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LA SOBERANÍA DE DIOS
Dr. Juan R. Mejías Ortiz
Pastor ICDC Río Arriba Saliente
                                                                Así dice Jehová, Rey de Israel y su Redentor, Jehová
                                                                de los ejércitos: Yo soy el primero y yo soy el
                                                                último, y fuera de mí no hay Dios.         Isaías 44:6

        El presente artículo emerge del reclamo de la juventud Discípulos de Cristo para que se
les explique, de manera general, el concepto doctrinal de la soberanía de Dios. La soberanía
divina es un tema cardinal dentro del pensamiento teológico de la iglesia cristiana. Desde el
periodo nuevatestamentario hasta las escuelas teológicas contemporáneas se contempla la
incursión del tema en los tratados teológicos. De igual manera, dicha preminencia temática ha
levantado polémicas y discrepancias conceptuales entre las diversas escuelas del pensamiento
cristiano. Postergando el análisis de este conflicto teológico deseo esbozar varias ideas generales
acerca de la soberanía divina que deben ser conocidas por nuestra juventud. En palabras simples,
esta doctrina sostiene que la soberanía divina es el atributo por el cual Dios gobierna sobre toda
la creación. Esto es, nada ocurre sin su consentimiento y sin su voluntad.

        El ser humano al visualizarse así mismo y contemplar cuanto le rodea, descubre que el
hecho de existir, y a su vez la capacidad de relacionarse con la Deidad alcanzan su realización
por conducto de la soberanía divina. Así cada evento natural, histórico, social, psicológico,
ontológico es comprendido desde el crisol de la soberanía de
Dios. Esto se sintetiza en las palabras del reformador francés
Juan Calvino al exponer, “la voluntad de Dios es la causa
primera y dueña de todas las cosas, porque nada se hace sino
por su mandato o permisión”1 (1, XVI, 8). En sus tratados
teológicos, Calvino comprende el tema como la capacidad que
tiene la Deidad para gobernar cuanto existe, aludiendo a que
nada es efecto del azar sino que todo está sometido a su eterna
providencia. De la misma manera, sostuvo que una vez efectuada la creación por medio del
poder de su Santa Palabra, todo está sujeto a su gobierno y sustentabilidad.

        Un recorrido por las páginas de la Biblia evidencia que el argumento teológico de la
soberanía de Dios se constituye en su tema principal. Se comprende el concepto de soberanía de
Dios como parte indisoluble del conjunto de atributos que le caracterizan2. Se dice que Dios es
soberano porque se reconoce su eternidad (Isaías 41:4 y Apocalipsis 1:8), su poder (Génesis
17:1), su santidad (Levítico 19:2, Isaías 57:15 y 1 Pedro 1:16), su justicia (Salmo 11:7 y Salmo

1
  Juan Calvino, Del conocimiento de Dios en cuanto es Creador y Supremo Gobernador de todo el mundo.
Institución de la religión cristiana, Libro I (Países Bajos: Fundación Editorial de Literatura Reformada, 1994).
2
  A.W. Tozer, El conocimiento del Dios Santo (Florida, EUA: Editorial Vida, 1996).
119:137), su misericordia (Deuteronomio 5:10), su amor (1 Juan 4:7-9), su omnisciencia (Salmo
139:1-4), su inmutabilidad (Malaquías 3:6 y Santiago 1:17), entre otros atributos. Dicho de otra
manera, cae dentro de la imposibilidad el argumentar a favor de la soberanía de Dios y negar su
omnisciencia. Si a Dios le faltase un pequeño conocimiento por saber dejaría de ser soberano. De
la misma manera, si no es eterno, su soberanía dejará de existir en algún momento y así
sucesivamente. La soberanía divina es entendida dentro del reconocimiento de una amplitud de
atributos que le han sido revelados al ser humano. Uno de los padres capadocios del siglo IV,
Gregorio de Nisa3 al tratar la unicidad de los atributos divinos sostiene

