Monitoreo a los coordinadores de las IIEE JEC_28.02.2024.vf.pptx
San Juan Maria Vianney "Santo Cura De Ars"
1.
2. • “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”,
decía cada día el Santo Cura de Ars, Juan María
Vianney, este es el amor que cura y que
mantiene la paz y la armonía entre las personas.
La misión del sacerdote es curar, a través de la
Palabra de Jesús, a los hombres, mujeres y niños
que requieren de la bondad de Dios para guiar
sus vidas, para alzanzar la felicidad.
3. • Este 2009 su Santidad, el Papa Benedicto XVI, ha
resuelto declarar un Año Sacerdotal en ocasión
del 150 aniversario del fallecimiento de Juan
María Vianney, el Santo Patrono de todos los
curas del mundo. Esta celebración comenzó el 19
de Junio del 2009 y concluirá 11 de junio
de 2010
4. • El sacerdocio es una misión de humildad, sanar al que
sufre es una de las más bellas enseñanzas de Jesús.
Curar no se limita al cuerpo, curar el espíritu, proteger
las almas, es el camino para entregarlas a Dios. Es el
camino que tomó Juan María Vianney, la misión que el
más humilde de los párrocos emprendió en una
provincia pobre de Francia. Su vocación y su amor a
Dios y a su Iglesia fueron las fortalezas de este joven
sacerdote.
Es la vocación de amar a los otros, de hacer vivas las
enseñanzas de Jesús lo que impulsa a que un hombre
sencillo tenga la capacidad de reunir en torno de la
cruz a seres que han abandonado la fe.
5. Esta historia es la recreación de la
grandeza de la fe en la realización de
grandes misiones
6. • El Cura de Ars creía en la Palabra, en su poder
evocador y sabía que su pequeña parroquia se
convertiría en un refugio y aliento para miles de
personas, si su amor trasmitía en ella la fe que él
sentía. En la humildad de su parroquia, en la
pobreza del pueblo de Ars y su gente sencilla, el
cura de Vianney reconoció el amor de Dios, si Él
lo había llevado a ese lugar, a ese poblado, es
porque lo amaba y mostraba su gran misericordia
al encomendarle una misión tan grande.
7. • En este hogar Juan María niño aprendió el
significado de la caridad, de dar a los que
menos tienen, porque como afirmó más tarde
“Nuestro tierno Salvador pleno de caridad
viene a curarnos y hacernos merecedores de
una vida humilde, pobre y mortificada y para
que nosotros impulsemos más eficazmente la
práctica de esas virtudes, Él mismo nos dona
su ejemplo”.
8. • Desde niño aprendió el amor por
la oración que sería uno de los pedestales
de la práctica de su labor como cura.
Oraba en el campo, con su madre y sus
hermanos. Cuando tenia siete años la
Revolución Francesa estaba en los peores
años del terror.
9. • Los sacerdotes y religiosas eran perseguidos,
encarcelados y guillotinados, las iglesias cerraron sus
puertas y muchos religiosos fueron obligados a jurar la
Constitución para evitar ser asesinados, los que se
negaron fueron mártires de esta época sangrienta.
10. • Esa represión, la prohibición de
algo inherente al espíritu
humano como lo es la oración,
arrojaron al pequeño corazón
de Juan María a un amor
incontenible por ese diálogo
íntimo y sagrado con Dios. Los
campesinos iban a Misa en
graneros y sótanos, el amor a
Dios fue un acto de valiente
clandestinidad que los hizo
fuertes y los convenció de que
nada puede separarlos de
su fe.
11. • Juan Maria Vianney nació en Dardilly, cerca de
Lyon, un pequeño pueblo de Francia el 8 de mayo
de 1786.
Su familia le inculcó el amor a Jesús y a la Virgen
12. • Su madre le mostró como la naturaleza, lo que
nos rodea y disfrutamos, la luz del sol, los frutos
que nos alimentan y la hermosa sucesión del día
y la noche, son obras del Señor. Le enseñaron
que al Él debemos el pan que comemos y el agua
que nos sacia y que es preciso dar gracias,
porque agradecer nos hace amar aún más, y esto
hace brillantes los corazones.
