Recopilación de los artículos que, en la sección “Apuntes Sociales. La Religión y el Mundo Actual”, publica desde 1917 el Padre Federico Salvador Ramón, bajo el seudónimo de Mirasol, en la revista mariana Esclava y Reina de la Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña.
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La Religión y el Mundo Actual de Federico Salvador Ramón – 8 – De Alemania
1.
2. En portada:
Peñón de Gibraltar a comienzos del siglo XX
Derechos de autor registrados
2016 Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado (Edición).
Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña
La Religión y el Mundo Actual. 8. De Alemania. Federico Salvador Ramón
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Inmaculada Niña.
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3. La religión
y el
mundo actual
- 8 -
De Alemania
Federico Salvador Ramón
Publicado en la revista mariana Esclava y Reina
Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña
Mayo – Junio - Julio
Instinción – Almería – España
1918
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Edición actualizada por
María Dolores Mira Gómez de Mercado
Antonio García Megía
4.
5. Esta serie de documentos recopila los artículos que Federico Salvado Ramón, bajo
el seudónimo de «Mirasol», publica en la sección “Apuntes Sociales”, con subtítulo
genérico La Religión y el Mundo Actual, de forma casi ininterrumpida en la revista
Esclava y Reina de la Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña, desde su segundo
número aparecido en febrero de 1917.
Con la intención pedagógica que caracteriza toda su producción escrita, el padre
Federico observa, analiza y comenta desde un punto de vista católico, apostólico, romano
y de esclavo militante, los matices y perspectivas que se suceden en los ámbitos
filosófico, social, cultural, histórico, político, y por supuesto, religioso, durante la
turbulenta transición que supone el cambio de centuria, cuyo impacto se extiende hasta el
segundo cuarto del siglo XX.
Se trata de una época de mentalidades en conflicto que concluyen con el trágico
estallido de la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias posteriores.
Los ejes nucleares del cambio de mentalidad afectan a campos tan diversos como
la relatividad y la operatividad de los conocimientos, el problema de los valores, las
relaciones entre ciencia, filosofía —desde el entendimiento de que la opción que cada
intelectual escoge —ya sea desde el pensamiento conceptualista, ya desde el
irracionalismo y desde la reivindicación de la «experiencia y la intuición de la
inmediatez», que siempre implica elecciones éticas y políticas a veces abiertamente
contrapuestas.
El mundo en los albores del siglo XX se enfrenta a la remoción de los fundamentos
del saber en las ciencias y en la cultura filosófica. En las décadas finales del siglo XIX y
en los inicios del siglo XX, entra en crisis el modelo positivista de cientificidad y la
prevalencia de la razón y la ciencia que habían constituido la base de los grandes sistemas
del siglo XIX. El racionalismo tradicional se ve amenazado por la irrupción imparable de
los sistemas irracionalistas de Nietzsche, Bergson o Freud.
6. Desde las últimas décadas del mil ochocientos y hasta la Primera Guerra Mundial,
sobre todo en Francia y en Alemania, la certeza positivista comienza a sufrir un intenso
proceso de erosión por las expansión de las posiciones irracionalista ya citadas y por la
transformación interna del propio positivismo, en el sentido de una mayor conciencia
crítica sobre las posibilidades, los límites y los métodos del saber científico, tal como se
manifiesta en la postulación sobre la fenomenología de Edmund Husserl.
Este decurso acelera el proceso de modernización emprendida por la burguesía
liberal hacia el capitalismo financiero que se aleja del capitalismo industrial alumbrado
en el siglo XVIII.
A ello se suman las transformaciones culturales sobrevenidas por las políticas de
expansión imperialista y colonial de las grandes potencias, exclusivamente europeas hasta
los inicios del siglo XX, a las que habrán de sumarse desde inicios de la centuria, los
Estados Unidos norteamericanos y el Imperio de Japón que sale fortalecido tras derrotar
al coloso Ruso en la guerra por el dominio de los territorios de Manchuria.
Este es el contexto en que se desarrolla la vida del padre Federico Salvador
Ramón, y, como queda dicho, esta su postura al respecto.
