Carta de un fiel laico a los clérigos de la iglesia católica. Autor: Cristian Camilo Cárdenas Aguirre
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cristiancamilo1303@gmail.com 3C+A. 2014
CARTA DE UN FIEL LAICO A LOS
CLÉRIGOS DE LA IGLESIA CATÓLICA
Pues evoco el recuerdo de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y
en tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti. Por esto te recomiendo que reavives el
carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos dio el Señor a
nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza. No te avergüences,
pues, ni del testimonio que has de dar de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; sino, al contrario,
soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios, que nos ha
salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia
determinación y por su gracia que nos dio desde toda la eternidad en Cristo Jesús…
(2 Timoteo 1, 5–9)
El sacerdote: obra de Dios, don inestimable para la humanidad, Gracia puesta en
manos frágiles; ha sido la persona más vulnerada y menospreciada en muchos
grupos sociales. Un mundo sin ellos, sería una sociedad lisiada completamente,
puesta toda ella en una clínica psiquiátrica donde no habría eje ni dirección a las
conductas morales ni valores éticos. Aunque es cierto, y tristemente hay que decirlo,
algunos ministros han empañado la construcción buena y laudable que muchos
otros han hecho a lo largo de la historia.
Ser sacerdote es una obra de valientes. Es el héroe que siendo rechazado, se
mantiene firme y convincente en lo que realiza. Es aquel que no le da pena usar sus
instintivos clericales por la calle, en el bus, en un centro comercial… Un sacerdote
héroe, no es solo el que se pone la sotana en su Iglesia, sino además, la lleva
también en los lugares difíciles donde pocas veces se reconoce la dignidad
sacerdotal. Es el que siempre está pendiente de su pueblo más que en sus intereses
personales. El que no hace distinción con ninguno.
He deseado por tanto, escribirles a cada una de la Jerarquía eclesial; esto, con el
fin de buscar lo mejor para la Iglesia a la quien amo. Lo escrito a continuación es
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basado en la experiencia cercana que he tenido con los clérigos como miembro de
la Iglesia; pueden ser palabras vagas por falta de más experiencia o por no conocer
lo que realmente es, pero siempre expresándolas desde el corazón para un bien.
De igual manera, estarán consignadas algunas impresiones que otras personas me
han hecho llegar. De antemano, pongo de manifiesto que no son sátiras, ni
represalias; sino es algo que Dios ha puesto en mi corazón para la santidad
sacerdotal y como su consecuencia, la santidad del pueblo de Dios.
Si usted como sacerdote se está acercando a esta carta con soberbia y orgullo; por
favor, se lo pido: no la lea. ¡Detente! Pero si quieres continuar, pídale a Dios
humildad, y vea en este texto un momento donde Dios quiere entrar a su corazón,
para que halle mayor provecho en lo que realiza y busque cada día la santidad en
el ministerio concedido. Esta carta es larga en su contenido, pero para su
comodidad y tiempo, si lo desea, puede remitirse al leer lo que corresponde a su
estado clerical en el que se encuentra, y medita lo que allí se te dice desde el
corazón para el bien de los que ama.
A LOS OBISPOS1.
La dignidad episcopal es sublime y pertenece a la sucesión apostólica; es una labor
noble.
Tomándome este atrevimiento, quiero dirigirme a usted, pastor de la Iglesia. Yo, un
laico a quien usted constantemente está al cuidado de mi alma y vela cada día por
mi salvación. Quiero que recuerdes que el obispo no se hizo para ser más que los
demás. En palabras del Apóstol San Pablo “me he hecho todo a todos para salvar
a algunos al precio que sea” (Cfr. 1 Cor. 9,22b).
1 Cuando hablo de Obispos, me refiero al término amplio, canónicamente hablando y no solo
dogmático.
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El obispo (ἐπίσκοπος), en sus comienzos, tenía el título de “vigilante o supervisor”2,
es decir, el que cuidaba alguna comunidad encomendada. En nuestros días, el
puesto de vigilante en una empresa o institución vela por lo que se le ha confiado.
