2. Si tu hermano peca,
repréndelo a solas. Si te hace
caso, has salvado a tu
hermano. Si no te hace caso,
llama a otro o a otros dos,
para que todo quede
confirmado por boca de dos o
tres testigos. Si no hace caso,
díselo a la comunidad…
Os aseguro que si dos de
vosotros se ponen de acuerdo
en la tierra para pedir algo, se
lo dará mi Padre del cielo.
Mt 18, 15-20
3. Avisar y reprender a alguien que, a nuestro juicio, se
ha equivocado, es muy delicado. Es fácil caer en
la crítica o en la permisividad. El equilibrio justo
está en la corrección fraterna.
Pero, ¿cómo practicarla para que sea pedagógica y
no dañe al otro?
4. Corregir al que yerra es
un deber cristiano.
Amar comporta ayudar
y, cuando es necesario,
avisar y corregir.
Pero antes conviene
escuchar al otro: puede
tener sus razones y no
debemos emitir un
juicio severo sin
escucharlas.
5. Todos nos equivocamos
alguna vez, y nos cuesta
admitirlo.
Juzgar y reprender a los
demás nos resulta fácil.
Pero no todos sabemos
corregir
adecuadamente.
Jesús nos da las claves
para que la corrección
sea fraterna y efectiva.
6. Clave 1: un vínculo cercano y afectivo
Si no hay una relación próxima y de afecto la corrección
será infructuosa. Podemos corregir bien a quien
consideramos un hermano, mirándolo con amor y
comprensión.
7. Clave 2: discreción
La corrección debe darse en privado, entre dos o tres
personas. Solo en última instancia se recurrirá a toda la
comunidad para amonestar al que se equivoca. Y, nunca,
se acusará en público y en ausencia del acusado.
8. Clave 3: el amor
Es el amor el que da la potestad para “atar y desatar”,
en la tierra y en el cielo. Sin amor la corrección no
tiene sentido. Podemos imponer nuestras ideas por
encima de la persona y faltar así a la caridad: una
corrección así no ayudará a nadie.
9. LA ORACIÓN COMUNITARIA
Pero Jesús sigue diciendo: “Si dos o tres se ponen de
acuerdo para pedir algo, mi Padre del cielo se lo dará”.
La oración personal e íntima tiene un enorme sentido,
pero rezar con los demás también es vital.
10. Las peticiones individuales pueden ser dispares y a
veces egoístas. Pero la plegaria comunitaria revela la
unidad, ¡y Dios la escucha con tanto agrado! Cuando
pedimos las cosas con sinceridad y un solo corazón,
Dios presta especial atención…
11. El mundo atraviesa una gran sequedad espiritual.
Pidamos por las personas que agonizan de sed de Dios.
Roguemos para que se llene el vacío del ser humano,
hambriento de ternura, de amor, de sonrisa… de Dios.
12. El olvido de Dios nos hace
correr angustiados,
inquietos y ansiosos por
tener más. Llenamos
nuestro vacío existencial
de dinero, distracciones y
mil cosas que nunca nos
satisfacen del todo. Ni el
poder, ni la fama, ni
siquiera los logros
intelectuales nos llenan
como puede hacerlo Dios.
13. Jesús nos trae a Dios. Se hace presente en la eucaristía.
Cada vez que lo tomamos podemos alimentarnos de él.
Pero, además, “donde están dos o tres en mi nombre, allí
estoy yo”. Jesús está en los demás, en los hogares, en la
lucha social por la justicia, en los grupos… Allí donde
haya corazones abiertos al amor, allí lo encontraremos.
14. En momentos difíciles de nuestra vida, hemos
experimentado su cercanía. Siempre nos espera,
siempre nos socorre. Nosotros podemos olvidarnos de
Dios cuando las cosas parecen ir bien…
¡Él nunca nos olvida!