Duelo entre "Dos Gigantes" Pablo Ruiz Picasso y Antonio Machado
1. JUAN PÁEZ ÁVILA
DOS GUITARRAS
DE CARORA
Y DEL MUNDO
UNIVERSIDAD CENTROCCIDENTAL
“LISANDRO ALVARADO”
DIRECCIÓN DE CULTURA
BARQUISIMETO, VENEZUELA
2. DOS GUITARRAS
(De Carora y del Mundo)
Primera Edición:
Fondo Editorial FUNDARTE
Caracas 1988
Segunda Edición:
Publicaciones de la Dirección de Cultura de la
Universidad Centroccidental “Lisandro Alvarado”.
Barquisimeto, Venezuela.
Apartado Postal: 3001
Teléfono y fax: 0251-2591431 y 0251-2591409
Barquisimeto 2001 - 2002
Diseño de la Portada: Dr. Marco Tulio Mendoza
Raquel Méndez
Retratos de la Portada de los Maestros Rodrigo Riera y Alirio Díaz constituyen fragmentos
del Mural de 20 mts2 “Crisol y Fragua de la Cultura Venezolana”, elaborado por el Artista
Plástico Jorge Arteaga, ubicado en la Dirección de Cultura de la U.C.L.A.
3. “Sólo hay una cosa más bella
que una guitarra: Dos guitarras”
Federico Chopin
4. EL CINE COMO ESCUELA DE MÚSICA
CUANDO RODRIGO –después de limpiarle los zapatos a José Herrera Oropeza,
Director del Diario de Carora- se disponía abandonar la Sala de Redacción del periódico,
vio una guitarra colgada en la parte alta de la pared, recordó que la noche anterior había
oído tocar en el cine Salamanca, un vals titulado “Bajo los Puentes del Viejo París”, y
pensó que podía tocarlo de memoria. Emocionado se dirigió al periodista que siempre le
daba un tratamiento paternalista y amigable:
-Don José. ¿Esa guitarra está afinada?
-No creo. Esa guitarra es de Josefina, mi hija, que decidió hacerse monja e ingresó
al Convento del Santísimo de la Trinidad. Tiene mucho tiempo colgada en esa pared, como
un gran recuerdo de la familia. Cuando veo la guitarra, me viene a la mente su imagen,
tratando de alegrar nuestra casa tocando y cantando canciones que aprendía en la Iglesia.
La música sacra y la fe en Dios se la llevaron. Nadie ha vuelto a tocar su guitarra.
-Empréstemela, don José.
-¿Y tú sabes tocar guitarra?
-Sí, don José.
Ché Herrera dudó, pero luego pensó que alguien podría por lo menos rasgar sus
cuerdas, si no afinarla; la descolgó y la puso en manos de Rodrigo. La duda le había
surgido, porque Rodrigo era un niño muy pequeño, que todos los días caminaba con
dificultad desde Barrio Nuevo hasta el centro de la ciudad. Tenía siete años y la punta de
los pies metida hacia adentro. Un pie tenía que pasar por el encima del otro. De su mano
derecha colgaba un cajoncito de madera, en cuyo interior llevaba dos cajas de pintura o
betún para limpiar zapatos, una negra y una marrón, un viejo cepillo dental y una tira de
trapo pintada de negro por un lado y marrón por el otro.
Ese día, cuando llegaba a las primeras casas de la Calle San Juan oyó el ruido de
las máquinas que imprimían El Diario de Carora, periódico fundado por José Herrera
Oropeza, periodista y poeta, quien cuando alcanzaba cierta solvencia económica en el
comercio, con Cecilio Zubillaga Perera como editorialista, creó una escuela para estimular
y orientar a todos aquellos jóvenes que se acercaban a la Sala de Redacción o al “Cuarto-biblioteca”
de don Chío, y revelaban algunos rasgos incipientes de inteligencia, en esa
pequeña ciudad. Rodrigo se sacudió las alpargatas y entró a un zaguán con piso de granito,
tocó el anteportón y el propio Ché Herrera lo vio por una ventanilla, le abrió la puerta y lo
hizo pasar al interior de su casa, una pequeña habitación donde se redactaba y corregía el
periódico. Le colocó la mano derecha en el hombro y le dijo:
5. -Esta es tu casa, pero límpiame bien los zapatos, que hoy te voy a pagar 2 bolívares.
Una cantidad de dinero nunca vista por Rodrigo quien cobraba por cada limpiada
de zapatos, una locha, equivalente a 12,5 centavos de bolívar. Mientras Rodrigo le pulía
los zapatos, Ché Herrera leía la última página de galera correspondiente a la próxima
edición de El Diario.
-Don José, se puede mirar en los zapatos como si fuera en un espejo –le expresó
Rodrigo, plenamente satisfecho al final de su jornada infantil, que lo enaltecía y lo
convertía en un productor de dinero para su modesta, pero digna familia.
José Herrera Oropeza sonrió y le extendió los 2 bolívares. Fue en ese preciso
momento cuando Rodrigo volteó y vio la guitarra. Hijo del sonido y del amor, hijo de
Juancho Querales, Director de la Escuela de Música que existía en Barrio Nuevo, miembro
de la Banda Lara y otras agrupaciones musicales de Carora, nunca recibió clases de su
padre, pero educó su oído al ritmo de los sonidos de la naturaleza que lo rodeaba y de las
cuerdas de las guitarras, con los que diferentes músicos populares inundaban la atmósfera
y las calles de la barriada. A la Escuela de su padre asistían casi todos los niños de su
barrio que tenían alguna inclinación por la música, incluso algunos jóvenes de otros
sectores de la ciudad, excepto el niño Rodrigo quien tenía que recorrer las calles de Carora
vendiendo empanadas, limpiando zapatos y pregonando periódicos como el que dirigía
Ché Herrera, para contribuir con el módico presupuesto familiar Su contacto con la cultura
musical lo lograba el niño trabajador, cuando podía comprar una entrada al cine
Salamanca, donde oía tocar a muchos artistas de reconocida fama internacional. No
conocía la diferencia entre una y otra nota musical, ni el significado de las mismas. No
había recibido lección alguna de Teoría y Solfeo, cuando tuvo en sus manos la guitarra de
Josefina Herrera y comenzó a tocar el vals en do mayor titulado “Bajo los Puentes del
Viejo París”, un arreglo para orquesta y no para guitarra, que produjo una extraordinaria
conmoción espiritual en el poeta José Herrera Oropeza, quien puso de lado las galeras que
corregía e hizo llamar a Cecilio Zubillaga Perera.
-Manuel, dile a Chío que venga inmediatamente para que oiga tocar a un niño
prodigio de Barrio Nuevo –le pidió a su hijo.
Manuel Herrera Oropeza era también un niño, aunque un poco mayor que Rodrigo,
aficionado a la guitarra y a la bohemia, en lo cual haría carrera infinita al lado del niño
virtuoso del barrio musical de Carora, se sumó al grupo.
Después de tocar y cantar con Manuel Herrera varias canciones populares y románticas, en
medio de la estupefacción de los presentes, Rodrigo agarró su cajón de betunero y se
dispuso a dirigirse hacia Barrio Nuevo. La guitarra de una monja que decidió entregar su
vida al servicio de los pobres por mandato divino de su Ser Supremo, sería por mucho
tiempo el único instrumento musical al cual podría abrazarse y rasgar sus cuerdas para
alegría de la familia Herrera Oropeza, durante su infancia, y del mundo cultural que
6. recorrería a lo largo de su carrera artística. Antes de abandonar la redacción del periódico,
Ché Herrera se le acercó y le dijo:
-Estás invitado para el próximo domingo y para todos los domingos, mientras yo
viva, a almorzar y a tocar en esta casa.
Mientras la diminuta figura de Rodrigo se dirigía hacia la quebrada que divide a
Carora de Barrio Nuevo, por una calle de tierra que lo internaba en su mundo sonoro y
aleccionador, Chío Zubillaga le comentó a Ché Herrera:
-Afortunadamente han cesado las guerras civiles que no sólo destruyeron nuestra
riqueza material, si no que también frustraron grandes y precoces inteligencias de
numerosos hombres y mujeres de Venezuela, incluyendo niños como Rodrigo. Barrio
Nuevo que fue el refugio de los caudillos del Partido Liberal Amarillo, ahora es una
barriada musical. Los caudillos liberales lo abandonaron, sus simpatizantes se mantienen
fieles a sus ideas y a los pocos principios, que a través del tiempo pregonaron sus más
destacados representantes, pero su acción está quebrantada, al extremo de reducirlo todo a
los pasos silenciosos del vecindario, al murmullo protegido por las paredes de barro, por la
prudencia de los gestos, por la combinación artística de los sonidos.
-El recuerdo de otros tiempos –respondió Ché Herrera- cuando los cohetes
anunciaban la disposición de los jefes liberales de atravesar la quebrada que los dividía de
la ciudad, si no podemos olvidarlo, debemos rescatarlo como la gran tragedia humana que
nos retrasó por más de un siglo de civilización, lo cual nos obliga a educar a nuestros
menores en las artes de la paz y no de la guerra.
Chío Zubillaga y Ché Herrera dialogaban con frecuencia sobre el contexto socio-cultural
que les tocó vivir. Encontraron en el periodismo cultural la vía para eludir la
represión de la tiranía del General Juan Vicente Gómez y la forma de expresar su
solidaridad con la inteligencia de su pequeña ciudad. La precocidad artística de un niño
como Rodrigo les impresionaba y tratarían por diferentes medios de contribuir a su
educación e impulsarlos a salir de una pequeña ciudad cuyos valores culturales estaban
cercados por la ignorancia de los jefes civiles de la satrapía.
-Pero es que ni siquiera hay formas de educarse –mi querido Ché. El último
mensaje Anual de Presidente, del Malhechor Juan Vicente Gómez, habla de todo menos de
educación y cultura. Ese muchacho –Rodrigo- si quiere ser algo en este mundo tendrá que
irse de este pueblo, de este país. Vamos a tratar de estimularlo y ayudarlo a que alcance
una mejor formación.
La tertulia política y literaria que Chío Zubillaga y Ché Herrera realizaban casi a
diario en la Redacción del periódico o el “Cuarto-biblioteca” del primero, era frecuentada
por un pequeño número de jóvenes con inquietudes intelectuales, que buscaban orientación
y apoyo de quienes eran considerados grandes maestros de su tiempo. A esa tertulia
7. asistiría el niño Rodrigo, no a participar en el intercambio de ideas, sino a oír, a aprender y
al final de la misma a deleitar con su genio musical a únicos personajes de la ciudad
capaces de comprenderlo.
-En ese Mensaje –comentó Ché Herrera- se destaca el reino de la paz interna como
consecuencia de la eliminación de los caudillos y la clausura de los partidos políticos, pero
no se informa que los principales líderes políticos del país están encarcelados, que se han
instaurado cámaras de tortura y que se ha asesinado a los más intransigentes y heroicos en
el enfrentamiento a la dictadura.
-Yo pienso que en un país en el que el 80% de la población es analfabeta –expresó
finalmente Chío- un muchacho como Rodrigo está casi condenado a pasar toda su vida
tocando en los bailes y francachelas, que ahora montan tanto los godos como los liberales
ricos. Como su padre, Juancho Querales, que vive de lo poco que cobra por los bailes que
ameniza su conjunto musical, de las colaboraciones de algunos amigos, a quienes enseña y
acompaña en serenatas y actos festivos de Carora y sus alrededores.
-Sin embargo –interrumpió Ché Herrera- músico por los cuatro costados, conquistó
todas las mujeres bellas que se detuvieron a oírlo y admirarlo.
Las privaciones económicas de Juancho Querales sólo eran superadas por una
entrega total al arte musical y a la acumulación de una gran riqueza espiritual, extraída de
la conversación periódica con el periodista Cecilio Zubillaga Perera, quien le visitaba
todos los días. Lo oía hablar de historia, filosofía, política, literatura y de música,
especialmente de Beethoven, a quien el humanista caroreño estudiaba y escuchaba unas
tras otra sus sinfonías, durante horas. Melómano exquisito iba también a oír tocar a
Juancho Querales, maestro de la guitarra y cantor popular por excelencia de su barrio, cuya
casa era el centro cultural de la barriada. En la casa No. 14-10 de la calle San Francisco se
detuvo durante amaneceres infinitos, a cantarle al pie de la ventana a una muchacha
encantadora del barrio, a Paula Riera, quien sería la madre de Rodrigo y de cinco vástagos
más, hijos del amor juvenil y de una excepcional combinación de sonidos de las cuerdas de
su guitarra.