Si en cualquier momento se duerme, puede haber la probabilidad que se entren y
hurten lo que cuidaba, y su consecuencia sería la expulsión del trabajo; hecho que
quedaría impregnado en su hoja de vida y yacería la muy poca posibilidad que le
vuelvan a conceder un trabajo. Aún más, le tocaría pagar lo que se habían hurtado
por no haber estado pendiente. De igual forma no puede permitir que extraños
entren a los espacios custodiados por él, y si por la fuerza, estos extraños llegasen
a entrar, el vigilante debe usar sus armas como medio de intimación para que se
vayan y no regresen. En pocas palabras, el vigilante no debe mostrar una milésima
de cobardía para que no se aprovechen y le arrebaten lo que debe preservar.
Esta analogía es muy importante, ya que precisamente, así es la responsabilidad
del obispo. Él debe cuidar, estar atento y procurar la salvación; si se quiere hasta
dar la vida, para que no le quiten lo que se le ha encomendado, y en lo posible,
utilizar sus armas, que son las potestades conferidas por la Iglesia; entre las cuales,
actuaría la amonestación y en su extremo, la censura, con su única finalidad; el
restaurar a la persona que haya querido cometer un delito o después de haberlo
cometido, se arrepiente.
El trabajo de vigilante normalmente es visto como una responsabilidad difícil, de la
cual pocos quisieran realizar. En mucha ocasiones se percibe como un puesto
inferior. Aunque es considerado también un puesto de mayor responsabilidad: el
estar encargado de cuidar todos los bienes materiales y hasta de las personas de
la compañía donde se encuentra laborando. Sin lugar a dudas esta es la tarea del
obispo. He tenido la oportunidad de conocer a sacerdotes que al ser llamados a la
dignidad episcopal, no la aceptan; esto no es cobardía, sino honestidad y sinceridad
con lo que se asume, ya que si no se puede, es mejor no aceptar. También he
sabido de otros que no aceptan por no querer ir al lugar donde los envían. Estos, no
2 Cfr. Carta de San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, a los Magnesios. Encontrado en la liturgia
de las horas. Tomo III. Lectura patrística del domingo XVI del tiempo ordinario.
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han comprendido la tarea misionera que tiene la Iglesia. En palabras de Pablo VI “la
Iglesia existe para evangelizar”3 y no para llenarse de prerrogativas y comodidades.
El C.I.C, en el canon 378 § 1. N° 1, expresa uno de los requerimientos que se deben
tener para la idoneidad de los candidatos al episcopado, el cual, debe ser una
persona insigne por la firmeza de su fe, buenas costumbres, piedad, celo por las
almas, sabiduría, prudencia y virtudes humanas, y dotado de las demás cualidades
que le hacen apto para ejercer el oficio de que se trata (…) es importante que estas
palabras las lleve grabadas en el alma, ya que, si santa es la cabeza de la
comunidad eclesial, santo será su pueblo. Para ello, es importante que veas en cada
persona el rostro de Dios. Sé que hay hermanos laicos que lo saludan y por detrás
lo critican y des-dignifican su vida y ministerio, pero, por estas cosas, no hay que
darse por vencido. El Señor nos enseña a amar a nuestros enemigos y a rezar por
ellos (Cfr. Sn. Mt. 5, 44). Lamentablemente, también hay presbíteros que hablan a
sus espaldas, esto no debería suceder; pues un hijo no debe hablar de su papá,
aunque mil defectos tengan. A ellos también el Señor se los ha encomendado, por
lo que debes cuidar para que no se pierda ninguno (Cfr. Sn. Mt. 18,14).
Con respecto a los sacerdotes que están a su cargo: valórelos y ámelos con corazón
de pastor. Algunos de ellos no le obedecen y buscan sus intereses; estos no son
muchos y por uno, no debes culpar a todos, ni mucho menos los que vienen en
camino al sacerdocio ministerial. De estos presbíteros “rebeldes” debes estar más
pendiente, ellos son los que necesitan mayor cuidado pastoral, quizás llaman la
atención para ser escuchados por su pastor. Así como los padres están más atentos
del hijo enfermo sin dejar de amar a los otros hijos; así debes hacer con sus
sacerdotes.
