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7 Días.
Hacía un día típico de otoño. Como lo pintan en las películas. Las calles salpicadas de las rojizas hojas
caídas de los árboles y el pueblo envuelto en una brisa fresca que anunciaba el fin del verano. Daniel
Vancosta era también un chico estándar, al menos en apariencia. Vestido con una camisa negra, pantalones
vaqueros rectos y zapatos oscuros. Dirigiéndose al bajo que tenían alquilado él y sus amigos para pasar las
tardes, escuchando música con sus auriculares recién comprados. El pelo peinado hacia un lado por encima
de la frente, ondulado y rubio cobrizo. Barba incipiente y ojos castaños claros. Nada de su vida era
destacable; su pueblo estaba perdido en España, su familia no era nada especial, él tampoco sobresalía de lo
normal en ningún aspecto. Lo único notable en su entorno eran sus desmesuradas aspiraciones en la vida y
su empeño en conseguirlas a pesar de las pocas oportunidades. Tardó unos veinte minutos, si no menos, en
llegar desde su casa al bajo. Abrió la puerta y tuvo que soportar una vez más ver el desastre que tenían
montado y que sus amigos se negaban a ordenar. Los muebles desperdigados sin ningún tipo de
organización, restos de comida por el suelo y toda la basura arrinconada en una esquina o en los entresijos de
los sofás. Pensándolo bien, es lo único que alguien puede esperar de un bajo al cargo de unos adolescentes.
-Buenas. -saludó. Sus amigos le respondieron con su típico “Eeeh” de gorila de discoteca. Un “eeeh” que,
por supuesto, Dani también usaba.
-Hacía tiempo que no te pasabas por el local. -comentó uno de los chicos a la par que tomaba asiento.
David Parla, de pelo castaño engominado y ojos azules, uno de los mejores amigos de Dani, junto a Antonio
Sorní, el moreno peinado con una cresta en el otro sillón, ocupado hablando con su novia, Ana Castellanos.
-He estado haciendo cosas. -rió el rubio.
-Ya. Entendemos lo que quieres decir por “cosas”. -bromeó Cashel Martínez, un chico moreno de pelo y
piel, delgado y de estatura estándar.
-No, en serio -insistió Dani-. He estado terminando un trabajo y he ayudado a mi padre a reorganizar el
salón.
-¿Llevamos una semana de clases y ya te han mandado un trabajo? -inquirió otro. Moreno, con el pelo
muy rizado y corto. Tomás Torres. Se consideraba el gracioso del grupo, y a decir verdad se lo había ganado.
Nadie le ganaba en una discusión verbal y sabía hacer reír a la gente.
-Bachiller no es como un ciclo de los tuyos, Tom.
-Lo sé. Un ciclo de los míos es más fácil y más útil.
-Paso de discutir contigo ahora. -cortó Dani.
Una hora después, cuando empezaba a anochecer, llegaron Alicia Blanco y Lucía Cava. Parecían
alteradas.
-¿Pasa algo? -preguntó Antonio tras cerrar las chicas de un portazo. La primera, con el pelo moreno y
rizado, alternó la mirada entre los presentes y Lucía, que negaba con la cabeza. Suspiró y empezó a hablar.
-Ha habido un... accidente, o algo, en la calle de abajo. -murmuró.
-¿Cómo que un accidente “o algo”? -preguntó Dana Montero, una chica con el pelo castaño-rojizo,
delgada, enarcando una ceja.
-Sí, a ver, había un montón de gente y un tío muerto, pero no había ni coches destrozados, ni motos... ni
nada que pareciera un accidente.
-¿Y qué ha pasado? ¿Os habéis largado y ya está? -inquirió María Moreno, otra chica de pelo castaño
oscuro y baja estatura.
-No, se lo ha llevado la ambulancia. -balbució Lucía mientras se sentaba. Esta tenía el pelo lacio y dorado
y también era corta en altura.
-Entonces puede que no estuviera muerto.
-Si no estuviera muerto, la policía no habría acordonado la zona y la gente no estaría llorando tanto como
lo hacían. Ese hombre estaba muerto. -insistió Lucía.
-Le habrá dado un infarto. -dedujo Cashel.
-O algo peor -murmuró Alicia. Los demás le miraron. Todos tenían lo mismo en mente-. Recordad... lo
que dijeron en los telediarios la semana pasada. Lo del virus de...
-Callaos de una vez, anda. Esas cosas me ponen mal cuerpo. -irrumpió Ana.
-Tiene razón -corroboró Nicolás Sorní, el hermano de Antonio-. Además, lo de las noticias pasaba solo en
África y Sudamérica, ¿no?
-La última vez que oí hablar de ello en la tele también mencionaron zonas rurales del sur de Europa. murmuró Lucía.
-¿Queréis dejar el tema? -volvió a insistir Ana- Si pasara algo grave ya nos habríamos enterado.
-Supongo...
-Pues ya está, dejémoslo. Es ridículo que os pongáis paranoicos por la muerte de un tío. Le daría un
infarto, o una muerte súbita de esas o yo qué sé. -zanjó Miguel Méndez, un chico rubio y corpulento, que
había entrado justo después de Alicia y Lucía junto a su novia Inés García.
-Hola, Migue. No te había visto entrar. -saludó Dani.
-No quería interrumpir -rió el chico.
La tarde pasó rápido y pronto reinó la noche. Eran casi las nueve de la tarde y era hora de recoger las
cosas para marcharse a cenar. Los primeros en levantarse de los sofás fueron Dani, Tomás, David y Alicia.
-¿Vendréis después de cenar? -preguntó el rubio al resto, antes de dirigirse a la salida.
-Sí, creo. A las once o así estaremos ya por aquí.
-Yo vendré algo más tarde, pero contad conmigo.
Se despidieron y salieron del local. Todos excepto Tomás recorrían el mismo camino de vuelta a casa, así
que también se despidieron de él.
-Ya va haciendo fresco. -comentó David mientras caminaban.
-Estamos a dos de octubre, el verano ya es historia. -contestó Dani.
-Contento estarás.
-Sabes lo que me gusta el invierno -ambos rieron. Después Dani miró a Alicia. Iba cabizbaja y no había
dicho ni una palabra, algo impropio de ella-. Ali, ¿estás bien?
-¿Eh? -casi se sobresaltó ella- No, estaba pensando en lo del tío ese. No me ha dado buena espina, no sé.
-Deja de preocuparte por ello, anda. -le pidió David, dándole una palmada en el hombro.
-Mira, el Birras. -dijo Dani entonces, señalando levemente hacia delante. Estaba lejos, pero David y Alicia
pudieron distinguir al hombre con barriga cervecera al que llamaban ‘El Birras’ caminando hacia ellos. Iba
tambaleándose, incluso cojeando cada varios pasos.
