1. LAS LENGUAS DE ESPAÑA I: EL CASTELLANO O ESPAÑOL
1. DE LA ACTUALIDAD A LA PREHISTORIA DE LAS LENGUAS DE ESPAÑA
España ha sido a lo largo de la historia, lo mismo que en la actualidad, un país multilingüe. En
algunos períodos (en el siglo XVIII con los Decretos de Nueva Planta, de 1939 a 1975 durante el
franquismo...) la política ha intentado, sin conseguirlo, disfrazar esta realidad. Hoy día su mapa
lingüístico se compone de tres lenguas derivadas del latín (español o castellano, catalán y
gallego), otra más de origen desconocido (vasco), dos dialectos «históricos» del latín (leonés y
aragonés), aparte de la división dialectal que corresponde a cada una de las lenguas
mencionadas.
La Constitución de 1978 reconoce este carácter multilingüe (y, por ende, multicultural) de
nuestro país. Una lengua estatal se habla en todo su territorio y otras tres vernáculas, gallego,
catalán y vasco, se hablan, como cooficiales, en las comunidades bilingües (Galicia, País Vasco,
Navarra en parte, Cataluña, Valencia y las Baleares). En su preámbulo puede leerse que «la
nación española [...] proclama su voluntad de [...] proteger a todos los españoles y pueblos de
España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e
instituciones [la cursiva es nuestra]». Y según el artículo 3.°:
1. El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el
deber de conocerla y el derecho de usarla.
2. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas comunidades
autónomas de acuerdo con sus Estatutos.
3. La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural
que será de' especial respeto y protección.
La Constitución reconoce que cada comunidad puede legislar, promover y sancionar leyes que
regulan el uso, el aprendizaje, la normalización y la protección de las lenguas autóctonas (cf.
Leyes de normalización lingüística: País Vasco en 1982; Cataluña, Galicia y Valencia en 1983;
Islas Baleares y Navarra en 1986; cf. Tema 8)
Una buena parte de la historia de las lenguas de España es común. En esos siglos, en gran
medida oscuros por la escasez de los datos, cabe señalar un antes y un después de la llegada
del latín.
De lo anterior, de lo prerromano apenas se sabe algo y el gran interés de los investigadores se
centra en determinar qué ha podido quedar en el latín de las lenguas habladas durante
tiempos remotos en la Península. Suelen delimitarse grosso modo dos zonas: la costa
mediterránea desde Andalucía oriental hasta pasados los Pirineos estaría ocupado por los
iberos, quienes hablarían una (¿o más de una?) lengua (¿autóctona?), cuya escritura ha sido
descifrada, pero aún no interpretada. Actualmente se descarta la identificación de ésta con el
vasco, única lengua prerromana conservada. En la Meseta y en el noroeste se habrían
asentado, al menos, dos oleadas de pueblos indoeuropeos, de los que los celtas, los segundos
en llegar a nuestro suelo, nos son más conocidos que los primeros (astures, cántabros o
lusitanos). Es el léxico la parcela de la lengua que más se ha podido «beneficiar» de todos
ellos: tal vez ibéricas son barranco, charco, legaña o becerro; indoeuropeas serían páramo o
brío.
Recopilado por Cristina Ferrís
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Es la implantación del latín, de cualquier manera, el fenómeno que marca el inicio del proceso
histórico que desembocará en el español (o castellano), el catalán y el gallego (amén de
aragonés y leonés). Ahora bien, la romanización varió según las zonas —más temprana e
intensa en el sur y en el este, más superficial y tardía en todo el norte— y no se desarrolló
rápidamente. Cano lo explica así:
La latinización de los hispanos siguió a la conquista de éstos y a su romanización política: no
hubo imposición por parte de Roma, pero los ,hispanos comprendieron en seguida las ventajas
de hablar latín, de forma que, primero los príncipes y la aristocracia indígenas y luego todos los
súbditos, lo fueron aprendiendo; al principio como lengua para hablar con los nuevos señores;
luego como lengua de la cultura, el comercio y la política; y luego, por fin, como la única
lengua, también la de la familia y las labores diarias.
La decadencia política y cultural del Imperio tuvo como correlato la fragmentación del latín
hablado, proceso que se aceleró a raíz de las invasiones de los pueblos germánicos. El período
comprendido entre estas y el comienzo de la escritura en romance (siglos V al X, siempre
aproximadamente) coincide con el del surgimiento de las lenguas neolatinas, cuyos rasgos
principales son:
Desfonologización del rasgo de cantidad en el subsistema vocálico.
Diptongación de las vocales medias tónicas.
Síncopa de muchas vocales átonas.
Prótesis vocálica ante la S- líquida.
Surgimiento del orden palatal.
Degeminación de consonantes dobles, sonorización de oclusivas sordas y fricatización
de consonantes sonoras.
Ruina del sistema casual.