Alimenta cada día los procesos vocacionales para que podamos tener muchos
sacerdotes santos y procura que haya vocaciones sacerdotales santas. Para ello,
debes enviar a los mejores sacerdotes a que sean los formadores y no rivales (como
3 Cfr. Pablo VI. Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi N° 14
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si el que viniese detrás lo vaya apartar del camino) de los que vienen siguiendo al
Señor por la vía del sacerdocio ministerial.
No ordenes sacerdotes a la ligera. En ocasiones, debido a esto, es que hay
sacerdotes que no son el mejor modelo a seguir y por algunos de ellos, enturbian el
buen nombre de la Iglesia. La invitación del Apóstol San pablo es “no te precipites
en imponer a nadie las manos, no te hagas partícipe de los pecados ajenos.
Consérvate puro.” (Cfr. 1 Tm. 5, 22). Cuando llames a un candidato a las órdenes:
óralo, medítalo, habla con el candidato, consulta al pueblo de Dios; aunque tengas
en cuenta que no todo lo que se diga de él es cierto, sin embargo, investiga para
descubrir la verdad. Y lo más importante, como lo señalaba Mons. Alfonso Uribe
Jaramillo (Q.E.P.D) “Que hayan tenido un pentecostés personal” es decir, una
experiencia de renovación interior con Dios y la Iglesia; sin esta verdadera vocación
divina y sin una vocación canónica: no los ingreses a las órdenes.
En la Iglesia “hay diversidad de carismas, pero un mismo espíritu” (Cfr. 1Cor. 12,
44). Por lo tanto, no desprecies ningún carisma, valora a las personas que lo tienen.
Eduque el carisma de los fieles cristianos y no se lo retraigas, todo don es para
ponerlo al servicio. Si su excelencia, posee un carisma particular y otra persona:
sea presbítero o laico, tiene otro carisma, ayúdele a ejercerlo con disciplina, no
vayas en contra de una acción del Espíritu Santo, pues “la Iglesia por su naturaleza
es carismática”.
Como obispo estás para escuchar a todos y a cada uno. Así que no se haga esperar
por su pueblo que clama un consejo o una escucha de usted. Sé que para eso tiene
a los presbíteros; pero si una persona quiere ser escuchada, es porque ve la
necesidad de entrar en diálogo con su pastor. El obispo es constituido no para ser
un simple administrador de bienes eclesiásticos, sino para ser un héroe de almas.
En cuanto a la formación de los laicos; pido a los obispos que no teman en
instruirnos, necesitamos aprender más de nuestra Iglesia, tener bases sólidas para
amarla más; como argüía San Agustín “nadie ama lo que no conoce”. Es por eso,
que “además de la formación espiritual, se requiere una sólida instrucción doctrinal,
incluso teológica, ético-social, filosófica, según la diversidad de edad, de condición
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y de ingenio. No se olvide tampoco la importancia de la cultura general, juntamente
con la formación práctica y técnica4. De tal formación pueden salir muchos ministros
establemente instituidos como son: Lectores y acólitos (Cfr. canon 230 § 1 del
C.I.C.) Estos ministerios, no son solo para los candidatos a las órdenes; son también
para nosotros los laicos, oficio que podemos realizar noblemente convirtiéndonos
en ayuda de los presbíteros. No teman en enseñarnos todo lo que concierne a los
misterios de Dios y la Iglesia. Queremos tener parte más activa en la Iglesia a la
que en virtud del Bautismo fuimos llamados; incluso, teniendo una preparación más
adecuada para llegar quizás al diaconado permanente5, que desde un estado
matrimonial se puede desempeñar.
Así que no dejen de pensar en nosotros ni en estas tareas importantes que la Iglesia,
por Gracia especial, nos concede para el ejercicio de la evangelización y la pastoral.
Con estas palabras he querido dirigirme a ustedes, ya que son los superiores de
nuestras comunidades y sabemos que no son ángeles ni dioses; son personas
humanas que Dios ha puesto para un misión especial y que en muchas ocasiones
tropiezan como nosotros. Por eso, se hace necesario que nos confrontemos y
ayudemos para lograr cada día ser constructores de paz y unidad.
