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POR UNA GEOGRAFIA DEL
PODER
Claude RAFFESTIN
Traducción y notas Yanga Villagómez Velázquez
EL COLEGIO DE MICHOACAN
Noviembre 2011
2
INDICE
PREFACIO
Advertencias Preliminares
4
9
PRIMERA PARTE
DE UNA PROBLEMÁTICA A OTRA
CAPITULO I. CRITICA DE LA GEOGRAFIA POLITICA CLASICA
I.SURGIMIENTO DE LA GEOGRAFIA POLITICA.
II. ¿GEOGRAFÍA POLÍTICA O GEOGRAFÍA DEL ESTADO?
III.-EL LENGUAJE DE LA GEOGRAFIA DEL ESTADO.
CAPITULO II. ELEMENTOS PARA UNA PROBLEMÁTICA RELACIONAL
I.- ¿QUE ES UNA PROBLEMÁTICA?
II.- IDENTIFICACION DE LA RELACION.
III.- LOS ELEMENTOS CONSTITUTIVOS DE LA RELACION.
CAPITULO III. EL PODER
I.- ¿QUÉ ES EL PODER?
II.- LOS RIESGOS DEL PODER.
III.- EL CAMPO DEL PODER.
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SEGUNDA PARTE
LA POBLACION Y EL PODER
CAPITULO I. ENUMERACION Y PODER
I.- LA REPRESENTACIÓN DE LA POBLACIÓN: PRIMER DOMINIO DEL
PODER
II.- LOS ACTORES Y SUS FINES
III.- CONTROL Y GESTION DE LOS FLUJOS NATURALES
IV.- CONTROL Y GESTION DE LOS FLUJOS MIGRATORIOS
CAPITULO II. LENGUA Y PODER
I.- LAS FUNCIONES DEL LENGUAJE
II.- LA LENGUA COMO RECURSO.
III.- LA LENGUA Y LAS RELACIONES DE PODER
CAPITULO III. RELIGION Y PODER
I.- LO SAGRADO Y LO PROFANO
II.- LAS RELACIONES ESTADO-IGLESIA
III.- EL DESPERTAR DEL ISLAM.
CAPITULO IV. RAZAS ETNIAS Y PODER
I.- EL PAPEL Y EL SIGNIFICADO DE LAS DIFERENCIAS.
II.- FORMAS DE DISCRIMINACIÓN.
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3
TERCERA PARTE
EL TERRITORIO Y EL PODER
CAPITULO I. ¿QUE ES EL TERRITORIO?
I.- DEL ESPACIO AL TERRITORIO.
II.- EL SISTEMA TERRITORIAL.
III.- LA TERRITORIALIDAD.
CAPITULO II. LAS RETÍCULAS DEL PODER
I.- LÍMITES Y FRONTERAS
II.- CAMBIO DE PODER-CAMBIO DE DIVISIÓN
III.- CAMBIO DE MODO DE PRODUCCIÓN-CAMBIO DE DIVISIÓN
IV.- A LA BÚSQUEDA DE UNA NUEVA DIVISIÓN: LA REGIÓN
CAPITULO III. NUDOSIDAD, CENTRALIDAD Y MARGINALIDAD
I.- LOS LUGARES DEL PODER
II.- LAS CAPITALES Y EL PODER
III.- REGIONES, NACIONES, GRANDES ESPACIOS Y PODER
CAPÍTULO IV. LAS REDES Y EL PODER
I.- LA CIRCULACIÓN Y LA COMUNICACIÓN
II.- LOS ACTORES Y LA CIRCULACIÓN
III.- LOS ACTORES Y LA COMUNICACIÓN
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132
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141
150
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CUARTA PARTE
LOS RECURSOS Y EL PODER
CAPÍTULO I. ¿QUÉ SON LOS RECURSOS?
I.- MATERIA, RECURSO, TECNICIDAD
II.- RECURSOS RENOVABLES Y RECURSOS NO RENOVABLES
III.- LA MOVILIZACIÓN DE LOS RECURSOS
CAPITULO II. LOS ACTORES Y SUS ESTRATEGIAS
I.- LOS COMPONENTES DE LA ESTRATEGIA
II.- JAPON Y LA TRANSFERENCIA DE TECNOLOGÍA
III.- LAS MULTINACIONALES Y LA TRANSFERENCIA TECNOLÓGICA
IV.- LAS ESTRATEGIAS DE LAS TECNOLOGIAS INTERMEDIARIAS
CAPITULO III. LOS RECURSOS COMO “ARMAS POLITICAS”
I.- ¿QUE RECURSOS?
II.- LOS CEREALES Y PARTICULARMENTE EL TRIGO
III.- LOS RECURSOS ENERGÉTICOS
IV.- EL COBRE Y EL ALUMINIO
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186
OBSERVACIONES FINALES 189
4
PREFACIO
Se nota al menor indicio: en la era de “la economía mundial”, de la “revolución
islámica”, de la OPEP, de la ofensiva económica japonesa, de la invasión de
Afganistán y del chantaje para el abastecimiento de cereales, la vieja y vergonzosa
Geopolítik entra en escena. La palabra misma ya no es tabú: aparece aquí y allá. Otra
vez revocada, disfrazada, adornada, la abuela con un diente mellado es echada hacia
delante, cojeando cae en los brazos de una jovencita maltratada y usada antes de su
madurez que dice llamarse Sociobiología o algo parecido. Miasmas del obscurantismo,
convergencias casi inocentes, esperadas y casi “necesarias”.
Es así como este libro llega a tiempo quizá incluso de manera prematura: con la
pretensión no de renovar una geografía política rutinaria, sino de refundarla y, lejos de
hacer como que ignora la geopolítica, redescubrir sus límites y los de sus atractivos,
que serían los menos alterados: en resumen, sus contradicciones.
Hubo una “geopolítica”, que en sus inicios no dejó de tener sus méritos, pero que
enseguida sirvió para justificar las ambiciones de conquista, en el nombre de un
determinismo sin matiz, y sirvió así al nazismo. Y también hubo una “geografía
política” que, a fuerza de considerarse neutra y para hacer olvidar los excesos de la
vergüenza de la familia, devino en una virtud sin virtudes, logrando esa proeza de ser
una geografía política… apolítica. Inclusive influenció toda la geografía a tal punto de
quitarle sabor: quiero decir, interés y poder para explicar. La simple palabra “política”
chocaba como una incongruencia: por eso durante décadas se estudiaron las ciudades
sin actores, el campo sin propietarios, la industria sin empresarios, las organizaciones
sin inversionistas, los estados sin gobernantes. Es decir, una geografía sin poderes,
puesto que la prima alemana había concedido demasiado al Poder.
Desde hace uno o dos lustros –claro, 1968 ayudó bastante y también el duro contacto
de geógrafos “aplicados” con las realidades del ordenamiento territorial-, el panorama
ha cambiado: la geografía habla cada vez más de poderes, de dominio, de actores, de
tomadores de decisiones e incluso de teorías de la decisión, de estrategias y hasta de
guerra. El error sería la fundación de un nuevo reduccionismo y la visualización de un
misterioso Poder, deus inoex machina explicando todo y nada al mismo tiempo; de no
verlo más que a nivel del estado y como una nueva Eternidad, legitimada por su
misma eternidad, por su esencia de Naturaleza, permitiendo entonces legitimar todas
las dominaciones, las opresiones, las explotaciones.
Porque conoce bien tanto la geografía política como la geopolítica, es que Claude
Raffestin evita ese error y nos invita y prepara a no caer en él. Primero, solicitando que
la geografía política no se limite más al análisis del comportamiento de los estados,
aunque sabe delimitar lo político, o mejor, el poder, dondequiera que esté -y está por
todas partes-: a otras escalas (la regional, la local) y en el conjunto de las relaciones
sociales. Si eso no significara el riesgo de estrellar el libro contra un referente histórico
muy pesado, quisiera llamarlo “Fundamentos para una Crítica de la Geografía
política”. Oportunos Grundrisse, ahora que se sobrevalora el Estado para hacer olvidar
las relaciones de dominación decisivas en ocasiones, por parte de las empresas y
también por parte de las clases sociales. O para justificar el dominio “natural” de las
grandes potencias sobre lo que no se atreven a nombrar los Unterstäte (los llamados
Untermenschen1
), esos tipos de Estados advenedizos que ni siquiera saben utilizar una
1
Untermensch «subhombre» o «subhumano» en alemán. Término empleado por la ideología nazi para
referirse a lo que esta ideología consideraba «personas inferiores», particularmente a las masas del Este
5
independencia apresuradamente concedida y que pretenden fijar el precio de sus
favores –perdón, de sus recursos- incluso si, aunque se podría ignorar, esto no ocurre
siempre, ni de forma exclusiva, en contra de las compañías…
La observación fundamental es que toda relación es asimétrica: si Claude Raffestin no
lo dice de manera tan cruda, no está lejos de pensarlo. Toda relación implica un juego
de poder. En ese sentido rebasa la noción de política: en efecto, es bueno que el título de
este libro dé prioridad a los poderes más que a lo político. Esta Crítica, que es también
constructiva, es concebida como una atenta práctica de las ciencias sociales: va en la
misma línea de los trabajos de Michel Foucault y se apoya constantemente en las teorías
de la información en sus diversas facetas: energía y entropía, comunicación y códigos.
La lingüística y la lógica, lo sabemos, son especialidades de Ginebra: seremos sensibles
a la solidez con la que ellas sostienen la ambición teórica que presenta Claude Raffestin
y sus esfuerzos de formalización. No siempre me convencen los diagramas de dos ejes
en los que la dialéctica resulta casi elemental, y ciertas analogías entre lengua, religión y
capital pueden sorprendernos, pero en todo ello hay motivos para el ejercicio de la
reflexión; se trata de temas que hay que re-examinar desde la raíz.
La re-evaluación sigue las mismas categorías de la geografía política clásica: población,
territorio, recursos. Pero aquí se transforman completamente. La población no es un
conjunto de habitantes, ni tampoco de productores-consumidores, sino una sociedad con
sus poderes, sus lenguas y sus creencias; el territorio se convierte en una red de
relaciones; los recursos ya no son “naturales” sino “producidos”. Por doquier hay
actores, estrategias, dominación. No para justificarlas, sino para ponerlas al desnudo.
Con distanciamiento: Claude Raffestin no pretende proponer un Sistema del Mundo; se
le podría acusar de eclecticismo, yo le encuentro más bien, considerando el estado de la
naturaleza de la cuestión, una prudencia de buena ley y de calidad científica. Aunque
eso no impide de ninguna manera la firmeza de sus posiciones: hay que leer más bien lo
que dice sobre los censos o las nuevas visiones globales de las redes territoriales, sobre
la centralización, o en otro registro, sobre la ley 101 de Quebec.2
Me agrada que este libro pueda resaltar temas tan enormes como los recursos
mundiales, las transferencias de tecnología, el papel de las religiones y el de las
libertades y los controles totalitarios. Cuatro cuestiones en particular deberían llamar la
atención en las discusiones de fondo: las nociones –o tal vez habría que hablar ya de
conceptos- de recurso, cultura, territorio y diferencia.
Los recursos no preexisten en las sociedades, no son “naturales”; sus propiedades son
“inventadas” por las sociedades y son variables en el tiempo, según los valores de uso y
de cambio que cada sociedad les atribuye; cosas ocultas o casi, desde que se fundó la
geografía, que parecen evidentes cuando se escribe claramente, pero que se olvidan en
la práctica. Claude Raffestin presenta un intento de formalización entre los actores y sus
estrategias, donde se ve que los poseedores de la tecnología están por lo común mejor
posicionados que quienes poseen la materia inerte. Me parece que eso se podría
complementar con el juego entre aquellos que poseen los medios para transferir
recursos; no se trata de una simple cuestión técnica y me da la impresión de que tienen
(judíos, gitanos, eslavos, bolcheviques soviéticos) o cualquier otra persona que no perteneciese a la
«raza aria» (NdT).
2
La ley del idioma francés (conocida como la ley101) fue una ley propuesta por Camille Laurin y
adoptada por la AsambleaNacional de Québec el 26 de agosto de 1977durante el gobierno de René
Lévesquele y en ella se definen los derechos lingüísticos de los ciudadanos de Québec. Con ella, el
francés, el idioma de la mayoría, se convirtió en el idioma oficial del Estado de Quebec (NdT).
6
todavía más poder que todos los demás. ¿Las “grandes petroleras” no fundaron su
tremendo poder en el control de la circulación, más que en el de la producción y esa
misma operación no se está repitiendo en materia de transferencia de información en la
época de la telemática?
Eso abre otra discusión: ¿el conjunto información-tecnología debe ser considerado o
no como recurso? Claude Raffestin evoca con razón las transferencias de tecnología y
la querella de las tecnologías intermediarias, pobres recursos y recursos de pobres,
sobre los cuales un Schumacher, pregona lo “small”, pero para otros, sugiere a los sub
Estados que se conformen. Se trata, en este sentido, de los grandes riesgos de poder
que la geografía no debe ignorar.
Como tampoco debe descuidar, después de este libro, el inmenso mundo de la lengua,
de la religión o de la raza, que generalmente ha abordado desde el aspecto menos
importante, es decir, mediante la simple descripción de su distribución espacial. Claude
Raffestin hace una propuesta diferente en dos capítulos que para mí son los más
novedosos de la obra: analiza los efectos de poder que tienen la lengua, la religión y la
etnicidad y de los cuales éstos son el vehículo. La lengua es un instrumento de
dominación: de la ciudad sobre el campo (¿pero se trata de “la ciudad” o más
precisamente de “la burguesía”?), de una nación sobre otras, de una etnia sobre otras, e
incluso de especialistas se trate del científico o del comerciante haoussa- y, habría que
agregar, de una clase sobre otras. Esta fecunda pista va más allá de la lengua, a pesar de
que Claude Raffestin otorga a esa palabra un significado muy amplio, equivalente casi
al de “cultura”: el fondo con la forma, el contenido con el continente. Se trata
precisamente, del saber, de su elaboración, de su apropiación, de su acumulación y de
su transmisión y, al mismo tiempo, de otra forma de dominación mediante la
información, recurso y medio de producción, instrumento de poder. La religión es un
conjunto de valores y se aprovecha de la asimetría,3
al igual quela lengua; es también
Iglesia y, en ese sentido, poder puro, inseparable del Estado en el ejercicio de la
reproducción social; una legitima al otro, aportando ese consenso que facilita
extraordinariamente la reproducción y la conducción del poder. En realidad, lo que hay
que subrayar es todo el conjunto de la “cultura”: los valores formados por la praxis y
que la guían; las representaciones y los mitos. En este sentido, un capítulo sobre la
educación y la formación escolar como instrumentos de transmisión de la reserva social
de información y como instrumento de reproducción social y en consecuencia, como
instrumento de poder y de asimetría, complementaría de manera útil los capítulos sobre
la lengua y la religión.
Una de las dimensiones de la cultura está en las representaciones y el sentido del
territorio. Tema esencial para la geografía, pero tan ambiguo como la palabra espacio.
No estoy seguro de que el punto de vista de Claude Raffestin, cuando define el espacio
como un dato y el territorio como ese dato socializado, sea el más pertinente y
rigurosamente sustentado. Pero también es cierto que hay que distinguir entre un
concepto abstracto y geométrico -que a veces se denomina ampliamente-, la noción a
veces un poco artificial de una naturaleza inmaculada, preexistente en la acción de la
sociedad, sobre la cual ésta proyectaría sus estructuras acabadas, o que le serviría de
encuadre externo –concepción en la que veo muchos peligros y ningún interés y que
Claude Raffestin evita utilizar-, algo que, por el contrario, juzga fundamental, y que es a
la vez entorno y dimensión intrínseca de la sociedad, producto de su actividad y agente
de su reproducción, y que bien podría llamarse espacio, aunque Claude Raffestin
3
dissymétrie en el original (NdT)
7
prefiere llamar territorio. Pero éste último término se aplica mejor a una cuarta
categoría, que incluye la idea de apropiación del espacio: un espacio mío y para
miactividad, donde por supuesto admito a otras personas pero no a cualquiera. Y
todavía sería necesario inclusive distinguir entre lo que llamaría una territorialidad
general, que Claude Raffestin extiende a los valores, a las creencias y a las culturas4
y
una territorialidad restringida, que se puede aplicar al espacio. Es esta noción acabada
del territorio la que da origen a las asimetrías más dramáticas, a los poderes más
encarnizados y más retrógrados. Lo cual implica diferenciación: afirmación,
reconocimiento y negación del Otro, de los otros. Única noción, tal vez, gracias a la cual
los humanos conservan algún parentesco animal. No subestimemos el territorio y
desconfiemos de sus ideologías. Detrás de la etología5
y la idea de raíces ¡se perfilan
únicamente regresiones! ¿Y no es acaso significativo que se apele a lo histórico, a lo
cambiante, a lo contingente cuando se trata del progreso, al mismo tiempo que se aferra
uno a lo natural, a lo eterno en épocas de remordimientoo si se trata de conservar el
dominio conquistado –ya sea que se trate de las fronteras o las ideologías? La
humanidad entera debería ser nuestro “territorio”.
Finalmente, la cuestión esencial podría ser la de la diferencia. Y ésta es una de las más
complejas que existen, ya que en ella se mezclan diferencia y discriminación, respeto de
la diferencia y justificación de la desigualdad, izquierdismo sentimental y extrema
derecha poco novedosa. Claude Raffestin tiene sobre este tema páginas impactantes: la
geografía no está mal situada para hablar de la diferencia, pero he aquí al menos un
tema a debate: parece que admite que todo poder niega la diferencia y busca la
uniformidad, la homogeneización, la isotropía. Es lo que se dice con frecuencia y es lo
que han sostenido a su manera Stéphane Lupasco, Henri Lefebvre o Albert Jacquard. De
manera parecida a la célebre historia del optimista y del pesimista soviéticos, que cuenta
Alexandre Zinoviev (-“No puede ser peor”- “¡Claro que sí!”), me parece que este temor
es… optimista, ya que la tendencia a la uniformización lleva a la máxima entropía y
prometer la entropía del Poder es prometer su muerte.
Pero esta tendencia es más bien propia de poderes brutos y brutales, poco lúcidos, si no
es que ciegos, de burócratas limitados, de jefecitos imbéciles y de tecnócratas
necesitados, que se ejercen en ciertos momentos y por poco tiempo. Sin embargo, el
mismo Dupont-Lajoie no sabe que él existe sólo porque otros son diferentes y los puede
despreciar y le son útiles como chivos expiatorios: no los soporta y, no obstante, no es
nadie sin ellos. Pero el verdadero poder, consciente y duradero, que encuentra las vías
de su propia reproducción, es aquél que juega con las diferencias y que llega a crearlas,
si es necesario, para explotarlas. Que se trate de una fábrica (la increíble complejidad de
los salarios), de clases, de lugares, de naciones, que sea organizando las migraciones o
desplazando las inversiones, el Capital, que ha hecho de la división social del trabajo y
de la división espacial del trabajo sus principios, sabe crear la diferencia y vive de ella –
incluso si su acción puede reducirlo localmente o si ciertas discriminaciones le
incomodan (p.126), lo cual constituye la menor de sus contradicciones. De esta manera,
crea la neguentropía6
como su fuente de la juventud, sin la cual hace ya tiempo que
4
Incluso integrar a la mujer en el “territorio” del homo siciliens. Apoyemos aquí el homenaje que Claude
Raffestin hace de paso a RenéeRochefort, cuya tesis pionera sobre el Trabajo en Sicilia (¡hace ya veinte
años!) ha sido poco conocida.
5
Rama de la Psicología que se dedica al estudio científico del carácter y de los modos de comportamiento
del hombre (NdT).
6
Neguentropía define la energía como una serie de causas y efectos armónicamente acomodadas en las
que la suma total de los efectos armónicos dan como resultado un acople de mayor magnitud que el
8
habrían tenido razón los profetas que anuncian regularmente su desaparición inevitable
y próxima. Después de todo, la aparente uniformidad de los mundos imaginados por
Orwel o Zamiatine supone también diferencias sociales extremas ¿y funcionarían en los
niveles tecnológicos y energéticos que describen, si no existiera, en algún lugar lejano,
un pueblo de esclavos aún más esclavizado? La diferencia tiene frente a sí un gran
camino por recorrer y tal vez no deberíamos perder de vista que ella es a veces, y en
cierto sentido, excesiva: temo que ciertas ideologías “diferencialistas” no tienen otra
función que hacérnoslo olvidar, precisamente porque el Poder -el verdadero- necesita
crear o intensificar las diferencias, al mismo tiempo que esconde la agudización de
otras, más esenciales.
Lo cual por supuesto no impide de ninguna manera estar atento a toda la riqueza del
“patrimonio” cultural y natural y a que no desaparezca una parcela; aunque aquí se trata
de otra cosa, que es necesario ver en detalle. Claude Raffestin tiene razón junto con
aquellos que ven aquí una utilidad futura, como la conservación del potencial genético.
A pesar de que esta posición previsora, un poco funcionalista, sea superflua: el simple
respeto del otro debería ser suficiente, pero con la condición de respetar también su
voluntad eventual de ser menos diferente en lo referente al ingreso, al acceso a la
información y a establecer relaciones más simétricas…Diferente pero de alguna manera
igual. Es eso, según entiendo, lo que inspira Claude Raffestin a lo largo de esta
geografía de las asimetrías, lo cual es, no tengamos miedo de las palabras, lo esencial
del humanismo.
Julio 1980
Roger Brunet
Director de investigación del CNRS
original, siendo una forma de resonancia que da como resultado paquetes de energía perfectamente
utilizables por cualquier sistema perceptor de sus efectos. (NdT)
9
AdvertenciasPreliminares
Este texto es un intento por cristalizar algunos fragmentos de una reflexión iniciada
hace años y aún sin terminar. ¿Jamás terminará? No es seguro, en la medida en que las
reflexiones se alimentan de un tema inagotable, el poder. Juguete de la perversidad
clasificatoria, ha sido necesario ratificar, después de muchas otras, las diversas
categorías de la geografía con que durante un tiempo creímos ilustrar lo que se ha
convenido en llamar, desde hace más de un siglo, la geografía política. Ilusión perfecta,
ya que la geografía, como ciencia del hombre, no se entrega “por partes” sino de un solo
golpe, completa y totalmente. Es el laberinto en el que uno se pierde y se desespera… a
menos que una Ariana compasiva proponga un hilo frágil pero suficientemente “real”
para darle sentido a la aventura.
