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EL ATAQUE A LAS TORRES Y EL 
DRAMÁTICO INICIO DEL SIGLO XXI 
Hugo Fazio Vengoa* 
El artículo analiza los ataques del 11 de septiembre buscando redimensionar el 
evento como un punto importante en la evolución del sistema internacional. Para 
ello, el autor estudia las razones que pudieron motivar el atentado y contempla las 
consecuencias que generará en el orden internacional no solo el suceso en sí, sino 
las acciones emprendidas como reacción a éste. Se evalúan también las diversas 
facetas en la posición asumida por Estados Unidos desde el momento de la arreme-tida 
terrorista, evidenciando los cambios en su política exterior así como las 
implicaciones de estas transformaciones en las agendas exteriores de otros países. 
Finalmente, el autor sugiere el advenimiento de importantes transformaciones en 
el papel del estado, la seguridad, el desarrollo económico internacional y el proceso 
de globalización, a la vez que plantea una oportunidad para que el papel de la 
comunidad internacional sea más positivo y cambie el actual escenario de odio y 
miedo que caracteriza a la nueva cruzada contra el terrorismo. 
Palabras clave: 11 de septiembre/ terrorismo/ Estados Unidos/ sistema internacio-nal. 
This article analyzes the terrorist attacks of September 11 in relation to the evolution of the 
international system. The author discusses the motivations behind the attacks, as well as 
evaluating their consequences and those of the international acions designed to counteract 
this threat, for the international system. The distinct postures adopted by the United 
States in light of the events of September 11, and the implications of shifts in U.S. foreign 
policy orientations for the foreign policies of other countries are also studied. Finally, the 
author highlights the onset of significant transformations in the role of the state, concep-tions 
of security, international economic development and the globalization process, while 
identifying new opportunities for a more positive role on the part of the international 
community in modifying current sentiments of polarization and fear that charaderize the 
global crusade against terrorism. 
Keywords: September 11/ terrorism/ United States/ international system. 
Una de las más interesantes disquisiciones en que la historia se acelera y el movimiento 
que nos ha legado la evolución de la disci- entra en una etapa de desarrollo vertigino-plina 
histórica durante el siglo XX es la idea so. Una de estas etapas la vivimos a finales 
de que el tiempo de la historia transcurre a de la década de los años ochenta con la caí-un 
ritmo diferente a la secuencia temporal da del muro de Berlín, acontecimiento que 
que reviste el calendario. Así como hay pe- puso fin a la división del mundo en Este y 
ríodos en los cuales el tiempo pareciera Oeste, dio término al ordenamiento mun-ralentizarse, 
encontramos otros momentos dial de la guerra fría, culminó con la desin- 
* Profesor titular del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universi-dad 
Nacional de Colombia y del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.
26 • Colombia Internacional 52 
tegración de una de las dos superpotencias 
y acabó envolviendo a buena parte del pla-neta 
en el "tiempo mundial" de la globaliza-ción. 
Por lo general, en esos momentos de ace-leración 
de la historia algunos eventos se 
convierten en acontecimientos portadores 
de grandes y profundas significaciones. Es-tos 
"acontecimientos monstruos", para reto-mar 
una idea del historiador francés Pierre 
Nora (1974), se caracterizan por contener en 
su misma esencia la cualidad de establecer 
una ruptura entre el "antes" y el "después"; 
señalan la finalización de un período y traen 
en sí las semillas de un nuevo orden. 
Si la importancia de la caída del muro de 
Berlín consistió en haber sido ese aconteci-miento 
monstruo de proyección global que 
puso fin al "breve siglo XX", al decir de Erick 
Hobsbawm (1995), y nos proyectó hacia un 
futuro al situarnos en el movimiento envol-vente 
de la globalización, conviene pregun-tarnos 
si el ataque terrorista a las Torres Ge-melas 
en Nueva York y al edificio del 
Pentágono constituye un acontecimiento 
análogo en su significación a lo ocurrido los 
días 8 y 9 de noviembre de 1989 o si por el 
contrario, debemos interpretarlo simplemen-te 
como un hecho más episódico, más locali-zado 
y frugal, que no precisa ni un "antes" 
ni un "después". 
Pese a que es difícil determinar su alcan-ce 
porque nos encontramos aún bajo los efec-tos 
de los esplendores del fenómeno, coinci-dimos 
con el historiador británico Timothy 
Garton Ash (2001), cuando sostiene que el 
ataque terrorista se ubica a medio camino 
entre ambos tipos de eventos, pero más cer-ca 
del primero, aun cuando nunca llegue a 
revestir la carga valorativa que tuvo la caída 
del muro de Berlín, entre otras, porque, con 
el ataque terrorista el "después" no se confi-gura 
a partir de la carga simbólica que encie-rra 
el suceso, sino que depende en lo funda-mental 
de la voluntad y de las opciones 
políticas que se tracen los actores más influ-yentes 
del sistema internacional. En este sen-tido, 
podríamos asemejarlo más al asesinato 
del archiduque en Sarajevo en 1914, que sir-vió 
de detonante para la primera guerra 
mundial, sin que constituyera la explicación 
de esta conflagración mundial. 
MÓVILES Y SIGNIFICADO DE LOS ATAQUES 
Con el ánimo de demostrar esta tesis y hacer 
inteligible el fenómeno, debemos centrarnos 
en primer lugar en el mismo acontecimien-to 
y en las lógicas de que se hace portador. Al 
igual que ocurrió con los ataques a las emba-jadas 
norteamericanas en Tanzania y Kenia 
en 1998, este tipo de ataques, suicidas o no, 
no son reivindicados por nadie, por lo que 
las motivaciones que impulsan a estas fuer-zas 
a emprender tales actos quedan cubier-tas 
por un velo de silencio. De ello podemos 
extraer una primera conclusión: la acción 
no comporta el deseo de celebrar ningún 
tipo de negociación, por lo que no podemos 
analizarlo dentro de los marcos tradiciona-les 
de un conflicto entre dos actores conven-cionales. 
Por eso es menester crear un marco 
de análisis que nos permita aproximarnos a 
los móviles que se persiguen con este acto. 
Es en este contexto que adquiere toda su 
validez la pregunta ¿por qué los ataques se 
dirigieron contra las Torres Gemelas en Nue-va 
York y el edificio del Pentágono? Sobre el 
lugar donde se produjeron los atentados, 
además del hecho de ser el primero el cora-zón 
de la economía norteamericana y mun-dial 
y el segundo, el nervio central de la in-teligencia 
militar, Timothy Garton Ash
El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo xxi • 27 
(2001b), en otro de sus artículos, se pregunta 
sobre si los ataques habrían alcanzado el gra-do 
de solidaridad si hubiesen ocurrido en 
otros países de Europa, como el que se ha 
logrado en respuesta a los de Nueva York. 
"No, claro que no. América es parte de todos 
nosotros: la música, las películas, la televi-sión. 
Todo el mundo en Europa o ha estado 
en Nueva York o quiere ir a Nueva York" 
(Garton Ash, 2001b). Desde este punto de 
vista, el lugar donde se produjeron los aten-tados 
encierra una simbología y se hace por-tador 
de unos imaginarios que trascienden 
las fronteras de los Estados Unidos. En ese 
sentido, se puede sostener que si bien la po-tencia 
del norte constituía el blanco, tam-bién 
era un llamado de atención a todo el 
mundo. 
Sobre las razones del ataque, Jeremy 
Rifkin (2001) nos ofrece una sugestiva res-puesta 
cuando sostiene que si bien millares 
son las personas que se han favorecido del 
crecimiento del comercio mundial, millones 
son también los que han sufrido "el lado os-curo 
de la globalización y que consideran 
las Torres Gemelas como un símbolo del mal. 
De hecho, la globalización tiene un lado si-niestro, 
y negarse a reconocerlo y a hacer 
algo al respecto sólo puede polarizar más aún 
a la comunidad mundial y dar nuevos ím-petus 
a los movimientos extremistas" (Rifkin, 
2001). 
En efecto, la globalización económica ha 
generado bienestar a sólo una parte de la 
población de la humanidad ("las 365 perso-nas 
más ricas del mundo disfrutan de una 
riqueza colectiva que excede a la renta anual 
del 40% de la humanidad" (Rifkin, 2001)) 
mientras que a nivel social ha contribuido a 
una tajante división entre aquellos que se 
encuentran insertos en los circuitos globales 
y los millones que se quedan marginados 
("la mitad de la población del mundo está 
en la economía extraoficial del trueque y la 
subsistencia" (Rifkin, 2001)). En lo que res-pecta 
a las comunicaciones, uno de los cam-pos 
que más ha despertado la admiración de 
muchos en épocas recientes por los signifi-cativos 
avances que en este plano se han re-gistrado, 
no debemos olvidar lo que nos pre-viene 
el economista cuando escribe que "el 
60% de las personas del mundo no ha hecho 
nunca una sola llamada telefónica". Por úl-timo, 
en el plano de la cultura, acota que 
subsisten "segmentos enteros de la humani-dad 
que sienten que sus historias irrepetibles 
y los valores que rigen sus comunidades es-tán 
siendo pisoteados por las empresas 
globales". 
Aunque la globalización, tal como se prac-tica 
en la actualidad, haya contribuido a crear 
un contexto idóneo de donde puedan sur-gir 
manifestaciones de rechazo al orden 
imperante y que el marginamiento de vastos 
sectores de la humanidad cree un caldo de 
cultivo para el estallido de acciones extre-mas, 
de ello no podemos inferir que la glo-balización 
constituya la explicación profun-da 
de este acto terrorista. Simplemente 
favorece la creación de un ambiente propi-cio 
del que se nutren ciertas manifestacio-nes 
de descontento y otorga a algunos un 
objetivo hacia el cual canalizar su ira. 
Si no podemos imputarle al rechazo de 
la globalización la explicación del acto, en-tonces, 
¿qué motivó los ataques? ¿Será en-tonces 
que la respuesta la podemos encon-trar 
en el choque de civilizaciones -tesis que 
desde inicios de la década de los años no-venta 
popularizó el politólogo Samuel Hun-tington- 
el enfrentamiento de religiones, o 
es un rechazo de los desesperados pobres 
del mundo contra la opulencia del norte?
