2. Y cuando vuelva el dueño de la
viña, ¿qué hará con aquellos
labradores? Le contestaron:
Hará morir de mala muerte a
esos malvados y arrendará la
viña a otros, que le entreguen
los frutos a su tiempo. Y Jesús
les dijo: ¿No habéis leído nunca
en la Escritura: la piedra que
desecharon los arquitectos es
ahora la piedra angular, es el
Señor quien lo ha hecho? … se
os quitará a vosotros el reino y
se dará a un pueblo que
produzca sus frutos.
Mt 21, 33-43.
3. Israel, la viña del Señor
La viña en la Biblia siempre ha sido una imagen del
pueblo de Israel. Los profetas también utilizan la
palabra esposa para referirse a Israel como
amada del Señor: «Voy a cantar en nombre de mi
amigo un canto de amor a su viña» (Is 5, 1).
4. Dios quiere un pueblo
fecundo que dé frutos.
Como buen viñador, cava,
cultiva y siembra su tierra con
buenas cepas. Pero a la hora
de la cosecha, recibe una
amarga decepción: la viña ha
dado agrazones.
Los hombres de Judá son la
viña, el plantel favorito, del
que Dios esperó justicia y
obtuvo violencia y lamentos…
5. El profeta Isaías se lamenta: el
pueblo escogido se aparta del
camino de Dios y sufre las
consecuencias del alejamiento.
Dios ama a su jardín y lo
entrega a los hombres para
que lo cuiden. Pero la ambición
y el afán de poder los apartan
del deseo de Dios. Los criados
que van a buscar el fruto de la
vendimia son los profetas, que
predican la conversión. Pero el
pueblo los rechaza.
6. La lectura del Antiguo
Testamento termina con una
amenaza: el Señor abandona su
viña y será devastada por los
enemigos.
Pero Dios no deja huérfano a su
pueblo. En este contexto
situamos la parábola de Jesús,
explicada ante los sacerdotes y
letrados.
Dios sigue amando a su pueblo
y, por fin, envía a su hijo,
pensando que lo respetarán…
7. Pero los viñadores matan al hijo para apoderarse de su
herencia. Con esta parábola, Jesús está anticipando su
propia muerte. Él es el hijo enviado por el Padre. Los
sacerdotes son los labradores que lo rechazan y buscan
su muerte. Jesús les advierte: el amo de la viña les
quitará el campo y lo entregará a otros.
8. La piedra desechada será
piedra angular.
Aquí encontramos algo más
que en el Antiguo Testamento.
Hay una promesa: Dios no
abandonará su viña. Jesús
morirá a manos de su propia
gente, pero Dios lo resucitará y
lo convertirá en piedra angular
de un nuevo edificio: la Iglesia.
Esta será su nueva viña, el
nuevo pueblo de Dios, que se
extenderá por todo el mundo.
9. La viña del Señor, hoy
Dios nos ofrece un jardín: el mundo. Lo ama y nos lo
entrega para que lo cuidemos y cultivemos. Ese jardín
también es la humanidad.
10. Vivimos en una época de secularización. Muchas
personas apartan a Dios de sus vidas. La viña cae
abandonada, pasto de las zarzas y la destrucción: es
una viva imagen de lo que sucede en el mundo cuando
la humanidad decide prescindir de Dios.
11. Muerte, injusticia, catástrofes ecológicas… Cuando el
hombre mata a Dios y se adueña del mundo, su
primer endiosamiento termina en sangre y lamentos.
La justicia degenera en guerra y asesinatos. Este es el
panorama del mundo que ha querido barrer a Dios.
12. Más que nunca, los cristianos tenemos una misión:
ser labradores del reino de Dios. Hemos de cultivar el
campo de la Iglesia, unidos a Cristo, sacando el mejor
jugo espiritual de nuestras vidas. Hemos de trabajar
para que la semilla de la palabra de Dios dé fruto.
13. Hoy se nos pregunta: ¿qué fruto ofrecemos a Dios?
En la Iglesia también hay orgullo, autosuficiencia, falta
de escucha. Cuántos mártires han derramado su
sangre, cuántos santos han dado testimonio por amor.
Y aún y así, no nos hemos convertido. Quizás no
matamos a los profetas, pero sí los ignoramos o los
rechazamos.
14. También nos cuesta estar unidos a la comunidad.
Nos gusta ir por libre, somos críticos e intolerantes
con los demás. Olvidamos que Jesús es la vid y
nosotros los sarmientos. Solo unidos firmemente a él
podremos dar buen fruto.
15. ¿Qué hará el dueño de la viña si no somos fecundos?
Se la dará a otros.
No temamos, pero tampoco nos durmamos.
Dios nos ofrece la salvación y no se cansará nunca de
esperar y de darnos oportunidades. Cuando nos
abramos a él, daremos los frutos deseados.
16. El vino, fruto de la vid, es una alusión a la eucaristía.
El agua es purificación, el vino es fiesta, magnificencia
de Dios hacia su criatura.
Cuando ponemos nuestro trabajo en manos de Dios, él
transforma nuestro esfuerzo en fuente de gozo y vida
plena.