-Borracho otra vez. -rió también David.
-Qué asco de hombre. -escupió Alicia.
-¿Por qué va solo? Siempre lo traen sus amigos. -David iba a decir algo, pero un olor pútrido le obligó a
taparse la nariz.
-¿A qué coño huele? -murmuró.
-No lo sé, pero apesta. -afirmó Dani, deteniéndose. Alicia también paró de caminar, y David lo hizo
después. Tras unos instantes de silencio, Dani abrió los ojos como platos al ver algo.
-¿Qué pasa? -inquirió David, siguiendo la trayectoria de su mirada esperando encontrar la razón de su
reacción, sin éxito.
-Mirad... su pie. Y la mano derecha.
Sus amigos le hicieron caso, y tomaron casi la misma reacción al ver que el pie izquierdo del borracho
estaba literalmente cruzado, doblado hacia atrás, con el hueso totalmente partido y mal sujeto al resto de la
pierna. A su mano derecha le faltaban dos dedos, y estaba empapada en sangre. Alicia retrocedió un par de
pasos y aceleró la respiración.
-Necesita ayuda. -murmuró David, avanzando unos metros.
-Dav, espera. -le detuvo Dani, sin apartar la mirada del hombre.
-Dani, ¡tiene el pie roto y la mano partida en pedazos!
-¡Exacto! ¿Si tú estuvieras así serías capaz de levantarte siquiera?
-Puede, eso no lo sabemos ni tú ni yo. Vamos, ayúdame a...
-¡¡David!! ¡¡Dani!! ¡¡Eh!! -gritó alguien tras ellos. Se giraron y vieron a Tomás , en la otra punta de la calle,
corriendo hacia ellos. Dani iba a preguntar, pero entonces vio por qué corría. Aproximadamente una docena
de gente apareció por la misma esquina que él, siguiéndole. No corrían, simplemente andaban a tropezones y
de una manera extrañamente torpe. Parecía que intentaban aligerar la marcha, pero algo les impedía
coordinar bien sus movimientos.
-¿Qué coño es eso? ¿Qué hacen? -susurró Alicia.
-Puede que sea lo que no queríamos nombrar en el local. -murmuró Dani, de nuevo sin apartar la mirada
de Tomás y la muchedumbre que se le acercaba. Entonces oyeron otro ruido tras ellos. Parecía un gemido,
una queja agónica y agobiante. Se giraron, y vieron aparecer por la esquina que había cerca de El Birras tres
personas, todas con el mismo andar irregular y torpe. Ya se habían acostumbrado a él, pero entonces se
percataron de que el asqueroso hedor seguía allí. De repente, casi por instinto y sin saber muy bien por qué,
los tres empezaron a correr hacia Tomás, que mantenía la puerta del local abierta. Entraron los cuatro a la
vez y David bloqueó la entrada con su cuerpo tras cerrarla.
-¡Cierra con llave! ¡¡Echa la llave!! -le gritó a Dani. Este sacudió la cabeza y rebuscó en sus bolsillos, muy
alterado. Acabó tirando las llaves al suelo. Las recogió, tembloroso, y metió la llave pequeña en la cerradura
todo lo rápido que su acelerado pulso le permitía.
-¡¿Qué pasa?! ¡Eh, ¿qué hacéis?! -gritó Ana.
-¡Cierra el pico! ¡Cerradlo todos! -ordenó David. Dani, por su parte, se apresuró a apagar las luces. Una
vez lo hizo la gente empezó a quejarse, hasta que Miguel vio por entre la cristalera las sombras de la
muchedumbre que había arrinconado a Tomás, David, Dani y Alicia.
-¿Y esos? -murmuró. Acto seguido empezaron todos a callarse y a observar por las cristaleras de la puerta.
No era un cristal liso y por tanto no se distinguían bien las figuras, pero se veía lo suficientemente bien para
darse cuenta del porte de aquellas personas. Un porte que no podía estar más alejado de la normalidad.
-¿Qué pasa ahí fuera? -preguntó Nicolás, ya en voz baja y con la voz un tanto temblorosa.
-Ahora no podemos hablar. -susurró Dani.
-¿Cómo que no podemos hablar?
-Callaos, necesito que estéis en silencio. Por favor.
-¿Pero por qué? -alzó la voz María. Una de las sombras se detuvo y se giró hacia la puerta del local. David
se apartó al instante y se cubrió tras el sofá, cuyo respaldo puso frente a la entrada. El resto no sabía muy
bien de qué iba, pero algunos le siguieron y se pusieron tras el sofá.
-María, no grites. -continuó susurrando Dani.
-¿De qué vas? ¿Es alguna broma para internet o algo? -rió Luis Bosquer, un chico robusto de pelo castaño
oscuro y alborotado.
-Luis, cierra el puto pico de una puta vez, te lo estoy diciendo en serio. Lo que hemos dicho antes, lo de
las noticias, lo de las zonas rurales del sur de Europa y toda esa mierda, puede que dejar el tema no sea lo
mejor. Ya sabéis lo que quiero decir. -insistió Dani. Entonces sí se callaron todos.
-¿Me estás diciendo que el virus ese ha llegado hasta aquí y no nos hemos enterado? -inquirió Dana, ya en
voz baja.
-Eso es imposible. Habrían evacuado la zona, como hicieron en América. Nos habrían llamado. -negó
Ana.
-Es verdad. Tenían un plan para ese caso, no pueden... -empezó Toni, pero un golpe en la puerta le calló.
Dani se pegó a la pared aledaña a la entrada y miró de reojo con el corazón en un puño. Desde tan cerca sí
podía distinguir perfectamente lo que había al otro lado, y él veía claramente cómo un hombre empujaba la
puerta casi sin entusiasmo. Pero no fue eso lo que le detuvo la respiración. Era su cuerpo. Tenía la carne de
las manos pelada, sus brazos estaban repletos de heridas bastante profundas. Le faltaba, literalmente, una
parte del cuello. Tenía la mandíbula descolgada y carecía de labios. Efectivamente, era lo que trataban de
ignorar. A los demás no les hizo falta preguntar, prácticamente les bastó con ver la expresión de horror en la
cara de Dani. Pasaron unos segundos hasta que aquel hombre... aquel monstruo, dejara de empujar la puerta
y siguiera su camino, atraído por otro ruido. Alicia también estaba cerca de la puerta y había visto lo mismo
que Dani.
-Están muertos... ese hombre estaba muerto... -balbució, con la mirada perdida. Todos los presentes
estaban paralizados y nadie se atrevía a decir nada. Ninguno asimilaba lo que estaba pasando.
-Sorní... -murmuró Dani, aún en la puerta, intentando recuperar la respiración- Sorní, trae aquí ese baúl.