Es en el tema del poder donde creímos encontrar ese “hilo guía”. Sería pretencioso decir
que gracias a él evitamos errar, pero sería ingrato no reconocer que el hilo nos permitió
errar de manera coherente. Organizar la reflexión alrededor del poder no tiene nada de
profundamente original desde que los politólogos sustituyeron ese concepto piloto por
el del Estado, mismo que ha sido desde hace tiempo “el tema privilegiado de toda
reflexión política”1
Carente de originalidad, la geografía posee al menos cierta
“novedad” en el contexto de su disciplina, aunque con frecuencia se rebela contra la
introducción de nociones que no son objeto de una traducción espacial inmediata. Me
siento satisfecho de que uno de nosotros, y de los que tiene más prestigio, como Paul
Claval, haya tenido el ánimo de consagrar una de sus últimas obras al tema del poder.2
Nosotros mismos en un breve ensayo, en el que el carácter transdisciplinario no fue
concebido para ser ameno o despertar simpatía, colaboramos planteando algunos puntos
de discusión.3
¿Pero tal vez ya todo esté dicho al confesar de manera imprudente que el poder no es
“objeto de una traducción espacial inmediata”? ¿Esta afirmación tiene fundamento? Eso
depende totalmente de la concepción epistemológica que se tenga de las ciencias del
hombre y en consecuencia, de la geografía humana. Esta última no es la ciencia de los
lugares o del espacio como quería Vidal de la Blanche. La geografía humana consiste en
hacer explícito el conocimiento del conocimiento y de la práctica que los hombres
tienen de esta realidad que se denomina “espacio”. En eso seguimos la concepción de
nuestro amigo Luis Prieto, profesor de lingüística en la Universidad de Ginebra.4
¿Y
entonces? Entonces el “paisaje” de nuestra reflexión se modifica medianamente.
Conocer y practicar una realidad material supone y postula un sistema de relaciones al
interior del cual circula el poder, ya que éste es consustancial a toda relación. El
conocimiento y la práctica puestos en marcha por el trabajo implican una forma de
poder a la cual no es posible escapar.
Explicitar el conocimiento y la práctica que los hombres tienen de las cosas es, sin
saberlo y sin quererlo, desnudar el poder que esos mismos hombres se atribuyen, o
tratan de atribuirse, sobre los seres y las cosas. El poder no es ni una categoría espacial
ni una categoría temporal, sino que está presente en cualquier “producción” que se
apoya en el espacio y en el tiempo. El poder no se representa fácilmente; sin embargo,
se le puede descifrar. Lo que nos falta es saber hacerlo, y en esa medida, podríamos al
menos leerlo.
1
Georges BALANDIER. Anthropologie politique. P.U.F. Paris 1967, p.145.
2
Paul CLAVAL. Espace et pouvoir. P.U.F. Paris 1978
3
Claude RAFFESTIN, Mercedes BRESSO. Travail espace, pouvoir. L’Age d’Homme. Lausanne. 1979
4
Luis PRIETO. Pertinence et pratique. Editions de Minuit. Paris 1975.
10
Al escribir esto, me viene a la memoria un cuadro de Goya, que más allá de lo que
representa, expresa con terrible precisión el complejo entramado que las relaciones de
poder tejen en los espectáculos más triviales. Pienso en el cuadro “Don Manuel Osorio
de Zúñiga” en el que aparece un niño y sus juguetes “vivientes”. El espacio del cuadro
está marcado por el niño vestido de rojo, sujeto por excelencia, y por los animales
puestos a sus pies, a la derecha, a la izquierda y frente a él. Pero el espacio también está
marcado por las relaciones que mantienen los elementos de esta composición. La obra
de Goya es fascinante como metáfora pictórica de un sistema de poder. El niño
ciertamente, domina con su presencia, resaltada por el rojo, pero lo hace sobre todo
debido a que las relaciones pasadas, presentes y futuras le conciernen. Sostiene un
cordón que traba al pájaro que está frente a él impidiéndole cualquier movimiento
potencial, según la libertad que el niño quiera concederle. A su derecha, tres gatos,
cuyas cabezas se sitúan en lo alto de un triángulo imaginario, fijan su mirada en el
pájaro, en el que descubren un desafío ofrecido a su violencia, violencia escondida, lista
para saltar pero que la presencia del niño impide. La prueba de ello es la ausencia de
temor manifiesta en el pájaro, quien procura sujetar una carta con su pico. Del lado
izquierdo del niño hay una jaula con pájaros más pequeños, misma que expresa su
carácter de prisión, en un plano secundario del espacio construido. Todos los animales
son desafíos para el niño que los controla y con los que mantiene relaciones de poder.
Sin embargo, basta con que el convenio que mantiene a los gatos quietos cese para que
la escena se anime y se vuelva un drama. El niño también es el desafío de esos
animales, ya que es alternativamente restricción y garantía y hace que pese sobre ellos
la ambigüedad de su voluntad. Es la medida de la incertidumbre y la parte que
corresponde al azar para ellos… y para él. Es por lo tanto la representación de un
equilibrio entre una infinidad de desequilibrios posibles que podemos imaginar pero no
verificar. Las relaciones de poder se inscriben en una cinemática compleja.
Este libro se ha atado a esta cinemática del poder y su estructura exige algunos
comentarios para facilitar su comprensión. Apoyándonos en la geografía política clásica
tal y como ha sido trabajada desde Ratzel, hemos podido criticarla: criticar no es
destruir, sino descubrir una identidad. La geografía política clásica es de hecho una
geografía del Estado que había que rebasar proponiendo una problemática relacional en
la cual la clave es el poder. En cualquier relación circula el poder, que no es poseído ni
adquirido, sino pura y simplemente ejercido.
¿Ejercido por quién? Por actores surgidos de esta población analizada antes que el
territorio. Prioridad que no se nos dejará de reprochar, pues rompe una tradición bien
establecida en la geografía política. ¿Pero por qué la población en primer lugar? Porque
es la fuente del poder, el fundamento mismo del poder, por su capacidad de innovación
vinculada a su potencial de trabajo. Es por ella por la que pasan todas las relaciones.
Como el niño de Goya, la población está marcada por el signo de la ambigüedad como
actor y desafío al mismo tiempo. Es a través de ella que todo lo demás toma sentido y
adquiere múltiples significaciones y es por ella que las cosas son coherentes,
contradictorias y paradójicas.
El territorio, tema de la tercera parte, no podría ser más que producto de los actores.
Estos generan el territorio partiendo de esta primera realidad dada, que es el espacio.
Hay, pues, un “juicio” del territorio en virtud del cual se manifiestan todo tipo de
relaciones de poder que se traducen en tejidos, redes y centralizaciones cuya
permanencia es variable, pero cuya esencia no cambia en cuanto a categorías
imprescindibles. El territorio es también un producto “consumido”, o si se prefiere
vivido por aquellos que, sin haber participado en su elaboración, lo utilizan como un
medio. Es aquí donde todo el problema de la territorialidad irrumpe, permitiendo
11
verificar el carácter simétrico o asimétrico de las relaciones de poder. La territorialidad
refleja seguramente el poder que se aboca a consumir mediante sus “productos”.
En la cuarta y última parte, analizamos los recursos, no como materias a adquirir o a
poseer, ya que no lo son, sino como pretextos que originan prácticas y estrategias. Un
recurso no es una cosa, es una relación cuyo éxito provoca la aparición de las
propiedades necesarias para la satisfacción de necesidades. Pero tampoco es una
relación estable, ya que aparece y desaparece también. Todo recurso es un devenir, todo
recurso es un desafío dinámico. Nuestro sesgo contrastará con algunas costumbres. No
es sino la consecuencia de una conceptualización que busca ser coherente en la
perspectiva de la problemática relacional.
No hemos querido compilar informaciones o hechos, sino proponer un camino para
escapar, precisamente, de la confusión de datos y anotaciones dispersas sin encuadre en
un sistema de fundamentos. En ese sentido, nuestro ensayo es totalmente teórico.
Algunas de nuestras hipótesis están por verificarse e invitan a la discusión. Nuestra
reflexión, ya lo hemos dicho, no está terminada. En ese sentido, no hemos hecho un
manual; se trataría eventualmente de un anti-manual, ya que plantea muchas preguntas y
propone ejes de reflexión. Es, más allá del tiempo, un viejo sueño de estudiante que he
tratado de realizar. Hubiera querido más libros que cuestionaran, en lugar de libros que
respondieran, pues es mediante las preguntas, y no por las respuestas, que se mide el
conocimiento.
Escribir un libro es una operación solitaria, pero eso supone, no obstante, una red de
amistades múltiples. Por eso quiero agradecer muy sinceramente a DanielleJolimay
quien se encargó con su talento y su amabilidad habituales de transcribir el texto.
Agradezco a Jacques Cocquio, quien supo dar a los croquis un estilo gráfico armónico
al tipo de ensayo de esta obra. Agradezco a Antoine Baillo, Henri Bertrand y Jean-
Bernard Racine, quienes leyeron el manuscrito y lo enriquecieron con sus señalamientos
y sugerencias siempre pertinentes y documentadas. Finalmente, agradezco a Mercedes
Bresso, quien no solamente leyó de manera crítica el manuscrito sino que no dejó de
procurarnos su ayuda vigilante cuando enfrentábamos dificultades.
12
PRIMERA PARTE
DE UNA PROBLEMÁTICA A OTRA
13
CAPITULO I
CRITICA DE LA GEOGRAFIA POLITICA CLASICA
I. SURGIMIENTO DE LA GEOGRAFIA POLITICA.
Paradójicamente, las ciencias del hombre mientras más jóvenes son, más tentadas están a
establecer su genealogía. Nadie espera una conferencia histórica al principio de una obra
de física. Por el contrario, si es de sociología, de ciencia política o de geografía, no nos
sorprenderán las referencias a una filiación. Los historiadores de las ciencias del hombre
invierten con frecuencia considerables esfuerzos para retroceder en el pasado hacia los
orígenes de sus disciplinas. Todos esos discursos históricos tuvieron durante mucho tiempo
el objetivo de mostrar, antes que nada, la existencia de una continuidad, para
fundamentarla identificación de “momentos” epistemológicos. La geografía política no
escapó a esta tradición y se pueden apreciar, desde Herodoto hasta Ratzel, una multitud de
ancestros como Platón, Aristóteles, Botero, Bodin, Vauban, Montesquieu, Turgot, etc., por
mencionar sólo a algunos de los que, por una u otra razón, fueron llamados a dar
testimonio de la antigüedad del proyecto político en la geografía.
No se trata en absoluto de desacreditar este tipo de investigación erudita, indispensable
para la comprensión de una génesis, pero nos parece más significativo, cuando menos en lo
que toca a nuestro propósito, aclarar los “momentos fuertes” de la epistemología
geográfica. No abriremos un debate para saber si una epistemología de la geografía es
posible. Debate que, no obstante sería necesario, en la medida en que muchos
epistemólogos, siguiendo a Piaget, no otorgan a la geografía un estatuto epistemológico. Es
particularmente revelador que Piaget no tome en cuenta la geografía humana entre las
ciencias “nomotéticas.”1
Es todavía más sorprendente que la geografía, al igual que la
economía o la demografía, por ejemplo, -con menos éxito tal vez-, busque establecer
“leyes”. Como quiera que sea, postulamos que hay una posible epistemología de la
geografía, dada su búsqueda de “leyes”, sean o no cuantitativas.
Nos encontramos motivados por esta vía de la geografía política, fundada en toda su
amplitud, por Ratzel en 1897.2
En todo el proyecto ratzeliano subyace una concepción
nomotética y es poco relevante, en el estado actual del análisis, saber si tuvo éxito o no. La
obra de Ratzel es un “momento epistemológico”, ya sea que se trate de su “Anthropo
geographie” o de su “Politische Geographie”.
Ratzel se encuentra en un punto de convergencia entre una corriente de pensamiento
naturalista y una de pensamiento sociológico, que el análisis minucioso de sus fuentes
permite revelar, aunque sea difícil, ya que Ratzel, excepto por algunas notas y
señalamientos, no proporciona sino pocas o nulas referencias. Sin embargo, siguiendo su
obra, es relativamente fácil descubrir lo que retoma de las ciencias naturales, de la
etnografía, de la sociología, pero sobre todo de la historia. Ratzel seguramente estuvo
influenciado por historiadores como Curtius y Mommsen, por geógrafos como Ritter y
Reclus, pero también por un hombre como Spencer, quien le hizo descubrir la ley del
desarrollo, retomada más tarde por Darwin. Estuvo influenciado también por el rigor casi
matemático de Clausewitz. El cuadro conceptual de Ratzel es vasto y tan naturalista como
sociológico, pero sería erróneo reprocharle el haber “naturalizado” la geografía política,
como se ha hecho en ocasiones. El mismo Ratzel tomó sus distancias y reconoció que la
comparación del Estado con organismos altamente desarrollados no fructificó (“Der
1
Cf. Jean PIAGET. Epistémologie des sciences de l’homme. Gallimard, Paris, p.17.
2
Friederich RATZEL. Politische Geographie. München und Leipzig, 1897.
14
Vergleich des Staates mith ochentwickelten Organismen ist unfruchtbar”).3
Al insistir
sobre el Estado, la circulación y la guerra, Ratzel revela sus preocupaciones y sobre todo
manifiesta una perspectiva socio-política que no quedará satisfecha con un simple
distanciamiento de los métodos puramente biológicos.
La segunda edición puede considerarse como la obra maestra que ha orientado e
influenciado no solamente a la escuela alemana, sino que incluso, de manera diferenciada,
ha tenido influencia en todas las demás escuelas de la geografía. No queremos decir que
los autores que siguieron a Ratzel sean sus epígonos, sino que la obra ratzeliana, al poner
las bases de la geografía política, trazó un cuadro en el que se puede trabajar incluso
oponiéndosele, tal y como sucedió con la escuela francesa. Ratzel planteó una serie de
conceptos, algunos de los cuales se difundieron mucho y otros no. Es indispensable dar un
rápido vistazo al aporte ratzeliano para comprender cómo emergió la geografía política y
de qué manera se desarrolló posteriormente.
Ratzel partía de la idea de que existía una relación estrecha entre el suelo y el Estado. En el
fondo, se trataba de una estrategia política de lo que se llamó determinismo y que tuvo sus
encarnizados defensores y detractores. No es este el lugar para retomar esta vieja discusión
cuyo interés no es sino histórico. Sin embargo, es interesante mostrar que esta relación
entre suelo y Estado inauguraba una tendencia nomotética en la geografía, que el famoso
probabilismo francés no supo reemplazar. No supo hacerlo en la medida en que los
instrumentos que habría podido movilizar, en particular, la estadística probabilística, no
fueron parte del arsenal metodológico de la geografía durante cuando menos medio siglo.
El elemento fundador, formador del Estado fue, para Ratzel, el enraizamiento en el suelo
de las comunidades que explotan los potenciales territoriales. El análisis ratzeliano se
desarrolló sincrónica y diacrónicamente, de ahí la necesidad de valerse de los historiadores.
En la evolución del estado, Ratzel percibió muy bien el rol y la influencia que podrían
tener las representaciones geográficas, así como las ideas religiosas y nacionales. Pero es
seguro que fue en los conceptos espaciales donde Ratzel concentró sus esfuerzos y en
particular sobre la posición, que es uno de los conceptos más importantes de la geografía
política. También las fronteras llamaron su atención, en tanto órganos periféricos del
Estado. Por eso buscó distinguir la importancia de las zonas de contacto, tierra-mar por
ejemplo, mares, montañas, planicies, sin olvidar la relevancia de los ríos y lagos. Sin
embargo, no descuidó el estudio de la población y la circulación, entendidos como
movimiento de los seres y de las cosas.
Si consideramos de manera más precisa algunos de los conceptos utilizados por Ratzel,
sorprende su modernidad. Es suficiente mencionar, para convencerse de ello, el
crecimiento diferencial, el centro y la periferia, el interior y el exterior, la proximidad,
entre otros. Los estudios contemporáneos sobre la alometría4
han dado al concepto de
crecimiento diferencial una base matemática, mientras que los economistas, aunque no
sólo ellos, han adoptado los conceptos de centro y periferia.5
Sin duda, esos conceptos
fueron desviados de su sentido original que, para Ratzel, era espacial, pese a lo cual fueron
útiles para expresar estrategias realizadas en el espacio.
Muchas cosas, si no es que todas, están en la obra de Ratzel, pero fueron olvidadas… y
redescubiertas, a veces sesenta años después. La perspectiva iniciada por Ratzel fue muy
amplia y durante varias décadas el programa de la geografía política no se modificó en su
esencia. Se puede afirmar inclusive que sólo nos conformamos con explotar la “mina
3
F. RATZEL. Politische Géographie oder die Geographie der Staaten, des Verkehres und des Krieges.
München und Berlin, 2e edition, 1903, p.13.
4
Área de conocimiento de la zoología que estudia el cambio en las proporciones del cuerpo de un animal
durante su crecimiento, según el desarrollo de uno de sus miembros y que puede ser lento o rápido (NdT).
5
Cf. Sobre este tema, Samir AMIN. L’accumulation à l’échelle mondiale. Editions Anthropos, Paris, 1970.
15
ratzeliana”. Lo que parece novedoso es aquello que Ratzel voluntaria o involuntariamente
dejó en la sombra. En efecto, si se consideran sólo los marcos conceptuales, dejando de
lado las transformaciones que sucedieron en el mundo desde el principio del siglo XX, así
como los avances metodológicos de la geografía política debidos al uso del lenguaje
lógico-matemático, se puede concluir que el pensamiento actual de la geografía política se
produce, grosso modo, en los mismos moldes que los utilizados por Ratzel. Eso significa
que se ha realizado, evidentemente, un enorme trabajo de reproducción, de actualización en
los contenidos, y apenas modestos trabajos de creación, es decir, una mediocre
actualización de las formas. Si Ratzel, vuelto a la vida, abriera los manuales de geografía
política general, no se sentiría extrañado más que por el uso de ciertas fórmulas e índices,
ya que encontraría las categorías analíticas utilizadas o forjadas por él mismo. Dichas
categorías analíticas procedían directa o indirectamente de un solo y único concepto, el del
Estado: “nadie ha visto al Estado. ¿Quién puede negar, no obstante, que sea una realidad?6
¡Ratzel nunca negó que fuera una realidad! Inclusive contribuyó ampliamente a afirmarla
en el terreno de la geografía. Es incluso la misma realidad, ya que es representativa de lo
político, lo que busca Ratzel. Pero ¿cuál es este Estado que privilegia Ratzel? Es el Estado
moderno o el Estado nación. Dicho de otra manera, Ratzel convierte a la Geografía en una
de sus “conformaciones históricas posibles a través de las cuales una colectividad afirma
su unidad política y construye su destino.”7
No tiene dudas sobre ello: “quien dice poder o
autoridad no está diciendo sino Estado.”8
Para Ratzel todo acontece como si el Estado
fuera el único lugar de poder, como si todo el poder estuviera concentrado en él: “Hay que
disipar la frecuente confusión entre Estado y poder. El poder nace muy temprano, a partir
de la historia que contribuye a hacer.”9
De esta manera Ratzel involucró a todos sus
“herederos” en la vía de una geografía política que no considera más que al Estado o a los
grupos de Estados.
Veremos enseguida el significado propiamente geográfico de esta decisión, pero antes, es
necesario preguntarse por qué Ratzel tomó esta decisión. El mismo Ratzel no aporta una
explicación, pero podemos interrogar al contexto en que se desarrolló. La Alemania del
siglo XIX estaba inmersa en el pensamiento hegeliano. No sabemos si Ratzel simpatizaba
con la concepción hegeliana, pero lo que es seguro es que toda su geografía política
muestra que “El Estado es la realidad en acto de la Idea moral objetiva”… en la costumbre,
tiene su existencia inmediata; en la consciencia de sí, el saber y la actividad del individuo,
su existencia mediata; mientras que éste tiene, por el contrario, la libertad sustancial de
atarse al Estado como a su esencia, como objetivo y como producto de su actividad.”10
No
debe subestimarse el peso del “Zeitgeist” y Ratzel, cuando menos en su geografía política,
hace eco del pensamiento del siglo XIX que racionaliza al Estado. Concede al estado su
significado espacial y lo “teoriza” geográficamente. En este aspecto, no deja de ser
influenciado por una larga tradición filosófica que encontró en Hegel a su representante
más brillante: “en los primeros teóricos políticos de Europa –Hobbes, Spinoza, Rousseau-
el Estado-Nación no se distingue bien de la Ciudad-Estado, porque el pueblo, la nación, el
Estado se confunden. Mientras que Hegel establece entre dichos términos un vínculo
racional”.11
6
Georges BURDEAU, L’Etat. Seuil, Paris 1970, p.13. Traducción nuestra (NdT).
7
Definición de J. Freund, citada por George BALANDIER en su Anthropologie politique, P.U.F. Paris
1967, p.145.
8
Henri LEFEBVRE. De l’Etat, 1, l’Etat dans le monde moderne. Union Generale d’Editions, Paris, 1976,
p.4.
9
Ibid. p.4.
10
HEGEL, Principes de la philosophie du droit. Gallimard. Paris, 1963, p.270.
11
LEFEBVRE, op.cit.p.7.
16
Desde el momento en que el Estado=lo político, siendo la categoría del poder estatal
superior a todas las demás, el estado puede ser la única categoría de análisis. Hemos
demostrado que decir que el Estado es la única fuente del poder es una confusión, pero es
también un discurso metonímico. O bien el Estado detenta el poder y es único que puede
detentarlo, o bien es el poder superior y hay que suponer poderes inferiores que pueden
interferir con aquél.
(La geografía política de Ratzel es una geografía del Estado y conlleva implícitamente una
concepción totalitaria, la del Estado todopoderoso). Sin saberlo ni quererlo, Ratzel creó la
geografía del “Estado totalitario”, donde el adjetivo significa aquello que abarca una
totalidad, a diferencia del sentido político actual del término. Pero no hay que equivocarse,
si Ratzel aún no conocía el Estado totalitario en el sentido contemporáneo, ya lo había
imaginado y de hecho, en su geografía, lo hizo visible en su decoración espacial. Es verdad
que el Estado no se ve, pero también es cierto que el Estado se muestra en una variedad
importante de manifestaciones espaciales, de la capital a la frontera, pasando por las redes
interiores jerarquizadas y las redes de circulación. El Estado puede leerse geográficamente
y Ratzel aportó las categorías para descifrarlo: centro versus periferia, interior versus
exterior, superior versus inferior, etc. La geopolítica, que es realmente una geografía del
Estado totalitario (Italia, Alemania, URSS) no hizo sino abrevar del corpus de conceptos
ratzelianos para encontrar los instrumentos de su elaboración.
Sólo existe el poder del Estado. Es tan evidente que Ratzel no alude, en materia de
conflicto, al choque entre dos o más poderes, más que a la guerra entre Estados. Las otras
formas de conflicto, como las revoluciones, por ejemplo, que cuestionan al Estado en su
interioridad, no tienen lugar en su sistema. La ideología subyacente es la del Estado
triunfador, la del poder estatal.
Todas las escuelas de geografía que hicieron geografía política después de la escuela
alemana, como la francesa, la inglesa, la italiana y la americana, ratificaron estos principios
filosóficos e ideológicos y, en ese sentido, nunca cuestionaron la ecuación Estado=poder.
¿Cuál es el significado geográfico del punto de vista del “conocimiento científico” de esta
situación? En primer lugar, al no considerar más que al Estado, como es el caso de la
geografía política general, no se dispone más que de un nivel analítico espacial, limitado
por las fronteras. Ciertamente, existe también una jerarquía de niveles creados por el
Estado para organizar, controlar y gestionar su territorio y la población, pero con el
carácter cada vez más integrador y circundante del Estado dichos niveles aparecen más
como relevos espaciales para difundir el poder estatal que como niveles articuladores del
ejercicio de poderes inferiores. Dicho de otra manera, la escala es establecida por el
Estado. Se trata de una geografía unidimensional que no es aceptable en la medida en que
existen poderes múltiples que se manifiestan en las estrategias regionales o locales. En
segundo lugar, el poder estatal es considerado un hecho evidente que no tiene necesidad de
ser explicitado, ya que se expresa en las cristalizaciones espaciales que ponen de
manifiesto su acción. Evidentemente se trata de inferir algo no identificado a partir de los
signos que esta clase de geografía deja por aquí y por allá. Finalmente, hay una ruptura
entre la dinámica que se puede constatar en ese poder estatal y las formas que se pueden
observar en el terreno operativo de un territorio. Queremos decir que los diversos sistemas
de flujo que contribuyen, en la génesis del poder estatal, a la elaboración de dichas formas,
no están verdaderamente descritos o explicados. ¿Las cosas han cambiado desde Ratzel?