Rodrigo no pudo asistir a la escuela de música ni a la escuela primaria. A la
primera, porque el peso de una cultura semi-feudal que caracterizaba las relaciones de la
familia de la época, no permitió que entre el padre y el hijo se estableciera una diálogo
estimulante y creador que abriera cauce al proceso enseñanza-aprendizaje, y tal vez porque
Rodrigo tuvo que trabajar desde muy niño y evadió someterse a una doble autoridad
paterna. Y a la segunda no asistió porque sencillamente no existía en el barrio. Nacido con
un defecto físico en los pies, que aparentemente le dificultaba desplazarse con normalidad
de un lugar a otro, cuando salió a jugar con compañeros de la barriada y algunos de éstos
trataron de aprovecharse de su supuesta debilidad, fueron rápidamente persuadidos de sus
erróneas apreciaciones, por la fuerza muscular de los brazos e incluso de las piernas del
8. pequeño guitarrista. Sus primeros juguetes, los trompos, se los hizo él mismo, como lo
tenían qué hacer todos los niños pobres de la ciudad. Un día, muy temprano, antes de que
el sol comenzara a sofocar la atmósfera de la mañana caroreña, sus compañeritos se
sorprendieron cuando lo vieron clavetear varias tablas para construirse un cajoncito que le
serviría de instrumento de trabajo, para dedicarse a limpiar zapatos.
-Rodrigo, vamos a jugar –lo invitó uno de sus amiguitos.
-No puedo, porque voy a trabajar.
Todos sus compañeritos se rieron al no comprender por qué Rodrigo abandonaba a
muy temprana edad los lugares donde todos se divertían con sus juegos infantiles. Lo
saludaban con mucho afecto y hasta respeto, cuando lo veían pasar con el cajoncito en la
mano y atravesar la quebrada que lo conducía hacia el centro de la ciudad, a realizar una
jornada de trabajo, también prematura para su edad, pero necesaria para contribuir al
sustento de su familia.
Cuando regresaba con 2 bolívares en el bolsillo, que le había pagado Ché Herrera,
pensaba en la fiesta que realizarían en su casa para celebrar el triunfo de su mano de obra
infantil, en el lecho de la quebrada se le atravesó el guapo del barrio y lo increpó:
-¿Cuánto ganaste hoy, Rodrigo?
-2 bolívares -le contestó con franqueza y dispuesto a enfrentarlo.
-¡Dámelos o te caigo a coñazos!
Rodrigo largó el cajoncito de limpiabotas, se le fue encima y derribó a golpes a su
contrincante. Cuando levantó el brazo derecho para rematarlo en el suelo, se lo agarró Vale
Cayayo, un cantor popular que alegraba las noches del barrio con su voz y su cuatro.
-¡Déjalo, Rodrigo, que ya aprenderá a respetarte!
El guapo del barrio se levantó y se retiró cabizbajo. Rodrigo caminó con Vale
Cayayo hacia su casa, donde fueron recibidos con vítores al niño que peleaba como un
boxeador y al trasnochador y artífice del cuatro más oído en las noches insomnes de la
barriada. Paula, su madre, tocó y cantó. Rubén, su hermano mayor, también tocó y cantó.
Sus hermanas cantaron. Vale Cayayo tocó y cantó hasta emborracharse. Rodrigo lo oía con
suma atención. Cuando aquél se retiró, tambaleando por la calle principal, pero aferrado a
su cuatro, del cual extraía melancólicas composiciones populares, Rodrigo lo siguió a
prudente distancia, para continuar oyéndole tocar, hasta que llegó al frente de la Escuela de
Juancho Querales y se detuvo a oír a los alumnos de su padre. Después de varias horas
siguiendo el ritmo de una música que se perdía en los callejones de la barriada, regresó a
su casa donde todos continuaban tocando y cantando, hasta que comenzó a ausentarse la
noche.
9. La otra mañana Rodrigo sorprendió nuevamente a sus amigos que jugaban en las
afueras de sus casas, cuando lo descubrieron claveteando otra tabla. Se le acercaron y uno
de ellos le preguntó:
-¿Qué haces, Rodrigo?
-Una guitarra –respondió.
Todos volvieron a reír a carcajadas, pero no se retiraron. Rodrigo colocó un clavo
en cada extremo de la tabla y templó una cuerda de alambre muy fino, entre uno y otro
clavo. Sus compañeritos lo miraban absortos, pensando en la imposibilidad de que pudiera
extraerle algún sonido musical, menos una melodía. Rodrigo comenzó a tocar “Cachito
Cachumba”, con algunas dificultades pero con indiscutible maestría. Sus compañeritos
gritaban viva a Rodrigo y éste se retiró satisfecho hacia su casa, para hacer oír entre sus
familiares, los sonidos de su improvisado invento. Cuando su hermano mayor, Rubén, lo
oyó, le dijo:
-¡Deja la bulla, Rodrigo! La vibración de esa cuerda es un simple ruido.
-No es un ruido, sino que no se puede afinar. Suena como tu guitarra, que también
está desafinada. Pásamela que yo te la afino –le respondió Rodrigo.
En medio de la sorpresa de todos y las dudas de Rubén, que era guitarrista
reconocido en el barrio, éste le extendió la guitarra y Rodrigo, después de precisar los
ritmos musicales de sus cuerdas, se la devolvió afinada.
-De hoy en adelante serás el afinador oficial de mi guitarra –le expresó Rubén,
quien decidió invitarlo a las fiestas y a las serenatas que armonizaba con su guitarra y un
pequeño conjunto musical que constituyó a los pocos meses, para que afinara su lira en el
menor tiempo y con la mayor precisión posibles.
En un barrio de músicos, no dejó de llamar la atención que un niño que no había
asistido a la escuela, que no tenía maestro particular, pudiera afinar una guitarra con la
rapidez y la exactitud de un verdadero artista. Veían como más natural que un niño
aprendiera a nadar en la zona inundada del barrio y luego atravesara a nado el río Morere,
que en época de lluvias rompía el dique de contención, anegaba las casas de Barrio Nuevo
y de gran parte de Carora, y formaba grandes lagunas en las que Rodrigo también se
destacaba chapaleando en el agua y ayudando a las familias afectadas a salvar sus
utensilios y animales domésticos.
Rodrigo formó parte de un grupo de muchachos que se reunían en la esquina
denominada Japón, a tocar improvisadamente algunas composiciones que oían y aprendían
de los mayores, que en otra esquina revelaban sus conocimientos adquiridos en la Escuela
de Juancho Querales. Sus compañeros le pedían que les afinara sus guitarras y comenzaron
a aprender música internacional que Rodrigo tocaba, después de ir al cine Salamanca a ver
las películas del momento. En una de esas reuniones se le acercó su padre y le dijo:
10. -Afíname ese cuatro.
Rodrigo armonizó los sonidos de sus cuerdas e hilvanó algunos acordes musicales
y le regresó el cuatro afinado.
-Tienes oído musical –le expresó Juancho Querales y se marchó.
Rodrigo también se marchó. Al otro día fue a El Diario a buscar 100 ejemplares
para venderlos. Antes de salir a realizar su nuevo trabajo, José Herrera Oropeza se le
acercó con la guitarra en las manos, rodeado de toda familia y de los trabajadores del
periódico. Rodrigo entendió y tocó todas las composiciones populares que había oído la
noche anterior en las calle de Barrio Nuevo. Luego salió a recorrer las calles principales
de Carora gritando el titular de primera página:
¡Homenaje al maestro Ramón Pompilio Oropeza!
¡Vendo edición especial de El Diario!
Tocaba las puertas de las viviendas donde siempre le compraban el periódico,
cualesquiera de los que generalmente vendía. Cuando entró en el jardín de la casa de doña
Carolina de Herrera y tocó el timbre, por la puerta lateral, reservada para la entrada del
servicio doméstico, le salió un inmenso perro “San Bernardo”, cuyos ladridos le hizo soltar
los periódicos y subirse hasta la parte alta de una ventana de hierro. Ante los ladridos del
perro guardián, doña Carolina se asomó por la ventana y observó que Rodrigo estaba sobre
su cabeza, en la parte superior de la reja que la protegía. Lo miró y le dijo:
-Pero Rodrigo, no te preocupes, que ese perro es capao!
-¡Perdone doña Carolina. Agarre su perro, que yo no le temo a sus cojones .sino a
que me muerda!
Entre risas y gritos al perro para que se retirara al interior de la casa, salió doña
Carolina, bajó Rodrigo y entre ambos recogieron los periódicos diseminados por el suelo.
Doña Carolina había leído en una edición anterior de El Diario que su pregonero era un
prodigio de la guitarra, le dijo que ella no entendía mucho de música, pero su marido era
un aficionado el violín y que le gustaría que lo oyera. El niño portento de la guitarra entró
y fue recibido por don Flavio Herrera en el momento en que ejecutaba un solo de violín de
un compositor desconocido. El novel guitarrista lo observó y oyó hasta el final. Don Flavio
le preguntó qué le parecía su ejecución.
-Usted es un gran violinista. Présteme una guitarra y yo le toco lo que acabo de oír.
Don Flavio buscó su guitarra y se le entregó. Rodrigo tocó exactamente lo que
improvisaba su nuevo anfitrión y luego ejecutó y cantó nuevas composiciones de su
repertorio popular. Felicitado y aplaudido fue invitado a visitarlo cada vez que tuviera
tiempo para cenar juntos y ensayar algunas composiciones para violín y guitarra. Rodrigo
le contestó que volvería después de ir al cine y oír nuevas canciones.
11. -Toma Rodrigo, el pago de la suscripción del mes. Y deja los periódicos entre los
barrotes de la reja, pero no dejes dd venir a tocar con Flavio –le expresó doña Carolina.
Le extendió varias monedas y lo despidió con afecto, que expresaba su sentido
maternal. Rodrigo siguió su marcha hasta vender todos los periódicos. Por la tarde salió a
vender empanadas. En la puerta del cine Salamanca se encontró con el dueño del local y le
dijo:
-Don Gonzalo, le cambio esta empanada, la última que me queda, por una entrada
al cine.
-Entra a ver la película y cómete tu empanada –le respondió Gonzalo González.
En el Patio del cine se encontró con Manuel Herrera y juntos vieron la película, en
la que cantaba y tocaba guitarra Tito Guizar. Lo oyeron en completo silencio. Cuando
salieron a la calle le manifestó a Manuel:
-Vamos a tu casa, que quiero tocar en la guitarra de Josefina, lo que estaba tocando
Tito Guizar.
Caminaron por la calle Bolívar hasta la Sala de Redacción de El Diario, recorrido
que repetirían muchas veces, para hacer del cine una escuela y la Redacción del periódico
una sala de ensayo musical. La casa estaba sola, la edición de El Diario había sido
cerrada. Bajo la dirección de Rodrigo, los dos jóvenes tocaron y cantaron “Cielito Lindo”,
“Méjico Lindo y Querido” y otras canciones del repertorio mejicano. Al terminar, Manuel
le expresó a Rodrigo:
-Mañana volvemos al cine.
-Mañana no puedo, el dinero que gané hoy y el que me gane mañana se lo daré a mi
mamá – le respondió Rodrigo.
-Yo te invito mañana y tú me enseñas a tocar la guitarra.
Rodrigo aceptó la proposición y se dispuso a retirarse. Manuel le acompañó hasta
el portón de salida. En el camino, Rodrigo pensaba lo que tendría qué hacer para ir al cine
todos los días, su única y verdadera escuela de música y de lenguaje, a través de grandes
artistas internacionales. Le gustaría ser un hombre como Ché Herrera o Chío Zubillaga. Le
gustaría viajar por el mundo que aparece en las películas. Tenía que trabajar y estudiar. Al
llegar a su casa le expresó a su hermana mayor:
-Carmen, quiero estudiar. Mañana vamos a la casa de Vicenta Pérez, para que me
inscribas en su escuela. Yo venderé más periódicos, más empanadas y haré cualquier otro
trabajo que buscaré pronto, para pagarle mis estudios.