A LOS PRESBÍTEROS.
El presbítero es el tentáculo del obispo, es decir su mano derecha; por tanto debe
ser obediente a su obispo o superior. Por más que el obispo sea lo que sea: serio,
de edad muy avanzada, temperamento fuerte u otra cosa; debes respetarlo, amarlo
y obedecerle desde la esperanza. Así como el obispo procura el bien del pueblo
santo de Dios, usted no está aislado de esta tarea, y para ello, debe unirse al clero
de su Diócesis o hermanos sacerdotes de la comunidad religiosa a donde estás
incardinado. No veas a sus hermanos presbíteros como enemigos o rivales, no los
4 Concilio Vaticano II. Decreto Apostolicam Actuositatem. N° 29
5 Cfr. Concilio Vaticano II. Decreto Ad Gentes N° 16
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envidies ni seas egoísta con ellos. No hay felicidad más grande de un obispo, ver a
su clero unido y apoyándose los unos a los otros. Por eso es importante, construir
amistades sólidas y sostenidas por el Señor, para que cuando tengas un problema
no se lo cuentes a cualquiera, sino a tu hermano sacerdote que lo ayudará, le
tenderá la mano y le dará un consejo. Si un sacerdote realiza esto con la comunidad;
¿por qué no hacerlo con los de su casa?
No trates mal a su comunidad, si usted tiene un oficio de cura de almas, es prioridad
la cura que cualquier interés personal. No temas en visitar a los enfermos, ellos son
su prioridad, la salvación pende de su ministerio al concederles la reconciliación y
en peligro de muerte: la indulgencia. No hagas las cosas a la ligera ni encomiendes
tareas esenciales a otras personas.
Escucha a tus fieles, ellos son la razón de su tarea pastoral, no te hagas de rogar
cuando lo necesiten. En una ocasión, un hermano laico me expresó lo siguiente: “es
más fácil encontrar un brujo que a un cura” esto no puede seguirse dando. Recuerda
siempre los inicios de su vocación; aquel momento cuando asistías a convivencias,
entrabas a un seminario, y el momento de su ordenación; son esos momentos en
donde su vocación anhelaba todo lo mejor para servirle al Señor a través de los
hermanos. No dejes que el adversario le haga perder esas santas ilusiones.
No celebres la Eucaristía a la ligera, por favor prepárela. Nosotros como fieles nos
damos cuenta cuando celebras con unción, cuando preparas las homilías. No
queremos misas de duelo ni llanto; el sacrificio de Cristo, es un sacrificio de
Alabanza no cruento, y por ende, al presidir la Eucaristía no es para hacer duelo,
sino para manifestar nuestro agradecimiento por lo que Dios hace en nosotros. Es
verdad que la Eucaristía no es un espacio de entretenimiento, pero sí es un
momento donde el encuentro con Cristo debe causar felicidad; esta felicidad que el
mundo no ofrece y usted como sacerdote mediador, debe facilitar.
“Los laicos tienen su papel activo en la vida y en la acción de la Iglesia, como
partícipes que son del oficio de Cristo Sacerdote, profeta y rey. Su acción dentro de
las comunidades de la Iglesia es tan necesaria que sin ella el mismo apostolado de
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los pastores muchas veces no puede conseguir plenamente su efecto”6. Reverendo
padre, a la luz del concilio, pedimos que nos tengan en cuenta como fieles laicos en
la tarea pastoral, nosotros no vamos a suplir su tarea. Nuestra intención no es
clericalizar a los laicos, ni laicizarlos a ustedes. Queremos formar parte activa y
sentirnos parte de nuestra Iglesia.
“La Jerarquía encomienda a los laicos algunas funciones que están muy
estrechamente unidas con los ministerios de los pastores, como en la explicación
de la doctrina cristiana, en ciertos actos litúrgicos, en cura de almas. En virtud de
esta misión, los laicos, en cuanto al ejercicio de su misión, están plenamente
sometidos a la dirección superior de la Iglesia”7. Trabajar solo, agota. Pedir ayuda,
permite ahondar esfuerzos y lograr los cometidos. Así que somos importantes en la
labor evangelizadora, desde luego, cada uno desde nuestro estado.