28 • Colombia Internacional 52 
Nos parece que ninguna de estas tesis 
puede utilizarse para explicar los hechos 
ocurridos en Nueva York, aunque pueden 
contener una parte de la verdad. Muchos 
medios han podido regocijarse con las des-afortunadas 
palabras empleadas por el mag-nate 
de los medios de comunicación y Pri-mer 
Ministro de Italia, Silvio Berlusconi: "no 
podemos poner en el mismo plano a todas 
las civilizaciones. Hay que ser conscientes 
de nuestra supremacía, de la superioridad 
de la civilización occidental. Occidente se-guirá 
occidentalízando e imponiéndose a los 
pueblos. Ya lo ha conseguido en el mundo 
comunista y con una parte del mundo islá-mico" 
(La Repubblica, 2001). Esta afirmación 
le costó la condena por parte de altos 
dignatarios de buena parte del planeta, in-cluso 
de importantes dirigentes del mismo 
mundo desarrollado. Sin embargo, no esta-ría 
de más recordar que Berlusconi no ha 
sido el único que ha esgrimido este tipo de 
argumentaciones. El mismo presidente 
George Bush en su discurso ante el Congre-so, 
que le valió tantos y prolongados aplau-sos, 
utilizó expresiones como "cruzada", "los 
que están con nosotros y los que están con-tra 
nosotros", "hasta la victoria final" y deno-minó 
la respuesta militar al terrorismo como 
"Operación justicia infinita", lo que a su ma-nera 
también rememoraba un choque de ci-vilizaciones. 
Ello despertó suspicacias en el 
mundo musulmán y obligó a que las autori-dades 
norteamericanas tuvieran que cambiar 
la denominación del operativo por el no 
menos ambiguo de "libertad duradera". 
Nada permite aglutinar bajo un deno-minador 
común la heterogeneidad de los 
pueblos de Asia Central y el Medio Oriente, 
muchos de los cuales se diferencian por sus 
orígenes étnicos (persas, árabes, etc.), otros y 
a veces los mismos, por su pertenencia reli-giosa 
(cristianos, musulmanes de diferentes 
sectas, etc.), lenguas y singularidades en la 
evolución histórica1. Además de equivoca-da, 
una interpretación en estos términos es 
peligrosa. Hablar de "cruzada", "de lucha 
del bien contra el mal", "réplica devasta-dora", 
"están con nosotros, o están con los 
terroristas" es una retórica peligrosa, "no sólo 
porque algunas palabras, si manchan para 
siempre las conciencias, pueden en ciertos 
casos matar, sino porque también -y allí está 
la gran victoria de los terroristas-justifican 
exactamente la imagen que los integristas 
quieren de las democracias en el mundo" 
(Nair,2001). 
Tampoco podemos inscribir este aconte-cimiento 
dentro de una perspectiva que pri-vilegie 
el enfrentamiento entre religiones, 
porque, entre otros motivos, la mayor parte 
de los musulmanes ha condenado con sin-ceridad 
este acto terrorista, lo que de suyo 
descarta la validez de esta hipótesis; ni tam-poco 
representa un choque entre los pobres 
del mundo y el capitalismo mundial, aun-que 
la exclusión social conduzca frecuente-mente 
a la desesperación de la que se ali-menta 
el fanatismo. Como acertadamente 
escribe Manuel Castells: "es esencial distin-guir 
esta guerra de la oposición al modelo 
1 ¿Qué similitud puede existir entre una Turquía que se inscribe dentro de la tradición del kemalismo - 
que sostiene que para progresar el país debe aceptar muchos elementos propios de la cultura occidental, 
incluidos los derechos para las mujeres, el aprendizaje de la ciencia moderna y la separación entre el 
estado y la religión- y un país como Irán, cuyos gobernantes consideran que se debe regresar al 
verdadero islam porque los problemas que enfrentan se deben al abandono de la esencia religiosa y la 
imitación de los "infieles"?
El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo xxi • 29 
neoliberal que representa el movimiento 
antiglobalización, porque esa asimilación 
conduciría a criminalizar dicho movimien-to 
y a sofocar el gran debate democrático so-bre 
los contenidos de la globalización que 
apenas se ha iniciado" (El País, 2001). 
Es, sin duda, en el plano político donde 
encontramos elementos de naturaleza más 
circunstancial que nos permiten alcanzar 
una explicación mucho más concreta de las 
motivaciones de los ataques terroristas, aun-que 
tampoco en este plano podamos encon-trar 
una respuesta unívoca. Valga que haga-mos 
una pequeña disgresión en torno a 
ciertos elementos históricos y a ciertas parti-cularidades 
que ha comportado la presen-cia 
de los Estados Unidos en el Medio Orien-te 
y Asia Central. Durante la época de la 
guerra fría, los Estados Unidos y algunos 
estados musulmanes de la región utilizaron 
a los grupos musulmanes radicales, llama-dos 
en ese entonces "freedom fighters", com-batientes 
por la libertad, como instrumentos 
en su política de contención del comunis-mo 
y de lucha contra todo régimen que a 
éste se le pareciera (los hermanos musulma-nes 
contra el Egipto de Nasser, el Sarekat-i-islam 
contra Sukarno en Indonesia y el 
Jamaati-islam contra Benazir Bhutto en 
Pakistán) (Ali, 2001). Fue en Afganistán don-de 
alcanzó mayor paroxismo esta asociación, 
pues se patrocinó a grupos rebeldes 
fundamentalistas para que contribuyeran a 
la lucha contra la presencia soviética en este 
país (Osama Ben Laden). Una vez que se al-canzaron 
los objetivos y los soviéticos se re-tiraron 
de Afganistán, los grupos rebeldes 
fueron abandonados a su propia suerte. Pero 
ello no se tradujo en una desmovilización 
de estos grupos por cuanto vivieron con en-tusiasmo 
su victoria sobre el comunismo. Por 
el contrario, durante la década de los años 
noventa mantuvieron su actividad y alcan-zaron 
cierta notoriedad al convertirse en sig-nificativas 
fuerzas de acción que se utiliza-ron 
en conflictos tan dispares como 
Afganistán, Sudán, Bosnia y Kosovo. 
La motivación que los impulsaba a inter-venir 
en ámbitos tan distintos radicaba en 
que sus acciones no sólo se focalizaban en 
luchar contra el comunismo. La oposición a 
la URSS era concebida como un simple en-granaje 
de una arquitectura mayor que con-sistía 
en la búsqueda de una simbiosis entre 
la política, el estado, la comunidad y el is-lam. 
El fundamento de esta concepción se 
articula en una lectura doctrinaria y muy 
ortodoxa del islam, tal como se presenta en 
la vertiente del wahabismo-yihadismo. Al 
respecto, Graham E. Fuller (2001) escribe: "el 
islam actúa en el mundo musulmán como 
vehículo natural de la política. Al igual que 
los occidentales consideran las revoluciones 
francesa y estadounidense como modelos de 
libertad frente a la tiranía, o la Carta Magna 
como doctrina básica de buen gobierno, en 
el mundo musulmán el Corán sirve de fuen-te 
de justicia, humanidad, buen gobierno y 
oposición a la corrupción. El islam propor-ciona 
la ideología tanto a la lucha interna 
contra el gobierno autoritario laico como a 
las minorías musulmanas que aspiran a libe-rarse 
del control frecuentemente estricto de 
los no musulmanes". 
Esta concepción se deriva de una inter-pretación 
muy ortodoxa de los textos sagra-dos 
del islam de acuerdo con una tradición 
que data del siglo XVIII y que fue elaborada 
en Arabia Saudí por Mohamed Abdul 
Wahab. Por ello, en Arabia Saudita, donde 
constituye la religión oficial, se conserva una 
serie de tradiciones muy fuertes y rígidas, 
entre las que sobresalen el hecho de que las 
mujeres deben permanecer cubiertas y no 
pueden ejercer funciones públicas, el aleo-
30 • Colombia Internacional 52 
hol se encuentra proscrito, los delitos se cas-tigan 
con latigazos, amputaciones y ejecu-ciones 
(El País, 2001b). Esta es la concepción 
del Islam de la cual se hacen voceros Ben 
Laden y los talibanes en Afganistán. A ella 
sólo le agregan un ingrediente adicional, el 
yidahismo, que postula la lucha armada, la 
"guerra santa", contra todos los regímenes 
impíos, tanto de Occidente como de algu-nos 
estados aliados de éste en el mundo 
musulmán (Roussillon, 2001). 
Si para estos grupos la lucha contra el 
comunismo se inscribió dentro de la línea 
de una guerra santa contra el "mal", ciertos 
acontecimientos posteriores contribuyeron 
a que su centro de atención se desplazara en 
otras direcciones. En primer lugar, la guerra 
del golfo introdujo una ruptura entre los 
estados musulmanes que apoyaron la coali-ción 
internacional en contra de Irak y estas 
redes que pregonaban la guerra santa, que 
se ubicaron en el bando opuesto. El repudio 
a esta guerra se basó en que se estaba toleran-do 
una fuerte presencia extranjera en la re-gión, 
varios de los países de la zona se esta-ban 
adscribiendo a un plan geoestratégico 
diseñado en Occidente, se atacaba a un país 
musulmán y se estaba permitiendo la ocu-pación 
extranjera, así fuera momentánea, de 
regiones sagradas para el islam. A ello, con 
el correr del tiempo se sumó la estricta apli-cación 
de las resoluciones de la ONU, que 
ha mantenido un injusto embargo de diez 
años sobre Irak, mientras que frente a Israel 
la "comunidad internacional" no ha mos-trado 
la misma determinación para impo-ner 
los dictámenes de la ONU. 
Ello permite también entender porqué 
Arabia Saudita se ha convertido en uno de 
los blancos predilectos de las redes terroris-tas, 
monarquía cuya animadversión igual-mente 
convoca. El hecho de que en el terri-torio 
de este país se encuentren dos impor-tantes 
lugares sagrados de los musulmanes, 
la Meca y Medina, ha conducido a que estos 
grupos interpreten la permanencia de tro-pas 
norteamericanas (desde la guerra del 
golfo se encuentran estacionados siete mil 
soldados norteamericanos en Arabia Saudita) 
como una claudicación frente a fuerzas "im-pías". 
Arabia Saudita simboliza la represen-tación 
de un régimen despótico, corrupto y 
fuertemente apoyado desde el "extranjero" 
que cumple un importante papel de "estabi-lizador" 
del orden regional que las poten-cias 
occidentales quieren imponer en el 
Medio Oriente. Igualmente representa un 
objetivo estratégico en el diseño político de 
estas redes terroristas por cuanto es un país 
donde existe una sólida presencia islámica 
en sus vertientes más ortodoxas pero que 
constituye al mismo tiempo la "avanzada" 
de Occidente en la región. Como señala 
Tzvetan Todorov, "los instigadores de los 
atentados del 11 de septiembre tienen la mira 
puesta más en los países islámicos que en 
nosotros. Su objetivo es reforzar su dominio 
sobre Pakistán, sobre Arabia Saudita. 
Afganistán ya lo consiguieron. Por consi-guiente, 
estamos ante un proyecto de poder" 
(El País, 2001c). 
En tercer lugar, no se puede pasar por 
alto el irresuelto proceso palestino-israelí, la 
política de dos pesos, dos medidas, aplicado 
al conflicto por la prepotencia israelí, país 
que durante todos estos años ha contado con 
el apoyo incondicional de los Estados Uni-dos. 