        “no es lógico pretender que en los acontecimientos se manifieste alguno de los
        atributos de Dios y en cambio otros no. Efectivamente, ninguno de esos excelsos nombres
        constituye en absoluto de por sí, separado de los demás, una virtud aislada.”
         Dios, en su soberanía, se da a conocer al ser humano. San Pablo escribiendo a la iglesia
en Éfeso escribe Él nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, de reunir
todas las cosas en Cristo (Efesios 1:9-10a). Ampliemos nuestro marco de análisis. Esta vez, el
punto de partida es la aceptación de la imposibilidad del ser humano por definir a la Deidad. A
diferencia de los dioses de la antigüedad, creados por el imaginario pre-científico y por los dotes
artísticos humanos, el Dios de la fe abrahámica no posee imagen alguna e incluso las prohíbe
(Éxodo 20:4-6). Aún más, el simple hecho del reconocimiento de la soberanía del Señor
desvanece toda pretensión religiosa que afirme la existencia de otras divinidades (Isaías 44:6). A
través de todas sus páginas, la Biblia establece dos axiomas fundamentales: la ininteligibilidad
total de Dios por parte de la mente humana y la posibilidad de conocer a Dios (San Juan 13:20,
14:7). Las Escrituras nos dicen

        Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento para conocer
        al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el
        verdadero Dios y la vida eterna.                                      (1 Juan 5:20)
       Lo que el ser humano sabe acerca de Dios se limita a su revelación. Es la deidad quien
decide revelarse progresivamente a través de la historia. Es por ello, que la construcción del
                             pensamiento teológico es entendida en el contexto de la
                             revelación. En otras palabras, sin la iniciativa divina de la
                             revelación de su Persona fuese imposible el desarrollo del
                             pensamiento teológico (Efesios 1:9-10).
                                       Dios revela su soberanía al ser humano desde el mismo
                               comienzo de la creación (Génesis 1:1, Salmo 33:6, Romanos
                               1:19-20). Las Sagradas Escrituras, en el orden canónico, inicia la
                               reflexión acerca de la manifestación de la soberanía divina
                               aludiendo a que su Espíritu se movía sobre la faz del caos,
resaltando su señorío sobre el universo. Una vez la Deidad decide emplear la autoridad de su

3
 Gregorio de Nisa, La Gran Catequesis (Madrid, España: Biblioteca de patrística, Editorial Ciudad Nueva, 1994),
105.
Palabra surge la vida. Así se revela como el Creador Todopoderoso. Los relatos bíblicos de la
creación son reflexiones teológicas que apuntan al reconocimiento de la supremacía del señorío
de Dios. Esta tesis sigue germinando a través de todo el pensamiento bíblico, las Sagradas
Escrituras atestiguan
       Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos; y todo el ejército de ellos, por el
       aliento de su boca. Él junta como montón las aguas del mar; él pone en depósitos los
       abismos.
                                                                                   Salmo 33:6-7

       Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
                                                                                 Salmo 19:1

       Mi mano fundó también la tierra; mi mano derecha midió los cielos con el palmo. Al
       llamarlos yo, comparecieron juntos.
                                                                                Isaías 48:13


       Por el poder de su Palabra crea la vida y la sostiene (Colosenses 1:16-17). En la carta a
los Efesios, el redactor paulino proclama en él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido
predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su
voluntad (Efesios 1:11).

        La doctrina de la soberanía divina plantea que Dios se manifiesta tanto en la creación
como en la historia humana. Por ejemplo, la narración del llamamiento a Abraham pone de
manifiesto la intervención de Dios en la historia. El Dios del patriarca promete revelarse y actuar
con prontitud en la generación de su hijo Isaac y su descendencia (Génesis 17:7). De generación
en generación, el ser humano experimentará la intervención divina en su quehacer histórico-
social. Así evoca el señorío de Dios y la permanencia de su reino sobre la humanidad por todas
las generaciones.

       No obstante, la doctrina de la soberanía divina replantea preguntas que requieren
respuestas apropiadas: ¿cómo explicar la existencia del mal, del pecado y de la muerte?, ¿porqué
Dios permite que el ser humano sufra?, ¿sí Dios es soberano, porqué no hace que todos los seres
reconozcan su señorío?

