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DISCURSOS 2006

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A
UN CONGRESO ORGANIZADO POR LA ACADEMIA
PONTIFICIA PARA LA VIDA
Lunes 27 de febrero de 2006

Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;ilustres
señores y señoras:

Dirijo a todos mi saludo deferente y cordial con ocasión de la
asamblea general de la Academia pontificia para la vida y del
congreso internacional, recién iniciado, sobre "El embrión humano
en la fase de preimplantación". De modo especial, saludo al
cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo pontificio
para la pastoral de la salud, así como a monseñor Elio Sgreccia,
presidente de la Academia pontificia para la vida, al que agradezco
las amables palabras con las que ha puesto de relieve el interés
particular de las temáticas que se afrontan en esta circunstancia, y
saludo al cardenal electo, Carlo Caffarra, amigo desde hace mucho
tiempo. En efecto, el tema de estudio elegido para vuestra
asamblea, "El embrión humano en la fase de preimplantación", es
decir, en los primeros días que siguen a la concepción, es una
cuestión sumamente importante hoy, tanto por sus evidentes
repercusiones sobre la reflexión filosófico-antropológica y ética
como por sus perspectivas de aplicación en el ámbito de las
ciencias biomédicas y jurídicas. Se trata, indudablemente, de un
tema fascinante, pero difícil y arduo, dada la naturaleza tan
delicada del asunto en cuestión y la complejidad de los problemas
epistemológicos que conciernen a la relación entre la constatación
de los hechos en las ciencias experimentales y la consiguiente y
necesaria reflexión sobre los valores en el ámbito antropológico.
Como se puede comprender bien, ni la sagrada Escritura ni la
Tradición cristiana más antigua pueden contener exposiciones
explícitas sobre vuestro tema. Sin embargo, san Lucas, al narrar el
encuentro de la Madre de Jesús, que lo había concebido en su seno
virginal hacía sólo pocos días, con la madre de Juan Bautista, ya al
sexto mes de embarazo, testimonia la presencia activa, aunque
escondida, de dos niños: "Cuando oyó Isabel el saludo de María,
saltó de gozo el niño en su seno" (Lc 1, 41). San Ambrosio
comenta: Isabel "percibió la llegada de María, y él (Juan) la
llegada del Señor; la mujer, la llegada de la mujer; el niño, la
llegada del Niño" (Comm. in Luc., 2, 19. 22-26). Con todo, aunque
falten enseñanzas explícitas sobre los primeros días de vida de la
criatura concebida, es posible encontrar en la sagrada Escritura
indicaciones valiosas que despiertan sentimientos de admiración y
aprecio del hombre recién concebido, especialmente en quienes,
como vosotros, se proponen estudiar el misterio de la generación
humana. En efecto, los libros sagrados quieren mostrar el amor de
Dios a cada ser humano aun antes de su formación en el seno de la
madre. "Antes de haberte formado yo en el seno materno, te
conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado" (Jr 1, 5), dice
Dios al profeta Jeremías. Y el salmista reconoce con gratitud: "Tú
has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy
gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son
admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma" (Sal
139, 13-14). Estas palabras adquieren toda su riqueza de
significado cuando se piensa que Dios interviene directamente en
la creación del alma de cada nuevo ser humano. El amor de Dios
no hace diferencia entre el recién concebido, aún en el seno de su
madre, y el niño o el joven o el hombre maduro o el anciano. No
hace diferencia, porque en cada uno de ellos ve la huella de su
imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26). No hace diferencia, porque en
todos ve reflejado el rostro de su Hijo unigénito, en quien "nos ha
elegido antes de la creación del mundo (...), eligiéndonos de
antemano para ser sus hijos adoptivos (...), según el beneplácito de
su voluntad" (Ef 1, 4-6). Este amor ilimitado y casi incomprensible
de Dios al hombre revela hasta qué punto la persona humana es
digna de ser amada por sí misma, independientemente de cualquier
otra consideración: inteligencia, belleza, salud, juventud,
integridad, etc. En definitiva, la vida humana siempre es un bien,
puesto que "es manifestación de Dios en el mundo, signo de su
presencia, resplandor de su gloria" (Evangelium vitae, 34). En
efecto, al hombre se le dona una altísima dignidad, que tiene sus
raíces en el íntimo vínculo que lo une a su Creador: en el hombre,
en todo hombre, en cualquier fase o condición de su vida,
resplandece un reflejo de la misma realidad de Dios. Por eso el
Magisterio de la Iglesia ha proclamado constantemente el carácter
sagrado e inviolable de toda vida humana, desde su concepción
hasta su fin natural (cf. ib., 57). Este juicio moral vale ya al
comienzo de la vida de un embrión, incluso antes de que se haya
implantado en el seno materno, que lo custodiará y nutrirá durante
nueve meses hasta el momento del nacimiento: "La vida humana
es sagrada e inviolable en todo momento de su existencia, también
en el inicial que precede al nacimiento" (ib., 61). Queridos
estudiosos, sé bien con cuáles sentimientos de admiración y de
profundo respeto por el hombre realizáis vuestro arduo y fructuoso
trabajo de investigación precisamente sobre el origen mismo de la
vida humana: un misterio cuyo significado la ciencia será capaz de
iluminar cada vez más, aunque es difícil que logre descifrarlo del
todo. En efecto, en cuanto la razón logra superar un límite
considerado insalvable, se encuentra con el desafío de otros
límites, hasta entonces desconocidos. El hombre seguirá siendo
siempre un enigma profundo e impenetrable. Ya en el siglo IV, san
Cirilo de Jerusalén hacía la siguiente reflexión a los catecúmenos
que se preparaban para recibir el bautismo: "¿Quién es el que ha
preparado la cavidad del útero para la procreación de los
hijos?, ¿quién ha animado en él al feto inanimado? ¿Quién nos ha
provisto de nervios y huesos, rodeándonos luego de piel y de carne
(cf. Jb 10, 11) y, en cuanto el niño ha nacido, hace salir del seno
leche en abundancia? ¿De qué modo el niño, al crecer, se hace
adolescente, se convierte en joven, luego en hombre y, por último
en anciano, sin que nadie logre descubrir el día preciso en el que se
realiza el cambio?". Y concluía: "estás viendo, oh hombre, al
artífice; estás viendo al sabio Creador" (Catequesis bautismal, 9,
15-16). Al inicio del tercer milenio, siguen siendo válidas estas
consideraciones, que más que al fenómeno físico o fisiológico se
refieren a su significado antropológico y metafísico. Hemos
mejorado enormemente nuestros conocimientos e identificado
mejor los límites de nuestra ignorancia; pero, al parecer, a la
inteligencia humana le resulta demasiado arduo darse cuenta de
que, contemplando la creación, encontramos la huella del Creador.
En realidad, quien ama la verdad, como vosotros, queridos
estudiosos, debería percibir que la investigación sobre temas tan
profundos nos permite ver e incluso casi tocar la mano de Dios.
Más allá de los límites del método experimental, en el confín del
reino que algunos llaman meta-análisis, donde ya no basta o no es
posible sólo la percepción sensorial ni la verificación científica,
empieza la aventura de la trascendencia, el compromiso de "ir más
allá". Queridos investigadores y estudiosos, os deseo que logréis
cada vez más no sólo examinar la realidad objeto de vuestros
esfuerzos, sino también contemplarla de modo tal que, junto con
vuestros descubrimientos, surjan además las preguntas que llevan a
descubrir en la belleza de las criaturas el reflejo del Creador. En
este contexto, me complace expresar mi aprecio y agradecimiento
a la Academia pontificia para la vida por su valioso trabajo de
"estudio, formación e información", del que se benefician los
dicasterios de la Santa Sede, las Iglesias locales y los estudiosos
atentos a todo lo que la Iglesia propone en el campo de la
investigación científica y sobre la vida humana en su relación con
la ética y el derecho. Por la urgencia y la importancia de estos
problemas, considero providencial la institución por parte de mi
venerado predecesor Juan Pablo II de este organismo. Por tanto, a
todos vosotros, presidencia, personal y miembros de la Academia
pontificia para la vida, deseo expresaros con sincera cordialidad mi
cercanía y mi apoyo. Con estos sentimientos, encomendando
vuestro trabajo a la protección de María, os imparto a todos la
bendición apostólica.
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A
LOS ENFERMOS Y AGENTES SANITARIOS
Basílica de San PedroSábado 11 de febrero, memoria de Nuestra
Señora de Lourdes