Sustitución de procedimientos sintéticos por procedimientos analíticos en el verbo
(por ejemplo, la aparición de perífrasis para el futuro o para la voz pasiva).
En realidad los pueblos germánicos, en algunos casos profundamente romanizados, influyeron
muy poco en el desencadenamiento de estas alteraciones. La llegada en el 711 de árabes,
beréberes, sirios... cambió drásticamente el curso de los acontecimientos. En palabras de
Cano:
Más importante aún que su influencia directa [en el léxico fundamentalmente, apenas hay algo
de árabe en la gramática o la fonética de las lenguas de España] mucho más trascendente, fue
el modo en que los árabes andalusíes condicionaron la evolución de las lenguas hispánicas. Los
centros cristianos de habla romance ya no fueron Toledo, Córdoba o Tarragona [activos desde
época romana], sino lugares tan oscuros como Ida Flavia (en cuyas proximidades surgió
Compostela), Oviedo, Amaya, Burgos, Pamplona, Jaca, Urgel..., lugares todos sin apenas
tradición latina, pero que recibieron las continuas oleadas de fugitivos de Al Ándalus, los cuales
fueron a mezclarse con los respectivos indígenas [...] De esa franja montañosa, tarde y mal
romanizada, inculta, con fuertes huellas de las lenguas prerromanas, nacieron los condados y
reinos de la España medieval, y en torno a esos nuevos centros fueron desarrollándose las
variedades dialectales que, más o menos homogeneizadas, cristalizaron en gallegoportugués,
Recopilado por Cristina Ferrís
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asturleonés, castellano, navarroaragonés (¿o navarro y aragonés?, ¿y el riojano?) y catalán [la
cursiva es nuestra].
2. EL CASTELLANO O ESPAÑOL
2.1. Historia y rasgos lingüísticos del castellano
Castilla estaba constituida en un principio, allá por el siglo VIII, por un conjunto de condados
pertenecientes al reino asturleonés. Alfonso I dispuso en el extremo oriental de su territorio la
construcción de una serie de castella, de fortificaciones con que intentaba detener las
incursiones musulmanas. Dichos condados gozaban de ciertos privilegios, como el sistema de
repoblación denominado presura, por el cual el rey concedía la tierra a aquel que la quisiera,
siempre y cuando se comprometiera a labrarla. La estructura social de esa nueva población se
caracterizará por estar integrada por hombres libres; estaban, eso sí, obligados a obedecer la
legislación leonesa, el Fuero Juzgo, heredada de la época visigótica.
Poco a poco los condes castellanos intentan independizarse de León. Lo conseguirán en el siglo
XL El primer rey fue Fernando I, hijo de Sancho el Mayor de Navarra. Momento muy
importante de esta época de «orígenes» es el de la reconquista de Toledo en 1085.
Desde siempre se ha sostenido que el castellano fue la más innovadora entre las variedades
romances de Hispania: este extremo estaría relacionado con las especiales características del
desarrollo político de Castilla. Se desarrolló con mayor libertad y estuvo abierta a las
innovaciones (recordemos al respecto el decisivo papel que los vascos desempeñaron en los
primeros momentos). Especialmente con Alfonso VI se rompe con la tradición visigótica: la
sustitución del rito litúrgico de aquella época o de la letra (en lugar de la cual se comienza a
escribir con la letra carolingia) así lo demostrarían.
En los primeros siglos el castellano carecía de uniformidad lingüística. Pueden distinguirse las
siguientes zonas dialectales:
A) Zona norte o primitiva Cantabria. Se caracteriza por una mayor tendencia al arcaísmo (aun
así, de esta zona es originaria la aspiración de F- inicial latina). La documentación procedente
del monasterio de Oña es reveladora de los rasgos que siguen:
Alternancia -eiro / -ero (se prolonga hasta el XII).
Asimilación de preposición y artículo: ennos, conna.
Conservación de -u final, sin evolucionar a -o.
Artículo lo.
Algún ejemplo aislado de diptongación de vocal abierta ante yod.
B) Sudeste del condado castellano, bajo la influencia del habla riojana. En Santo Domingo de
Silos se escribieron las Glosas Silenses bastante similares a las Emilianenses. Sus rasgos
principales son:
L seguida de yod evoluciona a palatal lateral.
El grupo KT evoluciona a -it-.
Conservación de los grupos iniciales PL- y a-.
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Diptongación de la segunda y de la tercera persona singular del presente indicativo del
verbo ser.
Caso posible de sonorización de sorda tras consonante: sapiento.
Al lado de estos rasgos presenta las siguientes particularidades:
Restos de antigua declinación en -u.
Casos de diptongación ante yod.
Posesivo de tercera persona lures.
C) Burgos. Presenta los siguientes rasgos:
Monoptongación de Al > e y de AU > o.
Diptongación de E y o abiertas tónicas >ie, ue desde el siglo X, con apenas casos de
vacilación.