        Al tratar estas preguntas le invito a remontarse hasta el siglo V de la era común para
obtener de San Agustín respuestas certeras. Las corrientes filosóficas de esa época, como lo
fueron el gnosticismo y el maniqueísmo, resolvían este dilema argumentando la existencia de dos
principios eternos y contrarios: uno que funda el bien y la luz y otro que se señorea sobre la
maldad y las tinieblas. Al descartar estas explicaciones por contradecir el principio fundamental
del monoteísmo judeocristiano, que rechaza la aceptación de cualquier otra divinidad, el obispo
de Hipona encuentra contestaciones acertadas en su doctrina del libre albedrío.
En sus libro Confesiones reflexiona acerca de las dificultades que enfrentó en su
juventud, consecuencia de la vida desorbitada que llevaba antes de la experiencia de conversión
a la fe cristiana, descubre que la vida gobernada por la pasiones sitúan al ser humano lejos del
bien y lo hace incurrir en acciones pecaminosas contra si mismo y contra sus semejantes. Insiste
Agustín, que el mal no es una naturaleza, no es algo creado, más bien es producto del
alejamiento del ser humano del bien y de la caridad.

       Para San Agustín el origen del mal no recae en Dios. La existencia del mal, por ende sus
consecuencias como el pecado y la muerte, no se encuentran en Dios sino en el ser humano quien
decide actuar en oposición a la vida recta decretada por la
Divinidad. La teología agustiniana, y más tarde la reformada,
sostiene que en su soberanía Dios le ha otorgado al ser humano
el don de la racionalidad y del libre albedrío. Con este último,
posee la capacidad de acercarse más a la Deidad, sin embargo
opta por tomar la ruta contraria; es decir, de inclinarse por la
maldad4.

        Tal inclinación le ha situado en un callejón sin salida
que imposibilita la recuperación de su estado original al ser
creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26-27). El apóstol Pablo arguye que por cuanto
todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Ante tal dilema, Dios
decide intervenir en favor de su creación. De esta manera, el Dios soberano también se da
conocer como el Dios salvador. El tema teológico central del pensamiento reformador recae en
su énfasis soteriológico fundamentado en la obra de Cristo Jesús. Este pensamiento sostiene que
ante la aceptación de la incapacidad humana por alcanzar la salvación, Dios en su soberanía
provee el vínculo necesario para el cumplimiento soteriológico. El plan de salvación de Dios
encuentra su máxima realización en la persona de Jesucristo.

        En su soberanía Dios le devuelve al ser humano la posibilidad de reencontrarse con su
santo amor y obtener el perdón de pecado. Así la obra de Jesucristo tiene pertinencia en la
relación del ser humano con Dios, consigo mismo y con su prójimo. Por la gracia divina obtiene
la redención y el perdón de los pecados, volviendo a restablecer la posibilidad de acercarse
libremente al Señor. La obra de Jesucristo como mediador y establecedor de un nuevo pacto en
su sangre (Hebreos 13:12 y Apocalipsis 1:5) atiende la incapacidad humana de restablecer su
condición originaria. Se canta en el libro del Apocalipsis

           Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu
           sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje, lengua, pueblo y nación.
                                                                                    Apocalipsis 5:9



4
    San Agustín, Obras Completas. Tratado sobre la gracia (España: Biblioteca de Autores Cristianos, 1993).
La esencia del mensaje del Evangelio es la proclamación del acercamiento del reino de
cielos en la persona de su Santo Hijo Jesucristo, cuya obediencia en la cruz le brinda al ser
humano el don de la salvación.

       Siendo justificados y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención
       que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su
       sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia,
       los pecados pasados, con miras a manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él
       sea el justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús.          Romanos 3: 24-26

En otras palabras, Dios en su soberanía opta por entregar en sacrificio a Su Unigénito para que
todo aquel que crea en él y le siga no se pierda en su propia concupiscencia sino que alcance vida
eterna (San Juan 3:16). Así surge una nueva humanidad, regenerada en Cristo, con una nueva
                                 experiencia salvífica en Dios para el goce de la vida eterna.
                                 Gracia al Dios soberano, quien actúa siempre a favor de la
                                 humanidad, el ser humano obtiene la salvación a través de la
                                 manifestación plena del amor divino en Cristo Jesús, nuestro
                                 Señor.
                                        No obstante, queda en el ser humano aceptar el don de la
                                salvación. La libertad humana siempre debe ser entendida desde
                                la soberanía divina. A Dios le place, en su eterna soberanía, que
                                el ser humano conserve el don del libre albedrío para decidir si
opta por aceptar el regalo de vida ofrecido en Cristo Jesús o decide por vivir en tinieblas. De
igual manera, Dios, en su santa soberanía, desea que todos sean salvos de la ira venidera (1
Tesalonicenses 1:10) y experimenten su eterno amor y gran misericordia. Así el sacrificio de
Jesucristo viene a consumar la acción de Dios en favor de todos. A Dios sea la gloria.

