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Discusiones didácticas actuales en
Educación Inicial
Licenciatura en Educación Inicial
Primer cuatrimestre de 2022.
Prof. Daniel Brailovsky
Tutores: Prof. Alejandra Marín y Santiago González Bienes
Clase 1.
El jardín es escuela
Comenzaremos este recorrido hablando del jardín como escuela. Ya sabemos que el
jardín es escuela, claro, pero aunque en el discurso pedagógico la palabra “escuela” sirve
para referirse a todos los niveles de la escolaridad, desde el jardín maternal hasta la
universidad, la resonancia más habitual de “escuela” es (admitámoslo): “escuela
primaria”. La primaria es el paradigma de lo escolar, es lo escolar “por defecto”. Por eso
tal vez vale la pena reafirmar la idea de que el jardín es escuela. Porque reafirmando
esta idea, reafirmamos a la vez toda una serie de cosas que pasan (o pueden pasar, o
sería deseable que pasen) en el jardín. Esas cosas que hace la escuela - y que sólo hace
la escuela - como dar tiempo, abrir la experiencia, darle vida a ciertos objetos, contagiar
cierto amor al mundo, invitar a “hacer juntos” reuniendo a los semejantes en el territorio
de lo común, dar a balbucear distintas lenguas, jugar… De eso quiero hablarles en esta
clase, de algunas de las cosas que hace la escuela y que hacen del jardín, una forma –
especial, potente y singular – de escuela.
A modo de síntesis, de anticipación, adelanto que en esta clase se dirán dos cosas: que
el jardín da tiempo y que el jardín da experiencias. Y que por eso, es escuela.
Y mirando más finito dentro de cada una de esas dos ideas, la clase dirá también que el
tiempo escolar del jardín puede mirarse desde cuatro ejemplos: el tiempo formal del
cronograma (la grilla semanal), el tiempo habitado de la vivencia (aburrirse y divertirse),
el tiempo vital de la infancia y el tiempo ¿impuesto? por la época
Con respecto a la experiencia, desplegaremos también cuatro imágenes: la experiencia
como paseo, como travesía, como excursión y como contemplación.
2
¿Empezamos?
En el jardín se brinda tiempo
La primera y más notable significación de estar en la escuela es la de gozar de un tiempo
separado del tiempo habitual, que abre la posibilidad de experiencias diferentes de las
de la vida corriente. El jardín, porque es escuela, ofrece eso que ofrece la escuela y que
es el sentido que se aloja en la misma etimología de la palabra escuela como “tiempo
libre”. En la escuela, dicen Simons y Masschelein, “podemos decir que el tiempo escolar
es un tiempo liberado”.1
Es decir, la escuela “libera” a los chicos (por unas horas) de
todo lo que implica ser hijos, nietos, argentinos, ricos o pobres, nativos o inmigrantes,
o lo que sea que les trace un camino – glorioso o penoso, atractivo o aterrador – y les
indique un destino. Por eso se dice que el tiempo escolar iguala: la igualdad escolar no
tiene que ver con las cosas que la escuela enseña, sino con el tiempo que en la escuela
se brinda.
Lo digo de otro modo: la escuela no es importante sólo porque enseñe cosas importantes
(aunque además hace eso, claro) sino porque brinda la experiencia (cotidiana,
constante, cuidada y enriquecida) de salir de la vida común, esa vida de todos los días
donde uno es igual a uno mismo y no puede detenerse a pensar(se) desde otros lugares,
a hablar otros lenguajes, a exponerse a otras miradas. Ese tiempo, el de estar en la
escuela, es un tiempo en el que podemos descubrir qué nos gusta qué podemos, qué
nos conmueve, qué nos indigna, y qué sucede más allá de todo lo que nos gusta,
podemos, nos conmueve y nos indigna. Sigo leyendo a Simons y Masschelein. La escuela
libera a los chicos y chicas de determinaciones, y les ofrece un tiempo y un lugar
“en el que nos preocupamos e interesamos especialmente en las cosas (…). La escuela
focaliza y dirige nuestra atención hacia algo. La escuela (…) infunde en la nueva generación
la atención hacia el mundo: las cosas empiezan a hablar(nos). La escuela nos hace atentos
y permite que las cosas –desvinculadas de sus usos y posiciones privadas– se tornen
“reales”. Provocan algo, son activas”.2
El acto de enseñar en la escuela apunta a la posibilidad de aprender, pero como (por
suerte) no puede garantizar un efecto muy preciso (casi nadie sale de la escuela muy
seguro de haber aprendido en forma profunda o duradera algo en particular), su valor
reside en algo que sí puede (por ahora) garantizar: el tiempo del estudio, del juego, del
ejercicio, de la práctica. Tiempos para habitar.
La cuestión del tiempo escolar, por otro lado, ha sido profusamente estudiada. Dice
Gimeno Sacristán, haciendo su propio abanico de tiempos escolares, que en la escuela
hay:
- un tiempo “físico-matemático” (el tiempo disponible, lo que dura, lo que se tiene
cuando se “tiene tiempo”),
1
Simons, M. y Masschelein, J. (2014). Defensa de la escuela. Una cuestión pública. Buenos Aires: Miño y
Dávila. (p. 33-34)
2
Ibíd.
3
- un tiempo biológico (el del crecimiento y el desarrollo de la vida),
- un tiempo del discurrir (ligado a los procesos subjetivos, a la experiencia del tiempo)
- y hay finalmente una dimensión social del tiempo, que se ve, por ejemplo, en los
rituales, la vida religiosa, en fin, los ritmos que la vida en común nos impone.3
Así, en relación al tiempo físico, Gimeno observa que en la escuela (y en la vida) “el ciclo
del tiempo que llamamos día, seguramente, constituye la unidad o forma organizativa
natural y social más decisiva en la estructuración de
nuestras vidas”4
, y algo similar podría decirse de los
ciclos mensuales, anuales, que tanto peso tienen en el
llamado “calendario escolar”. Sobre el tiempo biológico,
Gimeno menciona el famoso reloj de flores de Carl von
Linné (1707-1778, conocido como Linneo)5
, un jardín
que estaba diseñado para dar la hora, dado que sus
especies se caracterizaban por abrirse en horarios
consecutivos del día, y menciona también la obra
pictórica de Hans Baldung Grien, donde son
representadas las distintas edades del ser humano. Es
decir, representaciones científicas y artísticas que han
buscado dar cuenta de la relación entre tiempo y
naturaleza. Y se refiere allí a la fatiga escolar, al cuerpo sometido a las tareas y al modo
en que el rendimiento de los estudiantes en la escuela puede ser visto, también, en
función de los ritmos a los que los cuerpos se
someten. Cuenta entonces cómo realizó algunos
ejercicios de investigación, preguntando a los
alumnos qué días de la semana preferían, trazando
una “curva de evolución de las ganas de trabajar
durante el día”, y cosas por el estilo. En relación al
tiempo social, se detiene en el análisis de los
mandatos que la vida pública impone a las distintas
generaciones, y a los modos en que las instituciones
sociales (y vaya si la escuela lo hace) marcan los
ritmos de la vida. Finalmente, despliega una
reflexión sobre el tiempo subjetivo en base a la idea de que lo que importa, en la escuela,
no es tanto la duración o la estructuración del tiempo, sino lo que en él se hace y lo que
ese quehacer significa para las personas, es decir, la “calidad” del tiempo.
Esta especie de tipología de tiempos aplicada a la escuela es un ejercicio interesante,
pues a la vez que abre la complejidad de lo temporal, busca aplicar categorías genéricas
al espacio de la escolaridad. Sin embargo, hay que notar que ni el tiempo físico, ni el
3
Sacristán, J. G. (2008). El valor del tiempo en educación. Ediciones Morata.-
https://archive.org/download/gimeno-el-valor-del-tiempo-en-educacion/Gimeno%20-
%20El%20valor%20del%20tiempo%20en%20educaci%C3%B3n.pdf
4
Sacristán, ob.cit., p.32.
5
Hay una bellísima reseña biográfica titulada “El bibliotecario de la Naturaleza”, que publicó Pablo Capanna
en el diario Página 12. https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/futuro/13-556-2003-09-06.html
4
biológico, ni el social, ni el subjetivo son tiempos propiamente escolares, aunque
lógicamente se toquen con la escuela (y con todo lo demás). Y desde ya, el análisis de
Gimeno se centra en la escuela primaria y secundaria y no se menciona siquiera el nivel
inicial.
¿Cómo pensar entonces el tiempo del jardín? ¿De qué manera explorar los distintos
tiempos que se viven las salas del nivel inicial? Muchas veces se hace una analogía entre
el tiempo del jardín y el tiempo de la infancia. Y hay, claro, esa especie de evocación
nostálgica de los primeros años de la vida que se recuerdan dorados, cristalinos, etéreos.
Esta imagen se parece, además, al estereotipo del jardín de infantes como espacio
ameno, feliz, aislado del mundo. Pero no se corresponde demasiado, en cambio, con la
vivencia que suelen tener los niños de su propio tiempo. Se trata más bien de una
idealización adulta de esos tiempos primeros. Pero al referirse al tiempo de la infancia
de esa manera amplia y evocativa también se borran de un plumazo las enormes
diferencias que hay dentro del tiempo escolar del jardín.
Estos tiempos múltiples que atraviesan la experiencia infantil (en general), y la
experiencia de los chicos en el jardín (en particular) ameritan pensarse más
detenidamente. Para ello, para pensar algunas de las muchas cosas que pueden
pensarse a través del cristal del tiempo, les propongo recorrer una distinción entre
(otras) cuatro formas de pensar el tiempo del jardín: el tiempo formal del cronograma,
el tiempo habitado de la vivencia (con sus “momentos”), el tiempo vital de la infancia y
el tiempo impuesto por la época.
El tiempo formal del cronograma: la grilla semanal
La referencia más típica al tiempo de un cronograma es, claro, el de la grilla semanal.
Esa estructura que sostiene el tiempo y nos brinda la imagen tranquilizadora de una
sucesión prevista de acontecimientos. La visión que tenemos habitualmente del
cronograma es la de una herramienta que nos ordena las tareas. En este punto, el tiempo
del cronograma es también el tiempo de los objetivos formulados en la planificación: un
tiempo pensado hacia adelante, en términos más bien productivos. Un tiempo en el que
esperamos (como se suele decir en los objetivos) “que los alumnos…” aprendan, hagan,
transiten, vivencien. Un tiempo dedicado a otros (los alumnos, los destinatarios del
objetivo), es decir, un tiempo dispuesto para ser recorrido. Un tiempo embaldosado,
marcado, señalizado. Si se debiera hacer un paralelo entre tiempo y espacio, el
equivalente espacial del cronograma sería el mapa: estructurado, dividido por líneas,
políticamente definido, categorizado, rotulado y etiquetado. El tiempo del cronograma
se estructura consecutivo, como una secuencia, y nos brinda una ruta a seguir, sobre
una idea más o menos naturalizada del tiempo que traza, y que se va desplegando como
una alfombra sobre la que podremos caminar tranquilos.
También es cierto que el tiempo encerrado en las grillas es tiempo contable, medible,
tiempo analizable, tiempo visible. Y ante el halo de misterio que rodea la idea de tiempo,
el cronograma es la luz más potente: lo vuelve (aparentemente) nítido, y por lo tanto
exigible y evaluable. Los cronogramas, digamos, son el instrumento mediante el cual los
tiempos se miden, se vuelven mercancía negociable y se contabilizan para ponerles
precio y valor. Cuando la directora del jardín mira el cronograma de la maestra de sala,
5
está mirando un proyecto abierto de ocupación del tiempo, y también algún tipo de
contrato acerca del modo de realizar las tareas. En general, lo apreciará desde la
perspectiva del diseño. Probablemente señalará cosas como: “cuidado, que no aparecen
actividades de ciencias” o “sería mejor anticipar esta propuesta el día anterior” o “quizás
esto no sea oportuno hacerlo justo después de la clase de educación física”. Pero desde
la mirada más amplia de la gestión estatal, los cronogramas son la única ventana a la
vida en las aulas, al tiempo escolar. Una ventana cuadriculada y bidimensional, como
una pantalla, que recuerda en los cronogramas ese tiempo burocrático de las jerarquías
institucionales. Y desde los intereses del mercado, el cronograma lleva al mundo de las
aulas la lógica productiva de las empresas, donde el tiempo es un insumo que se invierte,
y del que se esperan retornos en términos de ganancia. No sólo porque es el tiempo que
cuentan los que nos pagan el sueldo, sino porque no falta quien cree que la medida de
la calidad (palabra pringosa si las hay) es el tiempo medible.
El tiempo habitado de la vivencia: aburrirse y divertirse
La palabra tiempo es profunda, abismal. Si hemos de pensar seriamente la naturaleza
del tiempo, probablemente llegaremos tarde o temprano a paradojas circulares y
laberintos de espejos de los que será difícil salir. Pero hay algo que parece más o menos
evidente: el tiempo existe (también) como una percepción. Es experiencia, es
subjetividad. El tiempo es, también (o sobre todo) la vivencia del tiempo. El término
habitar, ligado al espacio, hace referencia a cierta acción de aquerenciarse en el que –
tras habitarlo – se convertirá en nuestro lugar. La idea de habitar para que un territorio
se convierta en patria, tan nítida en términos geográficos, es susceptible de ser llevada,
también al plano temporal. Cuando alguien dice “en mis tiempos todo era diferente”, o
“en mi época las cosas se hacían de tal manera” da cuenta de esta pertenencia de las
personas a ciertos tiempos, percibidos como propios. Pero no es sino ocupando el tiempo
con significados que nos atraviesen y nos impliquen que llegamos a hacerlo propio.