13. • La hospitalidad de sus padres hacia los
desamparados que llegaban por un trozo de
pan y un lugar donde descansar de su camino,
le enseñó a Juan María, más adelante, que su
parroquia debía ser un sitio que brindara
hospitalidad, cobijo y orientación, un sitio
dedicado al amor a Dios en la procuración de
amor.
14. • La infancia de Juan María transcurrió durante la
Revolución Francesa. En ese entorno de
incertidumbre, pobreza y guerra recibió los
estudios elementales en la pequeña escuela de
Dardilly. A los trece años en medio del peligro y
retando a la violencia, Juan María hizo la Primera
Comunión, de lo que él recuerda “Cuando se
comulga se siente un algo extraordinario… un
gozo… un bienestar que corre por el cuerpo y
todo lo conmueve. Podemos decir como San
Juan, ¡Es el Señor! ¡Que alegría llevar consigo
todo el cielo en el corazón!”
La vocación estaba revelada.
15. • En el campo, la vocación no es un asunto que
lleve a la familia a pensar en el futuro de sus
hijos, las mujeres se casan y los hombres ayudan
en el trabajo. Pero Juan María tenia un sueño, el
quería dedicar su vida al Señor, quería ser
sacerdote.
16. • La vocación es una voz que llama a las personas
a realizar algo, cuando es espiritual y tiene la
visión de entregar la vida a la obra de Dios el
deseo no puede detenerse, tiene que ser llevado
a la realidad, no existe nada material que cambie
esta decisión. Así Juan María se los reveló a sus
padres. “Si yo fuese sacerdote querría ganar
para Cristo muchas almas”.
17. • Eligió seguir a Jesús, seguir a Dios y fue una
decisión de gran valor, porque creyó que lo
que Él dispuso para su vida era lo verdadero.
La vocación es la que sabe escuchar esta voz,
y obedecerla, sabe que el destino está escrito
para seguirlo. Esa humildad, esa obediencia es
la revelación de la existencia.
18. • Pero ¿cómo podría lograrlo? Ya tenía
diecisiete años, únicamente contaba con
estudios de primaria y el país estaba en
guerra, los seminarios clausurados, la familia
en apuros económicos. El buen Dios quiso
que Juan María encontrara a través de su
hermana al Padre Balley. Le fue presentado y
a partir de ese momento, el Padre Balley
reconoció con gran sensibilidad la vocación de
Juan María, su limpieza de espíritu y el amor
que tenia por su Iglesia, y decidió ayudarlo.
20. • Para servir a Dios y a la Iglesia es necesaria la
vocación, pero también es indispensable la
formación que enseñe al futuro sacerdote los
misterios, obligaciones y misiones que debe
emprender, la disciplina que tiene que
cumplir y como con estas exigencias no debe
perder el amor y la alegría de predicar la
palabra del Señor. No es sencillo, se lo
advirtió el padre Balley a Juan María.
Y no lo fue.
21. • El espíritu de Juan María estaba volcado a amar a
Dios, más que a entenderlo. Su alma comprendía
la misión pero su mente no entendía el latín, su
corazón sabía de sacrificios, entrega, devoción y
amor absoluto, pero no quería saber de filosofía.
Su espíritu era como cantaba el poeta italiano
Todi “Les dejo los silogismos, las asechanzas de
las palabras, y los cálculos sutiles. Una
inteligencia sencilla y pura se eleva sola, sin el
recurso de filosofías, hasta la presencia de Dios”.
22. • Entonces con una dura enseñanza, soportando
burlas y regaños, comenzó el verdadero camino
de la humildad: aprender. En una ocasión Matías
un compañero de estudio, más joven y más
aventajado que Juan María, trataba de explicarle
el latín, y al ver que nada entendía, en su
desesperación golpeó a Juan María. El joven
santo no respondió a los golpes, cayó de rodillas
y le pidió perdón. Matías lloró inconsolable al
ver la humildad y bondad de Juan María, al ver
que era mayor y que podría responder a los
golpes y que decidió arrodillarse.