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La Soberania de Dios

  • 1. LA SOBERANÍA DE DIOS Dr. Juan R. Mejías Ortiz Pastor ICDC Río Arriba Saliente Así dice Jehová, Rey de Israel y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero y yo soy el último, y fuera de mí no hay Dios. Isaías 44:6 El presente artículo emerge del reclamo de la juventud Discípulos de Cristo para que se les explique, de manera general, el concepto doctrinal de la soberanía de Dios. La soberanía divina es un tema cardinal dentro del pensamiento teológico de la iglesia cristiana. Desde el periodo nuevatestamentario hasta las escuelas teológicas contemporáneas se contempla la incursión del tema en los tratados teológicos. De igual manera, dicha preminencia temática ha levantado polémicas y discrepancias conceptuales entre las diversas escuelas del pensamiento cristiano. Postergando el análisis de este conflicto teológico deseo esbozar varias ideas generales acerca de la soberanía divina que deben ser conocidas por nuestra juventud. En palabras simples, esta doctrina sostiene que la soberanía divina es el atributo por el cual Dios gobierna sobre toda la creación. Esto es, nada ocurre sin su consentimiento y sin su voluntad. El ser humano al visualizarse así mismo y contemplar cuanto le rodea, descubre que el hecho de existir, y a su vez la capacidad de relacionarse con la Deidad alcanzan su realización por conducto de la soberanía divina. Así cada evento natural, histórico, social, psicológico, ontológico es comprendido desde el crisol de la soberanía de Dios. Esto se sintetiza en las palabras del reformador francés Juan Calvino al exponer, “la voluntad de Dios es la causa primera y dueña de todas las cosas, porque nada se hace sino por su mandato o permisión”1 (1, XVI, 8). En sus tratados teológicos, Calvino comprende el tema como la capacidad que tiene la Deidad para gobernar cuanto existe, aludiendo a que nada es efecto del azar sino que todo está sometido a su eterna providencia. De la misma manera, sostuvo que una vez efectuada la creación por medio del poder de su Santa Palabra, todo está sujeto a su gobierno y sustentabilidad. Un recorrido por las páginas de la Biblia evidencia que el argumento teológico de la soberanía de Dios se constituye en su tema principal. Se comprende el concepto de soberanía de Dios como parte indisoluble del conjunto de atributos que le caracterizan2. Se dice que Dios es soberano porque se reconoce su eternidad (Isaías 41:4 y Apocalipsis 1:8), su poder (Génesis 17:1), su santidad (Levítico 19:2, Isaías 57:15 y 1 Pedro 1:16), su justicia (Salmo 11:7 y Salmo 1 Juan Calvino, Del conocimiento de Dios en cuanto es Creador y Supremo Gobernador de todo el mundo. Institución de la religión cristiana, Libro I (Países Bajos: Fundación Editorial de Literatura Reformada, 1994). 2 A.W. Tozer, El conocimiento del Dios Santo (Florida, EUA: Editorial Vida, 1996).
  • 2. 119:137), su misericordia (Deuteronomio 5:10), su amor (1 Juan 4:7-9), su omnisciencia (Salmo 139:1-4), su inmutabilidad (Malaquías 3:6 y Santiago 1:17), entre otros atributos. Dicho de otra manera, cae dentro de la imposibilidad el argumentar a favor de la soberanía de Dios y negar su omnisciencia. Si a Dios le faltase un pequeño conocimiento por saber dejaría de ser soberano. De la misma manera, si no es eterno, su soberanía dejará de existir en algún momento y así sucesivamente. La soberanía divina es entendida dentro del reconocimiento de una amplitud de atributos que le han sido revelados al ser humano. Uno de los padres capadocios del siglo IV, Gregorio de Nisa3 al tratar la unicidad de los atributos divinos sostiene “no es lógico pretender que en los acontecimientos se manifieste alguno de los atributos de Dios y en cambio otros no. Efectivamente, ninguno de esos excelsos nombres constituye en absoluto de por sí, separado de los demás, una virtud aislada.” Dios, en su soberanía, se da a conocer al ser humano. San Pablo escribiendo a la iglesia en Éfeso escribe Él nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, de reunir todas las cosas en Cristo (Efesios 1:9-10a). Ampliemos nuestro marco de análisis. Esta vez, el punto de partida