Tráelo -el moreno dudó unos segundos antes de indicar con una señal a su hermano y a Luis que le ayudaran
con ello. Empezaron a arrastrarlo hacia la puerta-. No, no, no -les detuvo Dani-, levantarlo, no hay que hacer
ruido.
Dicho esto lo levantaron entre todos y lo llevaron junto a la puerta. Lo atrancaron entre los dos pilares
que sustentaban la entrada y pudieron ver con sus propios ojos los cuerpos demacrados de los que más se
acercaban a la puerta. Se alejaron, horrorizados, volviendo con el resto de gente tras el sofá. Antonio volvió
con Ana y quedaron abrazados, Miguel hizo lo propio con Inés, las chicas se apiñaron para intentar
mantener la calma y quedaron Dani, David, Nicolás y Luis mirando cómo los muertos seguían avanzando.
Impasibles. Sin rumbo. ¿Cómo pudo pasar? Las autoridades habían asegurado que estaba controlado, que
las zonas de cuarentena en el sur de Europa, América y África eran las únicas medidas necesarias. ¿Cómo
pudo evolucionar tan rápido?
Pasó casi una hora hasta que la calle quedó prácticamente vacía y los gemidos cesaron, a pesar de tres o
cuatro rezagados que se habían caído o quedado atrás.
-¿Ha... pasado? -balbució Lucía.
-Creo... creo que sí. -contestó Dani, aún en voz baja.
-No, no ha pasado -negó Toni, alzando de nuevo la voz-. Si han llegado hasta aquí y el gobierno no ha
hecho nada es porque es incontrolable. Habrán pasado de esta calle, pero seguirán por otras. No ha pasado,
están invadiéndolo todo.
-Toni, no digas eso. -intentó callarle Ana.
-Me gustaría no decirlo. Pero es lo que hay. Siempre nos lo han contado. En las historias esas de zombies,
en los cómics, en todos los lados. La gente se mofaba hace una semana, cuando apareció ese virus de mierda
en África. Era problema de los negros, decían. Pues ahora es nuestro problema.
-Yo tengo que ver a mis padres. -dijo Tomás.
-Yo también. -corroboraron María y Gabriel Vázquez, otro de los chicos. También tenía el pelo moreno y
peinado con una cresta, pero menor a la de Toni. Pronto todos volvieron a hablar y a quejarse.
-Callaos. Chicos, por favor -pidió Dani-. ¡Callaos de una puta vez, joder! -estalló al ver que nadie hacía
caso.
-No me mandes callar, cierra tú el pico. -amenazó Luis.
-Pues vete fuera a gritar. Parece que no sepas lo que está pasando. -contestó Dani con el ceño fruncido.
-¿Y tú sí que lo sabes? ¿De verdad? ¿Eres el experto ahora?
-Calmaos, los dos. -intentó relajar los humos David. Ambos guardaron silencio hasta que Dani volvió a
hablar.
-Lo que voy a decir no es por orgullo. No es para echarme flores, no es para parecer el mejor ni para
pretender ser nada en especial. A ver, ¿alguien sabe algo de esto? ¿Algo de muertos vivientes? ¿De zombies?
¿O como queráis llamarlos? -nadie habló- Ninguno habéis visto muchas películas de ellos. Ni leído una
ficción sobre ellos. Bueno, pues yo sí. Y repito, no lo digo para hacerme el chulo. Todos sabéis lo que me
encanta aquella serie que hacían los sábados por la noche. Y hace poco me leí la Guía de Supervivencia
Zombie. Fue antes de las noticias, y no lo hice por ser un paranoico de esos que anuncian el fin del mundo
todos los días, ni mucho menos. Fue por curiosidad. Lo encontré por internet y como no tenía nada mejor
que hacer lo leí. ¿Entendéis lo que quiero decir? Por suerte o por desgracia soy yo el que más sabe de este
tema.
-¿Me estás diciendo que ahora deberías ser tú el líder por haber visto y leído un par de cuentos chinos? casi se cabreó Luis.
-No creo que ‘cuentos chinos’ sea el nombre apropiado cuando acaba de pasar una horda de muertos por
delante de nuestro local. -insistió Dani, alzando otra vez la voz.
-Ni siquiera los he visto. Podría ser una broma de esas que hacen para la tele. Un buen número de actores
se ponen a hacer ruidos con la boca y a cojear y venga, nos lo tragamos todos.
-El que ha golpeado la puerta le faltaba casi todo el cuello y tenía la dentadura al aire, imbécil. -le calló
Alicia.
-Tiene razón. -corroboró Dani.
-Por una vez estoy de acuerdo con él. Los he visto. Han empezado a caminar hacia mí en cuanto me han
oído. Uno ha intentado echárseme encima, pero ha tropezado y he conseguido salir corriendo. Había
algunos con las tripas fueras, algunos sin ojos... no es mentira. -añadió Tomás. El silencio se apoderó del local
y los gruñidos de los muertos terminaron por desaparecer.
-Escuchadme -suspiró Dani-. Sé que nunca me hacéis caso. Cada vez que digo algo serio, cada vez que
doy una solución, todo el mundo lo ignora. No me malinterpretéis, no me molesta en absoluto. De hecho así
siempre he podido desentenderme de todo e ir a mi bola. No os guardo rencor por ello. Pero esta vez es
diferente, porque esta vez sí me afecta directamente. Me afecta a mí y a vosotros. Así que por favor, callaos
por una vez y escuchadme seriamente -le miraron sin decir una palabra, así que continuó hablando-.
Gracias. A ver, es una situación bastante... jodida, sí. Pero lo último que debemos hacer es perder los nervios,
a menos que queráis acabar muertos. Es lo que he dicho antes, soy el que más ha visto y leído cosas de esto
de los muertos vivientes. Quiero decir, yo sé más que vosotros sobre esto, y no podéis negarlo. No quiero
dármelas de líder todopoderoso, pero ahora necesitamos que alguien guíe al grupo. Y sinceramente creo que
soy el más adecuado. Ya está. Es lo que pienso.
-Espero que seas consciente de cómo suena eso. -apuntó Antonio.
-Lo soy.
-No vas a ser el líder por que tú lo digas. -negó Nicolás.
-No, y por eso intento convenceros. Pensadlo, en serio. ¿Sabéis a caso de qué va todo el virus ese? ¿Sabéis
cómo sobrevivir ahí fuera? ¿Tenéis claro lo que queréis hacer? -insistió Dani. Los demás volvieron a guardar
silencio- ¡Lo digo en serio! ¡Decídmelo! ¿Qué queréis que hagamos ahora? ¿Irnos cada uno por separado por
un pueblo infestado de muertos esperando llegar a nuestra casa y esperar que nuestros padres sigan vivos? ¿Y
cuando lo consigamos qué?