23. • Los maestros no veían en él inteligencia
suficiente para el estudio, y sus compañeros lo
hicieron el perfecto motivo de sus burlas. Este
sufrimiento lo arrojó con más fervor a la
oración, se refugiaba en la capilla y lloraba en
silencio, hablaba con Dios y le pedía fuerza, le
pedía la inteligencia que le hacía tanta falta en
ese momento.
24. • Juan María estaba decidido, su mente no, así que
emprendió una peregrinación al sepulcro de San
Francisco de Regis, apóstol del Velay y del
Vivarais, cien kilómetros a pie.
25. • En este heroico trayecto, durmió en el suelo, se
alimentó de limosnas, oró con pasión y se
demostró a sí mismo que ese dolor era nada
comparado con el dolor de no poder cumplir su
sueño. Regresó exhausto, débil físicamente pero
fortalecido para seguir con su misión, con la fe de
que San Francisco había contemplado su
sacrificio.
26. • Sus estudios mejoraron, sin ser
sobresalientes, ya en los estudios finales de
teología y filosofía le pidieron que se retirara.
Desconsolado recurrió al padre Balley
que resolvió que le aplicaran otra vez los
exámenes y logró que fuera ordenado
sacerdote. Feliz de tener la vida para
entregarla a Dios, Juan María además se vio
colmado con la decisión del padre Balley de
nombrarlo su vicario en la parroquia
de Ecuilly.
27. “¡Oh, el sacerdocio es algo
grande! No se sabrá lo
que es sino en el cielo. Si
lo entendiéramos en la
tierra, moriría uno, no de
espanto, sino de amor”.
28. • La vida con el padre Balley fue un nuevo proceso
de enseñanza, donde se pone en práctica la
teoría y se aprende viviendo el ejemplo de un ser
entregado a la fe. En su compañía la humildad, la
devoción, la realización diaria de las tareas como
un regalo divino se convirtieron en el devenir
cotidiano. La pobreza fue un vehículo de paz,
ayuda a pensar sólo en lo que se debe hacer. El
Padre Balley le mostró que para inspirarse en el
amor a Dios bastaba decir “Dios mío os amo de
todo corazón”.
29. • En esta vida de rigor y con la Revolución y la
guerra, marcadas en su salud, el padre Balley
enfermó y su estado se fue deteriorando sin que
pudieran hacer algo por salvarlo. Juan María,
después de haberse enfrentado a la muerte de su
madre unos años antes, ahora tendría que vivir la
muerte de su padre espiritual, del hombre que
creyó en su vocación y que puso su energía y su
empeño en que realizara esta sagrada misión.
Juan María lo lloró, y años después declararía “le
recuerdo tan bien, que si fuera pintor, ahora
mismo podría hacer su retrato”.
30. • Se llevó su ejemplo, su enseñanza, y la imborrable
noción de que la vida que se dedica al sacerdocio es
una entrega sin límites, es una resolución que
acompaña siempre. Meses más tarde el Rdo. Juan
María Vianney, vicario de Ecully se enteraba que la
capilla y el pueblo de Ars quedaban confiados a su
responsabilidad.
31. • Este pueblo y sus alrededores
eran considerados para la
diócesis una especie de exilio,
un lugar lejos de todo, al que
enviaban a los hombres con
menos futuro. Esto nunca lo
supo Juan María, él fue feliz a
agradecer la responsabilidad
que se le encomendaba como
un gran privilegio, el privilegio
de servir a Dios.
33. • Ars se encuentra a 35 kilómetros al norte de Lyon,
son llanuras arcillosas con aguas estancadas. El
pueblo de Ars era un lugar distante y pobre, con
sus habitantes alejados de la fe.
