El autor argumenta que Dios no necesita publicidad. Aunque apoya el mensaje de disfrutar la vida en el anuncio del autobús ateo, cree que debería enfatizar que un Dios que causa preocupación no existe. Propone que deberíamos guiarnos por el Espíritu Santo en lugar de depender de una fe sin obras. Finalmente, concluye que el verdadero Dios no requiere propaganda.