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El economista encubierto
Revelando por qué los ricos son ricos, los pobres son pobres, y por qué nunca es
posible comprar un automóvil usado decente
por Tim Harford
RESUMEN EJECUTIVO
¿Qué tiene que ver el precio del café que usted bebe cada
mañana con la renta de los terratenientes del siglo XIX? ¿Por
qué es mejor, desde un punto de vista económico, soportar
malas condiciones laborales que vivir en la época de Mao?
¿Por qué los sindicatos no se pronuncian en contra de las
pésimas condiciones laborales que hay en ciertas fábricas del
mundo en desarrollo?
Estas son algunas de las interrogantes que responde este
libro, en el que el autor echa mano de la teoría económica
básica para revelar el mecanismo que yace bajo algunos de
los fenómenos económicos más comunes de nuestra época.
Algunos de los temas tratados son: precio y escasez,
mercados e información, externalidades económicas y
mercados financieros, entre otros.
El café de la mañana y escasez
Los trabajadores pagan un alto precio por el café de la mañana
en el quiosco de la estación de trenes. La razón de esto es la
escasez. Normalmente, sólo hay un quiosco en la estación. Y
lo peor es que seguramente el dinero de más que pagan los tra-
bajadores por su café no va a las menos del vendedor. Quien
realmente controla este escaso recurso es el dueño del inmue-
ble en el que está el quiosco. Este es un patrón que se repite.
En el siglo XIX, el economista David Ricardo analizó cómo
influía la escasez sobre el precio. Él ofreció el ejemplo de una
región rica en tierras fértiles pero poco poblada. Los propie-
tarios de tierras no podían cobrar altas rentas, porque la tierra
era abundante y los agricultores eran sólo unos pocos. Sin em-
bargo, dada esta situación, uno esperaría que llegaran muchos
más agricultores en busca de tierras baratas. Eventualmente,
llegarían tantos agricultores que la tierra se volvería un recurso
escaso. Y, entonces, los propietarios de tierras podrían cobrar
altas rentas. Lo más interesante es que, probablemente, los
agricultores comenzarían a arar tierras marginales, menos
deseables y menos fértiles, y a pagar así rentas menos altas.
Pero a medida que llegan más agricultores, las rentas en las tie-
rras marginales se elevarían. Sin embargo, las rentas en las
tierras de mejor calidad no se mantendrán constantes. Estas
aumentarán para reflejar su mayor productividad y su diferen-
cia con las tierras de menor calidad.
Pero, ¿qué tiene esto que ver con el café? El mejor lugar para
un vendedor de café es aquel en el que transitan muchas perso-
nas, pues estas estarán menos pendientes del precio. Este tipo
de lugares son raros. La estación de tren, equivalente a las
tierras fértiles de Ricardo, está entre los mejores. Todo lo que
incremente la escasez beneficiará al propietario del recurso
escaso. Las zonificaciones que prohíben la construcción en
ciertas áreas contribuyen a que los bienes inmuebles sean
escasos y, por tanto, a elevar el precio de las rentas.
Lógicamente, existen métodos especiales para lograr que cier-
tos recursos sean más escasos y, así, más rentables. El crimen
organizado desalienta la competencia a través de la violencia.
Los sindicatos controlan el suministro de mano de obra califi-
cada. Los profesionales hacen cabildeo en las legislaturas para
apoyar leyes que impongan estándares educativos. Todas estas
medidas incrementan la escasez y, por tanto, los precios. Sin
escasez no se tiene control sobre los precios. Así pues, los
agricultores de café son pobres y seguramente continuarán
siéndolo. Las iniciativas para lograr un “comercio más equita-
tivo” no cambian los hechos económicos fundamentales. De
hecho, la idea de un comercio más equitativo es normalmente
una táctica para ganar un poco más.