Habitar el jardín, entonces, es también ocupar sus tiempos. Y digo “sus tiempos”, así,
en plural, porque la escuela de los chicos posee una temporalidad que inevitablemente
oscila en distintos climas, distintos modos de encuentro, distintas tesituras.
Tal vez Santiago Alba Rico se refiere a esta variedad de los tiempos cuando habla del
tiempo del aburrimiento, ese tiempo lento que, retrospectivamente, “se percibe como
tiempo uniforme que ha pasado en un solo bloque y de una sola vez”. Lo opone al tiempo
de la aventura que, en cambio, “se recuerda diferenciado, rico y denso”. También
enumera el tiempo del confinamiento, ese al que nos someten las escuelas y las
pandemias: “es paradójico: porque, encajonado o aprisionado en un espacio estrecho,
él mismo se vuelve espacio, de manera que se recorre la jornada en los mismos cuatro
pasos con que recorremos la habitación: de un solo paso, sí, ha llegado la noche”.6
Y se
refiere también al tiempo de las nuevas tecnologías: tenemos memoria de la costumbre
y de la aventura, dice, pero en cambio no guardamos memoria del tiempo tecnológico:
“Internet es un órgano rumiante que no distingue entre la ingestión y la evacuación”.7
Aburrirse, divertirse, sentirse encerrado entre cuatro paredes o sentirse “capturado” por
6
Alba Rico, S. (2020) Pandemia, capitalismo y tecnología. La tentación del confinamiento Santiago Alba Rico
| Abr 30, 2020 - https://socompa.info/reflexion/la-tentacion-del-confinamiento/
7
Alba Rico, Ibíd.
6
las pantallas8
, son formas de vivir el tiempo muy distintas entre sí. Pero son sensaciones
ligadas a la vivencia del tiempo.
El par aburrido/divertido me interesa especialmente para pensar en el tiempo del jardín,
porque se trata de dos extremos que, aún sin tematizarse demasiado, se han tenido
muy en cuenta para pensar el trabajo pedagógico en las salas. El valor del juego
(asociado a la diversión), las analogías (banales) entre la maestra jardinera y la figura
de quien anima o entretiene, todo ello hace que lo “divertido” sea un terreno interesante,
pero a la vez un poco pantanoso para pensar lo pedagógico en el nivel inicial. Hablar de
“divertir a los chicos” es visto como un modo superficial de pensar las cosas (como
“mera” diversión), pero a la vez, nos preocupa y nos importa hacer de la experiencia en
la sala un tiempo divertido. Por eso tal vez usamos otras palabras para hablar del tema:
el uso del término “significativo”, por ejemplo, muchas veces se podría interpretar como
sinónimo de “divertido” (y que Ausubel nos perdone), y algo similar puede suceder con
“innovación”. Al evaluar procesos, como he desarrollado en otro lado, es bastante
habitual que los registros docentes estén muy centrados en el disfrute como categoría
de valoración.9
En fin, aunque no tengamos un acuerdo amplio ni un vocabulario aceitado
para hablar del tiempo de la diversión, la cuestión está presente y se cuela por todos
lados.
El aburrimiento, por otro lado, tiene mala prensa, aunque hay también elogios para el
tiempo aburrido. Volviendo a Alba Rico, nos dice que hay dos maneras de lograr que
alguien no piense: una, obligarle a trabajar sin descanso; la otra, obligarle a
divertirse sin interrupción.10
Claro que allí el filósofo no se refiere al intento de un
docente por hacer agradable la experiencia de aprender, sino al efecto idiotizante
de la catarata de publicidades divertidas que nos mantiene capturados y atontados,
prendida nuestra atención al chiste banal que nos invita a comprar coca cola,
volkswagen o mastercard. Pero también hace notar que el aburrimiento, lejos de ser
un fantasma al que se debe alejar, “es la experiencia del tiempo desnudo”. Al
aburrirnos, desde esa perspectiva, nos encontramos cara a cara con nosotros
mismos. De hecho, divertirse es, literalmente, darse vuelta, separarse, ir en otra
dirección Y entretener es distraerse, ver la atención llevada hacia otro lugar. Son
palabras que indican la idea de dejarse llevar, de resbalar hacia lugares no buscados,
siempre exteriores. El tiempo aburrido, al contrario, nos conduce a los laberintos
interiores de nuestro pensamiento. “No hay nada más trágico”, concluye Alba Rico,
“que este descubrimiento del tiempo puro, pero quizás tampoco nada más
formativo”.11
Estas consideraciones acerca del aburrimiento no tienen que ver con que los chicos
la pasen bien o mal en el jardín, sino con llamar la atención sobre cierto
8
Subrayo “capturado” aludiendo a la concepción de Daniel Calmels de las pantallas como estímulos
capturantes (Brailovsky, D. & Calmels, D. (2020). Jardín maternal: dar a explorar, dar experiencia. Olhar De
Professor, 22, 1-13. - https://www.revistas2.uepg.br/index.php/olhardeprofessor/article/view/15427)
9
Brailovsky, D.(2016) Didáctica del nivel inicial, en clave pedagógica, Buenos Aires, Novedades Educativas.
10
Alba Rico, S. (2009). Elogio del aburrimiento, La Calle del Medio/Rebelión - https://rebelion.org/elogio-
del-aburrimiento/
11
Ibíd.
7
malentendido respecto del necesario carácter atractivo de todo lo que sucede en el
jardín, como si fuera una fiesta de cumpleaños permanente. Tal vez una de las cosas
que el jardín puede (y quizás debe) hacer es la de propiciar esta forma de encuentro
de los chicos con ellos mismos que se experimenta en esta especie de espejo que
es el tiempo vacío, para ser ocupado. Se lo suele llamar aburrimiento, pero tiene
otros nombres mucho más interesantes: pensamiento, pregunta, reflexión,
meditación, espera, ocio, libertad. Quizás una de las cosas que podemos hacer es
balbucear un poco estas palabras buscando acomodarnos en ellas.
El tiempo, los momentos
En el jardín, sin embargo, el tiempo no se vive homogéneamente. No hay diversión ni
aburrimiento todo el tiempo. No es un tiempo lineal, sino meandroso y cambiante. No
hay una sola temporalidad. Y creo que una manera interesante de pensar el mapa de
los tiempos en las salas es quizás la idea (muy instalada en nuestro lenguaje, por otro
lado) de los momentos, es decir, de la “duración de ciertos movimientos”, que es el
significado etimológico de “momento”. Los distintos movimientos de una jornada típica,
entonces, sugieren momentos, por ejemplo:
 el momento del intercambio inicial de la jornada como tiempo de apertura que goza
de cierto clima inaugural (tranquilo, virgen, abierto, nuevo), un tiempo que se
despliega hacia adelante, promisorio;
 el momento del cuento (o del poema) como tiempo de pausa (especial, intenso,
circular),
 el momento del juego en el patio, arenero, etc. como tiempo de despliegue
(explosivo, expansivo, abierto),
 el momento del juego con otros en rincones u otros dispositivos de la sala como un
tiempo de encuentro y conversación más horizontal, auspiciado por otros códigos y
expectativas, un tiempo observado por el docente, pero a la vez liberado de
intervenciones,
 el momento compartido de la comida (merienda, desayuno, almuerzo), tiempo con
parecidos al del juego con otros (por la relativa autonomía de los chicos) pero mirado
de otra manera por los adultos y atravesado de los ritos de la comida de nuestra
cultura. El momento se nutre, claramente, de los significados del “comer juntos”, y
otorga reglas, modelos corporales, léxicos. Es, además, un tiempo fuertemente
sensorial, pues aparecen los aromas y los sabores de la comida.
 Los momentos intermedios (las transiciones entre las actividades, el momento que
suele llamarse de “pos-comedor”, la breve espera en el patio al entrar, antes o
después del saludo grupal), donde hay una sensación de grieta en el tiempo, de
territorio fronterizo, sin una entidad clara desde la definición adulta, pero que suelen
ser momentos potentes desde la perspectiva de los chicos.
 Los momentos paralelos, como el tiempo de los que no duermen siesta, de los que
terminaron su trabajo en las mesas y deambulan, del que fue mandado “a pensar”
(eufemismo de las viejas penitencias), es decir, estados de exilio respecto del sentido
grupal del tiempo que, como los momentos intermedios, contienen muchas veces
una profundidad insospechada.
8
 El momento de la clase de… (música, educación física, expresión corporal) que es
especial – se las llama materias especiales – porque son esperadas, y por lo tanto
traen un tiempo que regresa cíclico, dos veces a la semana, y permite un tipo de
continuidad diferente del de la cotidianeidad diaria y contante de la vida en la sala.
Pensar la vida en las salas del jardín como un abanico de distintas temporalidades,
distintas maneras de habitar el tiempo escolar (abiertas por momentos típicos, que todos
conocemos muy bien) es entonces otro modo de concebir la jornada, y nuestro tránsito
compartido a través de ella.
El momento viene con sus rituales, sus luces, sus sonidos, sus instrucciones acerca de
cómo ponerse, cómo hablar, cómo moverse. No son reglas rígidas del tipo “en la mesa
no se grita” o “cuando el otro habla, me callo”, sino invitaciones a dejarse atravesar por
esos momentos, con sus reglas tácitas que (aunque a veces se explicitan, claro) hablan
desde los rituales que los definen como “momentos” separados del tiempo común.
Esta idea de ritualizar los momentos dentro de las instituciones es vieja, viejísima. Iván
Illich, analizando las prácticas de lectura medievales, recupera el lugar del libro en
ciertos momentos de la vida cotidiana de los monjes de San Víctor.
(…) precedido de dos velas, el libro es conducido través de los dormitorios. El monje que
lo lleva no debe apoyar perezosamente el pesado volumen en su cabeza ni mecerlo
negligentemente en su brazo extendido, sino que debe proceder con gran dignidad,
haciendo que el borde superior del libro descanse sobre su pecho. A cada turno, los monjes
que van en la pequeña procesión cantan "Benedicamus domino", los novicios que están
durmiendo, en el preciso instante en el que se despiertan, entrarán bruscamente en el
mundo del latín con la respuesta, "Deo gratias". (…) El libro se coloca en el atril que está
en medio de la nave. Una vela se enciende frente él, no sólo para facilitar el reconocimiento
de las letras, por supuesto, sino también para recordarnos que Cristo es la luz que brilla
desde esas páginas en la oscuridad. La celebración ceremonial del libro, el latín, el canto,
la recitación, forman así un fenómeno acústico inmerso en una compleja arquitectura de
ritmo, espacios, gestos. Todo esto no podía sino adherirse los huesos de los alumnos (…)12
La cita describe una práctica ritualizada que desarrollaban los estudiantes de teología
hace casi mil años. ¡Mil años! El momento de la lectura no era el de sentarse en el lugar
de siempre a hacer otra cosa (leer). No sólo porque, como bien se dedica a demostrar
Illich a lo largo del libro, la lectura no era entendida como hoy la entendemos, sino
porque se rodeaba al acto de leer de una serie de disposiciones del cuerpo y el espíritu
que definían al momento como tal. El jardín no es un monasterio medieval, claro, pero
es una institución que recibe a los chicos en comunidad, y que los inicia en una serie de
prácticas a las que acceden mucho menos por las acciones instructivas directas de los
docentes, que por su tránsito por ciertos momentos cargados de sentido. Los momentos
enseñan.
12
Illich, I. (1993). En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al "Didascalicon" de Hugo de
San Víctor, México: Fondo de Cultura Económica (p. 93)
9
El tiempo vital de la infancia
La idea de infancia remite a dos categorías temporales muy concretas: la nostalgia
(cuando se la evoca desde el mundo adulto) y la esperanza (cuando se la mira hacia
adelante, como una promesa), pero ambas son miradas externas a la propia vivencia de
la infancia. Y es que la nostalgia y la esperanza son ecuaciones afectivas del tiempo:
hablan menos de los niños que de los sentimientos adultos respecto del tiempo infantil.
La patria temporal de los chicos, podríamos decir, es el presente.
Sin embargo, hay varias interrupciones – por emplear el término que propone Carlos
Skliar – a esa patria del instante. La más evidente, probablemente, es la que se sigue
del hecho de que en el jardín el tiempo es usado muchas veces para trazar un camino
de ciclos, etapas, metas y expectativas escalonadas, tanto para los aprendizajes como
para el propio desarrollo. Los chicos deben controlar esfínteres en la sala de dos años,
deben iniciarse en ciertas formas de la lectura y la escritura en las salas más avanzadas,
en fin, el mapa del tiempo en las instituciones suele venir atado a cierto mapa de
expectativas. Tal vez por eso suele decirse que el tiempo escolar “consigue que el fracaso
y retraso escolar aparezcan como hechos naturales”.13
Lo natural, se diría, es ajustarse
a esos mapas de tiempos y logros esperados, y el problema se sitúa en los casos que se
desvían demasiado respecto de esa sincronía estipulada.