-Mis padres no han muerto. -tajó Lucía.
-Yo no he dicho eso. Hablaremos de ello.
-¿Entonces qué coño propones? -inquirió Luis, casi enfadado.
-No, antes quiero que las cosas queden claras. No por mí, quiero que lo digáis vosotros. ¿Comprendéis
que el más adecuado para ser líder soy yo? Al menos por ahora, cuando todos nos acostumbremos realmente
a esto no habrá líderes y podemos colaborar en democracia. Además, no seré el único. No puedo manejar
todo un grupo yo solo.
-Vale, yo estoy de acuerdo. -afirmó David.
-Y yo. Por un tiempo puede que sea lo mejor. -corroboró Antonio, un tanto a regañadientes. A veces le
costaba darle la razón a Dani. Poco a poco, el resto fue coincidiendo en que era lo mejor.
-Vale, creo que lo mejor sería que hubiéramos cuatro al cargo. -concluyó Dani.
-¿Qué cuatro?
-Había pensado, a parte de mí, en David, Cashel y Sorní. David, eres sensato, tienes autoridad y eres
fuerte. Cashel, sabes defenderte en el combate cuerpo a cuerpo y...
-No creo que vaya a matar a uno de esos huecos a puñetazos. -objetó Gabriel.
-Lo sé, pero a veces no hace falta matarlos. Normalmente lo mejor es evitarlos, y tener conocimientos en
deportes de contacto, como él, puede ayudar a quitarte de encima a los que se acercan demasiado. Como iba
diciendo... Cashel, lo del cuerpo a cuerpo nos puede venir bien, y aparte sabes mantener el buen rollo entre
nosotros. Entre tú y yo podemos conservar los ánimos del grupo. Sorní, eres fuerte y sabes ayudar cuando
hace falta. La fuerza física no es mi especialidad, así que vosotros tres suplís esa falta. Me ayudaréis a
mantener el grupo en condiciones y podremos organizarnos mejor. ¿Alguien tiene algo que decir? -nadie dijo
nada- ¿Entonces os parece bien? -les preguntó a los elegidos. David y Cashel asintieron antes que Antonio,
pero los tres estaban conformes- Muy bien, gracias. A ver... -paró un momento para frotarse los ojos y pensar
en lo que iba a decir- Vale, sé que todos estáis pensando en vuestras familias, en ir con ellas para ver si están
todos bien. Lo comprendo, yo estoy deseando ver a mi padre, a mi tía y a mi primo. Pero ahora comprended
vosotros que es muy arriesgado salir ahí fuera.
-¿Y qué cojones quieres decir? ¿Que nos quedemos aquí y olvidemos a nuestros padres? ¿A nuestros
hermanos? -casi gritó Tomás. Los demás empezaron a debatir sobre el asunto y Dani tuvo que recular.
-¡Silencio! ¡¡Callad!! -gritó. Por primera vez en su vida dio una orden tan directa y con una voz tan
potente, apoyándose en la esperanza de que su nueva “posición” le ayudara. Y para su sorpresa, casi todos
callaron al instante- No os voy a impedir que vayáis a buscarles. Simplemente he intentado convenceros, pero
no puedo perder el tiempo con esto. No podemos. Quien quiera ir a su casa y arriesgarse, que lo haga. No
pienso obligar a nadie a irse ni a quedarse, en primer lugar porque no me haríais caso y en segundo lugar
porque no es humano. Así que, quien quiera marcharse, que lo haga ahora que la calle está tranquila. pensaba añadir algo más, pero se dio cuenta de que no podía mostrarse tan blando dando opciones y
tratando de convencer a gente segura de lo que quería, como si fueran críos. Cerró la boca, sacó las llaves de
su bolsillo y desbloqueó la puerta. Tras inspirar hondo, se apartó de ella. Todos quedaron callados, esperando
que hubiera algo más que decir. Pero pasaron los segundos y nadie dijo nada, así que Tomás fue el primero
en moverse hacia la puerta.
-Suerte a todos. -murmuró, sin siquiera mirarles a la cara. Le siguieron Lucía, Gabriel y María, algo más
rezagados tras despedirse de sus amigos. Dani, David, Alicia y Cashel salieron a ver cómo marchaban. Lucía
y María iban por la calle de la izquierda, mientras que Gabriel acompañó a Tomás por la derecha. Estaban
observando en silencio a las chicas cuando oyeron un grito de Gabriel. Alterados, miraron hacia ellos y
quedaron paralizados al ver cómo uno de los muertos se abalanzaba sobre él. El chico lo echó a un lado, pero
el cadáver se agarró a su chaqueta con manos que parecían tenazas.
-¡Tom! ¡¡Tom, AYÚDAME!! -le gritaba al moreno, que le miraba aterrado. Un par de segundos después el
hueco le clavó los dientes en el brazo derecho. Las chicas, por su parte, habían detenido la marcha al ver el
macabro espectáculo. Algo que no deberían haber hecho, pues otro de los muertos alcanzó a María. Salió de
la esquina, no hubo manera de verlo venir. Nada más echarse sobre ella tropezó y ambos cayeron al suelo.
-¡Lucía, vuelve! ¡¡No vayas!! -gritó Alicia a su amiga, aterrada. Sin embargo la chica estaba ocupada
ayudando a María, que por suerte se libró del hueco. Sin embargo otros tres muertos les bloquearon el camino
de vuelta y tuvieron que huir. Las perdieron de vista, y cuando volvieron a mirar a Gabriel, habían tres
muertos encima de él. A Alicia se le escaparon las lágrimas y Miguel salió corriendo a ayudarle.
-¡Déjale! -le gritó David.
-¡¡Gabri!! ¡Levántate! ¡Levanta, joder! -chillaba el otro, acercándose a su amigo.
-¡Migue! ¡¿Qué coño haces?! -siguió voceando David. Finalmente, Miguel llegó hasta Gabriel y apartó a
uno de los muertos de una patada. Entre los dos consiguieron librarse del resto y se levantaron para correr
hacia el local. Dani suspiró de alivio al ver que el primer muerto no había conseguido atravesar su chaqueta y
no estaba herido. Analizó la situación: un muerto había alcanzado a María y no vio si le había mordido o no,
Lucía había huido cargándola del brazo, Gabriel por poco fue devorado y Tomás desapareció sin dejar
rastro. El muy condenado se esfumó en cuanto vio el panorama.
-Estamos atrayendo mucha atención -murmuró después, al ver que varios muertos se acercaban a ellos
por ambas calles-. Rápido, meteos dentro. ¡Vamos! -casi gritó, empujando a los que estaban en la puerta.
