Madre de Dios.
Precisamente, la piedad cristiana a visto en la Misión materna de María, la razón profunda
de la santidad y la plenitud de gracia desde el primer instante de su concepción. En el
mismo designio eterno en que Dios decidió la encarnación de su Hijo se encuentra
también la elección de María y la santidad plena de María comporta dos aspectos
inseparables: la preservación de todo pecado y la plenitud de gracia recibida.
En efecto, uno solo es nuestro Mediador, pero la misión maternal de María con los
hombres, de ninguna manera disminuye a la única mediación de Cristo, sino que
manifiesta su plena eficacia; de ahí que María es Madre de Dios por la Encarnación del
Verbo, y a la vez, es Madre de todas las criaturas por hacernos posible la vida
sobrenatural, de lo cual se desprende que la Virgen tiene la doble maternidad. Ejerció su
maternidad divina concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al
templo padeciendo con en la Cruz. (L.G.61) María así cooperó de una forma del todo
singular y única a la salvación del género humano. Sin embargo María por cumplir todas
3. estas condiciones es verdadera y propiamente mediadora; y por ser Madre de Dios se
encuentra como medio entre Dios y los hombres.
Al respecto su santidad Juan Pablo II desarrolla la doctrina del Concilio Vaticano II, en la
que “siguiendo la tradición patrística, llama a María Nueva Eva. Afirma que su fiat no se
reduce a aceptar la concepción de Jesús sino que supone una aceptación voluntaria y
libre de la obra de su Hijo. Ella estuvo íntimamente asociada a la vida y obra de Cristo.
Esta asociación singular alcanza su momento supremo en el Calvario. “María, allí tienes a
tu hijo” se refiere al misterio de María, alcanzando ella el singular lugar que ocupa en toda
la economía de la salvación.
Algunos teólogos contemporáneos afirman que la doctrina de la asociación de la Virgen a
la Redención, hay diversos modos de entenderla; así algunos autores sostienen que
María coopera en la Redención de una manera mediata y remota. La Virgen consintió
libremente en ser Madre del Redentor, pero este consentimiento constituye una acción
previa para la Redención, que se realiza en el Calvario.
De tal manera, el Concilio Vaticano II no intentó resolver las cuestiones debatidas entre
las diversas escuelas teológicas. Se limitó más bien a enunciar los elementos esenciales
debidamente profundizados, mantenidos por la fe común de la Iglesia, proponiendo
algunas precisiones sobre el tema; como es el criterio: “Cristo es el único Mediador”(1 Tim
2,5-6); la mediación de María no es una mediación intermedia entre los hombres y Cristo;
al contrario es una mediación indisolublemente unida a la de Cristo y absolutamente
dependiente; ya que Dios habiendo podido redimirnos exclusivamente por los méritos de
Cristo sin la cooperación de María, ha dispuesto asociar a María a la obra redentora, los
méritos y satisfacciones de la Virgen son hipotéticamente necesarios que se unan a los de
su Hijo, como precio de la liberación del hombre.
El título de Madre de la Iglesia aparece poco en la literatura cristiana de los siglos
pasados, solo fue apareciendo en la medida en que se profundiza en la doctrina del
Cuerpo Místico de Cristo. Con Benedicto XIV, primer pontífice que afirmó la maternidad
sobre la Iglesia. Es sin embargo Pablo VI en la clausura del Vaticano II cuando el título
queda definido: “para gloria de la Santísima Virgen y para consuelo nuestro proclamamos
a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir Madre de todo el pueblo cristiano, tanto de
los fieles como de los pastores...” La idea del Papa es mostrar a María no sólo como
Madre de los fieles sino del Cuerpo Místico en su unidad y totalidad. La Maternidad sobre
cada uno de los hombres presupone la maternidad sobre la Iglesia. María por ser Madre
de Cristo es Madre de la Iglesia.
Las razones que fundamentan la maternidad sobre la Iglesia son: a) Por la teología del
Cuerpo Místico de Cristo; b) Esta prerrogativa no es nueva para la piedad de los fieles
cristianos; antes bien con este nombre y con preferencia a cualquier otro los fieles
acostumbran a dirigirse a María; c) A raíz de la insistente petición. La base teológica de
esta verdad son: a) la Maternidad y la Misión materna de María sobre el Pueblo de Dios.
