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Cuento de primavera
Salió de la cabaña, y se cubrió el rostro con la capucha de su capa, ocultando así su
larga cabellera, y esperó.
Al rato se oyó un gran aullido de dolor y un golpe seco.
Al fin aquella forajida estaba muerta, Romira sonrió, de una manera para nada
agradable, dejando ver su dentadura medio podrida a todos los animales del bosque que
se acercaron al lugar.
Volvió a entrar en la cabaña, y allí estaba ella, tan preciosa como siempre, con esos
cabellos negros color azabache, contrastando con su piel pálida cual porcelana, y en
medio de su rostro destacaban sus labios, rojos y carnosos, deseables para cualquier
hombre que los viese.
Pero ya era tarde, ya nadie la desearía, al fin estaba muerta.
Sacó el puñal del interior de su rasgada y sucia capa y lo hundió en el pecho de la joven
niña, y mientras la sangre salía a borbotones, ella seguía deslizándolo suavemente,
disfrutando con el sordo crujido de la piel al agrietarse, sonreía, se entusiasmó tanto que
comenzó a hacer girones con su piel, despellejando toda aquella hermosura que había en
ella, rasgó toda su cara de tal manera que quedó irreconocible a cualquiera. Cuando se
serenó, volvió donde al principio, y con la mano desnuda buscó el miembro ya no
palpitante, pero aún caliente y lo desgarró de un fuerte tirón.
Estaba claro que no le podías mandar el trabajo de una mujer a un hombre.
Intentar engañar a una mujer, a una reina, con el corazón de un jabalí.
Una vez con el corazón en la mano, sacó una cajita de cristal, y lo guardó en su interior.
-¿Dónde está tu hermosura ahora? Niña tonta y desgraciada.-Exclamó Romira mientras
una nube negra impregnaba toda la instancia, y para cuando se hubo extinguido ya no
quedaba nada de esa vieja jorobada de dientes podridos, si no una mujer de una belleza,
ahora sin igual, casi divina, era la perfección hecha mujer, y con el porte y carácter
digno de una gran reina.
En lo alto de la cabaña, una joven estaba intentando asimilar que había ocurrido.
Estaba sin vida, eso estaba claro, pero sin embargo, aún estaba allí, viendo como su
madrastra se había ensañado con ella, como sin reparo alguno, había deshecho todos sus
sueños.¿Que pasaría ahora con Roilán? ¿Y con Serenia?
Su único amor, no como aquel estúpido y engreído príncipe que un día la despertó, y
Serenia su amiga más sincera.
Lo había perdido todo.
Le comenzó a invadir por todo el cuerpo algo que ella desconocía: una ira desbordante
que le nubló la visión, y con un rugido que solo ella oyó, se abalanzó sobre su asesina,
más lo único que consiguió fue traspasarla con una furia y una rapidez increíble, y para
cuando quiso darse cuenta, estaba en el otro lado del bosque.
La reina formó con sus labios perfectos una majestuosa sonrisa, mientras sentía por todo
el cuerpo esa sensación que algunos llaman escalofríos.
Sabía que mientras mantuviera caliente su corazón ella jamás podría abandonar este
mundo, obligándola a permanecer en un estado espectral, no estaba muerta, pero
tampoco podía comunicarse con los vivos.
Volvió a su castillo, directa a sus aposentos, para así cambiarse de ropas.
Abrió su gran armario, y eligió un vestido rojo sangre con corpiño y sin nada de vuelo,
bordado en oro, tanto en el escote como en las mangas y en el inferior del mismo.
Fue a su tocador, se deshizo el recogido y comenzó a cepillar su larga melena oscura, y
mientras lo hacía dejó su imaginación volar.
“Por fin mi venganza se ha realizado.
Para unos pocos todo gracias a un “pequeño” desleal, un desertor, un traidor, pero para
otros, para mi, un elegido, un héroe.”
Tras la caída de Romira, Gruñon uno de los enanitos de la pequeña Blanca, se dio
cuenta de que sus actos no fueron justos, sintió remordimientos por ella, y tras miles de
conjuros ineficaces del gran libro de magia oscura y blanca de la reina, descubrió la
manera de traerla de vuelta.
Recordó como fue la primera mirada que cruzó con él, como le dio un vuelco el alma, y
como sin poder evitarlo quedó prendada de aquel pequeño corazón.
Gruñón, ahora Bruno a petición del mismo, gracias a ella ya no tenía ese aspecto
desproporcionado, si no que ahora era un hombre fuerte, alto y fornido, que podía
montar a lomos de cualquier caballo, aunque su esencia no había cambiado, el rey
consorte seguía siempre con ese humor enfadado tan característico suyo, que a ella se le
hacía irresistible.