No existe diptongación ante yod.
La L seguida de yod evoluciona a prepalatal fricativa sonora con rehilamiento.
Pérdida de la palatal y- en inicial procedente de G-, 1-e'r
Los grupos KT y ULT evolucionan a prepalatal africada sorda.
PL- , CL-, FL- iniciales palatalizan.
Simplificación del grupo MB en m.
La secuencia sci da lugar a dentoalveolar africada sorda.
El siglo XII viene caracterizado en lo político y en lo social por importantes hechos. Se afianzan
las diferentes nacionalidades: es época en la que se da la mayor división política desde que
comenzó la Reconquista, debido, por un lado, a los deseos expansionistas de algunos
monarcas y a la ausencia de herederos para algunos de los tronos. Surge, por otra parte, una
fuerte burguesía opuesta a la nobleza y al clero.
Mientras que al comienzo del reinado de Alfonso VII podían distinguirse tres grandes núcleos
políticos, condado de Barcelona, reino navarroaragonés y reino castellanoleonés, a su muerte
nos encontramos con cinco: Portugal, León y Galicia, Castilla, Navarra y Aragón con los
condados catalanes. Además de sus divisiones internas, existían cinco fronteras políticas y, por
ende, lingüísticas.
La Reconquista continúa su progreso: los reinos cristianos se enfrentan con almorávides y
almohades y consiguen extenderse hacia el sur de manera ostensible. Algunas de las plazas
ganadas, por ejemplo Almería, son posteriormente perdidas. Alfonso VIII pierde la batalla de
Alarcos.
Las conquistas de los distintos reinos cristianos están sujetas a pactos, de ahí que bajen en
«bandas verticales», con las repercusiones lingüísticas que ocasiona tal circunstancia. A pesar
de este reparto, la ocupación efectiva no será tarea exclusiva de cada reino, sino que contará
con contingentes procedentes de todos los sitios (por ejemplo, en la repoblación del reino
aragonés intervinieron francos y catalanes).
El avance hacia el sur de los romances norteños acarreará la desaparición de los dialectos
mozárabes. Así explica Lapesa la situación posterior:
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La desaparición de las hablas mozárabes cierra un capítulo de la historia lingüística española.
La Península quedó repartida en cinco fajas que se extendían de Norte a Sur. La central, de
dialecto castellano, se ensanchaba por Toledo, Plasencia, Cuenca, Andalucía y Murcia,
rompiendo el primitivo nexo que unía antes los romances del Oeste con los del Oriente
hispánico. La cuña castellana quebró la originaría continuidad geográfica de las lenguas
peninsulares. Pero después el castellano redujo las áreas de los dialectos leonés y aragonés,
atrajo a su cultivo a gallegos, catalanes y valencianos, y de este modo se hizo instrumento de
comunicación y cultura válido para todos los españoles.
Con el empuje de los avances territoriales surge una ideología de «cruzada» con un fuerte
desarrollo de la agricultura. Aumentarán, por ello, la producción y las rentas. Mejora,
asimismo, el comercio, lo que llevará a un contacto más fluido entre las zonas, contacto que,
en algunos casos, será cultural. Así se producirá el acceso a la cultura de la población en
general, cultura recluida con anterioridad en los conventos. Se trata, en fin, de un proceso de
secularización cultural.
Aparecen nuevas formas literarias no sólo en latín, sino —lo que resulta más destacado— en
romance. Frente a la historiografía latina escrita en los conventos, surgen nuevos géneros que
reflejan los ideales cortesanos y caballerescos de la aristocracia feudal y de otros grupos
sociales. Se registra la gran acogida de temas épicos y de la lírica provenzal, en
gallegoportugués sobre todo.
En cuanto a la épica, puede que ya existiese con anterioridad a la conservada, de manera tal
que el Cantar de mio Cid vendría a representar la culminación de un género con escasos
testimonios. La reforma cluniacense provocó el cambio de letra, lo que pudiera haber
determinado la desaparición de los testimonios escritos de esa épica más primitiva.
El romance se extiende a otros campos de la cultura. Los clérigos, que también participarían de
esta corriente literaria en romance, difundieron obras poéticas referidas a las vidas de santos y
obras piadosas. En el terreno jurídico también entró el romance: los documentos son, cada vez
más, redactados en romance, con el consiguiente abandono del latín. Con todo, esta seguía
siendo la lengua escrita más habitual en toda Europa. Al mismo latín se tradujeron las obras
más destacadas de la cultura hispánica gracias a la labor de la Escuela de Traductores Latinos,
que perduró en el siglo XIII en Toledo, Sevilla o Murcia bajo el patrocinio de Alfonso X.
Continúa el latín, por tanto, como lengua de cultura, aunque relegada a este ámbito, sólo
conocida por las capas cultas, mientras que el resto de la sociedad necesitará una literatura
también culta, pero escrita en romance.
