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El Cazador (The Hunter)
Por Oliva Schreiner (1859 – 1920)
Tomado del libro “Dreams” (Sueños, 1891)
Traducido al español por Dante Amerisi.

Prólogo
En 1994, viajaba yo en mi auto por una transitada avenida de la ciudad, sin rumbo fijo. Cansado de
las actitudes poco comprometidas con el bien y la verdad que mucha gente tiene al adoptar posturas
que no implican mucho razonamiento, como lo son las tradiciones, ritos, supersticiones y
convencionalismos nuevos o heredados sin fundamento sólido, comprendí que necesitaba escuchar
una voz razonable y ecuánime. Entonces, me decidí a visitar la biblioteca del Estado.
No sabía por donde comenzar a buscar. Eché un vistazo al fichero de libros disponibles. Luego hice
una breve búsqueda por autores. Nada llamó mi atención, así que me dirigí a la Sala Chihuahua, en
donde se guardan los libros más antiguos de la biblioteca y que sólo están disponibles para leerse
ahí mismo.
Entonces lo encontré. Un pequeño libro con pasta guinda y amarillentas hojas, escrito en inglés. Leí
un poco y quedé maravillado.
Era una recopilación de cuentos de un autor desconocido, pues le faltaban las primeras páginas en
donde suele especificarse el nombre del libro y del autor. Me di a la tarea de traducirlo al español y
de descubrir quien lo había escrito. El libro aparentemente se llamaba “Dreams” (sueños), según el
encabezado en cada página, y contaba con la fecha de su edición. Boston, 1891.
Me sorprendió encontrar en el libro una mentalidad que alentaba el uso de la razón y el compromiso
que debe tenerse en la búsqueda del conocimiento, del amor y de principios humanos
fundamentales, como la libertad y los derechos de la mujer. En especial, me cautivó El Cazador
(The Hunter), que trata de un incansable buscador de la verdad.
Dada la fecha de publicación del libro (un siglo atrás), me pareció que contenía conceptos
adelantados a su época. Busqué en escritores de habla inglesa, esperando que ese fuera el idioma
original. Revisé autores americanos, británicos, australianos y no encontré nada, así que me
concentré en la traducción. Tiempo después, acudí a la biblioteca de la Universidad de Texas en El
Paso, que solía visitar cuando estudiaba ahí. Descubrí que su autor en realidad fue una mujer con
ascendencia alemana que vivió en Sudáfrica: Oliva Schreiner.
Entonces comprendí el valor de sus conceptos, dada la época y el lugar de origen. Oliva debió ser
una de las primeras feministas, surgida en un país famoso por la inobservancia de los derechos
humanos.
Más allá de eso, el libro contiene historias originales y disfrutables, con un lenguaje literario simple
y alegórico, a la manera de Gibrán. Supongo que era la manera de la que los autores se valían para
decir las cosas, motivando el razonamiento del lector para hacerlo alcanzar conclusiones por sí
mismo. Ahora los autores suelen ser más directos. Sin embargo, aún en nuestros tiempos, existen
posturas conservadoras que buscan mantener las cosas como están, a ver amenazadas formas de
pensar que se han preservado erróneamente. Quizá no sea sólo falta de valor, sino más que nada,
simple conformismo intelectual.
Cada vez que leo El Cazador, inevitablemente vienen a mi mente personajes como Sócrates,
Arquímides, Hipatia de Alejandría, Copérnico, Galileo Galilei, Charles Darwin y tantos otros cuya
obra fue realizada a pesar de la obtusa mentalidad de sus contemporáneos. Después de décadas,
cientos e incluso miles de años, su búsqueda por la verdad ha sido, inevitablemente, recompensada
por la historia. Pero en su momento, cada uno de ellos requirió de una valentía suprema contra los
obstáculos, apoyándose tan sólo en esa joya que la naturaleza nos ha dado: el poder del
razonamiento humano.
Aún le cuesta al hombre desprenderse de las falacias que durante tanto tiempo fue creando para
explicar el mundo y la naturaleza que nos rodea. Afortunadamente, la búsqueda por la verdad es una
postura que va encontrando cada vez más adeptos.
Dante Amerisi
http://www.facebook.com/dante.amerisi
El Cazador
Por Oliva Schreiner

En ciertos valles vivía un cazador. Todos los días iba a cazar aves silvestres al bosque; y sucedió
una vez que se detuvo a la orilla de un gran lago, mientras esperaba la llegada de las aves, que una
enorme sombra cayó sobre él, y en el agua vio su reflejo pasar. Miró al cielo, pero aquello ya se
había ido.
Entonces, le invadió un ardiente deseo de ver de nuevo ese extraño reflejo en el agua, y el resto del
día lo pasó esperando y observando; pero llegó la noche y aquello no regresó. Entonces se marchó a
casa, con su costal vacío, taciturno y en silencio. Algunos cazadores llegaron preguntando por qué
no había cazado nada, más no respondió; se sentó aparte, solo y pensativo. Luego vino su amigo y
con el sí habló. “Hoy he visto”, dijo, “algo que nunca antes había visto: una gran ave blanca, de
enormes alas plateadas desplegadas surcando el infinito azul del cielo. Más, sin embargo, hoy siento
como si un gran fuego llenara mi pecho. No fue más que un resplandor, un brillo, un reflejo en el
agua, pero hoy no deseo nada más en el mundo que abrazarle”.
Su amigo río: “Sería sólo un destello jugando en el agua, o la sombra de tu propia figura. Mañana lo
olvidarás”, le dijo.
Pero al día siguiente, y al otro, y al otro, el cazador seguía solitario y pensativo. Buscó en el bosque
y entre la maleza, en los lagos y entre las parvadas de aves, pero no pudo encontrarle. No volvió a
dispararle a las aves silvestres; “¿Qué significaban para él?”, ¿Qué es lo que le aflige?”, se
preguntaban sus compañeros.
“Está loco”, dijo uno. “No, no es eso, pero podría ser algo peor”, dijo otro. “Tal vez realmente vio
algo que ninguno de nosotros ha visto, o quizá inventaría algo asombroso. ¡Vamos, no busquemos
más su compañía!”, acordaron todos. Así pues, el cazador tuvo que continuar solo.
Una noche, mientras vagaba en la oscuridad, con el corazón afligido y apesadumbrado, un anciano
se detuvo ante él. Era más grande y alto que la normalidad de los hombres.
– ¿Quién eres tú? – Preguntó el cazador.
– Soy la sabiduría – respondió el viejo – pero algunos hombres me llaman “El Conocimiento”; toda
mi vida la he pasado en estos valles, sin embargo, ningún humano puede verme sino hasta que se
encuentra verdaderamente afligido. Sus ojos deben ser lavados con sus propias lágrimas para que
puedan percibirme; y conforme a lo que el hombre haya sufrido, yo hablo.
