Este documento propone un "Plan B" para abordar el cambio climático en Europa mediante programas militares de I+D+i en lugar de depender únicamente del sistema de comercio de emisiones de la UE. Sugieren 1) financiar proyectos de investigación verde como se hace con proyectos militares, 2) implementar un impuesto uniforme a las emisiones en lugar del sistema de comercio de emisiones, y 3) reformar la política industrial y energética para limitar a los grandes actores e impulsar nuevas iniciativas verdes. El objet
Introducción sintética a las Enfermedades de las Plantas
Plan B para la política exterior y de seguridad europea: mitigación del cambio climático mediante programas militares de I+D+i
1. Un “Plan B” para la
política exterior y de
seguridad europea:
mitigación del cambio
climático mediante
programas militares de
I+D+i
Por Francisco Seijo [1]
Artículo publicado en el Green European Journal, nº 10, marzo 2015
Traducido al castellano para EcoPolítica por el propio autor
El cambio climático representa una oportunidad única para que los
partidos verdes europeos articulen una estrategia pragmática e innovadora
para el siglo XXI con respecto a la política exterior y de seguridad de
Europa y, simultáneamente, rompan el estancamiento en el que se
encuentra esta crucial dimensión del proyecto de integración europeo.
Al alterar el clima del planeta los seres humanos han transformado el
mundo natural de manera irreversible. Estas transformaciones nos
obligarán a vivir de un modo drásticamente distinto al que nos hemos
habituado desde el comienzo de la era industrial. Tal y como la revista
conservadora británica “The Economist” apuntaba en un artículo reciente
sobre el significado del antropoceno para la civilización planetaria
globalizada, “Los seres humanos han cambiado la forma en que funciona
el mundo… ahora tienen que cambiar su forma de pensar sobre el mismo.”
De hecho, sigue existiendo una gran incertidumbre entre los pensadores
ecologistas sobre cómo el cambio climático va a impactar a la humanidad.
Algunos – como Bill McKibben – consideran que el advenimiento de un
planeta totalmente humanizado y artificial traerá consigo el “fin de la
naturaleza” mientras que los “ecomodernistas” – como Shellenberger y
Nordhaus – ven el mismo como una oportunidad para lanzar una nueva
revolución tecnológica que permita trascender el actual sistema capitalista
2. creando nuevas estructuras políticas y económicas de organización que
resulten en una civilización mas sostenible.
Europa necesita contribuir a este reto reflexionando y tomando iniciativas
efectivas para la mitigación del impacto a gran escala de las emisiones de
carbono de la era industrial en los sistemas naturales del planeta de las
cuales el continente es una de las regiones del mundo históricamente más
responsables. Este proceso no tiene por qué ser un proceso totalmente
traumático. De hecho, la mitigación del cambio climático podría suponer
un impulso para el proyecto de integración europeo dotando de un nuevo
propósito a algunos de sus pilares más carcomidos por la inacción y la
parálisis.
I. Repensando el reto del cambio climático
El cambio climático ha sido teóricamente enmarcado por los académicos,
el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático y la mayoría de los
políticos internacionales, como un ejemplo clásico de un “fallo del
mecanismo de mercado”. Tal y como Nicholas Stern, el economista que
ha producido el informe mas influyente hasta ahora sobre la economía del
cambio climático, afirma, “El cambio climático es el resultado del mayor
fracaso del mecanismo de mercado que el mundo haya experimentado
hasta el momento…El problema del cambio climático implica un fracaso
fundamental del mismo ya que los que dañan a otros mediante la emisión
de gases de efecto invernadero, en general, no pagan por estos daños”.
Esta conceptualización del problema ha llevado a las Naciones Unidas, a
la Unión Europea y a otros actores políticos nacionales, regionales y
supranacionales a apostar por “cap and trade” como la principal política de
mitigación. “Cap and trade”, en términos generales, busca crear un
mercado racional y regulado de emisiones de gases de efecto invernadero
incentivando o coaccionando a las instituciones privadas industriales y
financieras que desean mantener sus ganancias sirviendo al mismo
tiempo el bien común mediante la mitigación de emisiones.
