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Roberto Arlt
La Reivindicación Del Lenguaje Popular
Por Pablo Colacrai
Trabajo final presentado a la cátedra de Periodismo y Literatura
La ciudad Arltiana
“Arlt produce sus personajes y su perspectiva en las
Aguafuertes, constituyéndose él mismo en un flâneur
modelo. A diferencia de los costumbristas anteriores,
se mezcla en el paisaje urbano como un ojo y un oído
que se desplazan al azar.”
Beatriz Sarlo, Una modernidad Periférica
“El lenguaje participa en la vida a través de los enun-
ciados concretos que lo realizan, así como la vida par-
ticipa del lenguaje a través de los enunciados”
Mijail Bajtin, El problema de los géneros discursivos
Buenos Aires de principio de Siglo. Buenos Aires ecuménica, heterogénea, cosmopolita. Los
años veinte arriban llenos de cambios y novedades. El tranvía y el ómnibus reconfiguran las distan-
cias y los paseos. Los cables de alumbrado eléctrico reemplazan los antiguos sistemas de gas o
kerosene. Los ciudadanos eligen a sus autoridades mediante el voto secreto, universal y obligatorio.
Se presentan altos niveles de alfabetización1. En muy poco tiempo crecen notablemente los índices
de estudiantes, tanto secundarios como universitarios. Se amplía el sector del público lector. Las
capas medias y populares de la sociedad ingresan al fascinante mundo de la lectura y lo hacen
impetuosamente. Se consolida en esos años el mercado editorial local...
Este inmenso coktail de cambios provocó que una gigantesca revolución cultural se propague
sobre la Buenos Aires del veinte, abarcándolo todo, sin descanso y sin pausa. Revolución cultural,
revolución de ideas, de costumbres, de visiones del mundo, de la políticas, de la economía, de la
ciencia. El suelo vibra, las antiguas formas y tradiciones no pueden comunicar la novedad, lo inédi-
to. La ciudad cambia verborrágica, vertiginosa; muta constantemente, como un enorme camaleón, y
sus habitantes con ella. Nacen nuevas ilusiones, esperanzas, así como también problemáticas y
angustias. Vivir en la nueva ciudad es una experiencia desconocida para todos, apasionante y desa-
fiante.
Esta es la ciudad de Roberto Arlt; nueva y antigua, clásica y moderna, pero sobre todo distinta,
distinta a todo lo antes visto, diferente en todos sus aspectos. Ya ningún adjetivo la abarca, la repre-
senta. Es preciso reconstruirla, recorrerla, conocerla nuevamente; paso a paso, calle a calle, nego-
cio a negocio. Arlt realizó este exhaustivo trabajo, vagando por los barrios, perdiéndose en ellos sin
más destino que su distracción y sin más motivo que su inagotable curiosidad. Este flâneur moder-
no, construyó su propia Buenos Aires llena de sillas en las veredas, de “furbos”, de “señores de
camiseta calada”; repleta de misteriosos y novedosos personajes, de inventores de pacotillas, de
señoritas ansiosas por casarse. Y necesitaba transmitirlo, contarlo, expresarlo; Arlt era, ante todo,
un cronista.
Para este cometido le era preciso que el lenguaje se adaptase a la sociedad que él experimenta-
ba. No era posible insistir en formas anquilosadas y pretéritas del idioma, debían forjarse nuevas,
1
que representen la vida misma, tal cual es, sin eufemismos ni ambigüedades. Un lenguaje directo
que todos entiendan, que sea parte de la vida misma, de la calle, de los barrios y no uno impuesto
desde afuera, desde la iluminación y el esclarecimiento.
Arlt creía firmemente que vida y lenguaje están íntimamente relacionados y que intentar discernir
entre ellos, realizando una quirúrgica separación, era una falacia. Defendió el lenguaje popular, el
“porteño”, por encima de todos los demás, por considerarlo “natural”. Su obra transpira calle, trans-
pira Buenos Aires. Ergueta hecha a Endorsain con un despreciativo, “rajá, turrito, rajá”2, y nada
puede agregarse a esa elocuente frase.
Ricardo Piglia en el prólogo de cuentos completos afirma que
“Hay un extraño desvío en el lenguaje de Arlt, una relación de distancia y de ex-
trañeza con la lengua materna, que es siempre la marca de un gran escritor. En
este sentido nadie es menos argentino que Arlt (nadie más contrario a la “tradi-
ción argentina”): el que escribe es un extranjero, un recién llegado que se orienta
con dificultad en el vértigo de una ciudad desconocida”3
Investigar los intrincados vericuetos del idioma, analizar y explotar sus peligrosos intersticios,
nunca temer a los precipicios sino desfilar por ellos, desafiarlos, jugar; así entendía Arlt a la literatu-
ra. Siempre renovado y actual, siempre en permanente contacto con la vida y la ciudad, con sus
términos y sus modismos, sus costumbres y sus vicios; Arlt pintaba a Buenos Aires en forma y con-
tenido con una elocuencia que ningún otro escritor logró superar.
Los lectores de Arlt
“Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cual-
quier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa
gente que escribe bien y a quienes únicamente leen
correctos miembros de su familia”.
Roberto Arlt, Prólogo de Los Lanzallamas
Arlt escribe mal. La crítica, los medios especializados y más de un colega lo desprecian. Ensucia
a la literatura, embadurnándola de calle y concupiscencia. Sus temas y su léxico están lejos de ser
convencional y resultan repulsivos y desdeñables a los eruditos de la época. Sin embargo Arlt vende
y vende, es leído y releído. El pueblo lo quiere, lo venera. “(el diario) El Mundo aumenta su tirada, se
vende casi exclusivamente por las notas de Arlt”, afirma Raúl Larra. ¿Qué es lo que motiva esta
contradicción? O mejor aún ¿existe aquí alguna contradicción?
No, no existe ninguna. Arlt sabe muy bien para quien escribe y lo hace de la mejor manera, con
su idioma. Arlt es popular, porque sus notas y sus libros son ávidamente consumidos por un merca-
do rozagante de lectores compulsivos, pero también porque el último destinatario de sus escritos es
el barrio, la “gente común”, los recién llegados a las letras y a la literatura. A ellos les escribe Arlt, y
para hacerlo no existe mejor manera que mimetizárse con ellos, perderse en sus modismos y cos-
tumbres, aprender incansablemente su léxico.