Y el cazador exclamó – ¡Oh! Tú que has vivido aquí tanto tiempo, dime ¿qué es esa gran ave que he
visto surcando el azul cielo? Los demás debieron pensar que fue una invención mía, o la sombra de
mi propia cabeza.
El viejo se sonrió. – Su nombre es la Verdad; aquel que le ha visto alguna vez, no descansa nunca y
la busca y la desea a morir.
– ¡Oh! Dime, ¿dónde puedo encontrarla? – Preguntó el cazador.
Pero el viejo respondió – Aún no has sufrido lo suficiente – y se marchó.
Entonces, el cazador sacó de dentro de su pecho la Plataforma de la Imaginación y la engarzó con el
Hilo de sus Deseos; y toda la noche la pasó ahí, sentado, tejiendo una red.
Por la mañana, desplegó la dorada red sobre el suelo y dentro de ella introdujo unas cuantas
semillas de credulidad, que había heredado de su padre y que guardaba en el bolsillo de su camisa.
Eran como pequeñas bolas blancas que, al pisarlas, despedían un polvo grisáceo. Se escondió cerca
de ahí para ver lo que sucedía. Lo primero en caer atrapado en la red fue un pájaro blanco como la
nieve, con ojos de paloma, que cantó una canción.
– ¡Un dios humano, un dios humano! – cantaba. El ave que cayó enseguida en la trampa, era negra
y mística, de oscuros y encantadores ojos que penetraron a lo profundo de su alma, y su canto
solamente decía: “¡Inmortalidad!”
El cazador los tomó a ambos en sus brazos y se dijo, “Ellos seguramente son la bella familia de la
verdad”.
Entonces cayó otro, verde y dorado, que cantó con una aguda voz, como alguien que parlotea en el
mercado – ¡Recompensa después de la muerte! ¡Recompensa después de la muerte!
Y el cazador dijo – No eres lo suficientemente justo, sin embargo, lo eres de cierta manera – y lo
tomó.
Y otros más siguieron cayendo, todos ellos de brillantes colores, cantando agradables canciones,
hasta que todas las semillas se acabaron. El cazador reunió todas esas aves, construyó una resistente
jaula de acero llamada “Credo Nuevo”, y las metió ahí.
Luego llegó la gente bailando y cantando por la proeza del cazador. “¡Oh, feliz cazador!” clamaban,
“¡Oh, maravilla de hombre! ¡Oh, aves hermosas! ¡Oh, encantadoras melodías!”
Nadie preguntó de donde habían salido las aves, o cómo las había atrapado; sin importarles,
bailaban y cantaban a su alrededor. Y el cazador, que también estaba alegre, se dijo a sí mismo:
“Seguramente la verdad está entre estos pájaros. A su debido tiempo, ella cambiará su plumaje y yo
veré de nuevo su blanca figura”.
Pero el tiempo pasó; la gente cantó y bailó, más el cazador aún sentía pena en el corazón. Se alejó
para estar solo, como lo haría un anciano, para llorar; aquel terrible deseo había despertado otra vez
en su interior.
Un día, mientras estaba llorando solitario, sucedió que la Sabiduría se le presentó de nuevo. El
cazador le contó al viejo lo que había sucedido. Y la Sabiduría sonrió, tristemente. – Muchos
hombres – le dijo –han puesto su red para atrapar a la Verdad; sin embargo, nunca le han
encontrado. De las semillas de la Credulidad ella no comerá; en la red de los Deseos no se dejará
atrapar; el aire de estos valles ella no respirará. Las aves que tú has atrapado son las crías de la
Mentira, hermosas y seductoras, pero aún así, mentiras; la verdad no las conoce.
El cazador sollozó con amargura – Y entonces ¿debo quedarme sentado y ser consumido por este
gran fuego interno?
Y el anciano dijo – Escucha: por lo mucho que has sufrido y lo mucho que has llorado, te diré lo
que sé. Quién va en busca de la Verdad, debe abandonar estos Valles de la Superstición para
siempre, sin llevar nada que de aquí haya salido. Completamente solo, debe vagar por la Tierra de la
Absoluta Negación y la Abstinencia; debe morar allí; debe resistir la tentación; después, al
amanecer, debe levantarse y continuar por el Territorio del Sol Inclemente. Las Montañas de la
Contundente Realidad se erguirán ante él; debe ascender por ellas. Más allá de las montañas se
encuentra la verdad.
– ¡Y él podrá abrazarla de inmediato! ¡La podrá tomar en sus manos! – agregó entusiasmado el
cazador.
La Sabiduría negó con la cabeza – Él nunca la verá, nunca la poseerá. Eso no ocurrirá aún.
– Entonces, ¿no hay esperanza? – urgió el cazador.
– La hay – respondió el anciano – Algunos hombres han subido a esas montañas, rodeando y vuelto
a rodear esas rocas macizas. Escalando y vagando por esas altas regiones, sucedió que algunos han
recogido del suelo alguna pluma, blanca y platinada, caída de una de las alas de la Verdad. Y eso
pasará... – dijo el anciano, alzándose proféticamente y señalando con su dedo al cielo – sucederá
que, cuando las suficientes plumas plateadas hayan sido reunidas por las manos de los hombres y
hayan sido entretejidas en un cordón, y el cordón convertido en red, aquella red capturará a la
Verdad.
El cazador se levantó y dijo – Yo iré.
Pero la Sabiduría lo contuvo. – Recuerda muy bien: Quién deja estos valles, jamás regresa a ellos.
Aunque derramase lágrimas de sangre siete días y sus noches parado en sus límites, sus pies no
podrán cruzar la línea que le permita volver. ¡Abandonados..! Son abandonados para siempre. No
hay recompensa alguna por recorrer los caminos que habrá de caminar. Quien va, se va libremente,
movido por la gran pasión que lleva dentro. El trabajo será su única recompensa.
– ¡Yo iré! – dijo el cazador – Pero dime, en las montañas ¿qué camino debo tomar?
– Yo soy el hijo del Conocimiento Acumulado a Través de los Tiempos – dijo el hombre – Yo
puedo caminar sólo por donde los hombres lo han hecho antes. Pocos pies han pasado por esas
montañas; cada hombre marca su propio sendero; va bajo su propio riesgo y mi voz no puede ya
escuchar. Puedo seguirle, pero no puedo ir más adelante que él.
Entonces la Sabiduría se desvaneció en el aire. El cazador se dio vuelta y se dirigió a la jaula. Y con
sus propias manos dobló los barrotes, y el filoso acero hirió su piel. A veces resulta más fácil
construir que romper.
Una por una, tomó a las emplumadas criaturas y las echó a volar. Pero, cuando tocó el turno al ave
de negro plumaje, la abrazó y miró sus hermosos ojos. El pájaro lanzó su pregón – ¡Inmortalidad!
Y el cazador dijo en ese momento – No podré irme sin él. No pesa mucho, no necesita comer. Lo
esconderé en mi pecho y lo llevaré conmigo. – Y lo cubrió con su capa.