Ha llegado el momento de reconocer que este enfoque ha fracasado. El
ejemplo más notable de este fracaso es el Sistema Europeo de Comercio
de Emisiones, más conocido internacionalmente por su acrónimo inglés:
EU ETS. El EU ETS de la UE no sólo no ha cumplido hasta ahora con sus
ambiciosos objetivos de reducción de emisiones, sino que ha estructurado
también un mercado costosísimo para el erario publico que ha
distorsionado el precio de los permisos de emisiones (reduciendo su valor
a niveles prácticamente invendibles) y creado enormes oportunidades
para el fraude para los intereses industriales y financieros que se suponía
iban a ser motivado por este sistema para resolver el problema.
Queda por ver si – con profundas reformas – el EU ETS y otras iniciativas
regionales igualmente ambiciosas como el Programa de Comercio de
3. Emisiones de California (CARB TP) llegarán algún día a mostrar su
eficacia. Es evidente, sin embargo, que se ha hecho necesaria una re-
evaluación crítica de los fundamentos teóricos y la eficacia de “cap and
trade”, porque pronto los negociadores internacionales sobre cambio
climático buscarán diseñar en París un tratado internacional sobre cambio
climático basándose en esta idea. Este acuerdo, de aprobarse, podría
comprometer a la comunidad internacional con la estrategia de “cap and
trade” durante décadas.
Dada la creciente urgencia de mitigar las emisiones de gases de efecto
invernadero sería temerario apostar tan sólo por esta posible solución al
problema. El mundo necesita un “Plan B”, y el desarrollo de un plan
alternativo requiere un replanteamiento sustancial de lo que representa el
cambio climático desde un punto de vista teórico y practico.
II. El cambio climático como un “dilema de seguridad”
Supongamos por un momento que el “fallo del mecanismo de mercado”
que el cambio climático representa no es una causa sino una
consecuencia de otras variables. Esta es sin duda una tarea difícil dado el
carácter predominantemente “económico” de nuestra época
contemporánea en la que los intereses financieros y económicos priman
sobre otros y parecen determinar el éxito o fracaso de cualquier iniciativa.
¿Qué pasaría si este supuesto “fallo” fuese la consecuencia de un “dilema
de seguridad” subyacente? El dilema surgiría cuando un Estado que
intentase mitigar unilateralmente sus emisiones de cambio climático se
viese inevitablemente atrapado en un razonamiento de “doble vinculo”
sobre las posibles consecuencias de su acción o inacción.
Imaginemos que un determinado Estado opta por actuar respecto al
cambio climático mientras otros estados deciden ignorar el problema y
seguir adelante con sus emisiones. El coste económico de su intervención,
sin duda, provocaría que su sistema económico perdiese competitividad
en comparación con el de sus competidores (suponiendo que, como hasta
ahora, el precio de la contaminación provocada por los gases de efecto
invernadero sea externalizado). Inevitablemente, este Estado perdería
poder político y su seguridad se vería amenazada. ¿Qué pasaría sin
embargo si este Estado optase por la estrategia contraria, es decir, la
inacción? Esta vez la “crisis de seguridad” emergería, como consecuencia
de un sistema climático global deteriorado.
Este tipo de dilemas de seguridad no es nuevo en las relaciones
internacionales. La humanidad se ha enfrentado a problemas similares
anteriormente en multitud de ocasiones.
El ejemplo histórico más cercano de la resolución exitosa de un “dilema de
seguridad” fue la crisis nuclear de la Guerra Fría. Una combinación de
carreras armamentísticas, tratados de desarme y “señalización” efectiva
4. (es decir, que las dos potencias nucleares fueron capaces de transmitir de
manera creíble información sobre sus intenciones reales a la otra parte),
impidieron una guerra nuclear catastrófica. De hecho, los negociadores
internacionales del cambio climático han captado las similitudes entre
estas dos “dilemas de seguridad” ya que el Protocolo de Kyoto se ha
inspirado en el diseño de los tratados internacionales sobre proliferación
nuclear de la Guerra Fría.
Sin embargo, la aplicación de modelos de tratados de “desarme” al cambio
climático puede representar un razonamiento de “falsa analogía”. La
experiencia demuestra que las iniciativas de desarme funcionaron mejor
cuando éstas se negociaron bilateralmente. Los tratados de desarme
multilaterales han funcionado, en general, mucho peor. El tratado de no-
proliferación nuclear de 1968, por ejemplo, no logró que países como
Corea del Norte, Israel o Pakistán desarrollaran sus armas atómicas. Los
partidarios del desarme también han tendido a minimizar, por razones
obvias, la importancia de las carreras armamentísticas como elemento
disuasorio y mecanismo para superar el “dilema de seguridad” de la
Guerra Fría.