MaríaDoloresMirayGómezdeMercado
Antonio GarcíaMegía
7. LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – DE ALEMANIA
FEDERICO SALVADOR RAMÓN
7
La religión y el mundo actual
- 8 -
Apuntes Sociales
De Alemania
Digamos dos palabras también acerca de Alemania como factor hasta hoy
el más importante, sin duda, de la guerra actual. Mas, antes de dar comienzo a
éstas buenas o malas reflexiones más o menos acertadas pero llenas de sinceridad,
y desearíamos que hasta de caridad, hemos de decir que si para Francia sentimos
natural afecto y deseamos su rehabilitación religiosa y moral porque tenemos por
cierto que, una vez vivificados los gérmenes de grandeza que atesora el alma
francesa, las grandes locuras napoleónicas y revolucionarias que la han conducido al
estado de heroína impotente en que se mira, volverán a convertirse en los ideales
realizados de las más titánicas y civilizadoras hazañas.
De Inglaterra repetimos que no somos émulos de su poderío, pero no debemos
ni podemos olvidar que ella fue siempre la gran enemiga de nuestra grandeza y la
detentadora, hoy, de un pedazo de nuestro suelo y de nuestras libertades públicas
y privadas, en cuanto esto puede ser.
8. LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – DE ALEMANIA
FEDERICO SALVADOR RAMÓN
8
Igualmente renovamos nuestros afectos de admiración y, por eso, de respeto
hacia Alemania y nuestra interesada simpatía hacia ella, porque creemos que nosotros
no seremos prósperos hasta que los asientos de nuestros diplomáticos no se hallen
entre los que ocupen los diplomáticos de los imperios centrales.
Más diremos hoy del primer concepto dejando para lo sucesivo decir algo
sobre el segundo.
Que Alemania es digna de admiración en las presentes circunstancias, es cosa
que tenemos por evidente si la consideramos en relación con su esfuerzo guerrero.
Sus victorias son ya incontables. Su heroísmo excede toda ponderación.
Sus enemigos, juntos y separados, vencidos, o tenidos a raya cuando menos,
declaran, mal que les pese, que Alemania en la guerra es superior a todos ellos, y
esto, quiérase que no se quiera, admira a los espectadores de la ejecución de la gran
tragedia inspirada como acto final de la apoteosis del bárbaro Protestantismo.
Yo admiro lo grandioso del espectáculo. Yo admiro el orden, el patriotismo,
el ingenio, las sorprendentes invenciones, hasta la pura fuerza física, si queréis, pero,
confieso, que no es tal mi admiración que me arrastre y seduzca a ir en pos de
los alemanes que han dejado tamañito al Cid, que yo admiro también la deshecha
tempestad que sume en los abismos del océano al colosal trasatlántico y eso, no
obstante, me aparta de las garras del huracán destructor.
Desde el principio de la guerra, en alguno que otro articulejo publicado en
el diario católico La Independencia de Almería, condicioné ésta mi admiración hacia
Alemania y cada día me ratifico más en este mi modo de entender.
Es natural y muy lógico que, en las actuales circunstancias, los de uno y
otro bando beligerante, hasta sin voluntad de hacerlo, caigan en exageraciones en
pro o en contra de sus amigos o enemigos respectivamente.
Nosotros desearíamos que Esclava y Reina, colocada en lo más alto de la
columna inconmovible de nuestra fe católica, mirase con la serenidad del que a todos
ama en Cristo y para todos siente iguales afectos de amor en Él y por El, y así
acabaríamos, sin duda, por reprochar con todas las veras de nuestras almas la guerra
actual y los pueblos contendientes.
De Alemania se han hecho alabanzas sin reserva y reproches sin cortapisa.
Nosotros creemos que, si no siempre, a las veces está exagerada la nota, sobre todo
cuando se trata de las causas y fines de la guerra.
Por lo demás, ¿qué inconveniente hemos de tener nosotros en aceptar como
verídico lo que Georges Bienaimé ha dicho en La Victoire:
9. LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – DE ALEMANIA
FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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«El pueblo alemán, sepamos reconocerlo, posee una fuerza moral sorprendente.
No me atrevo asegurar que si cualquier otro pueblo sufriese las privaciones
impuestas a los alemanes, resistiría con tanto valor como los súbditos de
Guillermo II.
¡Todo se puede sufrir por nuestro Emperador!, decía un prisionero alemán
cogido en un combate reciente.
