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Homilía 39o aniversario muerte Mons. Angelelli
1. Homilía de monseñor Marcelo Daniel Colombo, obispo de La Rioja, en la misa por el 39°
aniversario de la muerte de Mons. Enrique angelelli (Punta de Los LLanos, 2 de agosto 2015)
Lecturas:
Éxodo 16,2-4.12-15; Efesios 4,17.20-24; Evangelio San Juan 6,24-35
Mis queridos hermanos,
Venimos una vez más a Punta de los Llanos, peregrinos de distintos puntos del país y de la
diócesis, donde treinta y nueve años atrás, un cuatro de agosto, murió Enrique Angelelli, pastor de
tierra adentro, como se presentó al asumir nuestra diócesis en 1968. Lo evocamos en esta
Eucaristía en la cual Cristo nos parte su Palabra y su Pan y nos reconocemos Pueblo de Dios en
camino, hermanos en Aquél que nos sale al encuentro y nos abraza con su paz. Nos decía
Francisco hace poco tiempo:
Les pido también a todos, creyentes y no creyentes, que se acuerden de tantos Obispos, sacerdotes
y laicos que predicaron y predican la buena noticia de Jesús con coraje y mansedumbre (…), que en
su paso por esta vida dejaron conmovedoras obras de promoción humana y de amor, muchas
veces junto a los pueblos indígenas o acompañando a los propios movimientos populares incluso
hasta el martirio. (Francisco, Mensaje al II Encuentro Mundial de Movimientos Sociales, Santa Cruz
de la Sierra)
En la primera lectura, vemos al pueblo que transita los fatigosos caminos de la libertad y afronta
sus primeras tensiones fuertes. Salido de la esclavitud de Egipto, comienza a vivir en su interior la
contradicción entre animarse y arriesgar confiando en el Señor o preferir las dudosas ventajas de
un pasado donde sin dignidad ni vida propia en el que no le faltaban las migajas para alimentarse.
“Y no son pocas las veces que experimentamos el cansancio de este camino… que faltan las fuerzas
para mantener viva la esperanza. Cuántas veces vivimos situaciones que pretenden anestesiarnos
la memoria y así se debilita la esperanza y se van perdiendo los motivos de alegría. Y comienza a
ganarnos una tristeza que se vuelve individualista, que nos hace perder la memoria de pueblo
amado, de pueblo elegido. Y esa pérdida nos disgrega, hace que nos cerremos a los demás,
especialmente a los más pobres.” (Francisco, Homilía en la Plaza Cristo Redentor, en Santa Cruz de
la Sierra)
Contemplando la experiencia del pueblo israelita en camino, advertimos el precio de la libertad,
que siempre nos desafía a arriesgar y confiar. Arriesgamos aunque no nos faltan dudas y
vacilaciones; creemos con el corazón aunque nuestras fuerzas nos abandonan y somos frágiles.
Ponemos nuestra confianza en Aquél que nos invitó a salir de la cómoda seguridad de no ser, de
no vivir, de no poder amar, para comenzar a crecer en nuestra identidad de hijos de Dios,
hermanos de todos y señores de las cosas que nos puso a disposición para nuestro bien.
2. Al pueblo quejoso de su libertad accidentada y en camino, Dios lo invita a “seguir andando”, a
comer cada día de su Providencia, a no acaparar ni guardar porque de su mano nunca les faltará el
pan, la paz y la libertad. En ese “seguir andando” del pueblo que camina en el desierto, hay una
llamada a caminar según su ley, su proyecto de vida y amor.
En Efesios 4,17.20-24, el Señor también quiere recordarnos transitar nuestro propio camino
personal de renovación. Por su resurrección nos invita a ser hombres y mujeres nuevos,
superando idolatrías y vanidades para vivir “en justicia y santidad verdadera”. Al respecto, Mons.
Angelelli nos dice en su Carta de Cuaresma de 1972:
“Si la resurrección de Cristo está en el corazón del Evangelio y constituye nuestro futuro, dejemos
que nuestra esperanza en esa promesa se haga realidad en el mundo, a través de una conducta
que no está dispuesta a tolerar ningún conformismo, ninguna discriminación entre los hombres,
ninguna explotación del hombre por el hombre. Esto es una gracia de Dios, una gran tarea que
hemos de realizar. Éste es el hombre nuevo que anunciamos y que infatigablemente buscamos
ayudar en cada hombre y mujer de nuestra comunidad diocesana, sin distinción alguna (…) Éste es
el hombre nuevo que debemos realizar en cada uno de nosotros, llámese obispo, sacerdote,
religioso, religiosa o laico. Éste es el hombre nuevo que ofrecemos a todo hombre de corazón
recto.”
El Evangelio nos sitúa en una escena que no por familiar deja de conmovernos: La multitud va en
busca de Jesús, lo sigue transitando largas distancias porque sus signos cautivan su fragilidad y
cubren su necesidad. Él les da pan hasta saciarse, los hace caminar, ver, dejar las podredumbres y
las pestes para ser hombres y mujeres nuevos. Pero les cuesta ver detrás de los signos a Aquél que
los prodiga, esa Palabra que no se acalla, aquel Pan que no perece, la Bebida que sacia la eterna
sed que nos habita.
Porque nuestros ojos no superan la inmediatez de las necesidades que nos afectan, el Señor nos
invita a levantar la mirada, a buscar el encuentro con Él para alimentarnos y vivir. El encuentro con
Cristo, con su Palabra y su Pan, siempre nos hace crecer en libertad, en vida y en dignidad. Como
el pueblo peregrino en el desierto, nuestras opciones y decisiones se fortalecen cuando nos
encontramos con el Señor que nos saca de la esterilidad de nuestras vanidades y omnipotencias
para hermanarnos definitivamente en su sangre.
En este nuevo aniversario del asesinato de Mons. Angelelli, no dejemos de agradecer el don de su
vida, testimonio entregado a esta Iglesia particular como una herencia sagrada y que siempre nos
remite a Cristo, el buen Pastor, el Pan de Vida al que sirvió incansablemente en su pueblo.
Mons. Marcelo Daniel Colombo, obispo de La Rioja
Punta de los Llanos, 2 de agosto de 2015