¿Cuáles son, entonces, las características especiales de este nuevo
“dilema de seguridad” que el cambio climático representa? El mayor
desafío es cómo encontrar una forma de mantener una civilización
medianamente próspera desde el punto de vista material en una era post-
industrial libre de emisiones. Necesitamos fuentes de energía alternativas
que puedan, por lo tanto, garantizar el bienestar material de la humanidad
y preservar los sistemas ecológicos que nuestra civilización necesita no
sólo para su supervivencia, sino también para su bienestar espiritual. La
alternativa tecnológica económicamente viable a los combustibles fósiles
no existe todavía. Sin embargo, la tecnología es la que nos ha metido, de
alguna manera, en el problema y, aunque otras medidas como frenar el
“consumismo” y otros sistemas culturales, económicos y políticos
derrochadores pueden ayudarnos también, es sobre todo la tecnología la
que necesitamos para superar el presente dilema.
La tarea no será fácil. No podemos, mal que le pese a un sector del
ecologismo político, atrasar el reloj y retroceder la civilización a una era
pre-industrial de bajas emisiones en la que la población del mundo no era
más que una fracción de lo que es hoy en día. A mayores, el ambiente
político en el que esta búsqueda de alternativas tecnológicas debe
desplegarse también ha cambiado sustancialmente. El mundo es ahora
asimétricamente multipolar. Europa, por lo tanto, ya no puede simplemente
esperar a que “inventen ellos” tal como hizo a lo largo de la Guerra Fría
con los EE.UU. Europa debe hacer frente a las responsabilidades que el
declive geopolítico relativo de los EE.UU. conlleva.
III. El plan “B”
5. Entonces, ¿qué se puede hacer? Cuando conceptualizamos el cambio
climático como un “dilema de seguridad” en lugar de como un “fallo del
mercado” la solución al problema ya no se basa exclusivamente en el
mecanismo de “cap and trade”. En lugar de ello, el cambio de enfoque
pasa por la creación de un entorno político internacional más propicio para
el desarrollo de tecnologías alternativas que impulsen a los combustibles
fósiles -y a sus intereses financieros e industriales vinculados- hacia una
gradual obsolescencia económica y política. Para facilitar este proceso, la
Unión Europea debe formular una política exterior y de seguridad que
defina el cambio climático como una de sus máximas prioridades de
seguridad nacional, con lo que claramente “señalizaría” tanto a sus aliados
como a sus rivales que se toma el problema en serio y que pretende
beneficiarse de las oportunidades geoestratégicas que ofrece un mundo
sin combustibles fósiles.
Por lo tanto, el plan “B” europeo debería de basarse en las siguientes
medidas:
1. Reforma de la política de seguridad europea. Es necesaria la
creación de proyectos de investigación en tecnologías verdes financiados
a nivel europeo siguiendo el modelo cooperativo internacional utilizado
para la industria militar e incluso detrayendo recursos de estos proyectos
ya que el problema del medioambiente es principalmente un “dilema de
seguridad”. ¿Porque tenemos proyectos militares despilfarradores tipo
“Eurocopters”, “Eurofighters”, “Sistemas Galileo”, etc. y no un proyecto de
I+D+i intereuropeo de investigación en energías renovables que
persiguiese el doble objetivo de garantizarnos la independencia energética
frente al “techo del petróleo” y combatir el cambio climático además de
favorecer efectos económicos positivos de “knowledge spillover” [1] en
forma de patentes gratuitas para las industrias europeas? Esto mismo se
hizo con internet en EEUU con gran éxito para su economía. Hace falta
pues una revolución tecnológica que facilite la transición hacia un modelo
productivo más verde.
