1. LA VIDA DESPUÉS DE LA
MUERTE EN EGIPTO
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antiguo-egipto.html
Carolina Tarrazona Bueno
2. Para los egipcios, el ser humano estaba constituido no solo por el cuerpo, sino
también por numerosas “manifestaciones” (kheperu) o componentes de la
personalidad, como akh o aj, el ba, el ka, el nombre (ren) y la sombra (sheut). En el
momento de la muerte, considerada como una fase natural del ciclo vital, una
transición entre la vida terrenal y la del más allá, se producía la separación entre el
cuerpo y dichos elementos espirituales que, aunque se dispersaban por el cosmos,
conservaban íntegra su individualidad.
Estos podían regenerarse eternamente, a condición de que la parte corruptible (el
cuerpo) se preservara intacta. El incumplimiento de ese requisito condenaba a los
principios espirituales incorruptibles a la vana y eterna búsqueda de su soporte físico.
La literatura funeraria no ofrece explicaciones de los vocablos que definen estas
entidades, por lo cual su naturaleza resulta incierta.
3. AKH, fuerza presente en los hombres y en las divinidades, se ha traducido como
“espíritu iluminado” o “glorificado”. Era representado como un ibis con cresta, y
constituía el elemento puramente espiritual del ser humano que accedía a la
dimensión divina, donde participaba en el eterno movimiento de las estrellas, al
ser el cielo la morada de los seres imperecederos, como los dioses y los
“espíritus puros”. Akh designaba también a los espectros de los difuntos, y su
etimología fue conservada en el vocablo copto que significa “fantasma”.
4. El BA, interpretado de manera imperfecta como “alma”, define un concepto mejor
expresado por los vocablos “personalidad” (en cuanto las características que
diferencian a un hombre de otro) o “principio motor”. A partir del Imperio Nuevo fue
representado como un ave con cabeza humana. El ba del difunto estaba dotado de
autonomía durante el día y, gracias al poder mágico de las fórmulas de los textos
funerarios, podía adoptar el aspecto deseado para volver a la Tierra con la facultad de
actuar en ella materialmente; pero al atardecer debía regresar al cadáver y pasar la
noche en el sepulcro.
El alma-ba de la reina Nefertari ,
en su tumba en el Valle de las
Reinas (dinastía XIX).
5. El KA, “doble”, “genio”, “espíritu” o, más
correctamente , “energía vital”, era la
manifestación” de las fuerzas vitales que
presidían la creación y la supervivencia
humana o divina. Se le representaba con
el símbolo de los dos brazos levantados,
que significaban el abrazo de un
principio vital. El ka era creado a la vez
que el cuerpo, del cual era una copia
perfecta, pero llevaba una existencia
propia hasta la muerte. De hecho, una de
las expresiones utilizadas para “morir”
era “pasar al propio ka”.
La tumba era su morada. Se nutría de los
alimentos depositados en la capilla, a los
que accedía pasando a través de las
estelas falsa-puerta, cuyo umbral
constituía el confín entre el más allá y el
mundo de los vivos. Las ceremonias
fúnebres estaban dirigidas
específicamente al ka del difunto.
Estatua de madera del ka de Auibra-Hor, rey de la
dinastía XIII.
6. Capítulo del Libro de los muertos de la tumba de Irinefer,
relativo a la autonomía de movimiento de la que estaban
dotados el ba y la sombra del difunto durante el día.
La SOMBRA tenía una autonomía
de movimiento análoga a la del ba
y se la identificaba con el cadáver,
con el cual compartía el aspecto
de silueta humana de color negro.
El NOMBRE era parte del
individuo, sin el cual no podía
subsistir el ser: se dirigían
plegarias a los visitantes de
las necrópolis para que hicieran
prosperar al difunto eternamente
pronunciando su nombre.
7. Afín a nuestra idea de alma era el CORAZÓN o IB, órgano que los embalsamadores
dejaban en el cuerpo y que los egipcios consideraban sede de la inteligencia, el
pensamiento, la voluntad y las emociones. Su principal cometido figura en el capítulo
125 del Libro de los muertos, que hace referencia a su pesaje y contiene himnos
dirigidos a Ra y Osiris.
El juicio de Osiris representado sobre papiro en el capítulo 125 del Libro de los Muertos.
8. Mediante
la sicostasia o “pesada
del alma”, el difunto se
sometía al juicio
póstumo en la “Sala de
los dos Maat”. En la
balanza, el corazón,
receptáculo de la
conciencia, era
contrapuesto a MAAT,
diosa de la verdad y la
justicia, hija de Ra y
garante del orden
universal. Para acceder
al más allá, debía
existir un equilibrio en
la balanza.
Sicostasia, juicio póstumo del difunto o “pesada del alma” en un papiro de la XVIII dinastía (Amenofis III).
9. Los dioses Anubis, “Señor de la Tierra Sagrada” (la necrópolis) y Tot vigilaban. El
indicador de un resultado negativo era el monstruo al pie de la balanza para
devorar el corazón, impidiendo con ello la bienaventuranza al difunto; en cambio,
una sentencia favorable otorgaba al difunto el título de maa-kheru, “justo de voz”,
“justificado”, y la admisión en el “paraíso”.
Escena de una sicostasia encontrada en la tumba de Ramsés VI.
10. Para garantizar a los difuntos las comodidades terrenales, se depositaban en las
tumbas ajuares funerarios cuya importancia y calidad variaban según la riqueza de
cada familia. El ajuar más completo contenía, aparte de los alimentos
indispensables para el sustento, objetos rituales (estatuillas de divinidades
protectoras) y de uso doméstico (muebles, cofres, telas, vasijas, prendas de vestir,
artículos para la higiene y el maquillaje), juegos, instrumentos musicales,
herramientas de trabajo y miniaturas de barcos y aparejos.
Cofre con escena de guerra
perteneciente al rico ajuar
funerario de Tutankamón.
11. Estos bienes estaban presentes también en las largas
listas de ofrendas y en las representaciones murales.
Una eficacia análoga adquirían las figuras de artesanos,
pescadores, campesinos, molineros, cocineros y
carniceros depositadas en las tumbas desde el Imperio
Antiguo, mientras que la finalidad de
los ushebtis (figuritas de madera, de piedra o
de fayenza) introducidos a partir del Imperio Medio, se
deduce de su nombre: “los que responden” en lugar
del difunto a la llamada a realizar trabajos agrícolas en
el reino de Osiris.
Ushebti de madera de Hathoremheb. Una estatuilla que respondía en
lugar del difunto a la llamada a las obras en el más allá.
12. El culto funerario rendido a los
difuntos por sus familiares y
sacerdotes hemu-ka, o “servidores del
ka”, se desarrollaba en la capilla
funeraria y consistía en reponer
diariamente las ofrendas alimentarias
imaginariamente ingeridas por el ka,
depositando provisiones frescas o
evocándolas mágicamente enunciando
los alimentos. La estela funeraria
llevaba el nombre y los títulos de su
propietario, y a partir del Imperio
Medio, también reflexiones de tipo
moral. En ella aparecía, asimismo, la
representación del difunto recibiendo
las ofrendas o, a partir del Imperio
Nuevo, honrando a las divinidades que
presidían los ritos funerarios,
especialmente a Anubis y Osiris.