Las aguafuertes fueron, sin lugar a duda, el nexo más fuerte que existió entre Arlt y su público. A
partir de ellas se mostraba tal cual era, tal cual eran sus pensamientos y su inagotable sentido del
humor. Exponía sus ideas sin ambages, con “la fuerza de un cross a la mandíbula”4.
“Yo las escribo así nomás (a las notas), es decir converso así con ustedes, que
es la forma más cómoda de dirigirse a la gente. Y tan cómoda que hasta algunos
me reprochan, aunque gentilmente, el empleo de ciertas palabras. Uno me es-
cribe: “¿Por qué usa la palabra “cuete” que estaría bien colocada si la hubiera
2
puesto un carnicero?” Pero yo tomo el volumen dieciséis de la Enciclopedia Uni-
versal Ilustrada y encuentro en la página 1042: “Cuete, m. Americanismo Cohe-
te”5
Arlt está al lado del lector, en su casa, en el almacén, rondando la esquina. Mientras escuchan la
radio, leen el diario, o matean; Arlt está allí. Ingresa subrepticiamente, a través de las sucias pági-
nas del diario, en la vida cotidiana de la familia porteña. Es uno más, y se muestra orgulloso de ello.
Reduce las distancias con el lector, las anula. Lucha denodadamente por mostrarse como un “ciu-
dadano común”, por romper el mito del escritor de elite.
“Y yo tengo esta debilidad: la de creer que el idioma de nuestras calles, el idioma
en que conversamos usted y yo en el café, en la oficina, en nuestro trato íntimo,
es el verdadero. ¿Qué yo hablando cosas elevadas no debería emplear esos
términos? ¿Y porqué no, compañero? Si yo no soy ningún académico. Yo soy un
hombre de la calle, de barrio, como usted y como tantos que andan por ahí.
Yo he andado un poco por la calle, por esas calles de Buenos Aires, y las quiero
mucho, y le juro que no creo que nadie pueda rebajarse ni rebajar al idioma
usando el lenguaje de la calle, sino que me dirijo a los que andan por esas mis-
mas calles y lo hago con agrado, con satisfacción”.6
No sólo reivindica el lenguaje popular sino que lo usa, experimenta con él, lo exprime. Investiga
lugares por donde nadie ha estado, introduce a la vida en la literatura y así la literatura gana vida y
realismo. Defiende los modismos y el léxico; y los defiende de la única manera que lo sabía hacer:
con “uñas y dientes”; y esto en el universo Arlt debe leerse con palabras y palabras, con notas y
notas, con escritura y más escritura.
Sin embargo existe en la obra de Arlt un “plus” de talento que es innegable. Quién piense que
todo su mérito fue saber dirigir sus textos y sus posturas estaría olvidando la fuerza y la verborragia
que trasmite toda su obra. Y su público lo sentía: había un “algo más” en Arlt. Vivía la misma la rea-
lidad, transitaba las mismas calles, sufría los mismos pesares, pero los plasmaba soberbiamente,
los embellecía, les sacaba lustre como a un mueble viejo, descubriendo debajo de su opaco color
un brillo imperceptible a cualquier ojo inexperto. Donde todos pasaban sin notar nada anormal, él
percibía una historia, una trampa del destino, una verdad metafísica oculta. Al público le importa la
opinión de Arlt, porque él es uno de ellos, pero sobre todo porque posee un secreto instinto para
trocar lo cotidiano en mágico, en universal. Así, por ejemplo, entiende que el hecho de que subsis-
tan los talleres de recompostura de muñecas implica necesariamente la existencia de sentimientos
tales como el egoísmo y la tacañería; afirma, a partir de que la mujer de un médico visita a un cu-
randero, que las mujeres necias se mueren por los charlatanes.
Estos procedimientos se repiten con sobrada frecuencia en la obra de Arlt. Lo ordinario, lo usual, cobra
un significado por entero distinto; es, de alguna manera, rescatado, valorado. No hay hechos menores, no
hay anécdota que no merezca ser contada e interpretada. Arlt se convierte entonces en una suerte de mi-
cro-historiador, en el cronista de las pequeñas cosas; que pasadas por el impredecible filtro de su pluma,
ganan universalidad e interés.
El lenguaje Arltiano
“Yo creo que el lenguaje es como un traje. Hay razas a
las que les queda bien un determinado idioma; otras
en cambio, tienen que modificarlo, raerlo, aumentarlo,
pulirlo, desglosar giros, inventar sustantivos.”
Roberto Arlt, Aguafuertes porteñas
3
Arlt realiza quizá la mejor reivindicación del lenguaje popular que puede hacerse, no lo preconiza
desde la ilustración para defender algún petrioterismo barato, ni desprecia su escritura en pos de
ser entendido. No existe dentro de la obra de Arlt una pauperización adrede de sus textos, que
siempre implica inmanentemente el más grande de los sectarismos y elitismo. Arlt se dirige a la
gente, al pueblo, utiliza su idioma, sus formas y las mixtura con otras extrañas, “cultas”. De esta
manera el lenguaje popular se ve reivindicado por un lado y engrosado y alimentado por otro. Es
imposible saber si esta suerte de instrucción formaba o no parte del “plan Arlt”, o si solamente lo
hacía porque no conocía otra manera de escribir; lo cierto es que a partir de esos pequeños giros,
se despegaba sutilmente de sus lectores; imponía una mínima pero significativa distancia. Así en-
tonces, la literatura Arltiana cumple la paradójica función de acercarse infinitamente hasta sus lecto-
res a la vez de marcar una precisa lejanía.
Esta heterogeneidad transmitida por Arlt siempre redundó en resultados positivos. Cerca y lejos,
porteño y universal, popular y culto; desafía los límites, los derriba. Su escritura se inserta en lo
pequeños intersticios de la sociedad, en rincones inexplorados y oscuros. Dentro de esta investiga-
ción y transgresión debe mencionarse el impecable sentido de humor que Arlt vertía en sus agua-
fuertes. Pero Arlt no es un comediante, ni quiere serlo, sino que utiliza otros recursos del humor
para matizar sus textos, verbigracia: la hipérbole y la ironía.