Queridos hermanos y hermanas: Con gran alegría he venido a
vosotros, y os agradezco vuestra afectuosa acogida. Os dirijo mi
saludo de modo especial a vosotros, queridos enfermos, que estáis
reunidos aquí, en la basílica de San Pedro, y quisiera extenderlo a
todos los enfermos que nos están siguiendo mediante la radio y la
televisión, y a los que no tienen esta posibilidad, pero se
encuentran unidos a nosotros con los vínculos más profundos del
espíritu, en la fe y en la oración. Saludo al cardenal Camillo Ruini,
que ha presidido la Eucaristía, y al cardenal Francesco Marchisano,
arcipreste de esta basílica vaticana.Saludo a los demás obispos y
sacerdotes presentes. Doy las gracias a la UNITALSI y a la Obra
romana de peregrinaciones, que han preparado y organizado este
encuentro, con la participación de numerosos voluntarios. Mi
pensamiento se dirige también a la otra parte del planeta, a
Australia, donde, en la ciudad de Adelaida, tuvo lugar hace algunas
horas la celebración conclusiva de la Jornada mundial del enfermo,
presidida por mi enviado, el cardenal Javier Lozano Barragán,
presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud.
Desde hace catorce años, el 11 de febrero, memoria litúrgica de
Nuestra Señora de Lourdes, se celebra también la Jornada mundial
del enfermo. Todos sabemos que, en la gruta de Massabielle, la
Virgen manifestó la ternura de Dios hacia los que sufren. Esta
ternura, este amor solícito se hace sentir de modo particularmente
vivo en el mundo precisamente el día de Nuestra Señora de
Lourdes, actualizando en la liturgia, y especialmente en la
Eucaristía, el misterio de Cristo Redentor del hombre, cuya
primicia es la Virgen Inmaculada. Al aparecerse a Bernardita como
la Inmaculada Concepción, María santísima vino para recordar al
mundo moderno la primacía de la gracia divina, más fuerte que el
pecado y la muerte, pues corría el riesgo de olvidarla. Y el lugar de
su aparición, la gruta de Massabielle, en Lourdes, se ha convertido
en un punto de atracción para todo el pueblo de Dios,
 especialmente para todos los que se sienten oprimidos y sufren en
el cuerpo y en el espíritu. "Venid a mí todos los que estáis
cansados y fatigados, y yo os aliviaré" (Mt 11, 28), dijo Jesús. En
Lourdes sigue repitiendo esta invitación, con la mediación materna
de María, a todos los que acuden allí con confianza. Queridos
hermanos, este año, junto con mis colaboradores del Consejo
pontificio para la pastoral de la salud, hemos querido poner en el
centro de la atención a las personas afectadas por enfermedades
mentales. "Salud mental y dignidad humana" fue el tema del
congreso que se celebró en Adelaida, profundizando al mismo
tiempo aspectos científicos, éticos y pastorales. Todos sabemos
que Jesús consideraba al hombre en su totalidad para curarlo
completamente, en el cuerpo, en la psique y en el espíritu. En
efecto, la persona humana es una, y sus diversas dimensiones
pueden y deben distinguirse, pero no separarse. Así también la
Iglesia se propone siempre considerar a las personas como tales, y
esta concepción distingue a las instituciones sanitarias católicas,
así como el estilo de los agentes sanitarios que trabajan en ellas. En
este momento, pienso de modo particular en las familias que tienen
un enfermo mental y afrontan la carga y los diversos problemas
que esto plantea. Nos sentimos cercanos a todas estas situaciones,
con la oración y con las innumerables iniciativas que la comunidad
eclesial realiza en todo el mundo, especialmente donde no existe
una legislación al respecto, donde las instituciones públicas son
insuficientes, y donde calamidades naturales o, por desgracia,
guerras y conflictos armados producen graves traumas psíquicos a
las personas. Son formas de pobreza que atraen la caridad de
Cristo, buen samaritano, y de la Iglesia, indisolublemente unida a
 él al servicio de la humanidad que sufre. A todos los médicos, los
enfermeros y demás agentes sanitarios, a todos los voluntarios
comprometidos en este campo quisiera entregarles hoy
simbólicamente la encíclica Deus caritas est, con el deseo de que
el amor de Dios esté siempre vivo en su corazón, para que anime
su trabajo diario, sus proyectos, sus iniciativas y sobre todo sus
relaciones con las personas enfermas. Actuando en nombre de la
caridad y con el estilo de la caridad, vosotros, queridos amigos,
también contribuís eficazmente a la evangelización, porque el
anuncio del Evangelio necesita signos coherentes que lo
confirmen. Y estos signos hablan el lenguaje del amor universal,
un lenguaje comprensible a todos. Dentro de poco, creando el
clima espiritual de Lourdes, se apagarán las luces de la basílica y
encenderemos nuestras velas, símbolo de fe y de ardiente
invocación a Dios. El canto del Ave María de Lourdes nos invitará
a ir espiritualmente a la gruta de Massabielle, a los pies de la
Virgen Inmaculada. A ella, con profunda fe, queremos presentarle
nuestra condición humana, nuestras enfermedades, signo de la
necesidad que todos tenemos, mientras estamos en camino en esta
peregrinación terrena, de que su Hijo Jesucristo nos salve. Que
María mantenga viva nuestra esperanza, para que, fieles a la
enseñanza de Cristo, renovemos el compromiso de aliviar a los
hermanos en sus enfermedades. Que el Señor haga que nadie se
 sienta solo y abandonado en los momentos de necesidad, sino
que, al contrario, afronte, incluso la enfermedad, con dignidad
humana. Con estos sentimientos, os imparto de corazón la
bendición apostólica a todos vosotros, enfermos, agentes sanitarios
y voluntarios.
VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD BENEDICTO
XVI A POLONIA