“Como ha cambiado todo desde entonces”- pensó- “quien lo hubiera imaginado, que al
fin el bien hubiera triunfado.”
Dejó el cepillo dentro del cajón, se recogió sólo aquellos mechones que se interponían
en su mirada, y salió.
Durante todo el recorrido hasta las mazmorras, se cruzó con todo tipo de personajes, los
cuales todos ellos le saludaban con una amplia y sincera sonrisa, sobre todo después de
enterarse de la verdadera personalidad de Blancanieves, la asesina, la que le hizo la vida
imposible con aquel amor del que un día cayó rendida, como se interpuso entre ellos, y
al no soportarlo, prefirió acabar con la vida de su padre.
Cuando llegó a las mazmorras, buscó a la única prisionera que ocupaba una de las
celdas más pequeñas del lugar.
Era una muchacha singular, con una belleza sencilla y natural, cabellos dorados por
encima de los hombros, y unos ojos grises que hipnotizaban a cualquiera que no
estuviese preparado.
-Guardias, sacar a la prisionera, llevarla a la sala de torturas y atarla a las dos estacas
cruzadas, que no escape, y vigilarla hasta que regrese- Ordenó Ramira.
Los guardias asintieron, la dama dio media vuelta a medida que los gritos de
desesperación de Serenia iban en aumento.
Ramira acercó su cara frente a los ojos vendados de ella:
-Nos volvemos a encontrar, sabes por qué estás aquí bruja de poca monta-subrayó la
reina-Nadie puede osar desafiarme, tú, una cría mocosa, ¿creía que podría derrotar a la
gran hechicera del reino? ¿En qué pensabas?
Serenía le escupió en la cara y acto y seguido dijo:
-Ya mataste al rey, tienes aquello que tanto deseabas de su hija, su reino.
La reina rió.
-Muy aguda, muy pocos saben eso, y precisamente también por ello estás hoy aquí,
tienes coraje, no temes a la muerte, ya la has visto otras veces, ¿no es cierto? Pero no,
hoy no morirás, lo que te haré será peor que eso, pero jamás recordaras nada de éste
instante ni de quien se ocupó del asesinato del rey.
Acto y seguido la mujer del vestido rojo vivo, dio un chasquido con los dedos, apuntó
con su afilada uña metálica a una de las sienes de la muchacha y ésta cayó apoyando su
barbilla sobre su mismo pecho, sumida en un profundo sueño.
Unos ojos observaban, unos ojos invisibles a todo cuanto allí permanecía.
Vio como la reina sacó de su interior el corazón aún palpitante de la joven, cogió una
cajita de cristal dónde en su interior había otro corazón aún caliente, e hizo el
intercambio.
Una vez realizado, ella se dio cuenta de su perdición.
Estaba condenada.
Jamás recuperaría su cuerpo, ni escaparía de esa manera ficticia de vivir, nunca más
volvería junto a su amado cazador, ni sentiría el roce de su piel al anochecer… no, a no
ser que recuperara su corazón, y eso significaba la muerte de su única y verdadera
amistad, la muerte de Serenia.
Cuando Serenia despertó era de noche, y se encontraba en mitad del bosque, ella lo
conocía como la palma de su mano, se había criado allí desde que fue abandonada por
sus padres cuando apenas tenía 7 años, y desde entonces él era su hogar.
Se movía con gran soltura y sigilo como si fuese un gato, ni una ramita, ni ninguna hoja
seca crujía bajo sus pies.
Decidió ir a la cabaña de Blancanieves para contarle lo sucedido, pues todo era muy
extraño, y confuso.
Cuando llegó tocó a la puerta, y esperó. Pero nadie respondió detrás de ella, esperó un
poco más, y tras no recibir respuesta alguna, preocupada abrió la puerta dispuesta a
entrar en su interior.
Chilló su nombre una y otra vez y al asomarse a la ventana de una de las habitaciones
oyó un lamento en el jardín trasero.
Bajó rápidamente hasta el precioso jardín recubierto de manzanos.
Y allí lo descubrió, lamentándose por algo que en ese mismo momento a ella no le
importaba, lo único que sabía es que allí estaba él, tan apuesto como siempre, con sus
ojos almendrados y aquel pelo siempre rebelde.
Roilán sintió una presencia, y giró su cabeza en dirección a Selenia, entonces se dio
cuenta, sus ojos no eran los mismos, si seguían iguales, pero no había vida en ellos,
aquella luz que siempre desprendían, se había apagado.
Selenia se acercó, y lo miró fijamente, directamente a los ojos, era él y sin embargo no
parecía el mismo.
Éste le señalo con la mirada una tumba reciente, una gran lápida con un collar que
reposaba en ella…
-Ese collar…-pensó- ¡No puede ser!