es la aceptación de la imposibilidad del ser humano por definir a la Deidad. A diferencia de los dioses de la antigüedad, creados por el imaginario pre-científico y por los dotes artísticos humanos, el Dios de la fe abrahámica no posee imagen alguna e incluso las prohíbe (Éxodo 20:4-6). Aún más, el simple hecho del reconocimiento de la soberanía del Señor desvanece toda pretensión religiosa que afirme la existencia de otras divinidades (Isaías 44:6). A través de todas sus páginas, la Biblia establece dos axiomas fundamentales: la ininteligibilidad total de Dios por parte de la mente humana y la posibilidad de conocer a Dios (San Juan 13:20, 14:7). Las Escrituras nos dicen Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el verdadero Dios y la vida eterna. (1 Juan 5:20) Lo que el ser humano sabe acerca de Dios se limita a su revelación. Es la deidad quien decide revelarse progresivamente a través de la historia. Es por ello, que la construcción del pensamiento teológico es entendida en el contexto de la revelación. En otras palabras, sin la iniciativa divina de la revelación de su Persona fuese imposible el desarrollo del pensamiento teológico (Efesios 1:9-10). Dios revela su soberanía al ser humano desde el mismo comienzo de la creación (Génesis 1:1, Salmo 33:6, Romanos 1:19-20). Las Sagradas Escrituras, en el orden canónico, inicia la reflexión acerca de la manifestación de la soberanía divina aludiendo a que su Espíritu se movía sobre la faz del caos, resaltando su señorío sobre el universo. Una vez la Deidad decide emplear la autoridad de su 3 Gregorio de Nisa, La Gran Catequesis (Madrid, España: Biblioteca de patrística, Editorial Ciudad Nueva, 1994), 105.
  • 3. Palabra surge la vida. Así se revela como el Creador Todopoderoso. Los relatos bíblicos de la creación son reflexiones teológicas que apuntan al reconocimiento de la supremacía del señorío de Dios. Esta tesis sigue germinando a través de todo el pensamiento bíblico, las Sagradas Escrituras atestiguan Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos; y todo el ejército de ellos, por el aliento de su boca. Él junta como montón las aguas del mar; él pone en depósitos los abismos. Salmo 33:6-7 Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Salmo 19:1 Mi mano fundó también la tierra; mi mano derecha midió los cielos con el palmo. Al llamarlos yo, comparecieron juntos. Isaías 48:13 Por el poder de su Palabra crea la vida y la sostiene (Colosenses 1:16-17). En la carta a los Efesios, el redactor paulino proclama en él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad (Efesios 1:11). La doctrina de la soberanía divina plantea que Dios se manifiesta tanto en la creación como en la historia humana. Por ejemplo, la narración del llamamiento a Abraham pone de manifiesto la intervención de Dios en la historia. El Dios del patriarca promete revelarse y actuar con prontitud en la generación de su hijo Isaac y su descendencia (Génesis 17:7). De generación en generación, el ser humano experimentará la intervención divina en su quehacer histórico- social. Así evoca el señorío de Dios y la permanencia de su reino sobre la humanidad por todas las generaciones. No obstante, la doctrina de la soberanía divina replantea preguntas que requieren respuestas apropiadas: ¿cómo explicar la existencia del mal, del pecado y de la muerte?, ¿porqué Dios permite que el ser humano sufra?, ¿sí Dios es soberano, porqué no hace que todos los seres reconozcan su señorío? Al tratar estas preguntas le invito a remontarse hasta el siglo V de la era común para obtener de San Agustín respuestas certeras. Las corrientes filosóficas de esa época, como lo fueron el gnosticismo y el maniqueísmo, resolvían este dilema argumentando la existencia de dos principios eternos y contrarios: uno que funda el bien y la luz y otro que se señorea sobre la maldad y las tinieblas. Al descartar estas explicaciones por contradecir el principio fundamental del monoteísmo judeocristiano, que rechaza la aceptación de cualquier otra divinidad, el obispo de Hipona encuentra contestaciones acertadas en su doctrina del libre albedrío.