La primera de estas figuras fue brillantemente descrita por Beatriz Sarlo:
“La hipérbole (es) la figura de la exageración, un modo del lenguaje por el cual el
escritor renuncia a la verosimilitud para lograr el impacto de una evidencia más
allá de todo verosímil. Por insistencia e intensificación, el primer eslabón de una
hipérbole se encadena en amplificaciones sucesivas”7
Arlt es hiperbólico, exagera, se excede. Según Sarlo esta fascinación por el énfasis se debe a su
falta de seguridad, falta de seguridad de sus conocimientos, de su origen, de su escritura. El fortis-
simo que Arlt impone a sus trabajos correría el riesgo de caer en la mediocridad de toda exaltación
extrema, perder así su valor de original y pecar de “demasiado”.
Por otro lado: la ironía. Decir algo queriendo decir “otra cosa”. Debe realizarse aquí una adver-
tencia: la ironía es un recurso verbal por excelencia, ya que para que se produzca el desplazamien-
to de los significados (ignorando los significantes o invirtiendo su significado habitual) deben con-
vergir factores como: conocimiento con el interlocutor, contexto, entonación, etc. Trasladar a la es-
critura este recurso es una operación sublime y sólo puede lograrla con eficacia quien maneje con
pericia ambos discursos: el cotidiano y el escrito. Indudablemente con la incursión de este tipo de
subterfugios Arlt se acerca a sus lectores, les hace un guiño, una seña, los pone de su lado, les
demuestra que es a ello a quien les escribe, no sólo por lo que dice sino por “como lo dice”. El lector
entiende la parábola del discurso, su pequeña desviación y se siente reconfortado porque sabe que
está dirigida hacia él y que es probable que no todos la interpreten.
Arlt corre aquí un riesgo similar al que se exponía que con la hipérbole: su discurso puede pres-
tarse a interpretaciones espurias, que contradigan su verdadero objetivo. Por un lado: el exceso. Por
el otro: la incomprensión o tergiversación. En el medio: Arlt; jugando con los extremos, uniéndolos,
denostándolos. No temía ser incomprendido porque tenía plena confianza en sí mismo (probable-
mente dudaba de la estilística de su literatura, como afirma Sarlo, pero nunca dudo de los destinata-
rios, a quienes conocía y comprendía).
Así entonces, cuando describe al “guardián del umbral”8, este pintoresco personaje porteño, rea-
cio a todo tipo de trabajo, el “Socrates del conventillo”; en ningún momento efectúa un juicio de va-
lor, es más, los adjetivos que ensalzan al sujeto son siempre elogiosos. Sin embargo, el lector sabe
4
que es una clara crítica a esa procaz forma de vida que necesita de su mujer (la joven lavandera)
para poder subsistir. Este “decir más con menos” es altamente apreciado por los lectores.
Otro ejemplo: en el aguafuerte “Yo no tengo la culpa”, afirma que era expulsado de las escuelas
con sobrada frecuencia debido a lo impronunciable de su apellido. Repite aquí los artilugios que
encontraremos a lo largo de toda su obra. Nadie cree, ni debe creer, que es esa la razón de sus
expulsiones, pero agrada y es bienvenida la imaginación, la excusa increíble, la mordacidad. Arlt
vuelve mostrarse como uno más, en pos de fusionarse con sus lectores utiliza sus más conocidos
giros, y una vez que lo logra le agrega el extra que posee y guarda para demostrar porque él es
Roberto Arlt.
La ambigüedad del discurso Arltiano
“La crítica se ha extendido sobre el vínculo entre las
novelas de Arlt con el folletín y con las malas traduc-
ciones. Pero también se lo puede entender fascinado
por los nuevos textos y prácticas de la técnica y la
ciencia, de la química, de la física y de esos simula-
cros de ciencia popular que circulaban por entonces
en Buenos Aires, bajo las etiquetas de hipnotismo, es-
piritismo, parapsicología, transmisión telepática”.
Beatriz Sarlo, Una modernidad periférica
Ahora bien, Roberto Arlt es popular, respetado, leído. Las clases trabajadoras se sienten repre-
sentadas en sus escritos y en su lenguaje, sin embargo Arlt no se conforma con ser el escritor del
pueblo, tiene apetito de más: quiere ser un escritor con “todas las de la ley”. Declara leer únicamen-
te a Dostoievky y a Flaubert, pero de la lectura de sus textos se desprenden una infinidad de indi-
cios que indican que Arlt era un lector compulsivo. Leyó sin dudar cuanto libro estaba a mano: des-
de manuales de química y física hasta las novelas de folletines tan comunes en su época. Como
resultado se forjó en él una formación asombrosamente ecléctica; y este inmenso popurrí de sabe-
res es el que se vierte inevitablemente en sus textos.
Los conocimientos que Arlt plasma en sus aguafuertes, así cómo en los personajes de sus nove-
las, son los “saberes del pobre”, los saberes populares; construidos sobre la base de la lectura de
diarios, revistas y manuales baratos. No obstante Arlt vuelve a efectuar un secreto pase mágico y
sigilosamente deja entrever otros conocimientos que no declara a viva voz, pero que atraviesan su
obra y su escritura.
Seguramente leía mucha más literatura de lo que declaraba públicamente; a modo de ejemplo,
en la aguafuerte “el furbo”, en la cual se declara “un filólogo lunfardo” (realizando un impecable jue-
go de palabras con dos expresiones que pertenecen a universos diametralmente opuestos) para
ejemplificar utiliza al homérico Ulices. Ulices es, según nos dice Arlt, el arquetipo del “furbo”: enga-
ñador, pícaro, astuto, sutil. Antes bien, habíamos afirmado que el lenguaje arltiano era “popular”,
pero muy poco tiene de popular las desgraciadas andanzas del héroe griego. Arlt repite esta acción
con cierta frecuencia: para plasmar el encanto de las sillas en la vereda las compara con las sire-
nas9 (otra vez Homero). Así, analizando en detalle su obra nos encontraremos con infinidad de
epítetos, palabras, alusiones y referencias a mundos harto distantes de lo popular y de las lecturas
populares.
Esta convergencia de estilos y esferas le otorga a la literatura arltiana una infinita gama de recur-
sos que redundan indefectiblemente en la sorpresa del lector. Arlt no sólo “saca palabras de todos
los ángulos”10 sino que también recurre a expresiones foráneas, mixtura idiomas y lenguajes, expe-
riencias y lecturas, culto y popular, calle y biblioteca. Siempre inesperado e insólito, nunca cesa de
desconcertar.