Minutos después habían vuelto a bloquear la puerta y a esconderse tras los sofás. Sólo un par de huecos
aporrearon la puerta hasta que fueron atraídos por los gritos de alguien. Los jóvenes quedaron en silencio
tras los muebles, sin nada que decir. Sin nada que pensar. Paralizados, intentando respirar con normalidad.

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7 Días.

  • 1. 7 Días. Hacía un día típico de otoño. Como lo pintan en las películas. Las calles salpicadas de las rojizas hojas caídas de los árboles y el pueblo envuelto en una brisa fresca que anunciaba el fin del verano. Daniel Vancosta era también un chico estándar, al menos en apariencia. Vestido con una camisa negra, pantalones vaqueros rectos y zapatos oscuros. Dirigiéndose al bajo que tenían alquilado él y sus amigos para pasar las tardes, escuchando música con sus auriculares recién comprados. El pelo peinado hacia un lado por encima de la frente, ondulado y rubio cobrizo. Barba incipiente y ojos castaños claros. Nada de su vida era destacable; su pueblo estaba perdido en España, su familia no era nada especial, él tampoco sobresalía de lo normal en ningún aspecto. Lo único notable en su entorno eran sus desmesuradas aspiraciones en la vida y su empeño en conseguirlas a pesar de las pocas oportunidades. Tardó unos veinte minutos, si no menos, en llegar desde su casa al bajo. Abrió la puerta y tuvo que soportar una vez más ver el desastre que tenían montado y que sus amigos se negaban a ordenar. Los muebles desperdigados sin ningún tipo de organización, restos de comida por el suelo y toda la basura arrinconada en una esquina o en los entresijos de los sofás. Pensándolo bien, es lo único que alguien puede esperar de un bajo al cargo de unos adolescentes. -Buenas. -saludó. Sus amigos le respondieron con su típico “Eeeh” de gorila de discoteca. Un “eeeh” que, por supuesto, Dani también usaba. -Hacía tiempo que no te pasabas por el local. -comentó uno de los chicos a la par que tomaba asiento. David Parla, de pelo castaño engominado y ojos azules, uno de los mejores amigos de Dani, junto a Antonio Sorní, el moreno peinado con una cresta en el otro sillón, ocupado hablando con su novia, Ana Castellanos. -He estado haciendo cosas. -rió el rubio. -Ya. Entendemos lo que quieres decir por “cosas”. -bromeó Cashel Martínez, un chico moreno de pelo y piel, delgado y de estatura estándar. -No, en serio -insistió Dani-. He estado terminando un trabajo y he ayudado a mi padre a reorganizar el salón. -¿Llevamos una semana de clases y ya te han mandado un trabajo? -inquirió otro. Moreno, con el pelo muy rizado y corto. Tomás Torres. Se consideraba el gracioso del grupo, y a decir verdad se lo había ganado. Nadie le ganaba en una discusión verbal y sabía hacer reír a la gente. -Bachiller no es como un ciclo de los tuyos, Tom. -Lo sé. Un ciclo de los míos es más fácil y más útil. -Paso de discutir contigo ahora. -cortó Dani. Una hora después, cuando empezaba a anochecer, llegaron Alicia Blanco y Lucía Cava. Parecían alteradas. -¿Pasa algo? -preguntó Antonio tras cerrar las chicas de un portazo. La primera, con el pelo moreno y rizado, alternó la mirada entre los presentes y Lucía, que negaba con la cabeza. Suspiró y empezó a hablar. -Ha habido un... accidente, o algo, en la calle de abajo. -murmuró. -¿Cómo que un accidente “o algo”? -preguntó Dana Montero, una chica con el pelo castaño-rojizo, delgada, enarcando una ceja. -Sí, a ver, había un montón de gente y un tío muerto, pero no había ni coches destrozados, ni motos... ni nada que pareciera un accidente. -¿Y qué ha pasado? ¿Os habéis largado y ya está? -inquirió María Moreno, otra chica de pelo castaño oscuro y baja estatura. -No, se lo ha llevado la ambulancia. -balbució Lucía mientras se sentaba. Esta tenía el pelo lacio y dorado y también era corta en altura. -Entonces puede que no estuviera muerto. -Si no estuviera muerto, la policía no habría acordonado la zona y la gente no estaría llorando tanto como lo hacían. Ese hombre estaba muerto. -insistió Lucía. -Le habrá dado un infarto. -dedujo Cashel. -O algo peor -murmuró Alicia. Los demás le miraron. Todos tenían lo mismo en mente-. Recordad... lo que dijeron en los telediarios la semana pasada. Lo del virus de... -Callaos de una vez, anda. Esas cosas me ponen mal cuerpo. -irrumpió Ana. -Tiene razón -corroboró Nicolás Sorní, el hermano de Antonio-. Además, lo de las noticias pasaba solo en África y Sudamérica, ¿no? -La última vez que oí hablar de ello en la tele también mencionaron zonas rurales del sur de Europa. murmuró Lucía. -¿Queréis dejar el tema? -volvió a insistir Ana- Si pasara algo grave ya nos habríamos enterado.