Sin embargo, aquello que llevaba escondido se fue haciendo pesado, cada vez más pesado; hasta
que sintió como si llevara plomo en su pecho. Ya no podía avanzar con eso. Entonces lo sacó de
nuevo y lo miró.
– ¡Oh, bello pájaro, mi puro corazón! – exclamó – No puedo quedarme contigo – Abrió sus manos
con tristeza – ¡Vete! – le dijo – Puede ser que en la canción de la Verdad una nota sea como las
tuyas, pero ya no debo escuchar más tu canto.
Entonces, de la Plataforma de la Imaginación tomó el Hilo de sus Deseos y lo tiró al suelo; y la
Plataforma vacía la depositó de nuevo en su corazón, pues el hilo había sido hecho en aquellos
Valles de la Superstición; más la Plataforma provenía de un mundo desconocido.
Se volvió para marcharse, sin embargo, la gente se le acercó gritando – ¿Cómo te atreves a romper
tu jaula y dejar volar las aves que había en ella?
El cazador respondió, sin embargo, ellos no estaban dispuestos a escucharle.
– ¿La Verdad? ¿Quién es ella? ¿Se puede comer, se puede beber? ¿Quién alguna vez la ha visto?
¡Tus aves son reales! ¡Todos las oímos cantar! ¡Oh, imbécil, asqueroso reptil! ¡Ateo! – le gritaban.
– Tú contaminas el aire. ¡Vamos, tomemos algunas rocas y apedreémosle! – dijeron unos.
– ¿Qué nos incumbe este asunto? – dijeron otros – Dejémosle ir, al idiota.
Y entonces, el cazador se alejó. Pero aún así, algunos le arrojaron piedras y lodo.
Finalmente, herido y golpeado, el cazador se arrastró hasta el bosque donde la noche lo alcanzó.
Anduvo un tiempo, vagando. Y la penumbra se hizo más profunda. Él estaba ya en los linderos de
la Tierra de la Noche Eterna. Entonces se internó en ella y no había ahí luz alguna. Caminaba a
tientas; cada rama que tocaba se quebraba y el suelo estaba todo cubierto de cenizas. A cada paso,
sus pies se hundían y una fina nube de ceniza flotando en el aire le caía en el rostro; y todo estaba
muy oscuro. Así pues, se sentó en una roca y se cubrió la cara con sus manos, dispuesto a esperar en
la Tierra de la Absoluta Negación y la Abstinencia hasta que la luz llegara. Y en su corazón también
prevalecía la noche.
Entonces, de las zonas pantanosas, a diestra y siniestra, una fría neblina se cernió a su alrededor.
Una fina y casi imperceptible lluvia caía en aquella oscuridad y el agua mojaba su cabello y su ropa.
Los latidos de su corazón se volvieron más lentos y un entumecimiento se propagó poco a poco por
todos sus miembros. Entonces, desde arriba, dos alegres puntitos luminosos se vieron venir, casi
como danzando. Levantó su cabeza para poder observarlos. Fueron acercándose más y más, tan
cálidos, tan brillantes, que resplandecían como dos flameantes astros. Se detuvieron por fin ante él.
Del centro de la radiante llama de uno de ellos se distinguía un rostro femenino, sonriendo, con
hoyuelos en las mejillas y su rubio cabello ondeando al viento. En el centro de la otra luz se veían
alegres y sonrientes ondulaciones, como burbujas en un vaso de vino. Estas luces danzaban flotando
ante él.
– ¿Quién eres tú? – preguntaron al cazador – ¿Quién se atreve a venir a nuestra oscura soledad?
Nosotras somos las Gemelas de la Disipación – le comunicaron. – El nombre de nuestra madre es la
Naturaleza Humana y el nombre de nuestro padre es el Exceso. Somos tan antiguas como los
montes y los ríos; tan antiguas como el primer hombre; pero nosotras nunca moriremos –
concluyeron riendo.
– ¡Oh, déjame envolverte en mis brazos! – dijo la primera – Son cálidos y suaves. Tu corazón, que
hoy se encuentra congelado, yo lo haré latir. ¡Oh, ven a mí!
–Yo verteré en ti mi ardiente vida – dijo la otra – Tu cerebro está entumecido y tus miembros están
casi muertos ya; pero renacerán con una vida intensa y libre. ¡Oh, déjame verter mi vida en este
propósito.
– ¡Oh, síguenos! – le dijeron – Y vive con nosotras. Corazones más nobles que el tuyo se han
sentado aquí en la oscuridad a esperar y se han unido a nosotras, y nosotras a ellos; y jamás nos han
abandonado. ¡Jamás! Todo lo demás es sólo una ilusión, pero nosotras somos reales. ¡Muy reales!
La Verdad es una sombra; los Valles de la Superstición son una farsa; el mundo está hecho de
cenizas; los árboles están todos podridos, pero nosotras ¡Siéntenos! ¡Estamos vivas! No puedes
dudar de nosotras. ¡Siente lo cálidas que somos! ¡Oh, ven a nosotras! ¡Ven con nosotras!
Cada vez más cerca de su cabeza revoloteaban las gemelas en el aire, mientras las frías gotas de
agua le corrían por la frente. Una brillante luz irrumpió ante sus ojos, deslumbrándolo, y la helada
sangre comenzó a fluir. Y él dijo – Sí. ¿Por qué razón debería yo de morir en esta horrible
oscuridad? Ustedes son cálidas, derritieron mi congelada sangre – y extendió sus brazos dispuesto a
abrazarlas.
Entonces, en ese momento, apareció ante él la imagen de aquello que tanto había amado y dejó caer
sus brazos.
– ¡Oh, ven con nosotras! – insistieron. Sin embargo, él volteó su rostro.
– Ustedes deslumbran mis ojos – dijo el cazador – Confortan mi corazón, pero no pueden darme lo
que yo anhelo. Esperaré hasta morir, si es necesario. ¡Váyanse!
Se cubrió el rostro con sus manos, dispuesto a no escuchar más, y cuando volvió a mirar, ellas eran
ya dos estrellas centelleantes que se desvanecían poco a poco a la distancia.
Y la larga, larga noche se cernió sobre él. Todo aquel que abandona el Valle de la Superstición pasa
por ese oscuro territorio. Algunos lo atraviesan en pocos días; algunos se quedan ahí por meses;
algunos más se quedan por años; y otros mueren ahí.
Afortunadamente para el cazador, al fin una tenue luz apareció en el horizonte. Se levantó para
seguirla; finalmente llegó hasta ella y penetró en esa extensa luz. Entonces, ante él, se alzaron las
imponentes Montañas de los Hechos Contundentes y las Realidades.
La clara luminosidad daba sobre ellas y sus cumbres se perdían entre las nubes. De sus faldas
ascendían muchas veredas. El cazador estalló en jubiloso llanto. Escogió el camino más directo y
comenzó a subir; las rocas y los riscos resonaban su canción.