¿Estamos frente a una geografía política o estamos todavía frente a una geografía del
Estado? Eso trataremos de ver.
17
II. ¿GEOGRAFÍA POLÍTICA O GEOGRAFÍA DEL ESTADO?
Una verdadera geografía no puede ser sino una geografía del o de los poderes. Según
nosotros, la expresión de geografía del poder es mejor y a partir de ahora, no utilizaremos
más que esa. Si se dice, siguiendo a Lefebvre, que no hay más poder que el político, eso
significa, considerando lo anterior, que la política no se refugia completamente en el
Estado. En efecto, si lo político logra su forma más completa en el Estado, eso no implica
que no pueda caracterizar también a otras comunidades: “Estudiando de manera
comparativa el poder en todas las colectividades, se pueden descubrir las diferencias entre
el poder dentro del Estado y el poder en otras comunidades”.1
Para una discusión acerca de lo político, remitimos a Balandier.2
Aceptamos que hay poder
político desde el momento en que una organización lucha contra la entropía que la
amenaza con el desorden. Esta definición, inspirada en Balandier, nos permite descubrir
que el poder político es congruente con toda forma de organización. Ahora bien, la
geografía política, en el sentido estricto del término, debería tener en cuenta a las
organizaciones que se desarrollan en un contexto espacio -temporal que éstas contribuyen a
organizar… o a desorganizar.
De forma general, la escuela alemana puso el acento en las tendencias expresadas por
Ratzel y reveló ciertas dimensiones latentes en el autor. Independientemente de que se
tome a Maull o Supan, no hay duda de que nos encontramos frente a una geografía del
Estado y no frente a una geografía política que daría lugar a formas de poder político
diferentes de las que se derivan directamente del Estado. Maull, muy sistemático, fue capaz
de elaborar inclusive una morfología de los Estados, con lo cual puso en evidencia el
proceso vital de creación estatal. Eso constituye una cadena “lógica” de inspiración
biológica que recuerda, en ciertos aspectos, lo que Jones trató de hacer algunas décadas
después con su Unified Field Theory.3
Fiel al determinismo, Maull buscó la manera de
formular leyes: la de la dependencia causal entre hombre y naturaleza; la ley de la
variabilidad de las relaciones entre la naturaleza y el ser humano; la ley del desarrollo, y la
ley de la unidad de los efectos geográficos. Se notará, de paso, que el determinismo de
Maull no es absoluto, sino que lo relativiza mediante la ley de variabilidad de las
relaciones entre el hombre y la naturaleza. Maull clausuró una época en la geografía
alemana marcada sin duda por esfuerzos teóricos serios. Supan y Dix se encuentran en esta
misma línea. El primero es cercano inclusive a la cuantificación, cuyos resultados
merecerán la ironía de Ancel,4
mientras que el segundo se sitúa en una perspectiva
geopolítica.5
Con la geopolítica, término atribuido a Rudolf Kjellen, se prepara la
mundialización del Estado. La primera guerra mundial no es ajena a este control total por
parte del Estado. Un hombre como JulienBenda, había presentido y analizado
perfectamente lo que se tramaba: “La guerra política, al implicar la guerra de las culturas,
es propiamente una invención de nuestro tiempo y le asegura un lugar insigne en la historia
moral de la humanidad”.6
Este señalamiento, escrito en 1927, prueba sobradamente que el
Estado está tratando de ocupar todo lugar disponible.
1
Maurice DUVERGER. Introduction à la politique. Gallimard, Paris. 1964, p.16.
2
Georges BALANDIER. Anthropologie politique. P.U.F. Coll. S.U.P. Paris, 1967, p.28-59
3
Cf. Otto MAUL Politische Geographie, Berlin 1925 y S.B. JONES An Unified field theory of political
geography: Annals of the Association of American geographers, vol.44, 1954.
4
Cf. Alexander SUPAN, Letlinien der allgemeinen politischen Geographie, Berlin und Leipzig 1922 et
Jacques ANCEL, Géopolitique, Paris 1936, p.88.
5
Arthur DIX, Politische Geographie, Weltpolitisches Handbuch, München und Berlin 1922.
6
Julien BENDA, La trahison des clercs, J.J. Pauvert, Paris 1965, p.24.
18
Es evidente que con el advenimiento de la geopolítica se está frente a una ciencia del
Estado concebido como un organismo geográfico en constante movimiento. Es el inicio del
juego de suma cero de los Estados del siglo XX. En los años treinta, un grupo de autores,
bajo la dirección de Kart Haushofer, elaboró el pensamiento geográfico del Estado nazi,
útil para todo Estado totalitario. Desde entonces la geopolítica aparece como una especie
de geografía aplicada al Estado. ¿Cómo sorprenderse entonces del desinterés de ciertas
escuelas por la geografía política, si sabemos que inició con tan mala fama mala fama?
Golpeada por esta indignidad, la geografía política permaneció estancada durante mucho
tiempo. A pesar de ello, la que estaba en tela de juicio no era, desde nuestro punto de vista,
una verdadera geografía política, sino una geografía del Estado. Después de haberse roto,
la tradición alemana se reanudó y una de las últimas obras de Schwind tiene el mérito de
presentarse como una “geografía del Estado”.7
La escuela francesa se fundó, en gran
medida, como reacción a la alemana. Además, es más discreta en sus manifestaciones. Sin
duda también fue debido a que Vidal de la Blanche no elaboró sino artículos y notas
dispersas en esta materia. Al relativizar la relación hombre-suelo, la corriente vidaliana
generó una crisis en el pensamiento geográfico. La primera víctima de esta crisis fue tal
vez Camille Vallaux, a quien se percibe molesto después de haber rechazado el
determinismo: “Para que (la geografía política) sea legítima, basta con encontrar las huellas
de los agentes naturales, siempre o al menos de vez en cuando, y de manera profunda, o al
menos discernible, en el transcurso del desarrollo histórico y de la evolución de los
Estados”.8
¿Es posible estar más incómodo científicamente hablando? Vallaux, de quien se
han olvidado demasiado pronto sus aportes originales, concluirá su obra con la
constatación de que es difícil descubrir relaciones de causalidad y de interpenetración entre
el suelo y el Estado provistos de ese carácter de necesidad que no puede pasar
desapercibido para ninguna ciencia.9
Si la crisis iniciada por Vidal, que desembocó en lo
que se ha llamado después el posibilismo, hubiera podido apoyarse en el concepto de
probabilidad que postulaba implícitamente, la geografía habría conocido otro destino… No
fue así. De hecho la escuela francesa, aun habiendo rechazado debidamente el
determinismo, ha conservado de éste la idea de necesidad, que no es probabilística.10
Hicieron falta los instrumentos de reconstrucción para actuar después de la crisis. Habría
que hacer un libro sobre el determinismo residual de la escuela francesa, que se puede
apreciar aún en la actualidad.
Jean Brunhes, en su geografía de la historia, escapó en parte al restringido cuadro del
Estado. Lo mismo Albert Demangeon y Emile Félix Gautier, entre otros, en sus obras
sobre el fenómeno colonial. André Siegfried, en un contexto diferente y como
consecuencia de una tradición inaugurada por Alexis de Tocqueville, ilustrará sobre todo el
poder político, tal y como lo definimos, antes que el poder del Estado.
Uno de los raros autores que intentaron teorizar la geografía política fue Jacques Ancel, a
quien Gottman condena severa e injustamente: “no se puede calificar de doctrina un intento
desafortunado por encontrar un término medio entre los métodos francés y alemán”.11
Juicio aún más injusto, puesto que Ancel mismo estigmatizó los errores de la geografía
alemana. Ancel elaboró un trabajo nada despreciable en materia de fronteras, que se
inscribe totalmente en la tradición posibilista.12
No cabe duda de que dichos trabajos han
7
Martin SCHWIND. Allgemeine Staatengeographie, Berlin, New York 1972.
8
Camille VALLAUX, Le sol et l’Etat. Paris, 1911 p.20.
9
Ibid., p.395.
10
Relativo al uso de la teoría de probabilidades, cálculo matemático, estadística (NdT).
11
Jean GOTTMANN, La politique des Etats et leur géographie. Paris 1952, p.56.
12
Jacques ANCEL, Géopolitique, Paris 1936 y Géographie des frontières, Paris 1938.
19
envejecido, pero eso no impidió que marcaran un momento en la geografía política
francesa.
Después de la Segunda Guerra Mundial, sólo Gottman realizó trabajos de geografía
política que posiblemente marcaron más a los historiadores y a los politólogos que a los
propios geógrafos. Gottman estuvo en la intersección de las influencias francesa y
anglosajona, lo que permite encontrar en sus trabajos esta combinación de historia, ciencia
política y geografía. Se hizo famoso por haber llamado la atención respecto a la iconografía
y la circulación en la geografía política. De hecho, eso proviene en línea directa de Ratzel,
a quien tuvo el mérito de redescubrir. Gottman se acercó a la geografía política: “No existe
la política más que donde se ejerce la acción de los hombres que viven en sociedad”13
, pero
la idea del poder no se explicita sino a través del Estado.
Los ingleses y los americanos manifestaron un especial interés por la geografía política.
Los estadounidenses siguieron haciéndolo de manera activa. ¿Hay que señalar el efecto de
la influencia y de la dominación que Inglaterra tuvo en el mundo alrededor del siglo XX y
que los Estados Unidos ejercieron después? M.J. Mackinder trató desde 1904, de
sistematizar en mapas a pequeña escala una visión neo histórica del poder o, más
precisamente, de la potencia en el mundo. Hubo y hay todavía una innegable tentación
planetaria en la explicación en geografía política. Se conoce la fórmula sintética de
Mackinder: “quien posee el World Island (Europa, Asia, África), dirige el mundo”. Estas
visiones que prefiguran la geopolítica, a pesar de su carácter pre-científico, -es decir,
basadas en conceptos explícitos-, no fueron menos seductoras. En relación a eso, hay que
mencionar también la predilección por el uso de explicaciones monistas como las de
Huntington, quien buscó describir los movimientos políticos a partir de grandes
pulsaciones climáticas. Indiscutiblemente, acentuó la importancia de la herencia… Por el
contrario, hombres como Bowman tendrán una concepción más flexible, y hasta más justa.
Bowman se guió por la siguiente opinión: “las cualidades y las reacciones mentales del
hombre cambian poco”.14
Comprende bien que, en esas condiciones, la filosofía de la historia subyacente implica la
repetición de ciertos fenómenos importantes. Además, Bowman abrió la veta inagotable de
los world political pattern… Whittlesey no dudará en comprometerse en esta vía,
sacrificando incluso a la geopolítica y proclamando, por ejemplo, que es “natural para el
estado italiano aspirar a la hegemonía mediterránea.”15
Los Estados Unidos tuvieron
algunos representantes en materia de geopolítica, como Spykman y Strausz-Hupé, quienes
contribuyeron a desarrollar ciertos esquemas de política exterior para su país. Bogs y
Hartshorne mostraron tendencias más humanistas, pero de todos modos inclinadas hacia el
Estado. Ambos enriquecieron la geografía de las fronteras a través del ensayo e
instrumentación de tipologías. Hartshorne es el autor de una teoría funcional en la que
identifica, en relación al Estado, la “razón de ser” de éste y las fuerzas centrífugas y
centrípetas que pueden respectivamente cuestionar su existencia o reforzar su cohesión.
La geografía italiana, para cerrar este repaso general, no dejó de ilustrar al Estado como
única fuente de poder político. Toschi se sacrificó en ello después de muchos otros.16
Salvo raras excepciones, la geografía política del siglo XX fue en general una geografía del
Estado; una geografía unidimensional que no quiso ver en lo político más que una
expresión del Estado. En realidad, la política penetró en toda la sociedad y si el
Estadoresultó triunfante, ello no significa que no sea el lugar de conflictos y de
13
Cf. páginas dedicadas a la geografía política por Gottman en la Enciclopedia de la Pléyade, Géographie
générale, Paris 1966, p.1749-1765.
14
Isaiah BOWMAN. Le monde nouveau. Paris 1928, p.1.
15
Cf. Derwen WHITTLESEY. The Hearth and the State, New York 1939.
16
Humberto TOSCHI, Appunti di geografia politica, Roma 1958.
20
oposiciones, en una palabra, de relaciones de poder que, no por ser asimétricas, dejan de
tener presencia y de ser reales. La geografía del Estado borró sus conflictos, mientras que
éstos subsisten en todo nivel relacional donde se postula una geografía política
multidimensional. Esta geografía del Estado fue un factor de orden, al privilegiar lo
concebido por encima de lo vivido. Sólo el análisis relacional está en condiciones de
rebasar esta dicotomía concebido-vivido.17
La geografía del Estado fue construida a partir del lenguaje, de un sistema de signos, de un
código que procede del Estado. ¿Cuáles son esos signos? ¿Cuál fue el lenguaje utilizado
para describir geográficamente el hecho estatal?
17
Cf. LEFEBVRE, op.cit.
21
III. EL LENGUAJE DE LA GEOGRAFIA DEL ESTADO.
El estado del que tratamos es el Estado-nación, el mismo que la ruptura política de la
Revolución Francesa hizo emerger.1
Se trata pues, de un fenómeno reciente que no tiene
más de dos siglos. Pero no todos los Estados son Estados nación, e inclusive si el Estado se
considera la expresión política de la nación, el Estado se define en primer lugar como ser
político.2
Si hay un hecho sobre el cual los geógrafos tienen consenso, es sobre la
definición del Estado: “El Estado existe cuando una población instalada en un territorio
ejerce su propia soberanía.”3
Se consideran tres aspectos para caracterizar al Estado: la
población, el territorio y la autoridad. Toda la geografía del Estado deriva de esta triada.
Consideremos primero el territorio. En relación a éste, existen dos tipos de códigos: los
códigos sintácticos y los códigos semánticos.4
El código sintáctico está formado por una
serie de articulaciones como la dimensión, la forma y la posición, para considerar, por el
momento, sólo algunas. Estas obedecen a la lógica estructural de una combinación que
permite denotar la morfología general del territorio. Pero la observación empírica, que
prevaleció mucho tiempo en la construcción teórica en geografía, muestra que el alcance
de los códigos sintácticos nunca fue percibido ni mucho menos explotado en la geografía
política clásica. Y sin embargo, si queremos determinar la acción política de los diferentes
Estados en el transcurso de la historia, se tiene que admitir que las estrategias son
señaladas por uno u otro de esos elementos sintácticos. Se trata de puntualizar una política
que puede hacernos creer en la continuación de un sistema coherente. No fue sino hasta la
Segunda Guerra Mundial, que Inglaterra puso en el centro de su estrategia general esta
posición. Rusia, a partir de Pedro el Grande tuvo también esta preocupación. Mientras que
otros Estados, como Brasil en el siglo XIX, siglo de disputas fronterizas, estuvieron
fuertemente marcados por la preocupación de la dimensión.
Pero paradójicamente, la geografía política clásica estuvo más inclinada a decir que el
Estado, hablando territorialmente, era pequeño, compacto y marítimo o grande, extenso y
peninsular, mientras que hubiera sido más significativo mostrar o intentar mostrar qué
articulación se utilizaba en la estrategia territorial durante cierto periodo. El uso de códigos
semánticos de tipo: territorio grande, marítimo y fragmentado es frecuente. Esos códigos
semánticos tienen un carácter estático que no carece, ciertamente, de interés, pero que
disimula la o las estrategias que provocaron ese resultado. La combinación de una
estrategia no se da de golpe, sino que obedece a una secuencia. Finalmente, esos códigos
semánticos son tipos de mensajes que “no establecen posibilidades generadoras, sino
esquemas ya hechos; no formas abiertas que suscitan la palabra, sino formas
esclerotizadas…”5
. De esta manera, se puede describir, a partir del código sintáctico, un
número importante de territorios, incluso los que no son observables. ¿Cuál es el interés?
Ciertamente ninguno a nivel de la descripción, ya que sería difícil describir lo que no
existe. El problema es otro. Las posibilidades generadoras del código sintáctico son
perfectamente adecuadas para explicar la génesis de una estrategia territorial, sin necesidad
de integrar simultáneamente varios objetivos. Una estrategia puede, por ejemplo, realizar
1
Ver, sobre ese problema, H.LEFEBVRE, De l’Etat, 3 Le monde de production étatique, Union Générale
d’Editions, Paris 1977, p.50.
2
V. Norman J.G. POUNDS. Political Geography, MacGraw-Hill Book Company, New York 1972, p.12
3
Richard MUIR, Modern Political Geography MacMillan Press Ltd., London 1975, p.79
4
Sobre este problema de códigos, ver Humberto ECO La structure absente, Mercure de France, Paris
1972, p.292 y nuestro artículo, Peut-on parler de codes dans les sciences humaines et particulièrement en
géographie?, L’Espace géographique, Nº 3 1973, p.183-188. Los códigos sintácticos constituyen las
condiciones estructurales de la denotación mientras que los códigos semánticos combinan éstos para
denotar las funciones.
5
ECO, op.cit.p.293.
22
primero una secuencia cuyo objetivo sea alcanzar una posición determinada y enseguida,
en la segunda o la tercera secuencia, buscar la dimensión. En resumen, se hizo un mal uso
de los códigos sintácticos, mientras que eran perfectamente explícitos y utilizables. En
lugar de un uso y de una explotación, que los habría llevado a sus límites extremos a través
del concepto de estrategia, se procedió a una transposición matemático-estática. Se
esforzaron en cuantificar las formas, las dimensiones e igualmente las posiciones relativas.
Se llegó a ello sin mucho esfuerzo aunque el problema de esta cuantificación se tomó, en la
mayoría de los casos, bajo una perspectiva geométrica simple y no como un punto de vista
sintético que integrase los desafíos habituales del poder, es decir, no solamente el territorio
sino la población y sus recursos.6
El solo hecho de que la cuantificación fuera posible
debió centrar la atención en esos códigos sintácticos, ya que era la prueba de que se estaban
abordando los elementos de la primera articulación. En realidad la cuantificación introdujo,
en ese caso, precisiones… inútiles y superfluas desde el punto de vista de la problemática
morfológica que imperó durante mucho tiempo. Es una ilusión pensar que el paso de lo
cualitativo a lo cuantitativo provoca un salto positivo hacia el entendimiento, cuando la
problemática es idéntica. El único beneficio es el de la coherencia. No es despreciable, al
contrario, pero es insuficiente.
Esos códigos sintácticos como co-extensiones de un saber-ver “geométrico”, poco
significativos en sí mismos -aunque ahí reside su interés inicial, que pasó desapercibido-,
habrían permitido señalar la teoría y la práctica de diferentes políticas territoriales, si
hubieran sido utilizados de manera juiciosa en relación con la concepción estratégica
propia de cada Estado. La percepción territorial del príncipe no es geográfica en el sentido
concreto de “terreno”, sino que es geométrico, ¿cómo podría ser de otra manera? Ya que de
lo que se trata es de poseer una imagen o un modelo a partir de la cual o del cual se elabora
una acción: “Armado de su teoría, parecería que el estratega no tendría más que volverse al
“terreno”, a los datos concretos de su cálculo producto de la observación pura. De ninguna
manera; la forma teórica determina igualmente -a priori- las marcas esenciales que
permiten organizar los movimientos en el terreno”.7
El “estratega” no ve el terreno,
inclusive no debe verlo de otra manera que conceptualizado; de lo contrario, no podría
actuar. Es la distancia que toma lo que hace posible su acción y, a partir de ahí, esta
distancia solo crea “el espacio”: “El espacio estratégico no es una realidad empírica…”.8
Este es, de hecho, creado por el concepto de acción, que puede ser la guerra pero que
también puede ser cualquier forma de organización, de distribución, de red o de
fragmentación. El estratega no ve el terreno sino su representación. Por ello, los elementos
del código sintáctico como la dimensión, la forma y la posición siguen siendo esenciales en
el lenguaje del territorio, pero deben retomarse como elementos de expresión de una
semiología connotativa.
También pertenecen al lenguaje de la geografía política las “core áreas”9
reveladoras de la
problemática morfo-funcional. Una “core area” es la célula a partir de la cual el Estado se
habría desarrollado, aunque no siempre existe. Muchos Estados no se construyeron a partir
de esta célula primitiva. Como quiera, el concepto es útil y ha sido desarrollado en las
tipologías que emergen de códigos semánticos que ponen el acento ya sea en el espacio,
6
Sobre este problema de la forma, ver Claude RAFFESTIN et Claude TRICOT, Réflexions sur les
formes: Cahiers de géographie de Besançon, Nº12, 1975, p.33-45.
7
André GLUCKSMANN, Le discours de la guerre, Union Générale d’Editions, Paris, 1974, p.73.
8
GLUCKSMANN, op.cit. p.76.
9
Se trata de las zonas centrales y por ello más importantes de un territorio; “el corazón de la nación”, que
resume en un espacio geográfico el patrimonio intangible como un lugar de ubicación desde el cual
generar la identidad regional o nacional.
23
(“core area” central, periférica o excéntrica, externa) o en el tiempo, o en la dimensión de
ambos.10
Las capitales y las fronteras que son también producto de códigos semánticos, tal y como
fueron concebidas, constituyen los articuladores del lenguaje de la geografía del Estado.
Podría decirse que las capitales son puntos-claves, al igual que las “core areas” son
regiones-clave. Pero al igual que las fronteras que dieron lugar a múltiples clasificaciones,
ellas expresan conformaciones, productos de relaciones que no aparecen en la problemática
morfo-funcional, sino como resultados que ocultan con frecuencia las relaciones de fuerza,
es decir, las relaciones de poder, que las crearon. Por otro lado, ellas sólo le interesan al
Estado cuando son susceptibles de un uso más amplio, es decir, cada vez que hay una
relación de poder. Lo admitan o no, los negros norteamericanos poseen “core areas” en el
Estado americano, son el corazón de muchas ciudades en las que surgen las acciones
políticas, reivindicaciones, revueltas, etc.. Dicho de otra manera, todos esos signos, que
han servido para expresar las formas y las funciones del Estado, podrían ser retomados por
una problemática relacional y extendidos a todas las relaciones de poder político en las que
el Estado no está ausente, -nunca lo está, pero puede tener únicamente el rol de un
referente.
Los códigos revisados hasta ahora se inscriben en la perspectiva de señalar el poderío
potencial del estado. Como hemos visto, los signos geométricos revelan las preocupaciones
estratégicas cuyo objetivo es potencial. Sin embargo, esos signos, que constituyen un
“discurso,” no son sino la imagen de dicho poder potencial. Imagen que se construye a
partir de elementos cuya combinación forma grupos de indicios que estarán o no en
correlación con las acciones efectivamente realizadas. En el fondo, la geografía no
produce, en ese caso, más que índices, que tienen una probabilidad más o menos fuerte de
corresponder a estrategias reales.