  • 4. En sus libro Confesiones reflexiona acerca de las dificultades que enfrentó en su juventud, consecuencia de la vida desorbitada que llevaba antes de la experiencia de conversión a la fe cristiana, descubre que la vida gobernada por la pasiones sitúan al ser humano lejos del bien y lo hace incurrir en acciones pecaminosas contra si mismo y contra sus semejantes. Insiste Agustín, que el mal no es una naturaleza, no es algo creado, más bien es producto del alejamiento del ser humano del bien y de la caridad. Para San Agustín el origen del mal no recae en Dios. La existencia del mal, por ende sus consecuencias como el pecado y la muerte, no se encuentran en Dios sino en el ser humano quien decide actuar en oposición a la vida recta decretada por la Divinidad. La teología agustiniana, y más tarde la reformada, sostiene que en su soberanía Dios le ha otorgado al ser humano el don de la racionalidad y del libre albedrío. Con este último, posee la capacidad de acercarse más a la Deidad, sin embargo opta por tomar la ruta contraria; es decir, de inclinarse por la maldad4. Tal inclinación le ha situado en un callejón sin salida que imposibilita la recuperación de su estado original al ser creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26-27). El apóstol Pablo arguye que por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Ante tal dilema, Dios decide intervenir en favor de su creación. De esta manera, el Dios soberano también se da conocer como el Dios salvador. El tema teológico central del pensamiento reformador recae en su énfasis soteriológico fundamentado en la obra de Cristo Jesús. Este pensamiento sostiene que ante la aceptación de la incapacidad humana por alcanzar la salvación, Dios en su soberanía provee el vínculo necesario para el cumplimiento soteriológico. El plan de salvación de Dios encuentra su máxima realización en la persona de Jesucristo. En su soberanía Dios le devuelve al ser humano la posibilidad de reencontrarse con su santo amor y obtener el perdón de pecado. Así la obra de Jesucristo tiene pertinencia en la relación del ser humano con Dios, consigo mismo y con su prójimo. Por la gracia divina obtiene la redención y el perdón de los pecados, volviendo a restablecer la posibilidad de acercarse libremente al Señor. La obra de Jesucristo como mediador y establecedor de un nuevo pacto en su sangre (Hebreos 13:12 y Apocalipsis 1:5) atiende la incapacidad humana de restablecer su condición originaria. Se canta en el libro del Apocalipsis Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje, lengua, pueblo y nación. Apocalipsis 5:9 4 San Agustín, Obras Completas. Tratado sobre la gracia (España: Biblioteca de Autores Cristianos, 1993).
  • 5. La esencia del mensaje del Evangelio es la proclamación del acercamiento del reino de cielos en la persona de su Santo Hijo Jesucristo, cuya obediencia en la cruz le brinda al ser humano el don de la salvación. Siendo justificados y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con miras a manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús. Romanos 3: 24-26 En otras palabras, Dios en su soberanía opta por entregar en sacrificio a Su Unigénito para que todo aquel que crea en él y le siga no se pierda en su propia concupiscencia sino que alcance vida eterna (San Juan 3:16). Así surge una nueva humanidad, regenerada en Cristo, con una nueva experiencia salvífica en Dios para el goce de la vida eterna. Gracia al Dios soberano, quien actúa siempre a favor de la humanidad, el ser humano obtiene la salvación a través de la manifestación plena del amor divino en Cristo Jesús, nuestro Señor. No obstante, queda en el ser humano aceptar el don de la salvación. La libertad humana siempre debe ser entendida desde la soberanía divina. A Dios le place, en su eterna soberanía, que el ser humano conserve el don del libre albedrío para decidir si opta por aceptar el regalo de vida ofrecido en Cristo Jesús o decide por vivir en tinieblas. De igual manera, Dios, en su santa soberanía, desea que todos sean salvos de la ira venidera (1 Tesalonicenses 1:10) y experimenten su eterno amor y gran misericordia. Así el sacrificio de Jesucristo viene a consumar la acción de Dios en favor de todos. A Dios sea la gloria.