2. Reforma de la fiscalidad europea. El sistema de EU ETS debería de
ser sustituido por un “impuesto a las emisiones” homogéneo a nivel
europeo. Esto requeriría a su vez la creación de un sistema fiscal europeo
único favorable a las iniciativas ciudadanas, PYMES y grandes empresas
que incorporasen en sus procesos tecnológicos y productivos mejoras
verificables de emisiones. En este contexto, el movimiento ecologista
debería de mostrar su oposición a muchos de los impuestos verdes que
están implementando los Estados europeos al amparo de la crisis. Muchas
de estas tasas ecológicas tienen como verdadero objetivo aumentar la
recaudación sin necesariamente incentivar una transformación de las
fuentes de emisión industriales ya que estas provienen de la vertiente
“oferta” más que de la “demanda”. Es decir, pongamos impuestos a las
industrias que creen productos que resultan en altas emisiones y no a la
6. ciudadanía que, por falta de opciones reales, se ve forzada a utilizar
muchos de estos productos o servicios básicos y, por lo tanto, constituyen
un mercado cautivo. Además, la imposición arbitraria de muchas de estas
tasas verdes genera escepticismo, cuando no hostilidad, entre la población
hacia todo lo que huela remotamente a “ecologismo político”.
3. Refuerzo de los poderes ejecutivos de la Comisión Europea y, en
particular, del Comisariado de Competencia para llevar a cabo una reforma
financiera, industrial y energética que limite el tamaño de los actores
existentes y abra dichos mercados a nuevas iniciativas empresariales en
igualdad de condiciones. Esto implicaría poner fin a la política de creación
de “campeones europeos” industriales, financieros y energéticos
supuestamente competitivos a escala global (y que no lo son) cuyo “éxito
empresarial” se basa en prácticas oligopolísticas dentro del mercado
cautivo europeo y que se ha fomentado/tolerado desde la consecución del
mercado único y se ha acelerado con la llegada del euro.
4. Elaboración de planes de eficiencia energética y mitigación del
cambio climático a nivel municipal y regional con objetivos concretos y
verificables ya que estos niveles de gobernanza son los que más conocen
las peculiaridades de los sistemas naturales con los que están acoplados.
Los fondos para infraestructuras de los Estados nacionales, de cohesión y
convergencia, y de la Política Agraria Común de la Unión Europea
[2] deberían estar condicionados al cumplimiento de estos planes
elaborados de abajo/arriba y no de arriba/abajo desde Bruselas como
hasta ahora. Esto implicaría, a su vez, el reforzamiento de las
comunidades locales en la gestión de los “recursos de uso común” dotando
de mayor poder económico y capacidad de auto-gestión a las mismas.
5. Giro en la política exterior de la Unión Europea en lo que respecta
a cambio climático. La nueva política estaría basada en fomentar una
“carrera” en pos de nuevas tecnologías verdes entre los grandes bloques
regionales mundiales en vez de buscar un sistema internacional de “cap
and trade” y “mecanismos flexibles” que nunca se impondrá y que ha
fomentado la exportación de emisiones de países ricos a pobres. Europa
debe liderar a través de la competencia y no del “buenismo”,
desencadenando intencionadamente una especie de “carrera espacial”
como hizo EE.UU. con la URSS durante la guerra fría. Una vez
desencadenado este proceso unilateralmente a través de una mayor
inversión en I+D+i en tecnologías verdes se fomentarían negociaciones
internacionales no solo a través de las Naciones Unidas, institución que
debe de ser reformada en profundidad para garantizar su futura relevancia
política, sino también a través del G-20, foro en el que están representados
los principales países emisores de gases de efecto invernadero.
Todas estas medidas resultarían compatibles y crearían sinergias con
procesos de mayor democratización e integración europea, causa principal
7. de muchos de los males que nos aquejan en la actualidad, además de que
beneficiarían estratégica e ideológicamente a los partidos verdes
europeos.
—
Notas
[1] Francisco Seijo es profesor, investigador y consultor de política
medioambiental en varias universidades norteamericanas y en el Instituto
de Empresa. Es coordinador del Área de Relaciones Internacionales de
EcoPolítica.
[2] En teoría del crecimiento económico se entiende por knowledge
spillover el [efecto] desbordamiento del conocimiento. La imagen es clara:
una empresa innovadora desarrolla conocimientos, pero esos
conocimientos no quedan confinados en la propia empresa, sino que
desbordan o rebosan sus límites y pasan a ser, aunque no lo quiera y sin
que pueda evitarlo, de dominio público, de manera que otras empresas
pueden aprovecharlos (Comisión Europea, 1997).
[3] El sistema agroalimentario global es responsable de hasta del 57% de
las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.
Fuente: http://gustavoduch.wordpress.com/2013/02/23/asfixia-en-el-
supermercado