El Amor De Dios.................................pdf
HOMILIA DEL DOMINGO 3º DE CUARESMA. CICLO B. DIA 8 DE MARZO DEL 201
1. DOMINGO TERCERO DEL CUARESMA. CICLO B. DIA 8 DE MARZO
DEL 2015
Hoy nos impresiona la acción violenta de Jesús contra los mercaderes del templo, para
defenderlo de toda profanación. Es algo inusual en Jesús y podría casi escandalizarnos. El Jesús
que se dejó clavar las manos levanta hoy con ellas un látigo amenazador.
Esta violencia de Jesús no es vengativa, sino liberadora. Es una violencia que nace del amor.
La violencia de Jesús no arranca de la ira o el deseo de venganza.
Esta violencia de Jesús no sólo nos está permitida, sino que en ocasiones nos es obligada.
Efectivamente, para defender de toda profanación a los templos vivos, tendríamos que utilizar
mucho más la violencia profética de Jesús. Nos hemos acostumbrado a tantas profanaciones,
estamos viendo cada día tantos sacrilegios, que ya no nos conmueven y dejamos pasar
cobardemente. Pecamos más de cobardía que de audacia.
Si tuviéramos que hacer una lista de profanaciones, nos haríamos interminables. Un
hambriento, por ejemplo, ¿no es un templo de Dios arruinado? ¿Y cuántos son los
hambrientos en nuestros días? ¿Y cuántos son los que contribuyen –o contribuimos- a la ruina
de los hambrientos? Un hambriento es la peor blasfemia del mundo egoísta. Y una prostituta o
un drogadicto o un enfermo de Sida, ¿no son templos de Dios profanados? ¿Y cuántos los
mercaderes y profanadores? Todas estas profanaciones son verdaderos sacrilegios.
Toda persona vejada, explotada, violada, subdesarrollada, torturada, secuestrada o asesinada,
es una profanación. Puestos a distinguir, podríamos hacer tres grandes grupos:
– Las profanaciones debidas al egoísmo, la injusticia y la explotación. Esta es la que no permite
el conveniente desarrollo de la persona y provoca tanta pobreza, tantas enfermedades, tanto
retraso y tanta muerte.
– Las profanaciones debidas a la violencia, el terrorismo y la opresión. de aquí tantos templos
rotos, destruidos sangrientamente o privados de libertad y dignidad.
– Las profanaciones debidas al vicio, al hedonismo y al consumismo. Puede provocar
tremendas catástrofes en las personas, que llegan a todo tipo de degradación y aún, a veces,
violencia asesina, como en el caso de los abortos.
Ante semejantes profanaciones si no sentimos “celo”, si no nos quema el alma, si no nos
rebelamos con ira, si no nos comprometemos y luchamos con “violencia”, entonces es que
nuestro corazón es de piedra o nos hemos instalado en la comodidad y en el conformismo o
que en el fondo no creemos en el Dios de Jesucristo. Puede que creamos, sí, en nuestro Dios, y
le damos mucho culto en nuestros templos, y celebramos liturgias maravillosas y nos
rebelamos contra toda indecencia y falta de respeto en esos lugares santos, pero ése no es el
Dios de nuestro Señor Jesucristo.
¿No es un contrasentido prohibir la entrada en las iglesias a personas con vestidos ligeros y
permitírsela a los estafadores? ¿ O no es un escándalo esmerarse en el adorno y la limpieza de
los templos y consentir tantos mendigos en sus puertas? No quiero decir, por favor, que se
eche a los mendigos, sino que se quite de una vez la mendicidad.
¿Qué culto es mejor, embellecer las iglesias o dignificar las personas? Ya los Santos Padres
hablaban de que “la Iglesia no es un museo de oro y plata… ¿Qué le aprovecha al Señor que su
mesa esté llena de vasos de oro, si Él se consume de hambre?” (San Juan Crisóstomo). ¿Y nos
lo dijo Juan Pablo II que en ciertos casos de necesidad “es obligatorio enajenar adornos
superfluos de los templos y objetos preciosos del culto divino”.
Nos falta generosidad, valentía y, tal vez, lucidez. Piensa que si hoy volviera Jesús empuñaría
más de una vez el látigo para defender a los hijos del Padre, tan deformados y arruinados; y si
quisiera pasearse por los alrededores de nuestros templos, basílicas, santuarios y demás
lugares de culto, le darían ganas de empuñar otra vez el látigo, pero hecho esta vez con las
cadenas de los rosarios, dicho sea con todos los respetos.