SALUDO DEL SANTO PADRE

ENCUENTRO CON LOS ENFERMOS
Łagiewniki, sábado 27 de mayo de 2006

Amadísimos hermanos y hermanas: Me alegra poder encontrarme
con vosotros, con ocasión de mi visita a este santuario de la
Misericordia Divina. Os saludo de corazón a todos: a los
enfermos, a los enfermeros, a los sacerdotes que en este santuario
se dedican a la pastoral, a las religiosas de la Bienaventurada
Virgen María de la Misericordia, a los miembros del "Faustinum"
y a todos los demás. En esta circunstancia nos encontramos ante
dos misterios: el misterio del sufrimiento humano y el misterio de
la Misericordia divina. A primera vista, estos dos misterios parecen
contraponerse.Pero cuando tratamos de profundizar en ellos a la
luz de la fe, vemos que están en recíproca armonía, gracias al
misterio de la cruz de Cristo. Como dijo aquí Juan Pablo II, "la
cruz es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el
hombre (...). La cruz es como un toque del amor eterno sobre las
heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre" (17 de
agosto de 2002, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua
española, 23 de agosto de 2002, p. 4). Vosotros, queridos
enfermos, marcados por el sufrimiento del cuerpo y del alma, sois
quienes estáis más unidos a la cruz de Cristo, pero, al mismo
tiempo, sois los testigos más elocuentes de la misericordia de Dios.
Por medio de vosotros y mediante vuestro sufrimiento, él se inclina
con amor hacia la humanidad. Sois vosotros quienes, diciendo en
el silencio del corazón: "Jesús, en ti confío", nos enseñáis que no
hay fe más profunda, esperanza más viva y amor más ardiente que
la fe, la esperanza y el amor de quien en la tribulación se abandona
en las manos seguras de Dios. ¡Ojalá que las manos de quienes os
ayudan en el nombre de la misericordia sean una prolongación de
estas grandes manos de Dios! Quisiera abrazaros a cada uno. Dado
que prácticamente no es posible, os estrecho espiritualmente contra
mi corazón, y os imparto mi bendición, en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo.
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A
UNA    PEREGRINACIÓN     DE    PERSONAS
VINCULADAS A LAS OBRAS DEL PADRE PÍO DE
PIETRELCINA
Sábado 14 de octubre de 2006

Señores cardenales;venerados hermanos en el episcopado y en el
sacerdocio;queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría me encuentro con vosotros en esta plaza en la
que, en 1999 y en 2002, tuvieron lugar las memorables
celebraciones de beatificación y canonización del padre Pío de
Pietrelcina. Hoy habéis venido en gran número con ocasión del 50°
aniversario de la que constituye una parte considerable de su obra:
la Casa Alivio del sufrimiento. Os doy la bienvenida con afecto y
os saludo cordialmente a cada uno: al arzobispo Umberto
D'Ambrosio, al que agradezco sus amables palabras; a los frailes
capuchinos del santuario y de la provincia; a los dirigentes, a los
médicos, a los enfermeros y al personal del hospital; a los
miembros de los Grupos de oración, provenientes de todas las
partes de Italia y también de otros países; y a los peregrinos de la
diócesis de Manfredonia-Vieste-San Giovanni Rotondo. Todos
juntos formáis una gran familia espiritual, porque os reconocéis
como hijos del padre Pío, un hombre sencillo, un "pobre fraile"
―como decía él― al que Dios encomendó el mensaje perenne de
su Amor crucificado por toda la humanidad.