¡Habían exagerado! Después de todo, no eran tan altas; no era el ascenso tan escabroso. Unos pocos
días, unas pocas semanas, pocos meses cuando mucho, y entonces ¡La cumbre! No sólo recogería
una pluma, sino que reuniría todas las plumas que los demás habían encontrado. Tejería la red y
tendría a la Verdad. La tomaría de inmediato, la tocaría con sus propias manos. ¡La abrazaría para
sí!
El cazador reía bajo el radiante sol y cantaba en voz alta. La victoria estaba ya muy cerca. Sin
embargo, después de un rato, el camino se volvió más escarpado. Necesitaba de todo su aliento para
seguir subiendo, así que su canto se apagó. A diestra y siniestra se erigían enormes rocas,
desprovistas de liquen o musgo, y sobre la roca volcánica los abismos se abrían ante él.
Por doquier había visos de huesos humanos. Además, el camino empezó a volverse menos marcado;
luego se transformó en un mero trazo, con una que otra huella aquí y allá; después, el camino y las
huellas ya no aparecieron más.
Ya no cantaba. Más, sin embargo, de ahí en adelante tuvo que labrarse un camino por sí mismo,
hasta llegar a un imponente muro de rocas, llano y sin fisura alguna, extendiéndose tan lejos como
sus ojos podían ver.
“Pondré ante el una escalera; y una vez que haya salvado este muro, habré casi llegado”, dijo con
valentía y puso manos a la obra. Con su Plataforma de la Imaginación pudo desenterrar algunas
rocas del suelo; sin embargo, la mitad de ellas no quedaban y medio mes después la obra se vendría
abajo porque las piedras inferiores habían sido mal colocadas.
Pero el cazador continuó trabajando, repitiéndose a sí mismo constantemente, “Una vez que haya
salvado este muro, habré casi llegado. ¡Y habrá terminado esta gran obra!”
Por fin, llegó a lo alto y miró a su alrededor. Allá abajo, a lo lejos, la blanca niebla se tendía sobre
los Valles de la Superstición, y sobre estos se elevaban las montañas. Estas se veían más chicas
antes; pero ahora se percibían de una altura inmensurable. Desde sus bases hasta sus cumbres
estaban rodeadas de paredes de rocas, alzándose hilera sobre hilera en círculos enormes. Sobre ellas
daba el brillo eterno del sol.
Y los años siguieron pasando. Les llevaba la cuenta por los escalones que había labrado, que eran
tan sólo unos pocos al año. Sólo unos pocos.
Ya no volvió a cantar; ya no pronunció palabra alguna, y no decía “Haré esto o aquello...”
Simplemente continuaba trabajando. Y por la noche, después de caer el crepúsculo, desde agujeros
y grietas entre las rocas lo miraban extraños y agrestes rostros.
– Deja de trabajar, hombre solitario, y háblanos – le decían.
– Mi salvación está en mi trabajo. Si me detuviera por sólo un momento, ustedes caerían reptando,
sobre mí – replicaba. Y las criaturas volteaban sus cabezas hacia otro lado.
– Mira las heridas de tus pies – decían – Fíjate lo que se ve. ¡Huesos! Un hombre tan fuerte y
valiente como tú escaló ya esas rocas. Y viendo hacia lo alto comprendió que no valía la pena el
esfuerzo si jamás obtenía la verdad, jamás la vería, jamás la encontraría. Por eso se recostó ahí, pues
estaba muy cansado. Se echó a dormir. Dormir significa tranquilidad. Uno no está tan solo cuando
duerme, ni te duelen las manos o el corazón.
Más el cazador reía entre dientes – He arrancado ya de mi corazón todo lo más querido para mí; he
vagado solitario en la Tierra de la Noche Eterna; he resistido la tentación; he morado en donde
voces como la mía no son escuchadas nunca; y he trabajado en solitario... ¿y solamente para yacer y
ser alimentado por ustedes, arpías?
Y así, los Ecos de la Desesperación se esfumaron, pues la risa de un corazón fuerte y valeroso es un
golpe mortal para ellos. No obstante, regresaban reptando y le miraban.
– ¿Te has dado cuenta que tu cabello se ha vuelto blanco? – le decían – ¿Qué tus manos comienzan
a temblar como las de un niño? ¿Te das cuenta que tu imaginación se ha ido? ¡Tu imaginación ya
se ha desmoronado!
– Si es que alguna vez subes por esa larga escalinata – le dijeron – será lo último que hagas, Jamás
ascenderás otra más.
Y él respondió – Ya lo sé – Y siguió trabajando.
Sus viejas y huesudas manos cortaban la roca pobre e imperfectamente, pues sus dedos estaban ya
tiesos y torcidos. La fuerte y moldeada forma de sus manos había desaparecido.
Finalmente, aquel viejo, marchito y arrugado semblante se alzó sobre las rocas. Observó desde ahí a
las inmensas montañas levantarse en muros que llegaban hasta las nubes. Su trabajo había
terminado.
El anciano cazador cerró lentamente sus cansadas manos y se recostó al borde del precipicio en el
cual había gastado su vida entera. Por fin era hora de descansar.
Abajo, a la distancia, sobre los valles la blanca y densa niebla se desplegaba, cubriéndolo todo. Una
vez que esta se hubo disuelto un poco, a través de un hueco, sus moribundos ojos pudieron ver
aquellos bosques y campos de su niñez. Desde lejos, parecía llegarle el canto de las aves silvestres;
y casi oía el ruido lejano de la gente cantando al bailar. Creyó escuchar entre el murmullo las voces
de sus amigos; y a la distancia vio el sol resplandecer sobre el hogar de su infancia.
Largas lágrimas se desprendieron de sus ojos.
– ¡Ah! Quien muere allá, no muere solo – se lamentó.
Entonces, la niebla se cerró de nuevo y él volvió la mirada a otro lado.
–He buscado... – dijo – por largo tiempo he trabajado; más no la he hallado. No he descansado, no
me he quejado y ni siquiera he podido verla. Hoy, mi fuerza se me ha ido ya.
– En donde ahora fallezco – continuó – otros hombres se erguirán, jóvenes y fuertes. Por los
escalones que he labrado, ellos subirán; por las escalinatas que he construido, ellos se remontarán
más alto; y quizá jamás sepan el nombre de quien las construyó. Tal vez se rían de mi burda obra;
cuando las rocas rueden al suelo me maldecirán. Sin embargo, ellos subirán y lo harán gracias a lo
que he hecho. Ascenderán ¡Y será por mi escalera! Ellos si la encontrarán, ¡Gracias a mí! Y ningún
hombre vivirá o morirá por una causa en solitario.
Las lágrimas brotaron de entre sus marchitos párpados. Si la Verdad hubiese aparecido en ese
momento sobre él de entre las nubes, ya no habría podido verla. La niebla de la muerte estaba ya en
sus ojos.
– Mi alma ya escucha venir sus alegres pasos – dijo – ¡Y ellos subirán! ¡Ellos subirán también! – Y
diciendo eso, se llevó su arrugada mano a la frente, cubriendo sus ojos.
