1) La convivencia religiosa en la España del siglo XI no fue armónica como se ha afirmado, sino que estaba plagada de incidentes y levantamientos entre cristianos, musulmanes y judíos. 2) Las comunidades religiosas vivían de forma aislada en barrios separados y tenían costumbres muy diferentes que a menudo chocaban. 3) Aunque hubo cierto intercambio cultural entre élites, la realidad para la mayoría era la de soportarse unos a otros más que convivir armoniosamente.
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La difícil convivencia religiosa en la España del siglo XI
1. LA DIFÍCIL CONVIVENCIA RELIGIOSA EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XI.
Durante mucho tiempo, se afirmó, supongo que interesadamente, que la
convivencia religiosa durante los siglos medievales en España fue estupenda, y que
durante los siglos de la Reconquista se fueron generando entre las distintas religiones
unas magníficas relaciones sociales, un intercambio intercultural, y no sé cuantas cosas
más llenas de colorido y buen rollo. El centro de aquel paradigma y modelo de
convivencia plural lo formaba la llamada Escuela de Traductores de Toledo, donde se
supone que musulmanes, cristianos y judíos, con unos valores civilizadísimos convivían
intercambiando libros de Aristóteles, Platón y Avicena a la par que comían juntos unos
boquerones en vinagre y bebían hidromiel (la bebida de la época).
Nada más lejos de la realidad.
La tal escuela no existió nunca, los matrimonios nunca fueron mixtos, y eran
raros los sujetos de distintas religiones que comían y bebían con gente de otra religión,
excepto que estuvieran dispuestos a pecar con los alimentos impuros del supuesto
amigo. El intercambio cultural tuvo que ver más con las compras y ventas de los
mercados, y con determinadas élites cultivadas, que con más curiosidad que violencia,
se acercaron al “extraño” para saber de sus lecturas y textos.
En la novela LOS CABALLEROS DE VALEOLIT hago un recorrido de la
segunda mitad del siglo XI, y muestro, creo que con claridad e interés, la realidad de lo
que sucedía en la época en aldeas y ciudades tan emblemáticas como Toledo, León,
Valladolid (fundada en 1095), Burgos, Compostela o Granada. En estas páginas
podemos apreciar que la convivencia consistía más en soportarse, agredirse y
ningunearse, que en hermanarse y cazar juntos. Nos encantaría bajo el buenismo
sociológico del zapaterismo haber sido la cuna de la Alianza de Civilizaciones que
proclamaba, pero la verdad es que tal modelo utópico nunca existió como tal, y es
bastante difícil, dada la naturaleza humana, que la convivencia multicultural sea posible.
Me explico: con el que es distinto, estamos dispuestos a comer su comida
(nosotros los cristianos que comemos de todo), y nos compramos una kebab de vez en
cuando, pero no nos gustan las instituciones musulmanas, ni sus relaciones con las
mujeres, ni muchas otras costumbres suyas. Y a ellos tampoco les hacemos demasiada
gracia, la verdad. En el fondo estamos igual que ayer, donde el multiculturalismo era tan
complicado de vivir como hoy, que seguimos siendo etnocéntricos y provincianos hasta
la estupidez.
En el siglo XI las comunidades religiosas no se relacionaban entre sí más que de
manera circunstancial. Los judíos vivían aislados en sus aljamas (barrios), dentro de las
mismas ciudades. Ese aislamiento no era igual que lo que vimos en el ghetto de
Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial (encierro y exterminio obligatorio), pero
sí se parece a algunos barrios actuales de ciudades como Londres, París o Nueva York.
Deambular por sus calles es cambiar de mundo, es aterrizar en un planeta distinto, y en
verdad lo es. El multiculturalismo se agrupa en barrios y se aísla para protegerse. Igual
que ayer: barrios y ghetos.
Las aljamas de antaño contaban con puertas para entrar, empalizadas (como
todas las ciudades y pueblos medievales) y recintos cerrados dentro de las mismas
ciudades. En una ciudad como Toledo deambular por ella no era fácil. Desde la puerta
de entrada a la capital de la taifa - actual puerta de la Bisagra (Bab Sagra – hasta llegar
al barrio judío se podían atravesar y cruzar varios de estos portones. Por eso tenían su
entrada y salida de la muralla principal quinientos metros hacia el Tajo. Las puertas de
2. la ciudad, las interiores y las exteriores, se cerraban por la noche para evitar asaltos de
los vecinos de otros barrios.
Sabemos con certeza que en Toledo y en el siglo XI la convivencia entre
cristianos mozárabes y musulmanes estuvo plagada de incidentes y levantamientos.