Vicenta Pérez no era maestra, no tenía ninguna escuela formal. Era una humilde
señora del barrio, preocupada por la religión Católica, Apostólica y Romana y por las
12. primeras letras, que enseñaba a leer y escribir a los niños y jóvenes pobres de Barrio
Nuevo. En esa escuela fue inscrito Rodrigo. Por la mañana, antes de ir ala escuela, tenía
que buscar ocho latas de agua en una pileta cercana al barrio, para el consumo familiar. El
primer día de clase y durante todo el tiempo que estuvo asistiendo a su escuela, la maestra
le ordenaba que moliera doce máquinas de maíz, antes de comenzar a enseñarle el
alfabeto. Luego recibiría las primera lecciones en el libro de Alejandro Fuenmayor y
después un segundo libro de Historia de Venezuela, hasta que compelido por la urgencia
de realizar un trabajo más productivo, una vez dominadas las bases fundamentales de la
lectura y la escritura, decidió hacerse zapatero, un oficio que aprendían los adultos de
Carora, pero que él tendría que aprender y aprendió a los quince años.
13. EL CANTO DE LOS PÁJAROS AFINAN EL OÍDO
Alirio tenía 12 años cuando comenzó a explorar la vía de escape hacia el más allá y abrirse
paso en un complejo mundo de sueños infantiles, frente a una dura realidad que le tocó
14. vivir, con una guitarra a cuestas, desde La Candelaria, aldea de La Otra Banda, invadida
por el viento que levantaba oleadas de polvo y obligaba a sus moradores a encerrarse en
sus casas o emigrar hacia el Lago de Maracaibo, donde comenzaba la explotación
petrolera, con una mejor oferta para el trabajo, para la vida y para la muerte. Otros
buscaban conquistar el centro de la política y de la cultura, vía Carora y de allí al universo.
A pie y calzando alpargatas, arreando un burro cargado con pieles de chivo para las
curtiembres de Carora, con apenas 12 años de edad, después de atravesar 30 kilómetros
que separan a su aldea nativa de aquella ciudad, bajo un sol estallante que calcina las
piedras y los árboles en el semidesierto del Playón de Plumilla, arribó por primera vez al
mundo cultural que promovían Cecilio Zubillaga Perera y José Herrera Oropeza.
“Impresionado y azorado -por lo que veía por primera vez- conoció lo que era una ciudad
de calles rectas y limpias, un río con su puente y una hermosa plaza urbana”. Se sintió en
otra realidad, en otra dimensión humana, que lo atrapó en el momento, pero que le gustaría
enfrentar, no sólo con la audacia de su imaginación, sino también con el coraje de un joven
campesino dispuesto a formar parte de lo que aparecía ante sus ojos como el símbolo de
una civilización desconocida, pero cuya imagen se la habían revelado algunos periódicos
que esporádicamente llegaban a sus manos.
Después de vender los cueros de chivo, embriagado por la ciudad decidió quedarse
en la casa de su hermano Fulvio, donde conoció ese mismo día a Clímaco Chávez,
luchador revolucionario, guitarrista y cantante popular, con quien estrecharía nexos de
amistad entrañables y para toda la vida. Esa misma noche se fueron de serenatas, en las
que Chávez, por su edad y por el dominio que ejercía sobre su guitarra, llevaba la primera
voz y la primera opción entre las muchachas bellas de las barriadas de Carora. Alirio
aprendía y se sentía, cada hora que pasaba, más atraído por la ciudad y sus circunstancias.
Clímaco Chávez le habló, además, de la revolución en la Unión Soviética, de Chío
Zubillaga y de su condición de obrero, que lo identificaba con el proletariado
internacional. Alirio le manifestó:
-Me gustaría conocer a Chío Zubillaga.
-Quédate un día más, después de mi jornada de trabajo en la Tipografía de El
Diario vamos a conocerlo. Es un gran revolucionario y amante de la música. Estoy seguro
que le va gustar oírte, porque eres muy joven para lo bien que tocas –le contestó Chávez,
cuando se despedían en la madrugada.
-Sí, me quedaré y esperaré a que salgas de tu trabajo.
Alirio contaba con la solidaridad absoluta de su hermano Fulvio, quien al conocer
su decisión de quedarse para conocer a Chío Zubillaga le expresó su respaldo y su
disposición a acompañarlo.
15. -Mi vocación periodística y política se la debo a Chío Zubillaga. Soy un gran
admirador de su pluma y de su combatividad –le dijo muy entusiasta, Fulvio, quien
contribuiría mucho con su apoyo a decidir que Alirio regresara a Carora.
Por la tarde se presentaron al “Cuarto-biblioteca” de Chío Zubillaga. En principio,
éste no se sorprendió, conocía a Clímaco Chávez como un luchador social que difundía
entre trabajadores de la ciudad y del campo su pensamiento revolucionario, que el propio
Chío estimulaba entre los más jóvenes y combativos muchachos que le visitaban o leían.
La primera impresión de Alirio frente a Chío Zubillaga fue de anonadamiento. Humilde
como todo campesino y deseoso de aprender como toda gran inteligencia humana, fue
sorprendido por un hombre corpulento, gesticulando y hablando con una gran precisión
sobre los más diversos temas del momento, hasta descender a una conversación sencilla,
para satisfacción y orientación de un joven de La otra Banda, que buscaba y necesitaba
precisamente eso: la voz y el pensamiento de un maestro que lo estimulara a ser partícipe
de una sociedad civilizada.
-El ascenso de Adolfo Hitler al poder en Alemania es un gran peligro para la
humanidad. Podemos estar cerca y ser víctimas de una de las más terribles y criminales
dictaduras que hayan azotado Europa y amenacen a todo el globo –fue el comentario final
que hizo Chío Zubillaga, después de oír una información por radio acerca del triunfo
electoral del jefe del nazismo. Luego se dirigió a Clímaco Chávez y le expresó:
-Tú debes ser familia de José Chávez, herrero y flautista de Barrio Nuevo, de quien
escribí hace algún tiempo una nota que les voy a leer: Como flautista formaba parte de la
Banda Filarmónica de Zacarías Gallardo. (En esa época había en Carora si no más afición,
mayor interés por la música, capitel celeste de las bellas artes). No estábamos tocados
entonces de excesiva abulia o de superficialidad, hasta el momento en que cayera nuestra
música en el caso regresivo, que ha hecho notar nuestro compañero Isaías Ávila en las
columnas de “El Yunque”.
Al terminar la lectura, miró a los asistentes y preguntó:
-¿Quién de ustedes va a tocar?
-¡Alirio! –afirmó con voz ronca y categórica, Clímaco Chávez.
Chío fijó su vista en el muchacho campesino, quien buscaba acomodarse en una
silla de cuero para poder abarcar con sus brazos la guitarra de Clímaco Chávez. Una vez
posesionado de su instrumento, tocó “Conticinio”, un vals de Laudelino Mejías y varias
composiciones románticas que había aprendido entre sus familiares en La Candelaria. Chío
captó su vena artística e hizo llamar a Ché Herrera para que lo oyera. Alirio volvió a tocar
todo lo que constituía su repertorio de música popular, que provocaron el comentario
entusiasta de Chío Zubillaga:
-Ché, este es otro joven que debe salir de Carora.
16. -Primero, de La Candelaria, porque Alirio se regresa mañana. Aunque a él lo que
más le gusta es escribir –se adelantó Clímaco Chávez.
-Escriba para El Diario -le dijo José Herrera Oropeza.
-Está bien, Ché, pero este muchacho será un gran guitarrista si logramos que salga
a estudiar a otra parte, donde haya una buena escuela de música. Tu y yo podemos y
debemos hacer algo por Rodrigo y Alirio.
-De acuerdo contigo, Chío, haremos todo lo que esté a nuestro alcance. Por ahora
Alirio puede enviarte algún artículo, se lo corriges y se lo publicamos en nuestro periódico.
Alirio y su compañero se despidieron y esa misma noche le llevaron una serenata a
la novia de Clímaco Chávez. Carora y su entorno ejercían un poder de fascinación en la
mente de Alirio. No quería regresar a La Candelaria, pero el mandato de su padre le
resultaba imperioso:
-Regresa pronto, hay que cuidar las huertas y los animales. Tú eres el único que
me queda en La Candelaria y quien puede ocuparse de mis negocios, que serán tuyos
cuando yo muera o no pueda atenderlos.
Desde muy niño Alirio hacía los mandados de la casa, acompañaba a las niñas y
hasta las mujeres a los lugares cercanos, llevaba los burros a los bebederos y trabajaba en
un conuco. Sembraba maíz y pasto, construía y reparaba cercas de alambre y de broza,
limpiaba la maleza a punta de machete y peinilla, excavaba estanques con pico y
barretones, escardillas y palas. Al terminar estas jornadas cumplía algunas obligaciones
domésticas, que en cierto modo consideraba menos agotadoras, aunque no propias para el
descanso: buscaba agua en los estanques, cortaba y cargaba leña para el fogón de la cocina,
jopeaba chivos y limpiaba los corrales, sabaneaba el ganado en lugares lejanos y si tenía
tiempo cuidaba la pulpería de su padre.
-Alirio, vamos a jugar –le gritaban varios niños de su edad, cuando lo veían
regresar de la lejanía.
A Alirio le gustaba jugar con los niños de La Candelaria, pero prefería oír música
cuando tenía algún tiempo libre. Había espacio para correr, gritar y saltar, pero le faltaba
tiempo par oír música. Los niños no deberían trabajar, pensaba Alirio. Es la única manera
de hacerse hombre, pensaba su padre.
-No te vayas, Alirio. Vamos a jugar.
Niños y niñas jugaban Las Flores, Los Mosquitos,, El Ramito, la Tapara, El
Retrato, El Barco, Goyana, El Monigote. Los varones se separaban de las hembras para
jugar La Cuadrilla, El Cedazo, El Oso, El Gavilán, La Gallina Clueca, La Cebolla, el Pilón
y El Enigma. También se separaban para cazar a los zorros que mataban las gallinas, y
sobre todo para ver cómo hacían el amor los animales.
17. Antes de salir del “Cuarto-biblioteca” de Chío Zubillaga, la mirada de Alirio se
extendió por las paredes cubiertas de libros y de letreros con frases de hombres y mujeres
famosos del mundo. Cuando leía una frase de Víctor Hugo, que decía:
“Modelar una estatua y darle vida
es hermoso; modelar una inteligencia
y brindarle la verdad es más hermoso aún”
Chío se le acercó y le preguntó:
-¿Te gustaría leer Los Miserables?
-Sí, don Chío. Muchas gracias.
Salió con un libro en las manos y el pensamiento en las nebulosas, a serenatear con
Clímaco Chávez.
Chío Zubillaga y José Herrera Oropeza continuaron dialogando.
-Ese muchacho también se perderá si no lo sacamos de La Candelaria, en ese
desierto el sol es tan destructivo como las guerras civiles del siglo XIX, ha calcinado gran
parte de la vida, y aunque el hombre se ha hecho más resistente a la soledad, la naturaleza
se ha tornado más triste –expresó Chío Zubillaga en su afán de estimular la conversación
con su colega y amigo, de la cual generalmente extraían temas y motivos para sus trabajos
periodísticos.
-No exageres, Chío, en La Candelaria desaparecieron las voces de mando de los
caudillos liberales y conservadores que armaban y levantaban la peonada, saqueaban los
pueblos y obligaban a los ricos a entregar contribuciones de guerra o enterrar sus
morocotas.
-Nada de exageraciones, mi querido Ché, en esas playas no quedará nadie, excepto
los muertos, cada día es mayor la emigración de jóvenes absorbidos por el pulpo petrolero
del Lago de Maracaibo, fascinados por el señuelo del oro negro, del nuevo Dorado; y los
pocos que quedan tienen que enfrentar los rigores de un desierto que crece empujado por el
verano y el hacha que liquida los árboles y las flores.
Mientras Alirio se detenía a oír el canto de los pájaros y se sentía acompañado,
observaba simultáneamente con impotencia y con envidia, la marcha de muchos jóvenes.
Las casas abandonadas eran ocupadas por fantasmas que las sujetaban para evitar su
desplome total. La tierra se iba quedando sin los brazos para la siembra y sus óvulos
fertilizantes desaparecían. Los chivos se fueron reduciendo a los pocos sobrevivientes de la
pradera circundante, que lentamente se reducía a la presencia vital de cardones y tunas. La
trágica erosión de La Otra Banda, que constataba todos los días en su relación directa con
la tierra que estaba obligado a trabajar, se le convertía en una lengua de fuego que lo
18. impulsaba a seguir los pasos de los emigrantes, cuando leía los artículos de Chío Zubillaga
en el periódico de dirigía José Herrera Oropeza, en los que denunciaba la miseria del
campesino y el abandono en que lo mantenían las autoridades obligadas por ley a
protegerlo.
