Gran Final Campeonato Nacional Escolar Liga Las Torres 2017.pdf
Se nos fue el mundial
1. “SE NOS FUE EL MUNDIAL”
(Julio Martínez Prádanos, “Jumar”, escribió en la revista Estadio su columna “Desde la Altura”).
A escasas horas del último silbato, los organizadores de la Copa del Mundo ofrecieron un festejo a la prensa y a
la radio, como palancas vitales en el éxito obtenido. Una comida hermosa para dar las gracias, para estar de
nuevo codo a codo, para decirnos que Chile entero había trabajado en equipo.
Allí, en los suntuosos salones del Club de la Unión, junto a gentiles artistas y en camaradería poco usual, se
vivieron horas de alegría, brindis, recuerdos y evocaciones cercanos. Como si a todos y cada uno los animara el
mismo deseo:
¡Qué ganas de empezar de nuevo!
Ernesto Alvear tuvo que ofrecer el acto. Y al ser anunciado se llevó una sorpresa que no olvidará. Porque 120
periodistas de esta tierra se pusieron de pie para aplaudirlo, en una ovación vigorosa y espontánea, cálida y
merecida. Aplauso prolongado, que hirió la modestia del dirigente nortino, pero que dejó una huella en su
corazón. Acaso porque no lo esperaba.
Esa actitud improvisada y cordial de la prensa y la radiotelefonía chilena trasuntó el reconocimiento varonil a un
esfuerzo gigantesco, a una labor titánica, a un imposible que dejó de serlo gracias en gran parte a su tenacidad,
su visión y su temperamento. Todos los temores del extranjero se vieron desvirtuados a través de una
organización impecable, en que hubo de todo y en que todo caminó como un reloj. Las dudas del Viejo Mundo,
las exigencias de los más cercanos, esa incredulidad con que se nos ofendió en reiterados comentarios previos,
tuvieron respuesta en una atención exquisita para el visitante y una facilidad de trabajo superior aún a la de
otros mundiales. Por eso, los cronistas chilenos también quisimos dar las gracias, porque ese trato, esa
deferencia y esa labor constituyen motivo de satisfacción nacional.
Y nada más grato que la mejor impresión de sobria prolijidad y de madurez organizativa se haya escurrido a
través de las fuentes de información, encargadas, a fin de cuentas, de proporcionar -tarde o temprano- la
verdad de lo acontecido y la claridad de los hechos.
Ernesto Alvear y los suyos trabajaron “full time” y con eficiencia insuperada.
No se pierde, entonces, el sentido de las proporciones ni de la independencia periodística, si se les tributa una
de esas ovaciones que sobrecogen y perduran.
Se nos fue el Mundial.
Y el recuerdo de Dittborn sigue latente, porque la realidad agigantó su esfuerzo y el vocerío ensalzó su obra.
Se le añoró en cada instante. En la reunión inaugural, en las sesiones de la FIFA, en la charla del avión, en la
emoción del camarín triunfante, en la caída del telón. ¡Ah, si hubiese estado Dittborn!... ¡Qué lástima que no lo
haya visto Carlos!...
Los dirigentes escuchaban a Juan Goñi en las ceremonias solemnes, con el pensamiento puesto en el gran
ausente. Los jugadores esperaban de un momento a otro su palabra fácil y contagiosa, su apretón de manos de
colegial alborozado, su consejo y su abrazo. Los periodistas le tuvimos presente en todas las entrevistas, porque
aún sentimos el impacto de sus frases tajantes, de su chispa, de su talento. Y en la cancha, cuando Eladio Rojas
superó a Soskic en el minuto final de una contienda inolvidable, de muchos asientos surgió la misma reflexión y
el mismo acuerdo: ¡Este gol lo mandó Dittborn!... ¡Este gol lo hicieron entre Rojas y Carlitos!...
Se nos fue el Mundial y el acelerado trajín de esos días febriles ahonda la evocación y prolonga la cinta
recordatoria, como esos sueños fugaces, que pasan demasiado pronto.