Los primeros herederos de su testimonio sois vosotros, queridos
frailes capuchinos, que custodiáis el santuario de Santa María de
las Gracias y la nueva gran iglesia dedicada a San Pío de
Pietrelcina. Sois los principales animadores de esos lugares de
gracia, meta de millones de peregrinos cada año. Estimulados y
sostenidos por el ejemplo del padre Pío y por su intercesión,
esforzaos por ser vosotros mismos sus imitadores para ayudar a
todos a vivir una profunda experiencia espiritual, centrada en la
contemplación de Cristo crucificado, revelador y mediador del
amor misericordioso del Padre celestial.

Del corazón del padre Pío, ardiente de caridad, brotó la Casa
Alivio del sufrimiento, que ya con su nombre manifiesta la idea
inspiradora de la que surgió y el programa que pretende realizar. El
padre Pío quiso llamarla "casa" para que el enfermo, especialmente
el pobre, se sintiera a gusto en ella, acogido en un clima familiar, y
para que en esta casa pudiera encontrar "alivio" en su sufrimiento.
Alivio gracias a dos fuerzas convergentes: la oración y la ciencia.

Esta era la idea del fundador, y todos los que trabajan en el hospital
deben tenerla siempre muy presente, haciéndola suya. La fe en
Dios y la búsqueda científica cooperan al mismo fin, que se puede
expresar del mejor modo con las palabras de Jesús mismo: "Para
que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10). Sí, Dios es
vida y quiere que el hombre se cure de toda enfermedad del cuerpo
y del espíritu. Por eso Jesús curó incansablemente a enfermos,
anunciando con su curación el reino de Dios ya cercano. Por el
mismo motivo la Iglesia, gracias a los carismas de tantos santos y
santas, ha prolongado y difundido a lo largo de los siglos este
ministerio profético de Cristo, mediante innumerables iniciativas
en el campo de la salud y del servicio a los que sufren.

Si la dimensión científica y tecnológica es propia del Hospital, la
oración, en cambio, se extiende a toda la obra del padre Pío. Es el
elemento, por decirlo así, transversal: el alma de toda iniciativa, la
fuerza espiritual que lo mueve y orienta todo según el orden de la
caridad que, en resumidas cuentas, es Dios mismo.

Dios es amor. Por eso el binomio fundamental que deseo volver a
proponer a vuestra atención es el que está en el centro de mi
encíclica: amor a Dios y amor al prójimo, oración y caridad (cf.
Deus caritas est, 16-18). El padre Pío fue, ante todo, un "hombre
de Dios". Desde niño se sintió llamado por él y respondió "con
todo su corazón, con toda su alma y con toda su fuerza" (cf. Dt 6,
5). Así el amor divino pudo tomar posesión de su humilde persona
y hacer de ella un instrumento elegido de sus designios de
salvación.

¡Alabado sea Dios, que en todo tiempo escoge almas sencillas y
generosas para realizar maravillas! (cf. Lc 1, 48-49). Todo en la
Iglesia viene de Dios, y sin él nada puede mantenerse en pie. Las
obras del padre Pío son un ejemplo extraordinario de esta verdad:
la Casa Alivio se puede definir bien un "milagro". Humanamente,
¿quién podía pensar que junto al pequeño convento de San
Giovanni Rotondo surgiría uno de los hospitales más grandes y
modernos del sur de Italia? ¿Quién sino el hombre de Dios, que
contempla la realidad con los ojos de la fe y con una gran
esperanza, porque sabe que para Dios nada es imposible?

Por eso la fiesta de la Casa Alivio del sufrimiento es al mismo
tiempo la fiesta de los Grupos de oración del padre Pío, es decir, de
la parte de su obra que "llama" continuamente al corazón de Dios,
como un ejército de intercesores y de reparadores, a fin de obtener
las gracias necesarias para la Iglesia y para el mundo.

Queridos amigos de los Grupos de oración, vuestro origen se
remonta al invierno de 1942, mientras la segunda guerra mundial
asolaba Italia, Europa y el mundo. El 17 de febrero de aquel año,
mi venerado predecesor el Papa Pío XII hizo un llamamiento al
pueblo cristiano para que muchos se reunieran a orar juntos por la
paz. El padre Pío impulsó a sus hijos espirituales a responder
prontamente a la llamada del Vicario de Cristo. Así nacieron los
Grupos de oración, y como centro organizativo tuvieron
precisamente la Casa Alivio del sufrimiento, que aún estaba en
construcción. Esta imagen sigue siendo un símbolo elocuente: la
Obra del padre Pío como un gran "edificio en construcción",
animado por la oración y destinado a la caridad activa.
Los Grupos de oración se han difundido en las parroquias, en los
conventos, en los hospitales, y hoy son más de tres mil, esparcidos
por todos los continentes. Vosotros, aquí hoy, sois una
representación numerosa de ellos. La respuesta originaria dada al
llamamiento del Papa ha marcado para siempre el carácter de
vuestra "red" espiritual: vuestra oración, como reza el Estatuto, es
"con la Iglesia, por la Iglesia y en la Iglesia" (Proemio), y se debe
vivir siempre en plena adhesión al Magisterio, con una obediencia
pronta al Papa y a los obispos, bajo la guía del presbítero
nombrado por el obispo. El mismo Estatuto prescribe también un
compromiso esencial de los Grupos de oración, es decir, la
"caridad activa y operante para alivio de los que sufren y de los
necesitados como actuación práctica del amor a Dios" (ib.). He
aquí nuevamente el binomio oración y caridad, Dios y prójimo. El
Evangelio no permite evasiones: quien se dirige al Dios de
Jesucristo es impulsado a servir a los hermanos y, viceversa, quien
se dedica a los pobres descubre en ellos el rostro misterioso de
Dios.