No es de extrañar que durante todo este 
largo conflicto, la posición de los palestinos 
haya terminado sufriendo una importante 
evolución: de su anterior defensa a la crea-ción 
de un estado laico en Palestina se ha 
transitado a una situación en la cual cada 
vez se fortalece más la presencia del islamis-mo 
radical como manifestación de la impo-
El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo xxi • 31 
tencia de la anterior opción política que se 
estrelló contra "el muro de Israel y el apoyo 
cerrado que recibe de Estados Unidos" 
(Ridao,2001). 
En cuarto lugar, el carácter transnacio-nal 
que han asumido estas redes de terroris-tas 
islámicos obedece a que tanto los árabes 
como los musulmanes cada vez se identifi-can 
menos con los estados naciones diseña-dos 
en la época poscolonial. Las transforma-ciones 
a nivel global han erosionado las 
asociaciones civiles y de alguna manera han 
descompuesto al estado, órgano que en el 
Medio Oriente es y ha sido siempre percibi-do 
como el realizador del bien colectivo 
(Kamal y Samatar, 1996:188). Esta alineación 
es lo que explica porqué es difícil encontrar 
otra región del planeta en la que parte im-portante 
de la población asuma una actitud 
contestataria con la globalización como ha 
ocurrido en el Medio Oriente, aun cuando 
sólo en ocasiones se pase de las palabras a los 
hechos. "El islamismo se ha convertido en el 
refugio después de todos los fracasos, que 
han desacreditado los regímenes y con ellos 
el estado que expresaban" (Valli, 2001). 
Igualmente ello es lo que explica porque es-tas 
redes terroristas convocan a individuos 
de diferentes países, para los cuales el debi-litamiento 
de los referentes identitarios na-cionales 
y/o estatales son sustituidos por 
identificaciones de tipo religioso. Es decir, 
el carácter transnacional de estas redes no es 
el resultado de la globalización, aun cuando 
en sus acciones se valgan de los intersticios 
creados por ésta, sino del desdibujamiento 
de la institucionalización de la política que 
en un primer momento fue más nacionalista 
y política que religiosa, pero que, ante la 
imposibilidad de alcanzar dichos objetivos 
y validar estados con perspectivas naciona-les, 
terminó suplantando el componente 
político a favor de la identidad religiosa. Es 
decir, el auge de los integrismos ha sido el 
producto de la incapacidad de los países de 
la región de alcanzar mecanismos que ga-ranticen 
la legitimidad política. Esta débil 
legitimidad crea un vacío que permite la 
amplia expansión de movimientos populis-tas 
e integristas que intentan resolver los pro-blemas 
mediante los conflictos y las guerras 
civiles (Saghiyen, 2001). La opción violenta 
que estas redes validan se produce en parte 
por la identificación y entronización de las 
clases dirigentes árabes y musulmanas con 
los circuitos globalizantes que abren un bo-quete 
entre estas y las masas desarraiga-das 
urbanas y rurales. "Al renunciar a to-mar 
el poder en la mayor parte de los países 
musulmanes, el movimiento islamista no 
tiene, pues, otra elección que entre su auto-destrucción 
y la violencia. (Touraine, 
2001). 
En quinto lugar, de lo anterior se puede 
desprender la tesis de que el auge de los mo-vimientos 
islamistas ha consistido en recons-truir 
formas de identidad que permitan ce-rrar 
la brecha que existe entre modernización 
y tradición "con base en una nueva versión 
pura del islamismo que está más allá de la 
historia, que se enfrente tanto a la cultura-mundo 
de Occidente como a la comunidad 
tradicional. No es por lo tanto un retorno 
religioso, es la generación de un nuevo or-den 
que rechaza la libertad individual y la 
ciudadana, en nombre de un neocomu-nitarismo 
radical y que arranca su legitimi-dad 
de una construcción religiosa que con-cibe 
a la modernidad como una blasfemia 
contra la revelación del islam" (Ottone, 
2000:38). 
De estas motivaciones que encontramos 
en los ataques podemos concluir que estos 
actos tenían dos finalidades precisas. De una 
parte, sembrar el terror en el adversario y, de
32 • Colombia Internacional 52 
la otra, "suplir la ausencia de todo trabajo de 
implantación social entre las poblaciones de 
las que se valen, buscando con la adhesión 
emotiva la movilización espontánea de las 
masas" (Kepel, 2001). 
En síntesis, una parte sustancial de la po-blación 
del Medio Oriente se encuentra en 
una temporalidad que le es propia y por lo 
tanto parece que está poco interesada y poco 
dispuesta a ser permeada por las dinámicas 
sistémicas globales y anhelan con ahínco 
definir su propio lugar en el mundo. Al res-pecto, 
un analista hace algunos años, escri-bía: 
"El nivel regional no es más fácil de de-finir 
en sí o en su relación con el centro del 
sistema en formación; las diferentes regio-nes 
del mundo no viven ni en el mismo tiem-po, 
ni con la misma intensidad, ni con la 
misma certeza, la actual mutación del siste-ma 
global" (Salame, 1992:6). Complicado es, 
por lo tanto, sintetizar las motivaciones que 
pueden esconder estos ataques. Generalizan-do 
puede sostenerse que existen factores de 
índole local-regional (fragilidad de los esta-dos, 
volatilidad de los referentes políticos 
de construcción de comunidad, divorcio en-tre 
élites y masas populares, debilitamiento 
de los cauces institucionales de representa-ción 
y acción política, marginamiento y 
empobrecimiento de vastos sectores socia-les), 
regional-internacional (errática políti-ca 
norteamericana en el Medio Oriente, uti-lización 
instrumental de algunos estados por 
parte de Occidente, prolongadas situacio-nes 
de conflictividad) y regional-global (di-sonancia 
entre la temporalidad regional y la 
mundial, frágil inserción en los circuitos 
globales en tanto que el petróleo constituye 
el principal, por no decir único, eslabona-miento). 
De todo esto se puede extraer una 
segunda conclusión: la respuesta a los ata-ques 
terroristas no puede simplificarse en 
una demonización de quienes perpetraron, 
inspiraron o instigaron estos ataques. La res-puesta, 
más allá de las retaliaciones inme-diatas, 
debe comportar una visión de con-junto 
que busque dar explicación a estos 
problemas, porque sólo ello podrá servir para 
prevenir la repetición de situaciones análo-gas 
en el futuro inmediato o lejano. 
LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS 
DE LOS ACTOS TERRORISTAS 
Como señalábamos con anterioridad, este 
ataque a las torres por sí solo no da lugar a 
un "acontecimiento monstruo" global como 
fue la caída del Muro de Berlín en el sentido 
de que aquel en su esencia contenía las se-millas 
del ordenamiento del mundo en tor-no 
a lo que se ha denominado la globaliza-ción 
y la democracia de mercado. Por el 
contrario, el ataque a las torres se convertirá 
en constructor de futuro sólo en la medida 
en que existan actores que entren a 
reconfigurar el orden mundial y a resolver 
de raíz los motivos que impulsaron a secto-res 
de terroristas transnacionales a empren-der 
esta masacre. Para poder precisar la cali-dad 
de la respuesta debemos ante todo 
determinar cuáles han sido las consecuen-cias 
inmediatas que tuvo el ataque a las To-rres 
Gemelas. 
Un primer efecto inmediato de este ata-que, 
imposible de medir pero que se con-vierte 
en una variable con la cual debemos 
contar, probablemente consistirá en el ejem-plo 
demostración que puede despertar en 
este y otros grupos terroristas. Algunas ex-periencias 
históricas previas ya nos habían 
demostrado la importancia que tenía recu-rrir 
a acciones terroristas. Después de los lar-gos 
años en los cuales los kosovares empren-dieron 
una resistencia pasiva para obtener 
legítimos derechos frente a la arrogante
El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo xxi • 33 
Serbia, sus estrategias no despertaron el in-terés 
ni de los políticos europeos ni de los 
medios de comunicación internacionales. 
Pero cuando el Ejército de Liberación de 
Kosovo decidió optar por la estrategia terro-rista, 
fue cuando Europa Occidental empe-zó 
a preocuparse por el conflicto y terminó 
defendiendo su causa (Garton Ash, 2000). 
Algo similar ha ocurrido con el ataque a las 
torres. Sin que ello pueda utilizarse como 
justificación de tan atroz acto, la atención se 
ha concentrado a tal punto en la región del 
Oriente Próximo que las posibilidades de 
resolver las diferentes tensiones que existen 
en la zona han aumentado de manera 
exponencial. (Es interesante recordar la tar-día 
declaración del gobierno norteamerica-no 
de apoyar la creación de un estado 
palestino, con lo cual sin duda se ha busca-do 
ganar el apoyo de los árabes en la cruza-da 
militar contra Afganistán). Pero, el "éxi-to" 
alcanzado por este acto terrorista ¿no 
motivará a otros grupos de esta red, o sim-plemente 
a otros grupos, a intentar emular y 
repetir este tipo de acciones, sobre todo si la 
respuesta de Estados Unidos se adapta a sus 
propósitos? Es ahí por donde podemos su-poner 
que el terrorismo ha ingresado con 
gran fuerza en la agenda y en la vida política 
internacional. 
Que el terrorismo internacional se con-vierta 
en una nueva y poderosa arma políti-ca, 
en ningún caso lo legitima. Desde todo 
punto de vista el terrorismo constituye un 
error monumental. Un ataque como el per-petrado 
al pueblo norteamericano con el 
derribo de las Torres Gemelas seguramente 
puede producir resultados opuestos a los es-perados 
por los promotores de dichos ata-ques. 
Hace más difícil que la opinión públi-ca 
de los países que sienten como suya esta 
amenaza puedan presionar a sus respecti-vos 
gobiernos sobre la necesidad de favore-cer 
profundas transformaciones en el siste-ma 
internacional. Valga la pena recordar que 
una fuerza decisiva que impulsó al gobier-no 
norteamericano a retirar las tropas esta-dounidenses 
de Vietnam fue la presión de 
vastos sectores de la sociedad norteamerica-na 
que se movilizaron en contra de las velei-dades 
intervencionistas del gobierno. Por el 
contrario, en el caso de las Torres Gemelas 
encontramos que se ha producido la situa-ción 
contraria. De ser un gobierno frágil y 
poco popular, el de Bush cuenta en la actua-lidad 
con un elevado respaldo para llevar a 
cabo la represalia y seguramente no habrá 
grupo social o político que esté dispuesto a 
impedir la transferencia de fondos al sector 
militar, incluso si ello termina debilitando 
aún más la ya de por sí frágil área social. 
Como escribe Vincenc Navarro (2001), "las 
mayores víctimas del terrorismo serán, pues, 
las propias clases populares de Estados Uni-dos 
y los mayores beneficiarios serán los 
grandes grupos militares e industriales in-fluyentes 
en el gobierno del presidente Bush, 
que estimularán las tensiones internaciona-les 
que refuerzan a su vez, a las derechas de 
la mayoría de países del norte". Es decir, con 
el ataque los únicos sectores que finalmente 
terminan beneficiándose son precisamente 
aquellos que los terroristas pretendían 
demonizar. Los perdedores somos todos los 
demás, incluidos los fanáticos musulmanes 
que han quedado privados de algunos de 
sus anteriores bastiones de apoyo. 