¡La tumba era de Blancanieves!
¡Había muerto! ¿Pero cómo?
Empezó a sentir como le faltaba el aliento, como las piernas le comenzaban a fallar, y se
sujetó al joven.
Sin querer dejó salir un par de lágrimas de sus grisáceos ojos, pero decidió que debería
ser fuerte, por los dos, abrazó al muchacho y se dirigieron al interior de la cabaña.
Con el paso de los meses Selenia dejó de ser una ermitaña, y se fue a vivir a la cabaña
de Blancanieves, y ésta cada vez fue siendo un mal menor, y con el paso de los años
casi olvidada.
Selenia un día se miró en el espejo, vestía siempre con harapos, trozos de tela mal
cosidos que remataba ella para acoplárselo mejor al cuerpo, el pelo siempre lleno de
tierra, follaje, etc.
Decidió que era hora de cambiar, se lavó se peinó, y fue al ropero de su amiga.
¡Cuántas vestimentas desaprovechadas!
Se pasó media mañana mirando aquellas fantásticas ropas sin saber por cual decidirse.
Al final escogió una prenda que le llamó la atención, seguramente realizada por su
difunta amiga.
Era una prenda singular, un vestido azul marino brillante y precioso con encajes
plateados, parecía un vestido más, pero en su interior ocultaba una prenda masculina,
unos pantalones. Eran perfectos para moverse por el bosque a su antojo con total
libertad, sin duda una idea de Blanca, sonrió, sólo a ella podría ocurrírsele algo así.
-¡Pero qué haces desgraciada, son mis ropas! ¿¡Qué pretendes!?- y de un manotazo algo
le despojó del vestido tirándolo al otro lado de la habitación.
Serenia se quedó extrañada y decidió cerrar la ventana. Cuando terminó de vestirse, se
hizo un medio recogido, y volvió a mirarse al espejo.
Pero entonces sintió algo, un escalofrío muy desagradable por todo su cuerpo, que le
paralizó todos los músculos, sintió terror, no miedo, terror, el mismo que te impide la
respiración, y miró en el espejo y observó como todo su vestido empezaba a rasgarse, a
romperse por todos lados, dejando ver su pálida piel.
Serenia asustada y nerviosa se despojó de esas ropas, se puso sus harapos y corrió al
bosque en busca de consuelo.
Blancanieves la siguió.
Muy lejos de allí una mujer observaba la escena y reía, junto su amado, por fin desde
hacía mucho tiempo era feliz, tenía amor, riquezas y venganza. ¿Qué más podía pedir?
Blanca llena de ira siguió a Serenia, pero de pronto paró. ¿De qué serviría?
Cambió el rumbo de sus fantasmales pasos y se dirigió al lago, donde otras tantas veces
ella y Roilán habían consumado su amor.
Ella estaba muerta, jamás volvería a la vida, aunque irónicamente tampoco estaba
muerta, había asimilado que permanecería así en ese estada fantasmagórico de por vida.
En ese momento comenzó a creer en todas esas historias de fantasmas que su madre le
contaba de niña antes de que ella muriera por aquella terrible enfermedad.
Ahora pertenecía a uno de ellos, sus actos estaban escribiendo otro cuento que quizás
niños asustadizos escucharían atentamente cada palabra con atención.
Blancanieves entonces decidió dejar su bosque, su reducida familia, su hogar, e ir a
hacer algo que siempre le hubiera gustado hacer: Ver mundo.
Conocer los distintos países viajar por todas las culturas, conocer gentes nuevas y
aprender, sobre todo aprender.
Así que eso hizo, viajó y conoció mil tierras, (de las que nadie sabía aún de su
existencia), culturas, gentes de todas partes, e incluso conoció a otros espíritus que le
ayudaron a conocer sus dones sobrenaturales ahora que no pertenecía al mundo de los
humanos, aunque tampoco a ningún otro que ella conociera.
A veces cuando se aburría disfrutaba asustando a los lugareños, creando así cientos de
leyendas que no tenían ni pies ni cabeza.
Una noche, echó de menos alguien con quien compartir todas éstas experiencias, y se
acordó de Roilán. Aún lo amaba. Era uno de esos amores que duran y duran, pues van
más allá de lo meramente físico, algo más espiritual.
Tomó la decisión de volver, y, en ese mismo instante, y tan pronto como lo pensó, allí
estaba, enfrente de esa cabaña que tanta felicidad le había ocasionado en vida.
Y allí permaneció, hasta que en mitad de la noche un aullido proveniente de su antigua
casa inundó todo el silencio del bosque.
Reconoció la voz, era Serenia. ¡Algo le ocurría!
