Delibes, miguel muerte y resurrección de la novela sobre juan goytisolo
1. JUAN GOYTISOLO
El mayor de los Goytisolo comienza a escribir muy pronto y, junto a su
compromiso político, imprime a su prosa un cierto lirismo al que se adhiere luego Ana
María Matute, de la que hablé poco más arriba. En Juan, que ha perdido a su joven
madre en un bombardeo de Barcelona, se da una cierta propensión al cosmopolitismo y,
sin duda, es el primer «niño de la guerra» que es traducido en Francia. Torrente
Ballester, muy reticente con Goytisolo, afirma que «pese a no haber logrado todavía la
madurez humana, Goytisolo, por alguna razón, es el novelista español de mayor éxito».
Sin duda Torrente quiere recordarnos que Juan Goytisolo, en contacto con la editorial
Gallimard de París, tenía entonces más puertas abiertas que otros novelistas españoles,
pero ¿qué relación podía tener en su infancia o adolescencia Juan Goytisolo con chez
Gallimard? Con seguridad, el romance Goytisolo-Monique Lange no vale en esta época,
dadas las edades de los protagonistas. Posiblemente, lo que Juan aprovechó en relación
con los mandos de la editorial fue su decidida independencia política. En todo caso,
nadie podrá negar a Goytisolo un gesto de generosidad elocuente: haber dado a conocer
en Francia los ocho o diez nombres de jóvenes novelistas que habían escrito obras de
cierta entidad en España. Esto lo consiguió con su amigo Maurice F. Coindreau,
profesor de Princeton y traductor, asimismo, al francés, de mi novela El camino. Ahora
bien, ¿no es Goytisolo autor de unos primeros libros aureolados de una trágica poesía,
transidos de un lirismo muy alejado del relato reporteril?
Es incuestionable que la totalidad de la novela producida en un país en una época
determinada no puede ceñirse a unos caracteres comunes. De este modo, el Goytisolo
que inicia su carrera literaria con Juegos de manos, está todavía en ese terreno ambiguo
que le irá dando acceso a un objetivo más concreto. La intención de Goytisolo en este
aspecto es terminante. Él mismo aclara que en sus dos primeras obras —-Juegos de
manos y Duelo en el paraíso— eludió el compromiso y, por tanto, su verdadera línea de
novelista político se inicia después. En dos palabras, Juan Goytisolo nace lírico «niño de
la guerra» para derivar a autor comprometido. Pero a la hora de valorar su obra, nos
encontramos con que el primer Goytisolo todavía sigue vivo en la segunda etapa.
Hablamos, por tanto, de un escritor inquieto, cambiante, lo que quiere decir que
Goytisolo sigue fiel a su desesperado afán por liberarse de la «ganga» y quedarse con la
«sustancia». Pero ¿qué pretendía olvidar el Goytisolo del tercer libro, sin renegar de su
primitiva posición? Sencillamente, su trasfondo político venía a ser esa vaporosa niebla
que envuelve sus narraciones y les presta un indefinible encanto. Los libros iniciales de
Goytisolo constituyen algo etéreo, algo que a veces repta por el suelo y otras te eleva a
las zonas de la más decantada fantasía, pero sigue fuera de nuestro control. En estos
relatos todo está envuelto en una bruma difuminada, en esa misteriosa región donde las
pesadillas se generan.
En Juegos de manos hay algo que recuerda a Dostoyevski: en esa mezcla de los
divertimientos infantiles con la sangre está la poesía. En definitiva, la misma línea
provisional de Ana María Matute. No en vano ambos son catalanes y amigos desde la
infancia. Nora, al referirse a Juan Goytisolo, hace hincapié en los disfraces. Los niños y
los adolescentes de J. G. tienen una evidente propensión a enmascararse. Pero si
repasamos la obra de Matute observaremos también ese juego de aparentar lo que no se
es, o, si se prefiere, de evadirse de la realidad. En definitiva, la manera de hacer de la
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2. escritora, como la de J. G. en su primerísima etapa, se distingue también por la
tendencia al disfraz. Los adolescentes de las primeras obras de Goytisolo matan
jugando, la sangre corre sin que ellos dejen de jugar. El lector averigua con dificultad en
qué trance los niños dejan de jugar para convertirse en asesinos. Evidentemente, entre el
Goytisolo de las dos primeras novelas y algunas obras de Ana María Matute existe
mayor parentesco literario del que les atribuyen algunos de sus críticos, no precisamente
para ensalzarlos. Por el contrario, creo que J. G. no inventa mucho en sus dos primeras
fábulas. A mí me da la impresión de que Goytisolo prolonga en ambos libros algunas
aventuras insignificantes vividas de niño por él. Su fantasía hace el resto, es decir, lo
mejor: envolver tales aventuras en un polícromo celofán y conducirlas al extremo
inesperado. Simplificando, el autor pone la sangre, la tragedia, el muerto donde parecía
que nada tenía ya sitio, ni pasaba nada.
Disiento, pues, del criterio de Nora cuando afirma que Juegos de manos es un
«libro estomagante». Mejor dicho, juzgo que este argumento no es más estomagante o
desagradable que el de otras literaturas de su tiempo: Pascual Duarte por ejemplo. Es
más, el encanto de aquel libro reside en su vaguedad, en su realismo brumoso, en el
hecho de que en ningún momento se recorten nítidamente los contornos de la acción ni
los perfiles de sus protagonistas. El propio autor queda en una posición equívoca.
Ignoramos si simpatiza con los protagonistas o los execra; ignoramos, asimismo, si esa
caterva de pequeños señoritos ociosos está jugando o, contrariamente, pertenecen a esa
ralea de miserables que matan por pasar el rato. Pero es precisamente esta ambigüedad
reiterada, esta especie de niebla que envuelve la acción, lo que otorga a este libro un
valor especial.
Cabría decir lo mismo de Duelo en el paraíso. La localización, aunque sugerida
por el autor, no corresponde a una topografía concreta y fácilmente identificable.
Sospecho que es una creación fantástica de Goytisolo. Como lo es el niño asesinado por
otros niños, la víctima inocente. El autor vuelve a regalar el muerto y el contraste entre
la bárbara acción y la ingenuidad con que se produce, despierta una nota de hiriente
dramatismo, una nota terrible y poética que demuestra la crueldad de las guerras, más
dolorosas de lo que a primera vista pudieran parecernos. Hay algo ingenuo en la
literatura inicial de Juan que aconseja no precipitarse a la hora de catalogarlo.
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