En el análisis de la población, el lenguaje utilizado está compuesto también por signos
específicos: cantidad, distribución, estructura, composición, por citar los más
representativos. Se notará que son categorías coherentes en relación a las del territorio, en
el sentido de que la población es concebida como un recurso. Esos signos sirven para
identificar y para caracterizar a la población como factor potencial del poder. En la
geografía del Estado, la población pierde significado propio: es concebida y no vivida. No
tiene significado más que a través del proceso del Estado. Su significado se deriva de la
finalidad del Estado. De hecho, se notará que los signos utilizados permiten sobre todo
definir y expresar un potencial, más que una identificación diferenciada.
La cantidad expresa una idea cercana a la dimensión y por ello, correlacionada con el
poder potencial. Además, de su combinación resulta una “cantidad pura” integrable en toda
estrategia: la densidad. Podría creerse que la densidad expresa la distribución, pero no es
ese el caso, incluso si cierta geografía nos ha acostumbrado a eso. Es cierto que la densidad
expresa una distribución…¡pero siempre es la misma! Eso no tiene nada de original y esta
constatación fue hecha por muchos autores: “Pero de nuevo, hay lo que podemos llamar el
peligro de la media”.11
Más extraña es la manera que propone Blij para salir de esta
dificultad: “Podemos sugerir un modelo, el Estado que tiene solamente un ‘corazón’ goza
de mayor grado de unidad que el Estado que posee varios, pese a que el resto de sus
características sean similares.”12
Sería más simple agregar un índice de concentración a
10
Sobre este tema, ver MUIR, op.cit., p.36-39.
11
Harm J. de BLIJ, Systematic Political Geography, sd Edition, John Wiley & Sons Inc. New-York 1973,
p.43 “But again, there is what we might call the danger of the average” en el original (NdT).
12
Harm J. de BLIJ, op.cit. “We might suggest a model; the state that has only one ‘heart’, other things
being equal, enjoys a greater degree of internal unity than a state that possesses several such foci”, en el
original (NdT).
24
cada densidad, lo que daría una imagen más fiel de su distribución.13
En ese caso, la
cuantificación aumenta no solamente la coherencia sino que es útil y significativa.
En cuanto a la estructura demográfica, ésta expresa una idea cercana a la de la posición. Es
la medida exacta en la que la distribución por edad y sexo expresan una “posición”
demográfica que denota la situación de este “recurso” que es la población. Al igual que el
territorio, la estrategia del Estado connota la estructura demográfica a partir de sus
finalidades. De manera caricaturesca, puede decirse que las pirámides con una base amplia
“estrangulada” connotan estrategias con “futuro cerrado”. La generalización es menos
excesiva de lo que podría pensarse. Francia por ejemplo, estos últimos años se inquieta, al
menos en el caso de algunos medios gubernamentales, por la caída en la tasa de natalidad,
que pone en tela de juicio la tasa de reproducción.14
Esos temores se incrementan cuando
se constata la disminución relativa de la proporción del grupo blanco en comparación con
el grupo amarillo o negro. ¡Viejo temor, vieja historia, cierto, pero que parece tener
siempre actualidad!
La composición de la población, vista desde el punto de vista étnico, lingüístico o
religioso, es abordada con frecuencia con categorías de homogeneidad versus
heterogeneidad. La primera es percibida como una condición favorable para la
supervivencia del Estado, mientras que la segunda es una condición más desfavorable para
este propósito. Dicho de otra manera, la estrategia del Estado pretende la homogeneidad y
por eso los índices de diferenciación son tan agudos.15
Se trata de una “lectura estatal” en
la que el Estado busca unificar, volver idénticos a todos por todos los medios. El Estado
teme a las diferencias y, en consecuencia, no quiere ver más que un lado de las cosas.
El lenguaje de la autoridad, de la soberanía no es menos revelador. Está primero el origen
de esta autoridad: ¿procede de un consenso democrático o no? ¿Dicha autoridad está
centralizada o no? ¿Es el origen de un Estado unitario o federal? Incluso si ciertas
condiciones geográficas postulan una u otra cosa, es casi siempre en la evolución histórica
donde se buscan las explicaciones. Y la razón de ello es simple: el carácter unitario de
Francia y el carácter federal de Suiza se adquirieron y formaron en el transcurso de una
evolución que duró siglos. Además, en este punto preciso, el sesgo histórico y el sesgo
funcional de un Hartshorne convergen en el sentido de que el segundo necesita del primero
para apreciar el grado de cohesión de cualquier Estado.
Al terminar este rápido análisis del lenguaje usado, es conveniente precisar que no tenemos
de ninguna manera la intención de aclarar todos los códigos de uso, sino solamente ciertos
mecanismos de codificación de la geo estructura considerada desde la perspectiva política
y, de manera más precisa, desde la perspectiva política del Estado. Nos pareció que el
procedimiento descriptivo de la geografía política se ha orientado sobre todo hacia el
Estado. Después de Ratzel, prácticamente todo el lenguaje fue forjado y organizado en
función del Estado. Dicho de otra manera, hubo una inversión en la gestión. El Estado,
incluso si es la más acabada y molesta de la formas políticas, no es la única. Si el lenguaje
hubiera sido concebido para dar cuenta del poder político y de las relaciones que éste
construye en el espacio y en el tiempo, el Estado habría tenido ciertamente un lugar
privilegiado, pero no ocuparía todo el lugar. Esa es una de las razones por las cuales la
“geografía política”, convertida en geografía del Estado, permaneció marginal y poco
integrada en el corpus geográfico. En lugar de interesarse por cualquier organización
dotada de poder político susceptible de inscribirse en el espacio, la geografía política no
vio -y en consecuencia no hizo el análisis- más que una forma de organización, la del
13
Por ejemplo, supongamos tres países con la misma densidad D que podrían tener los índices 0,3 0,5 ó
0,8 respectivamente.
14
Cf. Sobre este tema, ver las declaraciones de Alfred SAUVY y Michel DEBRE.
15
Ver MUIR, op.cit. p.95.
25
Estado. Sin embargo, los signos usados pueden recuperarse para realizar un análisis
multidimensional del poder. Trataremos de demostrarlo. Vimos que esta concepción
unidimensional paradójica en el plano geográfico no lo era en el plano filosófico. En
efecto, desde Hegel el Estado llenó el horizonte de la existencia política. Para escapar de
esa paradoja, se necesita una problemática que trate de volver inteligibles no sólo las
formas investidas de poder, sino las relaciones que determinan estas formas. A la
problemática morfo-funcional es preciso, si no sustituir, cuando menos agregar una
problemática relacional cuyos resultados, si los hay, serán connotativos de aquellos que
emanan de la primera. Cuando decimos “agregar” podría creerse que se trata de una
evolución lineal. No es así, ya que la problemática relacional habría precedido a la
problemática morfo-funcional, lo que la situaría más arriba de ésta última.
La geografía humana se constituyó, entre otros, sobre el principio de diferenciación
espacial a partir del cual algunos tratan hoy de construir axiomas. La geografía política,
concebida como la geografía de las relaciones de poder, podría fundarse en los principios
de simetría y de asimetría en las relaciones entre organizaciones. Es hasta después que
podría construirse una morfología política. La dificultad de dicha tarea reside en el hecho
de que una problemática relacional es difícil de elaborar, por un lado y, por el otro, porque
el poder es aun más difícil de identificar, suponiendo que pudiéramos hacerlo. ¡La tarea
está destinada al fracaso antes de comenzarla! Sí, si no se tiene el ánimo de proponer, más
que un modelo analítico, un esquema y no si se acepta correr el riego de hacerlo. Es ese
riesgo el que vamos a tomar, por varias razones: primero, por el simple gusto de la
aventura intelectual, es decir, por rehusar la reproducción, la repetición incansable;
después, para tratar de demostrar que la relación, con frecuencia evocada en geografía, no
ha sido explotada verdaderamente como concepto; finalmente, por aclarar ese rol del poder
que se manifiesta en todas las acciones humanas.
26
CAPITULO II
ELEMENTOS PARA UNA PROBLEMÁTICA RELACIONAL
I.- ¿QUE ES UNA PROBLEMÁTICA?
La palabra “problemática” es polisémica y no están de más algunas explicaciones para
precisar el sentido en el que la utilizaremos. Dicho término puede, en todo caso, tener tres
significados:
a) Conjunto de problemas propios de un tema, por ejemplo la problemática urbana
concierne a los problemas específicos de la ciudad.
b) Manera de plantear un conjunto de problemas relativos a una pregunta particular.
c) Modo que consiste en determinar, previamente a cualquier análisis, el estatus de
inteligibilidad capaz de explicar un sistema.
Es evidente que la intersección entre estos tres conjuntos no está vacía. Hay un punto en
común constituido por el conjunto de preguntas que se formulan siempre que se quiere
obtener un “conocimiento científico”, a partir de conceptos explícitos, acerca de cualquier
tema. Sin embargo, la nuestra es la tercera definición, ya que ésta implica un método, es
decir, un proceso: el de la explicación de un cuerpo de conceptos lo más unívocos posible,
sin los cuales no es posible lograr un saber libre de las ambigüedades del conocimiento que
se puede tener de los hechos a primera vista. Eso no significa de ninguna manera que el
investigador no esté marcado por una ideología, la suya, que lo penetra por todas partes y
de la que no puede deshacerse, aunque lo intente repetidamente. Nuestra ideología será lo
suficientemente identificable como para que no sea necesario explicitarla ahora.
Si optamos por una problemática relacional, es porque pensamos que las relaciones son
capaces de hacer inteligibles el poder político y sus manifestaciones espaciales.
La existencia está tejida por relaciones, es un vasto complejo relacional con una
problemática muy diferente de la llamada morfo-funcional. Ésta se reclama como
geografía de un triángulo: querer-ver, saber-ver, poder-ver, mientras que aquélla se funda
en el triángulo querer-existir, saber-existir, poder-existir. Eso corresponde a otras
interrogantes y a otras inquietudes sociales, inscritas en un contexto ajeno al testimonio y
más cercanas a la “participación crítica”. Se trata pues, de un proyecto diferente del
instituido a finales del siglo XIX por la geografía política clásica. ¿”Proyecto diferente”?
¿La geografía política clásica se desarrolló como un proyecto? Podemos dudarlo, por la
simple razón de que nunca se enunció la idea de proyecto, al contrario de la idea de objeto.
Cualquier geografía política empezó con la definición de un objeto y se instituyó como
innegable “totalitarismo” del objeto: “¡la geografía política es esto y no aquello!” Ese tipo
de afirmación se opone a una investigación definida como proyecto. Nuestra investigación
se inscribe en esta concepción de proyecto y no en la del objeto. Eso significa que
postulamos “una” nueva descripción, cuya ambición es echar abajo las bases “de una”
nueva explicación. El uso del artículo indefinido cobra total sentido al implicar que se trata
de una descripción posible entre otras; es decir, de una manera de desplegar las cosas de
forma eventualmente creadora de otra explicación. En cualquier caso, descripción y
explicación dependen estrechamente del cuadro conceptual, determinado en su totalidad
por el proyecto o proceso de inteligibilidad.
27
II.- IDENTIFICACION DE LA RELACION
Es Marx quien, una vez más, a través del análisis de la mercancía, mostró que “en ella hay
un acto que implica una relación”.1
Es sorprendente que la noción de cambio, que llamó la
atención de todas las ciencias del hombre, no se haya atendido para la construcción de una
teoría de la relación. A pesar de ello, el esbozo de una teoría semejante es posible: “Los
‘cambistas’ aportaron una realidad orgánica, sus cuerpos, sus manos, además de sus
herramientas y sus productos. Se relacionaron entre sí. Ese contacto, que aporta
información a cada una de las partes, las modifica. Se funden en él una energía orgánica y
una energía informativa”2
. Este acto inicial siempre es actual, ya que se repite
indefinidamente y se reproduce en todas las manifestaciones de la vida cotidiana. Pero la
relación no está presente solamente en el intercambio material; es también co-extensiva y
co-fundadora de cualquier relación social. Aunque es verdad que el acto de intercambio
material se distingue del no-intercambio -del don y del robo, por ejemplo- y del
intercambio estrictamente mental, no por ello deja de entrar, al igual que el no-intercambio
y el intercambio meramente mental, en esta categoría más general que es la relación. El
intercambio material no es sino un caso particular, ciertamente importante pero no único,
de la relación. Si la relación no ha sido teorizada verdaderamente es porque aparece como
un concepto demasiado global, demasiado general. De hecho, no es tal si se
quiereidentificar con precisión.
La complejidad de las relaciones es lo que hace difícil el sesgo relacional, ya que, si por
comodidad se describen primero las relaciones bilaterales, no hay que olvidar que se trata
de una abstracción, en el sentido de que las relaciones son multilateralesla mayoría de las
veces.
Para simplificar tomemos, para empezar, una relación bilateral corriente -pero no simple-:
la del contrato laboral. De hecho el contrato laboral no es bilateral más que en apariencia,
ya que si hay un vendedor de trabajo, el que ofrece, y un comprador de trabajo, el
demandante, su relación hace que intervenga en todo caso la organización estatal presente
en las reglas, las leyes, en una palabra, en los códigos que regulan la compra-venta del
trabajo. Esta relación puede hacer intervenir también a la o las organizaciones sindicales
presentes en los contratos colectivos e igualmente en el conjunto de reglas (figura 1).
1
Cf. Henri LEFEBVRE. De l’Etat,3, le monde de production étatique, Union Générale d’Editions, Paris
1977, p.9.
2
H. LEFEBVRE. op.cit. p. 19.
28
Figura 1
La organización estatal y la organización sindical son partes interesadas en la relación, en
el sentido de que ambas delimitan el ámbito socio-político de la misma. Según los países,
es evidente que la organización sindical puede estar ausente. Podemos imaginar también
que la organización estatal esté ausente, como en el caso de un contrato laboral ilegal. El
terreno operativo de la relación, en ese caso, está delimitado no solamente por los actores
inmediatos, los directamente interesados, sino también por las organizaciones que
intervienen en una serie de disposiciones que hay que observar. Además, la relación tiene
un contenido, un doble contenido: el tiempo de trabajo del que ofrece y el salario del
demandante, que caracterizan el intercambio. Intercambio que es un proceso de
comunicación, ya que antes de ser liberado materialmente, es objeto de una negociación
con la ayuda de signos lingüísticos. Esta relación tiene una forma, determinada por los
actores directos -oferente y demandante- y por una o varias de las organizaciones
mencionadas antes. Es una relación que se inicia en un lugar determinado y para un lugar
determinado, en un momento dado y por una duración determinada o indeterminada.
A partir de ese momento, se plantean varios problemas. Problemas que, si bien no son
irresolubles, no dejan de ser extremadamente difíciles de resolver. Lo que describimos
anteriormente de manera sucinta no representa más que la cara funcional y no la cara
“procesual” de la relación. ¿Qué quiere decir eso? Que la cara funcional informa solamente
sobre el resultado de la relación, es decir, la venta de una cierta cantidad de trabajo a cierto
precio y eso es todo. Lo que el análisis oculta es la manera en la que se hace el contrato: en
qué condiciones es liberada una cierta cantidad de dinero o de bienes, si el salario es
pagado en especie. Lo que está oculto, finalmente, es el poder o la capacidad de poder del
oferente y la del demandante. Por el momento consideraremos el poder como una noción
intuitivamente conocida. Volveremos ampliamente sobre ello en el capítulo siguiente. La
incursión que haremos en el terreno económico no significa de ninguna manera que nuestra
concepción sea económica, sino solamente que nuestra lógica lo es, desde el punto de vista
metodológico. Nuestra concepción es tan poco económica que plantearemos como axioma
que toda relación,de acuerdo a su contenido, es “política”, en el sentido de que concierne
real o virtualmente a cada individuo que pertenezca a la colectividad o a una colectividad
determinada. Dicho de otra manera, se presenta el problema fundamental de la repartición
de las cosas entre los seres humanos. O todo el mundo recibe de manera equitativa la
misma cantidad de bienes o servicios -y entonces se trata de una “eco-nomía” en el sentido
29
etimológico-, o bien se instaura un conjunto de criterios que determinan tanto la
abundancia como la rareza -y en ese caso ya no se trata de economía, sino de una política
cuyos fines no son la expresión de una necesidad endógena que implique la permanencia
de una estructura, sino la expresión de una voluntad exógena que determina qué partes de
la estructura deben mantenerse.
Concibamos los diferentes modelos de relación a los que la economía ha consagrado su
reflexión y que llama los mercados. La concurrencia perfecta, cuyas condiciones son bien
conocidas, significa finalmente que cada oferente y cada demandante disponen del mismo
poder. Ni los oferentes ni los vendedores tienen una capacidad de poder que les permita
inclinar la relación en un sentido o en otro. Eso significa que ese tipo de mercado o de
relación, considerando las condiciones diferenciales de la realidad espacio-temporal, es
acrónico y acorológico3
y tiene limitaciones ucrónicas4
y utópicas. Ni el tiempo ni el
espacio intervienen para modificar sus riesgos. ¿Por qué hablar de tiempo y espacio?
Porque los hombres no pueden encontrar más que en el espacio y/o en el tiempo un punto
de apoyo para aplicar el incentivo del poder y en consecuencia para modificar las
situaciones realesen el sentido que ellos decidan. La concurrencia perfecta es una relación
simétrica en la que los beneficios y los costos tienen una relación de equivalencia
verdadera, es decir, una relación donde no hay violencia ni para una ni para la otra parte.
Pero si el espacio y tiempo están diferenciados desde el punto de vista social, las
posiciones respectivas no son idénticas y, en consecuencia, las capacidades de poder
tampoco lo son. Por eso el valor de uso y valor de cambio no pueden ser equivalentes. Y es
así debido a la violencia que uno le ha hecho al otro.
La primera consecuencia que podemos desprender de lo anterior respecto de la relación es
el rol que pueden desempeñar el espacio y el tiempo: “Los habitantes de un valle fértil
viven en la abundancia de productos naturales; un manantial irriga sus tierras… Alguien se
apodera del manantial y vende el agua a los usuarios; éstos redoblan sus esfuerzos para
pagar la cuota… el propietario del manantial se convierte en el patrón del valle: rico y
poderoso”.5
Para este apologista ricardiano (Lefebvre dixit) es cómodo ilustrar ese poder
apoyándose en el espacio y el tiempo. Hay “violencia” de un polo de la relación contra el
otro.
Pero vayamos un poco más lejos. La concurrencia perfecta o relación simétrica es muy
rara; veamos casos más reales, primero desde el punto de vista del oferente y enseguida
desde el punto de vista del demandante. Si el oferente es el único que ofrece su trabajo
(producto de su calidad, rareza, etc.), evidentemente dispone de un monopolio frente a los
demandantes. Se sabe que su posición sería diferente dependiendo de la elasticidad o no de
la demanda, pero eso no nos preocupa. Lo que nos interesa es el poder del que dispone el
oferente frente a la demanda; es decir, la capacidad que tiene para mantener una relación
asimétrica y sacarle provecho, obligando al otro a aceptar sus condiciones. Puede ser que
no sea el único en esta situación de oligopolio y que aún así disponga de un poder, tal vez
menos considerable, pero ciertamente importante. Si vemos las cosas del lado de la
demanda, tendremos un monopsone u oligopsone.6
A esas situaciones corresponden
capacidades específicas de poder que son manipuladas de tal manera que se puedan
3
Corología es el estudio de las causas de la distribución geográfica de las especies vivas (NdT).
4
La ucronía es un tema literario que pertenece a la ciencia ficción y se basa en el principio del cambio de
la historia. Para un autor en historia alternativa, se puede tomar un punto de partida en una situación
histórica y modificar el desenlace imaginando las diferentes consecuencias posibles. (NdT)
5
LEFEBVRE, op.cit.t.3, p.30.
6
En economía, un monopsone es un mercado en el que un solo comprador encuentra varios vendedores.
En el caso del oligopsone, es una situación del mercado en el que la concurrencia es imperfecta en
relación a la demanda, ya que hay una cantidad limitada de compradores. Sinónimos de monopolio y
oligopolio, respectivamente. (NdT)
30
maximizar los beneficios, lo cual no necesariamente significa aplicar el precio más alto.
Pero el problema está en otra parte. Lo que nos interesa mostrar en ese caso es que en las
diferentes situaciones de monopolio, de oligopolio, de monopsone u oligopsone, uno o más
polos mantienen relaciones asimétricas con el otro o los otros. La instauración de esta
situación de dominación está condicionada por los fines “políticos” y no económicos, ya
que no se trata de gestionar en función de la estructura global en la que se interviene, sino
en función de una sub-estructura, de una organización que quiere crecer -y eventualmente
desarrollarse- a costa de una destrucción de la estructura global, o de una parte de la
estructura global con la cual dicha organización mantiene relaciones. En ese sentido, se
puede estar de acuerdo con quienes pretenden que se trata sólo de poder político: “Sin
embargo, en el transcurso de la historia, la relación abstracta entre valor de uso y valor de
cambio tiende a ser real (y no solamente lógica) y conflictiva, es decir, dialéctica.”7
La segunda consecuencia es la forma de la relación: es simétrica o asimétrica.
Teóricamente, la simétrica, dada la existencia de una equivalencia real, impide el
crecimiento de una organización o de una estructura en detrimento de otra, y también
impide la destrucción de una organización o de una estructura por la acción de otra. La
simetría es garantía de diferencia y de pluralismo. De manera también teórica, la asimetría,
por equivalencia forzada, favorece en cambio el crecimiento de una estructura en
detrimento de otra y, en todo caso, la destrucción de una estructura por parte de otra.
Conviene señalar que la simetría implica el reconocimiento de las necesidades del Otro y,
en consecuencia, el reconocimiento del valor de uso y de la utilidad, por parte del Otro, de
disponer de dicho bien o servicio. La asimetría, por el contrario, implica una falta absoluta
de reconocimiento de las necesidades del Otro, o, mejor dicho, sólo reconoce la existencia
de dichas necesidades en la medida en que acepta el juego de equivalencias forzadas que se
expresa en el valor de cambio. Dicho valor de cambio resume en esos casos situaciones
diferenciales de poder: “El valor de cambio establece su predominio en el transcurso de
una lucha encarnizada contra el valor de uso, después de haberlo constituido como tal y sin
jamás separarse de él”.8
Lefebvre se sitúa en el centro del problema cuando escribe: “Marx
no vio la problemática entre esos dos momentos inherentes al conflicto uso-cambio.”9
Conflicto que ocupa todo el horizonte de la historia. En ausencia de un cuerpo de hipótesis
que violenta la realidad, no hay valor de cambio que no sea violencia. Es tan cierto que,
para imponerse, el valor de cambio ha debido de pasar por la intermediación de una
mercancía que no es tal: el dinero. Podemos sumergirnos en todas las mitologías que, a
través de metáforas infinitas, hacen del dinero la causa de todos los males. Pero el dinero,
invento precioso, no merece ni tanta denigración ni tantas loas. El dinero sólo es una
matematización de la mercancía10
: “La naturaleza se vuelve objeto de dominio en el
sentido moderno desde el momento en que se presta a la matematización (Galileo,
Descartes). El dominio de la sociedad, a su vez, encuentra su legitimidad en las
matemáticas, incluso cuando aquélla proyecta rebasarlas en un lenguaje especulativo más
riguroso. El gran estilo del dominio se antoja ‘matemático’ siempre”.11
De hecho, el
dominio social es muy anterior: se inicia con el dinero, que es la primera, aunque
elemental, forma de matematización de las cosas. El dinero permite la creación de
equivalencias imaginarias y es el origen de una aritmética creadora “de espacios
7
LEFEBVRE, op.cit.t.3, p.27.