El mismo Jeremy Rifkin (2001), que citá-bamos 
con anterioridad, nos previene sobre 
lo que podría ser una segunda consecuen-cia 
del ataque: el establecimiento de un esta-do 
policíaco. "A raíz de los ataques terroris-tas 
contra Estados Unidos, corremos el riesgo 
de perder la inocencia que nos ha hecho tan 
abiertos y acogedores con los extranjeros, (...) 
ya estamos empezando a desconfiar de los
34 • Colombia Internacional 52 
extranjeros. Nuestro miedo creciente a los 
enemigos desconocidos que están entre no-sotros 
podría alimentar el tipo de paranoia 
de moda contra los grupos religiosos, étnicos 
y raciales que socavaría para siempre el espí-ritu 
de apertura que es el sello del modo de 
vida estadounidense y la clave de nuestra 
grandeza. En nuestro deseo desesperado de 
seguridad personal y colectiva podríamos 
renunciar a nuestras más preciadas liberta-des 
civiles y acabar en un estado policial. Si 
esto sucediera, entonces los terroristas res-ponsables 
de los ataques a las Torres Geme-las 
y el Pentágono habrán conseguido una 
victoria mucho mayor, al haber mutilado el 
peculiar espíritu estadounidense". 
Esto no es simplemente una posible evo-lución 
de las que nos previene el célebre eco-nomista. 
El fiscal general de los Estados Uni-dos, 
John Ashcroft, solicitó al Congreso 
norteamericano la aprobación de un conjun-to 
de medidas antiterroristas entre las que se 
encuentran la posibilidad de practicar de-tenciones 
en casos excepcionales por tiem-po 
indefinido, que la policía pueda realizar 
registros no autorizados expresamente por 
el juez y que la cobertura del delito de terro-rismo 
se extienda hasta el punto de que sea 
posible condenar a una persona por mera 
"asociación", aunque no le sea probada nin-guna 
actividad terrorista concreta. (El País, 
2001 d). Si bien el Congreso de los Estados 
Unidos ha mostrado sus reticencias a apro-bar 
este tipo de medidas, la mera presenta-ción 
de este plan, así como la declaración 
del gobierno británico de endurecer las con-diciones 
de asilo y suspender en parte la 
Convención Europea de Derechos Huma-nos 
que hace poco había suscrito el gobier-no 
británico, argumenta a favor de la even-tual 
evolución de los sistemas de seguridad 
internos en muchos países desarrollados. Las 
empresas de la "nueva economía" han com-prendido 
claramente esta situación y están 
desarrollando a pasos agigantados nuevos 
componentes de seguridad que permitan 
hacer frente a estas inciertas situaciones de 
inseguridad que puede generar el terroris-mo. 
No debemos extrañarnos si esta rama de 
la economía se vuelve una de las más diná-micas. 
O sea, la derechización en la resolu-ción 
de los asuntos internacionales segura-mente 
irá acompañada probablemente de 
una derechización en el manejo de las polí-ticas 
domésticas. 
En tercer lugar, los ataques del 11 de sep-tiembre 
demostraron que cualquier socie-dad, 
incluida la más desarrollada, es vulne-rable 
a este tipo de acciones. De esto se 
pueden desprender dos lecturas inmedia-tas: 
de una parte, el escudo antimisiles que 
con tanto celo habían defendido los "halco-nes" 
de la administración Bush ha quedado 
hecho trizas, porque el programa siempre 
partía del supuesto de que el ataque proven-dría 
del exterior, pero nunca desde el mismo 
espacio aéreo norteamericano. "Hasta el bru-tal 
despertar del martes, la administración 
de Bush estaba convencida de que la seguri-dad 
norteamericana exigía un enorme au-mento 
del presupuesto de defensa (40 mil 
millones más de dólares), y dedicar la mayor 
parte de ese presupuesto, primero a la crea-ción 
de un sistema de defensa contra misiles 
nucleares y, segundo, el desarrollo de la ca-pacidad 
militar estadounidense en el espa-cio. 
El ataque producido esta semana, de la 
teología contra tecnología y sin ningún es-tado 
a la vista, demuestra hasta que punto se 
equivocaba Bush al pensar que puede alcan-zar 
la invulnerabilidad de Superman" 
(Carlin, "El fin de una era, El País, s/f.). 
De la otra, ya existen serios indicios de 
un notable incremento del gasto en defensa 
por parte del gobierno norteamericano. Pero
El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo xxi • 35 
lo más importante no será tanto la cuantía 
destinada a la defensa como la reorientación 
que le imprimirá a los ejes sobre los cuales se 
fundamenta la política exterior norteameri-cana. 
Desde 1992, Bill Clinton se había pro-puesto 
unir a las naciones del mundo por 
medio de una red de interdependencia eco-nómica, 
lo que se tradujo en un relativo des-plazamiento 
de las élites militares. Tras el ata-que 
seguramente se va a asistir a un vuelco 
en esta relación otorgándole mayor campo 
de maniobra al aparato militar porque ahora 
el gobierno Bush encontró los medios que le 
sirven de pretexto para retonificar la con-cepción 
realista de la cual se hace portador 
por encima de la visión y la práctica 
interdependentista heredada del gobierno 
de Clinton (Clemons, 2001). Los medios no 
han escapado a esta tendencia. Es muy sin-tomático 
el hecho de que si hasta no hace 
mucho los espacios de opinión de gran au-diencia 
estaban en manos de economistas, 
hoy por hoy, su lugar ha comenzado a ser 
ocupado por personas vinculadas a los apa-ratos 
militar y de seguridad. Igualmente es 
ilustrativo el hecho de que si tras la apertura 
de la bolsa de Nueva York las acciones de la 
mayoría de las grandes empresas cayeron en 
picada, incluidas las de la "nueva economía", 
un repunte muy significativo presentó la 
cotización de acciones de las industrias que 
suministran pertrechos militares. De ahí que 
probablemente ingresemos a una era en la 
cual se establecerán correspondencias ma-yores 
entre los componentes internos y ex-ternos 
de la seguridad militar. 
Ahora bien, vale la pena destacar que un 
mayor presupuesto y la centralidad del com-ponente 
militar de por sí no garantiza que 
Estados Unidos vaya a estar mejor prepara-do 
para resolver los problemas a que deberá 
hacer frente. De una parte, porque los países 
desarrollados dejaron de tener el monopo-lio 
de la destrucción masiva. De la otra, por-que 
los nuevos desafíos mundiales ya no tie-nen 
lugar a partir de un esquema tradicio-nal 
de conflictos entre estados, concepción 
que sigue siendo la predominante entre los 
estrategas del Pentágono. Más bien, el mun-do 
está evolucionando hacia un esquema de 
conflictos asimétricos (Bishara, 2001) para los 
cuales la pesada maquinaria militar norte-americana 
se encuentra mal adaptada. Es 
decir, mayor presupuesto en defensa no cons-tituye 
garantía de que se pueda prever y re-solver 
el tema de la seguridad a no ser que la 
seguridad se conciba como un mecanismo 
único que integre la dimensión interna y la 
internacional. Pero como bien ha quedado 
demostrado tras el ataque a las torres, estos 
conflictos asimétricos, que poco tienen que 
ver con la guerra convencional, no prevén 
alcanzar una victoria militar; su objetivo 
principal consiste en sembrar un clima de 
terror. Es una nueva forma de violencia por-que 
es dispersa y no se encuentra mediatiza-da 
directamente por un estado. El arma de 
destrucción probablemente más utilizada no 
será el armamento nuclear, sino las armas bio-lógicas, 
la llamada "bomba nuclear de los 
pobres", que tiene un bajo costo y es fácil de 
construir dados los avances registrados por 
la ingeniería genética. Parece que las élites 
dirigentes de los países centrales, con el go-bierno 
norteamericano a la cabeza, no han 
comprendido a cabalidad que se está ante 
algo totalmente nuevo. Por ello se han em-peñado 
en encontrar un blanco que 
cohesione (Ben Laden, Afganistán), incluso 
con anterioridad a que se tuviese claridad 
de su participación. 
En cuarto lugar, si luego del fin de la 
guerra fría se había incrementado el senti-miento 
de los norteamericanos "de ser un 
pueblo escogido que habita una tierra pro-metida", 
el 11 de septiembre demostró que
36 • Colombia Internacional 52 
no existe lugar en la tierra, por rico y pode-roso 
que sea, que pueda soñar seguir vivien-do 
en una torre de cristal. Si la inseguridad 
en sus diferentes manifestaciones era una 
realidad cotidiana de muchas regiones 
periféricas ahora se ha instalado en el cora-zón 
del mundo. Ha demostrado que la in-terdependencia 
no es sólo una cualidad de 
la economía, sino también de la política y de 
los imaginarios. 
En quinto lugar, uno de los ámbitos don-de 
se percibirán con más fuerza las conse-cuencias 
de los ataques terroristas será en el 
campo de la política exterior. De modo in-mediato, 
porque los anteriores y urgentes 
temas de la agenda han pasado a segundo 
plano, lo que denota un esfuerzo por cam-biar 
los centros de atención de la política 
exterior de Estados Unidos y de varios esta-dos 
europeos. Así, por ejemplo, después de 
que se proclamara en varias oportunidades 
que para la nueva administración norteame-ricana 
no había asunto más importante que 
las relaciones con México en este instante el 
Reino Unido es considerado el "amigo más 
sincero". 
Pero lo más durable en este plano segu-ramente 
será el hecho de que los ataques te-rroristas 
le darán un norte al accionar políti-co 
de los Estados Unidos en el mundo. 
Recordemos que el término "cruzada" ya 
antes se había empleado contra el comunis-mo, 
guerra que también se definía en térmi-nos 
del bien contra el mal. No eran meras 
palabras cuando el director del Instituto de 
Estudios de Estados Unidos, adjunto a la 
Academia de Ciencias de la URSS, Georgui 
Arbátov, declaraba en plena época gorba-choviana: 
"¡les vamos a hacer una cosa te-rrible. 
Los vamos a privar de la imagen del 
enemigo!". Desde entonces, la política exte-rior 
norteamericana careció de una estrate-gia 
que le asignara sentido a su accionar en 
el mundo y orientara su actuación a nivel 
internacional. Durante el mandato de Bush 
padre se propuso favorecer la instauración 
de un nuevo orden mundial, pero sus accio-nes, 
así como las de su sucesor en la Casa 
Blanca, distaron enormemente de esa finali-dad. 