2. “SE NOS FUE EL MUNDIAL”
(Julio Martínez Prádanos, “Jumar”, escribió en la revista Estadio su columna “Desde la Altura”).
A escasas horas del último silbato, los organizadores de la Copa del Mundo ofrecieron un festejo a la prensa y a
la radio, como palancas vitales en el éxito obtenido. Una comida hermosa para dar las gracias, para estar de
nuevo codo a codo, para decirnos que Chile entero había trabajado en equipo.
Allí, en los lujosos salones del Club de la Unión, junto a amables artistas y en camaradería poco usual, se vivieron
horas de alegría, brindis, recuerdos y evocaciones cercanos. Como si a todos y cada uno los animara el mismo
deseo:
¡Qué ganas de empezar de nuevo!
Ernesto Alvear tuvo que ofrecer el acto. Y al ser anunciado se llevó una sorpresa que no olvidará. Porque 120
periodistas de esta tierra se pusieron de pie para aplaudirlo, en una ovación vigorosa y espontánea, cálida y
merecida. Aplauso prolongado, que hirió la humildad del dirigente nortino, pero que dejó una huella en su
corazón. Acaso porque no lo esperaba.
Esa actitud improvisada y cordial de la prensa y la radiotelefonía chilena trasuntó el reconocimiento varonil a un
esfuerzo gigantesco, a una labor titánica, a un imposible que dejó de serlo gracias en gran parte a su tenacidad,
su visión y su temperamento. Todos los temores del extranjero se vieron desvirtuados a través de una
organización impecable, en que hubo de todo y en que todo caminó como un reloj. Las dudas del Viejo Mundo,
las exigencias de los más cercanos, esa incredulidad con que se nos ofendió en reiterados comentarios previos,
tuvieron respuesta en una atención exquisita para el visitante y una facilidad de trabajo superior aún a la de
otros mundiales. Por eso, los cronistas chilenos también quisimos dar las gracias, porque ese trato, esa
deferencia y esa labor constituyen motivo de satisfacción nacional.
Y nada más grato que la mejor impresión de sobria prolijidad y de madurez organizativa se haya escurrido a
través de las fuentes de información, encargadas, a fin de cuentas, de proporcionar -tarde o temprano- la
verdad de lo acontecido y la claridad de los hechos.
Ernesto Alvear y los suyos trabajaron “full time” y con eficiencia insuperada.
No se pierde, entonces, el sentido de las proporciones ni de la independencia periodística, si se les tributa una
de esas ovaciones que sobrecogen y perduran.
Se nos fue el Mundial.
Y el recuerdo de Dittborn sigue latente, porque la realidad agigantó su esfuerzo y el vocerío ensalzó su obra.
Se le añoró en cada instante. En la reunión inaugural, en las sesiones de la FIFA, en la conversación del avión, en
la emoción del camarín triunfante, en la caída del telón. ¡Ah, si hubiese estado Dittborn!... ¡Qué lástima que no
lo haya visto Carlos!...
Los dirigentes escuchaban a Juan Goñi en las ceremonias solemnes, con el pensamiento puesto en el gran
ausente. Los jugadores esperaban de un momento a otro su palabra fácil y contagiosa, su apretón de manos de
colegial alborozado, su consejo y su abrazo. Los periodistas le tuvimos presente en todas las entrevistas, porque
aún sentimos el impacto de sus frases tajantes, de su chispa, de su talento. Y en la cancha, cuando Eladio Rojas
superó a Soskic en el minuto final de una contienda inolvidable, de muchos asientos surgió la misma reflexión y
el mismo acuerdo: ¡Este gol lo mandó Dittborn!... ¡Este gol lo hicieron entre Rojas y Carlitos!...
Se nos fue el Mundial y el acelerado trajín de esos días febriles ahonda la evocación y prolonga la cinta
recordatoria, como esos sueños fugaces, que pasan demasiado pronto.