Y sin pensarlo entró en la casa, el grito provenía de su antigua habitación, cuando llegó,
allí estaba Roilán desnudo completamente y encima de él cabalgándolo Serenia con sus
pechos al aire moviéndose al vaivén del movimiento, dejando ver una pequeña cicatriz
entre ambos, los dos se sonreían y besaban sus sudorosos cuerpos.
El grito fue el primero de muchos otros, más eran de puro placer, placer que tanto
Roilán como Serenia se estaban dando.
¿Cómo podían haberle hecho eso a ella? ¿Tan poco significaba para ellos? ¡Acababa de
morir!
La ira, el dolor, la traición, le recorrió el cuerpo desde sus fantasmales pies hasta la
cabeza, en una espiral que parecía no terminar nunca, se sentía a punto de explotar y
comenzó a dar vueltas por toda la habitación, tirando al suelo y rompiendo todo a su
paso.
Serenia se asustó y se abrazó a Roilán, una energía negativa empezaba a nublar la
instancia, Serenia reconocía esa sensación, pero no logró identificarla.
Blanca los miró a los dos, dirigió después su mirada a Serenia, y pensó de manera fugaz
todo lo que habían vivido juntas, como se habían apoyado en todas las malas
experiencias, y como habían reído en las buenas, y la tristeza, la rabia, y la furia llenó su
espíritu y con un grito desgarrador que los tres escucharon se lanzó hacia ella.
Cuando se dio cuenta tenía enfrente a Roilan, levantó su mano, y la vio real, de carne y
hueso.
Se quedó extrañada por un momento, y casi sin pensar acarició el rostro de Roilán.
-Aún te sigo amando, como siempre he hecho.- Le susurro al oído Blanca, a través del
cuerpo de Serenia.
Poco después, todo pasó muy deprisa. Él hizo ademán de responder algo, pero para
entonces la supuesta mano de Blanca se hundió en su propio pecho clavando sus uñas
como garras, sacando con ímpetu su propio corazón y de un grito de júbilo salió del
cuerpo provocando una fuerte descarga que cayó sobre ambas.
Blanca abrió los ojos, y se incorporó, pues no sabía cómo se hallaba tumbada en el
suelo de la habitación.
Estaba un poco conmocionada, no recordaba cómo había llegado hasta allí, se sentía
demasiado… cual era la palabra, ¿Humana?
Se levantó sobre sus piernas, de carne y hueso, y se miró al espejo.
¡Era ella! ¿Cómo podía ser? Su cuerpo estaba enterrado dos plantas más abajo,
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Alzó su mano y acarició sus mejillas, sus labios, su cabello, estaba incrédula.
¿Cuántos años habían pasado desde su último suspiro?
La maldición se había roto.
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Giró sobre si misma, en busca de Roilán, para compartir su dicha junto a él y contarle
por fin que el maleficio se había roto, que había vuelto por fin, y que ya nada le
impediría estar junto a él.
Pero al girarse todos los músculos de su cuerpo quedaron congelados, y cayó al suelo,
su respiración se paralizó y su boca quedó abierta de par en par.
Entonces le vino todos los recuerdos de golpe, recordó como se había enfurecido como
había penetrado en el cuerpo de Serenia, y sacado su corazón con sus propias manos, el
tacto de Roilán en su piel, su aliento, su mirada asustada pero con ese brillo tan
característico suyo en sus ojos, como acarició su rostro, su cabello y como de un giro
brusco le rompió el cuello a Roilán.
Ella había acabado con sus vidas.
Ambos estaban muertos, uno sobre el otro, Serenia murió a manos de su amiga, y en las
manos de su enamorado y, mientras, la sangre brotaba aún del cuerpo de la chica, e iba
cubriendo toda la cama bajo un gran manto carmesí.
Como había sido posible, como había llegado a ser tan sumamente egoísta, y no haber
dejado que recompusieran sus vidas.
Arrastrándose por toda la estancia, sin dejar de poder mirar los cuerpos y culpabilizarse
por ello, llegó hasta su mesita de noche, y abrió el cajón, donde aún estaba el puñal con
el que solía dormir para defenderse de cualquier extraño que invadiera su casa años
atrás, y sin pensarlo dos veces subió a la cama besó a ambos y murmuró:
-Perdonarme - Y rápidamente sin pensar clavó fuertemente el puñal en su pecho.
Allí cayó, jadeante a los pies de las dos recientes víctimas hasta que la luz de su mirada
se extinguió para siempre.
Por fin se había hecho justicia, por fin se había demostrado que ni era pura, ni inocente
ni sumamente delicada, simplemente era o había sido una humana más.
Una risa tronó en una de las paredes de la sala, al otro lado del espejo, un cabello negro
adornaba el rostro de una belleza inigualable, sus labios rojos en movimiento
confirmaban la procedencia de aquel curioso sonido.
