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DÓNDE ESTAMOS
José Rodríguez Peláez
Siempre estamos en el Bien.
En Dios nos movemos y existimos
y tenemos nuestro ser.
Estábamos en la Costa del Sol,
sentados en la terraza de una cafetería,
gozando de un agradable mediodía.
Mi amigo y yo contemplábamos la playa
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¿Qué te ocurre? ¡Estabas tiritando!,
mi amigo me hizo aterrizar en el presente.
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Cuando tiritamos, sufrimos,
estamos ansiosos o algo nos preocupa,
tendríamos que preguntarnos “¿dónde estamos?".
La respuesta nunca será: "en nuestro presente".
Siempre nos habremos salido de la realidad.
Y a renglón seguido,
comentamos el cuentecillo donde Jesús
expuso una vez más, de forma plástica,
la Verdad en la que apoyaba toda su predicación.
Un padre tenía dos hijos.
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La hizo dinero y se la gastó lejos de la casa paterna.
Después lo pasó muy mal.
Hasta trabajó de porquerizo, algo terrible para un judío.
Pero como dice Mary B. Eddy,
"la máxima necesidad del hombre
es la oportunidad para Dios"
(Ciencia y Salud 266, 16.,)
El joven reflexionó e inició su regreso al hogar paterno.
Ensartó sus argumentos de perdón,
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El padre sólo tenía palabras de gozo.
Besaba y abrazaba a su hijo muy querido
(Lucas, 15, 11-24.,)
En esta narración tan conocida
hemos descubierto dos escenarios
y dos discursos muy diferentes.
El escenario donde se mueve el hijo
al dejar la casa del padre.
Un lugar donde todo lo placentero parece que se acaba
y es sustituido muy pronto por el sufrimiento,
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la pérdida de identidad,
¡un judío guardando cerdos!
El escenario llamado "casa del padre“,
es muy distinto: alegría, amor, abundancia y fiesta.
Dos discursos.
El hijo que comienza a hablar de hambre,
calamidad y arrepentimiento del pecado.
Todas, extrañas palabras
para un padre que sólo conoce el bien,
los recursos ilimitados, la inocencia, el amor.
Mary B. Eddy traduce en su libro Ciencia y Salud,
la palabra "casa" por "consciencia"
(Ciencia y Salud 578, 17,)
Más que un edificio físico,
lo que habitamos es nuestra conciencia.
Los pensamientos recogidos
son los que nos hacen vivir felices
o soñar incómodas e intolerables pesadillas.
En la casa o consciencia del Padre,
en donde la única Mente divina
ve sólo la Verdad Armoniosa,
estamos relajados, gozosos, seguros, provistos y sanos.
Fuera de la casa del padre,
donde toda la única realidad espiritual
parece que se cambia por dinero, materia,
todo se acaba a la larga,
se reviste de dolor, tristeza y miedo.
Las conclusiones prácticas de esta conversación
al borde de un mar cálido, apenas rizado de olas,
las utilizaría antes de un año.
Hacía unos meses que había experimentado
una hermosa curación
acerca de una pertinaz sordera de ambos oídos.
Aferrado a las ideas de Ciencia y Salud
una mañana recobré la audición.
Esto me reafirmó aún más
en la decisión ya tomada de abandonar mi profesión
de psicoterapeuta y médico naturópata
y dedicarme por entero a ayudar con la oración
a quienes lo soliciten.
Es decir, ocuparme como practicista
según la Ciencia Cristiana.
Pero al regresar al hogar
después de un viaje de estudio
y comprobar el enorme número de personas
que me habían llamado en mi ausencia
solicitando ayuda,
me embargó la responsabilidad y el miedo.
Cuando mi mujer se me acercó
comprobé que no escuchaba en absoluto.
Por unos minutos estuve anonadado, perdido.
¿Dónde estaba? El lugar era irreconocible.
Comencé a orar, no por mis oídos.
Me hice consciente que era el Padre
el que lo hace todo, y ya lo ha hecho.
De cierto, nada había que curar a nadie, ni a mí mismo.
Sólo reconocer la Realidad perfecta
de todos y cada uno de mis pacientes
que nunca, ni siquiera en un solo momento
había sido perjudicada.
Es decir, me di cuenta
que me había salido de la casa de mi Padre,
y allí lógicamente todo eran fantasmas irreales.
Por eso me volví rápido
al seguro de la Verdad de la Conciencia del Padre.
Apenas habían pasado cinco minutos
cuando de nuevo escuché con toda claridad.
Si percibo el mal
en cualquiera de las múltiples formas
con que pretende hacerse notar,
ya sé donde creo estar: fuera de la casa del Padre.
Aunque esto sólo es ilusión, ya que todo es Mente
(Ciencia y Salud 468, 11,)
Y para que de verdad
"el bien y la misericordia estén conmigo
todos los días de mi vida",
sólo tengo que vivir, como termina el Salmo 23
“en la casa del Señor para siempre"
(Salmo 23, 6.)
(P) Rodríguez Peláez, José CS
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Dónde estamos: en la casa del Padre o fuera de Ella

  • 2. Siempre estamos en el Bien. En Dios nos movemos y existimos y tenemos nuestro ser.
  • 3. Estábamos en la Costa del Sol, sentados en la terraza de una cafetería, gozando de un agradable mediodía. Mi amigo y yo contemplábamos la playa llena de bañistas, de colorido y de vida. Entonces mis recuerdos me transportaron a la costa cantábrica, en el Norte de España, a mis años de estudiante universitario.
