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Eliseo: de labrador a profeta
                              Por Leonardo R. Hussey


      Eliseo fue un hombre escogido por Dios para sustituir a un gran profeta. Sus
primeras experiencias fueron claves para el resto de su ministerio. Acompáñenos
a un viaje por el recuento de las primeras vivencias de Eliseo como profeta y
cómo estas nos enseñan grandes lecciones de un carácter moldeado por Dios.


      Texto bíblico: 2 Reyes 2:13-18
      Desde que Eliseo sacrificó sus bueyes y quemó su arado, habían pasado
unos diez años. Durante este tiempo muy poco se dice acerca de él excepto que
“servía” como asistente de Elías y esto lo hizo con lealtad hasta el último instante.
Ahora se presentaba la perspectiva de mostrar que “el que es fiel en lo muy poco,
también en lo más es fiel” (Lucas 16:10). Aun antes de su llamamiento había dado
pruebas de fidelidad en su silencioso trabajo como labrador y productor de
alimentos para el sustento del hombre, tarea que en todo tiempo y lugar ha sido
respetada y honorable. Ya en aquel entonces, aparte de cultivar la tierra, Eliseo
estaba cultivando un espíritu de servicio al prójimo que sería luego profundizado
durante el período en que actuó como siervo asistente de Elías.
      Con esta capacitación, supervisada por Dios, el “hombre de Dios” se
encuentra ante el umbral de la gran empresa para la cual había sido llamado y
pacientemente preparado. Al reflexionar sobre Eliseo en la inauguración de su
ministerio público, como líder espiritual de las comunidades de los profetas y
como la voz profética de Dios para con la nación de Israel, observaremos tres
aspectos sobresalientes.


      El manto de Elías
       Después de haber rasgado sus vestidos y expresado su profundo luto por la
separación, Eliseo “alzó el manto que se le había caído a Elías” (2 Reyes 2:13). Es
de suponer que el manto se le había caído cuando estaba siendo elevado hacia el
cielo en el torbellino. Podemos imaginar que Eliseo, al observar fijamente cómo
Elías ascendía y se iba alejando, repentinamente ve que algo se desprende de
aquel fogoso cortejo angelical, comienza a descender y cae finalmente sobre la
tierra. Es evidente que el cronista sagrado comprendió la importancia
trascendental de este evento, pues en dos oportunidades registró la frase “el
manto que se le había caído a Elías”. Dos verdades se desprenden de este hecho.
La primera es que, en su nueva condición celestial, Elías ya no requeriría el uso de
este manto ni para adorno ni para abrigo, y menos aún para cubrir su rostro (1 Re
19:13). Ya podía mirar al Señor “cara a cara” (1 Corintios 13:12) porque ya estaba
revestido de la “habitación celestial” (2 Corintios 5:2). Además, no existen
evidencias en las Escrituras de que en el cielo se ejercite el ministerio profético
pues “las profecías se acabarán” (1 Corintios 13:8), aunque sí se habla del tiempo
“de dar el galardón a... los profetas” (Apocalipsis 11:18).
       La segunda es que la caída del manto de Elías, y su alzamiento por parte de
Eliseo, vienen a ser la cristalización de las promesas de Elías al pedido de su
siervo. Además, el manto representa el ministerio profético que ahora lo
acredita como legítimo sucesor. Vino a ser señal visible de que la doble porción
del espíritu solicitada estaba ya operando en él. Es el mismo manto que Elías
había arrojado sobre él cuando estaba arando con sus bueyes en Abel-mehola. En
aquella oportunidad, Eliseo comprendió de inmediato el significado del acto
realizado por Elías, interpretándolo como un claro llamamiento para alistarse al
servicio de la causa de Jehová.