  • 2. -Supongo... -Pues ya está, dejémoslo. Es ridículo que os pongáis paranoicos por la muerte de un tío. Le daría un infarto, o una muerte súbita de esas o yo qué sé. -zanjó Miguel Méndez, un chico rubio y corpulento, que había entrado justo después de Alicia y Lucía junto a su novia Inés García. -Hola, Migue. No te había visto entrar. -saludó Dani. -No quería interrumpir -rió el chico. La tarde pasó rápido y pronto reinó la noche. Eran casi las nueve de la tarde y era hora de recoger las cosas para marcharse a cenar. Los primeros en levantarse de los sofás fueron Dani, Tomás, David y Alicia. -¿Vendréis después de cenar? -preguntó el rubio al resto, antes de dirigirse a la salida. -Sí, creo. A las once o así estaremos ya por aquí. -Yo vendré algo más tarde, pero contad conmigo. Se despidieron y salieron del local. Todos excepto Tomás recorrían el mismo camino de vuelta a casa, así que también se despidieron de él. -Ya va haciendo fresco. -comentó David mientras caminaban. -Estamos a dos de octubre, el verano ya es historia. -contestó Dani. -Contento estarás. -Sabes lo que me gusta el invierno -ambos rieron. Después Dani miró a Alicia. Iba cabizbaja y no había dicho ni una palabra, algo impropio de ella-. Ali, ¿estás bien? -¿Eh? -casi se sobresaltó ella- No, estaba pensando en lo del tío ese. No me ha dado buena espina, no sé. -Deja de preocuparte por ello, anda. -le pidió David, dándole una palmada en el hombro. -Mira, el Birras. -dijo Dani entonces, señalando levemente hacia delante. Estaba lejos, pero David y Alicia pudieron distinguir al hombre con barriga cervecera al que llamaban ‘El Birras’ caminando hacia ellos. Iba tambaleándose, incluso cojeando cada varios pasos. -Borracho otra vez. -rió también David. -Qué asco de hombre. -escupió Alicia. -¿Por qué va solo? Siempre lo traen sus amigos. -David iba a decir algo, pero un olor pútrido le obligó a taparse la nariz. -¿A qué coño huele? -murmuró. -No lo sé, pero apesta. -afirmó Dani, deteniéndose. Alicia también paró de caminar, y David lo hizo después. Tras unos instantes de silencio, Dani abrió los ojos como platos al ver algo. -¿Qué pasa? -inquirió David, siguiendo la trayectoria de su mirada esperando encontrar la razón de su reacción, sin éxito. -Mirad... su pie. Y la mano derecha. Sus amigos le hicieron caso, y tomaron casi la misma reacción al ver que el pie izquierdo del borracho estaba literalmente cruzado, doblado hacia atrás, con el hueso totalmente partido y mal sujeto al resto de la pierna. A su mano derecha le faltaban dos dedos, y estaba empapada en sangre. Alicia retrocedió un par de pasos y aceleró la respiración. -Necesita ayuda. -murmuró David, avanzando unos metros. -Dav, espera. -le detuvo Dani, sin apartar la mirada del hombre. -Dani, ¡tiene el pie roto y la mano partida en pedazos! -¡Exacto! ¿Si tú estuvieras así serías capaz de levantarte siquiera? -Puede, eso no lo sabemos ni tú ni yo. Vamos, ayúdame a... -¡¡David!! ¡¡Dani!! ¡¡Eh!! -gritó alguien tras ellos. Se giraron y vieron a Tomás , en la otra punta de la calle, corriendo hacia ellos. Dani iba a preguntar, pero entonces vio por qué corría. Aproximadamente una docena de gente apareció por la misma esquina que él, siguiéndole. No corrían, simplemente andaban a tropezones y de una manera extrañamente torpe. Parecía que intentaban aligerar la marcha, pero algo les impedía coordinar bien sus movimientos. -¿Qué coño es eso? ¿Qué hacen? -susurró Alicia. -Puede que sea lo que no queríamos nombrar en el local. -murmuró Dani, de nuevo sin apartar la mirada de Tomás y la muchedumbre que se le acercaba. Entonces oyeron otro ruido tras ellos. Parecía un gemido, una queja agónica y agobiante. Se giraron, y vieron aparecer por la esquina que había cerca de El Birras tres personas, todas con el mismo andar irregular y torpe. Ya se habían acostumbrado a él, pero entonces se percataron de que el asqueroso hedor seguía allí. De repente, casi por instinto y sin saber muy bien por qué, los tres empezaron a correr hacia Tomás, que mantenía la puerta del local abierta. Entraron los cuatro a la vez y David bloqueó la entrada con su cuerpo tras cerrarla.
  • 3. -¡Cierra con llave! ¡¡Echa la llave!! -le gritó a Dani. Este sacudió la cabeza y rebuscó en sus bolsillos, muy alterado. Acabó tirando las llaves al suelo. Las recogió, tembloroso, y metió la llave pequeña en la cerradura todo lo rápido que su acelerado pulso le permitía. -¡¿Qué pasa?! ¡Eh, ¿qué hacéis?! -gritó Ana. -¡Cierra el pico! ¡Cerradlo todos! -ordenó David. Dani, por su parte, se apresuró a apagar las luces. Una vez lo hizo la gente empezó a quejarse, hasta que Miguel vio por entre la cristalera las sombras de la muchedumbre que había arrinconado a Tomás, David, Dani y Alicia. -¿Y esos? -murmuró. Acto seguido empezaron todos a callarse y a observar por las cristaleras de la puerta. No era un cristal liso y por tanto no se distinguían bien las figuras, pero se veía lo suficientemente bien para darse cuenta del porte de aquellas personas. Un porte que no podía estar más alejado de la normalidad. -¿Qué pasa ahí fuera? -preguntó Nicolás, ya en voz baja y con la voz un tanto temblorosa. -Ahora no podemos hablar. -susurró Dani. -¿Cómo que no podemos hablar? -Callaos, necesito que estéis en silencio. Por favor. -¿Pero por qué? -alzó la voz María. Una de las sombras se detuvo y se giró hacia la puerta del local. David se apartó al instante y se cubrió tras el sofá, cuyo respaldo puso frente a la entrada. El resto no sabía muy bien de qué iba, pero algunos le siguieron y se pusieron tras el sofá. -María, no grites. -continuó susurrando Dani. -¿De qué vas? ¿Es alguna broma para internet o algo? -rió Luis Bosquer, un chico robusto de pelo castaño oscuro y alborotado. -Luis, cierra el puto pico de una puta vez, te lo estoy diciendo en serio. Lo que hemos dicho antes, lo de las noticias, lo de las zonas rurales del sur de Europa y toda esa mierda, puede que dejar el tema no sea lo mejor. Ya sabéis lo que quiero decir. -insistió Dani. Entonces sí se callaron todos. -¿Me estás diciendo que el virus ese ha llegado hasta aquí y no nos hemos enterado? -inquirió Dana, ya en voz baja. -Eso es imposible. Habrían evacuado la zona, como hicieron en América. Nos habrían llamado. -negó Ana. -Es verdad. Tenían un plan para ese caso, no pueden... -empezó Toni, pero un golpe en la puerta le calló. Dani se pegó a la pared aledaña a la entrada y miró de reojo con el corazón en un puño. Desde tan cerca sí podía distinguir perfectamente lo que había al otro lado, y él veía claramente cómo un hombre empujaba la puerta casi sin entusiasmo. Pero no fue eso lo que le detuvo la respiración. Era su cuerpo. Tenía la carne de las manos pelada, sus brazos estaban repletos de heridas bastante profundas. Le faltaba, literalmente, una parte del cuello. Tenía la mandíbula descolgada y carecía de labios. Efectivamente, era lo que trataban de ignorar. A los demás no les hizo falta preguntar, prácticamente les bastó con ver la expresión de horror en la cara de Dani. Pasaron unos segundos hasta que aquel hombre... aquel monstruo, dejara de empujar la puerta y siguiera su camino, atraído por otro ruido. Alicia también estaba cerca de la puerta y había visto lo mismo que Dani. -Están muertos... ese hombre estaba muerto... -balbució, con la mirada perdida. Todos los presentes estaban paralizados y nadie se atrevía a decir nada. Ninguno asimilaba lo que estaba pasando. -Sorní... -murmuró Dani, aún en la puerta, intentando recuperar la respiración- Sorní, trae aquí ese baúl. Tráelo -el moreno dudó unos segundos antes de indicar con una señal a su hermano y a Luis que le ayudaran con ello. Empezaron a arrastrarlo hacia la puerta-. No, no, no -les detuvo Dani-, levantarlo, no hay que hacer ruido. Dicho esto lo levantaron entre todos y lo llevaron junto a la puerta. Lo atrancaron entre los dos pilares que sustentaban la entrada y pudieron ver con sus propios ojos los cuerpos demacrados de los que más se acercaban a la puerta. Se alejaron, horrorizados, volviendo con el resto de gente tras el sofá. Antonio volvió con Ana y quedaron abrazados, Miguel hizo lo propio con Inés, las chicas se apiñaron para intentar mantener la calma y quedaron Dani, David, Nicolás y Luis mirando cómo los muertos seguían avanzando. Impasibles. Sin rumbo. ¿Cómo pudo pasar? Las autoridades habían asegurado que estaba controlado, que las zonas de cuarentena en el sur de Europa, América y África eran las únicas medidas necesarias. ¿Cómo pudo evolucionar tan rápido? Pasó casi una hora hasta que la calle quedó prácticamente vacía y los gemidos cesaron, a pesar de tres o cuatro rezagados que se habían caído o quedado atrás. -¿Ha... pasado? -balbució Lucía. -Creo... creo que sí. -contestó Dani, aún en voz baja.