8
LEFEBVRE, op.cit.t.3, p.28.
9
Ibid. p.30.
10
La matematización es el método que establece relaciones lógicas de manera exacta, reduciendo los
fenómenos complejos a relaciones lineales, para reducirlos a regularidades que conformen relaciones
causa-efecto (NdT).
11
André GLUCKSMANN, Les maîtres penseurs, Grasset, Paris, p.275.
Por-una-geografia-del-poder-RAFFESTEIN.pdf
Por-una-geografia-del-poder-RAFFESTEIN.pdf
Por-una-geografia-del-poder-RAFFESTEIN.pdf
Por-una-geografia-del-poder-RAFFESTEIN.pdf
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Por-una-geografia-del-poder-RAFFESTEIN.pdf
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  • 1. 1 POR UNA GEOGRAFIA DEL PODER Claude RAFFESTIN Traducción y notas Yanga Villagómez Velázquez EL COLEGIO DE MICHOACAN Noviembre 2011
  • 2. 2 INDICE PREFACIO Advertencias Preliminares 4 9 PRIMERA PARTE DE UNA PROBLEMÁTICA A OTRA CAPITULO I. CRITICA DE LA GEOGRAFIA POLITICA CLASICA I.SURGIMIENTO DE LA GEOGRAFIA POLITICA. II. ¿GEOGRAFÍA POLÍTICA O GEOGRAFÍA DEL ESTADO? III.-EL LENGUAJE DE LA GEOGRAFIA DEL ESTADO. CAPITULO II. ELEMENTOS PARA UNA PROBLEMÁTICA RELACIONAL I.- ¿QUE ES UNA PROBLEMÁTICA? II.- IDENTIFICACION DE LA RELACION. III.- LOS ELEMENTOS CONSTITUTIVOS DE LA RELACION. CAPITULO III. EL PODER I.- ¿QUÉ ES EL PODER? II.- LOS RIESGOS DEL PODER. III.- EL CAMPO DEL PODER. 12 13 14 18 22 27 27 28 33 41 41 45 47 SEGUNDA PARTE LA POBLACION Y EL PODER CAPITULO I. ENUMERACION Y PODER I.- LA REPRESENTACIÓN DE LA POBLACIÓN: PRIMER DOMINIO DEL PODER II.- LOS ACTORES Y SUS FINES III.- CONTROL Y GESTION DE LOS FLUJOS NATURALES IV.- CONTROL Y GESTION DE LOS FLUJOS MIGRATORIOS CAPITULO II. LENGUA Y PODER I.- LAS FUNCIONES DEL LENGUAJE II.- LA LENGUA COMO RECURSO. III.- LA LENGUA Y LAS RELACIONES DE PODER CAPITULO III. RELIGION Y PODER I.- LO SAGRADO Y LO PROFANO II.- LAS RELACIONES ESTADO-IGLESIA III.- EL DESPERTAR DEL ISLAM. CAPITULO IV. RAZAS ETNIAS Y PODER I.- EL PAPEL Y EL SIGNIFICADO DE LAS DIFERENCIAS. II.- FORMAS DE DISCRIMINACIÓN. 52 53 53 60 63 68 74 74 75 80 89 89 93 95 96 96 97
  • 3. 3 TERCERA PARTE EL TERRITORIO Y EL PODER CAPITULO I. ¿QUE ES EL TERRITORIO? I.- DEL ESPACIO AL TERRITORIO. II.- EL SISTEMA TERRITORIAL. III.- LA TERRITORIALIDAD. CAPITULO II. LAS RETÍCULAS DEL PODER I.- LÍMITES Y FRONTERAS II.- CAMBIO DE PODER-CAMBIO DE DIVISIÓN III.- CAMBIO DE MODO DE PRODUCCIÓN-CAMBIO DE DIVISIÓN IV.- A LA BÚSQUEDA DE UNA NUEVA DIVISIÓN: LA REGIÓN CAPITULO III. NUDOSIDAD, CENTRALIDAD Y MARGINALIDAD I.- LOS LUGARES DEL PODER II.- LAS CAPITALES Y EL PODER III.- REGIONES, NACIONES, GRANDES ESPACIOS Y PODER CAPÍTULO IV. LAS REDES Y EL PODER I.- LA CIRCULACIÓN Y LA COMUNICACIÓN II.- LOS ACTORES Y LA CIRCULACIÓN III.- LOS ACTORES Y LA COMUNICACIÓN 101 102 104 106 112 116 116 120 124 127 130 130 132 136 141 141 150 153 CUARTA PARTE LOS RECURSOS Y EL PODER CAPÍTULO I. ¿QUÉ SON LOS RECURSOS? I.- MATERIA, RECURSO, TECNICIDAD II.- RECURSOS RENOVABLES Y RECURSOS NO RENOVABLES III.- LA MOVILIZACIÓN DE LOS RECURSOS CAPITULO II. LOS ACTORES Y SUS ESTRATEGIAS I.- LOS COMPONENTES DE LA ESTRATEGIA II.- JAPON Y LA TRANSFERENCIA DE TECNOLOGÍA III.- LAS MULTINACIONALES Y LA TRANSFERENCIA TECNOLÓGICA IV.- LAS ESTRATEGIAS DE LAS TECNOLOGIAS INTERMEDIARIAS CAPITULO III. LOS RECURSOS COMO “ARMAS POLITICAS” I.- ¿QUE RECURSOS? II.- LOS CEREALES Y PARTICULARMENTE EL TRIGO III.- LOS RECURSOS ENERGÉTICOS IV.- EL COBRE Y EL ALUMINIO 157 157 158 158 161 165 168 168 172 174 176 178 178 179 183 186 OBSERVACIONES FINALES 189
  • 4. 4 PREFACIO Se nota al menor indicio: en la era de “la economía mundial”, de la “revolución islámica”, de la OPEP, de la ofensiva económica japonesa, de la invasión de Afganistán y del chantaje para el abastecimiento de cereales, la vieja y vergonzosa Geopolítik entra en escena. La palabra misma ya no es tabú: aparece aquí y allá. Otra vez revocada, disfrazada, adornada, la abuela con un diente mellado es echada hacia delante, cojeando cae en los brazos de una jovencita maltratada y usada antes de su madurez que dice llamarse Sociobiología o algo parecido. Miasmas del obscurantismo, convergencias casi inocentes, esperadas y casi “necesarias”. Es así como este libro llega a tiempo quizá incluso de manera prematura: con la pretensión no de renovar una geografía política rutinaria, sino de refundarla y, lejos de hacer como que ignora la geopolítica, redescubrir sus límites y los de sus atractivos, que serían los menos alterados: en resumen, sus contradicciones. Hubo una “geopolítica”, que en sus inicios no dejó de tener sus méritos, pero que enseguida sirvió para justificar las ambiciones de conquista, en el nombre de un determinismo sin matiz, y sirvió así al nazismo. Y también hubo una “geografía política” que, a fuerza de considerarse neutra y para hacer olvidar los excesos de la vergüenza de la familia, devino en una virtud sin virtudes, logrando esa proeza de ser una geografía política… apolítica. Inclusive influenció toda la geografía a tal punto de quitarle sabor: quiero decir, interés y poder para explicar. La simple palabra “política” chocaba como una incongruencia: por eso durante décadas se estudiaron las ciudades sin actores, el campo sin propietarios, la industria sin empresarios, las organizaciones sin inversionistas, los estados sin gobernantes. Es decir, una geografía sin poderes, puesto que la prima alemana había concedido demasiado al Poder. Desde hace uno o dos lustros –claro, 1968 ayudó bastante y también el duro contacto de geógrafos “aplicados” con las realidades del ordenamiento territorial-, el panorama ha cambiado: la geografía habla cada vez más de poderes, de dominio, de actores, de tomadores de decisiones e incluso de teorías de la decisión, de estrategias y hasta de guerra. El error sería la fundación de un nuevo reduccionismo y la visualización de un misterioso Poder, deus inoex machina explicando todo y nada al mismo tiempo; de no verlo más que a nivel del estado y como una nueva Eternidad, legitimada por su misma eternidad, por su esencia de Naturaleza, permitiendo entonces legitimar todas las dominaciones, las opresiones, las explotaciones. Porque conoce bien tanto la geografía política como la geopolítica, es que Claude Raffestin evita ese error y nos invita y prepara a no caer en él. Primero, solicitando que la geografía política no se limite más al análisis del comportamiento de los estados, aunque sabe delimitar lo político, o mejor, el poder, dondequiera que esté -y está por todas partes-: a otras escalas (la regional, la local) y en el conjunto de las relaciones sociales. Si eso no significara el riesgo de estrellar el libro contra un referente histórico muy pesado, quisiera llamarlo “Fundamentos para una Crítica de la Geografía política”. Oportunos Grundrisse, ahora que se sobrevalora el Estado para hacer olvidar las relaciones de dominación decisivas en ocasiones, por parte de las empresas y también por parte de las clases sociales. O para justificar el dominio “natural” de las grandes potencias sobre lo que no se atreven a nombrar los Unterstäte (los llamados Untermenschen1 ), esos tipos de Estados advenedizos que ni siquiera saben utilizar una 1 Untermensch «subhombre» o «subhumano» en alemán. Término empleado por la ideología nazi para referirse a lo que esta ideología consideraba «personas inferiores», particularmente a las masas del Este
  • 5. 5 independencia apresuradamente concedida y que pretenden fijar el precio de sus favores –perdón, de sus recursos- incluso si, aunque se podría ignorar, esto no ocurre siempre, ni de forma exclusiva, en contra de las compañías… La observación fundamental es que toda relación es asimétrica: si Claude Raffestin no lo dice de manera tan cruda, no está lejos de pensarlo. Toda relación implica un juego de poder. En ese sentido rebasa la noción de política: en efecto, es bueno que el título de este libro dé prioridad a los poderes más que a lo político. Esta Crítica, que es también constructiva, es concebida como una atenta práctica de las ciencias sociales: va en la misma línea de los trabajos de Michel Foucault y se apoya constantemente en las teorías de la información en sus diversas facetas: energía y entropía, comunicación y códigos. La lingüística y la lógica, lo sabemos, son especialidades de Ginebra: seremos sensibles a la solidez con la que ellas sostienen la ambición teórica que presenta Claude Raffestin y sus esfuerzos de formalización. No siempre me convencen los diagramas de dos ejes en los que la dialéctica resulta casi elemental, y ciertas analogías entre lengua, religión y capital pueden sorprendernos, pero en todo ello hay motivos para el ejercicio de la reflexión; se trata de temas que hay que re-examinar desde la raíz. La re-evaluación sigue las mismas categorías de la geografía política clásica: población, territorio, recursos. Pero aquí se transforman completamente. La población no es un conjunto de habitantes, ni tampoco de productores-consumidores, sino una sociedad con sus poderes, sus lenguas y sus creencias; el territorio se convierte en una red de relaciones; los recursos ya no son “naturales” sino “producidos”. Por doquier hay actores, estrategias, dominación. No para justificarlas, sino para ponerlas al desnudo. Con distanciamiento: Claude Raffestin no pretende proponer un Sistema del Mundo; se le podría acusar de eclecticismo, yo le encuentro más bien, considerando el estado de la naturaleza de la cuestión, una prudencia de buena ley y de calidad científica. Aunque eso no impide de ninguna manera la firmeza de sus posiciones: hay que leer más bien lo que dice sobre los censos o las nuevas visiones globales de las redes territoriales, sobre la centralización, o en otro registro, sobre la ley 101 de Quebec.2 Me agrada que este libro pueda resaltar temas tan enormes como los recursos mundiales, las transferencias de tecnología, el papel de las religiones y el de las libertades y los controles totalitarios. Cuatro cuestiones en particular deberían llamar la atención en las discusiones de fondo: las nociones –o tal vez habría que hablar ya de conceptos- de recurso, cultura, territorio y diferencia. Los recursos no preexisten en las sociedades, no son “naturales”; sus propiedades son “inventadas” por las sociedades y son variables en el tiempo, según los valores de uso y de cambio que cada sociedad les atribuye; cosas ocultas o casi, desde que se fundó la geografía, que parecen evidentes cuando se escribe claramente, pero que se olvidan en la práctica. Claude Raffestin presenta un intento de formalización entre los actores y sus estrategias, donde se ve que los poseedores de la tecnología están por lo común mejor posicionados que quienes poseen la materia inerte. Me parece que eso se podría complementar con el juego entre aquellos que poseen los medios para transferir recursos; no se trata de una simple cuestión técnica y me da la impresión de que tienen (judíos, gitanos, eslavos, bolcheviques soviéticos) o cualquier otra persona que no perteneciese a la «raza aria» (NdT). 2 La ley del idioma francés (conocida como la ley101) fue una ley propuesta por Camille Laurin y adoptada por la AsambleaNacional de Québec el 26 de agosto de 1977durante el gobierno de René Lévesquele y en ella se definen los derechos lingüísticos de los ciudadanos de Québec. Con ella, el francés, el idioma de la mayoría, se convirtió en el idioma oficial del Estado de Quebec (NdT).
  • 6. 6 todavía más poder que todos los demás. ¿Las “grandes petroleras” no fundaron su tremendo poder en el control de la circulación, más que en el de la producción y esa misma operación no se está repitiendo en materia de transferencia de información en la época de la telemática? Eso abre otra discusión: ¿el conjunto información-tecnología debe ser considerado o no como recurso? Claude Raffestin evoca con razón las transferencias de tecnología y la querella de las tecnologías intermediarias, pobres recursos y recursos de pobres, sobre los cuales un Schumacher, pregona lo “small”, pero para otros, sugiere a los sub Estados que se conformen. Se trata, en este sentido, de los grandes riesgos de poder que la geografía no debe ignorar. Como tampoco debe descuidar, después de este libro, el inmenso mundo de la lengua, de la religión o de la raza, que generalmente ha abordado desde el aspecto menos importante, es decir, mediante la simple descripción de su distribución espacial. Claude Raffestin hace una propuesta diferente en dos capítulos que para mí son los más novedosos de la obra: analiza los efectos de poder que tienen la lengua, la religión y la etnicidad y de los cuales éstos son el vehículo. La lengua es un instrumento de dominación: de la ciudad sobre el campo (¿pero se trata de “la ciudad” o más precisamente de “la burguesía”?), de una nación sobre otras, de una etnia sobre otras, e incluso de especialistas se trate del científico o del comerciante haoussa- y, habría que agregar, de una clase sobre otras. Esta fecunda pista va más allá de la lengua, a pesar de que Claude Raffestin otorga a esa palabra un significado muy amplio, equivalente casi al de “cultura”: el fondo con la forma, el contenido con el continente. Se trata precisamente, del saber, de su elaboración, de su apropiación, de su acumulación y de su transmisión y, al mismo tiempo, de otra forma de dominación mediante la información, recurso y medio de producción, instrumento de poder. La religión es un conjunto de valores y se aprovecha de la asimetría,3 al igual quela lengua; es también Iglesia y, en ese sentido, poder puro, inseparable del Estado en el ejercicio de la reproducción social; una legitima al otro, aportando ese consenso que facilita extraordinariamente la reproducción y la conducción del poder. En realidad, lo que hay que subrayar es todo el conjunto de la “cultura”: los valores formados por la praxis y que la guían; las representaciones y los mitos. En este sentido, un capítulo sobre la educación y la formación escolar como instrumentos de transmisión de la reserva social de información y como instrumento de reproducción social y en consecuencia, como instrumento de poder y de asimetría, complementaría de manera útil los capítulos sobre la lengua y la religión. Una de las dimensiones de la cultura está en las representaciones y el sentido del territorio. Tema esencial para la geografía, pero tan ambiguo como la palabra espacio. No estoy seguro de que el punto de vista de Claude Raffestin, cuando define el espacio como un dato y el territorio como ese dato socializado, sea el más pertinente y rigurosamente sustentado. Pero también es cierto que hay que distinguir entre un concepto abstracto y geométrico -que a veces se denomina ampliamente-, la noción a veces un poco artificial de una naturaleza inmaculada, preexistente en la acción de la sociedad, sobre la cual ésta proyectaría sus estructuras acabadas, o que le serviría de encuadre externo –concepción en la que veo muchos peligros y ningún interés y que Claude Raffestin evita utilizar-, algo que, por el contrario, juzga fundamental, y que es a la vez entorno y dimensión intrínseca de la sociedad, producto de su actividad y agente de su reproducción, y que bien podría llamarse espacio, aunque Claude Raffestin 3 dissymétrie en el original (NdT)
  • 7. 7 prefiere llamar territorio. Pero éste último término se aplica mejor a una cuarta categoría, que incluye la idea de apropiación del espacio: un espacio mío y para miactividad, donde por supuesto admito a otras personas pero no a cualquiera. Y todavía sería necesario inclusive distinguir entre lo que llamaría una territorialidad general, que Claude Raffestin extiende a los valores, a las creencias y a las culturas4 y una territorialidad restringida, que se puede aplicar al espacio. Es esta noción acabada del territorio la que da origen a las asimetrías más dramáticas, a los poderes más encarnizados y más retrógrados. Lo cual implica diferenciación: afirmación, reconocimiento y negación del Otro, de los otros. Única noción, tal vez, gracias a la cual los humanos conservan algún parentesco animal. No subestimemos el territorio y desconfiemos de sus ideologías. Detrás de la etología5 y la idea de raíces ¡se perfilan únicamente regresiones! ¿Y no es acaso significativo que se apele a lo histórico, a lo cambiante, a lo contingente cuando se trata del progreso, al mismo tiempo que se aferra uno a lo natural, a lo eterno en épocas de remordimientoo si se trata de conservar el dominio conquistado –ya sea que se trate de las fronteras o las ideologías? La humanidad entera debería ser nuestro “territorio”. Finalmente, la cuestión esencial podría ser la de la diferencia. Y ésta es una de las más complejas que existen, ya que en ella se mezclan diferencia y discriminación, respeto de la diferencia y justificación de la desigualdad, izquierdismo sentimental y extrema derecha poco novedosa. Claude Raffestin tiene sobre este tema páginas impactantes: la geografía no está mal situada para hablar de la diferencia, pero he aquí al menos un tema a debate: parece que admite que todo poder niega la diferencia y busca la uniformidad, la homogeneización, la isotropía. Es lo que se dice con frecuencia y es lo que han sostenido a su manera Stéphane Lupasco, Henri Lefebvre o Albert Jacquard. De manera parecida a la célebre historia del optimista y del pesimista soviéticos, que cuenta Alexandre Zinoviev (-“No puede ser peor”- “¡Claro que sí!”), me parece que este temor es… optimista, ya que la tendencia a la uniformización lleva a la máxima entropía y prometer la entropía del Poder es prometer su muerte. Pero esta tendencia es más bien propia de poderes brutos y brutales, poco lúcidos, si no es que ciegos, de burócratas limitados, de jefecitos imbéciles y de tecnócratas necesitados, que se ejercen en ciertos momentos y por poco tiempo. Sin embargo, el mismo Dupont-Lajoie no sabe que él existe sólo porque otros son diferentes y los puede despreciar y le son útiles como chivos expiatorios: no los soporta y, no obstante, no es nadie sin ellos. Pero el verdadero poder, consciente y duradero, que encuentra las vías de su propia reproducción, es aquél que juega con las diferencias y que llega a crearlas, si es necesario, para explotarlas. Que se trate de una fábrica (la increíble complejidad de los salarios), de clases, de lugares, de naciones, que sea organizando las migraciones o desplazando las inversiones, el Capital, que ha hecho de la división social del trabajo y de la división espacial del trabajo sus principios, sabe crear la diferencia y vive de ella – incluso si su acción puede reducirlo localmente o si ciertas discriminaciones le incomodan (p.126), lo cual constituye la menor de sus contradicciones. De esta manera, crea la neguentropía6 como su fuente de la juventud, sin la cual hace ya tiempo que 4 Incluso integrar a la mujer en el “territorio” del homo siciliens. Apoyemos aquí el homenaje que Claude Raffestin hace de paso a RenéeRochefort, cuya tesis pionera sobre el Trabajo en Sicilia (¡hace ya veinte años!) ha sido poco conocida. 5 Rama de la Psicología que se dedica al estudio científico del carácter y de los modos de comportamiento del hombre (NdT). 6 Neguentropía define la energía como una serie de causas y efectos armónicamente acomodadas en las que la suma total de los efectos armónicos dan como resultado un acople de mayor magnitud que el
  • 8. 8 habrían tenido razón los profetas que anuncian regularmente su desaparición inevitable y próxima. Después de todo, la aparente uniformidad de los mundos imaginados por Orwel o Zamiatine supone también diferencias sociales extremas ¿y funcionarían en los niveles tecnológicos y energéticos que describen, si no existiera, en algún lugar lejano, un pueblo de esclavos aún más esclavizado? La diferencia tiene frente a sí un gran camino por recorrer y tal vez no deberíamos perder de vista que ella es a veces, y en cierto sentido, excesiva: temo que ciertas ideologías “diferencialistas” no tienen otra función que hacérnoslo olvidar, precisamente porque el Poder -el verdadero- necesita crear o intensificar las diferencias, al mismo tiempo que esconde la agudización de otras, más esenciales. Lo cual por supuesto no impide de ninguna manera estar atento a toda la riqueza del “patrimonio” cultural y natural y a que no desaparezca una parcela; aunque aquí se trata de otra cosa, que es necesario ver en detalle. Claude Raffestin tiene razón junto con aquellos que ven aquí una utilidad futura, como la conservación del potencial genético. A pesar de que esta posición previsora, un poco funcionalista, sea superflua: el simple respeto del otro debería ser suficiente, pero con la condición de respetar también su voluntad eventual de ser menos diferente en lo referente al ingreso, al acceso a la información y a establecer relaciones más simétricas…Diferente pero de alguna manera igual. Es eso, según entiendo, lo que inspira Claude Raffestin a lo largo de esta geografía de las asimetrías, lo cual es, no tengamos miedo de las palabras, lo esencial del humanismo. Julio 1980 Roger Brunet Director de investigación del CNRS original, siendo una forma de resonancia que da como resultado paquetes de energía perfectamente utilizables por cualquier sistema perceptor de sus efectos. (NdT)
  • 9. 9 AdvertenciasPreliminares Este texto es un intento por cristalizar algunos fragmentos de una reflexión iniciada hace años y aún sin terminar. ¿Jamás terminará? No es seguro, en la medida en que las reflexiones se alimentan de un tema inagotable, el poder. Juguete de la perversidad clasificatoria, ha sido necesario ratificar, después de muchas otras, las diversas categorías de la geografía con que durante un tiempo creímos ilustrar lo que se ha convenido en llamar, desde hace más de un siglo, la geografía política. Ilusión perfecta, ya que la geografía, como ciencia del hombre, no se entrega “por partes” sino de un solo golpe, completa y totalmente. Es el laberinto en el que uno se pierde y se desespera… a menos que una Ariana compasiva proponga un hilo frágil pero suficientemente “real” para darle sentido a la aventura. Es en el tema del poder donde creímos encontrar ese “hilo guía”. Sería pretencioso decir que gracias a él evitamos errar, pero sería ingrato no reconocer que el hilo nos permitió errar de manera coherente. Organizar la reflexión alrededor del poder no tiene nada de profundamente original desde que los politólogos sustituyeron ese concepto piloto por el del Estado, mismo que ha sido desde hace tiempo “el tema privilegiado de toda reflexión política”1 Carente de originalidad, la geografía posee al menos cierta “novedad” en el contexto de su disciplina, aunque con frecuencia se rebela contra la introducción de nociones que no son objeto de una traducción espacial inmediata. Me siento satisfecho de que uno de nosotros, y de los que tiene más prestigio, como Paul Claval, haya tenido el ánimo de consagrar una de sus últimas obras al tema del poder.2 Nosotros mismos en un breve ensayo, en el que el carácter transdisciplinario no fue concebido para ser ameno o despertar simpatía, colaboramos planteando algunos puntos de discusión.3 ¿Pero tal vez ya todo esté dicho al confesar de manera imprudente que el poder no es “objeto de una traducción espacial inmediata”? ¿Esta afirmación tiene fundamento? Eso depende totalmente de la concepción epistemológica que se tenga de las ciencias del hombre y en consecuencia, de la geografía humana. Esta última no es la ciencia de los lugares o del espacio como quería Vidal de la Blanche. La geografía humana consiste en hacer explícito el conocimiento del conocimiento y de la práctica que los hombres tienen de esta realidad que se denomina “espacio”. En eso seguimos la concepción de nuestro amigo Luis Prieto, profesor de lingüística en la Universidad de Ginebra.4 ¿Y entonces? Entonces el “paisaje” de nuestra reflexión se modifica medianamente. Conocer y practicar una realidad material supone y postula un sistema de relaciones al interior del cual circula el poder, ya que éste es consustancial a toda relación. El conocimiento y la práctica puestos en marcha por el trabajo implican una forma de poder a la cual no es posible escapar. Explicitar el conocimiento y la práctica que los hombres tienen de las cosas es, sin saberlo y sin quererlo, desnudar el poder que esos mismos hombres se atribuyen, o tratan de atribuirse, sobre los seres y las cosas. El poder no es ni una categoría espacial ni una categoría temporal, sino que está presente en cualquier “producción” que se apoya en el espacio y en el tiempo. El poder no se representa fácilmente; sin embargo, se le puede descifrar. Lo que nos falta es saber hacerlo, y en esa medida, podríamos al menos leerlo. 1 Georges BALANDIER. Anthropologie politique. P.U.F. Paris 1967, p.145. 2 Paul CLAVAL. Espace et pouvoir. P.U.F. Paris 1978 3 Claude RAFFESTIN, Mercedes BRESSO. Travail espace, pouvoir. L’Age d’Homme. Lausanne. 1979 4 Luis PRIETO. Pertinence et pratique. Editions de Minuit. Paris 1975.