34. • La Revolución había dejado profunda huella en el
pueblo de Francia y la vida espiritual de las
personas dejó de ser una prioridad, el trabajo y
los ideales sociales primaban sobre los ideales de
la fe. Ars fue una gran labor para Juan María, que
deseaba que esas almas regresaran a la paz única
que da la Palabra de Dios.
35. • Juan María pensó de inmediato en el futuro
de su parroquia, al verla a lo lejos, exclamo
“no podrá contener a las multitudes que un
día vendrán”, con esto él estaba asumiendo
un gran compromiso, hacer que su fe atrajera
a miles de personas, hacer vivo su trabajo y
que la Palabra de Dios llegara tan lejos que la
necesidad de escucharla arrastrara a
poblados enteros.
36. • Tomó posesión de su parroquia con una
ceremonia sencilla a la que acudieron casi
todos los habitantes del poblado, ahí les dijo
cuanto les amaba y deseaba su bien, y les
transmitió lo que sería desde ese día en
adelante su forma de acercase a ellos, la
sencillez y la devoción de su sermón. Celebró
con su rebaño su primera Misa solemne con
cantos sencillos, pero para Ars fue un día de
fiesta.
38. • El Rdo. Vianney sabía que los feligreses no iban a llegar
solos, que su labor no era estar únicamente dentro de
la iglesia y esperarlos, él tenía que ir en su búsqueda. Y
con su gran humildad salía diariamente al medio día
para visitarlos de casa en casa. Les hablaba de las
cosas cotidianas, del campo, sus hijos, las cosechas.
Trataba de enterarse de la situación de las familias,
conocerlos, acercarse a ellos, saber cual era el estado
de su alma. De esta forma se dio cuenta que algunos
apenas conocían el catecismo, que desconocían la paz
y el amor de un alma que tiene a Dios. Esto le dio al
Rdo. Vianney la dimensión de su misión.
40. • Los estudios dan instrucción y fuerza a los sacerdotes,
pero el Rdo. Vianney dentro de sus limitaciones para
aprender, intuyó que el entendimiento de lo humano
va más allá de lo que podemos encontrar en los libros,
que es necesario asomarse a las almas para
comprenderlas. También su vocación lo iluminó en
algo sencillo y fundamental, que más que entender a
Dios, es necesario amarlo, y que el entendimiento de
sus designios vendrá de la humildad de amar lo que
nos depara. Con esta limpieza de corazón se
encomendó a su tarea, hizo del sermón, la confesión y
la humildad los pilares en los que sostuvo su
sacerdocio y la gran misión que emprendió en Ars.
42. • Sólo a través del sermón el Rdo. Vianney podría
regresar a sus feligreses a la oración. A ese diálogo
íntimo con Dios, a la voz que guía y reconforta. Sus
sermones eran sencillos, con su problema de
aprendizaje estudiaba varias horas antes de darlos,
se preparaba y repasaba mil veces… “Pienso, dirá,
que el Señor había querido escoger el más cabezón
de todos los párrocos para cumplir el mayor bien
posible. Si hubiera encontrado uno todavía peor, lo
habría puesto en mi lugar, para demostrar su gran
misericordia”. Con humildad aprendía y con gran
amor celebraba la Misa.
43. • Los parroquianos de Ars admiraban la fe, la
convicción con que predicaba la Palabra de Dios y
como su rostro se iluminaba. Y no había otra forma,
¿Cómo podía trasmitir fe si él no la emanaba? ¿Cómo
podía convencerlos de la Verdad si él no mostraba ese
convencimiento? Es aquí donde el trabajo del
sacerdote adquiere una gran importancia, está en sus
manos hacer llegar esa Voz, esa Palabra. Un sermón
dicho con indiferencia, con frialdad, rutinario, no
atrae a los fieles, no llega a sus corazones. Un sermón
así es una oportunidad perdida. “ ¡Cómo es de
compadecer un sacerdote cuando celebra la Misa
como una cosa rutinaria! ¡Cómo es desventurado un
sacerdote sin interioridad!” decía el Rdo. Vianney
con gran razón.