El pueblo alemán se felicita de su abnegación y atribuye sus victorias a su
entusiasmo patriótico.
El pueblo alemán se considera victorioso, sobre todo después de la traición
maximilista, y quiere obtener una paz victoriosa.
Aun sin anexiones, la paz alemana sería victoriosa, porque Alemania ha hecho
conquistas contra sus enemigos y ninguna se ha hecho contra ella».
Y para combatir lo del imperialismo alemán, en el que creemos lo mismo
que en el inglés, no tenemos inconveniente en reproducir estas palabras del Dr.
Tomás O. Hall, profesor del Seminario de Nueva York:
«Alemania es, de todas las potencias, la única que no ha emprendido durante
los ultimas cincuenta años guerras de conquista.
Inglaterra bombardeó Alejandría, absorbió las repúblicas Boers, quiso apoderarse
de la mitad de la Persia y se apoderó de Chipre y de Egipto.
Rusia intentó devorar la Mongolia y establecer su dominación en China y en
Corea.
Francia se ha creado un imperio colonial en el África del Norte, Italia la ha
imitado.
Los Estados Unidos se apoderaron de las Filipinas, de Puerto Rico y de la
zona del Canal de Panamá.
Ahora las potencias quieren aplastar el militarismo alemán.
¿Por qué no destruir más bien el militarismo naval de Inglaterra con su doble
flota y su irritante pretensión de dominar sobre el Océano?»
No queremos regatear al pueblo alemán la alabanzas que le dirigiera un
periódico de Buenos Aires, La Unión:
«Si el lector toma uno de los infinitos periódicos que en París y en Londres
disparatan graciosamente acerca de la guerra, leerá siempre en ello que el
alemán es un ser sin iniciativas, un autómata que sólo hace lo que le mandan,
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y que el francés y el inglés, sobre todo el francés, es todo un volcán de
invenciones sutiles rápidamente aplicadas».
Leído esto, el lector se dirá, ¿cómo se explica que esos autómatas hayan
conquistado comercialmente el mundo antes de la guerra y que en la guerra vayan
siempre por delante inventando y los otros, los sutiles y activísimos inventores,
vayan siempre detrás copiando e imitando tarde y torpemente?
Desde que empezó el conflicto, comprendieron los alemanes estas dos
verdades fundamentales.
Primera. Que la guerra, como todo producto del trabajo humano, es una
industria y que, por ser una industria, es el exponente de un estado de civilización.
Segunda. Que la primera y principal materia de esa industria es el hombre,
y que la economía de hombres era, por tanto, la principal condición de la victoria
en los campos de batalla y para confirmar, más tarde y definitivamente, esa victoria
en las consecuentes luchas de la paz.
Desde la ruptura de las hostilidades, el Estado Mayor alemán se propuso
resolver el problema no gastando anualmente un número de vidas superior al que la
natalidad nacional producía.
Los reglamentos tácticos, prudentísimamente preparados, la habilidad de los
jefes, la organización maravillosa de los servicios sanitarios y la sustitución del
hombre por la máquina hasta un límite que parecerá inverosímil el día que sea
conocido, dieron el resultado del problema.
Y merced a esa solución, Alemania tiene hoy en armas, en Enero de 1918,
más soldados, y tan buenos o mejores, que el 1 de Agosto de 1914, momento
solemne para la Historia del mundo en que la movilización rusa, pagada por Inglaterra,
la obligó a empuñar las armas.
Los aliados deciden ahora inspirarse en su ejemplo y economizar sangre
gastando máquinas, ¡muchas maquinas! Y aquí del viejo refrán: «a buena hora, mangas
verdes», al que podríamos añadir este otro, tal vez más propio del caso: «al burro
muerto, la cebada al rabo», porque está muerto el burro, ninguna duda puede caberle
al lector.
Nosotros reconocemos que no es en ese solo punto en el que el imperio
alemán merece plácemes y, por eso, nos complacemos en repetir las palabras de
Le Petite Republique. Dicen así:
«El éxito de la guerra descansa sobre tres factores: el Estado Mayor, la
organización y los transportes.
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No es ahora el momento de discutir si el Estado Mayor francés es inferior o
superior al Estado Mayor Alemán. Pero, si nos limitamos a comparar la
cuestión de los transportes, no tendremos inconveniente en proclamar la
superioridad alemana.