  • 10. 10 Al escribir esto, me viene a la memoria un cuadro de Goya, que más allá de lo que representa, expresa con terrible precisión el complejo entramado que las relaciones de poder tejen en los espectáculos más triviales. Pienso en el cuadro “Don Manuel Osorio de Zúñiga” en el que aparece un niño y sus juguetes “vivientes”. El espacio del cuadro está marcado por el niño vestido de rojo, sujeto por excelencia, y por los animales puestos a sus pies, a la derecha, a la izquierda y frente a él. Pero el espacio también está marcado por las relaciones que mantienen los elementos de esta composición. La obra de Goya es fascinante como metáfora pictórica de un sistema de poder. El niño ciertamente, domina con su presencia, resaltada por el rojo, pero lo hace sobre todo debido a que las relaciones pasadas, presentes y futuras le conciernen. Sostiene un cordón que traba al pájaro que está frente a él impidiéndole cualquier movimiento potencial, según la libertad que el niño quiera concederle. A su derecha, tres gatos, cuyas cabezas se sitúan en lo alto de un triángulo imaginario, fijan su mirada en el pájaro, en el que descubren un desafío ofrecido a su violencia, violencia escondida, lista para saltar pero que la presencia del niño impide. La prueba de ello es la ausencia de temor manifiesta en el pájaro, quien procura sujetar una carta con su pico. Del lado izquierdo del niño hay una jaula con pájaros más pequeños, misma que expresa su carácter de prisión, en un plano secundario del espacio construido. Todos los animales son desafíos para el niño que los controla y con los que mantiene relaciones de poder. Sin embargo, basta con que el convenio que mantiene a los gatos quietos cese para que la escena se anime y se vuelva un drama. El niño también es el desafío de esos animales, ya que es alternativamente restricción y garantía y hace que pese sobre ellos la ambigüedad de su voluntad. Es la medida de la incertidumbre y la parte que corresponde al azar para ellos… y para él. Es por lo tanto la representación de un equilibrio entre una infinidad de desequilibrios posibles que podemos imaginar pero no verificar. Las relaciones de poder se inscriben en una cinemática compleja. Este libro se ha atado a esta cinemática del poder y su estructura exige algunos comentarios para facilitar su comprensión. Apoyándonos en la geografía política clásica tal y como ha sido trabajada desde Ratzel, hemos podido criticarla: criticar no es destruir, sino descubrir una identidad. La geografía política clásica es de hecho una geografía del Estado que había que rebasar proponiendo una problemática relacional en la cual la clave es el poder. En cualquier relación circula el poder, que no es poseído ni adquirido, sino pura y simplemente ejercido. ¿Ejercido por quién? Por actores surgidos de esta población analizada antes que el territorio. Prioridad que no se nos dejará de reprochar, pues rompe una tradición bien establecida en la geografía política. ¿Pero por qué la población en primer lugar? Porque es la fuente del poder, el fundamento mismo del poder, por su capacidad de innovación vinculada a su potencial de trabajo. Es por ella por la que pasan todas las relaciones. Como el niño de Goya, la población está marcada por el signo de la ambigüedad como actor y desafío al mismo tiempo. Es a través de ella que todo lo demás toma sentido y adquiere múltiples significaciones y es por ella que las cosas son coherentes, contradictorias y paradójicas. El territorio, tema de la tercera parte, no podría ser más que producto de los actores. Estos generan el territorio partiendo de esta primera realidad dada, que es el espacio. Hay, pues, un “juicio” del territorio en virtud del cual se manifiestan todo tipo de relaciones de poder que se traducen en tejidos, redes y centralizaciones cuya permanencia es variable, pero cuya esencia no cambia en cuanto a categorías imprescindibles. El territorio es también un producto “consumido”, o si se prefiere vivido por aquellos que, sin haber participado en su elaboración, lo utilizan como un medio. Es aquí donde todo el problema de la territorialidad irrumpe, permitiendo
  • 11. 11 verificar el carácter simétrico o asimétrico de las relaciones de poder. La territorialidad refleja seguramente el poder que se aboca a consumir mediante sus “productos”. En la cuarta y última parte, analizamos los recursos, no como materias a adquirir o a poseer, ya que no lo son, sino como pretextos que originan prácticas y estrategias. Un recurso no es una cosa, es una relación cuyo éxito provoca la aparición de las propiedades necesarias para la satisfacción de necesidades. Pero tampoco es una relación estable, ya que aparece y desaparece también. Todo recurso es un devenir, todo recurso es un desafío dinámico. Nuestro sesgo contrastará con algunas costumbres. No es sino la consecuencia de una conceptualización que busca ser coherente en la perspectiva de la problemática relacional. No hemos querido compilar informaciones o hechos, sino proponer un camino para escapar, precisamente, de la confusión de datos y anotaciones dispersas sin encuadre en un sistema de fundamentos. En ese sentido, nuestro ensayo es totalmente teórico. Algunas de nuestras hipótesis están por verificarse e invitan a la discusión. Nuestra reflexión, ya lo hemos dicho, no está terminada. En ese sentido, no hemos hecho un manual; se trataría eventualmente de un anti-manual, ya que plantea muchas preguntas y propone ejes de reflexión. Es, más allá del tiempo, un viejo sueño de estudiante que he tratado de realizar. Hubiera querido más libros que cuestionaran, en lugar de libros que respondieran, pues es mediante las preguntas, y no por las respuestas, que se mide el conocimiento. Escribir un libro es una operación solitaria, pero eso supone, no obstante, una red de amistades múltiples. Por eso quiero agradecer muy sinceramente a DanielleJolimay quien se encargó con su talento y su amabilidad habituales de transcribir el texto. Agradezco a Jacques Cocquio, quien supo dar a los croquis un estilo gráfico armónico al tipo de ensayo de esta obra. Agradezco a Antoine Baillo, Henri Bertrand y Jean- Bernard Racine, quienes leyeron el manuscrito y lo enriquecieron con sus señalamientos y sugerencias siempre pertinentes y documentadas. Finalmente, agradezco a Mercedes Bresso, quien no solamente leyó de manera crítica el manuscrito sino que no dejó de procurarnos su ayuda vigilante cuando enfrentábamos dificultades.
  • 12. 12 PRIMERA PARTE DE UNA PROBLEMÁTICA A OTRA
  • 13. 13 CAPITULO I CRITICA DE LA GEOGRAFIA POLITICA CLASICA I. SURGIMIENTO DE LA GEOGRAFIA POLITICA. Paradójicamente, las ciencias del hombre mientras más jóvenes son, más tentadas están a establecer su genealogía. Nadie espera una conferencia histórica al principio de una obra de física. Por el contrario, si es de sociología, de ciencia política o de geografía, no nos sorprenderán las referencias a una filiación. Los historiadores de las ciencias del hombre invierten con frecuencia considerables esfuerzos para retroceder en el pasado hacia los orígenes de sus disciplinas. Todos esos discursos históricos tuvieron durante mucho tiempo el objetivo de mostrar, antes que nada, la existencia de una continuidad, para fundamentarla identificación de “momentos” epistemológicos. La geografía política no escapó a esta tradición y se pueden apreciar, desde Herodoto hasta Ratzel, una multitud de ancestros como Platón, Aristóteles, Botero, Bodin, Vauban, Montesquieu, Turgot, etc., por mencionar sólo a algunos de los que, por una u otra razón, fueron llamados a dar testimonio de la antigüedad del proyecto político en la geografía. No se trata en absoluto de desacreditar este tipo de investigación erudita, indispensable para la comprensión de una génesis, pero nos parece más significativo, cuando menos en lo que toca a nuestro propósito, aclarar los “momentos fuertes” de la epistemología geográfica. No abriremos un debate para saber si una epistemología de la geografía es posible. Debate que, no obstante sería necesario, en la medida en que muchos epistemólogos, siguiendo a Piaget, no otorgan a la geografía un estatuto epistemológico. Es particularmente revelador que Piaget no tome en cuenta la geografía humana entre las ciencias “nomotéticas.”1 Es todavía más sorprendente que la geografía, al igual que la economía o la demografía, por ejemplo, -con menos éxito tal vez-, busque establecer “leyes”. Como quiera que sea, postulamos que hay una posible epistemología de la geografía, dada su búsqueda de “leyes”, sean o no cuantitativas. Nos encontramos motivados por esta vía de la geografía política, fundada en toda su amplitud, por Ratzel en 1897.2 En todo el proyecto ratzeliano subyace una concepción nomotética y es poco relevante, en el estado actual del análisis, saber si tuvo éxito o no. La obra de Ratzel es un “momento epistemológico”, ya sea que se trate de su “Anthropo geographie” o de su “Politische Geographie”. Ratzel se encuentra en un punto de convergencia entre una corriente de pensamiento naturalista y una de pensamiento sociológico, que el análisis minucioso de sus fuentes permite revelar, aunque sea difícil, ya que Ratzel, excepto por algunas notas y señalamientos, no proporciona sino pocas o nulas referencias. Sin embargo, siguiendo su obra, es relativamente fácil descubrir lo que retoma de las ciencias naturales, de la etnografía, de la sociología, pero sobre todo de la historia. Ratzel seguramente estuvo influenciado por historiadores como Curtius y Mommsen, por geógrafos como Ritter y Reclus, pero también por un hombre como Spencer, quien le hizo descubrir la ley del desarrollo, retomada más tarde por Darwin. Estuvo influenciado también por el rigor casi matemático de Clausewitz. El cuadro conceptual de Ratzel es vasto y tan naturalista como sociológico, pero sería erróneo reprocharle el haber “naturalizado” la geografía política, como se ha hecho en ocasiones. El mismo Ratzel tomó sus distancias y reconoció que la comparación del Estado con organismos altamente desarrollados no fructificó (“Der 1 Cf. Jean PIAGET. Epistémologie des sciences de l’homme. Gallimard, Paris, p.17. 2 Friederich RATZEL. Politische Geographie. München und Leipzig, 1897.
  • 14. 14 Vergleich des Staates mith ochentwickelten Organismen ist unfruchtbar”).3 Al insistir sobre el Estado, la circulación y la guerra, Ratzel revela sus preocupaciones y sobre todo manifiesta una perspectiva socio-política que no quedará satisfecha con un simple distanciamiento de los métodos puramente biológicos. La segunda edición puede considerarse como la obra maestra que ha orientado e influenciado no solamente a la escuela alemana, sino que incluso, de manera diferenciada, ha tenido influencia en todas las demás escuelas de la geografía. No queremos decir que los autores que siguieron a Ratzel sean sus epígonos, sino que la obra ratzeliana, al poner las bases de la geografía política, trazó un cuadro en el que se puede trabajar incluso oponiéndosele, tal y como sucedió con la escuela francesa. Ratzel planteó una serie de conceptos, algunos de los cuales se difundieron mucho y otros no. Es indispensable dar un rápido vistazo al aporte ratzeliano para comprender cómo emergió la geografía política y de qué manera se desarrolló posteriormente. Ratzel partía de la idea de que existía una relación estrecha entre el suelo y el Estado. En el fondo, se trataba de una estrategia política de lo que se llamó determinismo y que tuvo sus encarnizados defensores y detractores. No es este el lugar para retomar esta vieja discusión cuyo interés no es sino histórico. Sin embargo, es interesante mostrar que esta relación entre suelo y Estado inauguraba una tendencia nomotética en la geografía, que el famoso probabilismo francés no supo reemplazar. No supo hacerlo en la medida en que los instrumentos que habría podido movilizar, en particular, la estadística probabilística, no fueron parte del arsenal metodológico de la geografía durante cuando menos medio siglo. El elemento fundador, formador del Estado fue, para Ratzel, el enraizamiento en el suelo de las comunidades que explotan los potenciales territoriales. El análisis ratzeliano se desarrolló sincrónica y diacrónicamente, de ahí la necesidad de valerse de los historiadores. En la evolución del estado, Ratzel percibió muy bien el rol y la influencia que podrían tener las representaciones geográficas, así como las ideas religiosas y nacionales. Pero es seguro que fue en los conceptos espaciales donde Ratzel concentró sus esfuerzos y en particular sobre la posición, que es uno de los conceptos más importantes de la geografía política. También las fronteras llamaron su atención, en tanto órganos periféricos del Estado. Por eso buscó distinguir la importancia de las zonas de contacto, tierra-mar por ejemplo, mares, montañas, planicies, sin olvidar la relevancia de los ríos y lagos. Sin embargo, no descuidó el estudio de la población y la circulación, entendidos como movimiento de los seres y de las cosas. Si consideramos de manera más precisa algunos de los conceptos utilizados por Ratzel, sorprende su modernidad. Es suficiente mencionar, para convencerse de ello, el crecimiento diferencial, el centro y la periferia, el interior y el exterior, la proximidad, entre otros. Los estudios contemporáneos sobre la alometría4 han dado al concepto de crecimiento diferencial una base matemática, mientras que los economistas, aunque no sólo ellos, han adoptado los conceptos de centro y periferia.5 Sin duda, esos conceptos fueron desviados de su sentido original que, para Ratzel, era espacial, pese a lo cual fueron útiles para expresar estrategias realizadas en el espacio. Muchas cosas, si no es que todas, están en la obra de Ratzel, pero fueron olvidadas… y redescubiertas, a veces sesenta años después. La perspectiva iniciada por Ratzel fue muy amplia y durante varias décadas el programa de la geografía política no se modificó en su esencia. Se puede afirmar inclusive que sólo nos conformamos con explotar la “mina 3 F. RATZEL. Politische Géographie oder die Geographie der Staaten, des Verkehres und des Krieges. München und Berlin, 2e edition, 1903, p.13. 4 Área de conocimiento de la zoología que estudia el cambio en las proporciones del cuerpo de un animal durante su crecimiento, según el desarrollo de uno de sus miembros y que puede ser lento o rápido (NdT). 5 Cf. Sobre este tema, Samir AMIN. L’accumulation à l’échelle mondiale. Editions Anthropos, Paris, 1970.
  • 15. 15 ratzeliana”. Lo que parece novedoso es aquello que Ratzel voluntaria o involuntariamente dejó en la sombra. En efecto, si se consideran sólo los marcos conceptuales, dejando de lado las transformaciones que sucedieron en el mundo desde el principio del siglo XX, así como los avances metodológicos de la geografía política debidos al uso del lenguaje lógico-matemático, se puede concluir que el pensamiento actual de la geografía política se produce, grosso modo, en los mismos moldes que los utilizados por Ratzel. Eso significa que se ha realizado, evidentemente, un enorme trabajo de reproducción, de actualización en los contenidos, y apenas modestos trabajos de creación, es decir, una mediocre actualización de las formas. Si Ratzel, vuelto a la vida, abriera los manuales de geografía política general, no se sentiría extrañado más que por el uso de ciertas fórmulas e índices, ya que encontraría las categorías analíticas utilizadas o forjadas por él mismo. Dichas categorías analíticas procedían directa o indirectamente de un solo y único concepto, el del Estado: “nadie ha visto al Estado. ¿Quién puede negar, no obstante, que sea una realidad?6 ¡Ratzel nunca negó que fuera una realidad! Inclusive contribuyó ampliamente a afirmarla en el terreno de la geografía. Es incluso la misma realidad, ya que es representativa de lo político, lo que busca Ratzel. Pero ¿cuál es este Estado que privilegia Ratzel? Es el Estado moderno o el Estado nación. Dicho de otra manera, Ratzel convierte a la Geografía en una de sus “conformaciones históricas posibles a través de las cuales una colectividad afirma su unidad política y construye su destino.”7 No tiene dudas sobre ello: “quien dice poder o autoridad no está diciendo sino Estado.”8 Para Ratzel todo acontece como si el Estado fuera el único lugar de poder, como si todo el poder estuviera concentrado en él: “Hay que disipar la frecuente confusión entre Estado y poder. El poder nace muy temprano, a partir de la historia que contribuye a hacer.”9 De esta manera Ratzel involucró a todos sus “herederos” en la vía de una geografía política que no considera más que al Estado o a los grupos de Estados. Veremos enseguida el significado propiamente geográfico de esta decisión, pero antes, es necesario preguntarse por qué Ratzel tomó esta decisión. El mismo Ratzel no aporta una explicación, pero podemos interrogar al contexto en que se desarrolló. La Alemania del siglo XIX estaba inmersa en el pensamiento hegeliano. No sabemos si Ratzel simpatizaba con la concepción hegeliana, pero lo que es seguro es que toda su geografía política muestra que “El Estado es la realidad en acto de la Idea moral objetiva”… en la costumbre, tiene su existencia inmediata; en la consciencia de sí, el saber y la actividad del individuo, su existencia mediata; mientras que éste tiene, por el contrario, la libertad sustancial de atarse al Estado como a su esencia, como objetivo y como producto de su actividad.”10 No debe subestimarse el peso del “Zeitgeist” y Ratzel, cuando menos en su geografía política, hace eco del pensamiento del siglo XIX que racionaliza al Estado. Concede al estado su significado espacial y lo “teoriza” geográficamente. En este aspecto, no deja de ser influenciado por una larga tradición filosófica que encontró en Hegel a su representante más brillante: “en los primeros teóricos políticos de Europa –Hobbes, Spinoza, Rousseau- el Estado-Nación no se distingue bien de la Ciudad-Estado, porque el pueblo, la nación, el Estado se confunden. Mientras que Hegel establece entre dichos términos un vínculo racional”.11 6 Georges BURDEAU, L’Etat. Seuil, Paris 1970, p.13. Traducción nuestra (NdT). 7 Definición de J. Freund, citada por George BALANDIER en su Anthropologie politique, P.U.F. Paris 1967, p.145. 8 Henri LEFEBVRE. De l’Etat, 1, l’Etat dans le monde moderne. Union Generale d’Editions, Paris, 1976, p.4. 9 Ibid. p.4. 10 HEGEL, Principes de la philosophie du droit. Gallimard. Paris, 1963, p.270. 11 LEFEBVRE, op.cit.p.7.
  • 16. 16 Desde el momento en que el Estado=lo político, siendo la categoría del poder estatal superior a todas las demás, el estado puede ser la única categoría de análisis. Hemos demostrado que decir que el Estado es la única fuente del poder es una confusión, pero es también un discurso metonímico. O bien el Estado detenta el poder y es único que puede detentarlo, o bien es el poder superior y hay que suponer poderes inferiores que pueden interferir con aquél. (La geografía política de Ratzel es una geografía del Estado y conlleva implícitamente una concepción totalitaria, la del Estado todopoderoso). Sin saberlo ni quererlo, Ratzel creó la geografía del “Estado totalitario”, donde el adjetivo significa aquello que abarca una totalidad, a diferencia del sentido político actual del término. Pero no hay que equivocarse, si Ratzel aún no conocía el Estado totalitario en el sentido contemporáneo, ya lo había imaginado y de hecho, en su geografía, lo hizo visible en su decoración espacial. Es verdad que el Estado no se ve, pero también es cierto que el Estado se muestra en una variedad importante de manifestaciones espaciales, de la capital a la frontera, pasando por las redes interiores jerarquizadas y las redes de circulación. El Estado puede leerse geográficamente y Ratzel aportó las categorías para descifrarlo: centro versus periferia, interior versus exterior, superior versus inferior, etc. La geopolítica, que es realmente una geografía del Estado totalitario (Italia, Alemania, URSS) no hizo sino abrevar del corpus de conceptos ratzelianos para encontrar los instrumentos de su elaboración. Sólo existe el poder del Estado. Es tan evidente que Ratzel no alude, en materia de conflicto, al choque entre dos o más poderes, más que a la guerra entre Estados. Las otras formas de conflicto, como las revoluciones, por ejemplo, que cuestionan al Estado en su interioridad, no tienen lugar en su sistema. La ideología subyacente es la del Estado triunfador, la del poder estatal. Todas las escuelas de geografía que hicieron geografía política después de la escuela alemana, como la francesa, la inglesa, la italiana y la americana, ratificaron estos principios filosóficos e ideológicos y, en ese sentido, nunca cuestionaron la ecuación Estado=poder. ¿Cuál es el significado geográfico del punto de vista del “conocimiento científico” de esta situación? En primer lugar, al no considerar más que al Estado, como es el caso de la geografía política general, no se dispone más que de un nivel analítico espacial, limitado por las fronteras. Ciertamente, existe también una jerarquía de niveles creados por el Estado para organizar, controlar y gestionar su territorio y la población, pero con el carácter cada vez más integrador y circundante del Estado dichos niveles aparecen más como relevos espaciales para difundir el poder estatal que como niveles articuladores del ejercicio de poderes inferiores. Dicho de otra manera, la escala es establecida por el Estado. Se trata de una geografía unidimensional que no es aceptable en la medida en que existen poderes múltiples que se manifiestan en las estrategias regionales o locales. En segundo lugar, el poder estatal es considerado un hecho evidente que no tiene necesidad de ser explicitado, ya que se expresa en las cristalizaciones espaciales que ponen de manifiesto su acción. Evidentemente se trata de inferir algo no identificado a partir de los signos que esta clase de geografía deja por aquí y por allá. Finalmente, hay una ruptura entre la dinámica que se puede constatar en ese poder estatal y las formas que se pueden observar en el terreno operativo de un territorio. Queremos decir que los diversos sistemas de flujo que contribuyen, en la génesis del poder estatal, a la elaboración de dichas formas, no están verdaderamente descritos o explicados. ¿Las cosas han cambiado desde Ratzel? ¿Estamos frente a una geografía política o estamos todavía frente a una geografía del Estado? Eso trataremos de ver.
