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El papel del oftalmólogo resultó ser de gran importan-
cia durante la contienda. Ya en el proceso de selección de
los soldados se promovieron campa ˜nas de graduación gene-
ralizadas. Hasta este episodio bélico, uno de los requisitos
imprescindibles de los militares para su participación en el
campo de batalla era el contar con una visión adecuada sin
gafas. Sin embargo, la necesidad de reclutar un número de
efectivos tan importante por parte de los contendientes hizo
que, por primera vez, se permitiera la inclusión de militares
portadores de gafas3.
Durante el conflicto, el número de pacientes oftalmológicos
heridos sobrepasó con creces la capacidad de atención de los
especialistas desplazados. Por ello, médicos no-oftalmólogos
se encargaron también de su tratamiento. Dada su menor
capacidad de resolver heridas traumáticas de manera con-
servadora, la tasa de enucleación ocular practicada por ellos
fue mucho mayor que la registrada en pacientes atendidos
por oftalmólogos. Como consecuencia, desde ese momento se
puso especial atención en que la decisión última de enuclear
un ojo fuera tomada siempre por un médico especialista3. En
cuanto a la extracción de cuerpos extra ˜nos intraoculares, se
extendió el uso del electroimán para la retirada de objetos
magnéticos, y el de las pinzas para la extracción de cuerpos
no imantables; la localización de los objetos intraoculares se
logró mediante el empleo de rayos X y oftalmoscopía4. Por
otra parte, la presencia tan numerosa de heridos neurológi-
cos permitió al coronel Harvey Cushing correlacionar da ˜nos
en la vía visual con sus correspondientes defectos en el campo
visual; esto supuso un avance muy importante en el campo de
la neuroftalmología4.
En cuanto a las enfermedades oculares infecciosas presen-
tes en los militares, destacaron como 2 de las más prevalentes
el tracoma en fase avanzada y cuadros de iritis/coriorretinitis
sifilítica, dada la falta de antibioterapia adecuada4. Los oftal-
mólogos además, hubieron de hacer frente a un gran número
de simuladores que referían pérdida visual sin justificación
médica aparente3. En todo caso, los pacientes con enfermeda-
des causantes de baja, cuya indicación de intervención no se
considerara urgente, fueron evacuados a hospitales alejados
del frente (fig. 2).
La IGM fue también testigo del nacimiento de las armas quí-
micas (fig. 3). Ambos bandos emplearon numerosas sustancias
gaseosas irritantes al contacto con la piel, los ojos y el tracto
respiratorio, como suponen el gas lacrimógeno, el cloro, el fos-
geno y el gas mostaza, con el fin de incapacitar al adversario2–5.
Los ataques con gas provocaron una imagen insólita en el
campo de batalla: columnas de heridos cogidos del hombro del
compa ˜nero precedente, avanzando hacia la enfermería con los
ojos cubiertos a causa de la queratoconjuntivitis química oca-
sionada (fig. 4)4. Un joven militar, de nombre Adolf Hitler, fue
víctima de un ataque con gas mostaza cerca de Ypres (1918).
La disminución en la agudeza visual ocasionada por este ata-
que le mantuvo hospitalizado; durante su ingreso, la casa de
los Hohenzollern fue depuesta, proclamándose en Alemania
un régimen republicano5. Algunos historiadores han sugerido
que la disminución visual sufrida por Hitler pudo ser resul-
tado de una reacción histérica debida al curso tomado por
la guerra, desfavorable para el bando germano5. La aparición
de la máscara antigás como medida de protección puso fin al
efecto producido por estos gases (fig. 5). Finalizado el conflicto
Figura 2 – Heridos de guerra evacuados a la estación de
tren de Bristol, acondicionada para uso hospitalario, 1916
(imagen de dominio público).
además, se firmó el Protocolo de Ginebra que prohibió el uso
de toda arma química.
La IGM fue un episodio terrible por las numerosas bajas
registradas. Entre sus múltiples consecuencias destaca la
caída de 4 imperios (el alemán, el austro-húngaro, el ruso y el
Figura 3 – Infantería avanzando a través de la niebla
provocada por un ataque con gas; Batalla de Loos, 1915
(imagen de dominio público).
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Figura 4 – Columna de heridos por ataque con gas
dirigiéndose hacia el área sanitaria; Batalla de Lys, 1918
(imagen de dominio público).
Figura 5 – Uso de máscaras antigás como medida de
protección por parte de la infantería australiana; Batalla de
Ypres, 1917 (imagen de dominio público).
otomano) y 3 dinastías (los Hohenzollern, los Habsburgo y los
Romanov), la aparición de un nuevo equilibrio político mun-
dial, y una importante transformación social. Por su parte, la
medicina y la oftalmología no se mostraron ajenas a estos a ˜nos
tan convulsos: hubieron de adaptarse a esta difícil situación
con el fin de ofrecer el mejor de los cuidados a los heridos en
batalla. Durante el conflicto además, se desarrollaron nume-
rosas prácticas médicas que se incluirían, una vez finalizada
la contienda, en la praxis médica habitual.
b i b l i o g r a f í a
1. Tuchman B. Los ca ˜nones de Agosto: Treinta y un días de 1914
que cambiaron la faz del mundo. Barcelona: RBA libros; 2012.
p. 189–93.
2. Keegan J. The First World War. Toronto: Vintage Canada
Edition; 2000. p. 217–36. p. 199.
3. Roman F. Ophthalmologists at war 1914-1918. Br J Ophthalmol.
1994;78:132.
4. Wergeland Jr FL. History of military eye care. En: Thach AB,
editor. Ophthalmic care of the combat casualty. Washington:
TMM Publications; 2003. p. 1–16. I.
5. Fest J. Hitler. Orlando: Harcourt Publishing Company; 1974. p.
77–8.
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