El documento presenta una serie de viñetas o fragmentos cortos sobre diferentes personas y situaciones en Bogotá. Describe escenas como una mujer recordando a una amiga de la infancia, una madre llevando a su hija a la escuela durante una protesta, un hombre visitando a la familia de una amiga fallecida, y una pareja enamorada paseando por la ciudad. A través de estas viñetas, transmite diferentes perspectivas y experiencias de vida en la capital colombiana.
1. I
La luna seguía, silenciosa, instalada en su nicho... Dirigí mis pasos, hacia Timiza. No importaba
la lluvia pesada que obnubilaba mi mirada. Tal vez era la desazón que me invadía. Pero lo cierto
era ese remolino en mi memoria. Me detuve. De soslayo percibí una sombra a mi lado. Como si
fuese extraño sujeto, pasando de largo…Tensa calma, en mí. Como recuerdo profundo. Mariana,
mi eterna amiga. Como cuando estábamos en el jolgorio inolvidable. Allá en Mochuelo alto.
¿Serìa ella, la que cruzó rauda la calle? Renovado esplendor. Como recóndita emoción. Ella y yo.
Bogotá para los dos
II
Tal parece que llovió toda la noche. Seis de la mañana. Despertar frío. Salí un poco tarde. Calles
inundadas. Marielita, cogida de mi mano. Portal Sur, en exagerada aglomeración. Tenìa recuerdo
pasajero. Que se ampliaba el escenario del paro. La nenita enconchada en mi hombro. Y déle
pues mijo. Llegamos donde mamà Liboria. Ahora solo, pero en carrera. Estación Ricaurte
bloqueada… Trasbordo. Llegué a la 116 con séptima. Coja cola para entrar a la construcción.
Todo el día pensando en mi hija. 7:30 p.m. Corriendo hasta Portal Norte, bloqueada… Recogí la
niña a las 11:40 p.m. En casa, cene y acuéstese.
III
Habìa pasado la noche en un hotel. Le habìa asustado la idea de enfrentarse solo, y de noche a
la casa de su madre, tal vez transformada en yermo lóbrego azotado por lluvias de lágrimas y
vendavales luctuosos. Recogió la bolsa de viaje que habìa dejado en la recepción. Salió y caminó
hasta el Parque Nacional. Alejo recordó todo. Regresó sobre sus pasos. Ante la casa de dos pisos,
en la calle 57. Chirrió la puerta al abrirla. La luz de la sala. Y el abuelo dormido en el sofá. Subió
al segundo piso. Mamà Laurencia, despierta, lloraba su soledad.
IV
Esta noche será otra noche de sábado. En delicias resultan anacrónicas esas cómplices noches
que inducen a irse de juerga. Ir a los bares y tabernas del centro. Si se vive en el sur, serìa beber,
simplemente. Como convulsa imagen del Averno. O sumergirse en el oscuro líquido, del que
emana la bruma pantanosa de la noche del cuerpo que se deshace en ganas de perderse en otra
identidad. ¡Quédese ahí, no se mueva!...y en silencio no escuche la voz de sus instintos. Quédese,
ahí mismo donde vive…Estos sueños míos…esta ciudad amiga. Bogotá que reclama mi solidaridad
cierta.
V
Al principio no habìa visto ninguna belleza en esos edificios, pues sus ojos estaban acostumbrados
a las tranquilas superficies de bajos tejados y a casas livianas y sencillas. Pero ahora veía, una
belleza extranjera, por cierto, pero belleza al fin. Y por primera vez desde que llegó a Bogotá
sintió la necesidad de escribir unos versos. Una noche, en su cama, mientras Diana dormía, José
luchó para dar forma a su pensamiento. Las rimas no podían ser las tranquilas y usuales rimas
que usó para hablar de los campos y las nubes. Necesitaba palabras para la ciudad que, ahora,
lo acogía.
VI
Cuando Sebastián oyó a la señora hablarle tan dulcemente; cuando vio su mirar simpático y la
expresión honrada de su rostro. Al escuchar su voz que confortaba y la mirada de invitación que
habìa en sus pequeños y amables ojos, al acercarle una silla a la mesa, sintió que unas lágrimas
locas se le asomaban a los ojos. Nunca, pensó, habìa sido tan bien recibido por nadie en su vida.