       Ahora, en circunstancias aún más espectaculares y conmovedoras, el
mismo manto vuelve a caer. Esta vez cae no por un acto intencional de Elías, sino
como el envío de Aquel que controla en forma minuciosa todos los detalles
grandes y pequeños en la vida de sus siervos. Las palabras “se le había caído”
parecen sugerir un acto casual, pero bien sabemos que para Dios no hay
casualidades y menos en circunstancias tan cruciales como las que estamos
analizando. Una vez más, Eliseo comprendió el significado de la caída del manto, e
inclinándose, lo “alzó” (2 Reyes 2:13) y lo tomó para sí en un acto de apropiación
del oficio que representaba, y del poder recibido para cumplirlo.
       Al mirar un poco hacia atrás, también encontramos que este manto había
estado con Elías en la misma presencia de Jehová. En 1 Reyes capítulo 19 tenemos
el relato del encuentro de Elías con el Señor, en “Horeb, el monte de Dios”. Allí
“Jehová le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová”. El pasaje relata
que en “ese momento pasaba Jehová y un viento grande y poderoso rompía los
montes y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el
viento. Tras el viento hubo un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto.
Tras el terremoto hubo un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el
fuego se escuchó un silbo apacible y delicado. Cuando Elías lo oyó, se cubrió el
rostro con el manto” (1 Reyes 19:11-13). El viento, el terremoto y el fuego fueron
manifestaciones del poder de Jehová, que deben haber hecho temblar al profeta.
Sin embargo, fue en el silbo apacible y delicado donde detectó la presencia de
Jehová que le obligó a cubrir su rostro con el manto. Esta es la primera ocasión
en que se menciona el manto de Elías, pero ¡qué ocasión! ¡Nada menos que en la
presencia del Señor! De allí en más lo llevaría consigo todo el tiempo. Sería un
constante memorial que le ayudaría a recordar que había estado en la misma
presencia de Jehová. Es el mismo manto de la presencia de Jehová que divide las
aguas del Jordán, y que luego echa sobre Eliseo. Este manto que cayó desde los
aires cuando Elías ascendía, es el que ahora también le habla a Eliseo acerca de la
presencia de Jehová que lo ha de acompañar en su servicio. El hombre de Dios da
primordial atención en su vida a la presencia del Señor y cultiva el hábito de
estar en ella y disfrutarla.


      El cruce del Jordán
       “Regresó y se paró a la orilla del Jordán” (2 Reyes 2:13b). De esta manera el
“hombre de Dios” se somete a la primera prueba de su fe en el ministerio. En
este caso su fe no es probada por fuego, sino por agua. A sus pies corren
presurosas las aguas del río. En la margen opuesta yace la tierra donde debe
ejercer su ministerio. El río se interpone entre él y su empresa. A poca distancia,
cincuenta miembros de la comunidad de los profetas de Jericó miran
atentamente el giro de los acontecimientos. ¿Se repetirá por tercera vez el
milagro? ¿Volverían las aguas a “amontonarse” (Josué 3:16) o a apartarse “a uno
y a otro lado” (2 Reyes 2:8)? Eliseo formula la pregunta: “¿Dónde está Jehová, el
Dios de Elías?” (2 Reyes 2:14). No debemos interpretar esta pregunta como la
expresión de duda por parte de Eliseo, sino como una especie de desafío, quizá
para testimonio a los “hijos de los profetas” que lo observaban desde la ribera
opuesta. Si hubiera tenido dudas aguardaría una respuesta. Sin embargo, tan
pronto formula la pregunta actúa con determinación porque tenía en su mano
precisamente el manto que hablaba de la presencia de Jehová. La lógica respuesta
que el mismo Eliseo daría a su pregunta: “¿Dónde está Jehová?” es: “¡Aquí, junto
a mí!”. “Apenas hubo golpeado las aguas del mismo modo que Elías, estas se
apartaron a uno y a otro lado, y Eliseo pasó” (2 Reyes 2:14). Procedió “con fe, no
dudando nada” (Santiago 1:6) y Dios honró la fe al inaugurar su ministerio con un
milagro semejante al que obró con Josué, cuando el pueblo de Dios entró en la
tierra de la promesa. Además, era idéntico al que pocas horas antes se había
realizado como corolario de la carrera de Elías en la nación de Israel. Eliseo
comienza donde Elías concluyó. Su primer milagro es igual al último de Elías de
modo que hay continuidad y no se produce ningún vacío o ausencia de
autoridad profética. El plan divino había sido: “a Eliseo ungirás para que sea
profeta en tu lugar” (1 Reyes 19:16), y así se cumplió.