Si entre latín y romance las diferencias son considerables, entre los distintos romances
peninsulares se mantienen muchas similitudes, lo cual permitía la intercomunicación (hay que
tener en cuenta que nunca las fronteras lingüísticas son tajantes). En estos momentos tenían
gran importancia aún las hablas locales porque la lengua literaria no había llegado a
normalizarse. Por ello, las primeras obras literarias ofrecen frecuentemente rasgos dialectales
propios de zonas concretas dentro de un mismo romance.
Por otro lado, el peso político de cada reino también supondrá una fuerte presión sobre los
demás dialectos, política y culturalmente. Así, el castellano se impondrá, de manera tal que en
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obras de otros dialectos aparecen frecuentes castellanismos (por ejemplo en la Razón de
amor).
Entre los siglos XI al XIII también se constata la influencia de otras lenguas, sobre todo del
francés y del provenzal, motivadas por las relaciones políticas, religiosas y comerciales
establecidas en la época. Las peregrinaciones a Santiago de Compostela influyeron de modo
determinante con la creación de nuevas poblaciones a lo largo del «camino francés». En zonas
como Navarra o Jaca aparecen documentos redactados en provenzal. Los occitanismos son
muy frecuentes en aquel entonces (cf. Auto de los Reyes Magos): doncel, linaje, salvaje, hostal,
peaje, español...
El siglo XIII es uno de los momentos más importantes de nuestra historia. Queda casi concluida
la Reconquista, en cuya empresa se unen los reinos cristianos con el apoyo de naciones
extranjeras. Los francos, no obstante, retiraron su apoyo acabando de esta manera el influjo
de que anteriormente habíamos hablado.
Tras la victoria de Navas de Tolosa, Fernando III ocupará la práctica totalidad del Valle del
Guadalquivir. La conquista de Sevilla en 1248 cierra una larga serie de victorias. Alfonso X, aún
infante, fue nombrado rey de Murcia; la sublevación de la población de aquella zona es
sofocada por una nueva reconquista a cargo de Jaime I.
Sigue siendo destacada la labor de las Escuelas de Traductores antes citada; el latín, sin
embargo, continúa siendo la lengua en que se imparten las clases en la Universidad: ello
permite el trasiego de profesores y alumnos por toda Europa.
Desde el punto de vista lingüístico, se producen acontecimientos fundamentales como la
«declaración» del castellano como lengua oficial de la cancillería, medida que será imitada por
las otras cortes, de manera que el latín desaparecerá de los documentos.
Asimismo, los documentos oficiales servían de modelo, con la consecuente uniformación
gráfica que esto conllevaba. Comienza de esta manera un proceso de nivelación que elimina
las variantes dialectales en la escritura. Ahora bien, los documentos oficiales no son las únicas
muestras escritas en este siglo. Surgen nuevas formas literarias: a la continuación de la
tradición épica hay que sumar la aparición del mester de clerecía o el género de los debates. El
progreso espectacular de la prosa literaria debe mucho a la labor alfonsí.
Fonéticamente, el siglo XIII no difiere esencialmente del siglo anterior. Las mayores
modificaciones se observan en los niveles morfosintáctico y léxico.
1. Fonética.
Impera el sistema alfonsí.
a) En cuanto al vocalismo:
Quizá por latinismo alternan las formas con o sin diptongo en conta / cuenta, fora /
fuera...
Alternan los timbres en el vocalismo átono: creatura / criatura.
Hay formas que aún no han tomado su timbre definitivo: logar.
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Alternancia de caída / conservación de algunas pretónicas o postónicas, ¿por
influencia culta?, ¿por arcaísmo?
Conservación de vocales iguales en algunos infinitivos: seer, veer.
Regularización de la apócope de -e / -o en el transcurso del siglo XIII.
En la Primera Crónica General, iniciada por Alfonso X y acabada por Sancho IV, la parte primera
está marcada por la abundancia del fenómeno de la apócope, incluso en el pronombre
enclítico. En la segunda parte de la obra se constata la apócope, pero con tendencia a la
regularización del fenómeno, así que se mantendrá o se perderá en las palabras que lo han
hecho hasta hoy. Según explica Lapesa:
El prestigio de los francos en el ambiente señorial y eclesiástico hizo que los extranjerismos con
final consonántico duro lo conservasen frecuentemente en español arcaico. Además,
incrementó en voces españolas la apócope de /-e/ final tras consonantes y grupos donde
apenas se perdía antes y donde más tarde ha vuelto a ser de regla la vocal [apócope «extre-ma
»]: noch, dix, mont, part...
En los primeros decenios del XIII, formas como fuent, part, nom `no me', tot dominaban de tal
modo en la lengua escrita que, a juzgar por el testimonio de los documentos notariales y de la
literatura parecería que la contienda estaba decidida. Pero la incorporación de los inmigrantes
extranjeros a la sociedad española se consumó a las dos o tres generaciones. Y esta
acomodación tuvo por resultado un creciente abandono de sus tendencias lingüísticas
originarias.
b) En cuanto al consonantismo pueden citarse:
La grafía x representaba el fonema prepalatal fricativo sordo. Con g, j o i se transcribía
el fonema prepalatal sonoro rehilado de articulación originariamente africada, pronto
fricativo.