5
La argumentación dentro de la Obra Arltiana
“En último término su obra es apenas «intelectual»; la
escritura tiene en él una función de cauterio, de ácido
revelador, de linterna mágica proyectando una tras
otra las placas de la ciudad maldita y sus hombres y
mujeres condenados a vivirla en un permanente mero-
deo de perros rechazados por porteras y propietarios.
Eso es arte, como el de un Goya canyengue”
Julio Cortazar, Apuntes de relectura
Para finalizar queda por analizar un bastión fundamental en la obra arltiana: su argumentación.
Probablemente debido a su afición por las ciencias y los manuales, Arlt era un eximio defensor de
sus teorías y posturas. Nunca emitía una sentencia sin demostrarla y explicarla, más de una vez de
modo cuasi pedagógico. Poseía una lógica impecable, y una retórica sin fisuras. El objetivo de sus
textos siempre es claro y preciso, esto le otorga una fuerza demostrativa inusitada que Arlt sabía
entrecruzar sabiamente con los recursos antes mencionados. La astucia y el ingenio le permitieron
afrontar las más diversas problemáticas, siempre tenía algo que opinar, siempre poseía un juicio
formado y siempre, indefectiblemente, apelando a un sinfín de recursos, conseguía que los lectores
apoyen su causa, piensen como él lo hacia; y al culminar sus textos sientan la reconfortante sensa-
ción de coincidir con los preceptos de un escritor de la talla de Roberto Arlt.
El aguafuerte “El idioma de los argentinos” es quizá el más acabado ejemplo de la escritura Arl-
tiana, conviven en él todas las argucias y artificios lingüísticos que Artl detentaba. A raíz de una
entrevista realizada a Monner Sans donde éste afirma que en Argentina están apareciendo espurias
formas del lenguaje y donde agradece la suerte de que “altos valores intelectuales argentinos” estén
realizando una “obra depuradora”; Roberto Arlt despliega todo su bagaje argumentativo.
En primer lugar expone el discurso de Monner Sans, después lo desglosa para poder atacarlo
con mayor facilidad, se ríe de sus palabras y modismo: “me he echado a reír de buenísima gana,
porque me acordé que a esos valores ni la familia los lee, tan aburridos son”. A continuación actúa
su conocido mecanismo de hipérbole y le cuenta (a Monner Sanns, porque el texto está escrito
hacia él) que conoce a uno de esos valores que para decir “se comió un sandwich” debió decir: “y se
llevó un emparedado de jamón a la boca”. Ironiza, exagera, divierte, entretiene y logra que su dispu-
ta personal sea la pelea de todos, todos luchamos junto a Arlt esta reyerta lingüística, y todos tene-
mos la misma sensación: Arlt será el vencedor.
Remata creando una irrisoria comparación: “querido Monner Sans: La gramática se parece mu-
cho al boxeo. Yo le explicaré.”. Superioridad total, Arlt enseña, muestra la verdad como a un niño y
a la vez de una manera que todos los lectores lo puedan entender. Lo que sigue es una explicación
que no posee desperdicio, el parangón con el boxeo (disciplina muy de su agrado) es perfecto y no
presenta impurezas, convence sin violencia, no impone, propone; provocando una grata sensación
de diversión y alegría. Pero Alrt no se conforma con ganar la pelea, necesita sentar posiciones,
ganar terreno, reafirmar sus teorías. Nuevamente la discusión se convierte en trascendental, de la
contingencia hacia la esencia, sin solución de continuidad.
“Los pueblos bestias se perpetúan en su idioma, como que no teniendo ideas
nuevas que expresar, no necesitan las palabras nuevas o giros extraños, pero,
en cambio, los pueblos que, como el nuestro, están en constante evolución, sa-
can palabras de todos los ángulos, palabras que indignan a los profesores, como
lo indigna a un profesor de boxeo europeo el hecho inconcebible de que un mu-
6
chacho que boxea mal le rompa el alma a un alumno suyo que, técnicamente, es
un perfecto pugilista”11
El lenguaje popular no podría haber sido mejor defendido, audazmente, sin vueltas, empero, con
un talento inigualable. Un escritor gramaticalmente incorrecto puede realmente plasmar la verdad
que viven día a día sus contemporáneos, sus vecinos, sus amigos; porque no se detiene en las
formas, no se amarra tercamente al pasado, crece junto con la ciudad, con los edificios, con la cien-
cia. Adopta nuevos modos, términos, desecha los que ya no son útiles, puesto que el objetivo final
es transmitir, llegar al público, ser comprendido, leído. Esto no se consigue sosteniendo antiguos
resquemores y temores sino fluyendo continuamente, siendo fuente y receptor de cambios, y, sobre
todas las cosas, admitiendo que puede existir una verdadera literatura, un verdadero idioma, un
verdadero lenguaje, que se encuentre por fuera de las laberínticas bibliotecas.
Notas y referencias:
SAITTA, Sylvia, Prólogo de Aguafuertes Porteñas
SARLO, Beatriz, Artículo “Roberto Arlt, el extremista” en Diario Clarín, 2 de abril de 2000.
SARLO, Beatriz, Una modernidad periférica. Buenos Aires 1920 y 1930. Editorial Nueva Visión, Buenos Aires, 1988.
SARLO, Beatriz, La imaginación técnica, Editorial Nueva Visión, Buenos Aires, 1997.
ESQUIVADA, Gabriela, Atrículo “Y dicen que escribia mal” en Revista Veintidos, 30 de marzo de
2000
RETAMOSO, Roberto, “Crónicas de la ciudad”. Artículo de cátedra
1. “A mediados de 1930, en Buenos Aires, los analfabetos nativos alcanzan sólo al 2,39 por ciento sobre un total porcentual del 6,64
por ciento”. SARLO, Beatriz, Una modernidad periférica.