       Dios honra a quienes le honran y por medio de esta acción de fe, “el
hombre de Dios” recibe por respuesta la acción divina que le confiere una
posición de autoridad, y la seguridad de que su presencia está con él. Entonces
“los hijos de los profetas que estaban al otro lado en Jericó dijeron: El espíritu de
Elías reposó sobre Eliseo” (2 Reyes 2:15). Al ver con sus propios ojos este milagro,
reconocieron que Eliseo era ahora el instrumento escogido por Dios para ser
profeta en lugar de Elías (comp. 1 Reyes 19:16). Por eso, fueron enseguida a
recibirlo, y “se postraron delante de él” (2 Reyes 2:15b) en actitud de
reconocimiento. Ellos pertenecían a una escuela, su vida estaba dedicada a los
estudios, mientras que Eliseo solo era un labrador. Sin embargo, cuando
perciben que el espíritu de Dios está con él, y que este es el hombre a quien Dios
quiso honrar, con buena disposición, se someten a él (Comp. Josué 1:17).
Aquellos que demuestran tener el espíritu de Dios y en quienes la presencia de
Dios se manifiesta, deben recibir nuestra estima y nuestros mejores afectos, no
importa cuán humilde haya sido su fondo cultural o su entorno social. Todo esto,
sin duda, fue un buen estímulo para Eliseo, y le sirvió como nueva confirmación
de su vocación.


      La búsqueda infructuosa
       La comunidad de profetas de Jericó reconoció la investidura de Eliseo, y al
ver el manto de Elías en su mano, supieron que algo le había ocurrido a Elías. Sin
embargo, les resultaba difícil tener que aceptar el hecho de no verlo más.
Después de tantos años de seguir su liderazgo, la personalidad de Elías estaría
arraigada de tal modo en sus corazones que no les permitía reconciliarse con el
hecho de que su partida era algo definitivo.
Lo primero que le dijeron a Eliseo, su nuevo líder, estaba relacionado, sin
duda por razones melancólicas, con la persona de Elías. “Aquí hay entre tus
siervos cincuenta hombres fuertes. Deja que vayan y busquen a tu señor ahora;
quizá lo ha levantado el Espíritu de Jehová y lo ha arrojado en algún monte o en
algún valle” (2 Reyes 2:16).
       En estas palabras detectamos tres indicios que señalan falta de
discernimiento espiritual por parte de los jóvenes profetas. En primer lugar, ellos
mismos habían testificado que Jehová habría de quitar a Elías ese día (2 Reyes
2:15) y sin embargo, ahora procuraban volver a encontrarlo. En segundo lugar,
confiaban en la capacidad de sus mejores hombres, cincuenta varones “fuertes”
para organizar la búsqueda y poder encontrarlo. Finalmente, demostraron tener
un concepto muy mezquino con respecto al Espíritu de Dios. Esta no es por cierto
la forma en que el Espíritu del Señor, “el Consolador”, procede con los siervos de
Dios. No los levanta a cierta altura para luego arrojarlos en algún cerro o valle
en forma despectiva.
       Eliseo les respondió en forma breve: “No enviéis”. Bien sabía él que solo
sería una pérdida de tiempo y un esfuerzo innecesario y desperdiciado. ¡Buscar a
Elías por los montes y valles sería como buscar a Jesús en las tumbas de un
cementerio! Sin embargo, ellos insistieron hasta el cansancio.