-Los candelareños tendrán que vivir de la mezquindad del desierto, si son capaces
de utilizar los pocos brazos que les quedan para construir lagunas y represar las pocas
aguas que caen durante las pocas lluvias que alivian la aridez de la tierra, antes de
escurrirse por quebradas tortuosas hacia el río Morere y luego hacia el Mar Caribe.
Chío Zubillaga y Ché Herrera continuaban dialogando por largas horas, hasta que
decidían volcar en las páginas de El Diario las conclusiones de sus debates. Desde la Sala
de Redacción del periódico y desde el “Cuarto-biblioteca” del primero establecían hilos
comunicantes con los barrios de Carora y con los caseríos circundantes.
-Ya se han adaptado –Chío- a la metamorfosis de la tierra. Mientras el ganado
vacuno se reduce a unos cuantas cabezas, en las pocas huertas de los pequeños propietarios
que ven desaparecer sus modestas fortunas emergen rebaños de chivos para alimentar a los
más pobres, que cada día serán más, hasta que todos sucumban ante la adversidad de la
naturaleza y la incapacidad de los habitantes para incorporar nuevas técnicas para el
cultivo de la tierra, y la incuria de los gobiernos frente a la tragedia humana, que por siglos
los azota.
-Sí, ya lo sé, incluso lo he visto. Sólo una que otra mula, uno que otro burro, una
que otra vaca quedan pastando en los alrededores de La Candelaria como demostración de
un pasado, no sólo pleno de prosperidad, sino también saturado de una evidente fuerza
impulsora de paz y de guerra, que generaban los hombres y las cabalgaduras que imponían
el orden en una sociedad conmocionada por la violencia de los más intransigentes.
-Todo se ha ido tornando más tranquilo, terriblemente solitario. Pero todos se
salvarán. No te olvides, Chío, que tienen varias vías de escape. Carora que no sólo es el
camino hacia la cultura en el centro del país, sino también hacia cualquier otra nación del
Caribe y del mundo; la zona petrolera del Lago de Maracaibo que los conducirá a un mejor
nivel de vida; y finalmente, la música los unirá a través de los sonidos, al universo de un
lenguaje común.
Cuando Alirio emprendió el regreso, atravesó el puente sobre el río Morere en
dirección a La Candelaria, miró hacia atrás y volvió a ver la ciudad por la cual se sintió
fuertemente atraído y la que no desaparecerá de su imaginación ni de sus sueños de
emigración. Volveré muy pronto, pensó, y se internó en el mundo del cual todavía se
sentía formando parte, el que abandonaría muy pronto, pero del que no se desligaría jamás,
aun cuando volviese a Carora y los sonidos que extraía de su guitarra lo llevasen a recorrer
los principales teatros de las grandes ciudades del universo. No olvidaría el canto de los
19. pájaros, sus grandes maestros de su oído musical. Así los recordará, cuando varios años
después regrese a la aldea que lo vio nacer.
“No hubo amanecer sin que al saludar al alba y a la vida no nos despertase con la
delicia de sus entonaciones de júbilo, de esperanza, de tristeza, con aquella profusión de
ritmos, melodías y armonías que jamás orquesta alguna soñó interpretar... los olímpicos
silbidos del turpial, los dejos de la perdiz, siempre triste y perdida como su nombre; y los
loritos, siempre alegres; la guacoa con su agorero fa-mi; la presencia melódica de la
paraulata, de las palomas burreritas y del san antoñito; la actuación solitaria del cardenal;
la actuación percuciente del carpintero y del chemeque, despertadores matutinos con sus
redoblantes sobre troncos de cardón; el tímido canto del juangil para el presagio o súplica
de la lluvia. Y como conclusión triunfal del concierto, teníamos las parrandas de las
cotorras, que al igual que los canarios eran los únicos pájaros que solían darse cita
colectiva, para romper con sus trinos a los cuatro vientos desde las copas más elevadas de
los árboles”.
A ese ambiente natural se sumaba el familiar y comunitario. Todos los miembros
de su familia tocaban y cantaban para hacer desaparecer por breves momentos la tristeza
que traía la proximidad de la noche. Incluso su padre, Pompilio Díaz, un hombre recio, de
espíritu feudal con relación al trabajo, era profundamente sensible a la combinación
armónica de los sonidos. Y en la mayoría de las casas de La Candelaria se rendía culto a la
lira, al cuatro y al canto popular. La música acompañaba el quehacer diario de hombres y
mujeres que, después de una jornada rutinaria de trabajo decidían alegrar la vida y alejar
los espantos.
Alirio se detenía a oír las cantilenas que generalmente las madres campesinas
cantaban para dormir a los niños. Muy cerca de la cocina oía el ritmo perfecto que
lograban las piloneras de maíz y el preciso palmoteo de las amasadoras de arepas. En las
fiestas patronales de La Candelaria, mientras la mayoría de los niños se divertía jugando y
viendo uno que otro payaso, Alirio –durante los 3 días que duraban dichas fiestas- se
extasiaba escuchando la Banda de Música “Lara” interpretar diversas composiciones
musicales, especialmente el valse venezolano “El Ausente”. En la retreta que se presentaba
en la plaza del villorrio, en los bailes que se realizaban en diferentes casas de familia y
hasta en la pulpería de su padre, estaba atento al ritmo que tocaba la orquesta popular.
Después de oír por largo rato a la Banda “Lara” se dirigió a la habitación de su hermano
Atanasio, quien descansaba en un chinchorro, y le expresó:
-¡Préstame tu cuatro, Atanasio!
-Si lo sabes tocar, bájalo.
Tomó el cuatro que colgaba en la pared y tocó el valse “El Ausente”, que había
oído tocar a la banda “Lara”. En esos momentos no sabía que el cuatro era un instrumento
20. acompañante y no melódico. Tampoco lo sabía su hermano Atanasio, pero éste se levantó
y gritó a todo pulmón:
-¡Alirio será el mejor cuatrista de La Candelaria y de La Otra Banda! Pronto nos
acompañará a tocar en los bailes y en las fiestas del pueblo.
Todo lo que su hermano Atanasio y Chepel Riera –el Esopo de su infancia- tocaban
en el cuatro, Alirio lo imitaba. Pero lo que más le llamó la atención fue la guitarra de su
hermana Ángela. Cuando la oía tocar se concentraba al máximo, tratando de aprenderse de
memoria lo que ella ejecutaba. Cuando consideró que podría hacerlo tal como Ángela lo
realizaba, la abordó:
-Ángela, préstame tu guitarra.
-Cuando aprendas a tocar bien el cuatro.
-Yo sé tocar el cuatro y también la guitarra.
-Dale para ver si es verdad –le dijo la hermana y le extendió la guitarra.
Cuando hizo sonar las cuerdas de la guitarra, constató que muchos acordes tenían
posiciones idénticas a las del cuatro. Todo el cordaje guitarrístico lo aprendió observando a
sus familiares y amigos, con la excepción del de la dominante de mí, para cuyo aprendizaje
solicitó el auxilio técnico de Alba Julia, una de sus primas que tenía un alto dominio de la
guitarra. Después de tocar y cantar varias canciones populares con su hermana y otros
familiares aficionados a la música, algunos amigos del vecindario se acercaron para oírlo.
Al final, Ángela expresó:
-¡Alirio será el mejor de todos nosotros!
Entusiasmado por el éxito económico y amoroso de los serenateros románticos de
La Candelaria, La Otra Banda y Carora, formó varios duetos y conjuntos musicales con
jóvenes de su edad, entre quienes destacaron Braulio Urquiola Mosquera y su hermana
Dorotea, Juan Pablo y Ángel Verde, Jesús y Mario Leal.
Su pasión por la guitarra le permitió superar o por lo menos mitigar la dureza de
algunos trabajos, especialmente cuando hacía de mandadero para Muñoz, villorrio cercano,
donde además de poder contemplar y cantarle a las mujeres más bellas de La Otra Banda,
existía una excelente y reconocida afición por la guitarra. En esos viajes visitaba a las
Zambrano, en La Reforma, y tocaba y cantaba con ellas y para ellas. En la casa de don
Isaías Mosquera, en la pulpería de Silvino Mendoza y en la casa de don Antonio Vicente
Nieves, en el Rosario, pasaba largos ratos tocando y cantando con sus amigos y amigas
aficionadas a la guitarra en particular y a la música en general.
Impresionado por los avances que experimentaba en el manejo de la guitarra, su
padre decidió enviarlo a la escuela primaria que funcionaba precisamente en el caserío
Muñoz, donde fue inscrito para estudiar primer grado. Al ingresar dio rápidas e
21. inteligentes demostraciones de fácil aprendizaje. Había aprendido a leer y escribir con su
tío Juan Bautista Verde, quien lo distinguió de manera especial por su afición a la guitarra.
Durante sus estudios en Muñoz, cuando predominaba la violencia contra los niños
como método de enseñanza, el maestro le llamó la atención porque estaba entonando una
canción en el aula. Ante su insistencia por el tarareo de algunas canciones, el maestro se
encolerizó tanto que decidió castigarlo, propinándole diez palmetazos en las palmas de las
manos.
-¡Ponga las manos con las palmas hacia arriba! –le gritó enfurecido.
Alirio colocó sus manos en la posición indicada. El maestro observó que tenía las
uñas largas y mal limadas.
-¿Por qué tiene las uñas así? –le preguntó, bajando el tono de la voz.
-Para poder tocar guitarra –respondió Alirio, sin salir todavía de la consternación
que le producía la violencia verbal del maestro.
Este, que era guitarrista y bohemio empedernido, bajó la palmeta y le expresó:
-Pórtate bien, para que toquemos más tarde.
Alirio respiró profundo y se retiró hacia su pequeña silla que le servía de pupitre y
oyó con atención la voz del maestro hasta el final de la clase. Cuando el docente anunció
que había finalizado la actividad en el aula, Alirio se dirigió a la Iglesia a oír una misa
cantada y el órgano que tocaba Mamerto Mendoza. Al terminar la misa caminó hasta la
casa de don Antonio Vicente Nieves, donde le presentaron al Padre Juan José Bernal.
-Este es Alirio, un niño prodigio de la guitarra –le expresó Nieves al sacerdote.
-Vamos a tocar y cantar, le dijo el cura –y empezó:
-Solamente una vez se ama en la vida.
Alirio lo acompañó con la guitarra. Cantaron también las hermanas Nieves, Silvino
Mendoza y otros trovadores populares de La Otra Banda. Durante su regreso a La
Candelaria volvió a oír el canto de los pájaros y pensó que lo estaban despidiendo.
Recordó a Chío Zubillaga y a José Herrera Oropeza, reafirmó su voluntad de abandonar el
desierto sobre el cual caminaba y se imaginó que volaba hacia las estrellas. Sin embargo,
al tropezar con una tuna espinosa retornó a su realidad de adolescente campesino. Siguió
su marcha y al atardecer arribó a su aldea natal.
22. UNA GUITARRA Y UN LIBRO PRESTADOS
RODRIGO pasó frente a El Diario, pero no se detuvo a limpiarle los zapatos a José
Herrera Oropeza ni a tocar guitarra, había decidido realizar otro trabajo y aspiraba llegar
rápido a la fábrica de zapatos de Paulino Aldazoro. Eran las 7 y 30 de la mañana cuando
llegó a la zapatería. Esperó hasta las 8 a.m. y cuando un empleado abrió la puerta
principal, entró y preguntó:
-¿Don Paulino vendrá pronto?
-Sí. Está en su casa, pero ya viene. ¿En qué podemos servirle? –preguntó a su vez
el ayudante de zapatero.
-Necesito me enseñe a fabricar zapatos. Necesito hacerme zapatero y producir algo
más de lo que gano como limpiabotas y vendedor de periódicos y empanadas. Quiero
ayudar a mi familia y hacer algunos ahorros para comprar una guitarra.
-Eso es posible, pero la primera lección que usted debe aprender es pasar todos los
días por debajo de esa mesa, para luego comenzar como aprendiz de zapatero. Si don
Paulino lo contrata, yo le enseñaré cómo se hace un zapato.
-Eso de pasar por debajo de la mesa no puede ser la primera lección para hacerse
zapatero. Yo puedo pasar por debajo o por encima la mesa, pero eso no puede ser la
manera de comenzar para aprender zapatería.
23. Paulino Aldazoro llegó en ese momento e intervino para rectificar la actitud de su
ayudante.