2. ARLT, Roberto. Los siete locos
3. PIGLIA, Ricardo. Prólogo de Roberto Arlt Cuentos Completos
4. ARLT, Roberto. Prólogo de Los Lanzallamas
5. ARLT, Roberto. “¿Cómo quiere que le escriba?” en Aguafuertes Porteñas. Buenos Aires. Ed. Losada. 1990.
6. ARLT, Roberto. Op. Cit.
7. SARLO, Beatriz. Roberto Arlt, el extremista
8. ARLT, Roberto. “El guardián del umbral” en Aguafuertes Porteñas op.cit.
9. ARLT, Roberto. “Sillas en la vereda” en Aguafuertes Porteñas op.cit.
10. ARLT, Roberto. “El idioma de los argentinos” en Aguafuertes Porteñas op.cit.
11. ARLT, Roberto. “El idioma de los argentinos” en Aguafuertes Porteñas op.cit.
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Roberto arlt la reivindicación del lenguaje popular a1a

  • 1. Roberto Arlt La Reivindicación Del Lenguaje Popular Por Pablo Colacrai Trabajo final presentado a la cátedra de Periodismo y Literatura La ciudad Arltiana “Arlt produce sus personajes y su perspectiva en las Aguafuertes, constituyéndose él mismo en un flâneur modelo. A diferencia de los costumbristas anteriores, se mezcla en el paisaje urbano como un ojo y un oído que se desplazan al azar.” Beatriz Sarlo, Una modernidad Periférica “El lenguaje participa en la vida a través de los enun- ciados concretos que lo realizan, así como la vida par- ticipa del lenguaje a través de los enunciados” Mijail Bajtin, El problema de los géneros discursivos Buenos Aires de principio de Siglo. Buenos Aires ecuménica, heterogénea, cosmopolita. Los años veinte arriban llenos de cambios y novedades. El tranvía y el ómnibus reconfiguran las distan- cias y los paseos. Los cables de alumbrado eléctrico reemplazan los antiguos sistemas de gas o kerosene. Los ciudadanos eligen a sus autoridades mediante el voto secreto, universal y obligatorio. Se presentan altos niveles de alfabetización1. En muy poco tiempo crecen notablemente los índices de estudiantes, tanto secundarios como universitarios. Se amplía el sector del público lector. Las capas medias y populares de la sociedad ingresan al fascinante mundo de la lectura y lo hacen impetuosamente. Se consolida en esos años el mercado editorial local... Este inmenso coktail de cambios provocó que una gigantesca revolución cultural se propague sobre la Buenos Aires del veinte, abarcándolo todo, sin descanso y sin pausa. Revolución cultural, revolución de ideas, de costumbres, de visiones del mundo, de la políticas, de la economía, de la ciencia. El suelo vibra, las antiguas formas y tradiciones no pueden comunicar la novedad, lo inédi- to. La ciudad cambia verborrágica, vertiginosa; muta constantemente, como un enorme camaleón, y sus habitantes con ella. Nacen nuevas ilusiones, esperanzas, así como también problemáticas y angustias. Vivir en la nueva ciudad es una experiencia desconocida para todos, apasionante y desa- fiante. Esta es la ciudad de Roberto Arlt; nueva y antigua, clásica y moderna, pero sobre todo distinta, distinta a todo lo antes visto, diferente en todos sus aspectos. Ya ningún adjetivo la abarca, la repre- senta. Es preciso reconstruirla, recorrerla, conocerla nuevamente; paso a paso, calle a calle, nego- cio a negocio. Arlt realizó este exhaustivo trabajo, vagando por los barrios, perdiéndose en ellos sin más destino que su distracción y sin más motivo que su inagotable curiosidad. Este flâneur moder- no, construyó su propia Buenos Aires llena de sillas en las veredas, de “furbos”, de “señores de camiseta calada”; repleta de misteriosos y novedosos personajes, de inventores de pacotillas, de señoritas ansiosas por casarse. Y necesitaba transmitirlo, contarlo, expresarlo; Arlt era, ante todo, un cronista. Para este cometido le era preciso que el lenguaje se adaptase a la sociedad que él experimenta- ba. No era posible insistir en formas anquilosadas y pretéritas del idioma, debían forjarse nuevas, 1
  • 2. que representen la vida misma, tal cual es, sin eufemismos ni ambigüedades. Un lenguaje directo que todos entiendan, que sea parte de la vida misma, de la calle, de los barrios y no uno impuesto desde afuera, desde la iluminación y el esclarecimiento. Arlt creía firmemente que vida y lenguaje están íntimamente relacionados y que intentar discernir entre ellos, realizando una quirúrgica separación, era una falacia. Defendió el lenguaje popular, el “porteño”, por encima de todos los demás, por considerarlo “natural”. Su obra transpira calle, trans- pira Buenos Aires. Ergueta hecha a Endorsain con un despreciativo, “rajá, turrito, rajá”2, y nada puede agregarse a esa elocuente frase. Ricardo Piglia en el prólogo de cuentos completos afirma que “Hay un extraño desvío en el lenguaje de Arlt, una relación de distancia y de ex- trañeza con la lengua materna, que es siempre la marca de un gran escritor. En este sentido nadie es menos argentino que Arlt (nadie más contrario a la “tradi- ción argentina”): el que escribe es un extranjero, un recién llegado que se orienta con dificultad en el vértigo de una ciudad desconocida”3 Investigar los intrincados vericuetos del idioma, analizar y explotar sus peligrosos intersticios, nunca temer a los precipicios sino desfilar por ellos, desafiarlos, jugar; así entendía Arlt a la literatu- ra. Siempre renovado y actual, siempre en permanente contacto con la vida y la ciudad, con sus términos y sus modismos, sus costumbres y sus vicios; Arlt pintaba a Buenos Aires en forma y con- tenido con una elocuencia que ningún otro escritor logró superar. Los lectores de Arlt “Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cual- quier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia”. Roberto Arlt, Prólogo de Los Lanzallamas Arlt escribe mal. La crítica, los medios especializados y más de un colega lo desprecian. Ensucia a la literatura, embadurnándola de calle y concupiscencia. Sus temas y su léxico están lejos de ser convencional y resultan repulsivos y desdeñables a los eruditos de la época. Sin embargo Arlt vende y vende, es leído y releído. El pueblo lo quiere, lo venera. “(el diario) El Mundo aumenta su tirada, se vende casi exclusivamente por las notas de Arlt”, afirma Raúl Larra. ¿Qué es lo que motiva esta contradicción? O mejor aún ¿existe aquí alguna contradicción? No, no existe ninguna. Arlt sabe muy bien