      La propuesta de los profetas podría además insinuar que algunos de ellos
se resistían a aceptar el nuevo liderazgo y pensaran para sí: “Asegurémonos
primero que Elías realmente ha desaparecido. Reunamos todas las evidencias
posibles”. Ante tal presión y quizá para evitar que pensaran que él tenía falta de
interés y respeto para con su ex-maestro, o que tenía temor de perder su derecho
al manto si ellos lo encontraran, finalmente accedió, y dijo: “¡Que vayan!” (NBE).
        La búsqueda se extendió por tres días pero fue infructuosa: “No lo
hallaron” (2 Reyes 2:17). Existe un atractivo paralelo entre este pasaje y los
relatos tocantes a Enoc en Génesis 5:21-24 y Hebreos 11:5. Allí nos dice que Enoc
“no fue hallado, porque lo traspasó Dios”. Recorrieron montes y valles pero todo
fue en vano. Cincuenta hombres perdieron tres días cada uno, o sea un total de
ciento cincuenta días. ¡Cuántas veces perdemos tiempo inútilmente por falta de
discernimiento espiritual, o por no querer aceptar las circunstancias que Dios
nos ha impuesto! Recorrer montes y valles jamás nos llevará al encuentro de
Elías, pero sí lo podremos lograr si imitamos su celo y su fe.
Al regresar a Jericó con las evidencias de cansancio y fracaso en sus rostros,
Eliseo les preguntó: “¿No os dije yo que no fuerais?” (2 Reyes 2:18). Esta
circunstancia sirvió para reforzar aún más la autoridad de Eliseo para con la
comunidad de los profetas. A nosotros, este incidente nos presenta dos valiosas
lecciones. La primera es que una característica saliente del hombre de Dios es
que tiene discernimiento espiritual. La segunda es que sus palabras están
siempre respaldadas por la autoridad de Dios evidenciada en los hechos.
      Hasta aquí la reseña de la historia que hemos realizado, donde hemos
acompañado a Elías Tisbita y a Eliseo hijo de Safat, su ayudante, en las distintas
experiencias que compartieron. Esto nos ha permitido obtener una apreciación de
la base y el trasfondo en los cuales, por muchos años, el Señor estuvo forjando el
carácter de Eliseo para cumplir un brillante ministerio, para la gloria de Dios y la
bendición de su pueblo Israel.
      “¡Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Cuán
insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33).

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El manto de Elías: Eliseo sucede al profeta

  • 1. Eliseo: de labrador a profeta Por Leonardo R. Hussey Eliseo fue un hombre escogido por Dios para sustituir a un gran profeta. Sus primeras experiencias fueron claves para el resto de su ministerio. Acompáñenos a un viaje por el recuento de las primeras vivencias de Eliseo como profeta y cómo estas nos enseñan grandes lecciones de un carácter moldeado por Dios. Texto bíblico: 2 Reyes 2:13-18 Desde que Eliseo sacrificó sus bueyes y quemó su arado, habían pasado unos diez años. Durante este tiempo muy poco se dice acerca de él excepto que “servía” como asistente de Elías y esto lo hizo con lealtad hasta el último instante. Ahora se presentaba la perspectiva de mostrar que “el que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel” (Lucas 16:10). Aun antes de su llamamiento había dado pruebas de fidelidad en su silencioso trabajo como labrador y productor de alimentos para el sustento del hombre, tarea que en todo tiempo y lugar ha sido respetada y honorable. Ya en aquel entonces, aparte de cultivar la tierra, Eliseo estaba cultivando un espíritu de servicio al prójimo que sería luego profundizado durante el período en que actuó como siervo asistente de Elías. Con esta capacitación, supervisada por Dios, el “hombre de Dios” se encuentra ante el umbral de la gran empresa para la cual había sido llamado y pacientemente preparado. Al reflexionar sobre Eliseo en la inauguración de su ministerio público, como líder espiritual de las comunidades de los profetas y como la voz profética de Dios para con la nación de Israel, observaremos tres aspectos sobresalientes. El manto de Elías Después de haber rasgado sus vestidos y expresado su profundo luto por la separación, Eliseo “alzó el manto que se le había caído a Elías” (2 Reyes 2:13). Es de suponer que el manto se le había caído cuando estaba siendo elevado hacia el cielo en el torbellino. Podemos imaginar que Eliseo, al observar fijamente cómo