Con c ante e, i o con 9 ante cualquier vocal se representaba el fonema dental africado
sordo. En cambio, la z transcribía el fonema dental africado sonoro. En posición
implosiva se neutralizaban en un sonido escrito como z.
La s en principio de palabra o tras consonante en posición interior y la ss entre vocales
representaban el fonema apicoalveolar fricativo sordo, mientras que la s simple
intervocálica era signo del correspondiente fonema apicoalveolar fricativo sonoro. En
posición implosiva la sordez o sonoridad de la sibilante no constituía rasgo distintivo y
dependía, como hoy, del carácter de la consonante siguiente.
El fonema labial sonoro que se transcribía como b no era el mismo que se
representaba con u o y; el primero era bilabial y oclusivo. El segádo era fricativo y de
articulación bilabial o labiodental según las regiones.
La aspirada no constituía fonema distinto de la f, sino alófono de ella. La presencia de f
en la escritura se dio hasta el siglo XV inclusive.
2. Morfosintaxis.
Aquí es donde se producen los mayores cambios:
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8. LAS LENGUAS DE ESPAÑA I: EL CASTELLANO O ESPAÑOL
Uso como femeninos de sustantivos procedentes de antiguos neutros latinos: profeta.
Aparición del determinante de: «bebió mucho del vino».
Artículo ante posesivo.
En los adjetivos terminados en -or no se produce todavía la distinción formal del
género: sabidor se empleaba tanto para masculino como para femenino.
El superlativo absoluto emplea generalmente la forma perifrástica con muy, mucho,
tan, bien más el adjetivo en grado positivo. Por primera vez en Berceo aparece -ísimo.
El diminutivo -iello entabla competencia con -illo.
Frecuente sustantivación de los infinitivos.
Frecuente uso de participios de presente, ¿por influjo latino, galicismo o arabismo?
Entre las formas verbales:
Mantenimiento de las vocales de seer, veer... hasta el siglo siguiente.
Los perfectos de la 2.a y 3.a conjugaciones, en su primera y segunda personas del
plural presentan la alternancia -iemos / -iestes con -irnos / -istes. Ese diptongo resulta
de la evolución de II>ie.
Se mantiene la -d- intervocálica.
Las formas del futuro y del condicional aparecen plenamente unidas. Algunas veces
pueden darse separadas para marcar el sentido de obligación. En otras ocasiones hay
que pensar en arcaísmo o en un intento de imitar modelos pasados.
Tanto el condicional como el imperfecto de la segunda y tercera conjugaciones
presentan una terminación aguda -é. Se podía dar también -íe con traslación acentual,
base necesaria para que en el XIV pasen a -ía.
Aumento del verbo tener indicando posesión en competencia con ayer. El número de
unidades del sistema conjuntivo aumenta. En Berceo son frecuentes las partículas
temporales como cuando, desque, de que, fasta... Con Alfonso X se incrementa
bastante: el desarrollo de la prosa historiográfica «trabada» en lugar de la sintaxis
«suelta» de la yuxtaposición lo provoca.
3. Léxico.
Se produce un gran desarrollo en este momento gracias al mester de clerecía y a la obra
alfonsí. Se amplía el vocabulario por la creación literaria de carácter culto: se hacía necesaria la
creación de nuevas voces para la expresión de conceptos en los distintos campos de la cultura.
Son numerosos los cultismos que entran por obra de Berceo, «el mayor introductor de
cultismos de nuestra historia», por Alfonso X, en los catecismos político morales... Las
traducciones del latín, del griego, del árabe o del hebreo requieren palabras de las que el
castellano drecho no disponía; suelen tomarse del latín. Los procedimientos de formación de
palabras también destacan en esta creación de nuevas palabras.
En el siglo XlV, tras la muerte de Alfonso X, el trabajo de sus escuelas disminuyó en intensidad
y redujo su campo de acción. Fuera de la corte la actividad literaria culta se dedica bien a la
didáctica moralizante, bien a la evasión de la fantasía. Se produce entonces el triunfo definitivo
de la norma escrita propuesta por el rey sabio.
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9. LAS LENGUAS DE ESPAÑA I: EL CASTELLANO O ESPAÑOL
Desde el segundo cuarto del siglo la literatura castellana cuenta con autores notables como
don Juan Manuel, el Arcipreste de Hita, Sem Tob de Cardón o Pero López de Ayala. Por otro
lado, el castellano invade el terreno reservado al gallego, y así a fines del XIV, aunque algunos
de los poetas más antiguos de los seleccionados en el Cancionero de Baena prefieran el gallego
para la lírica amorosa, la mayoría de la producción se escribe en castellano. El gallego usado
era, en cualquier caso, muy impuro. Su importancia anterior deja huellas en el castellano en
forma de algunos préstamos como coita, liego o alguien.