Hay personas dispuestas a pagar un poco más por una taza de
café. Al vendedor le convendría venderle el café a un alto pre-
cio a las personas que están dispuestas a pagarlo, y a un bajo
precio (si bien aún rentable) a las personas menos dispuestas a
pagarlo. Sin embargo, el vendedor no siempre es capaz de
discernir quién está dispuesto o no a pagar de más. Al vender
el llamado “café comerciado equitativamente” a un mayor pre-
cio, la cafetería es capaz de hacer esta distinción. En este caso,
el vendedor recibe la mayoría del dinero extra que los consu-
midores pagan por esa taza de café políticamente correcta; sólo
un pequeño aumento le llega al productor.
Los expertos en marketing cuentan con otros métodos para
identificar a quienes están dispuestos a pagar un poco más. Por
ejemplo, los supermercados rebajan algunos de sus productos,
pero cambian los productos en rebaja semanalmente. Las per-
sonas que se preocupan por el precio esperan las rebajas, mien-
tras que el resto paga más por los productos que quieren cuan-
do estos no están en rebaja. Los supermercados también se
benefician con los alimentos orgánicos. Estos alimentos se
suelen vender a un alto precio. Los supermercados suelen
evitar la comparación entre precios separando los productos
orgánicos de los no orgánicos.
Algunos vendedores han ido más allá para identificar quién
2. El economista encubierto 2
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está dispuesto a pagar un poco más. En la industria de las
computadoras, los chips, impresoras y programas suelen venir
en dos versiones. La versión más cara es más rápida o pode-
rosa. Lo interesante es que la versión más barata requiere de
más tiempo y esfuerzo porque los fabricantes suelen producir
primero la versión más cara y luego desmejorar sus caracterís-
ticas para poder venderla a menor precio. Los vendedores en
otras industrias, como la de turismo, les hacen descuento a
ciertos grupos. Por su parte, los expertos en marketing han
tratado siempre de ofrecerle el precio adecuado a la persona
adecuada. Amazon, por ejemplo, solía rastrear a sus compra-
dores mediante la instalación de cookies, para determinar qué
tan dispuestos estaban a pagar por un cierto producto.
Mercados como máquinas de la verdad
En un mercado libre, la verdad se dice. La gente compra pro-
ductos a un precio que le parece aceptable, y se rehúsa a com-
prar a precios inaceptables. Los vendedores venden no a pre-
cios inaceptables sino a precios aceptables. Así pues, los
mercados ofrecen información sobre las preferencias y los
valores.
En un mercado perfecto, el precio no es más o menos que el
costo marginal. Si el precio aumenta por encima del costo mar-
ginal, entrarán más competidores al mercado, desaparecerá la
escasez y los precios caerán. Si el precio disminuye por debajo
del costo marginal, aparecerán más compradores y los provee-
dores desaparecerán, al menos hasta que la escasez lleve los
precios de nuevo al costo marginal. Los mercados obligan a las
compañías a reducir gastos y a ser más eficientes porque no
pueden aspirar a ganar más que el costo marginal de pro-
ducción, pagado por el proveedor más eficiente. Los mercados
hacen que las compañías fabriquen las cosas (y el número indi-
cado de cosas) que quieren los clientes. Hasta ahora, los
mercados son el mejor mecanismo para dar cuenta de estos
objetivos.
El poder del mercado es quizá más evidente en China. Bajo el
poder del presidente Mao, los burócratas decidían quién haría
cada cosa, dónde, con qué propósito y bajo qué circunstancias.
Presionados por cumplir con las cuotas, los funcionarios reci-
bían incentivos para que mintieran acerca de los recursos y el
desempeño. El desastroso “Gran Salto Adelante” fue simple-
mente una de las manifestaciones de este sistema enfermo,
ineficiente y derrochador. Aislada del mundo exterior, del mer-
cado de información y de las oportunidades, China era terrible-
mente pobre. Hacía falta el nuevo liderazgo de Deng Xiaoping
y sus reformadores para colocar a China en el camino hacia la
riqueza (introduciendo mercados en China). Es decir, procu-
raron que la verdad fuera dicha para que cada persona pudiera
tomar decisiones económicamente racionales a cada nivel de la
economía. China no es aún rica, pero es más próspera que bajo
el régimen de Mao. La gente tiene más opciones, oportuni-
dades y dinero.