Desde que los alemanes fueron dueños de una parte de la red ferroviaria
rusa, realizaron lo que nosotros jamás pensamos en pedir a nuestros aliados:
que las vías férreas que atraviesan las zonas de horadaciones de Curlandia,
Lituania y Polonia, tuvieran la misma anchura que las vías principales
europeas.
Y así se explica la facilidad con que hemos visto trasladar en algunos días
tropas alemanas del frente del Somme al de Curlandia y tropas de Curlandia
venir a reemplazar a las primeras.
La forma en que el enemigo sabe organizar sus comunicaciones es para
nosotros una lección. La ventaja que ha obtenido de los caminos de hierro
rusos confirma una vez más la parte que corresponde a la organización en la
situación de Alemania después de cuarenta y dos meses de guerra».
Y si es que tales palabras constituyen una alabanza del pueblo alemán, no
tenemos reparo en recordar las palabras que el inmortal Káiser Guillermo II ha
pronunciado con motivo de la paz firmada con Ucrania. Helas aquí:
«Todos hemos tenido que soportar grandes penalidades, no siendo menores las
mías por reunirse en mí todas las preocupaciones de mi pueblo.
En realidad hemos equivocado el camino varias veces, pero Dios nos ha
señalado por donde debíamos ir. El mundo se equivoca porque Dios no le
concederá la paz hasta que se esfuerce por la restauración de la moral y de
la justicia.
Ayer logramos una paz parcial; tenemos derrotado al adversario el cual
pretende la continuación de la guerra.
Le obligaremos a adoptar una paz justa y a que reconozca que el ejército
alemán se encuentra victorioso.
Si esto no ocurre aún, nuestras tropas mandadas por Hindenburg obtendrán
nuevas victorias y entonces vendrá la paz que necesitamos para un futuro
poderoso de nuestro país, el cual debe dejar honda huella en la Historia del
mundo».
Y para decir cuánto es posible en honor de Alemania, va ese ditirambo de
un publicista español:
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«La sangre de los hombres dice, de todas las razas se confunde en charcos
que son la expresión del tributo más ominoso que la humanidad haya pagado
jamás a la mentira y al despotismo.
Las fuerzas de trabajo humano, que son también sangre, fuerza vital, están
consagradas igualmente en todo el orbe al servicio de los mismos execrables
hipócritas oligarcas.
Y todo ello resulta estéril para quebrantar a un pueblo digno, viril, esforzado,
admirable, que concita sobre sí los odios de los decadentes, porque se ha
colocado a la cabeza del progreso, ofreciendo un nuevo tipo de civilización a
base cristiana, que por el trabajo, la ciencia y el amor a los humildes,
pruébanlo sus numerosas leyes sociales protectoras de los obreros, alcanza el
más alto grado de perfeccionamiento hasta hoy conocido en la evolución de
las sociedades humanas».
Por hoy basta.
Decíamos en nuestro artículo anterior que habíamos de tratar primero de
nuestros afectos y luego de nuestra interesada simpatía hacia esta nación.
Para expresar el primer concepto incluimos, aunque no todas sus
apreciaciones las hagamos nuestras, testimonios tomados al azar de la Prensa amiga
y enemiga de Alemania en los que unos y otros reconocen, de bueno o mal grado,
que Alemania está a 1a cabeza del mundo civilizado a la moderna.
Pero en ese mismo precedente artículo decíamos que nuestra admiración hacia
Alemania era condicionada. Y del motivo que tenemos para esta reserva en nuestro
entusiasmo, o adhesión, si se quiere, es de lo que nos proponemos decir ahora
cuatro palabras.
Fácilmente entenderán nuestros lectores que no vamos a regatear alabanzas en
lo que los peritos en el arte, o ramo del saber a que se refieren, no hacen más
que encomiar sin reservas, ya sean amigos o enemigos, o en los que éstos
recomiendan como lo mejor, en cuanto que procuran imitar los modos y maneras
alemanas, calcándolos verdaderamente.
Por eso nosotros no nos referimos ni a las cuestiones económicas ni a las
de organización, ni a las políticas, ni a las militares, ni a las diplomáticas, ni a
cuestión alguna que no sea mirar el problema, en conjunto o en cada una de sus
partes, en relación con los principios religiosos que es como a nosotros nos incumbe
el estudio de las actuales sociedades.