  • 2. Elías ascendía y se iba alejando, repentinamente ve que algo se desprende de aquel fogoso cortejo angelical, comienza a descender y cae finalmente sobre la tierra. Es evidente que el cronista sagrado comprendió la importancia trascendental de este evento, pues en dos oportunidades registró la frase “el manto que se le había caído a Elías”. Dos verdades se desprenden de este hecho. La primera es que, en su nueva condición celestial, Elías ya no requeriría el uso de este manto ni para adorno ni para abrigo, y menos aún para cubrir su rostro (1 Re 19:13). Ya podía mirar al Señor “cara a cara” (1 Corintios 13:12) porque ya estaba revestido de la “habitación celestial” (2 Corintios 5:2). Además, no existen evidencias en las Escrituras de que en el cielo se ejercite el ministerio profético pues “las profecías se acabarán” (1 Corintios 13:8), aunque sí se habla del tiempo “de dar el galardón a... los profetas” (Apocalipsis 11:18). La segunda es que la caída del manto de Elías, y su alzamiento por parte de Eliseo, vienen a ser la cristalización de las promesas de Elías al pedido de su siervo. Además, el manto representa el ministerio profético que ahora lo acredita como legítimo sucesor. Vino a ser señal visible de que la doble porción del espíritu solicitada estaba ya operando en él. Es el mismo manto que Elías había arrojado sobre él cuando estaba arando con sus bueyes en Abel-mehola. En aquella oportunidad, Eliseo comprendió de inmediato el significado del acto realizado por Elías, interpretándolo como un claro llamamiento para alistarse al servicio de la causa de Jehová. Ahora, en circunstancias aún más espectaculares y conmovedoras, el mismo manto vuelve a caer. Esta vez cae no por un acto intencional de Elías, sino como el envío de Aquel que controla en forma minuciosa todos los detalles grandes y pequeños en la vida de sus siervos. Las palabras “se le había caído” parecen sugerir un acto casual, pero bien sabemos que para Dios no hay casualidades y menos en circunstancias tan cruciales como las que estamos analizando. Una vez más, Eliseo comprendió el significado de la caída del manto, e inclinándose, lo “alzó” (2 Reyes 2:13) y lo tomó para sí en un acto de apropiación del oficio que representaba, y del poder recibido para cumplirlo. Al mirar un poco hacia atrás, también encontramos que este manto había estado con Elías en la misma presencia de Jehová. En 1 Reyes capítulo 19 tenemos el relato del encuentro de Elías con el Señor, en “Horeb, el monte de Dios”. Allí “Jehová le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová”. El pasaje relata que en “ese momento pasaba Jehová y un viento grande y poderoso rompía los montes y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el
  • 3. viento. Tras el viento hubo un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Tras el terremoto hubo un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego se escuchó un silbo apacible y delicado. Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto” (1 Reyes 19:11-13). El viento, el terremoto y el fuego fueron manifestaciones del poder de Jehová, que deben haber hecho temblar al profeta. Sin embargo, fue en el silbo apacible y delicado donde detectó la presencia de Jehová que le obligó a cubrir su rostro con el manto. Esta es la primera ocasión en que se menciona el manto de Elías, pero ¡qué ocasión! ¡Nada menos que en la presencia del Señor! De allí en más lo llevaría consigo todo el tiempo. Sería un constante memorial que le ayudaría a recordar que había estado en la misma presencia de Jehová. Es el mismo manto de la presencia de Jehová que divide las aguas del Jordán, y que luego echa sobre Eliseo. Este manto que cayó desde los aires cuando Elías ascendía, es