La versión más difundida de esta idea de un tiempo-reloj que traza una agenda de
“logros” (gatear, caminar, hablar, dibujar la figura humana, escribir el nombre, etc.) es
la que proponen hoy las neurociencias. La idea de que los niños, por ser niños, “tienen”
ciertos tiempos de atención determinados, que sus pequeños cerebros vienen más o
menos formateados a tiempos que deben ser respetados, lleva a sostener que un
docente debe conocer los tiempos cerebrales, pues estos van cambiando a cada edad o
periodo de la vida, y conocerlos puede ayudar a ajustar los tiempos de atención reales
en clase de una manera más eficiente.14
Pero el tiempo infantil, claro, trasciende el tiempo de ser niño, y es menos un período
de la vida y más un modo de transitar ese (y otros) tiempos. En el reciente y bello libro
de Walter Kohan dedicado a Freire, recupera su voz (la del Freire de Por una pedagogía
de la pregunta…), donde dice:
Los criterios de determinación de la edad, de la juventud o de la vejez, no pueden ser
puramente los del calendario. Nadie es viejo solo porque nació hace mucho tiempo o joven
porque nació hace poco. Por el contrario, somos viejos o jóvenes mucho más en función
de cómo pensamos el mundo, de la disponibilidad con la que nos entregamos, curiosos, al
saber, cuya búsqueda jamás nos cansa y cuyo hallazgo jamás nos deja satisfechos o
inmovilizados.15
13
Rodríguez Martínez, C. El sentido del tiempo en las prácticas escolares, Revista Iberoamericana de
Educación n.º 49/1 – 25 de marzo de 2009 - https://rieoei.org/historico/deloslectores/2867Martinez.pdf
14
Meneses Granados, N. (2019) Neuroeducación. Sólo se puede aprender aquello que se ama, de Francisco
Mora Teruel, Perfiles educativos vol.41 no.165 México jul./sep.
15
Freire, en Kohan, Walter (2020) Paulo Freire más que nunca : una biografía filosófica , Ciudad Autónoma
de Buenos Aires : CLACSO - http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20200306042539/Paulo-Freire-mas-
que-nunca.pdf
10
La infancia, entonces, sigue Kohan, “no es una cantidad de tiempo vivido, sino una forma
de relacionarse con el tiempo, justamente, a cualquier edad”. Y amar ese tiempo de
infancia, es, antes que nada, “una forma de habitar el presente, de estar enteramente
presentes en el presente, como si el tiempo fuera solo presente, dando cuerpo al ahora
y como si nosotros fuéramos siempre infancia, como si el futuro fuera apenas otra forma
del presente. En la infancia, hay poco pasado y un futuro abierto, indefinido; el tiempo
de la infancia es el presente”.16
El tiempo infantil es, siguiendo a Carlos Skliar, un tiempo no lineal, no evolutivo, no
unidimensional, un tiempo que trae de suyo cierta animalidad de afección perceptiva,
esto es, “cuando los oídos están abiertos, cuando la mirada está abierta, cuando la piel
está abierta, cuando el mundo llega incontinente a un cuerpo que lo recibe sin
escrúpulos, sin trampas, sin jurisprudencia. El tiempo de los niños nos debería hacer
notar esa animalidad que desperdiciamos, perdemos, subestimamos siempre y a la que
debemos, por lo menos, infinito respeto”.17
En la película “Especial Jardines”, de Bruno Stagnaro, se captan algunas escenas de
niños en el jardín, en distintas situaciones. En una de esas secuencias se ve a un niño
que vuelca el yogurt sobre la mesa. La cámara (atenta y niña también, a su modo) capta
la mirada del niño sobre el charco de yogurt, la sonrisa que acompaña al vaso que
comienza a deslizar circularmente, la vista fija en ese mundo de yogurt que acaba de
crear. Diría que el tiempo infantil es el tiempo de fijarse en los detalles, de quedarse en
un charco de yogurt: no en la urgencia de limpiarlo, ni en el miedo a ser reprendido, ni
en la lamentación por el derroche de lo derramado, ni tampoco en la manía de registrarlo
con la cámara del celular.
Y tal vez hay en el tiempo infantil una alteridad inevitablemente rebelde, clandestina. Es
difícil ser niño sin tomar conciencia de cierta oposición respecto del mundo adulto. El
principito, de Antoine de Saint-Exupéry, es un buen ejemplo de esa forma de
clandestinidad propia de la vivencia infantil. Y creo que es necesario empatizar un poco
con esa forma sutil de resistencia para trabajar con los chicos en el jardín.
Había una vez un maestro – confieso de entrada que era yo – que usaba títeres en su
sala. Eran personajes que acompañaban la vida cotidiana y que a veces llegaban para
introducir un asunto, o para animar una conversación, o simplemente para saludar. El
maestro, algunas veces, recurría a los títeres para aleccionar a los chicos. Si no querían
lavarse las manos, por ejemplo, el maestro le decía al títere: “Teté, querido, ¿no es
cierto que todos los niños deben lavarse las manos?”. Pero el títere respondía,
invariablemente: “¡No! ¡Las manos son más lindas sucias!”. O si el maestro, buscando
complicidad en el títere, le decía: “Teté, ¿podrías por favor decirle a Matías que se baje
de la silla?”, Teté respondía: “¡Cómo me gustaría subir yo también a la silla!”. Y es que,
sumergidos en el tiempo infantil (y esa es una aspiración noble, si las hay, para un
16
Kohan, ob.cit., p.180.
17
Skliar, Carlos (2012) La infancia, la niñez, las interrupciones, Childhood & Philosophy, ISSN-e 1984-5987,
Vol. 8, Nº. 15, 2012, págs. 67-81 - https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5013882
11
educador infantil) permanecer en ese tiempo, sintonizar con ese tiempo, está antes y es
más importante que cualquier otra enseñanza.
El tiempo impuesto por la época
Había una vez un niño que volvía de la escuela con su abuela. En uno de esos trayectos,
lo bastante extensos como para enfrentarlo al tiempo puro del aburrimiento, y por lo
tanto al pensamiento, le preguntó: - “Abuela, ¿cuándo se termina esta época?”. En el
jardín había estado hablando de “la época de los dinosaurios” y de “la época de las
damas antiguas”, y le interesaba saber si, al igual que esas épocas míticas
(temporalidades diferentes de la nuestra, percibidas como algo homogéneo que había
comenzado y terminado) la nuestra era una época palpable, de comienzo y fin trazados
y definidos. Se dio cuenta, digamos, de que esta también podría ser una época. Era una
cuestión que, probablemente, excedía su vocabulario y le resultaba difícil de formular.
Pero en el germen de su pregunta estaba el supuesto de que esta época también debería
llegar a su fin en algún momento. Lo que su mirada infantil no podía percibir todavía es
que las épocas nos encierran y nos envuelven como mantas invisibles. Las damas
antiguas no se llamaban a sí mismas damas antiguas, porque todavía no eran antiguas.
Una época, habrá tratado de explicarle su abuela, sólo se vuelve época con nombre
cuando ha terminado. Los nombres que pretendamos darle hoy a nuestro tiempo,
nombrándolo como época, serán siempre pretenciosos, ciegos, mesiánicos o ridículos.
El término época, dice Carlos Skliar, “no proviene de una percepción natural del tiempo
sino de una habitual naturalización y responde, nada más ni nada menos, que a una
convención pronta a acatarse o desobedecerse”. Y es que “hablamos sobre una época
que nos habla, leemos acerca de una época que nos lee, pensamos mientras se establece
qué es o qué no es el pensamiento (…) y pasamos a través del tiempo mientras el tiempo
pasa a través nuestro.18
Esta sombra que la época cierne sobre nosotros nos obliga,
entonces, a mirar con cierta desconfianza, sin entregarnos de lleno, a todo aquello que
se dice sobre este tiempo, sus mandatos, sus supuestas reglas. Si nos dicen que esta es
la era de las nuevas tecnologías, si se nos dice que este es un momento de cambios
vertiginosos, si se nos dice que hoy en día los chicos vienen más inteligentes, que son
“nativos digitales”, en fin, si se nos pretende embaucar sin disimulo con versiones
grandilocuentes de la época, deberíamos tener un poco de cuidado. Carlos Skliar también
lee a Agamben, donde dice que quien realmente pertenece a su tiempo, a su época,
(quien es realmente contemporáneo) no coincide perfectamente con ese tiempo, ni se
adapta a sus pretensiones.19
La época, en todo caso, es un andén al que algunos están llegando con el tren de las
cinco y del que otros están partiendo con el de las seis. No es la misma estación para
18
Skliar, C. (2019). Como un tren sobre el abismo, o contra toda esa prisa, Madrid: Vaso roto.(p.18)
19
Agamben, G. (2007). ¿ Qué es lo contemporáneo? curso de Filosofía Teorética, Facultad de Artes y Diseño
de Venecia , 2007. Traducción: Verónica Nájera -
https://etsamdoctorado.files.wordpress.com/2012/12/agamben-que-es-lo-contemporaneo.pdf
12
todos. Y si algo podemos asegurar es que nuestros alumnos del jardín y nosotros,
definitivamente no viajamos en el mismo tren. Fernando Bárcena lo dice bellamente:
en todo presente conviven tres modalidades de tiempo diferentes, algo así como tres
«presencias del presente»: el hoy de los jóvenes, el hoy de los hombres y mujeres
maduros y el hoy de los viejos. Tres dimensiones vitales conviven, en conflicto, diferencia
y hostilidad inevitable, en cada presente, de modo que todo presente es siempre
discontinuo, y significa cosas distintas para el joven de veinte años, para el hombre de
cuarenta y para el viejo de ochenta.20
Esta relación entre generaciones, dice Bárcena, es escenario de todo tipo de
transmisiones, pero también de desencuentros, asimetrías, discontinuidades,
alteridades. Y el tiempo de la infancia se vive “sin saber cómo se llama; sin poder
nombrarla”.21
La época les impone nombres y rasgos: los niños exploradores, los niños
con derechos, los niños obedientes, los niños genios, los niños con problemas, los niños
liberados, los niños diversos (o les niñes diverses). Pero ellos, irreverentes, cada vez
que los dejan, sólo habitan su tiempo de infancia, sólo son niños.
En el jardín se abre la experiencia
¿Qué significa que la escuela ofrece experiencia? Ya sabemos que la experiencia no es
“lo que pasa”, sino “lo que nos pasa”22
y que entonces ir a la escuela no tiene tanto que
ver con llenar el tiempo de cosas, apretadísimas en una jornada sin pausas, sino con
prestar atención a la conversación alrededor de las cosas. Los chicos van al jardín a
experimentar, a sentirse atravesados de ciertas experiencias.
La palabra “carrera” se utiliza para ilustrar el recorrido de una persona por las distintas
etapas de su formación y su desarrollo personal. Últimamente se usa también la palabra
“trayectoria” (las trayectorias escolares) para poner el acento en las continuidades y la
mirada amplia sobre esos recorridos. Todos estos términos – carrera, trayectoria,
recorrido – implican una idea de movimiento, de traslado, que tiende enseguida a
sociologizarse: si bien son términos útiles para pensar las políticas públicas o la gestión
escolar, no es fácil mirar a los chicos en el jardín a través de estas palabras. Eluden lo
experiencial, que es situado, que es más pequeño, que está más cerca. Me gustaría
proponer otros términos ligados al movimiento y a la vez más próximos a lo que nos
pasa mientras nos movemos. Quisiera que mirásemos juntos las figuras del paseo, la
travesía, la excursión y la contemplación.
La experiencia como paseo
20
Barcena, F. (2012). Entre generaciones. Notas sobre la educación en la filiación del tiempo. SOUTHWELL,
M.(Comp.) Entre generaciones. Exploraciones sobre educación, cultura e instituciones, Homo Sapiens,
Buenos Aires. -
https://archive.org/download/EntreGeneraciones.NotasSobreLaEduca/Entre_generaciones._Notas_sobre_la_
educa.pdf
21
Bárcena, ob.cit., p.7.
22
Larrosa, J. (2003). Experiencia y pasión. Entre las lenguas. Lenguaje y educación después de Babel, 165-
178.
13
A diferencia de la carrera (donde prima la velocidad) o la trayectoria (donde se mira la
longitud recorrida), el paseo es un modo pausado de transitar el lugar. Se pasea (y de
ahí viene la palabra) paso a paso, pasando y pisando. Y no solo se pasea despacio, sino
que se pasea con cierta pompa: el paseante, en general, se viste para la ocasión. Los
paseos se sitúan en territorios caracterizados por la belleza natural: jardines, bulevares,
costaneras, parques. El paseo, además, es la acción de pasearse y también el lugar por
el que se pasea. En Buenos Aires, por ejemplo, hay una avenida llamada “Paseo Colón”,
que a fines del siglo XIX era un recorrido costero por el que la gente podía pasear.
Decimos de un lugar bello para ser recorrido, que es un paseo.