44. • La predicación era una consideración y un acto de
unión que acompaña a los feligreses toda la semana,
para meditar, resolver dudas y sentirse reconfortados,
si es un acto frío y sin entrega esto se pierde, y esas
palabras se olvidan al salir de la Iglesia. El Rdo. Vianney
cuando predicaba parecía ver a Dios, y esa visión, ese
amor atrajo a los fieles, que para contemplarlo y
escuchar la Palabra comenzaron a acudir
puntualmente a Misa. La parroquia se convirtió en algo
vivo, en parte del pueblo de Ars y en ese momento se
dieron cuenta cuanto extrañaban la Palabra de Dios.
45. • La hermosa Misa del Rdo. Vianney cruzó los
muros de su parroquia y comenzaron a
llegar feligreses de otros pueblos, hasta
que con los años las almas eran
incontenibles.
46. • Su parroquia era conocida en toda Francia y él decía
que tenía que cumplir su misión lo mejor posible para
no ser indigno y “de la parroquia ir al tribunal de
Dios”. Entre la gente que lo amaba estaban otros que
le reprochaban la dificultad con la que aprobó el
seminario, en una ocasión un hombre le escribió
“Señor cura, cuando se posee poca teología, no se
debería nunca entrar en un confesonario”, a lo que el
Rdo. Vianney con amor y humildad, respondió “¡Mi
querido y amadísimo hermano, cuantos motivos tengo
de amarle! ¡Usted es el que me ha conocido bien!”.
47. El Rdo. Vianney vivía su misión con alegría, con esa feliz inspiración que da no temer a
nada, sentirse protegido por la presencia Divina. En la Misa siempre hablaba a sus
feligreses del valor de la oración con estas palabras:
Hermosa obligación del hombre: orar y amar. Si oran y aman, habran hallado la
felicidad en este mundo.
La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón
puro y unido a Dios experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura que lo
embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable.
La oración es la elevación de nuestro corazón a Dios, una dulce conversación entre la
criatura y su Creador.
Con la oración todo lo pueden, son dueños, por decirlo así, del querer de Dios.
La oración abre los ojos del alma, le hace sentir la magnitud de su miseria, la
necesidad de recurrir a Dios y de temer su propia debilidad.
48. Todos los males que nos agobian en la tierra vienen precisamente de que no oramos
o lo hacemos mal.
Todos los santos comenzaron su conversión por la oración y por ella perseveraron; y
todos los condenados se perdieron por su negligencia en la oración. La oración es
absolutamente necesaria para perseverar.
Cuando venimos a adorar a nuestro Señor, conseguiríamos todo lo que quisiéramos,
con tal de pedirle con fe viva y un corazón puro.
Nuestras oraciones han de ser hechas con confianza, y con una esperanza firme de
que Dios puede y quiere concedernos lo que le pedimos, mientras se lo
supliquemos debidamente.
Hemos de orar con frecuencia, pero debemos redoblar nuestras oraciones en las
horas de prueba, en los momentos en que sentimos el ataque de la tentación.
Por muchas que sean las penas que experimentemos, si oramos, tendremos la dicha
de soportarlas enteramente resignados a la voluntad de Dios; y por violentas
que sean las tentaciones, si recurrimos a la oración, las dominaremos.
50. • Cuando el Rdo. Vianney siendo un niño conoció la
confesión y vivió la reconfortante experiencia del
consejo, desahogo y perdón, decidió no alejarse de su
práctica jamás. En el momento en que fue nombrado
sacerdote su misión de llevar a los demás a Dios se
encauzó a través de la confesión. Su consejo era
solicitado por miles de personas, que acudían desde
lugares remotos a su parroquia. Al pueblo de Ars
llegaban diariamente entre 300 a 400 peregrinos, el
Rdo. Vianney llegó a pasar de 16 a 18 horas en un día
en el confesonario. Su consejo era buscado por
sacerdotes, obispos, hombres, mujeres, ignorantes,
sabios, personas con problemas y enfermos.