Una mujer de una belleza, sin igual, casi divina, era la perfección hecha mujer, y con el
porte y carácter digno de una gran reina.
Phoenix

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Cuento de primavera

  • 1. Cuento de primavera Salió de la cabaña, y se cubrió el rostro con la capucha de su capa, ocultando así su larga cabellera, y esperó. Al rato se oyó un gran aullido de dolor y un golpe seco. Al fin aquella forajida estaba muerta, Romira sonrió, de una manera para nada agradable, dejando ver su dentadura medio podrida a todos los animales del bosque que se acercaron al lugar. Volvió a entrar en la cabaña, y allí estaba ella, tan preciosa como siempre, con esos cabellos negros color azabache, contrastando con su piel pálida cual porcelana, y en medio de su rostro destacaban sus labios, rojos y carnosos, deseables para cualquier hombre que los viese. Pero ya era tarde, ya nadie la desearía, al fin estaba muerta. Sacó el puñal del interior de su rasgada y sucia capa y lo hundió en el pecho de la joven niña, y mientras la sangre salía a borbotones, ella seguía deslizándolo suavemente, disfrutando con el sordo crujido de la piel al agrietarse, sonreía, se entusiasmó tanto que comenzó a hacer girones con su piel, despellejando toda aquella hermosura que había en ella, rasgó toda su cara de tal manera que quedó irreconocible a cualquiera. Cuando se serenó, volvió donde al principio, y con la mano desnuda buscó el miembro ya no palpitante, pero aún caliente y lo desgarró de un fuerte tirón. Estaba claro que no le podías mandar el trabajo de una mujer a un hombre. Intentar engañar a una mujer, a una reina, con el corazón de un jabalí. Una vez con el corazón en la mano, sacó una cajita de cristal, y lo guardó en su interior. -¿Dónde está tu hermosura ahora? Niña tonta y desgraciada.-Exclamó Romira mientras una nube negra impregnaba toda la instancia, y para cuando se hubo extinguido ya no quedaba nada de esa vieja jorobada de dientes podridos, si no una mujer de una belleza, ahora sin igual, casi divina, era la perfección hecha mujer, y con el porte y carácter digno de una gran reina. En lo alto de la cabaña, una joven estaba intentando asimilar que había ocurrido. Estaba sin vida, eso estaba claro, pero sin embargo, aún estaba allí, viendo como su madrastra se había ensañado con ella, como sin reparo alguno, había deshecho todos sus sueños.¿Que pasaría ahora con Roilán? ¿Y con Serenia? Su único amor, no como aquel estúpido y engreído príncipe que un día la despertó, y Serenia su amiga más sincera. Lo había perdido todo.
  • 2. Le comenzó a invadir por todo el cuerpo algo que ella desconocía: una ira desbordante que le nubló la visión, y con un rugido que solo ella oyó, se abalanzó sobre su asesina, más lo único que consiguió fue traspasarla con una furia y una rapidez increíble, y para cuando quiso darse cuenta, estaba en el otro lado del bosque. La reina formó con sus labios perfectos una majestuosa sonrisa, mientras sentía por todo el cuerpo esa sensación que algunos llaman escalofríos. Sabía que mientras mantuviera caliente su corazón ella jamás podría abandonar este mundo, obligándola a permanecer en un estado espectral, no estaba muerta, pero tampoco podía comunicarse con los vivos. Volvió a su castillo, directa a sus aposentos, para así cambiarse de ropas. Abrió su gran armario, y eligió un vestido rojo sangre con corpiño y sin nada de vuelo, bordado en oro, tanto en el escote como en las mangas y en el inferior del mismo. Fue a su tocador, se deshizo el recogido y comenzó a cepillar su larga melena oscura, y mientras lo hacía dejó su imaginación volar. “Por fin mi venganza se ha realizado. Para unos pocos todo gracias a un “pequeño” desleal, un desertor, un traidor, pero para otros, para mi, un elegido, un héroe.” Tras la caída de Romira, Gruñon uno de los enanitos de la pequeña Blanca, se dio cuenta de que sus actos no fueron justos, sintió remordimientos por ella, y tras miles de conjuros ineficaces del gran libro de magia oscura y blanca de la reina, descubrió la manera de traerla de vuelta. Recordó como fue la primera mirada que cruzó con él, como le dio un vuelco el alma, y como sin poder evitarlo quedó prendada de aquel pequeño corazón. Gruñón, ahora Bruno a petición del mismo, gracias a ella ya no tenía ese aspecto desproporcionado, si no que ahora era un hombre fuerte, alto y fornido, que podía montar a lomos de cualquier caballo, aunque su esencia no había cambiado, el rey consorte seguía siempre con ese humor enfadado tan característico suyo, que a ella se le hacía irresistible. “Como ha cambiado todo desde entonces”- pensó- “quien lo hubiera imaginado, que al fin el bien hubiera triunfado.” Dejó el cepillo dentro del cajón, se recogió sólo aquellos mechones que se interponían en su mirada, y salió. Durante todo el recorrido hasta las mazmorras, se cruzó con todo tipo de personajes, los cuales todos ellos le saludaban con una amplia y sincera sonrisa, sobre todo después de enterarse de la verdadera personalidad de Blancanieves, la asesina, la que le hizo la vida