Era como si, Bogotá, se abriera con calidez a través de ella. Hasta cierto punto era como matizar
el recuerdo de su amada Sonia, que habìa quedado en Calarcá.
2. VII
Saldría, Anita. El cielo encapotado. Como si sintiera la muerte, que se iba replicando a cada
cuadra; a cada barrio. Decidiría visitar a Doña Josefina y a don Rogelio. De mucho tiempo atrás
habían llegado al barrio Olarte. Tuvieron una hija. A la que llamaron Génesis Alegría. Fue recibida
con tristeza. “Génesis murió la semana pasada. Siempre te recordaba. Preguntaba por ti…en
verdad nunca supimos, Josefina y yo, la causa de tu ausencia…pero, de todas maneras, para ella
fuiste la amiga del alma…” Anita, dejando volar su imaginario, vería al sol, opaco, incierto, triste.
Como si, también él, viviera la soledad.
VIII
Fue cayendo la luz, fue avanzando la noche. Entraban por el balcón los ruidos conocidos, después
el silencio, conocido igualmente. Ya tarde, solo llegaba desde la calle 26 el ruido de los carros
como una marea. Dentro de mi cabeza rodaba algo semejante a aquel ruido de dureza no
atenuada: hierro sobre hierro. Un pensamiento y otro venían desde lejos, crecían, se acercaban,
decrecían...El ruido fue haciéndose màs fuerte, vi desde la cama una gran cortina de agua que,
por fortuna, no caía hacia dentro, me llegó un poco de brisa húmeda, me tapé los hombros y me
quedé dormido.
IX
Mi primer día como psiquiatra en Bogotá: Ella era alta y esbelta, El cabello corto, los ojos
demacrados y el rictus de dureza en su boca, no ocultaban la firmeza de unos rasgos definidos,
marcados a fuego.
Nos miró con orgullo, pero se detuvo en Iznardo López. Algo debió ver en el fondo de sus pupilas
que la hizo parpadear. Fue un breve y corto diálogo mental.
La sentaron, la ataron y la cubrieron de electrodos. No mostraba miedo, pero si tristeza. Iznardo
trataba de apartar la mirada. Pero, invariablemente, sus ojos, se encontraban con los de
ella…Todo quedó dispuesto
X
…Al oír esto, Adrián sintió que el valor se reanudaba en él. Un valor que ascendía, confortante,
capaz de atreverle a rechazar lo que su padre ordenaba.
Cuando volvía a su casa, al caer la tarde, se deleitaba viendo la lucecita que protege al tranvía.
La Plaza Santander y sus eucaliptus. Caminaba absorto. Sintió el ruido de los rieles. Los pasajeros
que le miraban. En la parada de la Plaza Bolívar, descendió Pilar. La tomó de la mano y caminaron
hasta San Victorino…y, pensaba: qué bella es Bogotá. Ella miraba y sentía el abrasador fuego
que crecía entre los dos
XI
Esa tarde bogotana, resplandeciente; Adrián se encontró con ella entre los brazos; una criatura
extraña, esbelta, con un largo vestido de blanco brillante. Y la Plaza Santander, con sus eucaliptus
envidiaba su alegría. “Adrián, te amo, le dijo Pilar”. Al oír esto, Adrián sintió que el valor se
reanimaba en él. Un valor que ascendía, confortante, capaz de atreverle a rechazar lo que su
padre le habìa ordenado.
Caminaron por la séptima. Se deleitaban viendo el farolito que iluminaba al tranvía. Sintiendo
vibrar los rieles. Y los pasajeros que miraban. Llegaron a la Estación Bolívar. Siguieron hasta San
Victorino…y se besaron
XII
Esa noche, julio 30, Lorena llegó a La Candelaria. Habìa llovido durante todo el día. El frío
bogotano era punzante.
3. La luz del día la despertó, La joven se estiró, runruneó de contenta, porque el amor habìa dejado
satisfecho su cuerpo. Uno de sus brazos se extendió buscando a Lucas. Pero él ya no estaba allí.
Lorena abrió los ojos alarmada, Entonces le vio junto a la ventana. El joven la miraba, absorto.
Lorena sonrió, apoyando nuevamente la cabeza en la almohada. Lucas se arrodilló a su lado y
acarició su cabello, que era como una cascada de color escarlata,
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