Empezamos por recordar que más de una vez hemos oído y dicho que esta
guerra es inmoral en su origen y en su desarrollo, habiéndose quebrantado por uno
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y otro bando beligerante los principios más evidentes de todo derecho individual,
social e internacional.
De estas inhumanas transgresiones hanse lamentado todas las naciones
beligerantes. Y el Romano Pontífice, desde la elevada cumbre del más santo y
universal derecho, repetidamente, ha dirigido sus paternales amonestaciones a todos
los contendientes para recordarles el deber en que se hallan de observar las
prescripciones del derecho de gentes,
Bien sabido es que tanto los unos como los otros beligerantes han escrito
sendos libros para demostrar que ellos fueron a la guerra obligados por los contrarios,
pero las más sólidas razones las fundan, los aludidos publicistas, en lo que sucedió
inmediatamente antes de las declaraciones de guerra oficiales y, tales motivos, bien
será que se acepten como pretextos más o menos mejor paliados, según las
circunstancias de momento o el talento de los diplomáticos.
La guerra estaba declarada en la conciencia de todos los hombres que se
ocupaban en estos asuntos internacionales mucho tiempo hacía, y solo esperaban la
chispa que había de hacer explotar la conflagración europea de la que tanto se había
hablado y escrito en los tiempos anteriores a la guerra actual.
Es, pues, una guerra nacida de un estado de conciencia internacional, o lo
que es lo mismo, es una guerra nacida en fuerza de los principios sobre que se
asientan las modernas naciones.
La guerra actual es el fruto natural de la civilización británica y germánica
principalmente. Guerra de avaricia en los cimientos, de placeres en su desarrollo y de
ambición en la cima y, por lo tanto, inmoral en su principio, en su medio y en su
fin.
En su principio, es una guerra que halla su perfecta gestación en los
ministerios de Hacienda, en las Bolsas y en las tasas de banca. La declaración de
esta guerra era una operación matemática, un cálculo aritmético. Había que
contrabalancear las pérdidas y las ganancias y, todos y cada uno, vinieron a las
manos porque, según sus cuentas, saldarán con un respetable superávit en territorio,
influencia mundial y riqueza.
Y es evidente que, llegados a este final, continuaría en las naciones la gran
bacanal de la ostentación, de las altivas imposiciones, del lujo, de la crápula y de
los materiales placeres que, en vertiginoso rodar, precipita a la humanidad hacia la
barbarie pagana en que vivimos y que tiene sus focos en los espléndidos bulevares
y en las magníficas Kur sale de las más importantes urbes europeas y americanas.
La guerra actual es inmoral en todos sentidos porque la moral protestante,
que ha informado tanto a Inglaterra como a Alemania, ha falseado los cimientos de
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la verdadera moral enseñada por Cristo sólo en la Iglesia del Romano Pontífice
conservada.
¿Adónde había de conducir a las naciones el espíritu mundano que las domina?
Lo que ya era del dominio de la conciencia de los individuos, no podía menos de
ser tesoro de la conciencia nacional.
Nadie está satisfecho con su suerte si no es opulenta, mucho menos conformes
y resignados. Todos apetecen los placeres y la holganza, y, para conseguir los unos y
la otra, es preciso ser ricos, por eso se ansían ardientemente, y se procuran por
todos los medios aunque salte los linderos de lo justo, procedimientos que pudieron
ser justificados por la acomodaticia moral protestante más unida la avaricia, a la
natural insaciabilidad del corazón humano. Éste, pronto tiene por escaso lo que posee
y ansía más.
Y así los pueblos, como los individuos, siéntense urgidos constantemente a
la posesión de mayores bienes aunque sea necesario sentar como recta doctrina el
despojo de los indefensos en favor de los osados, como viene sucediendo con la
Iglesia hace ya luengos años y como sucede hoy con todos los pueblos
revolucionarios, y seguirá aconteciendo en todas las naciones, más o menos pronto,
si no es que una fuerza extraordinaria, vigorizada por el divino Espíritu, opusiérase
a la caída de los pueblos anticatólicos en el abismo.
Nosotros no creemos que se ventila hoy en la humanidad otro problema que
el religioso.