El dialecto leonés se mezcla con el castellano en cierto número de producciones literarias. En
cambio, la independencia política de Aragón y su unión a Cataluña explican la mayor
resistencia del dialecto aragonés así como el fuerte influjo del catalán.
Desde el punto de vista lingüístico en el siglo XIV la lengua liquida algunas de sus más
importantes vacilaciones y busca el camino de su regularización. Así, por ejemplo:
La apócope extrema de -e está en decadencia. El Arcipreste conserva como fenómeno
popular arcaico algo que anteriormente era preferencia de señores y clérigos. En 1400
era absoluta la recuperación de la vocal final, salvo, como hoy, cuando quedaban
como finales las consonantes d, l, n, r, s, z no agrupadas.
El diminutivo –illo arraigado en Castilla desde tiempos remotos, pero rehusado por la
lengua literaria, que prefería -iello, se generaliza ahora.
Sin éxito tan grande se propaga la aspiración de la F- inicial.
Los imperfectos y condicionales en ié pasan a -ía, aunque la desaparición de las formas
primeras no fue total.
Comienza a omitirse la -d- en las desinencias verbales de segunda persona del plural.
Aumentan los casos de nos otros, vos otros junto a nos y vos. Las formas compuestas
ponían de relieve el contraste con otra persona o pluralidad.
En cuanto al léxico, hay que decir que a lo largo de este siglo continúa sin interrupción la
entrada de cultismos en el ámbito universitario y en las traducciones de obras doctrinales e
históricas. Los cultismos, que habían mantenido su forma sin alteración destacable durante la
época alfonsí, vuelven a verse modificados con las deturpaciones propias de la transmisión
oral descuidada y la consiguiente ultracorrección.
El castellano del siglo XV está marcado por el nuevo rumbo cultural que supone el movimiento
humanista. Dante, Petrarca y Bocaccio empiezan a ser leídos e imitados. No es menor,
asimismo, la ya larga influencia francesa, pero la conquista de Nápoles por Alfonso V de
Aragón intensificaría las relaciones literarias con Italia.
Crece el interés por el mundo grecolatino: la antigüedad es vista como un ideal superior, con el
consecuente desdén por todo lo medieval. Resultado de esta admiración fue el intento de
trasplantar al romance «rudo y desierto» usos sintácticos latinos sin dilucidar antes si
encajaban o no dentro del sistema lingüístico:
El hipérbaton («a la moderna volviéndome rueda»).
El participio de presente en lugar de subordinadas de relativo.
El empleo del infinitivo dependiente de otro verbo.
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10. LAS LENGUAS DE ESPAÑA I: EL CASTELLANO O ESPAÑOL
Aparición del verbo al final de la frase.
La adjetivación empieza a prodigarse, con frecuente anteposición.
La prosa busca, según Lapesa, «amplitud y magnificencia, desarrollando las ideas de manera
reposada y profusa y repitiéndolas a veces con términos equivalentes». El latinismo alcanza
con mayor intensidad al vocabulario, pues los autores introducen sin medida gran cantidad de
voces cultas. La entrada de estos elementos latinos desbordó las posibilidades de absorción
que tenía el idioma, por lo que no debe extrañar que muchos de estos neologismos se
olvidaran pronto. Ahora bien, esta poderosa corriente de refinamiento no pudo hacer olvidar
el lenguaje popular.
También se introdujeron galicismos como dama, paje, gala o italianismos como lonja, florín,
belleza, galera, avería.
En lo que respecta a la lengua todavía pervivían muchas de las inseguridades:
Alternancia de grafías -t / -d finales.
La F- inicial, preferida en la literatura, luchaba con la aspirada en el habla.
Las vocales átonas alteraban con frecuencia su timbre.
Restos de pérdida de la -e final.
Entre los siglos XV y XVI los historiadores de nuestra lengua han señalado la existencia de una
época de transición denominada español preclásico. En la corte enseñan humanistas
procedentes de Italia como Mártir de Angleria o Lucio Marineo Sículo; cabe destacar, además,
la labor de Nebrija (cf. su Vocabulario o su Gramática de 1492) o de Cisneros, quien funda la
Universidad de Alcalá y encarga la elaboración de la Biblia Políglota. Se multiplican las
traducciones de obras clásicas; la difusión del conocimiento se vale de un instrumento eficaz
como es la imprenta. El idioma en estos años, en palabras de Lapesa, «continúa despojándose
del lastre medieval»:
Desaparece la alternancia gráfica de -t / -d finales.
La literatura conserva restos de F-, pero ya es general h-.
La conjunción copulativa y alterna con e.
La negación non con no.