"Milagrosamente", escribe Ignacio 
Ramonet (2001), "los atentados del 11 de sep-tiembre 
le restituyen un elemento estratégi-co 
mayor, del cual los había privado la Unión 
Soviética durante diez años: un adversario. 
¡Por fin!". 
En sexto lugar, la economía resintió du-ramente 
los ataques con importantes caídas 
registradas en las principales bolsas inclui-da 
la de Nueva York. No tanto por las des-trucciones 
ocasionada por el acto terrorista, 
que de acuerdo con estimaciones de Paul 
Krugman (2001) en ningún caso pueden ser 
superiores al 0,1% de la riqueza de los Esta-dos 
Unidos, como por los efectos que tiene 
la implantación de una economía de guerra 
que sin duda tendrá consecuencias mayo-res: 
"Un gobierno que insistía en que los ciu-dadanos 
debían hacerse cargo de sí mismos 
ha demostrado de pronto su lado más com-pasivo: 
hacia sectores empresariales, como 
las líneas aéreas y compañías de seguros, 
amenazadas por las consecuencias del ata-que. 
Un descenso del dólar no sería mal re-cibido 
por una gran parte de la industria 
estadounidense, después de que un dólar 
fuerte les permitiera invertir a bajo precio 
en gran parte del mundo" (Birnbaum, 2001). 
Un mes después de los atentados se han rea-lizado 
ayudas directas e indirectas prove-nientes 
de fondos federales que ascienden a 
los 115 mil millones de dólares.
El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo xxi • 37 
ALGUNAS CONSECUENCIAS 
DE LA REACCIÓN 
DEL GOBIERNO NORTEAMERICANO 
Desde el ataque del día 11, la actitud del go-bierno 
norteamericano ha pasado por tres 
etapas. En un primer momento, existió la 
presión por parte de los sectores más duros 
en el gobierno de que debía producirse una 
respuesta rápida e inmediata contra los even-tuales 
terroristas. La reacción del "ojo por 
ojo, diente por diente", se asemejaba al com-portamiento 
israelí o al vaquero del Oeste, 
que cada vez que se siente asediado, respon-de 
con reacciones instintivas e inmediatas. 
Pero el hecho de que en esos primeros mo-mentos 
no existiese un enemigo claramente 
identificado, obligaba a contener la ira, por-que 
se desconocía el blanco. 
En un segundo momento, se invocó el 
capítulo V del Tratado del Atlántico Norte 
que prevé que el ataque contra un miembro 
de la alianza representa un ataque a todos 
los miembros de la organización. Esta nueva 
postura obligaba a la prudencia ya que pre-veía 
una coordinación, ubicaba la negocia-ción 
diplomática por encima de la vendetta 
unilateral, pero no estaba exenta de graves 
problemas. El principal era que una reac-ción 
en estos términos se asemejaba a un ata-que 
de Occidente contra el mundo, lo que 
hubiese validado la peligrosa tesis del cho-que 
de civilizaciones, y hubiera podido 
traducirse en un distanciamiento de algu-nos 
estados musulmanes, el apoyo clandes-tino 
a redes terroristas y un rechazo a la sem-piterna 
arrogancia de Occidente. 
Para aislar a los terroristas no sólo se ne-cesitaba 
el concurso de Occidente, sino tam-bién 
el apoyo de los países árabes y musul-manes 
en particular y de la comunidad 
mundial en general. Por ello se requirió como 
algo perentorio el aval de la ONU. El sábado 
29 de septiembre, no sin antes tener que can-celar 
una parte de la deuda que Estados Uni-dos 
arrastraba desde hace años con la ONU 
(600 millones de dólares), el Consejo de Se-guridad, 
invocando el capítulo 7 de la Carta 
de las Naciones Unidas, que le da al acuerdo 
un carácter imperativo y lo convierte en un 
elemento de derecho internacional, aprobó 
una resolución que obliga a los 189 países 
miembros de la organización a luchar con-tra 
el terrorismo, congelar sus medios de fi-nanciación 
y negarle cualquier tipo de apo-yo 
político y diplomático. El escenario 
creado con el aval logrado en la ONU indu-ce 
a grandes reacomodos en la vida interna-cional: 
de una parte, convierte el tema de la 
lucha contra el terrorismo en un asunto 
mundial y lo ubica en un lugar elevado de 
la agenda internacional. De la otra, genera 
unos consensos necesarios que conducen a 
grandes transformaciones geopolíticas. 
De esta actitud cautelosa y firme del go-bierno 
norteamericano se desprenden gran-des 
e importantes derivados. Washington ha 
comprendido que no puede seguir actuan-do 
unilateralmente, tiene que abandonar su 
tradicional autismo y asumir una posición 
más consensuada en relación al complejo 
escenario mundial, lo que se traducirá, si la 
comunidad internacional lo acompaña, en 
un cambio en su modo de operar en la vida 
y en la dinámica internacional. Si el aban-dono 
del tratado de Kyoto, el rechazo del 
protocolo de verificación del tratado que 
prohíbe las armas biológicas (qué paradoja, 
esto es ahora lo más temido), la renuncia a 
entrar en la negociación sobre el tráfico de 
armas de pequeño calibre, el desistimiento 
de ratificar la convención que crea una corte 
criminal internacional, la intensión procla-mada 
de apartarse del tratado anti misiles 
entre Washington y Moscú y el abandono
38 Colombia Internacional 52 
de la Conferencia de la ONU sobre el racis-mo 
habían sido claras demostraciones de la 
voluntad unilateralista en que se había em-peñado 
el nuevo gobierno de Washington, 
ahora, en condiciones en que parece primar 
la voluntad diplomática y negociadora, es 
previsible para un futuro próximo una acti-tud 
mucho más constructiva por parte de la 
administración Bush en torno a muchos te-mas 
de la agenda internacional. La buena 
noticia es otra idea que surge de las cenizas 
de la tragedia, "ojalá, que ahora quede más 
claro para todos que ni siquiera el país más 
poderoso puede andar solo por el mundo. 
Muchos de los instintos unilateralistas tan 
evidentes al principio de la administración 
Bush afortunadamente se atemperarán aho-ra 
que la lucha contra el terrorismo requiere 
la cercana cooperación de otros países" 
(Naim,2001). 
Los cambios a nivel geopolítico serán 
consecuencias no menores. De una parte, las 
guerras contra el terrorismo y todo lo que 
pueda parecérsele han encontrado nuevos 
fundamentos de legitimidad. El gobierno 
ruso comprendió rápidamente la situación 
y ha utilizado todos los escenarios posibles 
para presentar la guerra que actualmente li-bra 
contra la separatista república chechena 
como una guerra contra el terrorismo. "La 
mano de quienes ponen las bombas en Nue-va 
York y Washington es la misma que la de 
los atentados en Moscú. Los rebeldes 
chechenos son fundamentalistas con méto-dos 
terroristas", aseveró hace algunos días el 
Jefe de Estado ruso (El País, 2001e). Hoy por 
hoy, no sólo está legitimada la guerra contra 
Chechenia, sino que también Occidente ten-derá 
a hacer la vista gorda ante los abusos y 
violaciones de los derechos humanos que se 
presenten en este conflicto. Otro foco de ten-sión 
que puede tener un desenlace inespe-rado 
es el palestino-israelí. La necesidad que 
tiene Estados Unidos de contar con el apoyo 
de los países árabes y musulmanes puede 
convertirse en un acelerador que presione a 
las fuerzas y particularmente a los israelíes 
para que pongan fin al conflicto y despejen 
el camino para una salida negociada. 
Se está asistiendo igualmente a un im-portante 
cambio geopolítico en el Medio 
Oriente. Si durante la guerra fría presencia-mos 
una "bipolaridad" que, con la sola ex-cepción 
de la revolución iraní de 1979, se 
enmarcaba dentro de los parámetros de la 
oposición Este-Oeste; en la década de los 
años noventa se asistió a otra forma de 
"bipolaridad" a nivel regional que se 
estructuraba a partir de la actitud que se asu-mía 
frente a los Estados Unidos dividiendo 
a la región en países pro y anti norteameri-canos, 
ahora se está evolucionado hacia el 
despliegue de una amplia tonalidad de gri-ses 
dentro de este segundo marco de 
bipolaridad, con países más conciliadores 
(Siria), tibios aliados (Egipto) y "adversarios 
amistosos" como Sudán (Le Monde, 2001) e 
incluso Irán que ha declarado su intención 
de apoyar a Estados Unidos en la lucha con-tra 
el terrorismo, siempre que esta acción se 
realice bajo el amparo de la ONU (El País, 
2001Í). 
Igualmente, se asiste a importantes trans-formaciones 
en la actitud de los países occi-dentales 
y principalmente de los Estados 
Unidos frente a los que hasta no hace mu-cho 
se consideraban países problemas. El le-vantamiento 
de las sanciones económicas 
que pesaban sobre la India y Pakistán, el res-paldo 
a Rusia en el conflicto que libra con 
Chechenia, la actitud más benevolente fren-te 
a Uzbekistán, antigua república soviética 
que ha encarcelado a millares de musulma-nes, 
el afianzamiento de la cooperación en-tre 
Estados Unidos y China, incluido el com-
El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo xxi • 39 
ponente militar y la suscripción en tiempo 
récord del acuerdo bilateral con Jordania son 
una buena ilustración de ello. 
Pero en esto también hay un reverso de 
la medalla. No sólo Estados Unidos tiene in-terés 
en operativizar estas rectificaciones con 
el propósito de fortalecer su alianza anti-te-rrorista, 
sino que todos estos países intentan 
también sacar tajada de la alianza. China, 
probablemente el próximo mayor importa-dor 
mundial de petróleo del mundo, no tie-ne 
ningún interés en que toda esta zona rica 
en hidrocarburos quede bajo el directo con-trol 
de los Estados Unidos, sobre todo por-que 
además de la tradicional presencia de la 
potencia del norte en el Medio Oriente, a 
partir de los ataques contra Afganistán am-plía 
su radio de acción e influencia a Asia 
Central, incluida una parte de la anterior 
Unión Soviética. De ahí que China se haya 
unido a la alianza y colabore con Estados 
Unidos para participar en los rediseños 
geopolíticos que se puedan presentar en la 
región una vez "finalice" el conflicto. 
Rusia, que tras las creación de la Comu-nidad 
Euro-asiática ha intentado poner nue-vamente 
a varios de los estados surgidos de 
las cenizas de la URSS bajo su influencia, 
igualmente ha operativizado un importante 
cambio de actitud. De haber sido un tradi-cional 
país "contestatario" tanto durante la 
época de la Unión Soviética como en los años 
del largo mandato de Boris Yeltsin, ahora se 
ha convertido en un país "colaboracionista" 
y ha pasado a favorecer la alianza con Esta-dos 
Unidos para aumentar su presencia e 
influencia en la región (incluso se ha com-prometido 
a suministrar armas a la rebelde 
Alianza del Norte que combate al régimen 
de los talibanes). Nada de extraño que una 
vez "finalice" el conflicto de modo implícito 
se le asigne o intente asumir la función de 
"gendarme regional" (sobre todo en el Asia 
Central ex soviético) para evitar la prolifera-ción 
de redes terroristas musulmanas. Tanto 
para China como para Rusia esto constituye 
un tema de primer orden, tal como lo testi-monia 
el acuerdo de Shanghai suscrito en-tre 
estos dos países junto con Uzbekistán, 
Kazajstán y Kirguistán para resolver los pro-blemas 
de Asia Central. 