Las naciones, reducidas por una falsa prosperidad para determinar un
verdadero estado de civilización social, se agitan nerviosamente, ganosas de hallar
el ideal que persiguen, inspiradas por un materialismo grosero, por un positivismo
egoísta, por una idealidad fantástica y por una ambición ególatra, que ha engendrado
el odio de los pequeños a los grandes, de los pobres a los ricos, de los gobernantes
a los gobernados, y que en el concierto de las naciones produce los mismos efectos,
no habiendo más inspirador de toda concordia que la corroedora envidia.
Sin religión unas naciones, pues en este caso juzgarnos a todas aquellas
que en su desatentado espíritu de libertad juzgan dignas del mismo respeto todas
las religiones, y otras informadas por falsas sectas religiosas, no sé dónde encontrar
las bases en que se han de fundar las sociedades y las naciones que solamente
sacrificándose a sí mismas podrán aspirar a conseguir la propia y la ajena
bienandanza.
En llegando a este punto nos atrevemos a preguntar, ¿hay en Alemania los
elementos civilizadores que a esta felicísima consecuencia han de llevar a la
humanidad?
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Nosotros no consideramos al pueblo alemán capacitado hoy para realizar
tamaña empresa. Juzgamos insuficiente todo lo que no sea capaz de marchar sobre
las bases del más hondo sacrificio para regenerar a los hombres y levantarlos al
estado de perfección social a que hoy aspiran. De aquí la razón fundamental que
tenemos para condicionar nuestros entusiasmos y adhesión a la moderna y poderosa
Alemania, más, sin duda, que ningún otro pueblo de la tierra. Sin que creamos
tampoco que no se puedan presentar a nuestra vista bien pronto, pueblos de más
grande poderío que el alemán.
Más que a la puerta podemos decir que se hallan los pueblos americanos y
amarillos de cuyo encumbramiento, puramente humano quitado todo espíritu de
apasionamiento, no es posible dudar sin gran peligro de engañarse.
Por si fuese digno de ser tenido en cuenta, nos atrevemos a intercalar un
inciso en el que hacemos constar que nosotros creemos que la república de los
Estados Unidos Americanos es un pueblo que, según la moderna usanza, es digno de
la admiración de las demás naciones.
Creemos que su ayuda a los aliados será de no escaso valor y que, aunque
sea pueblo sin tradiciones, es mucho el deseo de poseerlas que tiene, y no creemos
que le falte entusiasmo y valor para crearlas. Es más, tememos muy mucho que
Europa le sirva de campo donde, la negociante República, se torne militarista y
capaz de mirar con más confianza en su propia fuerza al imperio japonés en lo
sucesivo, y, con tales arrestos americanos, acabe el mundo por quedar, moralmente a
lo menos, supeditado a los tres grandes imperios que se vislumbran cada día con
más señalados caracteres, el europeo, el americano y el amarillo.
Y volviendo a nuestro asunto nos preguntamos de nuevo: ¿Está Alemania
capacitada para ser ella la que capitanee el poderío europeo, contra balanceador del
amarillo y del americano?
¿Está Alemania capacitada para satisfacer las exigencias del mundo actual,
por lo que se refiere al progreso armónico de todas fuerzas humanas, hasta
conducirlas al perfeccionamiento que las ideas cristianas de libertad, igualdad y
fraternidad practicadas con sinceridad católica, esto es, que abarque de hecho y
de derecho a todos los pueblos y naciones, grandes o pequeños, pobres o ricos, o más
o menos civilizados?
Nosotros nos atrevemos a responder que hoy no está Alemania a la altura
que tal fin exige. Por eso hemos dicho antes de ahora que, en tratándose de
hegemonías, repudiamos todas las que se nos ofrecen, llámense pan britanismo o
pan germanismo, pues ni una ni otra tendencia pone los fundamentos de la
regeneración de los pueblos sobre los verdaderos principios de la moral, y del derecho,
16. LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – DE ALEMANIA
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y de la libertad, y de la igualdad y fraternidad nacidas del amor divino que se prueba
con el sacrificio de la moral independiente, de la libertad de pensar y del amor libre,
y de todas las falsas libertades protestantes, en aras de la ennoblecedora dependencia
de todo hombre a la razón y de ésta a Dios.