Se registran vacilaciones en el vocalismo átono.
En los cultismos se consolida la adaptación de la fonética latina a los hábitos de la
pronunciación vulgar, reduciendo los grupos de consonantes.
En cuanto a la morfología:
Contienden os y vos como pronombres objeto.
Las antiguas terminación con -d- de la segunda persona del plural son sustituidas por -
áis, -ás, -éis, -és...
Escasea ya el uso de artículo más posesivo.
Perduran formas del artículo como ell al lado de el.
Só, vó, está junto a soy, voy, estoy.
Irnos, ides alternan con vamos, vais.
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11. LAS LENGUAS DE ESPAÑA I: EL CASTELLANO O ESPAÑOL
En estos años la unidad lingüística del centro de la Península está casi totalmente consumada:
el leonés sobrevive como habla rústica; el aragonés bajo el influjo del castellano desapareció
del uso literario y notarial. En las regiones de lengua catalana y en Portugal también se usó el
castellano, al menos entre algunos autores literarios. Dentro del dominio castellano, a su vez,
hay que señalar algunas modalidades regionales:
En primer lugar, el habla de Castilla ya había perdido tiempo atrás la aspiración
procedente de la F- inicial, y neutralizaba la distinción entre las bilabiales sonoras. En
esa zona debía de haberse iniciado el ensordecimiento de las sibilantes, como
demostrarían las cacografías.
En Sevilla y la costa atlántica de Andalucía las africadas dentales africadas habrían
perdido el momento de oclusión, con lo que serían fricativas. Así las cosas, se con-fundirían
con las apicoalveolares, también fricativas. Desde esa zona se propagaría el
fenómeno a Córdoba, Antequera, zonas de Jaén y, por fin, al recién reconquistado
Reino de Granada. Por otro lado, se extendería a Canarias y a América, donde el
contingente de andaluces era el mayor.
Toledo, «capital del bien decir», se mantenía al margen de unas y otras innovaciones.
En los siglos XVI y XVII la función de «potencia» mundial que le correspondió al reino unificado
por los Reyes Católicos, en manos de Carlos l se traduce en la extraordinaria difusión que la
lengua española alcanza. Su literatura es leída y traducida en Europa, sus tropas dominan
militarmente en Alemania o en Italia, las conquistas en el Nuevo Mundo transplantan la lengua
«allende los mares». Dentro de la Península la lengua literaria se unifica: así, el catalán queda
restringido al ámbito familiar.
Entre los autores más destacados de la primera mitad del XVI se encuentran Garcilaso de la
Vega o Juan de Valdés, con quienes, como afirma Lapesa, «comienza a forjarse nuestra lengua
clásica». No en vano, nos encontramos en la época áurea del español, cuando se configura
como lengua moderna:
A) Fonética y fonología.
a) Eliminación de arcaísmos:
Disminución de las vacilaciones de timbre en el vocalismo átono.
Desaparición de la F- inicial, salvo en cultismos.
Conservación en decadencia de los grupos consonánticos que la lengua hablada ya
habría simplificado o transformado.
b) Transformación del consonantismo. Se constata un cambio radical en el consonantismo: si
bien las modificaciones ya se habrían iniciado en la época medieval, la generalización se
produciría en la segunda mitad del siglo XVI y en la primera del siglo XVII, de esa manera se
consumaba «el paso del sistema fonológico medieval al moderno»:
Neutralización de la distinción oclusiva / fricativa en las bilabiales sonoras. Se daría, en
principio, en las regiones del norte, mientras que en Toledo o Andalucía se
conservaría.
Recopilado por Cristina Ferrís
12. LAS LENGUAS DE ESPAÑA I: EL CASTELLANO O ESPAÑOL
El ensordecimiento de las sibilantes también se irradió desde Castilla la Vieja.
(Estos dos fenómenos separan con claridad Castilla la Vieja y Toledo. El consonantismo
castellano viejo, frente al prestigiado toledano, «se contagiaba fácilmente por representar una
simplificación cómoda del sistema, unidad a un reajuste clarificador» según Lapesa. Para que
ese consonantismo triunfara fue decisivo que la corte real se instalara en Madrid: el rápido
crecimiento de esta ciudad debió de hacerse mayoritariamente con población del norte de la
Península, lo que determinó un cambio de la norma.)
En las sibilantes dentales se vieron alterados la forma y el punto de articulación. En
primer lugar de africadas pasaron a fricativas; las fricativas resultantes, por
ensordecimiento de la sonora, se igualaron en un solo fonema interdental. En el sur (y,
desde allí, en Canarias y América), como ya hemos indicado, el segundo de los cambios
no se produjo, pues las sibilantes dentales fricativas sustituyeron a las apicoalveolares.
Las prepalatales, desaparecidos por aflojamiento los restos de africación y ensordecida
la sonora, confluyeron en la sorda. Para evitar la confusión de ese resultado con las
sibilantes apicoalveolares, en el castellano se retrasó la articulación al velo del paladar.