  • 4. Era una mañana invernal y un mar enfurecido, gélido y gris. Pero nada me detuvo el intentar mi apuesta bravucona. Inicié mi baño, entre aplausos divertidos de mis compañeros. Sólo fueron 4 ó 5 segundos. Me sacaron del agua con el cuerpo amoratado, paralizado y dolorido. Un magnífico premio para mi imprudente orgullo.
  • 5. ¿Qué te ocurre? ¡Estabas tiritando!, mi amigo me hizo aterrizar en el presente. No estaba aquí, me disculpé, y volví a la realidad. Cuando tiritamos, sufrimos, estamos ansiosos o algo nos preocupa, tendríamos que preguntarnos “¿dónde estamos?". La respuesta nunca será: "en nuestro presente". Siempre nos habremos salido de la realidad.
  • 6. Y a renglón seguido, comentamos el cuentecillo donde Jesús expuso una vez más, de forma plástica, la Verdad en la que apoyaba toda su predicación.
  • 7. Un padre tenía dos hijos. Y un día el pequeño le pidió su parte de la herencia. La hizo dinero y se la gastó lejos de la casa paterna. Después lo pasó muy mal. Hasta trabajó de porquerizo, algo terrible para un judío. Pero como dice Mary B. Eddy, "la máxima necesidad del hombre es la oportunidad para Dios" (Ciencia y Salud 266, 16.,)
  • 8. El joven reflexionó e inició su regreso al hogar paterno. Ensartó sus argumentos de perdón, arrepentimiento y humildad para conseguir un hueco en esa casa. Pero al llegar nadie atendió a sus excusas. El padre sólo tenía palabras de gozo. Besaba y abrazaba a su hijo muy querido (Lucas, 15, 11-24.,)
  • 9. En esta narración tan conocida hemos descubierto dos escenarios y dos discursos muy diferentes. El escenario donde se mueve el hijo al dejar la casa del padre. Un lugar donde todo lo placentero parece que se acaba y es sustituido muy pronto por el sufrimiento, la carencia, la limitación, la decadencia, la pérdida de identidad, ¡un judío guardando cerdos!
  • 10. El escenario llamado "casa del padre“, es muy distinto: alegría, amor, abundancia y fiesta. Dos discursos. El hijo que comienza a hablar de hambre, calamidad y arrepentimiento del pecado. Todas, extrañas palabras para un padre que sólo conoce el bien, los recursos ilimitados, la inocencia, el amor.
  • 11. Mary B. Eddy traduce en su libro Ciencia y Salud, la palabra "casa" por "consciencia" (Ciencia y Salud 578, 17,) Más que un edificio físico, lo que habitamos es nuestra conciencia. Los pensamientos recogidos son los que nos hacen vivir felices o soñar incómodas e intolerables pesadillas.
  • 12. En la casa o consciencia del Padre, en donde la única Mente divina ve sólo la Verdad Armoniosa, estamos relajados, gozosos, seguros, provistos y sanos. Fuera de la casa del padre, donde toda la única realidad espiritual parece que se cambia por dinero, materia, todo se acaba a la larga, se reviste de dolor, tristeza y miedo.
  • 13. Las conclusiones prácticas de esta conversación al borde de un mar cálido, apenas rizado de olas, las utilizaría antes de un año. Hacía unos meses que había experimentado una hermosa curación acerca de una pertinaz sordera de ambos oídos. Aferrado a las ideas de Ciencia y Salud una mañana recobré la audición.
  • 14. Esto me reafirmó aún más en la decisión ya tomada de abandonar mi profesión de psicoterapeuta y médico naturópata y dedicarme por entero a ayudar con la oración a quienes lo soliciten. Es decir, ocuparme como practicista según la Ciencia Cristiana.
  • 15. Pero al regresar al hogar después de un viaje de estudio y comprobar el enorme número de personas que me habían llamado en mi ausencia solicitando ayuda, me embargó la responsabilidad y el miedo. Cuando mi mujer se me acercó comprobé que no escuchaba en absoluto. Por unos minutos estuve anonadado, perdido. ¿Dónde estaba? El lugar era irreconocible.
  • 16. Comencé a orar, no por mis oídos. Me hice consciente que era el Padre el que lo hace todo, y ya lo ha hecho. De cierto, nada había que curar a nadie, ni a mí mismo. Sólo reconocer la Realidad perfecta de todos y cada uno de mis pacientes que nunca, ni siquiera en un solo momento había sido perjudicada.
  • 17. Es decir, me di cuenta que me había salido de la casa de mi Padre, y allí lógicamente todo eran fantasmas irreales. Por eso me volví rápido al seguro de la Verdad de la Conciencia del Padre. Apenas habían pasado cinco minutos cuando de nuevo escuché con toda claridad.
  • 18. Si percibo el mal en cualquiera de las múltiples formas con que pretende hacerse notar, ya sé donde creo estar: fuera de la casa del Padre. Aunque esto sólo es ilusión, ya que todo es Mente (Ciencia y Salud 468, 11,)
  • 19. Y para que de verdad "el bien y la misericordia estén conmigo todos los días de mi vida", sólo tengo que vivir, como termina el Salmo 23 “en la casa del Señor para siempre" (Salmo 23, 6.)
  • 20. (P) Rodríguez Peláez, José CS www.rodriguezpelaezcs.org