  • 17. 17 II. ¿GEOGRAFÍA POLÍTICA O GEOGRAFÍA DEL ESTADO? Una verdadera geografía no puede ser sino una geografía del o de los poderes. Según nosotros, la expresión de geografía del poder es mejor y a partir de ahora, no utilizaremos más que esa. Si se dice, siguiendo a Lefebvre, que no hay más poder que el político, eso significa, considerando lo anterior, que la política no se refugia completamente en el Estado. En efecto, si lo político logra su forma más completa en el Estado, eso no implica que no pueda caracterizar también a otras comunidades: “Estudiando de manera comparativa el poder en todas las colectividades, se pueden descubrir las diferencias entre el poder dentro del Estado y el poder en otras comunidades”.1 Para una discusión acerca de lo político, remitimos a Balandier.2 Aceptamos que hay poder político desde el momento en que una organización lucha contra la entropía que la amenaza con el desorden. Esta definición, inspirada en Balandier, nos permite descubrir que el poder político es congruente con toda forma de organización. Ahora bien, la geografía política, en el sentido estricto del término, debería tener en cuenta a las organizaciones que se desarrollan en un contexto espacio -temporal que éstas contribuyen a organizar… o a desorganizar. De forma general, la escuela alemana puso el acento en las tendencias expresadas por Ratzel y reveló ciertas dimensiones latentes en el autor. Independientemente de que se tome a Maull o Supan, no hay duda de que nos encontramos frente a una geografía del Estado y no frente a una geografía política que daría lugar a formas de poder político diferentes de las que se derivan directamente del Estado. Maull, muy sistemático, fue capaz de elaborar inclusive una morfología de los Estados, con lo cual puso en evidencia el proceso vital de creación estatal. Eso constituye una cadena “lógica” de inspiración biológica que recuerda, en ciertos aspectos, lo que Jones trató de hacer algunas décadas después con su Unified Field Theory.3 Fiel al determinismo, Maull buscó la manera de formular leyes: la de la dependencia causal entre hombre y naturaleza; la ley de la variabilidad de las relaciones entre la naturaleza y el ser humano; la ley del desarrollo, y la ley de la unidad de los efectos geográficos. Se notará, de paso, que el determinismo de Maull no es absoluto, sino que lo relativiza mediante la ley de variabilidad de las relaciones entre el hombre y la naturaleza. Maull clausuró una época en la geografía alemana marcada sin duda por esfuerzos teóricos serios. Supan y Dix se encuentran en esta misma línea. El primero es cercano inclusive a la cuantificación, cuyos resultados merecerán la ironía de Ancel,4 mientras que el segundo se sitúa en una perspectiva geopolítica.5 Con la geopolítica, término atribuido a Rudolf Kjellen, se prepara la mundialización del Estado. La primera guerra mundial no es ajena a este control total por parte del Estado. Un hombre como JulienBenda, había presentido y analizado perfectamente lo que se tramaba: “La guerra política, al implicar la guerra de las culturas, es propiamente una invención de nuestro tiempo y le asegura un lugar insigne en la historia moral de la humanidad”.6 Este señalamiento, escrito en 1927, prueba sobradamente que el Estado está tratando de ocupar todo lugar disponible. 1 Maurice DUVERGER. Introduction à la politique. Gallimard, Paris. 1964, p.16. 2 Georges BALANDIER. Anthropologie politique. P.U.F. Coll. S.U.P. Paris, 1967, p.28-59 3 Cf. Otto MAUL Politische Geographie, Berlin 1925 y S.B. JONES An Unified field theory of political geography: Annals of the Association of American geographers, vol.44, 1954. 4 Cf. Alexander SUPAN, Letlinien der allgemeinen politischen Geographie, Berlin und Leipzig 1922 et Jacques ANCEL, Géopolitique, Paris 1936, p.88. 5 Arthur DIX, Politische Geographie, Weltpolitisches Handbuch, München und Berlin 1922. 6 Julien BENDA, La trahison des clercs, J.J. Pauvert, Paris 1965, p.24.
  • 18. 18 Es evidente que con el advenimiento de la geopolítica se está frente a una ciencia del Estado concebido como un organismo geográfico en constante movimiento. Es el inicio del juego de suma cero de los Estados del siglo XX. En los años treinta, un grupo de autores, bajo la dirección de Kart Haushofer, elaboró el pensamiento geográfico del Estado nazi, útil para todo Estado totalitario. Desde entonces la geopolítica aparece como una especie de geografía aplicada al Estado. ¿Cómo sorprenderse entonces del desinterés de ciertas escuelas por la geografía política, si sabemos que inició con tan mala fama mala fama? Golpeada por esta indignidad, la geografía política permaneció estancada durante mucho tiempo. A pesar de ello, la que estaba en tela de juicio no era, desde nuestro punto de vista, una verdadera geografía política, sino una geografía del Estado. Después de haberse roto, la tradición alemana se reanudó y una de las últimas obras de Schwind tiene el mérito de presentarse como una “geografía del Estado”.7 La escuela francesa se fundó, en gran medida, como reacción a la alemana. Además, es más discreta en sus manifestaciones. Sin duda también fue debido a que Vidal de la Blanche no elaboró sino artículos y notas dispersas en esta materia. Al relativizar la relación hombre-suelo, la corriente vidaliana generó una crisis en el pensamiento geográfico. La primera víctima de esta crisis fue tal vez Camille Vallaux, a quien se percibe molesto después de haber rechazado el determinismo: “Para que (la geografía política) sea legítima, basta con encontrar las huellas de los agentes naturales, siempre o al menos de vez en cuando, y de manera profunda, o al menos discernible, en el transcurso del desarrollo histórico y de la evolución de los Estados”.8 ¿Es posible estar más incómodo científicamente hablando? Vallaux, de quien se han olvidado demasiado pronto sus aportes originales, concluirá su obra con la constatación de que es difícil descubrir relaciones de causalidad y de interpenetración entre el suelo y el Estado provistos de ese carácter de necesidad que no puede pasar desapercibido para ninguna ciencia.9 Si la crisis iniciada por Vidal, que desembocó en lo que se ha llamado después el posibilismo, hubiera podido apoyarse en el concepto de probabilidad que postulaba implícitamente, la geografía habría conocido otro destino… No fue así. De hecho la escuela francesa, aun habiendo rechazado debidamente el determinismo, ha conservado de éste la idea de necesidad, que no es probabilística.10 Hicieron falta los instrumentos de reconstrucción para actuar después de la crisis. Habría que hacer un libro sobre el determinismo residual de la escuela francesa, que se puede apreciar aún en la actualidad. Jean Brunhes, en su geografía de la historia, escapó en parte al restringido cuadro del Estado. Lo mismo Albert Demangeon y Emile Félix Gautier, entre otros, en sus obras sobre el fenómeno colonial. André Siegfried, en un contexto diferente y como consecuencia de una tradición inaugurada por Alexis de Tocqueville, ilustrará sobre todo el poder político, tal y como lo definimos, antes que el poder del Estado. Uno de los raros autores que intentaron teorizar la geografía política fue Jacques Ancel, a quien Gottman condena severa e injustamente: “no se puede calificar de doctrina un intento desafortunado por encontrar un término medio entre los métodos francés y alemán”.11 Juicio aún más injusto, puesto que Ancel mismo estigmatizó los errores de la geografía alemana. Ancel elaboró un trabajo nada despreciable en materia de fronteras, que se inscribe totalmente en la tradición posibilista.12 No cabe duda de que dichos trabajos han 7 Martin SCHWIND. Allgemeine Staatengeographie, Berlin, New York 1972. 8 Camille VALLAUX, Le sol et l’Etat. Paris, 1911 p.20. 9 Ibid., p.395. 10 Relativo al uso de la teoría de probabilidades, cálculo matemático, estadística (NdT). 11 Jean GOTTMANN, La politique des Etats et leur géographie. Paris 1952, p.56. 12 Jacques ANCEL, Géopolitique, Paris 1936 y Géographie des frontières, Paris 1938.
  • 19. 19 envejecido, pero eso no impidió que marcaran un momento en la geografía política francesa. Después de la Segunda Guerra Mundial, sólo Gottman realizó trabajos de geografía política que posiblemente marcaron más a los historiadores y a los politólogos que a los propios geógrafos. Gottman estuvo en la intersección de las influencias francesa y anglosajona, lo que permite encontrar en sus trabajos esta combinación de historia, ciencia política y geografía. Se hizo famoso por haber llamado la atención respecto a la iconografía y la circulación en la geografía política. De hecho, eso proviene en línea directa de Ratzel, a quien tuvo el mérito de redescubrir. Gottman se acercó a la geografía política: “No existe la política más que donde se ejerce la acción de los hombres que viven en sociedad”13 , pero la idea del poder no se explicita sino a través del Estado. Los ingleses y los americanos manifestaron un especial interés por la geografía política. Los estadounidenses siguieron haciéndolo de manera activa. ¿Hay que señalar el efecto de la influencia y de la dominación que Inglaterra tuvo en el mundo alrededor del siglo XX y que los Estados Unidos ejercieron después? M.J. Mackinder trató desde 1904, de sistematizar en mapas a pequeña escala una visión neo histórica del poder o, más precisamente, de la potencia en el mundo. Hubo y hay todavía una innegable tentación planetaria en la explicación en geografía política. Se conoce la fórmula sintética de Mackinder: “quien posee el World Island (Europa, Asia, África), dirige el mundo”. Estas visiones que prefiguran la geopolítica, a pesar de su carácter pre-científico, -es decir, basadas en conceptos explícitos-, no fueron menos seductoras. En relación a eso, hay que mencionar también la predilección por el uso de explicaciones monistas como las de Huntington, quien buscó describir los movimientos políticos a partir de grandes pulsaciones climáticas. Indiscutiblemente, acentuó la importancia de la herencia… Por el contrario, hombres como Bowman tendrán una concepción más flexible, y hasta más justa. Bowman se guió por la siguiente opinión: “las cualidades y las reacciones mentales del hombre cambian poco”.14 Comprende bien que, en esas condiciones, la filosofía de la historia subyacente implica la repetición de ciertos fenómenos importantes. Además, Bowman abrió la veta inagotable de los world political pattern… Whittlesey no dudará en comprometerse en esta vía, sacrificando incluso a la geopolítica y proclamando, por ejemplo, que es “natural para el estado italiano aspirar a la hegemonía mediterránea.”15 Los Estados Unidos tuvieron algunos representantes en materia de geopolítica, como Spykman y Strausz-Hupé, quienes contribuyeron a desarrollar ciertos esquemas de política exterior para su país. Bogs y Hartshorne mostraron tendencias más humanistas, pero de todos modos inclinadas hacia el Estado. Ambos enriquecieron la geografía de las fronteras a través del ensayo e instrumentación de tipologías. Hartshorne es el autor de una teoría funcional en la que identifica, en relación al Estado, la “razón de ser” de éste y las fuerzas centrífugas y centrípetas que pueden respectivamente cuestionar su existencia o reforzar su cohesión. La geografía italiana, para cerrar este repaso general, no dejó de ilustrar al Estado como única fuente de poder político. Toschi se sacrificó en ello después de muchos otros.16 Salvo raras excepciones, la geografía política del siglo XX fue en general una geografía del Estado; una geografía unidimensional que no quiso ver en lo político más que una expresión del Estado. En realidad, la política penetró en toda la sociedad y si el Estadoresultó triunfante, ello no significa que no sea el lugar de conflictos y de 13 Cf. páginas dedicadas a la geografía política por Gottman en la Enciclopedia de la Pléyade, Géographie générale, Paris 1966, p.1749-1765. 14 Isaiah BOWMAN. Le monde nouveau. Paris 1928, p.1. 15 Cf. Derwen WHITTLESEY. The Hearth and the State, New York 1939. 16 Humberto TOSCHI, Appunti di geografia politica, Roma 1958.
  • 20. 20 oposiciones, en una palabra, de relaciones de poder que, no por ser asimétricas, dejan de tener presencia y de ser reales. La geografía del Estado borró sus conflictos, mientras que éstos subsisten en todo nivel relacional donde se postula una geografía política multidimensional. Esta geografía del Estado fue un factor de orden, al privilegiar lo concebido por encima de lo vivido. Sólo el análisis relacional está en condiciones de rebasar esta dicotomía concebido-vivido.17 La geografía del Estado fue construida a partir del lenguaje, de un sistema de signos, de un código que procede del Estado. ¿Cuáles son esos signos? ¿Cuál fue el lenguaje utilizado para describir geográficamente el hecho estatal? 17 Cf. LEFEBVRE, op.cit.
  • 21. 21 III. EL LENGUAJE DE LA GEOGRAFIA DEL ESTADO. El estado del que tratamos es el Estado-nación, el mismo que la ruptura política de la Revolución Francesa hizo emerger.1 Se trata pues, de un fenómeno reciente que no tiene más de dos siglos. Pero no todos los Estados son Estados nación, e inclusive si el Estado se considera la expresión política de la nación, el Estado se define en primer lugar como ser político.2 Si hay un hecho sobre el cual los geógrafos tienen consenso, es sobre la definición del Estado: “El Estado existe cuando una población instalada en un territorio ejerce su propia soberanía.”3 Se consideran tres aspectos para caracterizar al Estado: la población, el territorio y la autoridad. Toda la geografía del Estado deriva de esta triada. Consideremos primero el territorio. En relación a éste, existen dos tipos de códigos: los códigos sintácticos y los códigos semánticos.4 El código sintáctico está formado por una serie de articulaciones como la dimensión, la forma y la posición, para considerar, por el momento, sólo algunas. Estas obedecen a la lógica estructural de una combinación que permite denotar la morfología general del territorio. Pero la observación empírica, que prevaleció mucho tiempo en la construcción teórica en geografía, muestra que el alcance de los códigos sintácticos nunca fue percibido ni mucho menos explotado en la geografía política clásica. Y sin embargo, si queremos determinar la acción política de los diferentes Estados en el transcurso de la historia, se tiene que admitir que las estrategias son señaladas por uno u otro de esos elementos sintácticos. Se trata de puntualizar una política que puede hacernos creer en la continuación de un sistema coherente. No fue sino hasta la Segunda Guerra Mundial, que Inglaterra puso en el centro de su estrategia general esta posición. Rusia, a partir de Pedro el Grande tuvo también esta preocupación. Mientras que otros Estados, como Brasil en el siglo XIX, siglo de disputas fronterizas, estuvieron fuertemente marcados por la preocupación de la dimensión. Pero paradójicamente, la geografía política clásica estuvo más inclinada a decir que el Estado, hablando territorialmente, era pequeño, compacto y marítimo o grande, extenso y peninsular, mientras que hubiera sido más significativo mostrar o intentar mostrar qué articulación se utilizaba en la estrategia territorial durante cierto periodo. El uso de códigos semánticos de tipo: territorio grande, marítimo y fragmentado es frecuente. Esos códigos semánticos tienen un carácter estático que no carece, ciertamente, de interés, pero que disimula la o las estrategias que provocaron ese resultado. La combinación de una estrategia no se da de golpe, sino que obedece a una secuencia. Finalmente, esos códigos semánticos son tipos de mensajes que “no establecen posibilidades generadoras, sino esquemas ya hechos; no formas abiertas que suscitan la palabra, sino formas esclerotizadas…”5 . De esta manera, se puede describir, a partir del código sintáctico, un número importante de territorios, incluso los que no son observables. ¿Cuál es el interés? Ciertamente ninguno a nivel de la descripción, ya que sería difícil describir lo que no existe. El problema es otro. Las posibilidades generadoras del código sintáctico son perfectamente adecuadas para explicar la génesis de una estrategia territorial, sin necesidad de integrar simultáneamente varios objetivos. Una estrategia puede, por ejemplo, realizar 1 Ver, sobre ese problema, H.LEFEBVRE, De l’Etat, 3 Le monde de production étatique, Union Générale d’Editions, Paris 1977, p.50. 2 V. Norman J.G. POUNDS. Political Geography, MacGraw-Hill Book Company, New York 1972, p.12 3 Richard MUIR, Modern Political Geography MacMillan Press Ltd., London 1975, p.79 4 Sobre este problema de códigos, ver Humberto ECO La structure absente, Mercure de France, Paris 1972, p.292 y nuestro artículo, Peut-on parler de codes dans les sciences humaines et particulièrement en géographie?, L’Espace géographique, Nº 3 1973, p.183-188. Los códigos sintácticos constituyen las condiciones estructurales de la denotación mientras que los códigos semánticos combinan éstos para denotar las funciones. 5 ECO, op.cit.p.293.
  • 22. 22 primero una secuencia cuyo objetivo sea alcanzar una posición determinada y enseguida, en la segunda o la tercera secuencia, buscar la dimensión. En resumen, se hizo un mal uso de los códigos sintácticos, mientras que eran perfectamente explícitos y utilizables. En lugar de un uso y de una explotación, que los habría llevado a sus límites extremos a través del concepto de estrategia, se procedió a una transposición matemático-estática. Se esforzaron en cuantificar las formas, las dimensiones e igualmente las posiciones relativas. Se llegó a ello sin mucho esfuerzo aunque el problema de esta cuantificación se tomó, en la mayoría de los casos, bajo una perspectiva geométrica simple y no como un punto de vista sintético que integrase los desafíos habituales del poder, es decir, no solamente el territorio sino la población y sus recursos.6 El solo hecho de que la cuantificación fuera posible debió centrar la atención en esos códigos sintácticos, ya que era la prueba de que se estaban abordando los elementos de la primera articulación. En realidad la cuantificación introdujo, en ese caso, precisiones… inútiles y superfluas desde el punto de vista de la problemática morfológica que imperó durante mucho tiempo. Es una ilusión pensar que el paso de lo cualitativo a lo cuantitativo provoca un salto positivo hacia el entendimiento, cuando la problemática es idéntica. El único beneficio es el de la coherencia. No es despreciable, al contrario, pero es insuficiente. Esos códigos sintácticos como co-extensiones de un saber-ver “geométrico”, poco significativos en sí mismos -aunque ahí reside su interés inicial, que pasó desapercibido-, habrían permitido señalar la teoría y la práctica de diferentes políticas territoriales, si hubieran sido utilizados de manera juiciosa en relación con la concepción estratégica propia de cada Estado. La percepción territorial del príncipe no es geográfica en el sentido concreto de “terreno”, sino que es geométrico, ¿cómo podría ser de otra manera? Ya que de lo que se trata es de poseer una imagen o un modelo a partir de la cual o del cual se elabora una acción: “Armado de su teoría, parecería que el estratega no tendría más que volverse al “terreno”, a los datos concretos de su cálculo producto de la observación pura. De ninguna manera; la forma teórica determina igualmente -a priori- las marcas esenciales que permiten organizar los movimientos en el terreno”.7 El “estratega” no ve el terreno, inclusive no debe verlo de otra manera que conceptualizado; de lo contrario, no podría actuar. Es la distancia que toma lo que hace posible su acción y, a partir de ahí, esta distancia solo crea “el espacio”: “El espacio estratégico no es una realidad empírica…”.8 Este es, de hecho, creado por el concepto de acción, que puede ser la guerra pero que también puede ser cualquier forma de organización, de distribución, de red o de fragmentación. El estratega no ve el terreno sino su representación. Por ello, los elementos del código sintáctico como la dimensión, la forma y la posición siguen siendo esenciales en el lenguaje del territorio, pero deben retomarse como elementos de expresión de una semiología connotativa. También pertenecen al lenguaje de la geografía política las “core áreas”9 reveladoras de la problemática morfo-funcional. Una “core area” es la célula a partir de la cual el Estado se habría desarrollado, aunque no siempre existe. Muchos Estados no se construyeron a partir de esta célula primitiva. Como quiera, el concepto es útil y ha sido desarrollado en las tipologías que emergen de códigos semánticos que ponen el acento ya sea en el espacio, 6 Sobre este problema de la forma, ver Claude RAFFESTIN et Claude TRICOT, Réflexions sur les formes: Cahiers de géographie de Besançon, Nº12, 1975, p.33-45. 7 André GLUCKSMANN, Le discours de la guerre, Union Générale d’Editions, Paris, 1974, p.73. 8 GLUCKSMANN, op.cit. p.76. 9 Se trata de las zonas centrales y por ello más importantes de un territorio; “el corazón de la nación”, que resume en un espacio geográfico el patrimonio intangible como un lugar de ubicación desde el cual generar la identidad regional o nacional.
  • 23. 23 (“core area” central, periférica o excéntrica, externa) o en el tiempo, o en la dimensión de ambos.10 Las capitales y las fronteras que son también producto de códigos semánticos, tal y como fueron concebidas, constituyen los articuladores del lenguaje de la geografía del Estado. Podría decirse que las capitales son puntos-claves, al igual que las “core areas” son regiones-clave. Pero al igual que las fronteras que dieron lugar a múltiples clasificaciones, ellas expresan conformaciones, productos de relaciones que no aparecen en la problemática morfo-funcional, sino como resultados que ocultan con frecuencia las relaciones de fuerza, es decir, las relaciones de poder, que las crearon. Por otro lado, ellas sólo le interesan al Estado cuando son susceptibles de un uso más amplio, es decir, cada vez que hay una relación de poder. Lo admitan o no, los negros norteamericanos poseen “core areas” en el Estado americano, son el corazón de muchas ciudades en las que surgen las acciones políticas, reivindicaciones, revueltas, etc.. Dicho de otra manera, todos esos signos, que han servido para expresar las formas y las funciones del Estado, podrían ser retomados por una problemática relacional y extendidos a todas las relaciones de poder político en las que el Estado no está ausente, -nunca lo está, pero puede tener únicamente el rol de un referente. Los códigos revisados hasta ahora se inscriben en la perspectiva de señalar el poderío potencial del estado. Como hemos visto, los signos geométricos revelan las preocupaciones estratégicas cuyo objetivo es potencial. Sin embargo, esos signos, que constituyen un “discurso,” no son sino la imagen de dicho poder potencial. Imagen que se construye a partir de elementos cuya combinación forma grupos de indicios que estarán o no en correlación con las acciones efectivamente realizadas. En el fondo, la geografía no produce, en ese caso, más que índices, que tienen una probabilidad más o menos fuerte de corresponder a estrategias reales. En el análisis de la población, el lenguaje utilizado está compuesto también por signos específicos: cantidad, distribución, estructura, composición, por citar los más representativos. Se notará que son categorías coherentes en relación a las del territorio, en el sentido de que la población es concebida como un recurso. Esos signos sirven para identificar y para caracterizar a la población como factor potencial del poder. En la geografía del Estado, la población pierde significado propio: es concebida y no vivida. No tiene significado más que a través del proceso del Estado. Su significado se deriva de la finalidad del Estado. De hecho, se notará que los signos utilizados permiten sobre todo definir y expresar un potencial, más que una identificación diferenciada. La cantidad expresa una idea cercana a la dimensión y por ello, correlacionada con el poder potencial. Además, de su combinación resulta una “cantidad pura” integrable en toda estrategia: la densidad. Podría creerse que la densidad expresa la distribución, pero no es ese el caso, incluso si cierta geografía nos ha acostumbrado a eso. Es cierto que la densidad expresa una distribución…¡pero siempre es la misma! Eso no tiene nada de original y esta constatación fue hecha por muchos autores: “Pero de nuevo, hay lo que podemos llamar el peligro de la media”.11 Más extraña es la manera que propone Blij para salir de esta dificultad: “Podemos sugerir un modelo, el Estado que tiene solamente un ‘corazón’ goza de mayor grado de unidad que el Estado que posee varios, pese a que el resto de sus características sean similares.”12 Sería más simple agregar un índice de concentración a 10 Sobre este tema, ver MUIR, op.cit., p.36-39. 11 Harm J. de BLIJ, Systematic Political Geography, sd Edition, John Wiley & Sons Inc. New-York 1973, p.43 “But again, there is what we might call the danger of the average” en el original (NdT). 12 Harm J. de BLIJ, op.cit. “We might suggest a model; the state that has only one ‘heart’, other things being equal, enjoys a greater degree of internal unity than a state that possesses several such foci”, en el original (NdT).