Entonces, lentamente, desde lo alto del claro cielo a través del apacible aire, algo se vio caer.
Suavemente, bajó oscilando hasta posarse sobre el pecho del agonizante hombre. El cazador pudo
tocarla. Era una pluma plateada. Murió con ella entre sus manos.

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El cazador. Cuento de Olvia Schreiner

  • 1. El Cazador (The Hunter) Por Oliva Schreiner (1859 – 1920) Tomado del libro “Dreams” (Sueños, 1891) Traducido al español por Dante Amerisi. Prólogo En 1994, viajaba yo en mi auto por una transitada avenida de la ciudad, sin rumbo fijo. Cansado de las actitudes poco comprometidas con el bien y la verdad que mucha gente tiene al adoptar posturas que no implican mucho razonamiento, como lo son las tradiciones, ritos, supersticiones y convencionalismos nuevos o heredados sin fundamento sólido, comprendí que necesitaba escuchar una voz razonable y ecuánime. Entonces, me decidí a visitar la biblioteca del Estado. No sabía por donde comenzar a buscar. Eché un vistazo al fichero de libros disponibles. Luego hice una breve búsqueda por autores. Nada llamó mi atención, así que me dirigí a la Sala Chihuahua, en donde se guardan los libros más antiguos de la biblioteca y que sólo están disponibles para leerse ahí mismo. Entonces lo encontré. Un pequeño libro con pasta guinda y amarillentas hojas, escrito en inglés. Leí un poco y quedé maravillado. Era una recopilación de cuentos de un autor desconocido, pues le faltaban las primeras páginas en donde suele especificarse el nombre del libro y del autor. Me di a la tarea de traducirlo al español y de descubrir quien lo había escrito. El libro aparentemente se llamaba “Dreams” (sueños), según el encabezado en cada página, y contaba con la fecha de su edición. Boston, 1891. Me sorprendió encontrar en el libro una mentalidad que alentaba el uso de la razón y el compromiso que debe tenerse en la búsqueda del conocimiento, del amor y de principios humanos fundamentales, como la libertad y los derechos de la mujer. En especial, me cautivó El Cazador (The Hunter), que trata de un incansable buscador de la verdad. Dada la fecha de publicación del libro (un siglo atrás), me pareció que contenía conceptos adelantados a su época. Busqué en escritores de habla inglesa, esperando que ese fuera el idioma original. Revisé autores americanos, británicos, australianos y no encontré nada, así que me concentré en la traducción. Tiempo después, acudí a la biblioteca de la Universidad de Texas en El Paso, que solía visitar cuando estudiaba ahí. Descubrí que su autor en realidad fue una mujer con ascendencia alemana que vivió en Sudáfrica: Oliva Schreiner. Entonces comprendí el valor de sus conceptos, dada la época y el lugar de origen. Oliva debió ser una de las primeras feministas, surgida en un país famoso por la inobservancia de los derechos humanos. Más allá de eso, el libro contiene historias originales y disfrutables, con un lenguaje literario simple y alegórico, a la manera de Gibrán. Supongo que era la manera de la que los autores se valían para decir las cosas, motivando el razonamiento del lector para hacerlo alcanzar conclusiones por sí mismo. Ahora los autores suelen ser más directos. Sin embargo, aún en nuestros tiempos, existen posturas conservadoras que buscan mantener las cosas como están, a ver amenazadas formas de pensar que se han preservado erróneamente. Quizá no sea sólo falta de valor, sino más que nada, simple conformismo intelectual. Cada vez que leo El Cazador, inevitablemente vienen a mi mente personajes como Sócrates, Arquímides, Hipatia de Alejandría, Copérnico, Galileo Galilei, Charles Darwin y tantos otros cuya obra fue realizada a pesar de la obtusa mentalidad de sus contemporáneos. Después de décadas, cientos e incluso miles de años, su búsqueda por la verdad ha sido, inevitablemente, recompensada
  • 2. por la historia. Pero en su momento, cada uno de ellos requirió de una valentía suprema contra los obstáculos, apoyándose tan sólo en esa joya que la naturaleza nos ha dado: el poder del razonamiento humano. Aún le cuesta al hombre desprenderse de las falacias que durante tanto tiempo fue creando para explicar el mundo y la naturaleza que nos rodea. Afortunadamente, la búsqueda por la verdad es una postura que va encontrando cada vez más adeptos. Dante Amerisi http://www.facebook.com/dante.amerisi
  • 3. El Cazador Por Oliva Schreiner En ciertos valles vivía un cazador. Todos los días iba a cazar aves silvestres al bosque; y sucedió una vez que se detuvo a la orilla de un gran lago, mientras esperaba la llegada de las aves, que una enorme sombra cayó sobre él, y en el agua vio su reflejo pasar. Miró al cielo, pero aquello ya se había ido. Entonces, le invadió un ardiente deseo de ver de nuevo ese extraño reflejo en el agua, y el resto del día lo pasó esperando y observando; pero llegó la noche y aquello no regresó. Entonces se marchó a casa, con su costal vacío, taciturno y en silencio. Algunos cazadores llegaron preguntando por qué no había cazado nada, más no respondió; se sentó aparte, solo y pensativo. Luego vino su amigo y con el sí habló. “Hoy he visto”, dijo, “algo que nunca antes había visto: una gran ave blanca, de enormes alas plateadas desplegadas surcando el infinito azul del cielo. Más, sin embargo, hoy siento como si un gran fuego llenara mi pecho. No fue más que un resplandor, un brillo, un reflejo en el agua, pero hoy no deseo nada más en el mundo que abrazarle”. Su amigo río: “Sería sólo un destello jugando en el agua, o la sombra de tu propia figura. Mañana lo olvidarás”, le dijo. Pero al día siguiente, y al otro, y al otro, el cazador seguía solitario y pensativo. Buscó en el bosque y entre la maleza, en los lagos y entre las parvadas de aves, pero no pudo encontrarle. No volvió a dispararle a las aves silvestres; “¿Qué significaban para él?”, ¿Qué es lo que le aflige?”, se preguntaban sus compañeros. “Está loco”, dijo uno. “No, no es eso, pero podría ser algo peor”, dijo otro. “Tal vez realmente vio algo que ninguno de nosotros ha visto, o quizá inventaría algo asombroso. ¡Vamos, no busquemos más su compañía!”, acordaron todos. Así pues, el cazador tuvo que continuar solo. Una noche, mientras vagaba en la oscuridad, con el corazón afligido y apesadumbrado, un anciano se detuvo ante él. Era más grande y alto que la normalidad de los hombres. – ¿Quién eres tú? – Preguntó el cazador. – Soy la sabiduría – respondió el viejo – pero algunos hombres me llaman “El Conocimiento”; toda mi vida la he pasado en estos valles, sin embargo, ningún humano puede verme sino hasta que se encuentra verdaderamente afligido. Sus ojos deben ser lavados con sus propias lágrimas para que puedan percibirme; y conforme a lo que el hombre haya sufrido, yo hablo. Y el cazador exclamó – ¡Oh! Tú que has vivido aquí tanto tiempo, dime ¿qué es esa gran ave que he visto surcando el azul cielo? Los demás debieron pensar que fue una invención mía, o la sombra de mi propia cabeza. El viejo se sonrió. – Su nombre es la Verdad; aquel que le ha visto alguna vez, no descansa nunca y la busca y la desea a morir. – ¡Oh! Dime, ¿dónde puedo encontrarla? – Preguntó el cazador. Pero el viejo respondió – Aún no has sufrido lo suficiente – y se marchó. Entonces, el cazador sacó de dentro de su pecho la Plataforma de la Imaginación y la engarzó con el Hilo de sus Deseos; y toda la noche la pasó ahí, sentado, tejiendo una red. Por la mañana, desplegó la dorada red sobre el suelo y dentro de ella introdujo unas cuantas semillas de credulidad, que había heredado de su padre y que guardaba en el bolsillo de su camisa. Eran como pequeñas bolas blancas que, al pisarlas, despedían un polvo grisáceo. Se escondió cerca de ahí para ver lo que sucedía. Lo primero en caer atrapado en la red fue un pájaro blanco como la nieve, con ojos de paloma, que cantó una canción.