-Pase adelante. Hoy mismo empieza, me gusta el espíritu de trabajo de los jóvenes
que necesitan abrirse paso en la vida. Yo lo he visto trabajar a usted limpiando zapatos y
vendiendo empanadas y periódicos. Estoy seguro que aprenderá muy pronto.
Rodrigo recibió las primeras instrucciones del dueño de la zapatería y trabajó en su
nuevo oficio hasta las 6 de la tarde. Se despidió y corrió hasta el cine Salamanca, llegó
antes de que empezara la película “Pajarillo Manzanero” en la participaban varios artistas
mexicanos. Al finalizar la película se dirigió a la Redacción de El Diario y se encontró con
su amigo Manuel Herrera Oropeza, quien no había concurrido esa noche al cine, por tener
que ayudar a su padre en la corrección de algunas páginas de galera, para la edición del día
siguiente.
-Manuel, préstame la guitarra de Josefina y te enseño por un bolívar, la
introducción de “Pajarillo Manzanero”.
-De acuerdo –le respondió Manuel y le entregó la guitarra de su hermana. –Vamos.
¿Cómo empieza?
Rodrigo tocó varias veces la introducción de la canción y luego le pasó la guitarra a
Manuel Herrera. Este también la tocó con toda la precisión del caso. Se sintió satisfecho y
ambos se dedicaron a ensayar las canciones que tocarían y cantarían esa madrugada en las
ventanas de las casas de varias muchachas de Barrio Nuevo. Antes de separarse, Manuel le
comunicó que le tenía otro trabajo relacionado con la música.
-El Conjunto Pentagrama va a tocar mañana por la noche en el Club Torres y le
falta un músico, porque se enfermó el cuatrista. Vamos a preguntar cuánto te pagan y si te
quieren oír tocar el cuatro antes de que te contraten.
Salieron de la Sala de Redacción de El Diario y juntos se dirigieron a la sede del
principal club de la ciudad. Manuel Herrera lo presentó como un fenómeno del cuatro,
para que los dejaran entrar. Una vez en el interior de la sala de baile, caminaron hacia
donde estaba el Director del Conjunto, lo abordaron y éste preguntó:
-¿Has ensayado bastante?
-Tenemos varias horas ensayando –contestó Manuel.
Le entregaron un cuatro y sin previo ensayo, Rodrigo se incorporó al Conjunto
Pentagrama y tocó hasta altas horas de la noche. Recibió 2 bolívares como pago por su
actuación. Desde esa noche – y después de confesar que no había ensayado- Rodrigo
quedó consagrado como el sustituto de todos aquellos músicos que faltaban por una u otra
razón a participar en cualquier orquesta de la ciudad. Entre los músicos se le conoció como
el único que no necesitaba ensayar para tocar cualquier composición musical. Sólo
24. necesitaba que alguien arrancara o comenzara a tocar, para luego él acoplarse con maestría
al ritmo en ejecución.
Pero el trabajo en una orquesta popular no se realizaba todos los días y Rodrigo se
vio obligado a continuar en la zapatería, para ayudar al sustento de la familia, hasta que un
día su hermana mayor le informó que en las cercanías de Barrio Nuevo estaban explotando
una cantera de piedra, en la que pagaban más que en la zapatería.
-Lo que ganas, ya no alcanza para todos. Somos muchos, Rodrigo, y tienes que
ganar un poquito más.
En las horas libres que le dejaba su oficio de aprendiz de zapatero, iba a la cantera a
picar piedra, para el concreto de algunas de las calles que en ese momento se estaban
arreglando en Carora. En esta jornada ganaba más, pero era más dura. Con el primer
salario de este último trabajo compró sus primeros pantalones largos.
Cuando volvió a la zapatería, Paulino Aldazoro le comunicó:
-He decidido instalar la fábrica de zapatos en Barquisimeto, una ciudad más
grande, donde posiblemente aumente las ventas y le pueda aumentar su salario, si decide
irse conmigo. Piénselo bien y me avisa.
-Lo pensaré, don Paulino.
Rodrigo pensó que debería consultar con su madre y con sus hermanos mayores,
aunque a los 15 años se sentía totalmente independiente. Pero salir de Carora para otra
ciudad era un acontecimiento de cierta trascendencia, por tener que alejarse de una familia
a la cual estaba estrechamente unido por tradición y por necesidad. También creyó
conveniente la consulta familiar porque la mayoría de la familia dependía de su trabajo.
Cuando salió de la zapatería y caminaba para su casa, frente a la plaza Bolívar lo
abordó Tino Carrasco, famoso músico de la ciudad que dirigía un conjunto musical muy
popular y de mucho prestigio en Carora y sus alrededores.
-Necesito que me acompañes esta noche a tocar en el Centro “Lara” y vamos el
viernes a inaugurar Radio Coro.
Rodrigo se sintió verdaderamente complacido, aunque pensó que quizás no ganaría
lo suficiente como poder cambiar de trabajo, pero se podría abrir un porvenir musical y era
lo que ya comenzaba a concebir, no sólo como un medio de subsistencia, sino también -y
era lo fundamental- como parte integral de su vida.
-Muy bien, don Tino. Tocaremos esta noche y el viernes viajaremos a Coro. En el
libro de Fuenmayor leí que cerca de Coro había unos médanos, grandes cúmulos de arena.
¿Usted los conoce, don Tino?
25. Tino Carrasco no conocía a Coro, pero para no quedar mal frente a un muchacho a
quien consideraba su discípulo, sonrió, lo tomó por el brazo y le expresó:
-Te llevaré a conocer todo lo que quieras.
Esa noche Rodrigo tocó la guitarra con el Conjunto Musical de Tino Carrasco, sin
previo ensayo. Cuando llegó a su casa no podía conciliar el sueño pensando cómo sería
Coro, cómo sería Barquisimeto. Carrasco lo invitaba a conocer la primera ciudad, y
Aldazoro lo invitaba a conocer la segunda. El día siguiente lo tendría libre en la zapatería
porque estaban preparando la mudanza. Lo aprovechó para despedirse de su amigo, guía y
protector, José Herrera Oropeza y se dirigió a la casa de El Diario. Esta vez no llevaba el
cajoncito de betunero, ni pediría periódicos para vender. Ya había cambiado de oficio.
Ché Herrera lo recibió con el afecto de siempre. Apenas lo hizo esperar algunos
minutos, mientras corregía una página de la próxima edición de su periódico. Rodrigo lo
vio inclinado sobre la mesa de trabajo, lo vio muy gordo y sintió que la respiración se le
dificultaba. Pensó que también le gustaría ser periodista y dirigir un periódico. Ver su
nombre estampado en primera página y entregárselo a los muchachos de su barrio para que
lo vendieran en las calles de Carora. El Director de El Diario se le acercó sonriente y le
dijo:
-Ya no vendes mi periódico ni las empanadas de tu mamá, no eres limpiabotas,
pero lo que haces tampoco es tu verdadera vocación. Tienes que dedicarte a la música y
tratar de estudiar en una escuela calificada.
Bajó la guitarra de su hija y le pidió que como despedida tocara todo lo que había
aprendido en el cine durante las últimas semanas. La Sala de redacción de El diario fue
nuevamente inundada por los sonidos y la armonía de la guitarra que esperaba y siempre
esperaría por su temperamento musical. Al agotar su repertorio se dirigió a su protector y
amigo.
-Mañana me voy a tocar en la inauguración de Radio Coro. Acompañaré a don
Tino Carrasco. Vine a despedirme de usted y a darle las gracias por lo mucho que me ha
enseñado. Esta es mi segunda casa y mi verdadera escuela.
-Te felicito por tu viaje a Coro y por la oportunidad de participar en la inauguración
de la radio de esa ciudad. Ojalá aprendas bastante, pero tienes que buscar la forma de irte a
Barquisimeto a trabajar y a estudiar guitarra.
Todavía no había terminado de hablar Ché Herrera, cuando entró a la Sala de
Redacción, Chío Zubillaga con el editorial para el siguiente día. Y aunque apenas pudo oír
la última frase, expresó con fuerte voz:
-Para Barquisimeto no, de una manera definitiva, sino como paso para Caracas,
donde existe una Escuela Superior de Música. A esa escuela tienen que ir tanto Rodrigo
como Alirio.
26. Rodrigo oyó por primera vez el nombre de Alirio. Pensó que podría ser un familiar
de Chío Zubillaga o de Ché Herrera, pero no hizo comentario alguno. Quería informarles
que se iría a Barquisimeto a trabajar como ayudante de zapatería, grado que ya había
alcanzado en su nuevo oficio, pero prefirió callarse y continuar oyendo a los dos
principales personajes del periodismo y de la cultura caroreños, frente a quienes se sentía
cohibido, pero seguro de estar ante dos auténticos maestros, que desde un periódico y una
biblioteca marcaban el rumbo de la ciudad y de los jóvenes con algunas inquietudes
intelectuales.
-Tal como hablamos ayer –expresó Chío- el editorial para mañana es sobre la
creación del Salón de Lectura “Riera Aguinagalde”. Con él cumplimos dos objetivos.
Primero, le ofrecemos a Carora y a los caroreños un lugar para el cultivo de la inteligencia,
con la lectura de los mejores libros que podamos adquirir. ¡Por fin tenemos un centro para
la cultura en una ciudad en la que impera el atraso más espantoso del siglo, con las
excepciones que conocemos! Y segundo, rendimos homenaje a uno de nuestros más
importantes intelectuales del siglo XIX. Haremos conocer a Ildefonso Riera Aguinagalde,
por sus ideas liberales, por su dignidad y honestidad personales.
-Jóvenes como Ud., Rodrigo, encontrarán una luz más en el camino hacia la
inmortalidad.
-Cuando el hombre adquiere un alto nivel de conocimiento y de conciencia
humanística, puede contribuir a la liberación y al progreso de los pueblos –intervino José
Herrera Oropeza.
-Este país sigue atado a las dictaduras, mi querido Ché. Simón Bolívar encontró
con quiénes independizarlo, pero no encontró con quiénes construir una república de
ciudadanos.
Chío Zubillaga y Ché Herrera, cuando estaban frente a algún joven preocupado por
la cultura, encendían la tertulia sobre política, historia y periodismo. En algunos casos
discutían sobre arte y literatura. Muchos jóvenes acudían a oírlos, extasiados y perplejos
frente a dos grandes soñadores de la libertad, la democracia y la cultura como los valores
fundamentales del ser humano. Rodrigo oía en estos momentos sin entender todo lo
expresado por ellos, pero interesado es descifrar por lo menos una parte de lo que
discutían. No encontraba la forma de despedirse, aunque tampoco sentía deseos de
levantarse y retirarse. Esperó, hasta que el Director de El Diario se levantó y se le acercó.
-Cuando regreses de Coro te esperamos, para que nos cuentes lo que puede ser una
rica experiencia, un gran aprendizaje para un joven como tú. Si quieres te llevas la guitarra
de Josefina.
Rodrigo miró a Ché Herrera, miró a Chío Zubillaga y cuando ya no encontraba qué
hacer, miró la guitarra. El Director de El Diario tomó la lira de su hija y se la puso en sus
27. manos. Entusiasmado dio unos pasos para salir de la Sala de Redacción del periódico, pero
Chío Zubillaga lo detuvo por un instante, sacó del bolsillo de su blusa un pequeño libro y
le dijo:
-Si tiene tiempo en el camino o en su casa, lea esta novela de Rómulo Gallegos, en
la que revela estados de postergación nacional, que se dibujan como verdaderos problemas
por resolver en el campo moral, de lo que hoy o mañana, con las nuevas ideas que bullen
en el universo, se aprestan a crear una nueva vida para Venezuela. Esas ideas dejan
traslucir un grito de reivindicaciones, que al capital absorbente le lanzan con amenazadora
vehemencia, las huestes del trabajo.
Rodrigo salió con una guitarra y un libro, Doña Bárbara, prestados. La guitarra
debía regresarla, era un recuerdo de la hija de Ché Herrera que únicamente a él se la daban
prestada. El libro también debía regresarlo, era una condición que establecía Chío
Zubillaga, excepto que se lo hubiese traspasado a otro lector conocido y amigo,
preocupado por el acontecer socio-cultural del país.