Pensar la experiencia de los chicos en el jardín como paseo, entonces, es una invitación
a detener el apuro, a prestar atención a lo que nos rodea desde la curiosidad relajada y
el disfrute, y a la vez a tomarse con cierta ceremonia las actividades destinadas a ser
“paseadas”. Un paseo no es casual, no es indefinido: es breve pero conciso. Se prepara
previamente y se realiza con mucha conciencia de estar transitando un momento
especial. Había una vez una niña muy pequeña que no quería entrar al jardín. Abrazada
con fuerza a una de las piernas de su abuela – su madre había procurado hacerse a un
lado en el rol de acompañante, a ver si la niña lograba despedirse más fácilmente de la
abuela – miraba con desconfianza a su maestra, que la invitaba de mil maneras a
quedarse. La escena se venía repitiendo desde hacía varios días y la abuela, ya algo
cansada del asunto, le dijo a su nieta: -“Yo ya te conozco las mañas, querida, en cuanto
me vaya se te va todo el llanto”. Y se fue. La maestra, a solas con el llanto desolado de
la pequeña, la alzó en brazos y la llevó a ver los dibujos de la cartelera, donde los chicos
de las salas mayores habían dejado sus versiones de un “autorretrato”. Juntas miraron
un dibujo por vez, lentamente, deteniéndose en cada detalle: en las pestañas que Bruna
le puso a su cara, en la remera roja que Joaquín se pintó. Y a cada dibujo que miraban,
el llanto iba quedando atrás, y la niña se sumergía más y más en su “estar en el jardín”,
al que – paseo mediante – comenzaba a percibir como un lugar propio, arbolado de
confianza, florecido de una compañía cómplice, señalizado para recorrerlo de la mano,
sin apuro y con plácida curiosidad. Dice Walter Benjamin (en la lectura de Miguel Morey)
que el paseo es una especie de ejercicio espiritual, y que “establece unos modos
específicos de relación entre el recuerdo, la atención y la imaginación”.23
Y afirma que el
paseo es uno de los modelos fundamentales de relación de cada cual consigo mismo. Y
agrega Morey que el paseo:
“es la forma más pobre de viaje, el más modesto de los viajes. Y sin embargo, es uno de
los que más decididamente implica las potencias de la atención y la memoria, así como
las ensoñaciones de la imaginación y ello hasta el punto de que podríamos decir que no
puede cumplirse auténticamente como tal sin que ellas acudan a la cita. Pasado, presente
y futuro entremezclan siempre sus presencias en la experiencia del presente que
acompaña al Paseante y le constituye en cuanto tal”.24
Y Fernando Bárcena, leyendo el mismo texto de Morey, subraya que “el paseo trasciende
los modos de lo anecdótico para constituirse en metáfora de la forma misma de la
23
Morey, M. (1990). Kantspromenade. Invitación a la lectura de Walter Benjamin. Revista Creación,
Madrid, 1(1).
24
Morey, Ibíd.
14
experiencia”.25
Es decir: la misma plaza arbolada, el mismo mural con dibujos, pueden
ser un fondo gris y neutro, pueden pasar de un pantallazo sin detenerse, o bien pueden
ser el escenario de una conversación pausada, atenta al detalle, en movimiento, bajo la
órbita del paseo.
La experiencia como travesía
La travesía implica, por supuesto, el acto de atravesar. Y se liga especialmente a la
experiencia, porque experimentar es también, según cierta etimología, “atravesar el
peligro”, exponerse. Si el paseo requiere de transeúntes relajados y dispuestos al
disfrute, la travesía en cambio demanda algo de valentía y espíritu de aventura.
La travesía, nos dice Skliar, “pierde su destino porque no tiene meta. No es finalidad, es
la duración del durante”.26
Emprendemos travesías olvidándonos de dónde salimos y sin
pensar en llegar, nos ocupan los desafíos que enfrentaremos en el medio. Si los paseos
transcurren en lugares cuidados, decorados, parquizados por la mano humana, las
travesías en cambio se internan en lo salvaje. Paseamos por la costanera, pero las
travesías nos llevan por selvas, bosques y océanos. La audacia del que emprende la
travesía se parece, en clave infantil, a su palabra hermana: la travesura.
Los proyectos pedagógicos, esos que se imaginó Kilpatrick hace cien años, esa forma de
pensar la enseñanza que consiste en decirnos “hagamos esto juntos” se parecen casi
siempre a una travesía.27
El proyecto se funda en un deseo compartido, en un propósito
común. Y aunque las descripciones superficiales de los proyectos suelen definirlos (en
libros de didáctica y diseños curriculares) como las estructuras didácticas que “tienen un
producto”, todo el proyecto, su riqueza y su valor, se encuentran en el proceso, en el
mientras, en las infinitas bifurcaciones del tránsito hacia ese producto, que sólo funciona
a modo de utopía. En el proyecto se enseña haciendo.
Hay proyectos que están concentrados en la creación o en la fabricación de algo - una
huerta, una exposición, una obra de teatro - o en la resolución de un problema - la falta
de un espacio para jugar, la contaminación del agua - y en esos casos, efectivamente
se arriba a cierto resultado, tangible y durable. Pero también hay proyectos cuyo
propósito es la pura inmersión en un determinado mundo, desafiante y nuevo. Hay
proyectos que se proponen acceder y degustar porciones insospechadas de la realidad.
Y hay proyectos que apuntan al fortalecimiento, al crecimiento o al empoderamiento a
través de involucrarse con una causa.
Había una vez un pueblo muy pequeño en el que ya no había cine. La vieja sala de
cinematógrafo que existía sobre la plaza principal se había convertido hacía mucho
25
Barcena, F. (2012). Entre generaciones. Notas sobre la educación en la filiación del tiempo. SOUTHWELL,
M.(Comp.) Entre generaciones. Exploraciones sobre educación, cultura e instituciones, Homo Sapiens,
Buenos Aires. -
https://archive.org/download/EntreGeneraciones.NotasSobreLaEduca/Entre_generaciones._Notas_sobre_la_
educa.pdf
26
Skliar, C. (2015). “Lo singular en la lengua de la filosofía de la educación”, en Genis, A. D., & Garay, G.
(2015). Filosofía de la educación: tradición y actualidad. Appris Editora e Livraria Eireli-ME. (link).
27
Kilpatrick, W. The project method [El método de los proyectos], Teachers college record: Nueva York, vol.
XIX, nº 4, septiembre de 1918.
15
tiempo en un templo evangelista, luego en un supermercado, luego en una sucursal del
Banco Provincia. Del cine habían quedado recuerdos en la memoria de los mayores y
relatos en los oídos de los más jóvenes. Pero cine, ya no había. En uno de los jardines
de infantes de este pueblo, una maestra se dio cuenta de que sus niños jamás habían
ido al cine a ver una película. Para ellos, el cine era algo que se miraba en las pantallas
de las computadoras, los televisores o los celulares. El cine era una experiencia
doméstica que no tenía nada que ver con la vida pública. Era mirar algo público desde
la comodidad del sillón del living, y no era lo contrario (que es la experiencia real del
cine), es decir, concurrir a un lugar público para asomarse a las pequeñas escenas de la
vida privada que muestran las películas.
Entonces la maestra decidió buscar la manera de que todos sus alumnos y alumnas
fueran juntos al cine. La travesía hasta el cine los hizo pasar por rifas, colectas, cartas
a concejales, reuniones con las familias, historias acerca del cine contadas por padres y
abuelos, y una entrevista a un viejo que había trabajado como boletero en el cine del
pueblo, ese que luego desapareció. Y descubrieron juntos que la del cine era una historia
fantástica, llena de otras pequeñas historias, voces, huellas. Y que del mismo modo que
el cine se había perdido, su regreso era cuestión de tiempo, de deseos y de travesías.
La experiencia como excursión
La excursión se arraiga en toda una tradición escolar, pues a las actuales “experiencias
directas” se las solía llamar excursiones. Y es un término que describe una visita a un
exterior percibido como exótico, pero a la vez habitado y preparado para recibirnos. En
las ciudades turísticas, las excursiones se venden en paquete: una cascada, avistaje de
animales y almuerzo incluido. La bebida se paga aparte. Es decir: la excursión promete
exotismo, pero a la vez asegura una estadía totalmente al amparo de un dispositivo
organizado, previsto, cómodo. Por eso la excursión es corta e intensa. Por eso a la
excursión se va bien equipado. La excursión pone en valor (y a veces le pone precio) a
los paisajes naturales o cotidianos.
A diferencia del paseo (cuya marca es el plácido disfrute) o la travesía (signada por la
aventura) la excursión es un espectáculo bien preparado y puesto al servicio de la
curiosidad. La excursión tiene, además, un personaje asociado: el guía, el intérprete, el
traductor. Por eso la excursión, como inspiración para el docente de nivel inicial, es una
invitación al esfuerzo de preparación. El grupo irá tomado de su mano, de su voz, de
sus comentarios, de sus propuestas, recorriendo un lugar (que el docente ya conocía y
había visitado antes) y del que revelará los secretos. Como esas esquinas en las que un
balcón esconde una historia de amor y un farol recuerda las costumbres de otro siglo, la
excursión es el gesto de preparar un espacio para ser leído como un libro abierto.
La experiencia como contemplación
Los antropólogos, dice Rosana Guber, no son meros coleccionistas de rarezas, buscan
familiarizarse con mundos diversos pero también, más recientemente, buscan “exotizar
16
los mundos familiares”.28
Mirar lo de todos los días con ojos extraños, extranjeros, desde
nuevos ángulos y nuevas preguntas. Y este es un camino para lograr un conocimiento
menos sesgado, menos prejuicioso, menos egocéntrico de las cosas. La escuela asume
este rol antropológico cuando pone las cosas ante los estudiantes para que las miren y
las piensen desde nuevas perspectivas, para que las interroguen, para que contemplen
su extensión. La contemplación es una forma atenta, reflexiva y sensible de mirar. En el
origen de la palabra aparece además la compañía de otro (es decir, el mirar en conjunto)
y la idea de “templo”: contemplar es mirar juntos algo sagrado, mirar en silencio, mirar
tranquilos y con tiempo.
Había una vez un árbol viejo, viejísimo, que cualquiera diría que había estado siempre
en el patio de la escuela. Antes incluso que la propia escuela. Los chicos del jardín lo
habían visto cada día, al entrar, al salir o al pasar, y habían jugado bajo su sombra.
Habían pisado sus hojas secas crujientes en otoño, habían empuñado como espadas las
ramas secas que dejaba caer y habían robado sus cortezas descascaradas para tirarlas
por la rejilla y verlas desaparecer en la oscuridad. Un día su maestra propuso un viaje
al árbol. Descubrieron que dos ventanas de la escuela (una del primer piso y otra del
segundo, a las que nunca prestaban atención porque el jardín quedaba en la planta baja)
se asomaban sobre las partes altas del árbol. Y allí fueron, con cámara de fotos, con
grabador, con un tubo largo para deslizar pequeños objetos desde arriba. Con preguntas,
con hipótesis, con confianza en que valía la pena volver a mirar el viejo árbol. Mirar con
otros algunas cosas viejas, para volver a conocerlas, y a conocernos a la vez, mirándolas.
Uh, ya voy por la página 16, ¡qué tarde que se hizo! Señoras, señores, espero que hayan
disfrutado de esta clase a pinceladas, que hayan respirado la atmósfera que me he
propuesto compartirles, que hayan vivido la lectura de esta clase como un “momento”
(de esos que mencionábamos hace unas páginas) o como un paseo, o como una travesía.
En cualquier caso, será un gusto seguir en el foro, donde la conversación nos aguarda…
Bibliografía
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Facultad de Artes y Diseño de Venecia , 2007. Traducción: Verónica Nájera -
https://etsamdoctorado.files.wordpress.com/2012/12/agamben-que-es-lo-
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- https://rebelion.org/elogio-del-aburrimiento/
Alba Rico, S. (2020) Pandemia, capitalismo y tecnología. La tentación del
confinamiento Santiago Alba Rico | Abr 30, 2020 - https://socompa.info/reflexion/la-
tentacion-del-confinamiento/
Barcena, F. (2012). Entre generaciones. Notas sobre la educación en la filiación del
tiempo. Southwell, M.(Comp.) Entre generaciones. Exploraciones sobre educación,
28
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17
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https://archive.org/download/EntreGeneraciones.NotasSobreLaEduca/Entre_generacio
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https://www.revistas2.uepg.br/index.php/olhardeprofessor/article/view/15427)
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Kohan, Walter (2020) Paulo Freire más que nunca : una biografía filosófica , Ciudad
Autónoma de Buenos Aires : CLACSO -
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Guber, R. El salvaje metropolitano, Buenos Aires: Paidos, 2004.