  • 4. – ¡Un dios humano, un dios humano! – cantaba. El ave que cayó enseguida en la trampa, era negra y mística, de oscuros y encantadores ojos que penetraron a lo profundo de su alma, y su canto solamente decía: “¡Inmortalidad!” El cazador los tomó a ambos en sus brazos y se dijo, “Ellos seguramente son la bella familia de la verdad”. Entonces cayó otro, verde y dorado, que cantó con una aguda voz, como alguien que parlotea en el mercado – ¡Recompensa después de la muerte! ¡Recompensa después de la muerte! Y el cazador dijo – No eres lo suficientemente justo, sin embargo, lo eres de cierta manera – y lo tomó. Y otros más siguieron cayendo, todos ellos de brillantes colores, cantando agradables canciones, hasta que todas las semillas se acabaron. El cazador reunió todas esas aves, construyó una resistente jaula de acero llamada “Credo Nuevo”, y las metió ahí. Luego llegó la gente bailando y cantando por la proeza del cazador. “¡Oh, feliz cazador!” clamaban, “¡Oh, maravilla de hombre! ¡Oh, aves hermosas! ¡Oh, encantadoras melodías!” Nadie preguntó de donde habían salido las aves, o cómo las había atrapado; sin importarles, bailaban y cantaban a su alrededor. Y el cazador, que también estaba alegre, se dijo a sí mismo: “Seguramente la verdad está entre estos pájaros. A su debido tiempo, ella cambiará su plumaje y yo veré de nuevo su blanca figura”. Pero el tiempo pasó; la gente cantó y bailó, más el cazador aún sentía pena en el corazón. Se alejó para estar solo, como lo haría un anciano, para llorar; aquel terrible deseo había despertado otra vez en su interior. Un día, mientras estaba llorando solitario, sucedió que la Sabiduría se le presentó de nuevo. El cazador le contó al viejo lo que había sucedido. Y la Sabiduría sonrió, tristemente. – Muchos hombres – le dijo –han puesto su red para atrapar a la Verdad; sin embargo, nunca le han encontrado. De las semillas de la Credulidad ella no comerá; en la red de los Deseos no se dejará atrapar; el aire de estos valles ella no respirará. Las aves que tú has atrapado son las crías de la Mentira, hermosas y seductoras, pero aún así, mentiras; la verdad no las conoce. El cazador sollozó con amargura – Y entonces ¿debo quedarme sentado y ser consumido por este gran fuego interno? Y el anciano dijo – Escucha: por lo mucho que has sufrido y lo mucho que has llorado, te diré lo que sé. Quién va en busca de la Verdad, debe abandonar estos Valles de la Superstición para siempre, sin llevar nada que de aquí haya salido. Completamente solo, debe vagar por la Tierra de la Absoluta Negación y la Abstinencia; debe morar allí; debe resistir la tentación; después, al amanecer, debe levantarse y continuar por el Territorio del Sol Inclemente. Las Montañas de la Contundente Realidad se erguirán ante él; debe ascender por ellas. Más allá de las montañas se encuentra la verdad. – ¡Y él podrá abrazarla de inmediato! ¡La podrá tomar en sus manos! – agregó entusiasmado el cazador. La Sabiduría negó con la cabeza – Él nunca la verá, nunca la poseerá. Eso no ocurrirá aún. – Entonces, ¿no hay esperanza? – urgió el cazador. – La hay – respondió el anciano – Algunos hombres han subido a esas montañas, rodeando y vuelto a rodear esas rocas macizas. Escalando y vagando por esas altas regiones, sucedió que algunos han recogido del suelo alguna pluma, blanca y platinada, caída de una de las alas de la Verdad. Y eso pasará... – dijo el anciano, alzándose proféticamente y señalando con su dedo al cielo – sucederá que, cuando las suficientes plumas plateadas hayan sido reunidas por las manos de los hombres y hayan sido entretejidas en un cordón, y el cordón convertido en red, aquella red capturará a la Verdad. El cazador se levantó y dijo – Yo iré.