  • 24. 24 cada densidad, lo que daría una imagen más fiel de su distribución.13 En ese caso, la cuantificación aumenta no solamente la coherencia sino que es útil y significativa. En cuanto a la estructura demográfica, ésta expresa una idea cercana a la de la posición. Es la medida exacta en la que la distribución por edad y sexo expresan una “posición” demográfica que denota la situación de este “recurso” que es la población. Al igual que el territorio, la estrategia del Estado connota la estructura demográfica a partir de sus finalidades. De manera caricaturesca, puede decirse que las pirámides con una base amplia “estrangulada” connotan estrategias con “futuro cerrado”. La generalización es menos excesiva de lo que podría pensarse. Francia por ejemplo, estos últimos años se inquieta, al menos en el caso de algunos medios gubernamentales, por la caída en la tasa de natalidad, que pone en tela de juicio la tasa de reproducción.14 Esos temores se incrementan cuando se constata la disminución relativa de la proporción del grupo blanco en comparación con el grupo amarillo o negro. ¡Viejo temor, vieja historia, cierto, pero que parece tener siempre actualidad! La composición de la población, vista desde el punto de vista étnico, lingüístico o religioso, es abordada con frecuencia con categorías de homogeneidad versus heterogeneidad. La primera es percibida como una condición favorable para la supervivencia del Estado, mientras que la segunda es una condición más desfavorable para este propósito. Dicho de otra manera, la estrategia del Estado pretende la homogeneidad y por eso los índices de diferenciación son tan agudos.15 Se trata de una “lectura estatal” en la que el Estado busca unificar, volver idénticos a todos por todos los medios. El Estado teme a las diferencias y, en consecuencia, no quiere ver más que un lado de las cosas. El lenguaje de la autoridad, de la soberanía no es menos revelador. Está primero el origen de esta autoridad: ¿procede de un consenso democrático o no? ¿Dicha autoridad está centralizada o no? ¿Es el origen de un Estado unitario o federal? Incluso si ciertas condiciones geográficas postulan una u otra cosa, es casi siempre en la evolución histórica donde se buscan las explicaciones. Y la razón de ello es simple: el carácter unitario de Francia y el carácter federal de Suiza se adquirieron y formaron en el transcurso de una evolución que duró siglos. Además, en este punto preciso, el sesgo histórico y el sesgo funcional de un Hartshorne convergen en el sentido de que el segundo necesita del primero para apreciar el grado de cohesión de cualquier Estado. Al terminar este rápido análisis del lenguaje usado, es conveniente precisar que no tenemos de ninguna manera la intención de aclarar todos los códigos de uso, sino solamente ciertos mecanismos de codificación de la geo estructura considerada desde la perspectiva política y, de manera más precisa, desde la perspectiva política del Estado. Nos pareció que el procedimiento descriptivo de la geografía política se ha orientado sobre todo hacia el Estado. Después de Ratzel, prácticamente todo el lenguaje fue forjado y organizado en función del Estado. Dicho de otra manera, hubo una inversión en la gestión. El Estado, incluso si es la más acabada y molesta de la formas políticas, no es la única. Si el lenguaje hubiera sido concebido para dar cuenta del poder político y de las relaciones que éste construye en el espacio y en el tiempo, el Estado habría tenido ciertamente un lugar privilegiado, pero no ocuparía todo el lugar. Esa es una de las razones por las cuales la “geografía política”, convertida en geografía del Estado, permaneció marginal y poco integrada en el corpus geográfico. En lugar de interesarse por cualquier organización dotada de poder político susceptible de inscribirse en el espacio, la geografía política no vio -y en consecuencia no hizo el análisis- más que una forma de organización, la del 13 Por ejemplo, supongamos tres países con la misma densidad D que podrían tener los índices 0,3 0,5 ó 0,8 respectivamente. 14 Cf. Sobre este tema, ver las declaraciones de Alfred SAUVY y Michel DEBRE. 15 Ver MUIR, op.cit. p.95.
  • 25. 25 Estado. Sin embargo, los signos usados pueden recuperarse para realizar un análisis multidimensional del poder. Trataremos de demostrarlo. Vimos que esta concepción unidimensional paradójica en el plano geográfico no lo era en el plano filosófico. En efecto, desde Hegel el Estado llenó el horizonte de la existencia política. Para escapar de esa paradoja, se necesita una problemática que trate de volver inteligibles no sólo las formas investidas de poder, sino las relaciones que determinan estas formas. A la problemática morfo-funcional es preciso, si no sustituir, cuando menos agregar una problemática relacional cuyos resultados, si los hay, serán connotativos de aquellos que emanan de la primera. Cuando decimos “agregar” podría creerse que se trata de una evolución lineal. No es así, ya que la problemática relacional habría precedido a la problemática morfo-funcional, lo que la situaría más arriba de ésta última. La geografía humana se constituyó, entre otros, sobre el principio de diferenciación espacial a partir del cual algunos tratan hoy de construir axiomas. La geografía política, concebida como la geografía de las relaciones de poder, podría fundarse en los principios de simetría y de asimetría en las relaciones entre organizaciones. Es hasta después que podría construirse una morfología política. La dificultad de dicha tarea reside en el hecho de que una problemática relacional es difícil de elaborar, por un lado y, por el otro, porque el poder es aun más difícil de identificar, suponiendo que pudiéramos hacerlo. ¡La tarea está destinada al fracaso antes de comenzarla! Sí, si no se tiene el ánimo de proponer, más que un modelo analítico, un esquema y no si se acepta correr el riego de hacerlo. Es ese riesgo el que vamos a tomar, por varias razones: primero, por el simple gusto de la aventura intelectual, es decir, por rehusar la reproducción, la repetición incansable; después, para tratar de demostrar que la relación, con frecuencia evocada en geografía, no ha sido explotada verdaderamente como concepto; finalmente, por aclarar ese rol del poder que se manifiesta en todas las acciones humanas.
  • 26. 26 CAPITULO II ELEMENTOS PARA UNA PROBLEMÁTICA RELACIONAL I.- ¿QUE ES UNA PROBLEMÁTICA? La palabra “problemática” es polisémica y no están de más algunas explicaciones para precisar el sentido en el que la utilizaremos. Dicho término puede, en todo caso, tener tres significados: a) Conjunto de problemas propios de un tema, por ejemplo la problemática urbana concierne a los problemas específicos de la ciudad. b) Manera de plantear un conjunto de problemas relativos a una pregunta particular. c) Modo que consiste en determinar, previamente a cualquier análisis, el estatus de inteligibilidad capaz de explicar un sistema. Es evidente que la intersección entre estos tres conjuntos no está vacía. Hay un punto en común constituido por el conjunto de preguntas que se formulan siempre que se quiere obtener un “conocimiento científico”, a partir de conceptos explícitos, acerca de cualquier tema. Sin embargo, la nuestra es la tercera definición, ya que ésta implica un método, es decir, un proceso: el de la explicación de un cuerpo de conceptos lo más unívocos posible, sin los cuales no es posible lograr un saber libre de las ambigüedades del conocimiento que se puede tener de los hechos a primera vista. Eso no significa de ninguna manera que el investigador no esté marcado por una ideología, la suya, que lo penetra por todas partes y de la que no puede deshacerse, aunque lo intente repetidamente. Nuestra ideología será lo suficientemente identificable como para que no sea necesario explicitarla ahora. Si optamos por una problemática relacional, es porque pensamos que las relaciones son capaces de hacer inteligibles el poder político y sus manifestaciones espaciales. La existencia está tejida por relaciones, es un vasto complejo relacional con una problemática muy diferente de la llamada morfo-funcional. Ésta se reclama como geografía de un triángulo: querer-ver, saber-ver, poder-ver, mientras que aquélla se funda en el triángulo querer-existir, saber-existir, poder-existir. Eso corresponde a otras interrogantes y a otras inquietudes sociales, inscritas en un contexto ajeno al testimonio y más cercanas a la “participación crítica”. Se trata pues, de un proyecto diferente del instituido a finales del siglo XIX por la geografía política clásica. ¿”Proyecto diferente”? ¿La geografía política clásica se desarrolló como un proyecto? Podemos dudarlo, por la simple razón de que nunca se enunció la idea de proyecto, al contrario de la idea de objeto. Cualquier geografía política empezó con la definición de un objeto y se instituyó como innegable “totalitarismo” del objeto: “¡la geografía política es esto y no aquello!” Ese tipo de afirmación se opone a una investigación definida como proyecto. Nuestra investigación se inscribe en esta concepción de proyecto y no en la del objeto. Eso significa que postulamos “una” nueva descripción, cuya ambición es echar abajo las bases “de una” nueva explicación. El uso del artículo indefinido cobra total sentido al implicar que se trata de una descripción posible entre otras; es decir, de una manera de desplegar las cosas de forma eventualmente creadora de otra explicación. En cualquier caso, descripción y explicación dependen estrechamente del cuadro conceptual, determinado en su totalidad por el proyecto o proceso de inteligibilidad.
  • 27. 27 II.- IDENTIFICACION DE LA RELACION Es Marx quien, una vez más, a través del análisis de la mercancía, mostró que “en ella hay un acto que implica una relación”.1 Es sorprendente que la noción de cambio, que llamó la atención de todas las ciencias del hombre, no se haya atendido para la construcción de una teoría de la relación. A pesar de ello, el esbozo de una teoría semejante es posible: “Los ‘cambistas’ aportaron una realidad orgánica, sus cuerpos, sus manos, además de sus herramientas y sus productos. Se relacionaron entre sí. Ese contacto, que aporta información a cada una de las partes, las modifica. Se funden en él una energía orgánica y una energía informativa”2 . Este acto inicial siempre es actual, ya que se repite indefinidamente y se reproduce en todas las manifestaciones de la vida cotidiana. Pero la relación no está presente solamente en el intercambio material; es también co-extensiva y co-fundadora de cualquier relación social. Aunque es verdad que el acto de intercambio material se distingue del no-intercambio -del don y del robo, por ejemplo- y del intercambio estrictamente mental, no por ello deja de entrar, al igual que el no-intercambio y el intercambio meramente mental, en esta categoría más general que es la relación. El intercambio material no es sino un caso particular, ciertamente importante pero no único, de la relación. Si la relación no ha sido teorizada verdaderamente es porque aparece como un concepto demasiado global, demasiado general. De hecho, no es tal si se quiereidentificar con precisión. La complejidad de las relaciones es lo que hace difícil el sesgo relacional, ya que, si por comodidad se describen primero las relaciones bilaterales, no hay que olvidar que se trata de una abstracción, en el sentido de que las relaciones son multilateralesla mayoría de las veces. Para simplificar tomemos, para empezar, una relación bilateral corriente -pero no simple-: la del contrato laboral. De hecho el contrato laboral no es bilateral más que en apariencia, ya que si hay un vendedor de trabajo, el que ofrece, y un comprador de trabajo, el demandante, su relación hace que intervenga en todo caso la organización estatal presente en las reglas, las leyes, en una palabra, en los códigos que regulan la compra-venta del trabajo. Esta relación puede hacer intervenir también a la o las organizaciones sindicales presentes en los contratos colectivos e igualmente en el conjunto de reglas (figura 1). 1 Cf. Henri LEFEBVRE. De l’Etat,3, le monde de production étatique, Union Générale d’Editions, Paris 1977, p.9. 2 H. LEFEBVRE. op.cit. p. 19.
  • 28. 28 Figura 1 La organización estatal y la organización sindical son partes interesadas en la relación, en el sentido de que ambas delimitan el ámbito socio-político de la misma. Según los países, es evidente que la organización sindical puede estar ausente. Podemos imaginar también que la organización estatal esté ausente, como en el caso de un contrato laboral ilegal. El terreno operativo de la relación, en ese caso, está delimitado no solamente por los actores inmediatos, los directamente interesados, sino también por las organizaciones que intervienen en una serie de disposiciones que hay que observar. Además, la relación tiene un contenido, un doble contenido: el tiempo de trabajo del que ofrece y el salario del demandante, que caracterizan el intercambio. Intercambio que es un proceso de comunicación, ya que antes de ser liberado materialmente, es objeto de una negociación con la ayuda de signos lingüísticos. Esta relación tiene una forma, determinada por los actores directos -oferente y demandante- y por una o varias de las organizaciones mencionadas antes. Es una relación que se inicia en un lugar determinado y para un lugar determinado, en un momento dado y por una duración determinada o indeterminada. A partir de ese momento, se plantean varios problemas. Problemas que, si bien no son irresolubles, no dejan de ser extremadamente difíciles de resolver. Lo que describimos anteriormente de manera sucinta no representa más que la cara funcional y no la cara “procesual” de la relación. ¿Qué quiere decir eso? Que la cara funcional informa solamente sobre el resultado de la relación, es decir, la venta de una cierta cantidad de trabajo a cierto precio y eso es todo. Lo que el análisis oculta es la manera en la que se hace el contrato: en qué condiciones es liberada una cierta cantidad de dinero o de bienes, si el salario es pagado en especie. Lo que está oculto, finalmente, es el poder o la capacidad de poder del oferente y la del demandante. Por el momento consideraremos el poder como una noción intuitivamente conocida. Volveremos ampliamente sobre ello en el capítulo siguiente. La incursión que haremos en el terreno económico no significa de ninguna manera que nuestra concepción sea económica, sino solamente que nuestra lógica lo es, desde el punto de vista metodológico. Nuestra concepción es tan poco económica que plantearemos como axioma que toda relación,de acuerdo a su contenido, es “política”, en el sentido de que concierne real o virtualmente a cada individuo que pertenezca a la colectividad o a una colectividad determinada. Dicho de otra manera, se presenta el problema fundamental de la repartición de las cosas entre los seres humanos. O todo el mundo recibe de manera equitativa la misma cantidad de bienes o servicios -y entonces se trata de una “eco-nomía” en el sentido
  • 29. 29 etimológico-, o bien se instaura un conjunto de criterios que determinan tanto la abundancia como la rareza -y en ese caso ya no se trata de economía, sino de una política cuyos fines no son la expresión de una necesidad endógena que implique la permanencia de una estructura, sino la expresión de una voluntad exógena que determina qué partes de la estructura deben mantenerse. Concibamos los diferentes modelos de relación a los que la economía ha consagrado su reflexión y que llama los mercados. La concurrencia perfecta, cuyas condiciones son bien conocidas, significa finalmente que cada oferente y cada demandante disponen del mismo poder. Ni los oferentes ni los vendedores tienen una capacidad de poder que les permita inclinar la relación en un sentido o en otro. Eso significa que ese tipo de mercado o de relación, considerando las condiciones diferenciales de la realidad espacio-temporal, es acrónico y acorológico3 y tiene limitaciones ucrónicas4 y utópicas. Ni el tiempo ni el espacio intervienen para modificar sus riesgos. ¿Por qué hablar de tiempo y espacio? Porque los hombres no pueden encontrar más que en el espacio y/o en el tiempo un punto de apoyo para aplicar el incentivo del poder y en consecuencia para modificar las situaciones realesen el sentido que ellos decidan. La concurrencia perfecta es una relación simétrica en la que los beneficios y los costos tienen una relación de equivalencia verdadera, es decir, una relación donde no hay violencia ni para una ni para la otra parte. Pero si el espacio y tiempo están diferenciados desde el punto de vista social, las posiciones respectivas no son idénticas y, en consecuencia, las capacidades de poder tampoco lo son. Por eso el valor de uso y valor de cambio no pueden ser equivalentes. Y es así debido a la violencia que uno le ha hecho al otro. La primera consecuencia que podemos desprender de lo anterior respecto de la relación es el rol que pueden desempeñar el espacio y el tiempo: “Los habitantes de un valle fértil viven en la abundancia de productos naturales; un manantial irriga sus tierras… Alguien se apodera del manantial y vende el agua a los usuarios; éstos redoblan sus esfuerzos para pagar la cuota… el propietario del manantial se convierte en el patrón del valle: rico y poderoso”.5 Para este apologista ricardiano (Lefebvre dixit) es cómodo ilustrar ese poder apoyándose en el espacio y el tiempo. Hay “violencia” de un polo de la relación contra el otro. Pero vayamos un poco más lejos. La concurrencia perfecta o relación simétrica es muy rara; veamos casos más reales, primero desde el punto de vista del oferente y enseguida desde el punto de vista del demandante. Si el oferente es el único que ofrece su trabajo (producto de su calidad, rareza, etc.), evidentemente dispone de un monopolio frente a los demandantes. Se sabe que su posición sería diferente dependiendo de la elasticidad o no de la demanda, pero eso no nos preocupa. Lo que nos interesa es el poder del que dispone el oferente frente a la demanda; es decir, la capacidad que tiene para mantener una relación asimétrica y sacarle provecho, obligando al otro a aceptar sus condiciones. Puede ser que no sea el único en esta situación de oligopolio y que aún así disponga de un poder, tal vez menos considerable, pero ciertamente importante. Si vemos las cosas del lado de la demanda, tendremos un monopsone u oligopsone.6 A esas situaciones corresponden capacidades específicas de poder que son manipuladas de tal manera que se puedan 3 Corología es el estudio de las causas de la distribución geográfica de las especies vivas (NdT). 4 La ucronía es un tema literario que pertenece a la ciencia ficción y se basa en el principio del cambio de la historia. Para un autor en historia alternativa, se puede tomar un punto de partida en una situación histórica y modificar el desenlace imaginando las diferentes consecuencias posibles. (NdT) 5 LEFEBVRE, op.cit.t.3, p.30. 6 En economía, un monopsone es un mercado en el que un solo comprador encuentra varios vendedores. En el caso del oligopsone, es una situación del mercado en el que la concurrencia es imperfecta en relación a la demanda, ya que hay una cantidad limitada de compradores. Sinónimos de monopolio y oligopolio, respectivamente. (NdT)
  • 30. 30 maximizar los beneficios, lo cual no necesariamente significa aplicar el precio más alto. Pero el problema está en otra parte. Lo que nos interesa mostrar en ese caso es que en las diferentes situaciones de monopolio, de oligopolio, de monopsone u oligopsone, uno o más polos mantienen relaciones asimétricas con el otro o los otros. La instauración de esta situación de dominación está condicionada por los fines “políticos” y no económicos, ya que no se trata de gestionar en función de la estructura global en la que se interviene, sino en función de una sub-estructura, de una organización que quiere crecer -y eventualmente desarrollarse- a costa de una destrucción de la estructura global, o de una parte de la estructura global con la cual dicha organización mantiene relaciones. En ese sentido, se puede estar de acuerdo con quienes pretenden que se trata sólo de poder político: “Sin embargo, en el transcurso de la historia, la relación abstracta entre valor de uso y valor de cambio tiende a ser real (y no solamente lógica) y conflictiva, es decir, dialéctica.”7 La segunda consecuencia es la forma de la relación: es simétrica o asimétrica. Teóricamente, la simétrica, dada la existencia de una equivalencia real, impide el crecimiento de una organización o de una estructura en detrimento de otra, y también impide la destrucción de una organización o de una estructura por la acción de otra. La simetría es garantía de diferencia y de pluralismo. De manera también teórica, la asimetría, por equivalencia forzada, favorece en cambio el crecimiento de una estructura en detrimento de otra y, en todo caso, la destrucción de una estructura por parte de otra. Conviene señalar que la simetría implica el reconocimiento de las necesidades del Otro y, en consecuencia, el reconocimiento del valor de uso y de la utilidad, por parte del Otro, de disponer de dicho bien o servicio. La asimetría, por el contrario, implica una falta absoluta de reconocimiento de las necesidades del Otro, o, mejor dicho, sólo reconoce la existencia de dichas necesidades en la medida en que acepta el juego de equivalencias forzadas que se expresa en el valor de cambio. Dicho valor de cambio resume en esos casos situaciones diferenciales de poder: “El valor de cambio establece su predominio en el transcurso de una lucha encarnizada contra el valor de uso, después de haberlo constituido como tal y sin jamás separarse de él”.8 Lefebvre se sitúa en el centro del problema cuando escribe: “Marx no vio la problemática entre esos dos momentos inherentes al conflicto uso-cambio.”9 Conflicto que ocupa todo el horizonte de la historia. En ausencia de un cuerpo de hipótesis que violenta la realidad, no hay valor de cambio que no sea violencia. Es tan cierto que, para imponerse, el valor de cambio ha debido de pasar por la intermediación de una mercancía que no es tal: el dinero. Podemos sumergirnos en todas las mitologías que, a través de metáforas infinitas, hacen del dinero la causa de todos los males. Pero el dinero, invento precioso, no merece ni tanta denigración ni tantas loas. El dinero sólo es una matematización de la mercancía10 : “La naturaleza se vuelve objeto de dominio en el sentido moderno desde el momento en que se presta a la matematización (Galileo, Descartes). El dominio de la sociedad, a su vez, encuentra su legitimidad en las matemáticas, incluso cuando aquélla proyecta rebasarlas en un lenguaje especulativo más riguroso. El gran estilo del dominio se antoja ‘matemático’ siempre”.11 De hecho, el dominio social es muy anterior: se inicia con el dinero, que es la primera, aunque elemental, forma de matematización de las cosas. El dinero permite la creación de equivalencias imaginarias y es el origen de una aritmética creadora “de espacios 7 LEFEBVRE, op.cit.t.3, p.27. 8 LEFEBVRE, op.cit.t.3, p.28. 9 Ibid. p.30. 10 La matematización es el método que establece relaciones lógicas de manera exacta, reduciendo los fenómenos complejos a relaciones lineales, para reducirlos a regularidades que conformen relaciones causa-efecto (NdT). 11 André GLUCKSMANN, Les maîtres penseurs, Grasset, Paris, p.275.