Illich, I. (1993). En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al
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https://rieoei.org/historico/deloslectores/2867Martinez.pdf
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D., & Garay, G. (2015). Filosofía de la educación: tradición y actualidad. Appris Editora
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  • 1. 1 Discusiones didácticas actuales en Educación Inicial Licenciatura en Educación Inicial Primer cuatrimestre de 2022. Prof. Daniel Brailovsky Tutores: Prof. Alejandra Marín y Santiago González Bienes Clase 1. El jardín es escuela Comenzaremos este recorrido hablando del jardín como escuela. Ya sabemos que el jardín es escuela, claro, pero aunque en el discurso pedagógico la palabra “escuela” sirve para referirse a todos los niveles de la escolaridad, desde el jardín maternal hasta la universidad, la resonancia más habitual de “escuela” es (admitámoslo): “escuela primaria”. La primaria es el paradigma de lo escolar, es lo escolar “por defecto”. Por eso tal vez vale la pena reafirmar la idea de que el jardín es escuela. Porque reafirmando esta idea, reafirmamos a la vez toda una serie de cosas que pasan (o pueden pasar, o sería deseable que pasen) en el jardín. Esas cosas que hace la escuela - y que sólo hace la escuela - como dar tiempo, abrir la experiencia, darle vida a ciertos objetos, contagiar cierto amor al mundo, invitar a “hacer juntos” reuniendo a los semejantes en el territorio de lo común, dar a balbucear distintas lenguas, jugar… De eso quiero hablarles en esta clase, de algunas de las cosas que hace la escuela y que hacen del jardín, una forma – especial, potente y singular – de escuela. A modo de síntesis, de anticipación, adelanto que en esta clase se dirán dos cosas: que el jardín da tiempo y que el jardín da experiencias. Y que por eso, es escuela. Y mirando más finito dentro de cada una de esas dos ideas, la clase dirá también que el tiempo escolar del jardín puede mirarse desde cuatro ejemplos: el tiempo formal del cronograma (la grilla semanal), el tiempo habitado de la vivencia (aburrirse y divertirse), el tiempo vital de la infancia y el tiempo ¿impuesto? por la época Con respecto a la experiencia, desplegaremos también cuatro imágenes: la experiencia como paseo, como travesía, como excursión y como contemplación.
  • 2. 2 ¿Empezamos? En el jardín se brinda tiempo La primera y más notable significación de estar en la escuela es la de gozar de un tiempo separado del tiempo habitual, que abre la posibilidad de experiencias diferentes de las de la vida corriente. El jardín, porque es escuela, ofrece eso que ofrece la escuela y que es el sentido que se aloja en la misma etimología de la palabra escuela como “tiempo libre”. En la escuela, dicen Simons y Masschelein, “podemos decir que el tiempo escolar es un tiempo liberado”.1 Es decir, la escuela “libera” a los chicos (por unas horas) de todo lo que implica ser hijos, nietos, argentinos, ricos o pobres, nativos o inmigrantes, o lo que sea que les trace un camino – glorioso o penoso, atractivo o aterrador – y les indique un destino. Por eso se dice que el tiempo escolar iguala: la igualdad escolar no tiene que ver con las cosas que la escuela enseña, sino con el tiempo que en la escuela se brinda. Lo digo de otro modo: la escuela no es importante sólo porque enseñe cosas importantes (aunque además hace eso, claro) sino porque brinda la experiencia (cotidiana, constante, cuidada y enriquecida) de salir de la vida común, esa vida de todos los días donde uno es igual a uno mismo y no puede detenerse a pensar(se) desde otros lugares, a hablar otros lenguajes, a exponerse a otras miradas. Ese tiempo, el de estar en la escuela, es un tiempo en el que podemos descubrir qué nos gusta qué podemos, qué nos conmueve, qué nos indigna, y qué sucede más allá de todo lo que nos gusta, podemos, nos conmueve y nos indigna. Sigo leyendo a Simons y Masschelein. La escuela libera a los chicos y chicas de determinaciones, y les ofrece un tiempo y un lugar “en el que nos preocupamos e interesamos especialmente en las cosas (…). La escuela focaliza y dirige nuestra atención hacia algo. La escuela (…) infunde en la nueva generación la atención hacia el mundo: las cosas empiezan a hablar(nos). La escuela nos hace atentos y permite que las cosas –desvinculadas de sus usos y posiciones privadas– se tornen “reales”. Provocan algo, son activas”.2 El acto de enseñar en la escuela apunta a la posibilidad de aprender, pero como (por suerte) no puede garantizar un efecto muy preciso (casi nadie sale de la escuela muy seguro de haber aprendido en forma profunda o duradera algo en particular), su valor reside en algo que sí puede (por ahora) garantizar: el tiempo del estudio, del juego, del ejercicio, de la práctica. Tiempos para habitar. La cuestión del tiempo escolar, por otro lado, ha sido profusamente estudiada. Dice Gimeno Sacristán, haciendo su propio abanico de tiempos escolares, que en la escuela hay: - un tiempo “físico-matemático” (el tiempo disponible, lo que dura, lo que se tiene cuando se “tiene tiempo”), 1 Simons, M. y Masschelein, J. (2014). Defensa de la escuela. Una cuestión pública. Buenos Aires: Miño y Dávila. (p. 33-34) 2 Ibíd.
  • 3. 3 - un tiempo biológico (el del crecimiento y el desarrollo de la vida), - un tiempo del discurrir (ligado a los procesos subjetivos, a la experiencia del tiempo) - y hay finalmente una dimensión social del tiempo, que se ve, por ejemplo, en los rituales, la vida religiosa, en fin, los ritmos que la vida en común nos impone.3 Así, en relación al tiempo físico, Gimeno observa que en la escuela (y en la vida) “el ciclo del tiempo que llamamos día, seguramente, constituye la unidad o forma organizativa natural y social más decisiva en la estructuración de nuestras vidas”4 , y algo similar podría decirse de los ciclos mensuales, anuales, que tanto peso tienen en el llamado “calendario escolar”. Sobre el tiempo biológico, Gimeno menciona el famoso reloj de flores de Carl von Linné (1707-1778, conocido como Linneo)5 , un jardín que estaba diseñado para dar la hora, dado que sus especies se caracterizaban por abrirse en horarios consecutivos del día, y menciona también la obra pictórica de Hans Baldung Grien, donde son representadas las distintas edades del ser humano. Es decir, representaciones científicas y artísticas que han buscado dar cuenta de la relación entre tiempo y naturaleza. Y se refiere allí a la fatiga escolar, al cuerpo sometido a las tareas y al modo en que el rendimiento de los estudiantes en la escuela puede ser visto, también, en función de los ritmos a los que los cuerpos se someten. Cuenta entonces cómo realizó algunos ejercicios de investigación, preguntando a los alumnos qué días de la semana preferían, trazando una “curva de evolución de las ganas de trabajar durante el día”, y cosas por el estilo. En relación al tiempo social, se detiene en el análisis de los mandatos que la vida pública impone a las distintas generaciones, y a los modos en que las instituciones sociales (y vaya si la escuela lo hace) marcan los ritmos de la vida. Finalmente, despliega una reflexión sobre el tiempo subjetivo en base a la idea de que lo que importa, en la escuela, no es tanto la duración o la estructuración del tiempo, sino lo que en él se hace y lo que ese quehacer significa para las personas, es decir, la “calidad” del tiempo. Esta especie de tipología de tiempos aplicada a la escuela es un ejercicio interesante, pues a la vez que abre la complejidad de lo temporal, busca aplicar categorías genéricas al espacio de la escolaridad. Sin embargo, hay que notar que ni el tiempo físico, ni el 3 Sacristán, J. G. (2008). El valor del tiempo en educación. Ediciones Morata.- https://archive.org/download/gimeno-el-valor-del-tiempo-en-educacion/Gimeno%20- %20El%20valor%20del%20tiempo%20en%20educaci%C3%B3n.pdf 4 Sacristán, ob.cit., p.32. 5 Hay una bellísima reseña biográfica titulada “El bibliotecario de la Naturaleza”, que publicó Pablo Capanna en el diario Página 12. https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/futuro/13-556-2003-09-06.html
  • 4. 4 biológico, ni el social, ni el subjetivo son tiempos propiamente escolares, aunque lógicamente se toquen con la escuela (y con todo lo demás). Y desde ya, el análisis de Gimeno se centra en la escuela primaria y secundaria y no se menciona siquiera el nivel inicial. ¿Cómo pensar entonces el tiempo del jardín? ¿De qué manera explorar los distintos tiempos que se viven las salas del nivel inicial? Muchas veces se hace una analogía entre el tiempo del jardín y el tiempo de la infancia. Y hay, claro, esa especie de evocación nostálgica de los primeros años de la vida que se recuerdan dorados, cristalinos, etéreos. Esta imagen se parece, además, al estereotipo del jardín de infantes como espacio ameno, feliz, aislado del mundo. Pero no se corresponde demasiado, en cambio, con la vivencia que suelen tener los niños de su propio tiempo. Se trata más bien de una idealización adulta de esos tiempos primeros. Pero al referirse al tiempo de la infancia de esa manera amplia y evocativa también se borran de un plumazo las enormes diferencias que hay dentro del tiempo escolar del jardín. Estos tiempos múltiples que atraviesan la experiencia infantil (en general), y la experiencia de los chicos en el jardín (en particular) ameritan pensarse más detenidamente. Para ello, para pensar algunas de las muchas cosas que pueden pensarse a través del cristal del tiempo, les propongo recorrer una distinción entre (otras) cuatro formas de pensar el tiempo del jardín: el tiempo formal del cronograma, el tiempo habitado de la vivencia (con sus “momentos”), el tiempo vital de la infancia y el tiempo impuesto por la época. El tiempo formal del cronograma: la grilla semanal La referencia más típica al tiempo de un cronograma es, claro, el de la grilla semanal. Esa estructura que sostiene el tiempo y nos brinda la imagen tranquilizadora de una sucesión prevista de acontecimientos. La visión que tenemos habitualmente del cronograma es la de una herramienta que nos ordena las tareas. En este punto, el tiempo del cronograma es también el tiempo de los objetivos formulados en la planificación: un tiempo pensado hacia adelante, en términos más bien productivos. Un tiempo en el que esperamos (como se suele decir en los objetivos) “que los alumnos…” aprendan, hagan, transiten, vivencien. Un tiempo dedicado a otros (los alumnos, los destinatarios del objetivo), es decir, un tiempo dispuesto para ser recorrido. Un tiempo embaldosado, marcado, señalizado. Si se debiera hacer un paralelo entre tiempo y espacio, el equivalente espacial del cronograma sería el mapa: estructurado, dividido por líneas, políticamente definido, categorizado, rotulado y etiquetado. El tiempo del cronograma se estructura consecutivo, como una secuencia, y nos brinda una ruta a seguir, sobre una idea más o menos naturalizada del tiempo que traza, y que se va desplegando como una alfombra sobre la que podremos caminar tranquilos. También es cierto que el tiempo encerrado en las grillas es tiempo contable, medible, tiempo analizable, tiempo visible. Y ante el halo de misterio que rodea la idea de tiempo, el cronograma es la luz más potente: lo vuelve (aparentemente) nítido, y por lo tanto exigible y evaluable. Los cronogramas, digamos, son el instrumento mediante el cual los tiempos se miden, se vuelven mercancía negociable y se contabilizan para ponerles precio y valor. Cuando la directora del jardín mira el cronograma de la maestra de sala,
  • 5. 5 está mirando un proyecto abierto de ocupación del tiempo, y también algún tipo de contrato acerca del modo de realizar las tareas. En general, lo apreciará desde la perspectiva del diseño. Probablemente señalará cosas como: “cuidado, que no aparecen actividades de ciencias” o “sería mejor anticipar esta propuesta el día anterior” o “quizás esto no sea oportuno hacerlo justo después de la clase de educación física”. Pero desde la mirada más amplia de la gestión estatal, los cronogramas son la única ventana a la vida en las aulas, al tiempo escolar. Una ventana cuadriculada y bidimensional, como una pantalla, que recuerda en los cronogramas ese tiempo burocrático de las jerarquías institucionales. Y desde los intereses del mercado, el cronograma lleva al mundo de las aulas la lógica productiva de las empresas, donde el tiempo es un insumo que se invierte, y del que se esperan retornos en términos de ganancia. No sólo porque es el tiempo que cuentan los que nos pagan el sueldo, sino porque no falta quien cree que la medida de la calidad (palabra pringosa si las hay) es el tiempo medible. El tiempo habitado de la vivencia: aburrirse y divertirse La palabra tiempo es profunda, abismal. Si hemos de pensar seriamente la naturaleza del tiempo, probablemente llegaremos tarde o temprano a paradojas circulares y laberintos de espejos de los que será difícil salir. Pero hay algo que parece más o menos evidente: el tiempo existe (también) como una percepción. Es experiencia, es subjetividad. El tiempo es, también (o sobre todo) la vivencia del tiempo. El término habitar, ligado al espacio, hace referencia a cierta acción de aquerenciarse en el que – tras habitarlo – se convertirá en nuestro lugar. La idea de habitar para que un territorio se convierta en patria, tan nítida en términos geográficos, es susceptible de ser llevada, también al plano temporal. Cuando alguien dice “en mis tiempos todo era diferente”, o “en mi época las cosas se hacían de tal manera” da cuenta de esta pertenencia de las personas a ciertos tiempos, percibidos como propios. Pero no es sino ocupando el tiempo con significados que nos atraviesen y nos impliquen que llegamos a hacerlo propio. Habitar el jardín, entonces, es también ocupar sus tiempos. Y digo “sus tiempos”, así, en plural, porque la escuela de los chicos posee una temporalidad que inevitablemente oscila en distintos climas, distintos modos de encuentro, distintas tesituras. Tal vez Santiago Alba Rico se refiere a esta variedad de los tiempos cuando habla del tiempo del aburrimiento, ese tiempo lento que, retrospectivamente, “se percibe como tiempo uniforme que ha pasado en un solo bloque y de una sola vez”. Lo opone al tiempo de la aventura que, en cambio, “se recuerda diferenciado, rico y denso”. También enumera el tiempo del confinamiento, ese al que nos someten las escuelas y las pandemias: “es paradójico: porque, encajonado o aprisionado en un espacio estrecho, él mismo se vuelve espacio, de manera que se recorre la jornada en los mismos cuatro pasos con que recorremos la habitación: de un solo paso, sí, ha llegado la noche”.6 Y se refiere también al tiempo de las nuevas tecnologías: tenemos memoria de la costumbre y de la aventura, dice, pero en cambio no guardamos memoria del tiempo tecnológico: “Internet es un órgano rumiante que no distingue entre la ingestión y la evacuación”.7 Aburrirse, divertirse, sentirse encerrado entre cuatro paredes o sentirse “capturado” por 6 Alba Rico, S. (2020) Pandemia, capitalismo y tecnología. La tentación del confinamiento Santiago Alba Rico | Abr 30, 2020 - https://socompa.info/reflexion/la-tentacion-del-confinamiento/ 7 Alba Rico, Ibíd.
