PINTURA DEL RENACIMIENTO EN ESPAÑA (SIGLO XVI).ppt
El cantar de las hojas
1. El cantar de las hojas
Torres de humo se alzan al horizonte, los profundos trazos negrisos que marcan los alientos desesperados de un
mundo muerto. Semejantes a los pincelazos de un artista decaído, se entrelazan en el aire; bailan alrededor una de
la otra, un ballet del destino, cuyo final todos conocen, pero aún asi anticipan; Suben por kilómetros antes de
separarse, tan vivo su movimiento que parecen dos amantes, unidos en el fondo por deseos y mentiras blancas,
separados por el repentino golpe de la realidad, despertando a un mundo desconocido de dolores e inquietudes.
¿Por qué dar tanta vida a las cosas que la destruyen? ¿Por qué la inocencia con la que se mencionan? Porque esta
tarde, todo parece cobrar vida; todo y todos se unen, esperando el clímax de la historia, despúes del cual sigue un
tranquilo decline a la paz de la muerte. Ésta tarde es una tregua; una tregua nacida de la tristeza de aquellos que
participan en ella, un tregua para olvidar los pecados del resto, y todos juntos lamentar.
En el centro de un valle, rodeado por las montañas que lloran, permanece un árbol como ningún otro; un ser que
nació cuando el hombre apenas gateaba, que creció junto con él, por generaciones dando acojo a las lágrimas del
triste, y sublimando la felicidad del necesitado; pero nada permanece como es. En la adultez vio por primera vez
los oscuros indicios de un futuro triste en el alma del hombre, cuando puso en sus manos el devastador potencial
de un hacha; lo que comenzó como un acto de sobrevivencia se convirtió en un acto de costumbre, un ritual del
ignorante que sin excepción terminaba en la muerte del inocente, una acción que llegó a convertirse en una
necesidad, no para calentar el cuerpo del que no tiene lugar a donde ir, sino para avivar la llama de la envidia en el
corazón del ajeno.
Así había pasado sus años el gran árbol, envejeciendo junto con el hombre, observando desde su solitario valle
mientras el otro se traicionaba, formaba alianzas basadas en mentiras y las rompia con otras incluso peores;
observando como la sociedad del hombre se convertía lentamente en un monumento al odio, al rencor, a la envidia,
y sobre todo, a la mentira propia; observando mientras el hombre se envolvía en una retorcida parodia de la
seguridad, inflando su ego al punto de pensar que no necesitaba del resto. Para si era superior a cualquier otra
criatura, por poder cuestionarse a si mismo. ¿Pero de qué sirve cuestionar la existencia de uno, sin primero
cuestionar las acciones de uno? El gran potencial que el hombre poseía para apagar por fin la llama de la
ignorancia terminó avivándola, utilizando su arrogancia como combustible, y esa misma llama fue la que utilizó
para quemar a todo lo que estaba a su alrededor.
No fue hasta que ese fuego lo consumió a él también que se dio cuenta del error que había cometido. Pero esa
realización no llevo a una mejora, ni a una paz. Llevó a una ira tan profunda que terminó por corroer hasta la
última pizca de sentido que en el hombre permanecía; una ira tan profunda que llevó al hombre a una locura que
en él inspiró una sádica sed por venganza, una venganza por un mal imaginario, perpetrado por inocentes.
Ahora, bajo luz de la luna, resplandecía el brillante metal del hacha del hombre parado enfrente del árbol en el
valle. El árbol lloraba silenciosamente. Lloraba porque no lograba entender como era que algo tan bueno podía
degenerarse en una bestia tal como la que se encontraba enfrente de él, y esa ignorancia lo lastimaba más que
cualquier otra cosa podría llegar a hacerlo. Las montañas, los pájaros, las flores, hasta las torres de humo negro
que se inclinaban por encima de los picos, se unieron al llanto. Se unieron porque todos se habían dado cuenta de
lo que el hombre no iba a entender hasta que fuera demasiado tarde, hasta que el árbol yaciera muerto a sus pies.
Ellos entendían que lo que iba a grabar la primera letra en la lápida del mundo no iba a ser algo estrenuoso. No
iba a ser un evento dramático del que se iba a hablar por generaciones a venir. No. Iba a ser mucho más sutil. Tan
sutil como la brisa de primavera, o el cantar lejano del un pájaro. Tan sutil como la absencia de un sonido. Un
sonido del cual nadie volvería a gozar.
El cantar de las hojas.