Pakistán, tradicional aliado de los Esta-dos 
Unidos, se encuentra en una delicada 
situación, porque a la tensa frontera que lo 
separa de India, país al que le disputa la re-gión 
de Cachemira, la evolución de los acon-tecimientos 
puede deparar que en su fronte-ra 
con Afganistán surja un nuevo foco de 
tensión, esta vez en su flanco Oeste. Irán, gran 
y prudente potencia regional, tendría mu-cho 
que ganar con un debilitamiento de los 
talibanes porque entre las fuerzas opositoras 
a estos se encuentran importantes aliados 
suyos. Puede ser que su radio de influencia 
aumente sensiblemente, lo que de suyo no 
será del agrado de los norteamericanos que 
consideran a Irán como uno de sus princi-pales 
"enemigos" en el mundo. Otros cam-bios 
imprevisibles que pueden presentarse, 
sobre todo si el conflicto se prolonga o ter-mina 
afectando a otros países, se refieren a la 
profundización del debilitamiento de algu-nos 
estados de la región que pueden encon-trarse 
en serias dificultades para contener un 
aumento del malestar social anti norteame-ricano, 
tal como lo testimonian las grandes 
movilizaciones que han sacudido a Egipto, 
Pakistán e Indonesia. 
También es probable esperar cambios de 
gran envergadura en el mismo continente 
europeo. Probablemente se fortalecerá el 
papel de Gran Bretaña como puente entre 
Europa y EE.UU; Rusia está presionando 
para ser aceptada como miembro de pleno
40 • Colombia Internacional 52 
derecho en Occidente y en Europa (Rusia se 
ha comprometido a proveer hidrocarburos 
a Europa en caso de que surjan problemas 
de suministro y el canciller alemán, G. 
Schroeder, dejó abierta la posibilidad de que 
su gobierno se convierta en abanderado para 
el ingreso de Rusia a la OTAN) (El País, 
2001g); la OTAN ha demostrado que sigue 
siendo una institución necesaria para las 
naciones más desarrolladas; probablemente 
la ampliación de la Unión Europea (UE) su-fra 
algunos tropiezos en razón de la impor-tancia 
que están adquiriendo los temas de 
seguridad, aspecto que deja a algunos can-didatos 
a ingresar en posición de debilidad; 
los Balcanes se convertirán en una preocu-pación 
exclusivamente europea; por último, 
la política exterior y de seguridad común de 
la UE probablemente dejará de pensarse 
como un eventual contrapeso o alternativa a 
la política norteamericana, para constituirse 
en un complemento de las acciones conjun-tas 
(Garton Ash, 2001c). 
Por último, el hecho de que el núcleo cen-tral 
de la alianza antiterrorista esté constitui-do 
por la OTAN implica un fortalecimiento 
del eje atlántico en detrimento del pacífico. 
Después de finalizada la guerra fría, fueron 
innumerables las declaraciones de las auto-ridades 
norteamericanas que precisaban que 
las relaciones con los países del sudeste asiá-tico 
se convertirían en la principal priori-dad 
de la política exterior de Washington. 
Estas declaraciones, aunadas al crecimiento 
de los intercambios entre las dos orillas del 
pacífico, generaron un gran desconcierto en 
los países de la Unión Europea que respon-dieron 
con su propuesta de Alianza Atlánti-ca 
para intentar conservar sus estrechos vín-culos 
con los Estados Unidos. En las actuales 
circunstancias, la solidez de la reciente alian-za 
creada entre este último y la mayor parte 
de los países europeos a través de la OTAN, 
y el apoyo brindado por la Unión Europea 
al gobierno norteamericano en su lucha anti 
terrorista, le han devuelto la centralidad al 
eje atlántico en los aspectos político, militar 
y de seguridad nacional, regional e inter-nacional 
y dada la imbricación que existe 
entre economía y política, esta centralidad 
también se expresará en el plano económi-co. 
El siglo XXI no será del pacífico, sino del 
atlántico. 
EVENTUALES CONSECUENCIAS 
A MEDIANO Y LARGO PLAZO 
Si bien no es nada fácil predecir cuáles po-drán 
ser las evoluciones futuras, las dinámi-ca 
de las cosas nos permiten suponer algu-nas 
transformaciones probables y otras 
deseadas. Entre las primeras, tenemos ante 
todo las siguientes: los atentados han 
agudizado y profundizado la recesión nor-teamericana. 
La gravedad de esta situación 
radica en que nunca, desde la gran depre-sión 
de finales de la década de los años vein-te 
del siglo XX, se había presentado una 
sincronización recesiva entre las distintas 
regiones del planeta. "Considerando que el 
máximo nivel de sincronía recesiva del ciclo 
es 100, es de 90 frente a 50 en 1975,60 en 1982 
y 65 en 1991. En este último año, la 
desaceleración norteamericana se ha ido tras-ladando 
por la mayor apertura de los merca-dos. 
Conviene recordar que las importacio-nes 
de Estados Unidos representan hoy el 
6% del PIB mundial, el doble que en 1991"(de 
la Dehesa, 2001). 
A diferencia de la crisis financiera asiáti-ca 
que golpeó a un conjunto de países de 
elevada significación económica a nivel in-ternacional, 
esa turbulencia no se convirtió 
en una crisis de dimensión mundial, por-que 
en ese entonces la economía de Estados
El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo xxi • 41 
Unidos y en menor medida la europea, se 
encontraban en una fase de crecimiento. 
Hoy por hoy, la gravedad de la situación se 
manifiesta en que ninguna otra zona del pla-neta 
se encuentra en condiciones de con-vertirse 
en una locomotora que jalone el con-junto 
de la economía mundial y permita 
amortiguar el impacto de la recesión norte-americana. 
Después de los atentados en los 
diferentes confines del planeta se ha empe-zado 
a pronosticar el crecimiento a la baja. 
En esto es particularmente inquietante la si-tuación 
latinoamericana que tendrá que es-perar 
a ver cómo Argentina, el país en este 
momento más débil de la región, logra ca-pear 
el temporal que se le avecina, cuando 
tenga que cancelar los intereses de su deuda 
externa que supera los US$ 150 mil millones. 
En el caso norteamericano, los consumido-res 
que eran la fuerza que había posibilitado 
el elevado crecimiento en los años anterio-res 
y en los cuales se depositaba la confianza 
para mantener esa tendencia (el gasto de con-sumo 
supone casi las dos terceras partes de 
la economía norteamericana) se encuentran 
en una situación de total escepticismo fren-te 
a la marcha de la economía. 
Pero si bien la primera consecuencia eco-nómica 
de los ataques terroristas fue que con-tribuyeron 
a agudizar la recesión, el impac-to 
mayor no se manifestará en este plano. El 
problema de fondo consiste en que para sa-car 
la economía norteamericana de la rece-sión 
y devolver la confianza a los inversio-nistas 
y consumidores se requiere una activa 
participación del estado, el cual a través del 
gasto público ponga en marcha la máquina 
económica estadounidense. Esta será sin 
duda una de las consecuencias más durade-ras, 
y con ello podemos suponer que la eta-pa 
neoliberal de la globalización económica 
empezará a quedar irremediablemente atrás. 
Esta aseveración la basamos además en el 
hecho de que en la medida en que los temas 
de seguridad adquieran mayor importancia 
y se conviertan en un referente obligado en 
la actuación nacional e internacional de to-dos 
los países, pero sobe todo de los más de-sarrollados, 
asistiremos a un escenario en el 
cual el estado comenzará a sustituir a la eco-nomía 
de mercado. Como escribe Scalfari 
(2001), "La guerra frontal contra el terroris-mo, 
tiene necesidad de más estado. No se 
trata de una oscilación de tipo ideológico, es 
decir como diría un veterano marxista de un 
fenómeno superestructural; se trata por el 
contrario de un cambio estructural. Dotado 
de una fuerza proporcional a su necesidad. 
La guerra total al terrorismo se combate au-mentando 
al máximo nivel posible la segu-ridad 
interna e internacional. Si el fin de 
ambas partes contendientes es la mayor o 
menor seguridad, es evidente que el funcio-namiento 
del libre mercado y sobre todo del 
libre mercado global quedará profundamen-te 
herido". 
En el plano de lo deseable, quizás pre-senciemos 
también otro tipo de evoluciones. 
Seguramente en un primer momento vamos 
a asistir a un fortalecimiento del papel de los 
Estados Unidos en el mundo, pero las con-secuencias 
del ataque permiten suponer que 
el tiempo del unilateralismo puede quedar 
irremediablemente atrás. Porque como escri-be 
David Held, "Ya no vivimos, si es que 
alguna vez fue así, en un mundo de comu-nidades 
nacionales discretas que tienen el 
poder y la capacidad exclusiva para deter-minar 
el destino de quienes en ellas habitan. 
Por el contrario, vivimos en un mundo de 
comunidades de destino superpuestas. Una 
respuesta defensible, justificable y sosteni-ble 
al 11 de septiembre debe ser acorde con 
nuestros principios básicos y con las aspira-ciones 
de seguridad de la sociedad interna-cional, 
con el derecho y con la administra-
42 • Colombia Internacional 52 
don imparcial de la justicia, aspiraciones 
dolorosamente formuladas después del Ho-locausto 
y la Segunda Guerra Mundial. Si 
los medios desplegados para luchar contra 
el terrorismo contradijesen estos principios, 
puede que satisfagan la emoción del mo-mento, 
pero nuestra mutua vulnerabilidad 
se verá acentuada. Nos alejaremos todavía 
más de un orden mundial más justo y segu-ro. 
Esto podría fácilmente suponer el au-mento 
de la intolerancia respecto a todos los 
intentos de protestar y de cambiar las cir-cunstancias 
políticas, aunque respeten la ley 
y tengan una orientación pacífica. Sin una 
paz justa en Oriente Próximo y sin un inten-to 
de anclar la globalización en unos princi-pios 
significativos de justicia social no pue-de 
haber una solución duradera al tipo de 
crímenes que acabamos de ver" (Held, 2001). 