Queridos amigos, el tiempo ha pasado, y ha llegado el momento de
concluir. Deseo expresaros mi agradecimiento sincero por el apoyo
que me dais con vuestra oración. Que el Señor os recompense. Al
mismo tiempo, para la comunidad de trabajo de la Casa Alivio del
sufrimiento pido la gracia especial de ser siempre fiel al espíritu y
al proyecto del padre Pío. Encomiendo esta oración a la intercesión
celestial del padre Pío y de la Virgen María.

Con estos sentimientos, os imparto de corazón a todos vosotros y a
vuestros seres queridos la bendición apostólica.

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  • 1. DISCURSOS 2006 DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A UN CONGRESO ORGANIZADO POR LA ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA VIDA Lunes 27 de febrero de 2006 Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;ilustres señores y señoras: Dirijo a todos mi saludo deferente y cordial con ocasión de la asamblea general de la Academia pontificia para la vida y del congreso internacional, recién iniciado, sobre "El embrión humano en la fase de preimplantación". De modo especial, saludo al cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud, así como a monseñor Elio Sgreccia, presidente de la Academia pontificia para la vida, al que agradezco las amables palabras con las que ha puesto de relieve el interés particular de las temáticas que se afrontan en esta circunstancia, y saludo al cardenal electo, Carlo Caffarra, amigo desde hace mucho tiempo. En efecto, el tema de estudio elegido para vuestra asamblea, "El embrión humano en la fase de preimplantación", es decir, en los primeros días que siguen a la concepción, es una cuestión sumamente importante hoy, tanto por sus evidentes repercusiones sobre la reflexión filosófico-antropológica y ética como por sus perspectivas de aplicación en el ámbito de las ciencias biomédicas y jurídicas. Se trata, indudablemente, de un tema fascinante, pero difícil y arduo, dada la naturaleza tan delicada del asunto en cuestión y la complejidad de los problemas epistemológicos que conciernen a la relación entre la constatación de los hechos en las ciencias experimentales y la consiguiente y necesaria reflexión sobre los valores en el ámbito antropológico. Como se puede comprender bien, ni la sagrada Escritura ni la Tradición cristiana más antigua pueden contener exposiciones
  • 2. explícitas sobre vuestro tema. Sin embargo, san Lucas, al narrar el encuentro de la Madre de Jesús, que lo había concebido en su seno virginal hacía sólo pocos días, con la madre de Juan Bautista, ya al sexto mes de embarazo, testimonia la presencia activa, aunque escondida, de dos niños: "Cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno" (Lc 1, 41). San Ambrosio comenta: Isabel "percibió la llegada de María, y él (Juan) la llegada del Señor; la mujer, la llegada de la mujer; el niño, la llegada del Niño" (Comm. in Luc., 2, 19. 22-26). Con todo, aunque falten enseñanzas explícitas sobre los primeros días de vida de la criatura concebida, es posible encontrar en la sagrada Escritura indicaciones valiosas que despiertan sentimientos de admiración y aprecio del hombre recién concebido, especialmente en quienes, como vosotros, se proponen estudiar el misterio de la generación humana. En efecto, los libros sagrados quieren mostrar el amor de Dios a cada ser humano aun antes de su formación en el seno de la madre. "Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado" (Jr 1, 5), dice Dios al profeta Jeremías. Y el salmista reconoce con gratitud: "Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma" (Sal 139, 13-14). Estas palabras adquieren toda su riqueza de significado cuando se piensa que Dios interviene directamente en la creación del alma de cada nuevo ser humano. El amor de Dios no hace diferencia entre el recién concebido, aún en el seno de su madre, y el niño o el joven o el hombre maduro o el anciano. No hace diferencia, porque en cada uno de ellos ve la huella de su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26). No hace diferencia, porque en todos ve reflejado el rostro de su Hijo unigénito, en quien "nos ha elegido antes de la creación del mundo (...), eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos (...), según el beneplácito de su voluntad" (Ef 1, 4-6). Este amor ilimitado y casi incomprensible de Dios al hombre revela hasta qué punto la persona humana es digna de ser amada por sí misma, independientemente de cualquier
  • 3. otra consideración: inteligencia, belleza, salud, juventud, integridad, etc. En definitiva, la vida humana siempre es un bien, puesto que "es manifestación de Dios en el mundo, signo de su presencia, resplandor de su gloria" (Evangelium vitae, 34). En efecto, al hombre se le dona una altísima dignidad, que tiene sus raíces en el íntimo vínculo que lo une a su Creador: en el hombre, en todo hombre, en cualquier fase o condición de su vida, resplandece un reflejo de la misma realidad de Dios. Por eso el Magisterio de la Iglesia ha proclamado constantemente el carácter sagrado e inviolable de toda vida humana, desde su concepción hasta su fin natural (cf. ib., 57). Este juicio moral vale ya al comienzo de la vida de un embrión, incluso antes de que se haya implantado en el seno materno, que lo custodiará y nutrirá durante nueve meses hasta el momento del nacimiento: "La vida humana es sagrada e inviolable en todo momento de su existencia, también en el inicial que precede al nacimiento" (ib., 61). Queridos estudiosos, sé bien con cuáles sentimientos de admiración y de profundo respeto por el hombre realizáis vuestro arduo y fructuoso trabajo de investigación precisamente sobre el origen mismo de la vida humana: un misterio cuyo significado la ciencia será capaz de iluminar cada vez más, aunque es difícil que logre descifrarlo del todo. En efecto, en cuanto la razón logra superar un límite considerado insalvable, se encuentra con el desafío de otros límites, hasta entonces desconocidos. El hombre seguirá siendo siempre un enigma profundo e impenetrable. Ya en el siglo IV, san Cirilo de Jerusalén hacía la siguiente reflexión a los catecúmenos que se preparaban para recibir el bautismo: "¿Quién es el que ha preparado la cavidad del útero para la procreación de los hijos?, ¿quién ha animado en él al feto inanimado? ¿Quién nos ha provisto de nervios y huesos, rodeándonos luego de piel y de carne (cf. Jb 10, 11) y, en cuanto el niño ha nacido, hace salir del seno leche en abundancia? ¿De qué modo el niño, al crecer, se hace adolescente, se convierte en joven, luego en hombre y, por último en anciano, sin que nadie logre descubrir el día preciso en el que se realiza el cambio?". Y concluía: "estás viendo, oh hombre, al
