2. Comentarios sobre la propuesta de programa de la residencia de neurología en Cuba
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neurología cognitiva se expresan escuetamente
como “Realizar e interpretar el examen del estado
Minimental”. Esta frase parece dar a entender que
hay que enseñar al residente a realizar bien un
“minimental” (quizás el de Folstein, de 1974), lo
cual da pie a insertar aquí algunas consideraciones
personales. En las últimas décadas ha mejorado
mucho la formación de los médicos de atención
primaria, que son la base más adecuada para
lograr una detección precoz de las personas que
comienzan a deteriorarse. Estos médicos deben
conocer bien la evolución de los “tests de
detección”. Entre ellos, el de Folstein (conocido
como “el minimental”) es el más universal, pero ha
sido superado en los últimos años por otros, que
obtienen resultados más fiables en personas con
cualquier grado de formación académica, sin
aumentar el tiempo necesario de aplicación (5). Una
vez detectado el caso con deterioro, se envía a una
consulta de neurología, con el fin de investigar la
causa. Es decir, que en la tarea del neurólogo van a
ser poco útiles los tests de detección.
En neurología hay que realizar a este enfermo una
historia clínica completa (como a los demás
pacientes neurológicos). Hay matices diferentes,
como que la anamnesis se debe obtener a partir de
la entrevista al enfermo y, necesariamente, a otra
persona fiable conocedora del paciente. O que en
la exploración debe incluirse un examen de todas
las funciones cognitivas adaptado a las condiciones
laborales y académicas del enfermo, lo
suficientemente extenso como para obtener un
patrón de alteración, utilizando deseablemente
pruebas normativizadas y validadas en el idioma en
el que se administran. Hay que saber qué pruebas
complementarias están indicadas en cada caso de
deterioro cognitivo ligero y de demencia, cuáles de
forma universal (recomendadas por consenso
internacional para esas situaciones) y cuáles de
forma individualizada, según las características
específicas del enfermo. El residente tendrá que
aprender a explorar las funciones cognitivas, igual
que las motoras, sensitivas, sensoriales y
cerebelosas. Y deberá saber interpretar el
significado del patrón de alteración que obtenga, a
partir de la información que aporta la anamnesis, la
exploración (neuropsicológica, neurológica y
sistémica) y las pruebas complementarias.
Quedarse corto en las actuaciones incrementa el
riesgo de errar en el diagnóstico etiológico, o de
diferir la detección de un proceso que podría haber
sido susceptible de mejorar o revertir, si se hubiera
diagnosticado en la fase inicial. En otros casos, la
formación insuficiente del facultativo induce a
solicitar pruebas no indicadas, a veces tratando de
suplir su sentimiento de inseguridad. Estas
reflexiones finales pueden entenderse implícitas en
los seis puntos complementarios que se expresan
al final del apartado de las “Habilidades
específicas”, pero parece necesario expandir y
mejorar el contenido del sexto de los puntos
específicos precedentes.
En este programa podría ser adecuado modificar
ligeramente el área 4 del plan temático: “Función de
atención médica” (pág. 65 y 66). Siguiendo la
trayectoria precedente, parece más lógico situar en
primer lugar las enfermedades desmielinizantes, a
continuación las de la médula espinal, y finalmente
las del sistema neuromuscular. Además, quizá
fuera conveniente añadir como tema aparte las
“Ataxias y paraplejías hereditarias” e insertar a
continuación el de las enfermedades medulares
(“Otras enfermedades de la médula espinal”).
Sobre las rotaciones en Medicina interna o
Medicina intensiva cabe considerar lo que ya se
describe en el tercer párrafo del apartado
“Rotaciones o estancias externas” de la pág. 67 y
en el apartado “Rotación preliminar de medicina” de
la pág. 89. Son útiles si se llevan a cabo antes de
iniciar la residencia o en el primer año de ésta; si se
efectuaran más adelante, provocarían una
detención temporal indeseable de la inmersión en
neurología. Sin embargo, si el residente va a ser
instruido específicamente en neurología crítica e
intensiva, sí es procedente realizar la rotación en el
segundo o tercer año de residencia.
En el apartado “Distribución y duración de los
períodos de formación” (pág. 66) puede ser
susceptible de debate el acceso a través de la
neurología a una especialidad de Neurofisiología o
de Neurorradiología intervencionista. Parece
correcto considerar la instrucción del residente en
las técnicas neurofisiológicas tal como lo expresa el
Dr. Gutiérrez Gil en su artículo (6). Todos los
neurólogos deberían ser capaces de realizar e
interpretar un estudio básico de
electroencefalografía, electroneuromiografía y
potenciales evocados. Si el paciente es complejo,
se deriva a una unidad especializada de epilepsia,
de trastornos del sueño o de enfermedades
neuromusculares y ahí, si se estimase necesario, le
realizarán las pruebas a otro nivel (holter de
electroencefalografía, polisomnografía, estudio de
latencias múltiples del sueño, electromiograma con
estudio de fibra única, etc.).
En algunos lugares, debido a motivos operativos
diversos, no se permite que los neurólogos realicen
exploraciones instrumentales a sus pacientes, y se
agrupan estas exploraciones rutinarias en un
servicio de neurofisiología. En este caso, es dudoso
(debatible) que una persona que se va a dedicar
únicamente a realizar o informar unas pruebas
concretas tenga que ser especialista en neurología.