  • 4. -No, no ha pasado -negó Toni, alzando de nuevo la voz-. Si han llegado hasta aquí y el gobierno no ha hecho nada es porque es incontrolable. Habrán pasado de esta calle, pero seguirán por otras. No ha pasado, están invadiéndolo todo. -Toni, no digas eso. -intentó callarle Ana. -Me gustaría no decirlo. Pero es lo que hay. Siempre nos lo han contado. En las historias esas de zombies, en los cómics, en todos los lados. La gente se mofaba hace una semana, cuando apareció ese virus de mierda en África. Era problema de los negros, decían. Pues ahora es nuestro problema. -Yo tengo que ver a mis padres. -dijo Tomás. -Yo también. -corroboraron María y Gabriel Vázquez, otro de los chicos. También tenía el pelo moreno y peinado con una cresta, pero menor a la de Toni. Pronto todos volvieron a hablar y a quejarse. -Callaos. Chicos, por favor -pidió Dani-. ¡Callaos de una puta vez, joder! -estalló al ver que nadie hacía caso. -No me mandes callar, cierra tú el pico. -amenazó Luis. -Pues vete fuera a gritar. Parece que no sepas lo que está pasando. -contestó Dani con el ceño fruncido. -¿Y tú sí que lo sabes? ¿De verdad? ¿Eres el experto ahora? -Calmaos, los dos. -intentó relajar los humos David. Ambos guardaron silencio hasta que Dani volvió a hablar. -Lo que voy a decir no es por orgullo. No es para echarme flores, no es para parecer el mejor ni para pretender ser nada en especial. A ver, ¿alguien sabe algo de esto? ¿Algo de muertos vivientes? ¿De zombies? ¿O como queráis llamarlos? -nadie habló- Ninguno habéis visto muchas películas de ellos. Ni leído una ficción sobre ellos. Bueno, pues yo sí. Y repito, no lo digo para hacerme el chulo. Todos sabéis lo que me encanta aquella serie que hacían los sábados por la noche. Y hace poco me leí la Guía de Supervivencia Zombie. Fue antes de las noticias, y no lo hice por ser un paranoico de esos que anuncian el fin del mundo todos los días, ni mucho menos. Fue por curiosidad. Lo encontré por internet y como no tenía nada mejor que hacer lo leí. ¿Entendéis lo que quiero decir? Por suerte o por desgracia soy yo el que más sabe de este tema. -¿Me estás diciendo que ahora deberías ser tú el líder por haber visto y leído un par de cuentos chinos? casi se cabreó Luis. -No creo que ‘cuentos chinos’ sea el nombre apropiado cuando acaba de pasar una horda de muertos por delante de nuestro local. -insistió Dani, alzando otra vez la voz. -Ni siquiera los he visto. Podría ser una broma de esas que hacen para la tele. Un buen número de actores se ponen a hacer ruidos con la boca y a cojear y venga, nos lo tragamos todos. -El que ha golpeado la puerta le faltaba casi todo el cuello y tenía la dentadura al aire, imbécil. -le calló Alicia. -Tiene razón. -corroboró Dani. -Por una vez estoy de acuerdo con él. Los he visto. Han empezado a caminar hacia mí en cuanto me han oído. Uno ha intentado echárseme encima, pero ha tropezado y he conseguido salir corriendo. Había algunos con las tripas fueras, algunos sin ojos... no es mentira. -añadió Tomás. El silencio se apoderó del local y los gruñidos de los muertos terminaron por desaparecer. -Escuchadme -suspiró Dani-. Sé que nunca me hacéis caso. Cada vez que digo algo serio, cada vez que doy una solución, todo el mundo lo ignora. No me malinterpretéis, no me molesta en absoluto. De hecho así siempre he podido desentenderme de todo e ir a mi bola. No os guardo rencor por ello. Pero esta vez es diferente, porque esta vez sí me afecta directamente. Me afecta a mí y a vosotros. Así que por favor, callaos por una vez y escuchadme seriamente -le miraron sin decir una palabra, así que continuó hablando-. Gracias. A ver, es una situación bastante... jodida, sí. Pero lo último que debemos hacer es perder los nervios, a menos que queráis acabar muertos. Es lo que he dicho antes, soy el que más ha visto y leído cosas de esto de los muertos vivientes. Quiero decir, yo sé más que vosotros sobre esto, y no podéis negarlo. No quiero dármelas de líder todopoderoso, pero ahora necesitamos que alguien guíe al grupo. Y sinceramente creo que soy el más adecuado. Ya está. Es lo que pienso. -Espero que seas consciente de cómo suena eso. -apuntó Antonio. -Lo soy. -No vas a ser el líder por que tú lo digas. -negó Nicolás. -No, y por eso intento convenceros. Pensadlo, en serio. ¿Sabéis a caso de qué va todo el virus ese? ¿Sabéis cómo sobrevivir ahí fuera? ¿Tenéis claro lo que queréis hacer? -insistió Dani. Los demás volvieron a guardar silencio- ¡Lo digo en serio! ¡Decídmelo! ¿Qué queréis que hagamos ahora? ¿Irnos cada uno por separado por
  • 5. un pueblo infestado de muertos esperando llegar a nuestra casa y esperar que nuestros padres sigan vivos? ¿Y cuando lo consigamos qué? -Mis padres no han muerto. -tajó Lucía. -Yo no he dicho eso. Hablaremos de ello. -¿Entonces qué coño propones? -inquirió Luis, casi enfadado. -No, antes quiero que las cosas queden claras. No por mí, quiero que lo digáis vosotros. ¿Comprendéis que el más adecuado para ser líder soy yo? Al menos por ahora, cuando todos nos acostumbremos realmente a esto no habrá líderes y podemos colaborar en democracia. Además, no seré el único. No puedo manejar todo un grupo yo solo. -Vale, yo estoy de acuerdo. -afirmó David. -Y yo. Por un tiempo puede que sea lo mejor. -corroboró Antonio, un tanto a regañadientes. A veces le costaba darle la razón a Dani. Poco a poco, el resto fue coincidiendo en que era lo