el que ahora también le habla a Eliseo acerca de la presencia de Jehová que lo ha de acompañar en su servicio. El hombre de Dios da primordial atención en su vida a la presencia del Señor y cultiva el hábito de estar en ella y disfrutarla. El cruce del Jordán “Regresó y se paró a la orilla del Jordán” (2 Reyes 2:13b). De esta manera el “hombre de Dios” se somete a la primera prueba de su fe en el ministerio. En este caso su fe no es probada por fuego, sino por agua. A sus pies corren presurosas las aguas del río. En la margen opuesta yace la tierra donde debe ejercer su ministerio. El río se interpone entre él y su empresa. A poca distancia, cincuenta miembros de la comunidad de los profetas de Jericó miran atentamente el giro de los acontecimientos. ¿Se repetirá por tercera vez el milagro? ¿Volverían las aguas a “amontonarse” (Josué 3:16) o a apartarse “a uno y a otro lado” (2 Reyes 2:8)? Eliseo formula la pregunta: “¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías?” (2 Reyes 2:14). No debemos interpretar esta pregunta como la expresión de duda por parte de Eliseo, sino como una especie de desafío, quizá para testimonio a los “hijos de los profetas” que lo observaban desde la ribera opuesta. Si hubiera tenido dudas aguardaría una respuesta. Sin embargo, tan pronto formula la pregunta actúa con determinación porque tenía en su mano precisamente el manto que hablaba de la presencia de Jehová. La lógica respuesta que el mismo Eliseo daría a su pregunta: “¿Dónde está Jehová?” es: “¡Aquí, junto a mí!”. “Apenas hubo golpeado las aguas del mismo modo que Elías, estas se apartaron a uno y a otro lado, y Eliseo pasó” (2 Reyes 2:14). Procedió “con fe, no
  • 4. dudando nada” (Santiago 1:6) y Dios honró la fe al inaugurar su ministerio con un milagro semejante al que obró con Josué, cuando el pueblo de Dios entró en la tierra de la promesa. Además, era idéntico al que pocas horas antes se había realizado como corolario de la carrera de Elías en la nación de Israel. Eliseo comienza donde Elías concluyó. Su primer milagro es igual al último de Elías de modo que hay continuidad y no se produce ningún vacío o ausencia de autoridad profética. El plan divino había sido: “a Eliseo ungirás para que sea profeta en tu lugar” (1 Reyes 19:16), y así se cumplió. Dios honra a quienes le honran y por medio de esta acción de fe, “el hombre de Dios” recibe por respuesta la acción divina que le confiere una posición de autoridad, y la seguridad de que su presencia está con él. Entonces “los hijos de los profetas que estaban al otro lado en Jericó dijeron: El espíritu de Elías reposó sobre Eliseo” (2 Reyes 2:15). Al ver con sus propios ojos este milagro, reconocieron que Eliseo era ahora el instrumento escogido por Dios para ser profeta en lugar de Elías (comp. 1 Reyes 19:16). Por eso, fueron enseguida a recibirlo, y “se postraron delante de él” (2 Reyes 2:15b) en actitud de reconocimiento. Ellos pertenecían a una escuela, su vida estaba dedicada a los estudios, mientras que Eliseo solo era un labrador. Sin embargo, cuando perciben que el espíritu de Dios está con él, y que este es el hombre a quien Dios quiso honrar, con buena disposición, se someten a él (Comp. Josué 1:17). Aquellos que demuestran tener el espíritu de Dios y en quienes la presencia de Dios se manifiesta, deben recibir nuestra estima y nuestros mejores afectos, no importa cuán humilde haya sido su fondo cultural o su entorno social. Todo esto, sin duda, fue un buen estímulo para Eliseo, y le sirvió como nueva confirmación de su vocación. La búsqueda infructuosa La comunidad de profetas de Jericó reconoció la investidura de Eliseo, y al ver el manto de Elías en su mano, supieron que algo le había ocurrido a Elías. Sin embargo, les resultaba difícil tener que aceptar el hecho de no verlo más. Después de tantos años de seguir su liderazgo, la personalidad de Elías estaría arraigada de tal modo en sus corazones que no les permitía reconciliarse con el hecho de que su partida era algo definitivo.