Algo parecido sucede con la neurorradiología
3. A. Robles Bayón
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intervencionista. Teniendo en cuenta que, para
lograr un alto grado de eficacia, el profesional
debería dedicarse en exclusiva a esa tarea, parece
más lógico que sea una subespecialidad de la
neurorradiología.
En cuanto a las rotaciones, podría ser cuestionable
la necesidad de realizar una rotación obligatoria de
un mes de duración en un servicio de
neuropatología. Sin menospreciar el valor de esta
disciplina, es posible que la parte que compete al
neurólogo clínico pueda integrarse en las sesiones
docentes (seminarios, sesiones clínico–patológicas,
etc.) y a través de la asistencia a algunas autopsias
(realización y presentación posterior) a lo largo de
los años de residencia.
Se echa en falta una mención como categoría
aparte a las cefaleas, por ser un padecimiento de
muy alta prevalencia. Curiosamente, en el
programa de formación las cefaleas se consideran
al abordar la semiología clínica neurológica (punto
4 de la pág. 72) y posteriormente se incluyen como
un apartado de la neuro–oftalmología (punto 6.b de
la pág. 84). Parece incorrecto considerar esos
trastornos (migraña, otros tipos de cefaleas,
síndromes clínicos con dolor y pérdida de la
sensación facial, neuropatía trigeminal, neuropatía
mentoniana, neuralgia del trigémino, dolor facial
atípico) como “trastornos neuroftalmológicos”.
En el módulo 6 (pág. 73) resultaría más apropiado
que el título fuera el que ahora figura entre
paréntesis: Neurología cognitiva y de la conducta.
Si se está proponiendo una formación para optar al
título de neurólogo, se está reconociendo que la
neurología es independiente de la psiquiatría,
aunque tengan aspectos de solapamiento (como
también los hay con otras especialidades). Este
módulo afronta una de las partes más apasionantes
de la neurología, la que estudia y trata, siguiendo
los procedimientos de las otras áreas neurológicas,
las alteraciones de “funciones cerebrales
superiores”. Se comprueba fácilmente que el
contenido de este módulo es nítidamente diferente
del que figura en la “Rotación de psiquiatría” (pág.
88 y 89). Por otra parte, el neuropsicólogo puede
servir de apoyo al neurólogo en algunos aspectos
de la historia clínica, y algunos psicólogos
intervienen para aplicar estimulación cognitiva, pero
ni estos profesionales ni los psiquiatras pueden
asumir la titularidad de una actividad que va a estar
bajo la responsabilidad del neurólogo.
En la rotación de psiquiatría (pág. 88) se expresa la
necesidad de desarrollar habilidades relacionadas
con las emergencias psiquiátricas, y en una lista de
ellas se incluye la demencia. El paciente con
demencia es propenso a desarrollar situaciones
urgentes diversas, psiquiátricas y de otros tipos,
pero la demencia en sí misma no es una
emergencia psiquiátrica.
Si centramos la atención en la neurología cognitiva,
debemos reconocer que el residente no puede ser
experto en esta materia al terminar el período de
formación. Pero es erróneo terminarlo pensando
que esta parte de la neurología no tiene importancia
si se compara con otras como, por ejemplo, las que
se centran en los ictus, la epilepsia o los trastornos
del movimiento. En la actualidad, tampoco parece
correcto desviar la responsabilidad formativa en
neurología cognitiva a una rotación en psiquiatría.
Más bien deben ser los residentes de psiquiatría y
geriatría quienes roten, para este fin, en la consulta
de neurología cognitiva.
En una visión global, da la impresión de que se
programa una formación neurológica demasiado
breve. Si se añadiera un primer año extra,
introduciendo en 6 u 8 meses las rotaciones
contempladas en el apartado “Rotación preliminar
de medicina” (pág. 89 y 90), y en el resto del tiempo
algunos módulos de formación neurológica básica
(teórico–práctica), se estaría extendiendo un 33 %
el periodo formativo y, a la vez, se habría
enriquecido al garantizar una instrucción básica
necesaria en las materias de la medicina interna.
Además, el programa aparenta ser excesivamente
“generalista”. Parece dejar apartada la
especialización real en áreas de especial
competencia (o subespecialidades), que se ofrecen
al residente en forma de clases, seminarios o
rotaciones breves en unidades específicas. En un
programa de formación de 3 años, probablemente
debe ser así. Pero sabe a poco. Sería preferible
extender el tiempo de formación y permitir que el
residente tenga un contacto directo lo
suficientemente prolongado con la práctica de cada
parte de la neurología como para que pueda
afrontar cualquier enfermedad como un verdadero
especialista cualificado. Lo cual no es óbice para
que los pacientes con enfermedades muy
complejas o refractarias al tratamiento convencional
sean derivados a unidades monográficas más
especializadas, o para que algunos neurólogos
decidan tras finalizar la residencia centrar toda su
actividad en una de esas unidades.
La propuesta de programa publicada es exhaustiva.
Su minuciosidad y el hecho de abrirla a discusión
externa es muestra de un gran interés por optimizar
la neurología en Cuba. Los comentarios vertidos en
este escrito no deben interpretarse en modo alguno
como una crítica, sino como una mera sugerencia
personal de matizar algunos aspectos puntuales.
En realidad, el que redacta este escrito tiene poco
conocimiento sobre el contexto médico cubano, por
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Rev Cubana Neurol Neurocir. 2015;5(2):186–9 189
lo que es posible que algunas de esas sugerencias
no sean apropiadas en ese entorno.
Conflictos de intereses
El autor declara no tener ningún conflicto de intereses.
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