mejor. -Vale, creo que lo mejor sería que hubiéramos cuatro al cargo. -concluyó Dani. -¿Qué cuatro? -Había pensado, a parte de mí, en David, Cashel y Sorní. David, eres sensato, tienes autoridad y eres fuerte. Cashel, sabes defenderte en el combate cuerpo a cuerpo y... -No creo que vaya a matar a uno de esos huecos a puñetazos. -objetó Gabriel. -Lo sé, pero a veces no hace falta matarlos. Normalmente lo mejor es evitarlos, y tener conocimientos en deportes de contacto, como él, puede ayudar a quitarte de encima a los que se acercan demasiado. Como iba diciendo... Cashel, lo del cuerpo a cuerpo nos puede venir bien, y aparte sabes mantener el buen rollo entre nosotros. Entre tú y yo podemos conservar los ánimos del grupo. Sorní, eres fuerte y sabes ayudar cuando hace falta. La fuerza física no es mi especialidad, así que vosotros tres suplís esa falta. Me ayudaréis a mantener el grupo en condiciones y podremos organizarnos mejor. ¿Alguien tiene algo que decir? -nadie dijo nada- ¿Entonces os parece bien? -les preguntó a los elegidos. David y Cashel asintieron antes que Antonio, pero los tres estaban conformes- Muy bien, gracias. A ver... -paró un momento para frotarse los ojos y pensar en lo que iba a decir- Vale, sé que todos estáis pensando en vuestras familias, en ir con ellas para ver si están todos bien. Lo comprendo, yo estoy deseando ver a mi padre, a mi tía y a mi primo. Pero ahora comprended vosotros que es muy arriesgado salir ahí fuera. -¿Y qué cojones quieres decir? ¿Que nos quedemos aquí y olvidemos a nuestros padres? ¿A nuestros hermanos? -casi gritó Tomás. Los demás empezaron a debatir sobre el asunto y Dani tuvo que recular. -¡Silencio! ¡¡Callad!! -gritó. Por primera vez en su vida dio una orden tan directa y con una voz tan potente, apoyándose en la esperanza de que su nueva “posición” le ayudara. Y para su sorpresa, casi todos callaron al instante- No os voy a impedir que vayáis a buscarles. Simplemente he intentado convenceros, pero no puedo perder el tiempo con esto. No podemos. Quien quiera ir a su casa y arriesgarse, que lo haga. No pienso obligar a nadie a irse ni a quedarse, en primer lugar porque no me haríais caso y en segundo lugar porque no es humano. Así que, quien quiera marcharse, que lo haga ahora que la calle está tranquila. pensaba añadir algo más, pero se dio cuenta de que no podía mostrarse tan blando dando opciones y tratando de convencer a gente segura de lo que quería, como si fueran críos. Cerró la boca, sacó las llaves de su bolsillo y desbloqueó la puerta. Tras inspirar hondo, se apartó de ella. Todos quedaron callados, esperando que hubiera algo más que decir. Pero pasaron los segundos y nadie dijo nada, así que Tomás fue el primero en moverse hacia la puerta. -Suerte a todos. -murmuró, sin siquiera mirarles a la cara. Le siguieron Lucía, Gabriel y María, algo más rezagados tras despedirse de sus amigos. Dani, David, Alicia y Cashel salieron a ver cómo marchaban. Lucía y María iban por la calle de la izquierda, mientras que Gabriel acompañó a Tomás por la derecha. Estaban observando en silencio a las chicas cuando oyeron un grito de Gabriel. Alterados, miraron hacia ellos y quedaron paralizados al ver cómo uno de los muertos se abalanzaba sobre él. El chico lo echó a un lado, pero el cadáver se agarró a su chaqueta con manos que parecían tenazas. -¡Tom! ¡¡Tom, AYÚDAME!! -le gritaba al moreno, que le miraba aterrado. Un par de segundos después el hueco le clavó los dientes en el brazo derecho. Las chicas, por su parte, habían detenido la marcha al ver el macabro espectáculo. Algo que no deberían haber hecho, pues otro de los muertos alcanzó a María. Salió de la esquina, no hubo manera de verlo venir. Nada más echarse sobre ella tropezó y ambos cayeron al suelo. -¡Lucía, vuelve! ¡¡No vayas!! -gritó Alicia a su amiga, aterrada. Sin embargo la chica estaba ocupada ayudando a María, que por suerte se libró del hueco. Sin embargo otros tres muertos les bloquearon el camino de vuelta y tuvieron que huir. Las perdieron de vista, y cuando volvieron a mirar a Gabriel, habían tres muertos encima de él. A Alicia se le escaparon las lágrimas y Miguel salió corriendo a ayudarle. -¡Déjale! -le gritó David.
  • 6. -¡¡Gabri!! ¡Levántate! ¡Levanta, joder! -chillaba el otro, acercándose a su amigo. -¡Migue! ¡¿Qué coño haces?! -siguió voceando David. Finalmente, Miguel llegó hasta Gabriel y apartó a uno de los muertos de una patada. Entre los dos consiguieron librarse del resto y se levantaron para correr hacia el local. Dani suspiró de alivio al ver que el primer muerto no había conseguido atravesar su chaqueta y no estaba herido. Analizó la situación: un muerto había alcanzado a María y no vio si le había mordido o no, Lucía había huido cargándola del brazo, Gabriel por poco fue devorado y Tomás desapareció sin dejar rastro. El muy condenado se esfumó en cuanto vio el panorama. -Estamos atrayendo mucha atención -murmuró después, al ver que varios muertos se acercaban a ellos por ambas calles-. Rápido, meteos dentro. ¡Vamos! -casi gritó, empujando a los que estaban en la puerta. Minutos después habían vuelto a bloquear la puerta y a esconderse tras los sofás. Sólo un par de huecos aporrearon la puerta hasta que fueron atraídos por los gritos de alguien. Los jóvenes quedaron en silencio tras los muebles, sin nada que decir. Sin nada que pensar. Paralizados, intentando respirar con normalidad.