Sin embargo, cuando uno habla de China, inmediatamente
aparece el tema de las malas condiciones laborales en las fábri-
cas. Al igual que otros países en desarrollo, China cuenta con
numerosas fábricas en que las condiciones laborales pueden ser
pésimas, peligrosas e incómodas. Están lejos de lo que cual-
quiera en un país desarrollado consideraría aceptable. Pero los
economistas señalan que estas fábricas son la mejor opción
disponible para los trabajadores, y que se trata sólo de un paso
más hacia el desarrollo. Es posible que las campañas contra las
malas condiciones laborales sean la invención de personas que
quieren disminuir la competencia entre la mano de obra barata,
incrementar la escasez y controlar así los precios. Un sindicato
textilero podría perfectamente apoyar una ley que prohibiera la
compra de productos confeccionados en fábricas con malas
condiciones laborales.
Externalidades
Los mercados son mecanismos particularmente poderosos,
pero no son perfectos. Los propietarios de automóviles toman
decisiones que generan contaminación. Lo ideal sería que la
gente que tiene que soportar dicha contaminación fuera com-
pensada. Pero esto nunca sucede, así que los conductores
pueden ignorar sin problemas las consecuencias de sus accio-
nes. Estas externalidades son fáciles de encontrar.
Recientemente, los gobiernos han experimentado con planes
para cobrarle a la gente por los efectos de sus acciones. La
Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos introdujo
un sistema de subastas para comprar el “permiso” de emitir
dióxido de sulfuro. Las compañías han alegado que recortar las
emisiones de este contaminante sería muy costoso. Sin embar-
go, nadie ha apostado por el derecho de evitar la emisión de
gases. Realmente, las compañías habían mentido acerca de los
costos; podían disminuir las emisiones a un bajo costo.
Este tipo de modelos podría disminuir las emisiones de dióxido
de carbono y, quizá, evitar el empeoramiento del recalenta-
miento global. Una cuota de externalidad hace que el mercado
tome en cuenta información que de otro modo ignoraría. Algu-
nas externalidades son positivas. Cuando un propietario arregla
su terreno, todo el vecindario se ve mejor; sin embargo, el pro-
pietario no recibe compensación alguna por esta externalidad.
Información desde adentro
Los mercados funcionan mejor cuando todo el mundo tiene
acceso a la información relevante. Cuando los vendedores
conocen mejor su producto que a sus clientes, o cuando los
clientes saben más que los vendedores, el mercado sufre.
Considere un automóvil usado. El vendedor sabe si el vehículo
está en buen estado o no. El comprador no los sabe. Dado que
el cliente no quiere arriesgarse a comprar un vehículo en mal
estado por el precio de uno en buen estado, y que el vendedor
no quiere vender un vehículo en buen estado por menos de lo
que cuesta, buena parte de las transacciones de automóviles
usados no se llevan a cabo.
3. El economista encubierto 3
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El problema de la información desigual va más allá del merca-
do de automóviles. Está en el centro del problema de los pre-
cios del sistema de salud. El problema con los seguros médi-
cos es que la gente sabe qué tan enferma está, pero las compa-
ñías de seguros no lo saben. La gente enferma quiere seguros
baratos que cubran todos sus gastos médicos. La gente saluda-
ble preferiría no gastar dinero en seguros que no utilizará. Las
aseguradoras deberían venderle suficientes seguros a gente
saludable como para no perder dinero con la gente enferma.
Pero esto es difícil debido a la desigualdad de información. Y
cuando las compañías descubren que alguien está enfermo,
prefieren no darle el seguro. La situación es más compleja
porque los seguros no son el único factor en la crisis de los
seguros médicos.
