7. A la mujer que pudo ver,
lo que se albergaba en mi ser.
8.
9. 9
Día 1
5 a.m. El despertador anuncia el inicio de mis actividades,
con pereza absurda busco torpemente silenciarle, logrando
prolongar su ruido estridente, al no poder silenciarle, me
decido a levantar mi osamenta que parece adherida a mi ca-
ma ya mullida.
Con los párpados caídos, y las ganas aún hundidas en la
cama, logro silenciar ese ruido venido del mal; la noche fue
corta, mis recuerdos se encarnaron entre mis sueños.
En la ducha voy programando mis actividades personales
y laborales, haciendo énfasis especial en la proyección de la
nueva línea de ropa; el jefe anda preocupado con su lanza-
miento y no duda en hacerme sentir su preocupación; debo
pasar a la tintorería y al supermercado; mi ropa pide a gritos
que la lleve a lavar y el refrigerador austero se muestra.
Mi trayecto al trabajo es adrenalina pura, la gente corre a
sus destinos como si estuvieran en tono de guerra, luciendo
tonalidades amarillas, anaranjadas y rojas, ¿Amarillas? ¡Sí,
amarillas!, logrando cambiar de tonalidad en cualquier ins-
tante, cualquier roce, choque y la tonalidad amarilla se em-
pieza a tornar anaranjada, pasando en cualquier instante a un
rojo intenso, acto seguido brota una mirada asesina e ira-
cunda que se hace acompañar de un grito – reclamo, anun-
ciando probablemente que, ese día, ese ser amarillo, ahora
en estado rojo intenso, no durmió bien, su pareja se enfadó
10. 10
u odia su trabajo. ¡No lo sé!, ¡pero, sí sé! que un ser en
desacuerdo con él mismo, habita en ese cuerpo iracundo y
andante.
Después de un largo y prolongado trayecto, dentro de un
tráfico que acapara almas y pensamientos, he llegado por fin
a mi destino.
En la recepción del edificio se encuentra un tipo bajito,
conservador, algo bonachón, con su infaltable chalequito
abotonado azul, camisa de manga larga deslucida y su panta-
lón color caqui; de faz tranquila, pero de pensamiento dis-
perso, y con la mirada vencida por los años, don Germán
habita en el cuarto de azotea, desempeñando fielmente el
puesto de conserje.
Le saludo y él me contesta con su acostumbrada amabili-
dad.
- ¡Buen día, don Germán!
- ¡Buen día, Luis!
- ¿Qué tal amaneció?
- ¡Vivimos Luis!
Sonreímos y me dirijo a chequear mi entrada, el reloj
marca las 6:59 a.m. van pasando los minutos y rostros cono-
cidos se empiezan a manifestar; el amable, el odioso, el co-
municólogo, y el que vive abrazado al universo, esparciendo
sus buenas vibras. A los pocos minutos, el jefe hace presen-
cia, haciendo del lugar un sacro sitio, en donde el silencio
reina en lo que su majestad va pasando, todos fingen estar
laborando. Saluda a su asistente.
- ¡Hola, Sofía!
- ¡Buen día, señor!
Sofía es una bella y atractiva dama que ha vivido del jefe
enamorada.
11. 11
Por momentos el silencio se rompe por algún murmullo,
o por el repiquetear de algún teléfono.
2:00 p.m. hora de la comida, tiempo de visitar a doña
Eduviges, la señora de la fonda de la esquina, dama amable,
apacible, siempre ocupada y preocupada por todo y nada. Su
hijo ocasionalmente acude a la fonda, con la única finalidad
de hacerle ver a su progenitora que su nene aún no ha creci-
do. (su necesidad de dinero y su incapacidad de generarlo le
ha permitido que su madre lo siga viendo como si fuera un
crío, él con 24 años y ella con 58 años ve en él, al ser que le
cuidará cuando su fuerza ante el tiempo se desvanezca).
Encanecida y atrapada por los años, dejó a un lado su
sentir de mujer, dedicándose con ahínco a cuidar y proteger
a un hijo que con el pasar del tiempo, ni un poco de interés
le ha mostrado. (parece ser, que los cuidados y las atenciones
brindadas por su madre le hicieron enceguecer, evitándole
advertir que, sin esa mujer, él no tiene mucho por hacer)
¡Pobre de doña Eduviges! Se negó al amor caminando auste-
ra de toda pareja, dejando pasar sus años mozos.