para quien escribe y lo hace de la mejor manera, con su idioma. Arlt es popular, porque sus notas y sus libros son ávidamente consumidos por un merca- do rozagante de lectores compulsivos, pero también porque el último destinatario de sus escritos es el barrio, la “gente común”, los recién llegados a las letras y a la literatura. A ellos les escribe Arlt, y para hacerlo no existe mejor manera que mimetizárse con ellos, perderse en sus modismos y cos- tumbres, aprender incansablemente su léxico. Las aguafuertes fueron, sin lugar a duda, el nexo más fuerte que existió entre Arlt y su público. A partir de ellas se mostraba tal cual era, tal cual eran sus pensamientos y su inagotable sentido del humor. Exponía sus ideas sin ambages, con “la fuerza de un cross a la mandíbula”4. “Yo las escribo así nomás (a las notas), es decir converso así con ustedes, que es la forma más cómoda de dirigirse a la gente. Y tan cómoda que hasta algunos me reprochan, aunque gentilmente, el empleo de ciertas palabras. Uno me es- cribe: “¿Por qué usa la palabra “cuete” que estaría bien colocada si la hubiera 2
  • 3. puesto un carnicero?” Pero yo tomo el volumen dieciséis de la Enciclopedia Uni- versal Ilustrada y encuentro en la página 1042: “Cuete, m. Americanismo Cohe- te”5 Arlt está al lado del lector, en su casa, en el almacén, rondando la esquina. Mientras escuchan la radio, leen el diario, o matean; Arlt está allí. Ingresa subrepticiamente, a través de las sucias pági- nas del diario, en la vida cotidiana de la familia porteña. Es uno más, y se muestra orgulloso de ello. Reduce las distancias con el lector, las anula. Lucha denodadamente por mostrarse como un “ciu- dadano común”, por romper el mito del escritor de elite. “Y yo tengo esta debilidad: la de creer que el idioma de nuestras calles, el idioma en que conversamos usted y yo en el café, en la oficina, en nuestro trato íntimo, es el verdadero. ¿Qué yo hablando cosas elevadas no debería emplear esos términos? ¿Y porqué no, compañero? Si yo no soy ningún académico. Yo soy un hombre de la calle, de barrio, como usted y como tantos que andan por ahí. Yo he andado un poco por la calle, por esas calles de Buenos Aires, y las quiero mucho, y le juro que no creo que nadie pueda rebajarse ni rebajar al idioma usando el lenguaje de la calle, sino que me dirijo a los que andan por esas mis- mas calles y lo hago con agrado, con satisfacción”.6 No sólo reivindica el lenguaje popular sino que lo usa, experimenta con él, lo exprime. Investiga lugares por donde nadie ha estado, introduce a la vida en la literatura y así la literatura gana vida y realismo. Defiende los modismos y el léxico; y los defiende de la única manera que lo sabía hacer: con “uñas y dientes”; y esto en el universo Arlt debe leerse con palabras y palabras, con notas y notas, con escritura y más escritura. Sin embargo existe en la obra de Arlt un “plus” de talento que es innegable. Quién piense que todo su mérito fue saber dirigir sus textos y sus posturas estaría olvidando la fuerza y la verborragia que trasmite toda su obra. Y su público lo sentía: había un “algo más” en Arlt. Vivía la misma la rea- lidad, transitaba las mismas calles, sufría los mismos pesares, pero los plasmaba soberbiamente, los embellecía, les sacaba lustre como a un mueble viejo, descubriendo debajo de su opaco color un brillo imperceptible a cualquier ojo inexperto. Donde todos pasaban sin notar nada anormal, él percibía una historia, una trampa del destino, una verdad metafísica oculta. Al público le importa la opinión de Arlt, porque él es uno de ellos, pero sobre todo porque posee un secreto instinto para trocar lo cotidiano en mágico, en universal. Así, por ejemplo, entiende que el hecho de que subsis- tan los talleres de recompostura de muñecas implica necesariamente la existencia de sentimientos tales como el egoísmo y la tacañería; afirma, a partir de que la mujer de un médico visita a un cu- randero, que las mujeres necias se mueren por los charlatanes. Estos procedimientos se repiten con sobrada frecuencia en la obra de Arlt. Lo ordinario, lo usual, cobra un significado por entero distinto; es, de alguna manera, rescatado, valorado. No hay hechos menores, no hay anécdota que no merezca ser contada e interpretada. Arlt se convierte entonces en una suerte de mi- cro-historiador, en el cronista de las pequeñas cosas; que pasadas por el impredecible filtro de su pluma, ganan universalidad e interés. El lenguaje Arltiano “Yo creo que el lenguaje es como un traje. Hay razas a las que les queda bien un determinado idioma; otras en cambio, tienen que modificarlo, raerlo, aumentarlo, pulirlo, desglosar giros, inventar sustantivos.” Roberto Arlt, Aguafuertes porteñas 3
  • 4. Arlt realiza quizá la mejor reivindicación del lenguaje popular que puede hacerse, no lo preconiza desde la ilustración para defender algún petrioterismo barato, ni desprecia su escritura en pos de ser entendido. No existe dentro de la obra de Arlt una pauperización adrede de sus textos, que siempre implica inmanentemente el más grande de los sectarismos y elitismo. Arlt se dirige a la gente, al pueblo, utiliza su idioma, sus formas y las mixtura con otras extrañas, “cultas”. De esta manera el lenguaje popular se ve reivindicado por un lado y engrosado y alimentado por otro. Es imposible saber si esta suerte de instrucción formaba o no parte del “plan Arlt”, o si solamente lo hacía porque no conocía otra manera de escribir; lo cierto es que a partir de esos pequeños giros, se despegaba sutilmente de sus lectores; imponía una mínima pero significativa distancia. Así en- tonces, la literatura Arltiana cumple la paradójica función de acercarse infinitamente hasta sus lecto- res a la vez de marcar una precisa lejanía. Esta heterogeneidad transmitida por Arlt siempre redundó en resultados positivos. Cerca y lejos, porteño y universal, popular y culto; desafía los límites, los derriba. Su escritura se inserta en lo pequeños intersticios de la sociedad, en rincones inexplorados y oscuros. Dentro de esta investiga- ción y transgresión debe mencionarse el impecable sentido de humor que Arlt vertía en sus agua- fuertes. Pero Arlt no es un comediante, ni quiere serlo, sino que utiliza otros