  • 5. Pero la Sabiduría lo contuvo. – Recuerda muy bien: Quién deja estos valles, jamás regresa a ellos. Aunque derramase lágrimas de sangre siete días y sus noches parado en sus límites, sus pies no podrán cruzar la línea que le permita volver. ¡Abandonados..! Son abandonados para siempre. No hay recompensa alguna por recorrer los caminos que habrá de caminar. Quien va, se va libremente, movido por la gran pasión que lleva dentro. El trabajo será su única recompensa. – ¡Yo iré! – dijo el cazador – Pero dime, en las montañas ¿qué camino debo tomar? – Yo soy el hijo del Conocimiento Acumulado a Través de los Tiempos – dijo el hombre – Yo puedo caminar sólo por donde los hombres lo han hecho antes. Pocos pies han pasado por esas montañas; cada hombre marca su propio sendero; va bajo su propio riesgo y mi voz no puede ya escuchar. Puedo seguirle, pero no puedo ir más adelante que él. Entonces la Sabiduría se desvaneció en el aire. El cazador se dio vuelta y se dirigió a la jaula. Y con sus propias manos dobló los barrotes, y el filoso acero hirió su piel. A veces resulta más fácil construir que romper. Una por una, tomó a las emplumadas criaturas y las echó a volar. Pero, cuando tocó el turno al ave de negro plumaje, la abrazó y miró sus hermosos ojos. El pájaro lanzó su pregón – ¡Inmortalidad! Y el cazador dijo en ese momento – No podré irme sin él. No pesa mucho, no necesita comer. Lo esconderé en mi pecho y lo llevaré conmigo. – Y lo cubrió con su capa. Sin embargo, aquello que llevaba escondido se fue haciendo pesado, cada vez más pesado; hasta que sintió como si llevara plomo en su pecho. Ya no podía avanzar con eso. Entonces lo sacó de nuevo y lo miró. – ¡Oh, bello pájaro, mi puro corazón! – exclamó – No puedo quedarme contigo – Abrió sus manos con tristeza – ¡Vete! – le dijo – Puede ser que en la canción de la Verdad una nota sea como las tuyas, pero ya no debo escuchar más tu canto. Entonces, de la Plataforma de la Imaginación tomó el Hilo de sus Deseos y lo tiró al suelo; y la Plataforma vacía la depositó de nuevo en su corazón, pues el hilo había sido hecho en aquellos Valles de la Superstición; más la Plataforma provenía de un mundo desconocido. Se volvió para marcharse, sin embargo, la gente se le acercó gritando – ¿Cómo te atreves a romper tu jaula y dejar volar las aves que había en ella? El cazador respondió, sin embargo, ellos no estaban dispuestos a escucharle. – ¿La Verdad? ¿Quién es ella? ¿Se puede comer, se puede beber? ¿Quién alguna vez la ha visto? ¡Tus aves son reales! ¡Todos las oímos cantar! ¡Oh, imbécil, asqueroso reptil! ¡Ateo! – le gritaban. – Tú contaminas el aire. ¡Vamos, tomemos algunas rocas y apedreémosle! – dijeron unos. – ¿Qué nos incumbe este asunto? – dijeron otros – Dejémosle ir, al idiota. Y entonces, el cazador se alejó. Pero aún así, algunos le arrojaron piedras y lodo. Finalmente, herido y golpeado, el cazador se arrastró hasta el bosque donde la noche lo alcanzó. Anduvo un tiempo, vagando. Y la penumbra se hizo más profunda. Él estaba ya en los linderos de la Tierra de la Noche Eterna. Entonces se internó en ella y no había ahí luz alguna. Caminaba a tientas; cada rama que tocaba se quebraba y el suelo estaba todo cubierto de cenizas. A cada paso, sus pies se hundían y una fina nube de ceniza flotando en el aire le caía en el rostro; y todo estaba muy oscuro. Así pues, se sentó en una roca y se cubrió la cara con sus manos, dispuesto a esperar en la Tierra de la Absoluta Negación y la Abstinencia hasta que la luz llegara. Y en su corazón también prevalecía la noche. Entonces, de las zonas pantanosas, a diestra y siniestra, una fría neblina se cernió a su alrededor. Una fina y casi imperceptible lluvia caía en aquella oscuridad y el agua mojaba su cabello y su ropa. Los latidos de su corazón se volvieron más lentos y un entumecimiento se propagó poco a poco por todos sus miembros. Entonces, desde arriba, dos alegres puntitos luminosos se vieron venir, casi como danzando. Levantó su cabeza para poder observarlos. Fueron acercándose más y más, tan cálidos, tan brillantes, que resplandecían como dos flameantes astros. Se detuvieron por fin ante él.
  • 6. Del centro de la radiante llama de uno de ellos se distinguía un rostro femenino, sonriendo, con hoyuelos en las mejillas y su rubio cabello ondeando al viento. En el centro de la otra luz se veían alegres y sonrientes ondulaciones, como burbujas en un vaso de vino. Estas luces danzaban flotando ante él. – ¿Quién eres tú? – preguntaron al cazador – ¿Quién se atreve a venir a nuestra oscura soledad? Nosotras somos las Gemelas de la Disipación – le comunicaron. – El nombre de nuestra madre es la Naturaleza Humana y el nombre de nuestro padre es el Exceso. Somos tan antiguas como los montes y los ríos; tan antiguas como el primer hombre; pero nosotras nunca moriremos – concluyeron riendo. – ¡Oh, déjame envolverte en mis brazos! – dijo la primera – Son cálidos y suaves. Tu corazón, que hoy se encuentra congelado, yo lo haré latir. ¡Oh, ven a mí! –Yo verteré en ti mi ardiente vida – dijo la otra – Tu cerebro está entumecido y tus miembros están casi muertos ya; pero renacerán con una vida intensa y libre. ¡Oh, déjame verter mi vida en este propósito. – ¡Oh, síguenos! – le dijeron – Y vive con nosotras. Corazones más nobles que el tuyo se han sentado aquí en la oscuridad a esperar y se han unido a nosotras, y nosotras a ellos; y jamás nos han abandonado. ¡Jamás! Todo lo demás es sólo una ilusión, pero nosotras somos reales. ¡Muy reales! La Verdad es una sombra; los Valles de la Superstición son una farsa; el mundo está hecho de cenizas; los árboles están todos podridos, pero nosotras ¡Siéntenos! ¡Estamos vivas! No puedes dudar de nosotras. ¡Siente lo cálidas que somos! ¡Oh, ven a nosotras! ¡Ven con nosotras! Cada vez más cerca de su cabeza revoloteaban las gemelas en el aire, mientras las frías gotas de agua le corrían por la frente. Una brillante luz irrumpió ante sus ojos, deslumbrándolo, y la helada sangre comenzó a fluir. Y él dijo – Sí. ¿Por qué razón debería yo de morir en esta horrible oscuridad? Ustedes son cálidas, derritieron mi congelada sangre – y extendió sus brazos dispuesto a abrazarlas. Entonces, en ese momento, apareció ante él la imagen de aquello que tanto había amado y dejó caer sus brazos. – ¡Oh, ven con nosotras! – insistieron. Sin embargo, él volteó su rostro. – Ustedes deslumbran mis ojos – dijo el cazador – Confortan mi corazón, pero no pueden darme lo que yo anhelo. Esperaré hasta morir, si es necesario. ¡Váyanse! Se cubrió el rostro con sus manos, dispuesto a no escuchar más, y cuando volvió a mirar, ellas eran ya dos estrellas centelleantes que se desvanecían poco a poco a la distancia. Y la larga, larga noche se cernió sobre él. Todo aquel que abandona el Valle de la Superstición pasa por ese oscuro territorio. Algunos lo atraviesan en pocos días; algunos se quedan ahí por meses; algunos más se quedan por años; y otros mueren ahí. Afortunadamente para el cazador, al fin una tenue luz apareció en el horizonte. Se levantó para seguirla; finalmente llegó hasta ella y penetró en esa extensa luz. Entonces, ante él, se alzaron las imponentes Montañas de los Hechos Contundentes y las Realidades. La clara luminosidad daba sobre ellas y sus cumbres se perdían entre las nubes. De sus faldas ascendían muchas veredas. El cazador estalló en jubiloso llanto. Escogió el camino más directo y comenzó a subir; las rocas y los riscos resonaban su canción. ¡Habían exagerado! Después de todo, no eran tan altas; no era el ascenso tan escabroso. Unos pocos días, unas pocas semanas, pocos meses cuando mucho, y entonces ¡La cumbre! No sólo recogería una pluma, sino que reuniría todas las plumas que los demás habían encontrado. Tejería la red y tendría a la Verdad. La tomaría de inmediato, la tocaría con sus propias manos. ¡La abrazaría para sí! El cazador reía bajo el radiante sol y cantaba en voz alta. La victoria estaba ya muy cerca. Sin embargo, después de un rato, el camino se volvió más escarpado. Necesitaba de todo su aliento para