Los costos del sector salud son elevados porque este sector
nunca funciona como un mercado. En Inglaterra y en otros
países, el estado paga los servicios de salud. Así pues, la gente
no se ve obligada a tomar en cuenta las consecuencias econó-
micas relativas a su salud. En Estados Unidos, los empleadores
suelen proveer seguros médicos. La gente suele conservar su
empleo por miedo a perder el seguro médico. Y esto cierta-
mente es un gran peso para las compañías. Además, y al igual
que en Inglaterra, los consumidores estadounidenses no se
sienten obligados a tomar en cuenta las consecuencias econó-
micas relativas a su salud. Lo ideal sería que el sistema de
salud soportara las fuerzas del mercado. El mejor modo de
hacer esto sería que la gente pagara por sus costos médicos,
pero que estuviera protegida contra imprevistos médicos.
Invertir en los mercados
Durante los primeros años del auge de las puntocom, los enten-
didos en la materia aseguraban que esta nueva tecnología cam-
biaría el mundo, y que los primeros en dominarla obtendrían la
mayoría de los beneficios. El mercado de valores se infló y
explotó. ¿Qué salió mal?
La historia demuestra que los grandes cambios económicos
casi nunca benefician al inversor promedio o a la compañía
promedio. El Gran Ferrocarril del Oeste, de Inglaterra, fue una
obra exitosa que encaminó al país hacia la prosperidad. Sin
embargo, los inversionistas que hubieran comprado acciones
cuando el ferrocarril comenzó a funcionar en 1835, y las
hubieran conservado durante un siglo, sólo habrían conseguido
un retorno anual de 5%. Muchas compañías ferroviarias se
cotizaron en la bolsa durante esa época y casi todas quebraron.
La competencia eliminó la escasez. Esto acabó con el control
que tenían las compañías sobre los precios y, así, los inversio-
nistas dejaron de esperar ganancias. La situación de la “burbuja
de las puntocom” resultó ser muy parecida.
Por lo general, es muy difícil hacer dinero en los mercados
accionarios. Un vendedor que espera que el precio de una
acción aumente mañana, esperará hasta mañana para vender o
pedirá un mayor precio hoy. Un comprador que esperaba que
el precio se moviera, ajustará su oferta de modo que esta refle-
je sus expectativas. Así que los precios de las acciones suelen
reflejar las expectativas de vendedores y compradores. Sólo las
noticias inesperadas pueden hacer que los precios cambien. Así
que los precios de las acciones cambian fortuitamente. Sin
embargo, hay una tendencia general. Los precios promedio de
las acciones cambian en consonancia con los precios de
inversiones alternativas, como los bienes raíces. Pero, aparte
de esto, los precios son fortuitos.
Sin embargo, periódicamente el mercado cae presa de fuerzas
irracionales, que le añaden estupidez al carácter fortuito del
mismo. En 1996, el director de inversiones de un fondo de
pensiones inglés notó que los precios de las acciones estaban
aumentando de una manera irracional. Este esperaba que las
acciones cayeran. Así que, evitando el sobreprecio de las
acciones del área de las telecomunicaciones y de Internet,
colocó el dinero de sus clientes en efectivo. Pasaron cuatro
años para que cayeran las acciones. Para este momento, el
gerente había sido obligado a renunciar. La industria de servi-
cios financieros suele pagarles a los gerentes para que no
hagan lo más adecuado. Reciben incentivos para que se com-
porten como el resto de los expertos en finanzas. El gerente
que invirtió con creces en las acciones de la “Burbuja” era bien
visto hasta que esta misma colapsó. En cambio, el gerente que
prudentemente mantuvo a sus clientes alejados de la “Burbu-
ja”, se arriesgaba a que lo despidieran por mal desempeño. La
historia ha probado que este último gerente tenía la razón. Pero
este es un escaso consuelo.
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Título original: The Undercover Economist
Editorial: Oxford University Press
Publicado el: noviembre de 2005
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