  • 3. imposible con aquel amor del que un día cayó rendida, como se interpuso entre ellos, y al no soportarlo, prefirió acabar con la vida de su padre. Cuando llegó a las mazmorras, buscó a la única prisionera que ocupaba una de las celdas más pequeñas del lugar. Era una muchacha singular, con una belleza sencilla y natural, cabellos dorados por encima de los hombros, y unos ojos grises que hipnotizaban a cualquiera que no estuviese preparado. -Guardias, sacar a la prisionera, llevarla a la sala de torturas y atarla a las dos estacas cruzadas, que no escape, y vigilarla hasta que regrese- Ordenó Ramira. Los guardias asintieron, la dama dio media vuelta a medida que los gritos de desesperación de Serenia iban en aumento. Ramira acercó su cara frente a los ojos vendados de ella: -Nos volvemos a encontrar, sabes por qué estás aquí bruja de poca monta-subrayó la reina-Nadie puede osar desafiarme, tú, una cría mocosa, ¿creía que podría derrotar a la gran hechicera del reino? ¿En qué pensabas? Serenía le escupió en la cara y acto y seguido dijo: -Ya mataste al rey, tienes aquello que tanto deseabas de su hija, su reino. La reina rió. -Muy aguda, muy pocos saben eso, y precisamente también por ello estás hoy aquí, tienes coraje, no temes a la muerte, ya la has visto otras veces, ¿no es cierto? Pero no, hoy no morirás, lo que te haré será peor que eso, pero jamás recordaras nada de éste instante ni de quien se ocupó del asesinato del rey. Acto y seguido la mujer del vestido rojo vivo, dio un chasquido con los dedos, apuntó con su afilada uña metálica a una de las sienes de la muchacha y ésta cayó apoyando su barbilla sobre su mismo pecho, sumida en un profundo sueño. Unos ojos observaban, unos ojos invisibles a todo cuanto allí permanecía. Vio como la reina sacó de su interior el corazón aún palpitante de la joven, cogió una cajita de cristal dónde en su interior había otro corazón aún caliente, e hizo el intercambio. Una vez realizado, ella se dio cuenta de su perdición. Estaba condenada. Jamás recuperaría su cuerpo, ni escaparía de esa manera ficticia de vivir, nunca más volvería junto a su amado cazador, ni sentiría el roce de su piel al anochecer… no, a no
  • 4. ser que recuperara su corazón, y eso significaba la muerte de su única y verdadera amistad, la muerte de Serenia. Cuando Serenia despertó era de noche, y se encontraba en mitad del bosque, ella lo conocía como la palma de su mano, se había criado allí desde que fue abandonada por sus padres cuando apenas tenía 7 años, y desde entonces él era su hogar. Se movía con gran soltura y sigilo como si fuese un gato, ni una ramita, ni ninguna hoja seca crujía bajo sus pies. Decidió ir a la cabaña de Blancanieves para contarle lo sucedido, pues todo era muy extraño, y confuso. Cuando llegó tocó a la puerta, y esperó. Pero nadie respondió detrás de ella, esperó un poco más, y tras no recibir respuesta alguna, preocupada abrió la puerta dispuesta a entrar en su interior. Chilló su nombre una y otra vez y al asomarse a la ventana de una de las habitaciones oyó un lamento en el jardín trasero. Bajó rápidamente hasta el precioso jardín recubierto de manzanos. Y allí lo descubrió, lamentándose por algo que en ese mismo momento a ella no le importaba, lo único que sabía es que allí estaba él, tan apuesto como siempre, con sus ojos almendrados y aquel pelo siempre rebelde. Roilán sintió una presencia, y giró su cabeza en dirección a Selenia, entonces se dio cuenta, sus ojos no eran los mismos, si seguían iguales, pero no había vida en ellos, aquella luz que siempre desprendían, se había apagado. Selenia se acercó, y lo miró fijamente, directamente a los ojos, era él y sin embargo no parecía el mismo. Éste le señalo con la mirada una tumba reciente, una gran lápida con un collar que reposaba en ella… -Ese collar…-pensó- ¡No puede ser! ¡La tumba era de Blancanieves! ¡Había muerto! ¿Pero cómo? Empezó a sentir como le faltaba el aliento, como las piernas le comenzaban a fallar, y se sujetó al joven. Sin querer dejó salir un par de lágrimas de sus grisáceos ojos, pero decidió que debería ser fuerte, por los dos, abrazó al muchacho y se dirigieron al interior de la cabaña.