recursos del humor para matizar sus textos, verbigracia: la hipérbole y la ironía. La primera de estas figuras fue brillantemente descrita por Beatriz Sarlo: “La hipérbole (es) la figura de la exageración, un modo del lenguaje por el cual el escritor renuncia a la verosimilitud para lograr el impacto de una evidencia más allá de todo verosímil. Por insistencia e intensificación, el primer eslabón de una hipérbole se encadena en amplificaciones sucesivas”7 Arlt es hiperbólico, exagera, se excede. Según Sarlo esta fascinación por el énfasis se debe a su falta de seguridad, falta de seguridad de sus conocimientos, de su origen, de su escritura. El fortis- simo que Arlt impone a sus trabajos correría el riesgo de caer en la mediocridad de toda exaltación extrema, perder así su valor de original y pecar de “demasiado”. Por otro lado: la ironía. Decir algo queriendo decir “otra cosa”. Debe realizarse aquí una adver- tencia: la ironía es un recurso verbal por excelencia, ya que para que se produzca el desplazamien- to de los significados (ignorando los significantes o invirtiendo su significado habitual) deben con- vergir factores como: conocimiento con el interlocutor, contexto, entonación, etc. Trasladar a la es- critura este recurso es una operación sublime y sólo puede lograrla con eficacia quien maneje con pericia ambos discursos: el cotidiano y el escrito. Indudablemente con la incursión de este tipo de subterfugios Arlt se acerca a sus lectores, les hace un guiño, una seña, los pone de su lado, les demuestra que es a ello a quien les escribe, no sólo por lo que dice sino por “como lo dice”. El lector entiende la parábola del discurso, su pequeña desviación y se siente reconfortado porque sabe que está dirigida hacia él y que es probable que no todos la interpreten. Arlt corre aquí un riesgo similar al que se exponía que con la hipérbole: su discurso puede pres- tarse a interpretaciones espurias, que contradigan su verdadero objetivo. Por un lado: el exceso. Por el otro: la incomprensión o tergiversación. En el medio: Arlt; jugando con los extremos, uniéndolos, denostándolos. No temía ser incomprendido porque tenía plena confianza en sí mismo (probable- mente dudaba de la estilística de su literatura, como afirma Sarlo, pero nunca dudo de los destinata- rios, a quienes conocía y comprendía). Así entonces, cuando describe al “guardián del umbral”8, este pintoresco personaje porteño, rea- cio a todo tipo de trabajo, el “Socrates del conventillo”; en ningún momento efectúa un juicio de va- lor, es más, los adjetivos que ensalzan al sujeto son siempre elogiosos. Sin embargo, el lector sabe 4
  • 5. que es una clara crítica a esa procaz forma de vida que necesita de su mujer (la joven lavandera) para poder subsistir. Este “decir más con menos” es altamente apreciado por los lectores. Otro ejemplo: en el aguafuerte “Yo no tengo la culpa”, afirma que era expulsado de las escuelas con sobrada frecuencia debido a lo impronunciable de su apellido. Repite aquí los artilugios que encontraremos a lo largo de toda su obra. Nadie cree, ni debe creer, que es esa la razón de sus expulsiones, pero agrada y es bienvenida la imaginación, la excusa increíble, la mordacidad. Arlt vuelve mostrarse como uno más, en pos de fusionarse con sus lectores utiliza sus más conocidos giros, y una vez que lo logra le agrega el extra que posee y guarda para demostrar porque él es Roberto Arlt. La ambigüedad del discurso Arltiano “La crítica se ha extendido sobre el vínculo entre las novelas de Arlt con el folletín y con las malas traduc- ciones. Pero también se lo puede entender fascinado por los nuevos textos y prácticas de la técnica y la ciencia, de la química, de la física y de esos simula- cros de ciencia popular que circulaban por entonces en Buenos Aires, bajo las etiquetas de hipnotismo, es- piritismo, parapsicología, transmisión telepática”. Beatriz Sarlo, Una modernidad periférica Ahora bien, Roberto Arlt es popular, respetado, leído. Las clases trabajadoras se sienten repre- sentadas en sus escritos y en su lenguaje, sin embargo Arlt no se conforma con ser el escritor del pueblo, tiene apetito de más: quiere ser un escritor con “todas las de la ley”. Declara leer únicamen- te a Dostoievky y a Flaubert, pero de la lectura de sus textos se desprenden una infinidad de indi- cios que indican que Arlt era un lector compulsivo. Leyó sin dudar cuanto libro estaba a mano: des- de manuales de química y física hasta las novelas de folletines tan comunes en su época. Como resultado se forjó en él una formación asombrosamente ecléctica; y este inmenso popurrí de sabe- res es el que se vierte inevitablemente en sus textos. Los conocimientos que Arlt plasma en sus aguafuertes, así cómo en los personajes de sus nove- las, son los “saberes del pobre”, los saberes populares; construidos sobre la base de la lectura de diarios, revistas y manuales baratos. No obstante Arlt vuelve a efectuar un secreto pase mágico y sigilosamente deja entrever otros conocimientos que no declara a viva voz, pero que atraviesan su obra y su escritura. Seguramente leía mucha más literatura de lo que declaraba públicamente; a modo de ejemplo, en la aguafuerte “el furbo”, en la cual se declara “un filólogo lunfardo” (realizando un impecable jue- go de palabras con dos expresiones que pertenecen a universos diametralmente opuestos) para ejemplificar utiliza al homérico Ulices. Ulices es, según nos dice Arlt, el arquetipo del “furbo”: enga- ñador, pícaro, astuto, sutil. Antes bien, habíamos afirmado que el lenguaje arltiano era “popular”, pero muy poco tiene de popular las desgraciadas andanzas del héroe griego. Arlt repite esta acción con cierta frecuencia: para plasmar el encanto de las sillas en la vereda las compara con las sire- nas9 (otra vez Homero). Así, analizando en detalle su obra nos encontraremos con infinidad de epítetos, palabras, alusiones y referencias a mundos harto distantes de lo popular y de las lecturas populares. Esta convergencia de estilos y esferas le otorga a la literatura arltiana una infinita gama de recur- sos que redundan indefectiblemente en la sorpresa del lector. Arlt no sólo “saca palabras de todos los ángulos”10 sino que también recurre a expresiones foráneas, mixtura idiomas y lenguajes, expe- riencias y lecturas, culto y popular, calle y biblioteca. Siempre inesperado e insólito, nunca cesa de desconcertar. 5