  • 7. seguir subiendo, así que su canto se apagó. A diestra y siniestra se erigían enormes rocas, desprovistas de liquen o musgo, y sobre la roca volcánica los abismos se abrían ante él. Por doquier había visos de huesos humanos. Además, el camino empezó a volverse menos marcado; luego se transformó en un mero trazo, con una que otra huella aquí y allá; después, el camino y las huellas ya no aparecieron más. Ya no cantaba. Más, sin embargo, de ahí en adelante tuvo que labrarse un camino por sí mismo, hasta llegar a un imponente muro de rocas, llano y sin fisura alguna, extendiéndose tan lejos como sus ojos podían ver. “Pondré ante el una escalera; y una vez que haya salvado este muro, habré casi llegado”, dijo con valentía y puso manos a la obra. Con su Plataforma de la Imaginación pudo desenterrar algunas rocas del suelo; sin embargo, la mitad de ellas no quedaban y medio mes después la obra se vendría abajo porque las piedras inferiores habían sido mal colocadas. Pero el cazador continuó trabajando, repitiéndose a sí mismo constantemente, “Una vez que haya salvado este muro, habré casi llegado. ¡Y habrá terminado esta gran obra!” Por fin, llegó a lo alto y miró a su alrededor. Allá abajo, a lo lejos, la blanca niebla se tendía sobre los Valles de la Superstición, y sobre estos se elevaban las montañas. Estas se veían más chicas antes; pero ahora se percibían de una altura inmensurable. Desde sus bases hasta sus cumbres estaban rodeadas de paredes de rocas, alzándose hilera sobre hilera en círculos enormes. Sobre ellas daba el brillo eterno del sol. Y los años siguieron pasando. Les llevaba la cuenta por los escalones que había labrado, que eran tan sólo unos pocos al año. Sólo unos pocos. Ya no volvió a cantar; ya no pronunció palabra alguna, y no decía “Haré esto o aquello...” Simplemente continuaba trabajando. Y por la noche, después de caer el crepúsculo, desde agujeros y grietas entre las rocas lo miraban extraños y agrestes rostros. – Deja de trabajar, hombre solitario, y háblanos – le decían. – Mi salvación está en mi trabajo. Si me detuviera por sólo un momento, ustedes caerían reptando, sobre mí – replicaba. Y las criaturas volteaban sus cabezas hacia otro lado. – Mira las heridas de tus pies – decían – Fíjate lo que se ve. ¡Huesos! Un hombre tan fuerte y valiente como tú escaló ya esas rocas. Y viendo hacia lo alto comprendió que no valía la pena el esfuerzo si jamás obtenía la verdad, jamás la vería, jamás la encontraría. Por eso se recostó ahí, pues estaba muy cansado. Se echó a dormir. Dormir significa tranquilidad. Uno no está tan solo cuando duerme, ni te duelen las manos o el corazón. Más el cazador reía entre dientes – He arrancado ya de mi corazón todo lo más querido para mí; he vagado solitario en la Tierra de la Noche Eterna; he resistido la tentación; he morado en donde voces como la mía no son escuchadas nunca; y he trabajado en solitario... ¿y solamente para yacer y ser alimentado por ustedes, arpías? Y así, los Ecos de la Desesperación se esfumaron, pues la risa de un corazón fuerte y valeroso es un golpe mortal para ellos. No obstante, regresaban reptando y le miraban. – ¿Te has dado cuenta que tu cabello se ha vuelto blanco? – le decían – ¿Qué tus manos comienzan a temblar como las de un niño? ¿Te das cuenta que tu imaginación se ha ido? ¡Tu imaginación ya se ha desmoronado! – Si es que alguna vez subes por esa larga escalinata – le dijeron – será lo último que hagas, Jamás ascenderás otra más. Y él respondió – Ya lo sé – Y siguió trabajando. Sus viejas y huesudas manos cortaban la roca pobre e imperfectamente, pues sus dedos estaban ya tiesos y torcidos. La fuerte y moldeada forma de sus manos había desaparecido. Finalmente, aquel viejo, marchito y arrugado semblante se alzó sobre las rocas. Observó desde ahí a las inmensas montañas levantarse en muros que llegaban hasta las nubes. Su trabajo había terminado.
  • 8. El anciano cazador cerró lentamente sus cansadas manos y se recostó al borde del precipicio en el cual había gastado su vida entera. Por fin era hora de descansar. Abajo, a la distancia, sobre los valles la blanca y densa niebla se desplegaba, cubriéndolo todo. Una vez que esta se hubo disuelto un poco, a través de un hueco, sus moribundos ojos pudieron ver aquellos bosques y campos de su niñez. Desde lejos, parecía llegarle el canto de las aves silvestres; y casi oía el ruido lejano de la gente cantando al bailar. Creyó escuchar entre el murmullo las voces de sus amigos; y a la distancia vio el sol resplandecer sobre el hogar de su infancia. Largas lágrimas se desprendieron de sus ojos. – ¡Ah! Quien muere allá, no muere solo – se lamentó. Entonces, la niebla se cerró de nuevo y él volvió la mirada a otro lado. –He buscado... – dijo – por largo tiempo he trabajado; más no la he hallado. No he descansado, no me he quejado y ni siquiera he podido verla. Hoy, mi fuerza se me ha ido ya. – En donde ahora fallezco – continuó – otros hombres se erguirán, jóvenes y fuertes. Por los escalones que he labrado, ellos subirán; por las escalinatas que he construido, ellos se remontarán más alto; y quizá jamás sepan el nombre de quien las construyó. Tal vez se rían de mi burda obra; cuando las rocas rueden al suelo me maldecirán. Sin embargo, ellos subirán y lo harán gracias a lo que he hecho. Ascenderán ¡Y será por mi escalera! Ellos si la encontrarán, ¡Gracias a mí! Y ningún hombre vivirá o morirá por una causa en solitario. Las lágrimas brotaron de entre sus marchitos párpados. Si la Verdad hubiese aparecido en ese momento sobre él de entre las nubes, ya no habría podido verla. La niebla de la muerte estaba ya en sus ojos. – Mi alma ya escucha venir sus alegres pasos – dijo – ¡Y ellos subirán! ¡Ellos subirán también! – Y diciendo eso, se llevó su arrugada mano a la frente, cubriendo sus ojos. Entonces, lentamente, desde lo alto del claro cielo a través del apacible aire, algo se vio caer. Suavemente, bajó oscilando hasta posarse sobre el pecho del agonizante hombre. El cazador pudo tocarla. Era una pluma plateada. Murió con ella entre sus manos.