Estos cristianos residuales y resistentes que no se habían convertido al Islam y
mantenían la fe desde la época visigótica eran todavía numerosos en Toledo.
Teóricamente tenían sus iglesias y debían ser respetados, pero en la práctica muchos de
sus templos fueron convertidos en mezquitas en el mismo siglo de la conquista de la
ciudad por Alfonso VI (1085). No eran extraños los saqueos de casas mozárabes, con
agresiones cometidas por turbas crecidas por su mayor número y fuerza que creaban
matanzas y levantamientos cada poco tiempo. Supongo que algo parecido sucede hoy en
Siria o en otros lugares del Islam donde las minorías cristiano-orientales son
perseguidas “de facto”, esclavizadas o simplemente desterradas o expulsadas, cuando no
asesinadas. Llevan allí mil quinientos años, pero da igual. Las minorías no tienen
demasiados derechos cuando las masas arremeten.
También hay que decir que esas mezquitas volvieron a ser iglesias cristianas con
la conquista del rey. La mayoría manda la cultura en antropología. También se acordó
en la rendición que la Gran Mezquita siguiera siendo musulmana, pero en cuanto se
largó el rey de la ciudad de Toledo, la reina presionó para que el obispo la sacralizara y
la convirtiera en Catedral. Viva la convivencia.
Los mozárabes que se sintieron violentados por los musulmanes más fanatizados
de la ciudad en tiempos de al-Qadí, esperaron la llegada de sus hermanos de fe cristiana
como agua de mayo. Ciertamente habían visto durante décadas como los vecinos
musulmanes del barrio de la Antequeruela habían atacado y quemado sus casas y
viviendas. De hecho, el propio Al-Mamún, gobernante musulmán de la taifa toledana se
las vio y se las deseó para mantener el orden entre sus muros. La caída de la ciudad en
el año 1085 se debió a la petición que hizo al rey Alfonso VI para que le ayudara a
sofocar las revueltas, pues se veía incapaz de mantener el orden público. Detrás de esas
revueltas seguro que hubo intereses nefandos y codiciosos, de otras taifas y con las
luchas intestinas tan nuestras por el poder, pero que duda cabe que el ambiente no era
idílico para vivir.
Cuando llegaron los castellanos (muchos) y leoneses (pocos), los mozárabes
fueron ninguneados y sometidos litúrgicamente a los rituales latinos que imponía el Rey
siguiendo las costumbres más modernas de la época. Se permitió, por ser casi toda la
población de Toledo mozárabe, que continuaran con sus rituales e iglesias. Eso sí,
tuvieron que soportar que el rey nombrara a un obispo latino y no mozárabe, y quitara al
obispo mozárabe, cuyo nombre era, si mal no recuerdo Pascual. Si así trataban a los
propios de religión, que no harían con las demás religiones. Estopa y guante de seda
cuando conviniera. En cuestiones de convivencia las minorías siempre han tenido las de
perder: mozárabes primero, judíos después, mudéjares... Todos han ido desfilando por
nuestro suelo patrio entre pedradas del pueblo (un término idolatrado por los jacobinos
y los marxistas) y el destierro más cruel.
¿Podemos justificar lo que sucedía? No del todo pero es verdad que la realidad
multicultural de una ciudad como Toledo, en tiempos de al-Qadí, el último dirigente
musulmán antes de Alfonso VI, era una bomba de relojería.
Coexistían cuatro etnias principales distintas con variantes dialectales cada una:
mozárabes (cristianos de costumbres arabizadas y lengua propia), musulmanes (de
procedencias distintas según se extiende el islam), judíos (que hablaban árabe), y
cristianos de otros reinos del norte (que hablaban castellano, leonés, aragonés, catalán o
gallego a saber). Cada una de estas culturas empleaba además una lengua escrita según
3. la ocasión, y así escribían y leían en latín (los cristianos del norte y litúrgicamente para
los mozárabes), árabe coránico o culto (para la lectura del Corán), y hebreo (para la
lectura de la Torá y los Midrás judíos). Comían y arreglaban sus alimentos de manera
diferente, tenían costumbres matrimoniales distintas, y celebraban rituales extraños para
los demás. Decir que fueron un modelo de convivencia es una broma de mal gusto para
los que vivieron entonces. Me imagino si pudiera hablar con Cipriano el Falsafa lo que
me diría: Si nuestros tiempos son idílicos es que la convivencia y el ser humano han
empeorado bastante.
Y quizás no le falte razón.