En un camión de estacas, propiedad de un comerciante y violinista de la ciudad,
Antonio Crespo Meléndez, viajó a Coro a participar por primera vez en un medio
radioeléctrico que se inauguraba en aquella ciudad. Por una carretera de tierra fueron
ascendiendo por la Sierra de Coro, deteniéndose en las principales bodegas y posadas que
encontraban a la orilla de la misma, para vender alpargatas, jabones, velas y otros víveres
que no se descomponían con el pasar de los días y las condiciones de la intemperie. Donde
los alcanzaba la noche se detenían a pernoctar, tocaban y cantaban para los campesinos de
la montaña coriana. Después de varios días de deambular por valles y serranías, buscando
atajos para que el camión pudiera avanzar, y cantándole a mujeres que huían de la noche y
esperaban la madrugada para abrirle los brazos, llegaron a la capital del Estado Falcón.
En la inauguración de Radio Coro estuvieron presentes representantes de la cultura
y de la incipiente farándula falconianas. La pequeña ciudad estuvo atenta al primer
espectáculo musical e informativo en general que se transmitía por ondas hertzianas. El
conjunto popular de Tino Carrasco tocó en especial música caroreña. “Mirando al Mar”
era una debilidad de Carrasco, tal vez porque lo había conocido cuando ya era adulto y le
había producido la impresión de que estaba unido al cielo. Rodrigo participó como
acompañante y cantante. Después de la actuación se le acercó un joven de la ciudad y le
expresó:
-Necesito que me acompañe esta noche para llevarle una serenata a mi novia. Le
pagaré con todo lo que pueda, con lo que tenga, porque estoy dispuesto a entregar la vida
por esa mujer y yo sé que usted con su guitarra y su voz le penetrará el alma. Pero... no me
la vaya a enamorar.
Rodrigo se rió y aceptó entusiasmado, no pensando en cuánto podría ganar ni en
conquistarle la novia al joven coriano, sino en la posibilidad de que otra muchacha, entre
28. las muy bellas que habían asistido a la inauguración de Radio Coro, pudiese estar presente
y oírle en la primera noche de su consagración como guitarrista y cantante popular. Pero
sólo una dama se asomó a la ventana y saludó con efusión al novio. Este, muy
emocionado, al final de la serenata se le acercó a Rodrigo y le dijo:
-¡Gracias hermano! Yo no tengo plata, pero le regalo esta caja de balas para
revólver calibre 38.
Rodrigo volvió a reír frente al joven enamorado. Le recibió la caja de balas y en ese
momento constató que el joven coriano portaba un revólver en la cintura. Menos mal,
pensó, que no se me ocurrió enamorarle la novia. Regresó cargado de balas y de ilusiones
para irse a Barquisimeto. Las balas eran 200 y las vendió a bolívar cada una. Con 200
bolívares en el bolsillo creía que podía enfrentar cualquier dificultad económica en una
ciudad más avanzada musicalmente y más cerca de Caracas, donde existía la Escuela
Superior de Música, la meta que le señalaban Chío Zubillaga y Ché Herrera. Al llegar a su
casa se enteró de la muerte del Director de El Diario de Carora. Sintió que se le había
muerto su padre o un ser tan querido como un progenitor que lo ayudaba con su palabra y
con la guitarra de su hija. De inmediato se dirigió a la casa de José Herrera Oropeza a
entregar la guitarra de Josefina y a compartir la pena con su familia. Manuel Herrera le
informó que había muerto de un infarto al miocardio. En el abrazo con su amigo se le
presentó la última imagen que se había grabado en la mente de Ché Herrera, muy gordo y
jadeante al respirar. Juntos lloraron a un gran maestro. La guitarra quedó en poder de
Manuel. Al despedirse caminó hacia el “Cuarto-biblioteca” de Chío Zubillaga a entregar el
libro.
-Don Chío, muchas gracias, aquí está su libro. He aprendido tanto en su lectura,
como oyéndolo a usted y a don Ché Herrera, a quien lamentablemente no podré oír más.
Mañana me voy para Barquisimeto.
-Pásaselo a Tino Carrasco y le dices que después que lo lea me lo devuelva. Te
felicito por tu viaje a Barquisimeto, pero te reitero que en Caracas está la mejor escuela de
música y por lo tanto tu futuro, como el de Alirio, a quien te tengo que presentar, porque
ustedes dos pueden ser grandes maestros de la guitarra.
Rodrigo salió de la casa de Chío Zubillaga pensando en las últimas palabras que le
había oído a éste. ¿Será Caracas como Ciudad de México o Buenos Aires, las ciudades
más grandes que he visto en el cine Salamanca? Trató de devolverse para preguntárselo a
su maestro, pero continuó caminando hacia Barrio Nuevo recordando las lecciones que
había recibido de los más grandes pensadores que había conocido y a quienes deseaba
parecerse en el futuro. Se le hacían presente las imágenes de la Sala de Redacción de El
Diario, del “Cuarto-Biblioteca” y de la casa de su padre Juancho Querales, en la que Chío
Zubillaga aparecía presidiendo una tertulia literaria y política, a la que asistían
29. parroquianos liberales, poetas y músicos de la barriada. A cada momento oía su voz: usted
tiene que irse a estudiar guitarra a Caracas o donde haya una escuela superior de música.
Los artistas que recordaba tocando guitarra en la pantalla del cine Salamanca, le
parecían muy distantes. ¿Cómo harían para aprender tanto? ¿Empezarían como yo,
imitando lo que oigo en el cine?
-Don Chío –recordaba- me invitaron a tocar en el cine Salamanca. Escríbame la
presentación.
-Aquí la tienes.
-Muy largo, don Chío. Imposible aprendérmela de memoria.
-Bueno, para que no tengas que usar la memoria, sino la inteligencia, tienes que
estudiar y leer mucho. Empieza por el periódico, la introducción a los mejores libros de la
tierra. Léelo antes de venderlo. Pregona los titulares y lee el contenido. Y cuando toques
una canción de estilo ajeno, trata de que te conmueva de gozo, el alma popular venezolana.
30. SERENATA DE SCHUBERT EN LA CANDELARIA
ALIRIO se encontraba en la pulpería de su padre cuando oyó la corneta de un autobús, que
todos los días hacía la ruta Carora-La Candelaria-San Francisco-La Mamita, principales
caseríos, para entonces, de La Otra Banda, zona rural semidesértica poblada por unas
pocas familias que resistían con estoicismo los avatares del tiempo, en espera de un
cambio para horadar la tierra. Se asomó a la puerta principal en el momento en que el
autobús reducía la velocidad. Desde el interior del viejo bus, Inés Rodríguez, el ayudante
del conductor, le gritó:
-¡Ahí están sus gargueros! -y le lanzó a los pies un pequeño rollo de papeles.
Alirio lo recogió, conciente de que se trataba de varios ejemplares de El Diario de
Carora. Mientras los arreglaba para leer su contenido, observó que el autobús se detuvo
frente a la casa de su padrino Juan Bautista Verde y bajaban con mucho cuidado una caja
de madera. Pensó ir hasta allá, pero prefirió leer el periódico. Se encontró con la infausta
noticia de la muerte del Director de El Diario, José Herrera Oropeza. En editorial, escrito
por Chío Zubillaga, leyó:
31. “Periodista de nacimiento, a su personalidad concurrieron todas las dotes necesarias
para forjar el triunfo que representan 20 años de vida dedicados íntegramente al diario
cultivo de la moral, la cultura, la civilización en una palabra, desde la tribuna noble y
amplia de la buena prensa, ensalzando virtudes y condenando vicios. Enérgico aquí y
condescendiente allá: siempre en la lucha valerosa contra la adversidad del ambiente”.
En el mismo ejemplar de El diario leyó que había muerto el General Juan Vicente
Gómez, después de 27 años de tiranía. Leyó todo el contenido de las páginas del periódico
y luego caminó hacia la casa de su padrino. Al llegar descubrió que de la caja que había
visto bajar del autobús habían extraído una ortofónica y varios discos. Atento a todo
sonido armonioso, se dedicó por varias horas a oír la Serenata de Schubert, tocada por una
banda italiana y dos solos de guitarra, interpretada por el artista español Guillermo Gómez.
Después de oírla varias veces, se dirigió al exquisito melómano que era Juan Bautista
Verde.
-Padrino, présteme su guitarra.
Tocó por fantasía la Serenata de Schubert que había oído varias veces. En medio
del asombro y del aplauso de familiares y amigos parroquianos que lo escuchaban, la
tocaba y la volvía a tocar, hasta que Juan Bautista Verde se levantó y lo abrazó:
-Ahijado, usted será el guitarrista más grande de La Candelaria. Venga mañana
para que toquemos juntos y para que me enseñe todo lo que ha aprendido de oído.
Alirio se despidió y al llegar a su casa encontró a su madre muy entusiasmada por
lo que había oído tocar en la casa de su compadre, le dijo:
-Ven acá –y extrajo de un viejo baúl, un viejo libro. Ve a ver si te sirve de algo,
porque aquí nadie lo ha podido usar.
Alirio leyó:
“Método de Guitarra” de Ferdinando Carrulli, edición 1839.
Le agradeció el gesto amoroso de la madre y se retiró a leerlo. Después de varias
lecturas lo guardó, sin poder comprenderlo. Volvió a sus tareas rutinarias del campo y por
la noche regresó a la casa de su padrino. Este lo recibió con gran alborozo.
-Mira, lo que te guardé –le expresó y le extendió un “Método de Violín” de Delfín
Alard.
-Muchas gracias, padrino. Lo leeré esta misma noche, cuando llegue a mi casa. Me
gustaría oír algunos discos en su ortofónica.
Después de escuchar casi todas las composiciones que Juan Bautista Verde había
traído con su famoso tocadiscos y practicar con la guitarra de su padrino, retornó a su casa
y se dispuso a leer el “Método de Violín”. Después de varias lecturas tampoco lo entendió.
32. Sabía oír música pero no sabía leerla. Vivía como refugiado en un mundo de sonidos y
movimientos rítmicos populares. La Candelaria era una aldea sonora, y para combatir la
soledad, la pobreza y la emigración de sus habitantes, se produjo en los pocos que se
arraigaban a la tierra, una reacción espiritual que los vinculaba estrechamente a la música.
El cuatro, la guitarra, el bandolín y cualquier otro instrumento musical posible de obtener,
eran acompañantes solitarios que preservaban la alegría en los hogares.
Después de muerto el tirano Juan Vicente Gómez llegó la primera escuela a La
Candelaria, frente a la cual nombraron como maestra a una joven del villorrio, Adela
Virginia Riera, quien había estudiado hasta sexto grado en una escuela privada en Carora,
y fue la encargada de darle la información al padre de Alirio.
-Don Pompilio, vamos a abrir la primera escuela estadal “Primero de Mayo”. Yo
seré la maestra y creo que sería muy conveniente que mande a Alirio para hacerle un
examen y determinar en qué grado lo inscribimos.
-Muy bien, mañana mismo te lo mando. Ahora no tendrá que continuar yendo a la
escuela de Muñoz.
Alirio aprobó el examen y fue inscrito en tercer grado, para darle continuidad a sus
estudios hasta sexto grado. La asistencia a la escuela no eliminó el trabajo que venía
realizando desde muy niño, pero lo redujo en el tiempo. Mientras él avanzaba en sus
estudios, para la mayor parte de la población el tiempo transcurría imperceptible. Mientras
llegaba una noticia o una carta de los familiares que habían emigrado, los que esperaban,
sobre todo en horas de la noche cuando a la tristeza y la soledad se les sumaba el silencio
que traía aparejado el acercamiento de la oscuridad, tocaban y cantaban hasta el amanecer.
Las piloneras, las amasadoras de arepas cumplían sus tareas tarareando melodías
populares. Las pocas vacas que quedaban en la pradera semidesértica, eran recogidas y
ordeñadas por alguien que también cantaba, en la creencia de que la música las hacía más
dóciles y productivas. El jopeador de chivos hacía resonar el eco de su voz hasta perderse
en la infinidad, para atraer a su rebaño.
La escuela despertó en Alirio la inclinación a oírle a Florencia Leal –cual
Zherezada rural de La Candelaria- contar pasajes de “Las Mil y una Noches”, “La Bella y
la Fiera”, “Pinocho”, “Blancanieves” y algunos capítulos de la Biblia. Pero lo que más
disfrutaba era la lectura que hacía al lado de Florencia Leal, de los libros como “Bertoldo,
Bertoldino y Cacaseno”, “Aura o las Violetas” de J. M. Vargas Vila, y “Los Amantes de
Teruel”.