  • 6. 6 las pantallas8 , son formas de vivir el tiempo muy distintas entre sí. Pero son sensaciones ligadas a la vivencia del tiempo. El par aburrido/divertido me interesa especialmente para pensar en el tiempo del jardín, porque se trata de dos extremos que, aún sin tematizarse demasiado, se han tenido muy en cuenta para pensar el trabajo pedagógico en las salas. El valor del juego (asociado a la diversión), las analogías (banales) entre la maestra jardinera y la figura de quien anima o entretiene, todo ello hace que lo “divertido” sea un terreno interesante, pero a la vez un poco pantanoso para pensar lo pedagógico en el nivel inicial. Hablar de “divertir a los chicos” es visto como un modo superficial de pensar las cosas (como “mera” diversión), pero a la vez, nos preocupa y nos importa hacer de la experiencia en la sala un tiempo divertido. Por eso tal vez usamos otras palabras para hablar del tema: el uso del término “significativo”, por ejemplo, muchas veces se podría interpretar como sinónimo de “divertido” (y que Ausubel nos perdone), y algo similar puede suceder con “innovación”. Al evaluar procesos, como he desarrollado en otro lado, es bastante habitual que los registros docentes estén muy centrados en el disfrute como categoría de valoración.9 En fin, aunque no tengamos un acuerdo amplio ni un vocabulario aceitado para hablar del tiempo de la diversión, la cuestión está presente y se cuela por todos lados. El aburrimiento, por otro lado, tiene mala prensa, aunque hay también elogios para el tiempo aburrido. Volviendo a Alba Rico, nos dice que hay dos maneras de lograr que alguien no piense: una, obligarle a trabajar sin descanso; la otra, obligarle a divertirse sin interrupción.10 Claro que allí el filósofo no se refiere al intento de un docente por hacer agradable la experiencia de aprender, sino al efecto idiotizante de la catarata de publicidades divertidas que nos mantiene capturados y atontados, prendida nuestra atención al chiste banal que nos invita a comprar coca cola, volkswagen o mastercard. Pero también hace notar que el aburrimiento, lejos de ser un fantasma al que se debe alejar, “es la experiencia del tiempo desnudo”. Al aburrirnos, desde esa perspectiva, nos encontramos cara a cara con nosotros mismos. De hecho, divertirse es, literalmente, darse vuelta, separarse, ir en otra dirección Y entretener es distraerse, ver la atención llevada hacia otro lugar. Son palabras que indican la idea de dejarse llevar, de resbalar hacia lugares no buscados, siempre exteriores. El tiempo aburrido, al contrario, nos conduce a los laberintos interiores de nuestro pensamiento. “No hay nada más trágico”, concluye Alba Rico, “que este descubrimiento del tiempo puro, pero quizás tampoco nada más formativo”.11 Estas consideraciones acerca del aburrimiento no tienen que ver con que los chicos la pasen bien o mal en el jardín, sino con llamar la atención sobre cierto 8 Subrayo “capturado” aludiendo a la concepción de Daniel Calmels de las pantallas como estímulos capturantes (Brailovsky, D. & Calmels, D. (2020). Jardín maternal: dar a explorar, dar experiencia. Olhar De Professor, 22, 1-13. - https://www.revistas2.uepg.br/index.php/olhardeprofessor/article/view/15427) 9 Brailovsky, D.(2016) Didáctica del nivel inicial, en clave pedagógica, Buenos Aires, Novedades Educativas. 10 Alba Rico, S. (2009). Elogio del aburrimiento, La Calle del Medio/Rebelión - https://rebelion.org/elogio- del-aburrimiento/ 11 Ibíd.
  • 7. 7 malentendido respecto del necesario carácter atractivo de todo lo que sucede en el jardín, como si fuera una fiesta de cumpleaños permanente. Tal vez una de las cosas que el jardín puede (y quizás debe) hacer es la de propiciar esta forma de encuentro de los chicos con ellos mismos que se experimenta en esta especie de espejo que es el tiempo vacío, para ser ocupado. Se lo suele llamar aburrimiento, pero tiene otros nombres mucho más interesantes: pensamiento, pregunta, reflexión, meditación, espera, ocio, libertad. Quizás una de las cosas que podemos hacer es balbucear un poco estas palabras buscando acomodarnos en ellas. El tiempo, los momentos En el jardín, sin embargo, el tiempo no se vive homogéneamente. No hay diversión ni aburrimiento todo el tiempo. No es un tiempo lineal, sino meandroso y cambiante. No hay una sola temporalidad. Y creo que una manera interesante de pensar el mapa de los tiempos en las salas es quizás la idea (muy instalada en nuestro lenguaje, por otro lado) de los momentos, es decir, de la “duración de ciertos movimientos”, que es el significado etimológico de “momento”. Los distintos movimientos de una jornada típica, entonces, sugieren momentos, por ejemplo:  el momento del intercambio inicial de la jornada como tiempo de apertura que goza de cierto clima inaugural (tranquilo, virgen, abierto, nuevo), un tiempo que se despliega hacia adelante, promisorio;  el momento del cuento (o del poema) como tiempo de pausa (especial, intenso, circular),  el momento del juego en el patio, arenero, etc. como tiempo de despliegue (explosivo, expansivo, abierto),  el momento del juego con otros en rincones u otros dispositivos de la sala como un tiempo de encuentro y conversación más horizontal, auspiciado por otros códigos y expectativas, un tiempo observado por el docente, pero a la vez liberado de intervenciones,  el momento compartido de la comida (merienda, desayuno, almuerzo), tiempo con parecidos al del juego con otros (por la relativa autonomía de los chicos) pero mirado de otra manera por los adultos y atravesado de los ritos de la comida de nuestra cultura. El momento se nutre, claramente, de los significados del “comer juntos”, y otorga reglas, modelos corporales, léxicos. Es, además, un tiempo fuertemente sensorial, pues aparecen los aromas y los sabores de la comida.  Los momentos intermedios (las transiciones entre las actividades, el momento que suele llamarse de “pos-comedor”, la breve espera en el patio al entrar, antes o después del saludo grupal), donde hay una sensación de grieta en el tiempo, de territorio fronterizo, sin una entidad clara desde la definición adulta, pero que suelen ser momentos potentes desde la perspectiva de los chicos.  Los momentos paralelos, como el tiempo de los que no duermen siesta, de los que terminaron su trabajo en las mesas y deambulan, del que fue mandado “a pensar” (eufemismo de las viejas penitencias), es decir, estados de exilio respecto del sentido grupal del tiempo que, como los momentos intermedios, contienen muchas veces una profundidad insospechada.
  • 8. 8  El momento de la clase de… (música, educación física, expresión corporal) que es especial – se las llama materias especiales – porque son esperadas, y por lo tanto traen un tiempo que regresa cíclico, dos veces a la semana, y permite un tipo de continuidad diferente del de la cotidianeidad diaria y contante de la vida en la sala. Pensar la vida en las salas del jardín como un abanico de distintas temporalidades, distintas maneras de habitar el tiempo escolar (abiertas por momentos típicos, que todos conocemos muy bien) es entonces otro modo de concebir la jornada, y nuestro tránsito compartido a través de ella. El momento viene con sus rituales, sus luces, sus sonidos, sus instrucciones acerca de cómo ponerse, cómo hablar, cómo moverse. No son reglas rígidas del tipo “en la mesa no se grita” o “cuando el otro habla, me callo”, sino invitaciones a dejarse atravesar por esos momentos, con sus reglas tácitas que (aunque a veces se explicitan, claro) hablan desde los rituales que los definen como “momentos” separados del tiempo común. Esta idea de ritualizar los momentos dentro de las instituciones es vieja, viejísima. Iván Illich, analizando las prácticas de lectura medievales, recupera el lugar del libro en ciertos momentos de la vida cotidiana de los monjes de San Víctor. (…) precedido de dos velas, el libro es conducido través de los dormitorios. El monje que lo lleva no debe apoyar perezosamente el pesado volumen en su cabeza ni mecerlo negligentemente en su brazo extendido, sino que debe proceder con gran dignidad, haciendo que el borde superior del libro descanse sobre su pecho. A cada turno, los monjes que van en la pequeña procesión cantan "Benedicamus domino", los novicios que están durmiendo, en el preciso instante en el que se despiertan, entrarán bruscamente en el mundo del latín con la respuesta, "Deo gratias". (…) El libro se coloca en el atril que está en medio de la nave. Una vela se enciende frente él, no sólo para facilitar el reconocimiento de las letras, por supuesto, sino también para recordarnos que Cristo es la luz que brilla desde esas páginas en la oscuridad. La celebración ceremonial del libro, el latín, el canto, la recitación, forman así un fenómeno acústico inmerso en una compleja arquitectura de ritmo, espacios, gestos. Todo esto no podía sino adherirse los huesos de los alumnos (…)12 La cita describe una práctica ritualizada que desarrollaban los estudiantes de teología hace casi mil años. ¡Mil años! El momento de la lectura no era el de sentarse en el lugar de siempre a hacer otra cosa (leer). No sólo porque, como bien se dedica a demostrar Illich a lo largo del libro, la lectura no era entendida como hoy la entendemos, sino porque se rodeaba al acto de leer de una serie de disposiciones del cuerpo y el espíritu que definían al momento como tal. El jardín no es un monasterio medieval, claro, pero es una institución que recibe a los chicos en comunidad, y que los inicia en una serie de prácticas a las que acceden mucho menos por las acciones instructivas directas de los docentes, que por su tránsito por ciertos momentos cargados de sentido. Los momentos enseñan. 12 Illich, I. (1993). En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al "Didascalicon" de Hugo de San Víctor, México: Fondo de Cultura Económica (p. 93)
  • 9. 9 El tiempo vital de la infancia La idea de infancia remite a dos categorías temporales muy concretas: la nostalgia (cuando se la evoca desde el mundo adulto) y la esperanza (cuando se la mira hacia adelante, como una promesa), pero ambas son miradas externas a la propia vivencia de la infancia. Y es que la nostalgia y la esperanza son ecuaciones afectivas del tiempo: hablan menos de los niños que de los sentimientos adultos respecto del tiempo infantil. La patria temporal de los chicos, podríamos decir, es el presente. Sin embargo, hay varias interrupciones – por emplear el término que propone Carlos Skliar – a esa patria del instante. La más evidente, probablemente, es la que se sigue del hecho de que en el jardín el tiempo es usado muchas veces para trazar un camino de ciclos, etapas, metas y expectativas escalonadas, tanto para los aprendizajes como para el propio desarrollo. Los chicos deben controlar esfínteres en la sala de dos años, deben iniciarse en ciertas formas de la lectura y la escritura en las salas más avanzadas, en fin, el mapa del tiempo en las instituciones suele venir atado a cierto mapa de expectativas. Tal vez por eso suele decirse que el tiempo escolar “consigue que el fracaso y retraso escolar aparezcan como hechos naturales”.13 Lo natural, se diría, es ajustarse a esos mapas de tiempos y logros esperados, y el problema se sitúa en los casos que se desvían demasiado respecto de esa sincronía estipulada. La versión más difundida de esta idea de un tiempo-reloj que traza una agenda de “logros” (gatear, caminar, hablar, dibujar la figura humana, escribir el nombre, etc.) es la que proponen hoy las neurociencias. La idea de que los niños, por ser niños, “tienen” ciertos tiempos de atención determinados, que sus pequeños cerebros vienen más o menos formateados a tiempos que deben ser respetados, lleva a sostener que un docente debe conocer los tiempos cerebrales, pues estos van cambiando a cada edad o periodo de la vida, y conocerlos puede ayudar a ajustar los tiempos de atención reales en clase de una manera más eficiente.14 Pero el tiempo infantil, claro, trasciende el tiempo de ser niño, y es menos un período de la vida y más un modo de transitar ese (y otros) tiempos. En el reciente y bello libro de Walter Kohan dedicado a Freire, recupera su voz (la del Freire de Por una pedagogía de la pregunta…), donde dice: Los criterios de determinación de la edad, de la juventud o de la vejez, no pueden ser puramente los del calendario. Nadie es viejo solo porque nació hace mucho tiempo o joven porque nació hace poco. Por el contrario, somos viejos o jóvenes mucho más en función de cómo pensamos el mundo, de la disponibilidad con la que nos entregamos, curiosos, al saber, cuya búsqueda jamás nos cansa y cuyo hallazgo jamás nos deja satisfechos o inmovilizados.15 13 Rodríguez Martínez, C. El sentido del tiempo en las prácticas escolares, Revista Iberoamericana de Educación n.º 49/1 – 25 de marzo de 2009 - https://rieoei.org/historico/deloslectores/2867Martinez.pdf 14 Meneses Granados, N. (2019) Neuroeducación. Sólo se puede aprender aquello que se ama, de Francisco Mora Teruel, Perfiles educativos vol.41 no.165 México jul./sep. 15 Freire, en Kohan, Walter (2020) Paulo Freire más que nunca : una biografía filosófica , Ciudad Autónoma de Buenos Aires : CLACSO - http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20200306042539/Paulo-Freire-mas- que-nunca.pdf