51. • La sencillez de sus palabras, el sentido con el que escuchaba,
y su profundo conocimiento de la naturaleza humana le daba
acercamiento espiritual sobre sus feligreses. Él veía necesario
comprender,
no juzgar. Ver la realidad, porque en
ella está Cristo y su bondad. Él vivía en
su comunidad, la conocía, hablaba con
ellos, y eso lo hacía beber de su
propia fuente, para
entender a
los demás.
52. • Él vio que las personas se le acercaban mostrando su
verdadera naturaleza, la que sufre, que está enferma,
que necesita piedad y dulzura, vio que en ellos que
nada ocultan, que buscan amor y guía, se puede
hablar con la verdad.
Su sencillez abrió los
corazones y los llevó a
sumergirse en la fe para
aliviar sus dolores y
resolver sus dudas.
53. • La confesión del Rdo. Vianney era una experiencia de
purificación, era imposible mentirle, si un hombre
declaraba no haberse confesado en años, el padre se lo
hacía notar, reconocía a quienes más les urgía la
confesión y los apartaba de los demás, que pacientes
esperaban días para poder entrar a su confesonario.
Sus confesiones llevaron a miles de personas a
convertirse en verdaderos cristianos. Un juez que
recibió la confesión dijo “Lo que yo puedo asegurar es
que el Cura de Ars llora y uno llora con él y eso no
ocurre en todas partes”.
55. • El Rdo. Vianney con su
ejemplo de humildad,
sencillez y la austeridad
extrema con la que vivía,
atrajo donaciones y
limosnas con las que pudo
reconstruir su parroquia,
hacer más hermosos sus
altares. Su parroquia fue un
lugar de recepción, en
donde las personas sentían
refugio espiritual y se
sentían bienvenidas.
56. • Hizo obras para ayudar a
otros, como la creación del
orfanato para jóvenes
desamparadas, La
Providencia de Ars, que
creo un modelo de caridad
que se extendió por
diferentes lugares de
Francia.
57. • Y si embargo la prueba más
grande para la humildad del
Rdo. Vianney fue que sus
feligreses lo consideraran un
santo en vida. Con la llegada
de las peregrinaciones, el
pueblo de Ars creció
económicamente y en las
tiendas vendían imágenes del
Rdo. Vianney en dibujos y
grabados, las personas las
compraban y buscaban que
fueran bendecidas, se
arrodillaban y tocaban sus
vestidos a su paso.
58. • El Rdo. Raymond, uno de los testigos de su vida,
expresó: “Una de las cosas que más me
impresionaron del Cura de Ars fue que hubiese
podido resistir de un modo tan admirable aquella
verdadera embriaguez de alabanzas. Jamás sorprendí
en él un sentimiento de orgullo, una palabra de
vanidad en sus labios”. Solo un santo podía
conservarse humilde en medio de esos triunfos.
59. • Para el Rdo. Vianney las muestras de
admiración a su persona y su obra, la
veneración que despertaba fue una causa
permanente de dolor, él decía “Si Dios hubiera
encontrado un sacerdote más indigno y más
ignorante que yo lo habría puesto en mi lugar
para dar a conocer la grandeza de su
misericordia y su amor por los pecadores”. Lo
único que deseaba era cumplir su misión. Y lo
hizo, en eso radicó su santidad.
61. • San Juan María Vianney atribuyó
sus milagros a Santa Filomena, la
joven mártir, decía que era ella la
que generosa intercedía para que
Dios obrara. “Yo no hago
milagros, no soy más que un
pobre ignorante que guarda
ovejas” repetía. “Diríjanse a
Santa Filomena, siempre que he
acudido a ella he sido
escuchado”.