  • 5. Con el paso de los meses Selenia dejó de ser una ermitaña, y se fue a vivir a la cabaña de Blancanieves, y ésta cada vez fue siendo un mal menor, y con el paso de los años casi olvidada. Selenia un día se miró en el espejo, vestía siempre con harapos, trozos de tela mal cosidos que remataba ella para acoplárselo mejor al cuerpo, el pelo siempre lleno de tierra, follaje, etc. Decidió que era hora de cambiar, se lavó se peinó, y fue al ropero de su amiga. ¡Cuántas vestimentas desaprovechadas! Se pasó media mañana mirando aquellas fantásticas ropas sin saber por cual decidirse. Al final escogió una prenda que le llamó la atención, seguramente realizada por su difunta amiga. Era una prenda singular, un vestido azul marino brillante y precioso con encajes plateados, parecía un vestido más, pero en su interior ocultaba una prenda masculina, unos pantalones. Eran perfectos para moverse por el bosque a su antojo con total libertad, sin duda una idea de Blanca, sonrió, sólo a ella podría ocurrírsele algo así. -¡Pero qué haces desgraciada, son mis ropas! ¿¡Qué pretendes!?- y de un manotazo algo le despojó del vestido tirándolo al otro lado de la habitación. Serenia se quedó extrañada y decidió cerrar la ventana. Cuando terminó de vestirse, se hizo un medio recogido, y volvió a mirarse al espejo. Pero entonces sintió algo, un escalofrío muy desagradable por todo su cuerpo, que le paralizó todos los músculos, sintió terror, no miedo, terror, el mismo que te impide la respiración, y miró en el espejo y observó como todo su vestido empezaba a rasgarse, a romperse por todos lados, dejando ver su pálida piel. Serenia asustada y nerviosa se despojó de esas ropas, se puso sus harapos y corrió al bosque en busca de consuelo. Blancanieves la siguió. Muy lejos de allí una mujer observaba la escena y reía, junto su amado, por fin desde hacía mucho tiempo era feliz, tenía amor, riquezas y venganza. ¿Qué más podía pedir? Blanca llena de ira siguió a Serenia, pero de pronto paró. ¿De qué serviría? Cambió el rumbo de sus fantasmales pasos y se dirigió al lago, donde otras tantas veces ella y Roilán habían consumado su amor. Ella estaba muerta, jamás volvería a la vida, aunque irónicamente tampoco estaba muerta, había asimilado que permanecería así en ese estada fantasmagórico de por vida. En ese momento comenzó a creer en todas esas historias de fantasmas que su madre le contaba de niña antes de que ella muriera por aquella terrible enfermedad.
  • 6. Ahora pertenecía a uno de ellos, sus actos estaban escribiendo otro cuento que quizás niños asustadizos escucharían atentamente cada palabra con atención. Blancanieves entonces decidió dejar su bosque, su reducida familia, su hogar, e ir a hacer algo que siempre le hubiera gustado hacer: Ver mundo. Conocer los distintos países viajar por todas las culturas, conocer gentes nuevas y aprender, sobre todo aprender. Así que eso hizo, viajó y conoció mil tierras, (de las que nadie sabía aún de su existencia), culturas, gentes de todas partes, e incluso conoció a otros espíritus que le ayudaron a conocer sus dones sobrenaturales ahora que no pertenecía al mundo de los humanos, aunque tampoco a ningún otro que ella conociera. A veces cuando se aburría disfrutaba asustando a los lugareños, creando así cientos de leyendas que no tenían ni pies ni cabeza. Una noche, echó de menos alguien con quien compartir todas éstas experiencias, y se acordó de Roilán. Aún lo amaba. Era uno de esos amores que duran y duran, pues van más allá de lo meramente físico, algo más espiritual. Tomó la decisión de volver, y, en ese mismo instante, y tan pronto como lo pensó, allí estaba, enfrente de esa cabaña que tanta felicidad le había ocasionado en vida. Y allí permaneció, hasta que en mitad de la noche un aullido proveniente de su antigua casa inundó todo el silencio del bosque. Reconoció la voz, era Serenia. ¡Algo le ocurría! Y sin pensarlo entró en la casa, el grito provenía de su antigua habitación, cuando llegó, allí estaba Roilán desnudo completamente y encima de él cabalgándolo Serenia con sus pechos al aire moviéndose al vaivén del movimiento, dejando ver una pequeña cicatriz entre ambos, los dos se sonreían y besaban sus sudorosos cuerpos. El grito fue el primero de muchos otros, más eran de puro placer, placer que tanto Roilán como Serenia se estaban dando. ¿Cómo podían haberle hecho eso a ella? ¿Tan poco significaba para ellos? ¡Acababa de morir! La ira, el dolor, la traición, le recorrió el cuerpo desde sus fantasmales pies hasta la cabeza, en una espiral que parecía no terminar nunca, se sentía a punto de explotar y comenzó a dar vueltas por toda la habitación, tirando al suelo y rompiendo todo a su paso. Serenia se asustó y se abrazó a Roilán, una energía negativa empezaba a nublar la instancia, Serenia reconocía esa sensación, pero no logró identificarla.