  • 4. artífice; estás viendo al sabio Creador" (Catequesis bautismal, 9, 15-16). Al inicio del tercer milenio, siguen siendo válidas estas consideraciones, que más que al fenómeno físico o fisiológico se refieren a su significado antropológico y metafísico. Hemos mejorado enormemente nuestros conocimientos e identificado mejor los límites de nuestra ignorancia; pero, al parecer, a la inteligencia humana le resulta demasiado arduo darse cuenta de que, contemplando la creación, encontramos la huella del Creador. En realidad, quien ama la verdad, como vosotros, queridos estudiosos, debería percibir que la investigación sobre temas tan profundos nos permite ver e incluso casi tocar la mano de Dios. Más allá de los límites del método experimental, en el confín del reino que algunos llaman meta-análisis, donde ya no basta o no es posible sólo la percepción sensorial ni la verificación científica, empieza la aventura de la trascendencia, el compromiso de "ir más allá". Queridos investigadores y estudiosos, os deseo que logréis cada vez más no sólo examinar la realidad objeto de vuestros esfuerzos, sino también contemplarla de modo tal que, junto con vuestros descubrimientos, surjan además las preguntas que llevan a descubrir en la belleza de las criaturas el reflejo del Creador. En este contexto, me complace expresar mi aprecio y agradecimiento a la Academia pontificia para la vida por su valioso trabajo de "estudio, formación e información", del que se benefician los dicasterios de la Santa Sede, las Iglesias locales y los estudiosos atentos a todo lo que la Iglesia propone en el campo de la investigación científica y sobre la vida humana en su relación con la ética y el derecho. Por la urgencia y la importancia de estos problemas, considero providencial la institución por parte de mi venerado predecesor Juan Pablo II de este organismo. Por tanto, a todos vosotros, presidencia, personal y miembros de la Academia pontificia para la vida, deseo expresaros con sincera cordialidad mi cercanía y mi apoyo. Con estos sentimientos, encomendando vuestro trabajo a la protección de María, os imparto a todos la bendición apostólica.
  • 5. DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS ENFERMOS Y AGENTES SANITARIOS Basílica de San PedroSábado 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora de Lourdes Queridos hermanos y hermanas: Con gran alegría he venido a vosotros, y os agradezco vuestra afectuosa acogida. Os dirijo mi saludo de modo especial a vosotros, queridos enfermos, que estáis reunidos aquí, en la basílica de San Pedro, y quisiera extenderlo a todos los enfermos que nos están siguiendo mediante la radio y la televisión, y a los que no tienen esta posibilidad, pero se encuentran unidos a nosotros con los vínculos más profundos del espíritu, en la fe y en la oración. Saludo al cardenal Camillo Ruini, que ha presidido la Eucaristía, y al cardenal Francesco Marchisano, arcipreste de esta basílica vaticana.Saludo a los demás obispos y sacerdotes presentes. Doy las gracias a la UNITALSI y a la Obra romana de peregrinaciones, que han preparado y organizado este encuentro, con la participación de numerosos voluntarios. Mi pensamiento se dirige también a la otra parte del planeta, a Australia, donde, en la ciudad de Adelaida, tuvo lugar hace algunas horas la celebración conclusiva de la Jornada mundial del enfermo, presidida por mi enviado, el cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud. Desde hace catorce años, el 11 de febrero, memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, se celebra también la Jornada mundial del enfermo. Todos sabemos que, en la gruta de Massabielle, la Virgen manifestó la ternura de Dios hacia los que sufren. Esta ternura, este amor solícito se hace sentir de modo particularmente vivo en el mundo precisamente el día de Nuestra Señora de Lourdes, actualizando en la liturgia, y especialmente en la Eucaristía, el misterio de Cristo Redentor del hombre, cuya primicia es la Virgen Inmaculada. Al aparecerse a Bernardita como la Inmaculada Concepción, María santísima vino para recordar al mundo moderno la primacía de la gracia divina, más fuerte que el
  • 6. pecado y la muerte, pues corría el riesgo de olvidarla. Y el lugar de su aparición, la gruta de Massabielle, en Lourdes, se ha convertido en un punto de atracción para todo el pueblo de Dios, especialmente para todos los que se sienten oprimidos y sufren en el cuerpo y en el espíritu. "Venid a mí todos los que estáis cansados y fatigados, y yo os aliviaré" (Mt 11, 28), dijo Jesús. En Lourdes sigue repitiendo esta invitación, con la mediación materna de María, a todos los que acuden allí con confianza. Queridos hermanos, este año, junto con mis colaboradores del Consejo pontificio para la pastoral de la salud, hemos querido poner en el centro de la atención a las personas afectadas por enfermedades mentales. "Salud mental y dignidad humana" fue el tema del congreso que se celebró en Adelaida, profundizando al mismo tiempo aspectos científicos, éticos y pastorales. Todos sabemos que Jesús consideraba al hombre en su totalidad para curarlo completamente, en el cuerpo, en la psique y en el espíritu. En efecto, la persona humana es una, y sus diversas dimensiones pueden y deben distinguirse, pero no separarse. Así también