Hace 20 años inauguró su fonda, todo lucia lleno de color
y resplandor, acompañada y enamorada de su hijo, con ape-
nas 4 años de edad, ese niño a esa corta edad ya mostraba en
lo que con el tiempo se convertiría, siempre se mostraba
huraño y demandante, buscando siempre la atención de su
madre, al llegar a la adolescencia, la escuela abandonó y doña
Eduviges entristeció, su sueño de poder ver en ese adoles-
cente un futuro profesionista estaba truncado; como toda
madre su fe no perdió, culpándose incluso ella misma por
los errores de su hijo, solicitando diariamente la venia de
todos sus santos.
12. 12
¿Buenas o malas madres? ¿Buenos o malos hijos? ¿Quién
lo puede saber? Ella sólo se fijó una misión, un objetivo; y
él, tomo el camino que más le convino.
El menú, es la acostumbrada sopa fría o caliente, arroz y
el plato fuerte siempre varía; hoy tenemos chuleta con cala-
bacitas, sin faltar dentro del menú alguna especialidad que
por un costo adicional se podrá degustar.
De regreso al trabajo llego algo meditabundo y un poco
adormilado, debido a la ingesta de alimentos que amorosa-
mente doña Eduviges guisó ese día.
Paso mis horas subsecuentes entre gráficas y papeles, ob-
servando de reojo el reloj de pared, viendo como el segun-
dero alarga los minutos y las horas, aumentando mi deseo de
salir de mi cautiverio; el tiempo concluye y antes de retomar
la travesía para regresar a mi morada hago una breve pausa,
para revisar los documentos correspondientes a las promo-
ciones, y a las muestras nuevas de los posibles compradores.
6:00 p.m. el jefe y su asistente se han retirado, así como la
mayoría de los empleados, me dirijo a la oficina del jefe para
depositar los documentos que por él deben ser autorizados;
retorno a mi lugar de trabajo y acomodo mis papeles para
mañana continuar. Tiempo de retirarme a mi morada en
donde la ausencia y la soledad me esperan, resguardándome
de todo esto que me rodea y reforzarme para mañana conti-
nuar.
Un atardecer más que en unos breves momentos se mati-
zará de oscuridad, dando paso a la noche y a esos seres que
en el amanecer lucían coloridos alertas y distantes, ahora
lucen cansados, fastidiados y ausentes, deseosos por llegar a
su morada, como si un premio les esperara… pero ¿si ese
fuera el motivo?, ¿Por qué esas miradas y esos rostros deno-
13. 13
tan malestar y angustia?; La eterna complejidad que acom-
paña a toda sociedad, ¡Estamos!, ¡Y no queremos estar!, ¡Te-
nemos! , ¡Y no queremos tener!; No importa si eres, bajo,
mediano, alto, magro o adiposo, si vives solo o acompañado,
tampoco importa el color de tu piel del cual estés matizado,
siempre quieres ese algo, convirtiendo esa necesidad en una
búsqueda sin final.
¡Llegué!, ¡Cena ligera y a dormir!
¿Cena?, ¿Cuál cena?, ¡No pasé al supermercado antes de
llegar!
14. 14
Día 2
El despertador da aviso de que me tengo que levantar, des-
pierto con un gran vacío en el estómago, mi hambre se mani-
fiesta y el despertador no ha dejado de sonar, el día anterior fue
agotador y el tedio me hace desfallecer, me incorporo sin inten-
tar apagar ese ruido venido del mal ¡la ducha esta fría!, ¡el agua
no se logró calentar!
Malhumorado, sin desayunar y con paso apresurado salgo
rumbo al trabajo, y me empiezo a mimetizar de esa tonalidad
amarilla, anaranjada y roja, en espera de hacer el reclamo a
quien en su descuido o torpeza me llegue a empujar. La fortuna
o mi colorido me sonríe y nadie se animó a molestarme en mi
travesía.
Llego unos minutos tarde al trabajo y el conserje curiosa-
mente no está, me quedo esperando unos minutos para salu-
darle, pero no hay seña ni vestigio de su presencia, paso a mi
recinto laboral y frente a mí se encuentra una cara nueva que
me mira con curiosidad, evito mirarle y busco el trabajo que no
he podido acabar, sin darme cuenta esa cara nueva se acerca
gesticulando palabras con afirmación; - ¡Así que tú eres Luis!,
¡te esperaba! -
Hola, ¡soy Dorothy! a partir del día de hoy trabajaremos jun-
tos, me han encargado que te apoye en el departamento de pla-
neación y sé que tú eres el encargado de dicha área.
Sin decir nada, levanté mi vista y observé a ese ser que esta-
ba frente a mí recitando un conjunto de palabras; ella era lleni-
15. 15
ta, rebozaba de felicidad y su sonrisa tenía un toque de sincera
austeridad, no dije nada, levanté la mano y la agité ligeramente
de derecha a izquierda en un amistoso hola, después de obser-
var detenidamente a ese ser, me levanté y le pregunté… - ¿Te
llamas?