No damos al olvido los esfuerzos que ingleses y alemanes hacen por acercarse
al que es columna y fundamento de la verdad, pero los esfuerzos para poseer un
bien, o un don, o una facultad, distan mucho de la posesión del mismo.
En una palabra, nosotros no creemos que haya poder alguno suficiente para
encauzar a la humanidad por la ancha y recta senda de la justicia que eleva a las
gentes, si no es fundándose en la moral católica y en los medios que Jesucristo
dejó vinculados en la Iglesia, única verdadera, de que es cabeza visible el Romano
Pontífice, para llevar a los hombres a Dios y acercar, cada día más, a las naciones
al supremo perfeccionamiento que tiene su fin último en la eterna posesión de
nuestro Padre celestial.
Así es que yo considero sinceras las promesas de regeneración mundial que
hace el Canciller del imperio alemán, pero irrealizables, pues no cuenta ese
Canciller, aunque él sea católico, con una nación que esté en condiciones, hoy, de
ser el paladín de la implantación de los principios católicos en el mundo que son
los únicos que pueden destruir la avaricia, hasta llegar al comunismo, el espíritu de
lujuria, hasta crear la Virgen cristiana, y la soberbia, hasta formar en el mundo
legiones de hombres libres como las águilas que obedezcan hasta el sacrificio.
Tanto los alzados como los alemanes se dicen a sí mismos los defensores del
derecho y de la justicia, pero, ¿de qué derecho?, ¿de qué justicia?
Los ingleses por boca de uno de sus más ilustres hombres acaban de decir:
«Nuestra determinación de combatir el terrible azote de la humanidad no se
refiere solamente a la represión y castigo del culpable, sino que implica
también la creación de un juicio sano que defienda el sentido de los intereses
comunes y los deberes comunes de la gran familia de las naciones. El porvenir
de esta nueva política no puede depender del resultado de una sola batalla
o de una campaña.
No hay una sola persona que no desee la paz, pero la paz que queremos
obtener abrirá un camino nuevo y libre para todos los pueblos, grandes,
pequeños o protegidos, a los que en caso necesario se les impondría por la
fuerza común, a fin de conseguir el progreso de la humanidad».
Estas palabras son tan declamatorias como estas obras que ha dicho el Káiser
con no menos sinceridad que el Sr. Asquith: «Luchan el derecho y la moralidad
contra la idolatría anglosajona».
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¿En qué títulos funda Alemania la exclusiva del derecho y de la moralidad?
¿En el Libre Examen? ¿En su filosofía alemana? ¿En su rebelión en contra del Vicario
de Cristo? Tales principios son destructores de la verdadera civilización.
Y, ¿quién será tan insensato que dé al pueblo alemán la facultad de civilizar
al mundo fiado en su valor militar, en su riqueza, en su organización, en todo cuanto
represente humano poderío? Todos estos elementos juntos son insuficientes.
Como último resumen decimos que la sociedad merecedora de civilizar al
mundo no es la que sabe matar más, sino lo que sabe morir mejor. Lección sublime
que sólo es capaz de realizar a través de todos los siglos la sociedad que se vigoriza
comiendo y bebiendo la carne y sangre de Jesús Eucaristía.
Daremos por terminado lo que hemos de afirmar de Alemania por lo que se
relaciona con nosotros, diciendo que nuestros más altos intereses nos aconsejan la
unión con ésta nación por lo que, en ella, alcanzarían aquellos de estabilidad y de
extensión.
Al decir altos intereses damos bien claramente a entender que tratamos de
los intereses generales e internacionales, no de los que afectan a las regiones en
particular. Nos referimos a cuestiones como las que se insinúan en un telegrama
de Viena que dice así:
«Un personaje, verdadero y profundo conocedor de asuntos de marina,
explicando el desenvolvimiento verosímil y probable de la lucha en el mar,
ha llegado, en una interesante con versación con varios altos dignatarios, a
unas conclusiones interesantes.
Pronto o tarde, ha dicho, será en el Mediterráneo donde se desenvolverá y
tendrá la lucha marítima.
El adversario principal, el enemigo a quien es necesario vencer para que se
imponga la paz general y sea duradera y definitiva, es indudablemente
Inglaterra.
Es preciso, por consiguiente, buscar el punto más vulnerable del Imperio
británico.