La carta a los Hebreos, hablando del sacerdocio, testifica: “Es capaz de comprender
a ignorantes y extraviados, porque también él se halla envuelto en flaqueza” (Cfr.
Hb. 5, 2). Así que ni usted ni yo somos quien para juzgar, debemos reconocernos
pecadores ante Dios; sabemos que hay momentos en donde debes actuar como
juez (uno de esos momentos es en la confesión; aunque este juez por lo general
termina con una sentencia absolutoria a no ser que hayan censuras reservadas).
En todo caso, no somos quienes para rechazar o discriminar a nadie.
Pidiendo opiniones de personas, al respecto me escribían “el que usted sea
sacerdote, no quiere decir que no pueda pensar diferente a la Iglesia…” Para esto
debes comprender, escuchar y ayudar a los ignorantes y extraviados. No le huyas
a los tiempos, enfrente y confronte con los criterios de la Iglesia al mundo de hoy,
no con sus propios criterios; para que no se quede sin palabras cuando lo
entrevisten o lo pongan en una discusión con otros tipos de personas.
Reconozco que la tarea sacerdotal no es nada fácil y que el desafío es grande. Así
que no olvides las bases que aprendiste en un seminario; esto no se puede olvidar,
debes recordarlo y actualizarse; no anquilosarse en ritos, teorías, o situaciones que
6 Concilio Vaticano II. Decreto Apostolicam Actuositatem. N° 10
7 Ibíd., N° 24
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han hecho que las cosas cambien. Es necesario estar atento a la voz constante de
la Iglesia. Una de las primeras noticias a saber en el día deben ser las de la Iglesia,
no hay excusa para esto, pues lo medios electrónicos hoy lo permiten; a no ser que
se encuentre en zonas difíciles para ello. Como sacerdote, nosotros los fieles,
escuchamos con bondad lo que ustedes nos dicen, los consejos que nos ofrecen;
hasta el punto que lo llegamos a considerar como “palabra de Dios”. Así que no nos
digan cuatro palabras por sacarnos del paso, esto se percibe a primera vista. Es
verdad que cuando hay un diálogo con su reverencia se le cuenta toda la vida; le
hablamos de nuestras enfermedades físicas, espirituales y psíquicas; problemas
económicos, afectivos, sociales y familiares. Creo que es a la única persona que le
decimos todo esto; por ejemplo, a un médico general se le habla solo de las
enfermedades somáticas y no de problemas económicos. En esto alabo su
inteligencia, ya que sé, que debes tener conocimiento de esto, para poder decirles
una palabra de esperanza fundada en la palabra de Dios frente a una situación en
concreto. Es en estos momentos donde asumes todas las profesiones en una
vocación sublime: el ser sacerdotal. Asimismo, no dejes de investigar y hágase
apoyar de personas expertas que permitan la solución al feligrés que le pide su
ayuda.
Hay una frase llena de soberbia que se expresa comúnmente “yo siempre lo hago
así, así siempre se ha hecho, ¿Quién sabe más: usted o yo?” Esa contumacia en la
que se mantiene, tal vez no le permita descubrir que hay cosas que ya son
derogadas o abrogadas y usted ni siquiera se haya dado cuenta. Pongo un ejemplo
sencillo: ¿cuántas veces nombras a San José en la plegaria Eucarística? Aunque
no esté actualizado en el misal, la santa sede ya autorizó pronunciarlo junto a la
Santísima virgen. No se ancle en ritos, si quieres celebrar una misa con ritos,
sométase a la sola rúbrica; pero si quieres celebrar solemnemente, conjugue rúbrica
con unción, y esta unción es fruto de la preparación con oración, lectura y lectio
divina.
En una parroquia los carismas son abundantes, por lo tanto, no desprecies los
diferentes grupos o comunidades que se presenten en su parroquia. Acompáñelos.