En las regiones donde se conservaba la aspirada procedente de la F- latina, la velar
sorda se hizo también aspirada.
c) Meridionalismos que salen del estado latente:
Yeísmo.
Confusión de r / la final de palabra o de sílaba.
Aspiración de -s final de palabra o de sílaba.
Relajación de -d- intervocálica.
B) Morfosintaxis.
En la primera mitad del siglo XVI la conjugación presenta aún muchas inseguridades. A
principios del siglo siguiente la lengua ya había elegido las formas que habían de
prevalecer en casi todos los casos.
Otros arcaísmos como amávedes / amavais, en cambio, subsistieron hasta la época de
Calderón.
La contienda entre nos, vos / nosotros, vosotros se resuelve a favor de las formas
compuestas, no equivocas.
Se creó el plural quienes para el relativo quien.
Los usos de ayer/ tener se delimitaron: ayer quedó reducido al papel de auxiliar de
todos los tiempos compuestos, incluidos los de verbos intransitivos y reflexivos (que,
como se recordará, empleaban ser).
El reparto entre estar/ ser parece ya configurado en líneas generales, si bien de
manera menos fijo que actualmente.
La forma en -ra ha perdido por completo su valor originario de pluscuamperfecto de
indicativo.
Extensión de a ante el acusativo de persona y cosa personificada.
Recopilado por Cristina Ferrís
13. LAS LENGUAS DE ESPAÑA I: EL CASTELLANO O ESPAÑOL
El acontecimiento más relevante del español moderno (siglos XVIII-XIX) es sin duda alguna la
fundación de la Real Academia Española (1713), que publicó el Diccionario de Autoridades
(1726-1738), la Orthographia (1741) y la Gramática (1771). Esta obra permitió una
normalización del español que durante la época anterior no había sido posible, pues, como
indica Lapesa, «los preceptos gramaticales habían tenido escasa influencia reguladora». Aclara
el mismo autor que «no es que se detuviera la evolución del idioma, cosa imposible, pero
novedades y vulgarismos tropiezan con la barrera de las normas establecidas».
En el siglo XVIII se «resolvieron» dos de los problemas que más inseguridades habían
generado:
a) Los grupos consonánticos de las palabras cultas: se trataba de decidir si su
pronunciación debía observar la articulación latina o si se podían simplificar. Encontramos así
concepto o efecto al lado de luto o fruto.
b) La ortografía: él sistema gráfico del Siglo de Oro era, en esencia, el mismo de la época
alfonsí, así que se mantenían oposiciones gráficas muy alejadas de la pronunciación y se daban
enojosas duplicidades. Para evitar estos problemas la Academia propuso:
Reservar la u para la vocal y la v para la consonante.
Supresión de la cedilla, de manera que queda c+e, i y z+a, o, u.
La b y la v se repartirán según la etimología.
Supresión de ss / s a favor de la grafía simple.
C, en vez de q, para palabras como cuatro.
En 1815 fue cuando quedó definitivamente fijada la grafía.
En estos dos siglos se incorporan también al español numerosos galicismos, sobre todo léxicos:
petimetre, ambigú, miriñaque, pantalón, chaqueta, tisú... También anglicismos, aunque no
demasiados por entonces (en contraste con lo que ha ocurrido en el siglo XX).
Entre las características, tendencias y problemas del español contemporáneo cita Lapesa:
La tendencia al desplazamiento de la posición del acento por razones expresivas.
La eliminación o, al menos, el debilitamiento de la -d- intervocálica en la terminación -
ado.
El yeísmo.
La pérdida de la -s implosiva y final.
Relajación de la presión culta en relación con los grupos consonánticos.
En cuanto a la adaptación de los extranjerismos con finales extraños, se prefiere el
respeto de su forma originaria.
La formación de unidades léxicas complejas mediante aposiciones (tipo peso mosca).
Según Lapesa, comenzó siendo propio de la creación literaria, pero con el tiempo se ha
convertido en procedimiento cotidiano. En estos giros el sustantivo asume funciones
de adjetivo, sin ningún tipo de alteración reseñable.
Extensión del empleo del adjetivo en función adverbial, sin -mente: ver claro.
Recopilado por Cristina Ferrís
14. LAS LENGUAS DE ESPAÑA I: EL CASTELLANO O ESPAÑOL
En lo que se refiere a la sintaxis verbal, se constata la tendencia a flexibilizar los usos y
a simplificar los paradigmas. Así, el imperfecto y el pluscuamperfecto de indicativo
invaden el terreno del condicional e imperfecto y pluscuamperfecto de subjuntivo en
las condicionales. En el lenguaje periodístico abunda el empleo del «condicional de
información no asegurada» o el abuso de la pasiva.
Adopción de americanismos léxicos como dictaminar, novedoso, receso...
Recopilado por Cristina Ferrís