- ¡Dorothy!
- ¡Un placer Dorothy!
Como puedes observar nuestra área de trabajo comprende
estos cuatro metros cuadrados aproximadamente, el escritorio
que está a la derecha, sólo tiene algunos papeles que pueden
acomodarse en las cajoneras, puedes usar ese escritorio.
- ¡Gracias!
- Te podría brindar un paseo por el lugar, pero
como puedes observar, sólo basta levantarse de la silla y
el horizonte de todo este lugar se puede visualizar; y…
pues nada ¡Bienvenida! (estrechamos la mano en un
afectuoso saludo).
Me volví a sentar y continué buscando el trabajo sin concluir
que el jefe me había encomendado, con un tono de “Luis se lo
encargo por la confianza que se ha ganado en esta empresa”
Sin darme cuenta, ese ser que se hace llamar Dorothy (¡Vaya,
como si estuviera en el Mago de Oz!) aún continuaba de pie
mirándome en mi submundo perdido entre papeles buscando
el trabajo que debo concluir antes de finalizar el periodo semes-
tral.
Le pregunto con sorpresa ¿Sí?
Ella enmudecida, sin quitar esa sonrisa, extiende su brazo y
en su mano derecha sujetaba unos papeles - ¡Creo que buscas
esto! - sujeto esos papeles, y al observarlos confirmo que sí son
los papeles que buscaba; con gesto de sorpresa la observo y
antes de gesticular algo, ella se adelanta a mencionar…
16. 16
- Me los entregó don Germán
- ¿don Germán?
- ¡Sí!
Mi gesto de sorpresa se acrecentó y en mi mente me surge
otra pregunta, ¿ella como sabía de don Germán?
- ¿Conoces a don Germán?
- ¡Sí!
Duda y sorpresa se juntan, le agradezco y me vuelvo a sen-
tar, ella me imita y se retira; con los papeles en mano empiezo a
planear como se debe de llevar la distribución de la nueva línea
de ropa que llegará, no sin dejar de pensar en esa chica nueva
que me observaba mostrándose tranquila y segura.
Buscando apaciguar mi duda y mi sorpresa me dirijo a don-
de está la asistente del jefe.
- ¡Hola Sofía!
- ¡Hola Luis!
- ¿Está el jefe?
- No Luis, tuvo que salir de improviso
Ayer ya era un poco tarde, vine a buscarlos y por ende no les
encontré, pero dejé en su escritorio los documentos que se de-
bían firmar.
- ¡Sí Luis, aquí los tienes!
- ¡Gracias Sofía!
Ya me retiraba, pero no me podía quedar con la duda, regre-
sé y le pregunté.
- Disculpa Sofía - Dime Luis
- ¿Quién es la nueva?
- ¿Cuál Luis? La chica que está en mi departamen-
to
- ¡Dorothy!
- Exacto ¡Dorothy!
17. 17
- ¡No sé Luis!
- ¿No sabes?
- ¡No!
- Pregunta en el área de recursos humanos
- Nuevamente, ¡Gracias Sofía!
Me encaminé a recursos humanos y antes de llegar, voy re-
cordando que el personaje que está a cargo de ese departamen-
to (él y yo) no habíamos conseguido dar ese clic que surge
cuando las afinidades se hilan y dos seres logran coincidir; Da-
niel, es de profesión psicólogo, tiene trabajando en la empresa
desde hace aproximadamente 14 años, y su personalidad extro-
vertida había chocado con mi personalidad introvertida; en la
fiesta de fin de año, animoso y entrado en tragos, le salió el
psicólogo social y familiar, buscando darme terapia ya que se-
gún él, “no era normal ser tan aislado” ¡Qué tontería! y ¡Qué
soberbia! ¡Mira que querer matizar del mismo color a toda una
comunidad!
- ¡Hola, Daniel!
- ¡Hace mucho que ya no me saludabas Luis!
- ¿No te he saludado?
- Bueno, sí me saludas, sólo levantas tu mano y ar-
queas la boca simulando una sonrisa (ríe Luis) jajaja
¡Exactamente cómo estás en este momento! Ven, to-
memos un café en mi oficina.
(Los presentes se nos quedaron viendo, como esperando es-
cuchar o ver mi respuesta) suspiré profundamente, sonreí, le
miré y le dije …
- Claro Daniel, vamos a tu oficina
(Daniel tenía oficina, otra cosa que no era muy grata para mí,
ya que cuando se creó esa oficina inicialmente yo la ocuparía,
pero como es míster Freud, el gran Daniel necesitaba privaci-