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Si quieres que estos surjan, no los dejes solos ni un momento, aunque creas que
están bien consolidados; recuerda que en cualquier momento pueden flaquear por
falta de acompañamiento pastoral. No hay cosa más alegre, ver a un sacerdote
visitando nuestra casa, preguntándonos por nuestra vida y aún más, sabiéndose
nuestros nombres. Eso hace mucho bien y permite una mayor inserción en la vida
eclesial. Aunque usted tenga un carisma distinto al del otro, esto no significa que
toda su parroquia debe tener este mismo carisma; sería una Iglesia sosa. Eduque,
exhorte y acompañe todos los carismas de su parroquia; de esta manera, su
comunidad va hacer variada y habrá inclusión para todos.
Hay una situación que como laicos, lamentamos de ustedes en muchas ocasiones,
e incluso a través de esta misma carta puede ocurrir; es cuando opinamos, hacemos
una petición o manifestamos algo que no nos parece. Entonces vienen los
reproches por parte de ustedes hacia nosotros. Por favor no se enojen por eso; si
lo hacemos es pensando en el bien de la Iglesia y la buena marcha de la comunidad.
La soberbia en un sacerdote no debe caber. Ya lo manifestaba la carta a los hebreos
“están envueltos en flaqueza”, por lo tanto, déjense ayudar por los laicos. Vean si lo
que le dicen es viable o no y además la intención que se tiene de quien se lo
manifiesta; un ejemplo situacional es, si un fiel le dice que su voz suena muy duro
o no se le escucha nada o habla muy rápido y no se le entiende; no se enfade, si se
lo dicen, es por un bien. Aunque sé de personas que se vuelven latosas en esto;
con estos hermanos, los invito a que tengan mucha paciencia y busquen la forma
de no herirla, pues si esto ocurre, es a Cristo a quien hacen sufrir.
Por ultimo quiero dirigirme a los sacerdotes que tiene un oficio eclesiástico en la
curia o en un seminario; sé que esta tarea no es fácil, pero si los han puesto allí es
porque su obispo o superior los ven más idóneos en cuanto estudio o capacidad
para dicha función. Aprecien y valoren el trabajo encomendado. Quizás no han sido
formados para trabajar con papeles o para vivir de nuevo una experiencia de
seminario. Pero es un trabajo sublime. No exasperen a su superior. Muchas veces
se debe hacer lo que no nos gusta, pero cuando se ve todo desde la perspectiva de
la esperanza, lograrán entender que para Cristo en su naturaleza humana tampoco
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le fue fácil en principio, afrontar el suplicio de la Cruz, sin embargo, la acepta por
Voluntad al Padre. De esta manera, aceptar o no aceptar; sería un dilema al
obedecer en el que habrán dos caminos: el obedecer por obedecer u obedecer
esperanzado de saber que lo realizable forma parte de la vocación que ha elegido.
Bello modelo es el de Moisés, quien acepta sacar al pueblo de Israel de la
esclavitud. Un hombre con corazón confiado a la voluntad divina y en conciencia
sabe que la obra es de Dios y su vida es un simple instrumento de liberación (Cfr.
Éxodo 3, 10 –12).
A LOS DIÁCONOS.
Mi cercanía con los diáconos ha sido muy poca, pero a ellos también quiero
escribirles una cuantas palabras y manifestarles mi honor por esta tarea que han
recibido. Recuerden que el diácono es servidor, no es para subvalorar a los demás,
porque no lo han recibido. El Concilio vaticano II afirma: “en el grado inferior de la
jerarquía están los diáconos, que reciben la imposición de manos no en orden al
sacerdocio, sino en orden al ministerio. Así confortados con la gracia sacramental
en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio
de la liturgia, de la palabra y de la caridad.”8 Esto que expresa el magisterio de la
Iglesia es de suma importancia para ustedes, sus oficios esenciales son: el
ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. Esta última, debe resaltar
mucho más, pues recuerda las raíces del significado diaconal: la caridad para con
los pobres y la asistencia a las viudas (Cfr. Hch. 6, 1–4).