Son de tres clases:
63. • En 1829 en su orfanato de la Providencia se
alimentaba a sesenta niñas. De la provisión de
trigo que se guardaba en el granero quedaban
solo cuatro puñados, la cosecha de Ars había sido
mala y no se podía esperar que los vecinos
donaran algo. Así que el Rdo. Vianney recordó a
San Francisco de Regis, que ya lo había ayudado
con sus estudios, y recogió un puñado de trigo y
lo guardo en una reliquia del Santo.
64. • Se puso a orar por el pan de
las huérfanas y, cuando
termino, le pidió a la
panadera que fuera a
cocinar el pan, ella le
recordó que no quedaba
trigo. El Rdo. Vianney
insistió. La enorme sorpresa
que vivió la panadera
cuando trató de abrir la
puerta del granero que
estaba atorada con el trigo
que rebosaba por sus
muros. “Nuestro Señor es
muy bueno, como quiere a
sus pobres” exclamó el Rdo.
Vianney.
66. • El Cura de Ars no adivinaba, veía, y esto fue una gracia
especial de Dios. En la teología mística este don es
llamado también intuición. En una ocasión dijo uno de
los feligreses: “creo absolutamente que aquel hombre
veía alguna cosa” y un noble afirmó “el Cura de Ars no
tiene los ojos como las demás personas”. El Rdo. Faivre
que hizo muchos viajes a Ars escribió: “El Padre de Ars
predijo numerosos acontecimientos que después
sobre vinieron. Conoció de tal manera la conciencia y
las disposiciones del alma de muchas personas que las
dejó profundamente admiradas. Las personas le
atribuían dones sobrenaturales y todos sin dudar
hacían caso de sus palabras”.
68. • El Rdo. Vianney atribuía
estos milagros a Santa
Filomena. Cuándo llegaban
los enfermos y sus familias
a pedir curación, el Padre
los enviaba ante la Santa
Mártir y la sanación llegaba
con la fe de sus rezos. Si el
milagro no se presentaba,
les decía que siguieran
orando, que no lo hacían
con suficiente fe y ese
cambio obraba el milagro.
69. • Una mujer llevó a su hijo que no podía caminar y
lo trasportaba en un carrito, el Rdo. Vianney le
dijo: “déjelo en el suelo, está muy grande para
que lo traiga de esa forma”, la mujer sin poder
explicarle obedeció, y una vez en el piso, le dijo a
la madre, oren a Santa Filomena. El niño con el
paso de la oración se puso de pie y salió corriendo
de la iglesia sin que su madre pudiera detenerlo.
Afuera se acercó a jugar con otros niños y le dijo a
su madre feliz “ya ves mamá, hubiera traído mis
zapatos”.
70. • El sacerdocio es una misión de devoción y
entrega. El sacerdote guía a las personas a la
fe, en sus manos está que se iluminen con
las enseñanzas evangélicas, que conozcan la
verdad a través de la Palabra de Dios. La
misión del sacerdote es hoy en día tan difícil
como lo fue en tiempos del Rdo. Vianney,
pero él no se resignó a no cumplir con Dios su
compromiso. En eso se manifestó su santidad,
en el cumplimento humilde de su sagrada
labor.
71. En 1855 el Emperador Napoleón le otorgó la Cruz
de la Legión de Honor.
El Cura de Ars, Rdo. Vianney fue proclamado
Venerable por Pio IX.
El 5 de enero de 1905 fue inscrito entre los beatos.
El Papa Pio X lo propuso como modelo para el clero
Parroquial.
En 1938 el Papa Pio XI lo canonizó. Su fiesta es el 4
de Agosto.
72. El Papa Benedicto XVI
declaró 2009-2010,
en la solemnidad del
Sagrado Corazón, el
Año Sacerdotal, en el
Aniversario 150 del
fallecimiento de San
Juan María Vianney
73. Comisión del Presbiterio de la Arquidiócesis
de México,
un servicio de la asociación de los sacerdotes
del prado
Con especial reconocimiento y gratitud a
Avelina Lésper y Eko De la Garza
México, D.F; a 4 de agosto de 2009.