La lectura se le convirtió en un hábito permanente y hasta en un placer, que lo
impulsaba a leer incluso en plena clase.
-¿Qué estás leyendo, Alirio? –le preguntó una mañana su maestra Adela Virginia
Riera, en el aula.
33. No pudo esconder el libro de Mantilla –único manual escolar de la época, que
Alirio leía todos los días.
-Este libro, maestra –lo levantó ante la vista de la docente.
-Muy bueno que lo leas, pero hazlo en tu casa. En la clase presta atención, para que
comprendas mejor el contenido de ese libro.
Alirio guardó el libro. Lo terminaría por la noche, pensó, y luego comenzaría a leer
“Ante los Bárbaros”, del mismo autor.
Como todos los niños de La Candelaria, Alirio había aprendido primero a tocar que
a leer. En su villorrio pasaba algo similar a lo de Barrio Nuevo en Carora. En cada casa
había un cuatro, una guitarra, un músico, un maestro improvisado, suficientemente
estimulante al oído de los menores, quienes los consideraban guías y ejemplos. Salveros,
serenateros, bohemios, profesionales de la música popular, verdaderos maestros del buen
vivir, alegraban la vida para ganarle horas al tedio cotidiano y prolongado. Mientras se oía
rasgar una guitarra, mientras se oía la voz de un cantor popular, mientras se bailaba en la
noche sabatina, se alejaba el temor a los espantos. Estos aparecían cuando se extinguían
los sonidos, por lo que era preferible cantar y tocar todas las horas posibles del día y en
especial de la noche. La música era lo único que arraigaba a unos pocos a la tierra, y como
en el Barrio Nuevo de Rodrigo hacía más grata su permanencia en La Candelaria, acercó
más los corazones del hombre y la mujer, y la vida se multiplicó y prolongó
indefinidamente.
Alirio continuó sus viajes con más frecuencia a Carora a vender pieles de chivo y a
comprar víveres para la pulpería de su padre. En todos los viajes visitaba la casa de Chío
Zubillaga, le oía su prédica permanente en defensa de los campesinos y de las libertades
públicas; revisaba la biblioteca particular del humanista caroreño y leí los letreros que éste
escribía o hacía escribir en las paredes, de grandes pensadores universales. Cuando se
hacía acompañar por Clímaco Chávez ambos tocaban para deleite de su maestro y luego
daban paso a a una breve tertulia sobre temaqs musicales, políticos y culturales en general.
Después de oírlos Chío le informó que habían inaugurado una biblioteca pública en
Carora.
-Aproveche sus viajes –le decía –vaya al Salón de Lectura “Riera Aguinagalde” y
lea la novela Cantaclaro, de Rómulo Gallegos, en la que usted encontrará retratada el alma
y la problemática social venezolana. Dígale al bibliotecario que le dé prestado, bajo mi
responsabilidad, todos los que libros que usted quiera llevarse.
-Muchas gracias, don Chío. Me llevaré, por lo menos uno, hasta que me pueda
venir a estudiar a Carora.
34. -Tiene que venirse lo antes posible. Usted tiene un gran porvenir en la música, pero
no tocando bailes y fiestas en La Otra Banda. No sólo tiene que venirse para Carora, sino
que de aquí también tiene que irse a estudiar a una verdadera escuela de música.
-Todos los días pienso en venirme para Carora. Tal vez me quede definitivamente
en el próximo viaje. Voy al Salón de Lectura a leer Cantaclaro y a ver qué libro importante
me pueden dar prestado.
En la Biblioteca de la ciudad, Alirio se sentía en contacto con un mundo distinto al
de su aldea nativa. Lo invadía una ansiedad irrefrenable por la lectura, por adquirir nuevos
conocimientos. Le gustaría quedarse por muchas horas revisando y leyendo libros y
periódicos, pero tenía que regresar a La Candelaria. Una vez en su villorrio, leía
alumbrándose con una vela, hasta altas horas de la noche.
-Alirio, ya es muy tarde. Tienes que dormir, ya va a llegar la hora de ordeñar las
cabras y comenzar un nuevo día de trabajo –le decía su padre cuando observaba que se
acercaba el alba.
Al día siguiente volvía al duro y rutinario trabajo del campo, pero se las arreglaba
para ganarle tiempo a esa actividad y dedicarse a leer. La colección de almanaques de Ross
y de Bristol le permitió informarse de importantes hechos históricos, geográficos, artísticos
y culturales en general. En ellos vio por primera vez un mapa de Europa, de cuyas
naciones y ciudades principales se formó una idea muy vaga, muy difusa, pero lo
suficientemente excitante para viajar con el pensamiento. Atravesar el puente sobre el río
Morere en dirección a Carora le producía una gran alegría. Hacerlo en dirección contraria
y enfrentar la soledad no sólo le generaba una gran tristeza, sino también profundas
reflexiones adolescentes. ¿Por qué algunos nacerán en estas playas, en estos caseríos
desolados y otros nacen en grandes ciudades? ¿Cómo irse de aquí sin afectar a la familia?
No sé, pero tengo que irme. Regresaré cuando sea un hombre independiente y sobre todo
un músico, a visitar a mi familia y a tocar con todos los músicos de La Candelaria y La
Otra Banda. ¿Podrá uno, nacido en estos montes, llegar a ser con don Chío Zubillaga?
Cuando todo parecía indicar que sus reflexiones, a los 14 años de edad, lo llevarían
a tomar la decisión de abandonar su aldea nativa, fue atacado por un fuerte dolor de oído,
que lo afectaba tanto material como espiritualmente. El dolor físico y el trauma de no
poder oír música eran inseparables. Su familia acudió a todas las curas caseras: agua tibia,
agua bendita o “divina”, manteca de iguana, de gallina y de alcarabán, pero todo resultó
inútil, hasta que llegó Modesta Rodríguez, vecina y amiga de los Díaz, que recién había
dado a luz un niño, cuyo llanto adquiría por momentos el sonido de una canción
incomprensible.
-Yo tengo la cura. Unas cuantas gotas de leche de uno de mis pechos en el oído de
Alirio –expresó.
35. Alirio fue sujetado como con una camisa de fuerza y colocado en las piernas de
Modesta Rodríguez. Ésta apretó su pezón izquierdo con una gran ternura, cantando
“Duérmete mi Niño” y vertió varias gotas de su leche en el oído que lo atormentaba.
Cuando sintió que un líquido tibio caía en su oído, gritó con todas sus fuerzas y trató de
escaparse, pero fue controlado por sus padres y hermanos mayores que lo agarraban por
los brazos y las piernas. No había transcurrido un minuto cuando dejó de gritar y todos
notaron que su rostro cambiaba notablemente, como quien experimenta un placentero y
esperado alivio. Cuando volvió el silencio a todos los rincones de la casa y la alegría a toda
la familia, Alirio se sentó en las piernas de Modesta, feliz y contento. Ésta guardó su seno
robusto, todavía cargado de leche y luego comentó:
-Recuerden que mi hermana Alejandrina amamantó a Alirio cuando su madre no
podía hacerlo. Por la leche de las hermanas Rodríguez, Alirio vivirá muchos años y no será
raquítico ni sordo.
Todos celebraron la ocurrencia de Modesta Rodríguez. Alirio volvió a tocar la
guitarra, a las labranzas del conuco de su padre y a cuidar los animales domésticos que
alimentaban de leche y carne a la familia. También volvieron sus cavilaciones. Si vuelvo a
sufrir de mis oídos a lo mejor no puedo estudiar música. Y si me quedo aquí no podré
nunca ser como don Chío Zubillaga. Si todos mis hermanos se han marchado, ¿por qué me
voy a quedar yo? Mi padre estimuló a todos mis hermanos para que salieran de La
Candelaria, ¿por qué a mí no me ha dicho nada? Yo tengo que tomar mi propia decisión.
Le comunicó a todos sus compañeros, a sus familiares más cercanos y a su maestra
Adela Virginia Riera, el estado espiritual que confrontaba. Su resolución de abandonar la
aldea, la incertidumbre que le creaba la conducta de su padre con relación a sus otros
hermanos y su condición de menor de edad.
-Tienes que irte, Alirio, a continuar tus estudios en Carora y abrirte un provenir en
tu futuro –le expresó su maestra.
Todos los familiares y amigos a quienes consultó, lo exhortaban para que se fuera
para Carora, pero faltaba la opinión de sus padres. Le escribió a su hermano Fulvio, para
que éste se lo planteara a su padre.
Fulvio le escribió:
-Estudia la posibilidad de enviar a Alirio a estudiar a Carora, porque en el futuro
puede convertirse en un hombre útil para los suyos, para la Patria y para sí mismo.
El padre de Alirio no le contestó a Fulvio y asumió una actitud indiferente. Los días
transcurrían interminables, hasta que comenzó a planear cómo fugarse. Tenía 15 años. Para
no sorprender ni afectar sentimentalmente a su madre, resolvió comunicárselo.
-Mamá, todos mis hermanos mayores están en Carora, yo estoy dispuesto a irme a
estudiar y necesito que me ayudes.
36. -Díselo a Pompilio.
Alirio se creyó perdido en sus planes. Sin embargo, ni su madre ni él le
comunicaron la decisión al padre, más por temor que por convicción de que don Pompilio
Díaz se opusiera a la independencia del último hijo varón que no había abandonado el
hogar, tal como era la costumbre, porque tarde o temprano ello resultaba inevitable.
Alirio leyó en El Diario de Carora un anuncio oficial en el que se informaba que la
Presidencia del Estado Lara estaba otorgando becas de estudios para niños y jóvenes
pobres. En ese anuncio, pensó, estaba la solución de mi problema económico, para
proseguir estudios.
En la madrugada salió sigilosamente de su casa, con una caja de cartón en el
hombro, en la que llevaba sus pocos útiles personales. Cuando había caminado
aproximadamente un kilómetro lo alcanzó un autobús conducido por Ezequiel Nieves, a
quien conocía desde muy pequeño porque hacía la ruta diaria, esta vez a la inversa, La
Mamita-San Francisco-La Candelaria- Carora. Nieves lo invitó a subir a su vehículo, lo
llevó hasta Carora y no le cobró. Ese día, pensó, había saltado la talanquera.
37. UNA PROMESA NACIONAL E INTERNACIONAL
Antonio Lauro.
Rodrigo fue a despedirse de Manuel Herrera, a quien consideraba su mejor amigo,
compañero de inquietudes musicales y de románticas serenatas en las barriadas caroreñas.
Cuando le notificó su decisión de viajar a Barquisimeto, Manuel lo felicitó y le preguntó:
-¿Cuándo te vas?
-Hoy mismo –respondió Rodrigo.
-No te puedes ir hoy, te necesito esta noche. Tienes mucho tiempo para hacerte un
guitarrista famoso y a lo mejor no puedes volver pronto a Carora. Me tienes que
acompañar esta noche a llevarle una serenata a una muchacha muy linda, que me tiene
trastornado, como dicen, con la empalizada en el suelo.
Rodrigo pensó en la situación económica que atravesaba y en la urgencia de
trabajar para ayudar a su familia. Pero imposible abandonar a su mejor amigo, a quien por
primera vez lo veía locamente enamorado.
-De acuerdo, Manuel. Te acompaño esta noche y con eso aprovecho para
despedirme de una amiga mía, que no es mi novia, pero estoy seguro de que si me quedara,
reventaría mis cuerdas vocales y las cuerdas de tu guitarra al pie de su ventana, hasta
conquistarla. Me iré mañana muy temprano.
Esa noche cantaron hasta el amanecer. Rodrigo percibió que realmente su amigo
estaba atrapado. Para que no me pase lo mismo, mejor me voy para Barquisimeto, pensó.
Además, limpio y desempleado, lo urgente es conseguir trabajo y después buscar la novia.
-Hasta aquí te acompaño, Manuel –le expresó a eso de las 5 de la mañana.
Juntos caminaron a buscar la maleta, un pequeño bolso, con unos pocos útiles
personales, para un viaje sin retorno inmediato. Frente a la casa donde se editaba El Diario,
se abrazaron y se despidieron. Rodrigo caminó hacia las afueras de Carora, a esperar un
38. autobús que cada 2 ó 3 días venía de Maracaibo, la ciudad más importante del occidente
del país, que se dirigía hacia Caracas, la capital, vía Barquisimeto. Cuando apareció a su
vista, Rodrigo le hizo señas para que se detuviera. “Expresos de Occidente”, leyó en la
parte alta del autobús. El viaje duró 2 días, el bus se atascaba en pantanos y quebradas que
servían de carretera y los pasajeros tenían que salir a empujarlo y sacarlo del atascadero.