  • 10. 10 La infancia, entonces, sigue Kohan, “no es una cantidad de tiempo vivido, sino una forma de relacionarse con el tiempo, justamente, a cualquier edad”. Y amar ese tiempo de infancia, es, antes que nada, “una forma de habitar el presente, de estar enteramente presentes en el presente, como si el tiempo fuera solo presente, dando cuerpo al ahora y como si nosotros fuéramos siempre infancia, como si el futuro fuera apenas otra forma del presente. En la infancia, hay poco pasado y un futuro abierto, indefinido; el tiempo de la infancia es el presente”.16 El tiempo infantil es, siguiendo a Carlos Skliar, un tiempo no lineal, no evolutivo, no unidimensional, un tiempo que trae de suyo cierta animalidad de afección perceptiva, esto es, “cuando los oídos están abiertos, cuando la mirada está abierta, cuando la piel está abierta, cuando el mundo llega incontinente a un cuerpo que lo recibe sin escrúpulos, sin trampas, sin jurisprudencia. El tiempo de los niños nos debería hacer notar esa animalidad que desperdiciamos, perdemos, subestimamos siempre y a la que debemos, por lo menos, infinito respeto”.17 En la película “Especial Jardines”, de Bruno Stagnaro, se captan algunas escenas de niños en el jardín, en distintas situaciones. En una de esas secuencias se ve a un niño que vuelca el yogurt sobre la mesa. La cámara (atenta y niña también, a su modo) capta la mirada del niño sobre el charco de yogurt, la sonrisa que acompaña al vaso que comienza a deslizar circularmente, la vista fija en ese mundo de yogurt que acaba de crear. Diría que el tiempo infantil es el tiempo de fijarse en los detalles, de quedarse en un charco de yogurt: no en la urgencia de limpiarlo, ni en el miedo a ser reprendido, ni en la lamentación por el derroche de lo derramado, ni tampoco en la manía de registrarlo con la cámara del celular. Y tal vez hay en el tiempo infantil una alteridad inevitablemente rebelde, clandestina. Es difícil ser niño sin tomar conciencia de cierta oposición respecto del mundo adulto. El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, es un buen ejemplo de esa forma de clandestinidad propia de la vivencia infantil. Y creo que es necesario empatizar un poco con esa forma sutil de resistencia para trabajar con los chicos en el jardín. Había una vez un maestro – confieso de entrada que era yo – que usaba títeres en su sala. Eran personajes que acompañaban la vida cotidiana y que a veces llegaban para introducir un asunto, o para animar una conversación, o simplemente para saludar. El maestro, algunas veces, recurría a los títeres para aleccionar a los chicos. Si no querían lavarse las manos, por ejemplo, el maestro le decía al títere: “Teté, querido, ¿no es cierto que todos los niños deben lavarse las manos?”. Pero el títere respondía, invariablemente: “¡No! ¡Las manos son más lindas sucias!”. O si el maestro, buscando complicidad en el títere, le decía: “Teté, ¿podrías por favor decirle a Matías que se baje de la silla?”, Teté respondía: “¡Cómo me gustaría subir yo también a la silla!”. Y es que, sumergidos en el tiempo infantil (y esa es una aspiración noble, si las hay, para un 16 Kohan, ob.cit., p.180. 17 Skliar, Carlos (2012) La infancia, la niñez, las interrupciones, Childhood & Philosophy, ISSN-e 1984-5987, Vol. 8, Nº. 15, 2012, págs. 67-81 - https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5013882
  • 11. 11 educador infantil) permanecer en ese tiempo, sintonizar con ese tiempo, está antes y es más importante que cualquier otra enseñanza. El tiempo impuesto por la época Había una vez un niño que volvía de la escuela con su abuela. En uno de esos trayectos, lo bastante extensos como para enfrentarlo al tiempo puro del aburrimiento, y por lo tanto al pensamiento, le preguntó: - “Abuela, ¿cuándo se termina esta época?”. En el jardín había estado hablando de “la época de los dinosaurios” y de “la época de las damas antiguas”, y le interesaba saber si, al igual que esas épocas míticas (temporalidades diferentes de la nuestra, percibidas como algo homogéneo que había comenzado y terminado) la nuestra era una época palpable, de comienzo y fin trazados y definidos. Se dio cuenta, digamos, de que esta también podría ser una época. Era una cuestión que, probablemente, excedía su vocabulario y le resultaba difícil de formular. Pero en el germen de su pregunta estaba el supuesto de que esta época también debería llegar a su fin en algún momento. Lo que su mirada infantil no podía percibir todavía es que las épocas nos encierran y nos envuelven como mantas invisibles. Las damas antiguas no se llamaban a sí mismas damas antiguas, porque todavía no eran antiguas. Una época, habrá tratado de explicarle su abuela, sólo se vuelve época con nombre cuando ha terminado. Los nombres que pretendamos darle hoy a nuestro tiempo, nombrándolo como época, serán siempre pretenciosos, ciegos, mesiánicos o ridículos. El término época, dice Carlos Skliar, “no proviene de una percepción natural del tiempo sino de una habitual naturalización y responde, nada más ni nada menos, que a una convención pronta a acatarse o desobedecerse”. Y es que “hablamos sobre una época que nos habla, leemos acerca de una época que nos lee, pensamos mientras se establece qué es o qué no es el pensamiento (…) y pasamos a través del tiempo mientras el tiempo pasa a través nuestro.18 Esta sombra que la época cierne sobre nosotros nos obliga, entonces, a mirar con cierta desconfianza, sin entregarnos de lleno, a todo aquello que se dice sobre este tiempo, sus mandatos, sus supuestas reglas. Si nos dicen que esta es la era de las nuevas tecnologías, si se nos dice que este es un momento de cambios vertiginosos, si se nos dice que hoy en día los chicos vienen más inteligentes, que son “nativos digitales”, en fin, si se nos pretende embaucar sin disimulo con versiones grandilocuentes de la época, deberíamos tener un poco de cuidado. Carlos Skliar también lee a Agamben, donde dice que quien realmente pertenece a su tiempo, a su época, (quien es realmente contemporáneo) no coincide perfectamente con ese tiempo, ni se adapta a sus pretensiones.19 La época, en todo caso, es un andén al que algunos están llegando con el tren de las cinco y del que otros están partiendo con el de las seis. No es la misma estación para 18 Skliar, C. (2019). Como un tren sobre el abismo, o contra toda esa prisa, Madrid: Vaso roto.(p.18) 19 Agamben, G. (2007). ¿ Qué es lo contemporáneo? curso de Filosofía Teorética, Facultad de Artes y Diseño de Venecia , 2007. Traducción: Verónica Nájera - https://etsamdoctorado.files.wordpress.com/2012/12/agamben-que-es-lo-contemporaneo.pdf
  • 12. 12 todos. Y si algo podemos asegurar es que nuestros alumnos del jardín y nosotros, definitivamente no viajamos en el mismo tren. Fernando Bárcena lo dice bellamente: en todo presente conviven tres modalidades de tiempo diferentes, algo así como tres «presencias del presente»: el hoy de los jóvenes, el hoy de los hombres y mujeres maduros y el hoy de los viejos. Tres dimensiones vitales conviven, en conflicto, diferencia y hostilidad inevitable, en cada presente, de modo que todo presente es siempre discontinuo, y significa cosas distintas para el joven de veinte años, para el hombre de cuarenta y para el viejo de ochenta.20 Esta relación entre generaciones, dice Bárcena, es escenario de todo tipo de transmisiones, pero también de desencuentros, asimetrías, discontinuidades, alteridades. Y el tiempo de la infancia se vive “sin saber cómo se llama; sin poder nombrarla”.21 La época les impone nombres y rasgos: los niños exploradores, los niños con derechos, los niños obedientes, los niños genios, los niños con problemas, los niños liberados, los niños diversos (o les niñes diverses). Pero ellos, irreverentes, cada vez que los dejan, sólo habitan su tiempo de infancia, sólo son niños. En el jardín se abre la experiencia ¿Qué significa que la escuela ofrece experiencia? Ya sabemos que la experiencia no es “lo que pasa”, sino “lo que nos pasa”22 y que entonces ir a la escuela no tiene tanto que ver con llenar el tiempo de cosas, apretadísimas en una jornada sin pausas, sino con prestar atención a la conversación alrededor de las cosas. Los chicos van al jardín a experimentar, a sentirse atravesados de ciertas experiencias. La palabra “carrera” se utiliza para ilustrar el recorrido de una persona por las distintas etapas de su formación y su desarrollo personal. Últimamente se usa también la palabra “trayectoria” (las trayectorias escolares) para poner el acento en las continuidades y la mirada amplia sobre esos recorridos. Todos estos términos – carrera, trayectoria, recorrido – implican una idea de movimiento, de traslado, que tiende enseguida a sociologizarse: si bien son términos útiles para pensar las políticas públicas o la gestión escolar, no es fácil mirar a los chicos en el jardín a través de estas palabras. Eluden lo experiencial, que es situado, que es más pequeño, que está más cerca. Me gustaría proponer otros términos ligados al movimiento y a la vez más próximos a lo que nos pasa mientras nos movemos. Quisiera que mirásemos juntos las figuras del paseo, la travesía, la excursión y la contemplación. La experiencia como paseo 20 Barcena, F. (2012). Entre generaciones. Notas sobre la educación en la filiación del tiempo. SOUTHWELL, M.(Comp.) Entre generaciones. Exploraciones sobre educación, cultura e instituciones, Homo Sapiens, Buenos Aires. - https://archive.org/download/EntreGeneraciones.NotasSobreLaEduca/Entre_generaciones._Notas_sobre_la_ educa.pdf 21 Bárcena, ob.cit., p.7. 22 Larrosa, J. (2003). Experiencia y pasión. Entre las lenguas. Lenguaje y educación después de Babel, 165- 178.
  • 13. 13 A diferencia de la carrera (donde prima la velocidad) o la trayectoria (donde se mira la longitud recorrida), el paseo es un modo pausado de transitar el lugar. Se pasea (y de ahí viene la palabra) paso a paso, pasando y pisando. Y no solo se pasea despacio, sino que se pasea con cierta pompa: el paseante, en general, se viste para la ocasión. Los paseos se sitúan en territorios caracterizados por la belleza natural: jardines, bulevares, costaneras, parques. El paseo, además, es la acción de pasearse y también el lugar por el que se pasea. En Buenos Aires, por ejemplo, hay una avenida llamada “Paseo Colón”, que a fines del siglo XIX era un recorrido costero por el que la gente podía pasear. Decimos de un lugar bello para ser recorrido, que es un paseo. Pensar la experiencia de los chicos en el jardín como paseo, entonces, es una invitación a detener el apuro, a prestar atención a lo que nos rodea desde la curiosidad relajada y el disfrute, y a la vez a tomarse con cierta ceremonia las actividades destinadas a ser “paseadas”. Un paseo no es casual, no es indefinido: es breve pero conciso. Se prepara previamente y se realiza con mucha conciencia de estar transitando un momento especial. Había una vez una niña muy pequeña que no quería entrar al jardín. Abrazada con fuerza a una de las piernas de su abuela – su madre había procurado hacerse a un lado en el rol de acompañante, a ver si la niña lograba despedirse más fácilmente de la abuela – miraba con desconfianza a su maestra, que la invitaba de mil maneras a quedarse. La escena se venía repitiendo desde hacía varios días y la abuela, ya algo cansada del asunto, le dijo a su nieta: -“Yo ya te conozco las mañas, querida, en cuanto me vaya se te va todo el llanto”. Y se fue. La maestra, a solas con el llanto desolado de la pequeña, la alzó en brazos y la llevó a ver los dibujos de la cartelera, donde los chicos de las salas mayores habían dejado sus versiones de un “autorretrato”. Juntas miraron un dibujo por vez, lentamente, deteniéndose en cada detalle: en las pestañas que Bruna le puso a su cara, en la remera roja que Joaquín se pintó. Y a cada dibujo que miraban, el llanto iba quedando atrás, y la niña se sumergía más y más en su “estar en el jardín”, al que – paseo mediante – comenzaba a percibir como un lugar propio, arbolado de confianza, florecido de una compañía cómplice, señalizado para recorrerlo de la mano, sin apuro y con plácida curiosidad. Dice Walter Benjamin (en la lectura de Miguel Morey) que el paseo es una especie de ejercicio espiritual, y que “establece unos modos específicos de relación entre el recuerdo, la atención y la imaginación”.23 Y afirma que el paseo es uno de los modelos fundamentales de relación de cada cual consigo mismo. Y agrega Morey que el paseo: “es la forma más pobre de viaje, el más modesto de los viajes. Y sin embargo, es uno de los que más decididamente implica las potencias de la atención y la memoria, así como las ensoñaciones de la imaginación y ello hasta el punto de que podríamos decir que no puede cumplirse auténticamente como tal sin que ellas acudan a la cita. Pasado, presente y futuro entremezclan siempre sus presencias en la experiencia del presente que acompaña al Paseante y le constituye en cuanto tal”.24 Y Fernando Bárcena, leyendo el mismo texto de Morey, subraya que “el paseo trasciende los modos de lo anecdótico para constituirse en metáfora de la forma misma de la 23 Morey, M. (1990). Kantspromenade. Invitación a la lectura de Walter Benjamin. Revista Creación, Madrid, 1(1). 24 Morey, Ibíd.
