1. Publicado en: Observatorio de Recursos Humanos y Relaciones Laborales, Nº 33, marzo 2009
Foto:Baharri
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Efrén Martín, gerente de y profesor de la Universidad de Deusto
www.fvmartin.net
Un padre se sorprendió ante el simple razonamiento
de su pequeño hijo, que había llegado a una tajante
conclusión:
-Juan es tonto, porque no me deja jugar con su
pelota.
-Mira, hijo, esa forma de pensar no es correcta, le
corrigió cariñosamente. Tú también puedes elegir a
tus compañeros de juego y no por ello eres tonto. Las
personas son valiosas aunque no hagan lo que a
nosotros nos gusta.
-Entonces, papá, ¿por qué le dijiste ayer a mamá que
tu jefe es un idiota…porque nunca te hace caso?
Presumimos de ser racionales, pero no lo
somos, somos emocionales. Poner patas arriba
el buen juicio es muy fácil: sólo hay que ser
menos inteligente que Aristóteles.
¿Podría el sano juicio aceptar la validez del
siguiente aserto?:
Quien no piensa como yo es idiota o malvado.
Fulano no piensa como yo.
Fulano es idiota, un malvado… o ambas cosas.
Todo pensador débil puede aferrarse a la
conclusión, obviando la premisa inicial. La
prueba del nueve: ¿Cuántas veces has llegado
a la conclusión de que alguien cercano a ti –del
que habitualmente tienes un concepto
mesurado- está mal de la cabeza, es
incompetente o mal intencionado?
Probablemente has pensado muchas veces
así, sin darte cuenta de que tal opinión está
basada en una lógica alterada. Te has
apoyado en un supuesto inconsciente de tipo
más emocional que racional. Siendo
conscientes de la premisa mayor tal juicio
sería ridículo, vergonzante e insostenible.
Para bien y para mal el pensamiento no
puede dirigir por si sólo la conducta. Esto
explica por qué nos es tan difícil llevar a la
práctica nuestros mejores propósitos.
Afortunadamente tampoco progresan hacia la
práctica nuestras peores ideas, que son
paralizadas por los hábitos, frenos morales,
presión social y temor a las consecuencias. El
problema es que la pérdida de estos factores
y del juicio crítico nos llevará a una creciente
conflictividad personal y social, justificada con
perversos argumentos que engañarán a la
mayoría para lanzarse unos contra otros.
Como bien sabía Aristóteles: “los apetitos,
si no se limitan, acaban por eliminar el
raciocinio". Desde esta perspectiva racional
emotiva puede comprenderse por qué una
sociedad avanzada muestra tan sorprendente
inclinación a la agresión y al homicidio. La
violencia se inicia anulando el juicio, para
continuar con la deshumanización y terminar
con la destrucción real de las personas.
Hemos dejado de basarnos –si es que
alguna vez lo hicimos- en el patrón lógico de
lo correcto o incorrecto, verdadero o falso;
cambiándolo por la pauta emocional de grato
o ingrato, quiero o no quiero. Ante los retos
del futuro hemos de propiciar la imaginación
pero sin olvidarnos de la lógica, para evitar la
farsa intelectual brillantemente sentenciada
por Pascal: TTooddoo nnuueessttrroo rraazzoonnaammiieennttoo ssee
rreedduuccee aa cceeddeerr aall sseennttiimmiieennttoo.