Y de consecuencia en consecuencia, vendremos a parar a que la operación
decisiva ha de tener un objetivo que sea vital para el adversario y que este
objetivo no puede ser otro que Egipto con el canal de Suez.
Una escuadra dueña del canal y en posesión de Egipto podría imposibilitar
el paso de los transportes o destruirlos, cortando además al Ejército y la
Armada inglesa su base primordial de comunicación, hoy casi única.
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Para España, rival legítima como gran potencia mediterránea de Inglaterra,
Italia y Francia, tiene este aspecto un vital interés.
España, que por la dominación de Inglaterra en el Estrecho de Gibraltar y
la de Francia en las zonas de la costa africana, vive encadenada, sin libertad
para desenvolverse dentro de su legítima esfera de acción geográfica e histórica,
advertirá pronto hacia qué lado se encuentran los que pueden mirar por su
independencia absoluta y a quienes conviene reforzarla como una condición
preliminar para mantener el equilibrio en el mar Mediterráneo».
Exige nuestro interés huir de Francia que, unida con Inglaterra, nos impide
artillar nuestras costas mediterráneas del norte de Marruecos porque así conviene a
ambas potencias y principalmente a la segunda, y de ésta debemos huir con el horror
del vilipendio porque nos impide artillar nuestra sierra Carbonera para no perder la
supremacía en el Estrecho de Gibraltar que nos pertenece.
Resulta, pues, por este concepto que ni a Francia ni a Inglaterra les conviene
que nosotros seamos fuertes ni en Marruecos ni en el estrecho, por consiguiente,
serán siempre nuestros enemigos en ese capitalísimo punto de vista, base de nuestro
engrandecimiento internacional.
Ahora bien, si tenemos en cuenta que a los imperios centrales tampoco les
conviene la supremacía de Inglaterra en el Estrecho de Gibraltar, necesariamente
reconoceremos en tales potencias unos defensores de nuestros más legítimos y
tradicionales derechos, cuales son la geográfica e histórica preponderancia de nuestra
patria en el Estrecho y en Marruecos.
No queremos decir por esto que nosotros lleguemos a ejercer en el Estrecho
la tiranía de Inglaterra. No y mil veces no.
Ese paso marítimo debe ser igualmente libre para todas las naciones a fin
de que no se repitan los casos tan corrientes de que los ingleses, a los mismos
barcos españoles, no los dejen en paz ni en las mismas aguas jurisdiccionales
nuestras.
Indudablemente que los submarinos han abierto una gran brecha en la hercúlea
puerta del Estrecho de Gibraltar, pero esos instrumentos de guerra representan la ley
del más fuerte y no es esa la ley que deseamos que custodie el Estrecho, es la
justicia y la libertad ordenada por la razón.
Lo repetimos, no queremos injerencias extrañas en nuestra España, ni de
alemanes ni de ingleses. Preferimos a los primeros como amigos nuestros en la defensa
de nuestros intereses internacionales, porque el interés de Alemania es el mismo de
España, y rechazamos la hipócrita amistad inglesa porque a esta nación sólo le
conviene que seamos sus subordinados, no sus amigos, y está fuera de todo lo
19. LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – DE ALEMANIA
FEDERICO SALVADOR RAMÓN
19
proporcionado que un pueblo insular como el inglés, quia nominor leo, y por más
o menos peores artes, haya venido a constituirse en dueña del Peñón de Gibraltar
con baldón de los españoles y con menoscabo moral y físico de las demás naciones
que no tienen por qué mirar con recelo al pabellón inglés cuando sólo deben saludar
las costas de los descendientes de Guzmán el Bueno.
En resumen, no queremos que España sea inglesa ni alemana. España tiene su
idiosincrasia propia. Es un pueblo tan autónomo, nos atreveríamos a decir, que sólo
puede ser como es y como él quiera ser en su desarrollo propio y poseyendo siempre
alientos vitales para resurgir brioso del más decadente estado.
En una palabra, acerquémonos al que nos ha de tratar con dignidad, no a
quienes después de haber hecho girones nuestra grandeza la usufructúan.
20.
21. 2016 Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado (Edición).
Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña
La Religión y el Mundo Actual. 8. De Alemania. Federico Salvador Ramón
Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación. Portal de Investigación y Docencia
Edición preparada con ocasión del proceso de beatificación del Padre Fundador de las Esclavas de La
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