  • 6. La argumentación dentro de la Obra Arltiana “En último término su obra es apenas «intelectual»; la escritura tiene en él una función de cauterio, de ácido revelador, de linterna mágica proyectando una tras otra las placas de la ciudad maldita y sus hombres y mujeres condenados a vivirla en un permanente mero- deo de perros rechazados por porteras y propietarios. Eso es arte, como el de un Goya canyengue” Julio Cortazar, Apuntes de relectura Para finalizar queda por analizar un bastión fundamental en la obra arltiana: su argumentación. Probablemente debido a su afición por las ciencias y los manuales, Arlt era un eximio defensor de sus teorías y posturas. Nunca emitía una sentencia sin demostrarla y explicarla, más de una vez de modo cuasi pedagógico. Poseía una lógica impecable, y una retórica sin fisuras. El objetivo de sus textos siempre es claro y preciso, esto le otorga una fuerza demostrativa inusitada que Arlt sabía entrecruzar sabiamente con los recursos antes mencionados. La astucia y el ingenio le permitieron afrontar las más diversas problemáticas, siempre tenía algo que opinar, siempre poseía un juicio formado y siempre, indefectiblemente, apelando a un sinfín de recursos, conseguía que los lectores apoyen su causa, piensen como él lo hacia; y al culminar sus textos sientan la reconfortante sensa- ción de coincidir con los preceptos de un escritor de la talla de Roberto Arlt. El aguafuerte “El idioma de los argentinos” es quizá el más acabado ejemplo de la escritura Arl- tiana, conviven en él todas las argucias y artificios lingüísticos que Artl detentaba. A raíz de una entrevista realizada a Monner Sans donde éste afirma que en Argentina están apareciendo espurias formas del lenguaje y donde agradece la suerte de que “altos valores intelectuales argentinos” estén realizando una “obra depuradora”; Roberto Arlt despliega todo su bagaje argumentativo. En primer lugar expone el discurso de Monner Sans, después lo desglosa para poder atacarlo con mayor facilidad, se ríe de sus palabras y modismo: “me he echado a reír de buenísima gana, porque me acordé que a esos valores ni la familia los lee, tan aburridos son”. A continuación actúa su conocido mecanismo de hipérbole y le cuenta (a Monner Sanns, porque el texto está escrito hacia él) que conoce a uno de esos valores que para decir “se comió un sandwich” debió decir: “y se llevó un emparedado de jamón a la boca”. Ironiza, exagera, divierte, entretiene y logra que su dispu- ta personal sea la pelea de todos, todos luchamos junto a Arlt esta reyerta lingüística, y todos tene- mos la misma sensación: Arlt será el vencedor. Remata creando una irrisoria comparación: “querido Monner Sans: La gramática se parece mu- cho al boxeo. Yo le explicaré.”. Superioridad total, Arlt enseña, muestra la verdad como a un niño y a la vez de una manera que todos los lectores lo puedan entender. Lo que sigue es una explicación que no posee desperdicio, el parangón con el boxeo (disciplina muy de su agrado) es perfecto y no presenta impurezas, convence sin violencia, no impone, propone; provocando una grata sensación de diversión y alegría. Pero Alrt no se conforma con ganar la pelea, necesita sentar posiciones, ganar terreno, reafirmar sus teorías. Nuevamente la discusión se convierte en trascendental, de la contingencia hacia la esencia, sin solución de continuidad. “Los pueblos bestias se perpetúan en su idioma, como que no teniendo ideas nuevas que expresar, no necesitan las palabras nuevas o giros extraños, pero, en cambio, los pueblos que, como el nuestro, están en constante evolución, sa- can palabras de todos los ángulos, palabras que indignan a los profesores, como lo indigna a un profesor de boxeo europeo el hecho inconcebible de que un mu- 6
  • 7. chacho que boxea mal le rompa el alma a un alumno suyo que, técnicamente, es un perfecto pugilista”11 El lenguaje popular no podría haber sido mejor defendido, audazmente, sin vueltas, empero, con un talento inigualable. Un escritor gramaticalmente incorrecto puede realmente plasmar la verdad que viven día a día sus contemporáneos, sus vecinos, sus amigos; porque no se detiene en las formas, no se amarra tercamente al pasado, crece junto con la ciudad, con los edificios, con la cien- cia. Adopta nuevos modos, términos, desecha los que ya no son útiles, puesto que el objetivo final es transmitir, llegar al público, ser comprendido, leído. Esto no se consigue sosteniendo antiguos resquemores y temores sino fluyendo continuamente, siendo fuente y receptor de cambios, y, sobre todas las cosas, admitiendo que puede existir una verdadera literatura, un verdadero idioma, un verdadero lenguaje, que se encuentre por fuera de las laberínticas bibliotecas. Notas y referencias: SAITTA, Sylvia, Prólogo de Aguafuertes Porteñas SARLO, Beatriz, Artículo “Roberto Arlt, el extremista” en Diario Clarín, 2 de abril de 2000. SARLO, Beatriz, Una modernidad periférica. Buenos Aires 1920 y 1930. Editorial Nueva Visión, Buenos Aires, 1988. SARLO, Beatriz, La imaginación técnica, Editorial Nueva Visión, Buenos Aires, 1997. ESQUIVADA, Gabriela, Atrículo “Y dicen que escribia mal” en Revista Veintidos, 30 de marzo de 2000 RETAMOSO, Roberto, “Crónicas de la ciudad”. Artículo de cátedra 1. “A mediados de 1930, en Buenos Aires, los analfabetos nativos alcanzan sólo al 2,39 por ciento sobre un total porcentual del 6,64 por ciento”. SARLO, Beatriz, Una modernidad periférica. 2. ARLT, Roberto. Los siete locos 3. PIGLIA, Ricardo. Prólogo de Roberto Arlt Cuentos Completos 4. ARLT, Roberto. Prólogo de Los Lanzallamas 5. ARLT, Roberto. “¿Cómo quiere que le escriba?” en Aguafuertes Porteñas. Buenos Aires. Ed. Losada. 1990. 6. ARLT, Roberto. Op. Cit. 7. SARLO, Beatriz. Roberto Arlt, el extremista 8. ARLT, Roberto. “El guardián del umbral” en Aguafuertes Porteñas op.cit. 9. ARLT, Roberto. “Sillas en la vereda” en Aguafuertes Porteñas op.cit. 10. ARLT, Roberto. “El idioma de los argentinos” en Aguafuertes Porteñas op.cit. 11. ARLT, Roberto. “El idioma de los argentinos” en Aguafuertes Porteñas op.cit. 7