la Iglesia se propone siempre considerar a las personas como tales, y esta concepción distingue a las instituciones sanitarias católicas, así como el estilo de los agentes sanitarios que trabajan en ellas. En este momento, pienso de modo particular en las familias que tienen un enfermo mental y afrontan la carga y los diversos problemas que esto plantea. Nos sentimos cercanos a todas estas situaciones, con la oración y con las innumerables iniciativas que la comunidad eclesial realiza en todo el mundo, especialmente donde no existe una legislación al respecto, donde las instituciones públicas son insuficientes, y donde calamidades naturales o, por desgracia, guerras y conflictos armados producen graves traumas psíquicos a las personas. Son formas de pobreza que atraen la caridad de Cristo, buen samaritano, y de la Iglesia, indisolublemente unida a él al servicio de la humanidad que sufre. A todos los médicos, los enfermeros y demás agentes sanitarios, a todos los voluntarios comprometidos en este campo quisiera entregarles hoy simbólicamente la encíclica Deus caritas est, con el deseo de que
  • 7. el amor de Dios esté siempre vivo en su corazón, para que anime su trabajo diario, sus proyectos, sus iniciativas y sobre todo sus relaciones con las personas enfermas. Actuando en nombre de la caridad y con el estilo de la caridad, vosotros, queridos amigos, también contribuís eficazmente a la evangelización, porque el anuncio del Evangelio necesita signos coherentes que lo confirmen. Y estos signos hablan el lenguaje del amor universal, un lenguaje comprensible a todos. Dentro de poco, creando el clima espiritual de Lourdes, se apagarán las luces de la basílica y encenderemos nuestras velas, símbolo de fe y de ardiente invocación a Dios. El canto del Ave María de Lourdes nos invitará a ir espiritualmente a la gruta de Massabielle, a los pies de la Virgen Inmaculada. A ella, con profunda fe, queremos presentarle nuestra condición humana, nuestras enfermedades, signo de la necesidad que todos tenemos, mientras estamos en camino en esta peregrinación terrena, de que su Hijo Jesucristo nos salve. Que María mantenga viva nuestra esperanza, para que, fieles a la enseñanza de Cristo, renovemos el compromiso de aliviar a los hermanos en sus enfermedades. Que el Señor haga que nadie se sienta solo y abandonado en los momentos de necesidad, sino que, al contrario, afronte, incluso la enfermedad, con dignidad humana. Con estos sentimientos, os imparto de corazón la bendición apostólica a todos vosotros, enfermos, agentes sanitarios y voluntarios.
  • 8. VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI A POLONIA SALUDO DEL SANTO PADRE ENCUENTRO CON LOS ENFERMOS Łagiewniki, sábado 27 de mayo de 2006 Amadísimos hermanos y hermanas: Me alegra poder encontrarme con vosotros, con ocasión de mi visita a este santuario de la Misericordia Divina. Os saludo de corazón a todos: a los enfermos, a los enfermeros, a los sacerdotes que en este santuario se dedican a la pastoral, a las religiosas de la Bienaventurada Virgen María de la Misericordia, a los miembros del "Faustinum" y a todos los demás. En esta circunstancia nos encontramos ante dos misterios: el misterio del sufrimiento humano y el misterio de la Misericordia divina. A primera vista, estos dos misterios parecen contraponerse.Pero cuando tratamos de profundizar en ellos a la luz de la fe, vemos que están en recíproca armonía, gracias al misterio de la cruz de Cristo. Como dijo aquí Juan Pablo II, "la cruz es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre (...). La cruz es como un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre" (17 de agosto de 2002, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de agosto de 2002, p. 4). Vosotros, queridos enfermos, marcados por el sufrimiento del cuerpo y del alma, sois quienes estáis más unidos a la cruz de Cristo, pero, al mismo tiempo, sois los testigos más elocuentes de la misericordia de Dios. Por medio de vosotros y mediante vuestro sufrimiento, él se inclina con amor hacia la humanidad. Sois vosotros quienes, diciendo en el silencio del corazón: "Jesús, en ti confío", nos enseñáis que no hay fe más profunda, esperanza más viva y amor más ardiente que la fe, la esperanza y el amor de quien en la tribulación se abandona en las manos seguras de Dios. ¡Ojalá que las manos de quienes os
  • 9. ayudan en el nombre de la misericordia sean una prolongación de estas grandes manos de Dios! Quisiera abrazaros a cada uno. Dado que prácticamente no es posible, os estrecho espiritualmente contra mi corazón, y os imparto mi bendición, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
  • 10. DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A UNA PEREGRINACIÓN DE PERSONAS VINCULADAS A LAS OBRAS DEL PADRE PÍO DE PIETRELCINA Sábado 14 de octubre de 2006 Señores cardenales;venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;queridos hermanos y hermanas: Con gran alegría me encuentro con vosotros en esta plaza en la que, en 1999 y en 2002, tuvieron lugar las memorables celebraciones de beatificación y canonización del padre Pío de Pietrelcina. Hoy habéis venido en gran número con ocasión del 50° aniversario de la que constituye una parte considerable de su obra: la Casa Alivio del sufrimiento. Os doy la bienvenida con afecto y os saludo cordialmente a cada uno: al arzobispo Umberto D'Ambrosio, al que agradezco sus amables palabras; a los frailes capuchinos del santuario y de la provincia; a los dirigentes, a los médicos, a los enfermeros y al personal del hospital; a los miembros de los Grupos de oración, provenientes de todas las partes de Italia y también de otros países; y a los peregrinos de la diócesis de Manfredonia-Vieste-San Giovanni Rotondo. Todos juntos formáis una gran familia espiritual, porque os reconocéis como hijos del padre Pío, un hombre sencillo, un "pobre fraile" ―como decía él― al que Dios encomendó el mensaje perenne de su Amor crucificado por toda la humanidad. Los primeros herederos de su testimonio sois vosotros, queridos frailes capuchinos, que custodiáis el santuario de Santa María de las Gracias y la nueva gran iglesia dedicada a San Pío de Pietrelcina. Sois los principales animadores de esos lugares de gracia, meta de millones de peregrinos cada año. Estimulados y sostenidos por el ejemplo del padre Pío y por su intercesión, esforzaos por ser vosotros mismos sus imitadores para ayudar a