  • 5. Lo primero que le dijeron a Eliseo, su nuevo líder, estaba relacionado, sin duda por razones melancólicas, con la persona de Elías. “Aquí hay entre tus siervos cincuenta hombres fuertes. Deja que vayan y busquen a tu señor ahora; quizá lo ha levantado el Espíritu de Jehová y lo ha arrojado en algún monte o en algún valle” (2 Reyes 2:16). En estas palabras detectamos tres indicios que señalan falta de discernimiento espiritual por parte de los jóvenes profetas. En primer lugar, ellos mismos habían testificado que Jehová habría de quitar a Elías ese día (2 Reyes 2:15) y sin embargo, ahora procuraban volver a encontrarlo. En segundo lugar, confiaban en la capacidad de sus mejores hombres, cincuenta varones “fuertes” para organizar la búsqueda y poder encontrarlo. Finalmente, demostraron tener un concepto muy mezquino con respecto al Espíritu de Dios. Esta no es por cierto la forma en que el Espíritu del Señor, “el Consolador”, procede con los siervos de Dios. No los levanta a cierta altura para luego arrojarlos en algún cerro o valle en forma despectiva. Eliseo les respondió en forma breve: “No enviéis”. Bien sabía él que solo sería una pérdida de tiempo y un esfuerzo innecesario y desperdiciado. ¡Buscar a Elías por los montes y valles sería como buscar a Jesús en las tumbas de un cementerio! Sin embargo, ellos insistieron hasta el cansancio. La propuesta de los profetas podría además insinuar que algunos de ellos se resistían a aceptar el nuevo liderazgo y pensaran para sí: “Asegurémonos primero que Elías realmente ha desaparecido. Reunamos todas las evidencias posibles”. Ante tal presión y quizá para evitar que pensaran que él tenía falta de interés y respeto para con su ex-maestro, o que tenía temor de perder su derecho al manto si ellos lo encontraran, finalmente accedió, y dijo: “¡Que vayan!” (NBE). La búsqueda se extendió por tres días pero fue infructuosa: “No lo hallaron” (2 Reyes 2:17). Existe un atractivo paralelo entre este pasaje y los relatos tocantes a Enoc en Génesis 5:21-24 y Hebreos 11:5. Allí nos dice que Enoc “no fue hallado, porque lo traspasó Dios”. Recorrieron montes y valles pero todo fue en vano. Cincuenta hombres perdieron tres días cada uno, o sea un total de ciento cincuenta días. ¡Cuántas veces perdemos tiempo inútilmente por falta de discernimiento espiritual, o por no querer aceptar las circunstancias que Dios nos ha impuesto! Recorrer montes y valles jamás nos llevará al encuentro de Elías, pero sí lo podremos lograr si imitamos su celo y su fe.
  • 6. Al regresar a Jericó con las evidencias de cansancio y fracaso en sus rostros, Eliseo les preguntó: “¿No os dije yo que no fuerais?” (2 Reyes 2:18). Esta circunstancia sirvió para reforzar aún más la autoridad de Eliseo para con la comunidad de los profetas. A nosotros, este incidente nos presenta dos valiosas lecciones. La primera es que una característica saliente del hombre de Dios es que tiene discernimiento espiritual. La segunda es que sus palabras están siempre respaldadas por la autoridad de Dios evidenciada en los hechos. Hasta aquí la reseña de la historia que hemos realizado, donde hemos acompañado a Elías Tisbita y a Eliseo hijo de Safat, su ayudante, en las distintas experiencias que compartieron. Esto nos ha permitido obtener una apreciación de la base y el trasfondo en los cuales, por muchos años, el Señor estuvo forjando el carácter de Eliseo para cumplir un brillante ministerio, para la gloria de Dios y la bendición de su pueblo Israel. “¡Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33).