  • 7. Blanca los miró a los dos, dirigió después su mirada a Serenia, y pensó de manera fugaz todo lo que habían vivido juntas, como se habían apoyado en todas las malas experiencias, y como habían reído en las buenas, y la tristeza, la rabia, y la furia llenó su espíritu y con un grito desgarrador que los tres escucharon se lanzó hacia ella. Cuando se dio cuenta tenía enfrente a Roilan, levantó su mano, y la vio real, de carne y hueso. Se quedó extrañada por un momento, y casi sin pensar acarició el rostro de Roilán. -Aún te sigo amando, como siempre he hecho.- Le susurro al oído Blanca, a través del cuerpo de Serenia. Poco después, todo pasó muy deprisa. Él hizo ademán de responder algo, pero para entonces la supuesta mano de Blanca se hundió en su propio pecho clavando sus uñas como garras, sacando con ímpetu su propio corazón y de un grito de júbilo salió del cuerpo provocando una fuerte descarga que cayó sobre ambas. Blanca abrió los ojos, y se incorporó, pues no sabía cómo se hallaba tumbada en el suelo de la habitación. Estaba un poco conmocionada, no recordaba cómo había llegado hasta allí, se sentía demasiado… cual era la palabra, ¿Humana? Se levantó sobre sus piernas, de carne y hueso, y se miró al espejo. ¡Era ella! ¿Cómo podía ser? Su cuerpo estaba enterrado dos plantas más abajo, desfigurado y putrefacto y sin embargo ahí estaba impecable… Alzó su mano y acarició sus mejillas, sus labios, su cabello, estaba incrédula. ¿Cuántos años habían pasado desde su último suspiro? La maldición se había roto. La alegría volvió otra vez a recorrer todo su cuerpo. Giró sobre si misma, en busca de Roilán, para compartir su dicha junto a él y contarle por fin que el maleficio se había roto, que había vuelto por fin, y que ya nada le impediría estar junto a él. Pero al girarse todos los músculos de su cuerpo quedaron congelados, y cayó al suelo, su respiración se paralizó y su boca quedó abierta de par en par. Entonces le vino todos los recuerdos de golpe, recordó como se había enfurecido como había penetrado en el cuerpo de Serenia, y sacado su corazón con sus propias manos, el tacto de Roilán en su piel, su aliento, su mirada asustada pero con ese brillo tan característico suyo en sus ojos, como acarició su rostro, su cabello y como de un giro brusco le rompió el cuello a Roilán.
  • 8. Ella había acabado con sus vidas. Ambos estaban muertos, uno sobre el otro, Serenia murió a manos de su amiga, y en las manos de su enamorado y, mientras, la sangre brotaba aún del cuerpo de la chica, e iba cubriendo toda la cama bajo un gran manto carmesí. Como había sido posible, como había llegado a ser tan sumamente egoísta, y no haber dejado que recompusieran sus vidas. Arrastrándose por toda la estancia, sin dejar de poder mirar los cuerpos y culpabilizarse por ello, llegó hasta su mesita de noche, y abrió el cajón, donde aún estaba el puñal con el que solía dormir para defenderse de cualquier extraño que invadiera su casa años atrás, y sin pensarlo dos veces subió a la cama besó a ambos y murmuró: -Perdonarme - Y rápidamente sin pensar clavó fuertemente el puñal en su pecho. Allí cayó, jadeante a los pies de las dos recientes víctimas hasta que la luz de su mirada se extinguió para siempre. Por fin se había hecho justicia, por fin se había demostrado que ni era pura, ni inocente ni sumamente delicada, simplemente era o había sido una humana más. Una risa tronó en una de las paredes de la sala, al otro lado del espejo, un cabello negro adornaba el rostro de una belleza inigualable, sus labios rojos en movimiento confirmaban la procedencia de aquel curioso sonido. Una mujer de una belleza, sin igual, casi divina, era la perfección hecha mujer, y con el porte y carácter digno de una gran reina. Phoenix