  • 11. todos a vivir una profunda experiencia espiritual, centrada en la contemplación de Cristo crucificado, revelador y mediador del amor misericordioso del Padre celestial. Del corazón del padre Pío, ardiente de caridad, brotó la Casa Alivio del sufrimiento, que ya con su nombre manifiesta la idea inspiradora de la que surgió y el programa que pretende realizar. El padre Pío quiso llamarla "casa" para que el enfermo, especialmente el pobre, se sintiera a gusto en ella, acogido en un clima familiar, y para que en esta casa pudiera encontrar "alivio" en su sufrimiento. Alivio gracias a dos fuerzas convergentes: la oración y la ciencia. Esta era la idea del fundador, y todos los que trabajan en el hospital deben tenerla siempre muy presente, haciéndola suya. La fe en Dios y la búsqueda científica cooperan al mismo fin, que se puede expresar del mejor modo con las palabras de Jesús mismo: "Para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10). Sí, Dios es vida y quiere que el hombre se cure de toda enfermedad del cuerpo y del espíritu. Por eso Jesús curó incansablemente a enfermos, anunciando con su curación el reino de Dios ya cercano. Por el mismo motivo la Iglesia, gracias a los carismas de tantos santos y santas, ha prolongado y difundido a lo largo de los siglos este ministerio profético de Cristo, mediante innumerables iniciativas en el campo de la salud y del servicio a los que sufren. Si la dimensión científica y tecnológica es propia del Hospital, la oración, en cambio, se extiende a toda la obra del padre Pío. Es el elemento, por decirlo así, transversal: el alma de toda iniciativa, la fuerza espiritual que lo mueve y orienta todo según el orden de la caridad que, en resumidas cuentas, es Dios mismo. Dios es amor. Por eso el binomio fundamental que deseo volver a proponer a vuestra atención es el que está en el centro de mi encíclica: amor a Dios y amor al prójimo, oración y caridad (cf. Deus caritas est, 16-18). El padre Pío fue, ante todo, un "hombre
  • 12. de Dios". Desde niño se sintió llamado por él y respondió "con todo su corazón, con toda su alma y con toda su fuerza" (cf. Dt 6, 5). Así el amor divino pudo tomar posesión de su humilde persona y hacer de ella un instrumento elegido de sus designios de salvación. ¡Alabado sea Dios, que en todo tiempo escoge almas sencillas y generosas para realizar maravillas! (cf. Lc 1, 48-49). Todo en la Iglesia viene de Dios, y sin él nada puede mantenerse en pie. Las obras del padre Pío son un ejemplo extraordinario de esta verdad: la Casa Alivio se puede definir bien un "milagro". Humanamente, ¿quién podía pensar que junto al pequeño convento de San Giovanni Rotondo surgiría uno de los hospitales más grandes y modernos del sur de Italia? ¿Quién sino el hombre de Dios, que contempla la realidad con los ojos de la fe y con una gran esperanza, porque sabe que para Dios nada es imposible? Por eso la fiesta de la Casa Alivio del sufrimiento es al mismo tiempo la fiesta de los Grupos de oración del padre Pío, es decir, de la parte de su obra que "llama" continuamente al corazón de Dios, como un ejército de intercesores y de reparadores, a fin de obtener las gracias necesarias para la Iglesia y para el mundo. Queridos amigos de los Grupos de oración, vuestro origen se remonta al invierno de 1942, mientras la segunda guerra mundial asolaba Italia, Europa y el mundo. El 17 de febrero de aquel año, mi venerado predecesor el Papa Pío XII hizo un llamamiento al pueblo cristiano para que muchos se reunieran a orar juntos por la paz. El padre Pío impulsó a sus hijos espirituales a responder prontamente a la llamada del Vicario de Cristo. Así nacieron los Grupos de oración, y como centro organizativo tuvieron precisamente la Casa Alivio del sufrimiento, que aún estaba en construcción. Esta imagen sigue siendo un símbolo elocuente: la Obra del padre Pío como un gran "edificio en construcción", animado por la oración y destinado a la caridad activa.
  • 13. Los Grupos de oración se han difundido en las parroquias, en los conventos, en los hospitales, y hoy son más de tres mil, esparcidos por todos los continentes. Vosotros, aquí hoy, sois una representación numerosa de ellos. La respuesta originaria dada al llamamiento del Papa ha marcado para siempre el carácter de vuestra "red" espiritual: vuestra oración, como reza el Estatuto, es "con la Iglesia, por la Iglesia y en la Iglesia" (Proemio), y se debe vivir siempre en plena adhesión al Magisterio, con una obediencia pronta al Papa y a los obispos, bajo la guía del presbítero nombrado por el obispo. El mismo Estatuto prescribe también un compromiso esencial de los Grupos de oración, es decir, la "caridad activa y operante para alivio de los que sufren y de los necesitados como actuación práctica del amor a Dios" (ib.). He aquí nuevamente el binomio oración y caridad, Dios y prójimo. El Evangelio no permite evasiones: quien se dirige al Dios de Jesucristo es impulsado a servir a los hermanos y, viceversa, quien se dedica a los pobres descubre en ellos el rostro misterioso de Dios. Queridos amigos, el tiempo ha pasado, y ha llegado el momento de concluir. Deseo expresaros mi agradecimiento sincero por el apoyo que me dais con vuestra oración. Que el Señor os recompense. Al mismo tiempo, para la comunidad de trabajo de la Casa Alivio del sufrimiento pido la gracia especial de ser siempre fiel al espíritu y al proyecto del padre Pío. Encomiendo esta oración a la intercesión celestial del padre Pío y de la Virgen María. Con estos sentimientos, os imparto de corazón a todos vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.