  • 14. 14 experiencia”.25 Es decir: la misma plaza arbolada, el mismo mural con dibujos, pueden ser un fondo gris y neutro, pueden pasar de un pantallazo sin detenerse, o bien pueden ser el escenario de una conversación pausada, atenta al detalle, en movimiento, bajo la órbita del paseo. La experiencia como travesía La travesía implica, por supuesto, el acto de atravesar. Y se liga especialmente a la experiencia, porque experimentar es también, según cierta etimología, “atravesar el peligro”, exponerse. Si el paseo requiere de transeúntes relajados y dispuestos al disfrute, la travesía en cambio demanda algo de valentía y espíritu de aventura. La travesía, nos dice Skliar, “pierde su destino porque no tiene meta. No es finalidad, es la duración del durante”.26 Emprendemos travesías olvidándonos de dónde salimos y sin pensar en llegar, nos ocupan los desafíos que enfrentaremos en el medio. Si los paseos transcurren en lugares cuidados, decorados, parquizados por la mano humana, las travesías en cambio se internan en lo salvaje. Paseamos por la costanera, pero las travesías nos llevan por selvas, bosques y océanos. La audacia del que emprende la travesía se parece, en clave infantil, a su palabra hermana: la travesura. Los proyectos pedagógicos, esos que se imaginó Kilpatrick hace cien años, esa forma de pensar la enseñanza que consiste en decirnos “hagamos esto juntos” se parecen casi siempre a una travesía.27 El proyecto se funda en un deseo compartido, en un propósito común. Y aunque las descripciones superficiales de los proyectos suelen definirlos (en libros de didáctica y diseños curriculares) como las estructuras didácticas que “tienen un producto”, todo el proyecto, su riqueza y su valor, se encuentran en el proceso, en el mientras, en las infinitas bifurcaciones del tránsito hacia ese producto, que sólo funciona a modo de utopía. En el proyecto se enseña haciendo. Hay proyectos que están concentrados en la creación o en la fabricación de algo - una huerta, una exposición, una obra de teatro - o en la resolución de un problema - la falta de un espacio para jugar, la contaminación del agua - y en esos casos, efectivamente se arriba a cierto resultado, tangible y durable. Pero también hay proyectos cuyo propósito es la pura inmersión en un determinado mundo, desafiante y nuevo. Hay proyectos que se proponen acceder y degustar porciones insospechadas de la realidad. Y hay proyectos que apuntan al fortalecimiento, al crecimiento o al empoderamiento a través de involucrarse con una causa. Había una vez un pueblo muy pequeño en el que ya no había cine. La vieja sala de cinematógrafo que existía sobre la plaza principal se había convertido hacía mucho 25 Barcena, F. (2012). Entre generaciones. Notas sobre la educación en la filiación del tiempo. SOUTHWELL, M.(Comp.) Entre generaciones. Exploraciones sobre educación, cultura e instituciones, Homo Sapiens, Buenos Aires. - https://archive.org/download/EntreGeneraciones.NotasSobreLaEduca/Entre_generaciones._Notas_sobre_la_ educa.pdf 26 Skliar, C. (2015). “Lo singular en la lengua de la filosofía de la educación”, en Genis, A. D., & Garay, G. (2015). Filosofía de la educación: tradición y actualidad. Appris Editora e Livraria Eireli-ME. (link). 27 Kilpatrick, W. The project method [El método de los proyectos], Teachers college record: Nueva York, vol. XIX, nº 4, septiembre de 1918.
  • 15. 15 tiempo en un templo evangelista, luego en un supermercado, luego en una sucursal del Banco Provincia. Del cine habían quedado recuerdos en la memoria de los mayores y relatos en los oídos de los más jóvenes. Pero cine, ya no había. En uno de los jardines de infantes de este pueblo, una maestra se dio cuenta de que sus niños jamás habían ido al cine a ver una película. Para ellos, el cine era algo que se miraba en las pantallas de las computadoras, los televisores o los celulares. El cine era una experiencia doméstica que no tenía nada que ver con la vida pública. Era mirar algo público desde la comodidad del sillón del living, y no era lo contrario (que es la experiencia real del cine), es decir, concurrir a un lugar público para asomarse a las pequeñas escenas de la vida privada que muestran las películas. Entonces la maestra decidió buscar la manera de que todos sus alumnos y alumnas fueran juntos al cine. La travesía hasta el cine los hizo pasar por rifas, colectas, cartas a concejales, reuniones con las familias, historias acerca del cine contadas por padres y abuelos, y una entrevista a un viejo que había trabajado como boletero en el cine del pueblo, ese que luego desapareció. Y descubrieron juntos que la del cine era una historia fantástica, llena de otras pequeñas historias, voces, huellas. Y que del mismo modo que el cine se había perdido, su regreso era cuestión de tiempo, de deseos y de travesías. La experiencia como excursión La excursión se arraiga en toda una tradición escolar, pues a las actuales “experiencias directas” se las solía llamar excursiones. Y es un término que describe una visita a un exterior percibido como exótico, pero a la vez habitado y preparado para recibirnos. En las ciudades turísticas, las excursiones se venden en paquete: una cascada, avistaje de animales y almuerzo incluido. La bebida se paga aparte. Es decir: la excursión promete exotismo, pero a la vez asegura una estadía totalmente al amparo de un dispositivo organizado, previsto, cómodo. Por eso la excursión es corta e intensa. Por eso a la excursión se va bien equipado. La excursión pone en valor (y a veces le pone precio) a los paisajes naturales o cotidianos. A diferencia del paseo (cuya marca es el plácido disfrute) o la travesía (signada por la aventura) la excursión es un espectáculo bien preparado y puesto al servicio de la curiosidad. La excursión tiene, además, un personaje asociado: el guía, el intérprete, el traductor. Por eso la excursión, como inspiración para el docente de nivel inicial, es una invitación al esfuerzo de preparación. El grupo irá tomado de su mano, de su voz, de sus comentarios, de sus propuestas, recorriendo un lugar (que el docente ya conocía y había visitado antes) y del que revelará los secretos. Como esas esquinas en las que un balcón esconde una historia de amor y un farol recuerda las costumbres de otro siglo, la excursión es el gesto de preparar un espacio para ser leído como un libro abierto. La experiencia como contemplación Los antropólogos, dice Rosana Guber, no son meros coleccionistas de rarezas, buscan familiarizarse con mundos diversos pero también, más recientemente, buscan “exotizar
  • 16. 16 los mundos familiares”.28 Mirar lo de todos los días con ojos extraños, extranjeros, desde nuevos ángulos y nuevas preguntas. Y este es un camino para lograr un conocimiento menos sesgado, menos prejuicioso, menos egocéntrico de las cosas. La escuela asume este rol antropológico cuando pone las cosas ante los estudiantes para que las miren y las piensen desde nuevas perspectivas, para que las interroguen, para que contemplen su extensión. La contemplación es una forma atenta, reflexiva y sensible de mirar. En el origen de la palabra aparece además la compañía de otro (es decir, el mirar en conjunto) y la idea de “templo”: contemplar es mirar juntos algo sagrado, mirar en silencio, mirar tranquilos y con tiempo. Había una vez un árbol viejo, viejísimo, que cualquiera diría que había estado siempre en el patio de la escuela. Antes incluso que la propia escuela. Los chicos del jardín lo habían visto cada día, al entrar, al salir o al pasar, y habían jugado bajo su sombra. Habían pisado sus hojas secas crujientes en otoño, habían empuñado como espadas las ramas secas que dejaba caer y habían robado sus cortezas descascaradas para tirarlas por la rejilla y verlas desaparecer en la oscuridad. Un día su maestra propuso un viaje al árbol. Descubrieron que dos ventanas de la escuela (una del primer piso y otra del segundo, a las que nunca prestaban atención porque el jardín quedaba en la planta baja) se asomaban sobre las partes altas del árbol. Y allí fueron, con cámara de fotos, con grabador, con un tubo largo para deslizar pequeños objetos desde arriba. Con preguntas, con hipótesis, con confianza en que valía la pena volver a mirar el viejo árbol. Mirar con otros algunas cosas viejas, para volver a conocerlas, y a conocernos a la vez, mirándolas. Uh, ya voy por la página 16, ¡qué tarde que se hizo! Señoras, señores, espero que hayan disfrutado de esta clase a pinceladas, que hayan respirado la atmósfera que me he propuesto compartirles, que hayan vivido la lectura de esta clase como un “momento” (de esos que mencionábamos hace unas páginas) o como un paseo, o como una travesía. En cualquier caso, será un gusto seguir en el foro, donde la conversación nos aguarda… Bibliografía Agamben, G. (2007). ¿ Qué es lo contemporáneo? curso de Filosofía Teorética, Facultad de Artes y Diseño de Venecia , 2007. Traducción: Verónica Nájera - https://etsamdoctorado.files.wordpress.com/2012/12/agamben-que-es-lo- contemporaneo.pdf Alba Rico, S. (2009). Elogio del aburrimiento, La Calle del Medio/Rebelión - https://rebelion.org/elogio-del-aburrimiento/ Alba Rico, S. (2020) Pandemia, capitalismo y tecnología. La tentación del confinamiento Santiago Alba Rico | Abr 30, 2020 - https://socompa.info/reflexion/la- tentacion-del-confinamiento/ Barcena, F. (2012). Entre generaciones. Notas sobre la educación en la filiación del tiempo. Southwell, M.(Comp.) Entre generaciones. Exploraciones sobre educación, 28 Guber, R. El salvaje metropolitano, Buenos Aires: Paidos, 2004
  • 17. 17 cultura e instituciones, Homo Sapiens, Buenos Aires. - https://archive.org/download/EntreGeneraciones.NotasSobreLaEduca/Entre_generacio nes._Notas_sobre_la_educa.pdf Brailovsky, D. & Calmels, D. (2020). Jardín maternal: dar a explorar, dar experiencia. Olhar De Professor, 22, 1-13. - https://www.revistas2.uepg.br/index.php/olhardeprofessor/article/view/15427) Brailovsky, D.(2016) Didáctica del nivel inicial, en clave pedagógica, Buenos Aires, Novedades Educativas. Kohan, Walter (2020) Paulo Freire más que nunca : una biografía filosófica , Ciudad Autónoma de Buenos Aires : CLACSO - http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20200306042539/Paulo-Freire-mas-que- nunca.pdf Guber, R. El salvaje metropolitano, Buenos Aires: Paidos, 2004. Illich, I. (1993). En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al "Didascalicon" de Hugo de San Víctor, México: Fondo de Cultura Económica (p. 93) Kilpatrick, W. The project method [El método de los proyectos], Teachers college record: Nueva York, vol. XIX, nº 4, septiembre de 1918. Larrosa, J. (2003). Experiencia y pasión. Entre las lenguas. Lenguaje y educación después de Babel, 165-178. Meneses Granados, N. (2019) Neuroeducación. Sólo se puede aprender aquello que se ama, de Francisco Mora Teruel, Perfiles educativos vol.41 no.165 México jul./sep. Morey, M. (1990). Kantspromenade. Invitación a la lectura de Walter Benjamin. Revista Creación, Madrid, 1(1). Rodríguez Martínez, C. El sentido del tiempo en las prácticas escolares, Revista Iberoamericana de Educación n.º 49/1 – 25 de marzo de 2009 - https://rieoei.org/historico/deloslectores/2867Martinez.pdf Sacristán, J. G. (2008). El valor del tiempo en educación. Ediciones Morata.- https://archive.org/download/gimeno-el-valor-del-tiempo-en-educacion/Gimeno%20- %20El%20valor%20del%20tiempo%20en%20educaci%C3%B3n.pdf Simons, M. y Masschelein, J. (2014). Defensa de la escuela. Una cuestión pública. Buenos Aires: Miño y Dávila. (p. 33-34) Skliar, C. (2015). “Lo singular en la lengua de la filosofía de la educación”, en Genis, A. D., & Garay, G. (2015). Filosofía de la educación: tradición y actualidad. Appris Editora e Livraria Eireli-ME. (link). Skliar, C. (2019). Como un tren sobre el abismo, o contra toda esa prisa, Madrid: Vaso roto.(p.18) Skliar, Carlos (2012) La infancia, la niñez, las interrupciones, Childhood & Philosophy, ISSN-e 1984-5987, Vol. 8, Nº. 15, 2012, págs. 67-81 - https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5013882