Luego de la afirmación del Papa Pablo VI se concluye que es Madre de la Iglesia porque
Ella engendra al Hijo, cabeza del Cuerpo de la Iglesia. Esta maternidad se comunica a la
Iglesia en virtud de la unión estrecha que se da entre la Cabeza y sus miembros. Por eso,
la divina Maternidad es el fundamento de su especial relación con Cristo, también
constituye el fundamento principal de las relaciones de María con la Iglesia, “por ser
Madre de Aquel que desde el primer instante de la Encarnación en su seno virginal, se
constituyó Cabeza de su cuerpo Místico, que es la Iglesia”.
4. Actualmente en el documento conclusivo de Aparecida de la V Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano y del Caribe, se indica que “la máxima realización de la
existencia cristiana como un vivir trinitario de “hijos en el Hijo” nos es dada en la Virgen
María quien, por su fe (cf. Lc 1, 45) y obediencia a la voluntad de Dios (cf. Lc 1, 38), así
como por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús (cf. Lc 2,
19.51), es la discípula más perfecta del Señor.(cf. LG 53).
A lo largo de la vida muchas son las tristezas, las penas, las dificultades y los momentos
difíciles que le acompañan al ser humano, desde que nace hasta que muere, pero
encontrándose en muchas ocasiones, sin un apoyo, sin nadie a quien acudir, apoyarse,
porque cuando alguien está necesitado muchas de la veces se ve abandonado incluso
por quienes más confiaba, su propia familia. Pero muchas de estas tristezas se podrían
prescindir, si en vez de confiar únicamente en nuestras propias fuerzas y en la de los
demás, si nos abandonáramos en el mismo amor Cristo y en los brazos tiernos de nuestra
Madre; no padeciéramos ninguna angustia, porque realmente ellos nunca nos abandonan
a pesar de nuestro alejamiento e ingratitudes; al contrario siempre están a nuestro lado
vigilantes; pero para que esto suceda, es necesario que confiemos plenamente en ellos,
que los tengamos como verdaderos amigos, más que una simple devoción, tenerlos como
un Padre, una Madre, un Dios, que nos aman hasta el extremo, hasta tal punto de morir
en forma particular por cada uno de nosotros como lo realiza un padre y una madre frente
a su hijo con ternura, bondad, generosidad y alegría.
Al finalizar, quiero exaltar que la esencia intima de la Iglesia hemos de buscarla en la
mística unión con Cristo; unión que no podemos pensarla separada de su Madre.
Particularmente “María, Madre de Cristo, está íntimamente unida a la Iglesia, cuerpo de
Cristo”. (cf. L.G. 52). María es la Madre de Cristo y Madre nuestra; es la Madre
mediadora de toda gracia, la Madre de la Iglesia y en consecuencia, por divino
beneplácito, también dispensadora de toda gracia, ya que Dios ha querido hacerla
corredentora, juntamente con Él, en la salvación de toda la humanidad. El conocimiento
de la doctrina verdadera católica sobre María será siempre la clave de la fiel comprensión
del misterio de Cristo en la Iglesia. No olvidemos, que María con su fe, llega a ser el
encuentro de la comunidad de los creyentes en Cristo, y también se hace colaboradora en
el renacimiento espiritual y profundo de nuestra fe y del Evangelio, emerge su figura de
mujer libre y fuerte, conscientemente orientada al verdadero seguimiento de Cristo. Ella
ha vivido por entero toda la peregrinación de la fe como madre de Cristo, luego de los
discípulos, y ahora está presente en cada uno de nosotros acompañándonos en esta
búsqueda constante de la santidad y del encuentro definitivo con el Padre como signo
visible y esperanza de todos nuestros pueblos de Latinoamérica.
BIBLIOGRAFÍA
APARECIDA Documento Conclusivo (2007). V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe. Quito. Ediciones Conferencia Episcopal Ecuatoriana.
BASTERO, Juan Luis. (2009) “María, Madre del Redentor”. Ediciones Universidad de
Navarra. Eunsa.
BIBLIA DE JERUSALEM (2000). editorial Desclée de Brouwer.
Catecismo de la Iglesia Católica (1993); Librería Editrice Vaticana, Ciudad del
Vaticano.
OROSCO, Antonio. (2006) Madre de Dios y Madre Nuestra. Iniciación a la Mariología
España. Ediciones Rialp, S.A.