Igualmente, independiente de su desen-lace, 
la comunidad mundial, no la de esta-do, 
sino la de individuos de todo el planeta 
encuentra un terreno abonado para propi-ciar 
el desarrollo de un planteamiento alter-nativo 
que "contrarrestre la estrategia del 
odio y el miedo con otra para ganarse los 
corazones y las mentes. Lo que se necesita es 
un movimiento a favor de la justicia y 
legitimidades globales, no estadounidenses, 
cuyo objetivo sea establecer el sistema de 
derecho en lugar de la guerra y promover el 
entendimiento entre comunidades en lugar 
del terror" (Held y Kaldor, 2001). Si tienen 
lugar escenarios similares a los que hemos 
presentado y el mundo acompaña a Estados 
Unidos a asumir la interdependencia políti-ca 
global probablemente podamos al cabo 
del tiempo corroborar que con el ataque a 
las torres se inició una nueva era. Bienveni-dos 
al siglo XXI. 
BIBLIOGRAFÍA 
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El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo XXI - Hugo Fazio vengoa

  • 1. EL ATAQUE A LAS TORRES Y EL DRAMÁTICO INICIO DEL SIGLO XXI Hugo Fazio Vengoa* El artículo analiza los ataques del 11 de septiembre buscando redimensionar el evento como un punto importante en la evolución del sistema internacional. Para ello, el autor estudia las razones que pudieron motivar el atentado y contempla las consecuencias que generará en el orden internacional no solo el suceso en sí, sino las acciones emprendidas como reacción a éste. Se evalúan también las diversas facetas en la posición asumida por Estados Unidos desde el momento de la arreme-tida terrorista, evidenciando los cambios en su política exterior así como las implicaciones de estas transformaciones en las agendas exteriores de otros países. Finalmente, el autor sugiere el advenimiento de importantes transformaciones en el papel del estado, la seguridad, el desarrollo económico internacional y el proceso de globalización, a la vez que plantea una oportunidad para que el papel de la comunidad internacional sea más positivo y cambie el actual escenario de odio y miedo que caracteriza a la nueva cruzada contra el terrorismo. Palabras clave: 11 de septiembre/ terrorismo/ Estados Unidos/ sistema internacio-nal. This article analyzes the terrorist attacks of September 11 in relation to the evolution of the international system. The author discusses the motivations behind the attacks, as well as evaluating their consequences and those of the international acions designed to counteract this threat, for the international system. The distinct postures adopted by the United States in light of the events of September 11, and the implications of shifts in U.S. foreign policy orientations for the foreign policies of other countries are also studied. Finally, the author highlights the onset of significant transformations in the role of the state, concep-tions of security, international economic development and the globalization process, while identifying new opportunities for a more positive role on the part of the international community in modifying current sentiments of polarization and fear that charaderize the global crusade against terrorism. Keywords: September 11/ terrorism/ United States/ international system. Una de las más interesantes disquisiciones en que la historia se acelera y el movimiento que nos ha legado la evolución de la disci- entra en una etapa de desarrollo vertigino-plina histórica durante el siglo XX es la idea so. Una de estas etapas la vivimos a finales de que el tiempo de la historia transcurre a de la década de los años ochenta con la caí-un ritmo diferente a la secuencia temporal da del muro de Berlín, acontecimiento que que reviste el calendario. Así como hay pe- puso fin a la división del mundo en Este y ríodos en los cuales el tiempo pareciera Oeste, dio término al ordenamiento mun-ralentizarse, encontramos otros momentos dial de la guerra fría, culminó con la desin- * Profesor titular del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universi-dad Nacional de Colombia y del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.
  • 2. 26 • Colombia Internacional 52 tegración de una de las dos superpotencias y acabó envolviendo a buena parte del pla-neta en el "tiempo mundial" de la globaliza-ción. Por lo general, en esos momentos de ace-leración de la historia algunos eventos se convierten en acontecimientos portadores de grandes y profundas significaciones. Es-tos "acontecimientos monstruos", para reto-mar una idea del historiador francés Pierre Nora (1974), se caracterizan por contener en su misma esencia la cualidad de establecer una ruptura entre el "antes" y el "después"; señalan la finalización de un período y traen en sí las semillas de un nuevo orden. Si la importancia de la caída del muro de Berlín consistió en haber sido ese aconteci-miento monstruo de proyección global que puso fin al "breve siglo XX", al decir de Erick Hobsbawm (1995), y nos proyectó hacia un futuro al situarnos en el movimiento envol-vente de la globalización, conviene pregun-tarnos si el ataque terrorista a las Torres Ge-melas en Nueva York y al edificio del Pentágono constituye un acontecimiento análogo en su significación a lo ocurrido los días 8 y 9 de noviembre de 1989 o si por el contrario, debemos interpretarlo simplemen-te como un hecho más episódico, más locali-zado y frugal, que no precisa ni un "antes" ni un "después". Pese a que es difícil determinar su alcan-ce porque nos encontramos aún bajo los efec-tos de los esplendores del fenómeno, coinci-dimos con el historiador británico Timothy Garton Ash (2001), cuando sostiene que el ataque terrorista se ubica a medio camino entre ambos tipos de eventos, pero más cer-ca del primero, aun cuando nunca llegue a revestir la carga valorativa que tuvo la caída del muro de Berlín, entre otras, porque, con el ataque terrorista el "después" no se confi-gura a partir de la carga simbólica que encie-rra el suceso, sino que depende en lo funda-mental de la voluntad y de las opciones políticas que se tracen los actores más influ-yentes del sistema internacional. En este sen-tido, podríamos asemejarlo más al asesinato del archiduque en Sarajevo en 1914, que sir-vió de detonante para la primera guerra mundial, sin que constituyera la explicación de esta conflagración mundial. MÓVILES Y SIGNIFICADO DE LOS ATAQUES Con el ánimo de demostrar esta tesis y hacer inteligible el fenómeno, debemos centrarnos en primer lugar en el mismo acontecimien-to y en las lógicas de que se hace portador. Al igual que ocurrió con los ataques a las emba-jadas norteamericanas en Tanzania y Kenia en 1998, este tipo de ataques, suicidas o no, no son reivindicados por nadie, por lo que las motivaciones que impulsan a estas fuer-zas a emprender tales actos quedan cubier-tas por un velo de silencio. De ello podemos extraer una primera conclusión: la acción no comporta el deseo de celebrar ningún tipo de negociación, por lo que no podemos analizarlo dentro de los marcos tradiciona-les de un conflicto entre dos actores conven-cionales. Por eso es menester crear un marco de análisis que nos permita aproximarnos a los móviles que se persiguen con este acto. Es en este contexto que adquiere toda su validez la pregunta ¿por qué los ataques se dirigieron contra las Torres Gemelas en Nue-va York y el edificio del Pentágono? Sobre el lugar donde se produjeron los atentados, además del hecho de ser el primero el cora-zón de la economía norteamericana y mun-dial y el segundo, el nervio central de la in-teligencia militar, Timothy Garton Ash
  • 3. El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo xxi • 27 (2001b), en otro de sus artículos, se pregunta sobre si los ataques habrían alcanzado el gra-do de solidaridad si hubiesen ocurrido en otros países de Europa, como el que se ha logrado en respuesta a los de Nueva York. "No, claro que no. América es parte de todos nosotros: la música, las películas, la televi-sión. Todo el mundo en Europa o ha estado en Nueva York o quiere ir a Nueva York" (Garton Ash, 2001b). Desde este punto de vista, el lugar donde se produjeron los aten-tados encierra una simbología y se hace por-tador de unos imaginarios que trascienden las fronteras de los Estados Unidos. En ese sentido, se puede sostener que si bien la po-tencia del norte constituía el blanco, tam-bién era un llamado de atención a todo el mundo. Sobre las razones del ataque, Jeremy Rifkin (2001) nos ofrece una sugestiva res-puesta cuando sostiene que si bien millares son las personas que se han favorecido del crecimiento del comercio mundial, millones son también los que han sufrido "el lado os-curo de la globalización y que consideran las Torres Gemelas como un símbolo del mal. De hecho, la globalización tiene un lado si-niestro, y negarse a reconocerlo y a hacer algo al respecto sólo puede polarizar más aún a la comunidad mundial y dar nuevos ím-petus a los movimientos extremistas" (Rifkin, 2001). En efecto, la globalización económica ha generado bienestar a sólo una parte de la población de la humanidad ("las 365 perso-nas más ricas del mundo disfrutan de una riqueza colectiva que excede a la renta anual del 40% de la humanidad" (Rifkin, 2001)) mientras que a nivel social ha contribuido a una tajante división entre aquellos que se encuentran insertos en los circuitos globales y los millones que se quedan marginados ("la mitad de la población del mundo está en la economía extraoficial del trueque y la subsistencia" (Rifkin, 2001)). En lo que res-pecta a las comunicaciones, uno de los cam-pos que más ha despertado la admiración de muchos en épocas recientes por los signifi-cativos avances que en este plano se han re-gistrado, no debemos olvidar lo que nos pre-viene el economista cuando escribe que "el 60% de las personas del mundo no ha hecho nunca una sola llamada telefónica". Por úl-timo, en el plano de la cultura, acota que subsisten "segmentos enteros de la humani-dad que sienten que sus historias irrepetibles y los valores que rigen sus comunidades es-tán siendo pisoteados por las empresas globales". Aunque la globalización, tal como se prac-tica en la actualidad, haya contribuido a crear un contexto idóneo de donde puedan sur-gir manifestaciones de rechazo al orden imperante y que el marginamiento de vastos sectores de la humanidad cree un caldo de cultivo para el estallido de acciones extre-mas, de ello no podemos inferir que la glo-balización constituya la explicación profun-da de este acto terrorista. Simplemente favorece la creación de un ambiente propi-cio del que se nutren ciertas manifestacio-nes de descontento y otorga a algunos un objetivo hacia el cual canalizar su ira. Si no podemos imputarle al rechazo de la globalización la explicación del acto, en-tonces, ¿qué motivó los ataques? ¿Será en-tonces que la respuesta la podemos encon-trar en el choque de civilizaciones -tesis que desde inicios de la década de los años no-venta popularizó el politólogo Samuel Hun-tington- el enfrentamiento de religiones, o es un rechazo de los desesperados pobres del mundo contra la opulencia del norte?