En algún momento me enviaron una invitación a una ordenación diaconal en la que
se encontraban consignadas estas palabras “Es oficio propio del diácono, según la
autoridad competente se lo indicare, la administración solemne del bautismo, el
conservar y distribuir la Eucaristía, el asistir en nombre de la Iglesia y bendecir los
matrimonios, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles,
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Concilio Vaticano II. Constitución dogmática Lumen Gentium. N° 29
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instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los
sacramentales, presidir los ritos de funerales y sepelios”9
Es cierto todo esto, ¡ni más llegarlo a negar! Pero, ¿será que lo esencial del diácono
son estos oficios? Un diácono es más que esto; él no debe convertirse en una
persona exclusivamente de ceremonias litúrgicas, ya que varias de estas
celebraciones, se realizan con o sin la presencia diaconal. Hasta tal, éstas pueden
ser suplidas por un laico con la autorización de la autoridad competente.
Otra situación que se presenta con respecto a este ministerio, es ver el diaconado
como un simple puente o requisito canónico para pasar al presbiterado.10 Hay
ocasiones donde el diácono dura unos escasos meses. El problema no es el tiempo,
sino quizás, este poco tiempo se ejerce en tensión de ceremonias y se deja a un
lado lo esencial: el servicio por medio de la evangelización y la caridad. Realizando
esto, más el oficio, hará fructífera la orden recibida.
El diácono no es sólo servidor de la Eucaristía, sino se hace servidor también de
Cristo doliente, en el que sufre, el necesitado, el enfermo, el recluso… es ahí donde
se encuentra lo esencial de ser diácono: al orar, bendecir y llevar a Jesús frente a
la persona que tanto lo necesita. Quiero con esto recordarles a los diáconos lo que
decía San Policarpo: “Misericordiosos, diligentes, procedan en su conducta
conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos”
Como diácono, también debe ser pontífice entre Dios y el hombre. Todo lo que las
personas le expresen, las peticiones de oración que le pidan; es muy saludable
llevarlas a su oración personal y a la oración con la Iglesia por medio de la Liturgia
de las horas. En su oración no utilice simplemente esta frase que es buena, pero
que en su fondo refleja pereza espiritual: “¡Señor!, te encomiendo a las personas
que me piden oración”. Sería un gesto más loable decir: ¡Señor! te pido por N.N.,
mira señor lo que esta persona tiene, el problema que me comentó, lo que piensa,
ayúdala y no desoiga sus necesidades... Este tipo de oración sería mucho más
provechosa y habrá convertido de esta manera, una conversación, en una
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Ibíd., N° 29
10 Cfr. Código de derecho canónico. Canon 1031 § 1.
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verdadera oración de vida. Además de orar, acompañe a la persona, pregúntele
cómo sigue, esté pendiente de ella; de este modo descubrirá el rostro de Cristo y lo
bueno que es tener un ministerio al servicio del pueblo santo de Dios y no al servicio
de sus gustos. Sin una oración personal y una oración de intercesión por las súplicas
del pueblo, su ministerio irá en declive y habrá entonces que cortarlo y arrojarlo al
fuego, ya que no ha producido frutos (Cfr. Sn. Mt. 7, 19-20).
Después de estas sencillas palabras, quiero darles las gracias a quienes han leído
con atención, orado y reflexionado lo que allí está consignado. El interés es buscar
cada día el crecimiento de la Iglesia al haberlo manifestado por este medio, y
reconozco humildemente que muchas veces hablamos de ustedes, pero quizás no
se lo hacemos saber. Lo contenido allí, es también la opinión de otros hermanos
fieles laicos que han aportado lo que en algún momento han que querido decírselo.
En pocas palabras, es la voz de muchos laicos por la voz de un simple servidor
laico.
Que Cristo sacerdote haga cada día más fecundo su ministerio sacerdotal y María
Santísima custodie sus vidas, haciéndolas crecer en gracia y santidad. Por último,
les comparto estas bellas palabras del Apóstol San Pablo que nos recuerda nuestra
humanidad frágil y lo necesario que es avanzar en este camino de salvación; “No
quiero decir que ya lo haya conseguido todo, ni que ya sea perfecto; pero sigo
adelante con la esperanza de alcanzarlo, puesto que Cristo Jesús me alcanzó
primero” (Cfr. Flp. 3,12).