La creciente peligrosa de una quebrada obligó al conductor a pernoctar una noche en la
orilla norte, muy cerca de una casona campesina, con su corral de chivos, habitada por una
familia amabilísima que les ofrecía café y algunos panes caseros. En el corredor de entrada
colgaba una guitarra que apenas se veía iluminada por una pequeña vela. Rodrigo tocó
hasta que amainó la corriente y el conductor gritó:
-Todos al autobús, que ya nos vamos.
En Barquisimeto se encontró con la mala noticia de que Paulino Aldazoro había
decidido regresarse a Carora y estaba empacando sus útiles de trabajo; no había encontrado
condiciones favorables para su negocio. Cuando Rodrigo lo visitó lo invitó para que se
regresaran.
-Esta ciudad es intolerable. Nada como Carora, Rodrigo. Mejor es que nos
regresemos. Piénsalo bien y mañana mismo nos regresamos.
-Yo no me regreso, don Paulino.
-Está bien. Te deseo suerte. Tú eres un muchacho y a lo mejor encuentras un buen
camino hacia el éxito.
Si don Paulino viene de fracasar en Carora y también naufraga en Barquisimeto,
pensó Rodrigo, cuando regrese a Carora lo más probable es que se arruine. Por eso y
porque aquí tengo otras oportunidades, debo quedarme.
Deambuló por varias calles de Barquisimeto trabajando a destajo en varias
zapaterías y conociendo la ciudad. En esas caminatas llegó hasta Radio Barquisimeto y
oyó que estaban transmitiendo un programa denominado “La Hora de los Aficionados”.
Entró al estudio y al observar que una guitarra estaba sobre una silla de cuero, le hizo
señas al locutor como indicándole que él sabía tocarla. El locutor expresó de inmediato:
-Y ahora una nueva sorpresa. Como todos los días en este programa descubrimos
potenciales artistas. Pase adelante, joven.
Rodrigo tomó la guitarra en sus manos y la afinó en segundos. Caminó hacia donde
estaba el locutor y éste le preguntó:
-¿Cómo se llama usted?
-Rodrigo.
39. -Bienvenido, Rodrigo a éste, el mejor programa que se transmite por la radio en
todo el occidente del país. ¿Y sabe tocar?
-Sí, señor.
-Vamos a tener el honor de oír a un nuevo descubrimiento de la música popular. ¿Y
usted, señorita, qué va a cantar?
-Yo voy a cantar “Triste zas”
-Muy bien. Pero primero díganos su nombre, señorita.
-María Angelina.
-Muy bien, María Angelina. Vamos a oír la voz de una futura estrella de la radio y
de la canción romántica. “Tristezas”, “Tristezas”, un vals del maestro Fortunato
Castellano. Le acompaña, Rodrigo. Esto es música de autores larenses, música de esta
tierra. Adelante, estudios. El micrófono es suyo, señorita.
Rodrigo acompañó a María Angelina y al finalizar recibieron grandes y
prolongados aplausos. Cuando se retiraban y se acercaban otros aficionados a cantar, el
locutor le dijo:
-No se retire, Rodrigo. ¿Usted es capaz de acompañar al próximo aficionado, a esta
bella muchacha que nos acerca?
-Sí. A todos los que usted quiera –respondió Rodrigo.
-Magnífico, Rodrigo.
Acompañó a varios aficionados que se presentaron y al final le pagaron 2 bolívares.
El locutor se le volvió a acercar, lo tomó por un brazo y le expresó:
-Quedas contratado para mis próximos programas.
Al salir de los estudios de Radio Barquisimeto, se le presentaron Rubén Riera y
Teódulo Alvarado, quienes formaban un dueto denominado “Los Hermanos Riera” e
impresionados por la maestría de Rodrigo en el manejo de la guitarra, lo invitaron a que se
incorporara y formaran un trío.
-Desde hoy mismo cuenten conmigo, aunque yo no tengo guitarra –respondió
Rodrigo.
-No importa, te conseguiremos una prestada –le dijo Rubén.
-¿Y cómo lo llamaremos? –preguntó Rodrigo.
-El Trío los Hermanos Riera.
40. Rodrigo comenzó a tocar con el nuevo Trío en la radio La Voz de Lara, la más
importante de la época en la ciudad, sin dejar de asistir a Radio Barquisimeto a acompañar
a algunos aficionados que se presentaban, buscando escalar el estrellato de la canción
popular. Se encontró nuevamente con María Angelina y le pidió al director del programa
que le diera una nueva oportunidad. La acompañó con la guitarra y cuando volvió a cantar
“Tristezas” le hizo el dúo. A la salida de la radio le expresó:
-Si me das tu dirección te llevo una serenata esta noche.
-Me encantaría recibirte en mi casa, mi familia está de viaje y cantaremos tú y yo,
sólo para nosotros, no para el público.
Rodrigo buscó a los a los otros miembros del Trío los Hermanos Riera y los
conminó a que lo acompañaran. “Hoy por mí y mañana por ti” era el lenguaje clave de los
serenateros del momento. A las 5 de la mañana el Trío de guitarristas y cantores populares
armonizaban sus voces al pie de la ventana del primer amor juvenil del niño prodigio de
Barrio Nuevo que se había propuesto conquistar los más importantes escenarios de la
farándula radial. María Angelina oyó con pasión y devoción al acompañante de sus
canciones románticas y luego lo invitó a pasar al interior de su vivienda. Los otros dos
integrantes del Trío entendieron que hoy era la noche de Rodrigo, tocaron y cantaron
“Despedida” una canción con letra de uno de ellos y música del otro, con la seguridad de
que a Rodrigo le correspondería cantarla y tocarla cuando alguno de ellos tentara el
corazón de alguna aficionada.
En Radio Barquisimeto conoció a los hermanos Hermógenes y Rafael Gómez,
quienes formaban un dueto famoso de la radio y la canción romántica. Con ellos alternó en
diversas oportunidades, que le permitieron ir conociendo el medio musical barquisimetano.
También alternaría con ellos en la vida bohemia de la juventud larense.
Atento a todas las actividades artísticas que se realizaban en Barquisimeto, leyó en
el periódico El Impulso que en el Cine Arenas se realizaría un concurso de tangos en
homenaje a Carlos Gardel, al que podían presentarse todos los aficionados que lo
quisieran, frente a un jurado que otorgaría un premio metálico al que mejor interpretase
con la guitarra y cantase un tango.
-Rubén, préstame tu guitarra que voy a participar en este concurso –le dijo a su
compañero del Trío los Hermanos Riera, mostrándole el aviso publicado en el periódico.
-Mi guitarra es tuya, Rodrigo, y que tengas suerte.
Rodrigo se dirigió al Cine Arenas y se incorporó a una larga cola de aficionados
que esperan su turno. Cuando le tocó a él, quien hacía de animador del concurso, le
preguntó:
-¿Qué va a cantar, usted?
41. -“Golondrina”.
-¿Y quién lo acompañará?
-Yo mismo.
Al finalizar su improvisada interpretación, recibió grandes y prolongados aplausos
que lo emocionaron profundamente. Esperaba el veredicto con un gran interés, sobre todo
por el valor económico del premio, por la difícil que era obtener regulares ingresos
tocando y cantando en la radio.
Cuando cantó el último de los aficionados, el animador anunció que el jurado se iba
a reunir para emitir el veredicto. El silencio se apoderó de la sala del Cine Arenas. A los
pocos minutos apareció el monitor del evento y expresó:
-Señoras y señores, el jurado ha decidido por unanimidad otorgar el primer premio
a Rodrigo Riera, quien tocó y cantó el tango “Golondrina”. El premio consiste en 5
bolívares en efectivo y un ticket por un mes para entrada gratis al Cine Arenas.
Rodrigo continuó interviniendo como acompañante de la mayoría de los
aficionados que se presentaban en Radio Barquisimeto, hasta que la directiva de la propia
emisora lo contrató como acompañante de todos los profesionales de la canción popular,
nacional e internacional, invitados para actuar en programas especiales de dicha radio. En
el tiempo que estuvo contratado como la guitarra oficial de la emisora, acompañó a artistas
como Lorenzo Herrera, Tito Guizar, El Charro Gil, Lorenzo Barcelata y Pedro Salas. Entre
los más famosos de América Latina, conoció y acompañó a Libertad Lamarque.
Con la presencia de Rodrigo, el Trío Hermanos Riera adquirió muy rápidamente
fama nacional. A los pocos meses de estar actuando en La Voz de Lara, fue invitado para
participar en numerosas radios y teatros improvisados del país. El prestigio alcanzado en
poco tiempo los colocó en la cúspide de la farándula radial venezolana. Ángel J. Fuguet,
poeta y músico popular de renombre en ese medio artístico de la nación, después de oírlos
actuar, se convirtió en promotor de dicho Trío y los invitó a presentarse en Radio Caracas,
la primera y principal de Venezuela.
En Caracas conoció Antonio Lauro, concertista de la guitarra y compositor,
profesor de la Escuela Superior de Música “José Ángel Lamas”, quien al oírlo tocar,
consideró que estaba en presencia de un potencial guitarrista clásico, si realizaba estudios
especializados.
-Usted debe estudiar en la Escuela Superior de Música. Creo que usted tiene un
oído absoluto, lo cual le garantiza éxito en los estudios de la guitarra clásica –le expresó al
terminar un programa de música popular en Radio Caracas, con la participación del Trío
de los Hermanos Riera.
42. -Muchas gracias, maestro, pero tengo un contrato para participar en un programa en
Ondas del Lago de Maracaibo y debo viajar muy pronto a esa ciudad.
El Director de la emisora Ondas del Lago había oído tocar al Trío y les hizo una
oferta bastante halagüeña en comparación con lo que ganaban en Caracas. Rodrigo no le
informó a Lauro que la verdadera causa para irse para Maracaibo era el apremio
económico que atravesaban todos, porque los éxitos que obtenían en Radio Caracas y en
otras emisoras en las que él actuaba como acompañante o como cantante, no se
correspondían con sus ingresos.
-De todas maneras, tome esta tarjeta para el Profesor Raúl Borges, quien dicta la
cátedra de guitarra. Cuando usted lo decida se la presenta, le aseguro que lo atenderá muy
bien –le expresó Antonio Lauro, antes de despedirse muy bien impresionado por el
virtuosismo de Rodrigo en la ejecución de la guitarra.
-De nuevo, maestro, muchas gracias, cuando termine el contrato en Maracaibo me
vendré a estudiar con el Profesor Borges –le contestó Rodrigó y tomó la tarjeta y la guardó
en uno de los bolsillos de su paltó.
Deambuló algunos días por las calles de Caracas, conociéndola y tratando de
desentrañar las características de la ciudad. No le encontró parecido alguno con Buenos
Aires o Ciudad de México, tal como se la había imaginado, cuando estas últimas aparecían
en la pantalla del cine Salamanca en su ciudad natal. Apenas los nuevos edificios de la
Urbanización El Silencio le dieron una cercana idea de gran metrópoli. Las calles de
Caracas le parecieron mejor cuidadas que las de Carora, pero no encontró las amplias
avenidas que exhibían en el cine las grandes capitales de Argentina y de México. Cuando
caminaba por los alrededores de El Silencio, una joven escotada hasta la mitad de los
senos, desde la ventana de una antigua casona le hizo señas para que se detuviera y entrara
al prostíbulo. Rodrigo concibió la conducta de una prostituta, y pensó: Tantas muchachas
bellas que van a la radio no pueden ser cambiadas por una prostituta. Y siguió su camino.
Al día siguiente viajó a Maracaibo con sus compañeros del Trío Los Hermanos
Riera. En la radio Ondas del Lago tuvieron un éxito total, tocando pasillos larenses y
música venezolana en general. Después de varios meses de actuación, recibiendo todos los
aplausos posibles de un público popular delirante, Rodrigo percibió que el repertorio de
canciones populares que ejecutaban, aunque recibían el respaldo del pueblo marabino, se
hacía repetitivo y consideraba necesario introducir algunas modificaciones. Invitó a sus
compañeros a analizar el momento que atravesaban y les planteó:
-Creo que es necesario ensayar nuevas composiciones, noto que no progresamos,
que la calidad artística disminuye y requerimos un mayor nivel de actuación.
-Yo creo que la música que tocamos le gusta a la mayoría que nos escucha –
respondió Rubén Riera.