  • 4. 28 • Colombia Internacional 52 Nos parece que ninguna de estas tesis puede utilizarse para explicar los hechos ocurridos en Nueva York, aunque pueden contener una parte de la verdad. Muchos medios han podido regocijarse con las des-afortunadas palabras empleadas por el mag-nate de los medios de comunicación y Pri-mer Ministro de Italia, Silvio Berlusconi: "no podemos poner en el mismo plano a todas las civilizaciones. Hay que ser conscientes de nuestra supremacía, de la superioridad de la civilización occidental. Occidente se-guirá occidentalízando e imponiéndose a los pueblos. Ya lo ha conseguido en el mundo comunista y con una parte del mundo islá-mico" (La Repubblica, 2001). Esta afirmación le costó la condena por parte de altos dignatarios de buena parte del planeta, in-cluso de importantes dirigentes del mismo mundo desarrollado. Sin embargo, no esta-ría de más recordar que Berlusconi no ha sido el único que ha esgrimido este tipo de argumentaciones. El mismo presidente George Bush en su discurso ante el Congre-so, que le valió tantos y prolongados aplau-sos, utilizó expresiones como "cruzada", "los que están con nosotros y los que están con-tra nosotros", "hasta la victoria final" y deno-minó la respuesta militar al terrorismo como "Operación justicia infinita", lo que a su ma-nera también rememoraba un choque de ci-vilizaciones. Ello despertó suspicacias en el mundo musulmán y obligó a que las autori-dades norteamericanas tuvieran que cambiar la denominación del operativo por el no menos ambiguo de "libertad duradera". Nada permite aglutinar bajo un deno-minador común la heterogeneidad de los pueblos de Asia Central y el Medio Oriente, muchos de los cuales se diferencian por sus orígenes étnicos (persas, árabes, etc.), otros y a veces los mismos, por su pertenencia reli-giosa (cristianos, musulmanes de diferentes sectas, etc.), lenguas y singularidades en la evolución histórica1. Además de equivoca-da, una interpretación en estos términos es peligrosa. Hablar de "cruzada", "de lucha del bien contra el mal", "réplica devasta-dora", "están con nosotros, o están con los terroristas" es una retórica peligrosa, "no sólo porque algunas palabras, si manchan para siempre las conciencias, pueden en ciertos casos matar, sino porque también -y allí está la gran victoria de los terroristas-justifican exactamente la imagen que los integristas quieren de las democracias en el mundo" (Nair,2001). Tampoco podemos inscribir este aconte-cimiento dentro de una perspectiva que pri-vilegie el enfrentamiento entre religiones, porque, entre otros motivos, la mayor parte de los musulmanes ha condenado con sin-ceridad este acto terrorista, lo que de suyo descarta la validez de esta hipótesis; ni tam-poco representa un choque entre los pobres del mundo y el capitalismo mundial, aun-que la exclusión social conduzca frecuente-mente a la desesperación de la que se ali-menta el fanatismo. Como acertadamente escribe Manuel Castells: "es esencial distin-guir esta guerra de la oposición al modelo 1 ¿Qué similitud puede existir entre una Turquía que se inscribe dentro de la tradición del kemalismo - que sostiene que para progresar el país debe aceptar muchos elementos propios de la cultura occidental, incluidos los derechos para las mujeres, el aprendizaje de la ciencia moderna y la separación entre el estado y la religión- y un país como Irán, cuyos gobernantes consideran que se debe regresar al verdadero islam porque los problemas que enfrentan se deben al abandono de la esencia religiosa y la imitación de los "infieles"?
  • 5. El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo xxi • 29 neoliberal que representa el movimiento antiglobalización, porque esa asimilación conduciría a criminalizar dicho movimien-to y a sofocar el gran debate democrático so-bre los contenidos de la globalización que apenas se ha iniciado" (El País, 2001). Es, sin duda, en el plano político donde encontramos elementos de naturaleza más circunstancial que nos permiten alcanzar una explicación mucho más concreta de las motivaciones de los ataques terroristas, aun-que tampoco en este plano podamos encon-trar una respuesta unívoca. Valga que haga-mos una pequeña disgresión en torno a ciertos elementos históricos y a ciertas parti-cularidades que ha comportado la presen-cia de los Estados Unidos en el Medio Orien-te y Asia Central. Durante la época de la guerra fría, los Estados Unidos y algunos estados musulmanes de la región utilizaron a los grupos musulmanes radicales, llama-dos en ese entonces "freedom fighters", com-batientes por la libertad, como instrumentos en su política de contención del comunis-mo y de lucha contra todo régimen que a éste se le pareciera (los hermanos musulma-nes contra el Egipto de Nasser, el Sarekat-i-islam contra Sukarno en Indonesia y el Jamaati-islam contra Benazir Bhutto en Pakistán) (Ali, 2001). Fue en Afganistán don-de alcanzó mayor paroxismo esta asociación, pues se patrocinó a grupos rebeldes fundamentalistas para que contribuyeran a la lucha contra la presencia soviética en este país (Osama Ben Laden). Una vez que se al-canzaron los objetivos y los soviéticos se re-tiraron de Afganistán, los grupos rebeldes fueron abandonados a su propia suerte. Pero ello no se tradujo en una desmovilización de estos grupos por cuanto vivieron con en-tusiasmo su victoria sobre el comunismo. Por el contrario, durante la década de los años noventa mantuvieron su actividad y alcan-zaron cierta notoriedad al convertirse en sig-nificativas fuerzas de acción que se utiliza-ron en conflictos tan dispares como Afganistán, Sudán, Bosnia y Kosovo. La motivación que los impulsaba a inter-venir en ámbitos tan distintos radicaba en que sus acciones no sólo se focalizaban en luchar contra el comunismo. La oposición a la URSS era concebida como un simple en-granaje de una arquitectura mayor que con-sistía en la búsqueda de una simbiosis entre la política, el estado, la comunidad y el is-lam. El fundamento de esta concepción se articula en una lectura doctrinaria y muy ortodoxa del islam, tal como se presenta en la vertiente del wahabismo-yihadismo. Al respecto, Graham E. Fuller (2001) escribe: "el islam actúa en el mundo musulmán como vehículo natural de la política. Al igual que los occidentales consideran las revoluciones francesa y estadounidense como modelos de libertad frente a la tiranía, o la Carta Magna como doctrina básica de buen gobierno, en el mundo musulmán el Corán sirve de fuen-te de justicia, humanidad, buen gobierno y oposición a la corrupción. El islam propor-ciona la ideología tanto a la lucha interna contra el gobierno autoritario laico como a las minorías musulmanas que aspiran a libe-rarse del control frecuentemente estricto de los no musulmanes". Esta concepción se deriva de una inter-pretación muy ortodoxa de los textos sagra-dos del islam de acuerdo con una tradición que data del siglo XVIII y que fue elaborada en Arabia Saudí por Mohamed Abdul Wahab. Por ello, en Arabia Saudita, donde constituye la religión oficial, se conserva una serie de tradiciones muy fuertes y rígidas, entre las que sobresalen el hecho de que las mujeres deben permanecer cubiertas y no pueden ejercer funciones públicas, el aleo-
  • 6. 30 • Colombia Internacional 52 hol se encuentra proscrito, los delitos se cas-tigan con latigazos, amputaciones y ejecu-ciones (El País, 2001b). Esta es la concepción del Islam de la cual se hacen voceros Ben Laden y los talibanes en Afganistán. A ella sólo le agregan un ingrediente adicional, el yidahismo, que postula la lucha armada, la "guerra santa", contra todos los regímenes impíos, tanto de Occidente como de algu-nos estados aliados de éste en el mundo musulmán (Roussillon, 2001). Si para estos grupos la lucha contra el comunismo se inscribió dentro de la línea de una guerra santa contra el "mal", ciertos acontecimientos posteriores contribuyeron a que su centro de atención se desplazara en otras direcciones. En primer lugar, la guerra del golfo introdujo una ruptura entre los estados musulmanes que apoyaron la coali-ción internacional en contra de Irak y estas redes que pregonaban la guerra santa, que se ubicaron en el bando opuesto. El repudio a esta guerra se basó en que se estaba toleran-do una fuerte presencia extranjera en la re-gión, varios de los países de la zona se esta-ban adscribiendo a un plan geoestratégico diseñado en Occidente, se atacaba a un país musulmán y se estaba permitiendo la ocu-pación extranjera, así fuera momentánea, de regiones sagradas para el islam. A ello, con el correr del tiempo se sumó la estricta apli-cación de las resoluciones de la ONU, que ha mantenido un injusto embargo de diez años sobre Irak, mientras que frente a Israel la "comunidad internacional" no ha mos-trado la misma determinación para impo-ner los dictámenes de la ONU. Ello permite también entender porqué Arabia Saudita se ha convertido en uno de los blancos predilectos de las redes terroris-tas, monarquía cuya animadversión igual-mente convoca. El hecho de que en el terri-torio de este país se encuentren dos impor-tantes lugares sagrados de los musulmanes, la Meca y Medina, ha conducido a que estos grupos interpreten la permanencia de tro-pas norteamericanas (desde la guerra del golfo se encuentran estacionados siete mil soldados norteamericanos en Arabia Saudita) como una claudicación frente a fuerzas "im-pías". Arabia Saudita simboliza la represen-tación de un régimen despótico, corrupto y fuertemente apoyado desde el "extranjero" que cumple un importante papel de "estabi-lizador" del orden regional que las poten-cias occidentales quieren imponer en el Medio Oriente. Igualmente representa un objetivo estratégico en el diseño político de estas redes terroristas por cuanto es un país donde existe una sólida presencia islámica en sus vertientes más ortodoxas pero que constituye al mismo tiempo la "avanzada" de Occidente en la región. Como señala Tzvetan Todorov, "los instigadores de los atentados del 11 de septiembre tienen la mira puesta más en los países islámicos que en nosotros. Su objetivo es reforzar su dominio sobre Pakistán, sobre Arabia Saudita. Afganistán ya lo consiguieron. Por consi-guiente, estamos ante un proyecto de poder" (El País, 2001c). En tercer lugar, no se puede pasar por alto el irresuelto proceso palestino-israelí, la política de dos pesos, dos medidas, aplicado al conflicto por la prepotencia israelí, país que durante todos estos años ha contado con el apoyo incondicional de los Estados Uni-dos. No es de extrañar que durante todo este largo conflicto, la posición de los palestinos haya terminado sufriendo una importante evolución: de su anterior defensa a la crea-ción de un estado laico en Palestina se ha transitado a una situación en la cual cada vez se fortalece más la presencia del islamis-mo radical como manifestación de la impo-
  • 7. El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo xxi • 31 tencia de la anterior opción política que se estrelló contra "el muro de Israel y el apoyo cerrado que recibe de Estados Unidos" (Ridao,2001). En cuarto lugar, el carácter transnacio-nal que han asumido estas redes de terroris-tas islámicos obedece a que tanto los árabes como los musulmanes cada vez se identifi-can menos con los estados naciones diseña-dos en la época poscolonial. Las transforma-ciones a nivel global han erosionado las asociaciones civiles y de alguna manera han descompuesto al estado, órgano que en el Medio Oriente es y ha sido siempre percibi-do como el realizador del bien colectivo (Kamal y Samatar, 1996:188). Esta alineación es lo que explica porqué es difícil encontrar otra región del planeta en la que parte im-portante de la población asuma una actitud contestataria con la globalización como ha ocurrido en el Medio Oriente, aun cuando sólo en ocasiones se pase de las palabras a los hechos. "El islamismo se ha convertido en el refugio después de todos los fracasos, que han desacreditado los regímenes y con ellos el estado que expresaban" (Valli, 2001). Igualmente ello es lo que explica porque es-tas redes terroristas convocan a individuos de diferentes países, para los cuales el debi-litamiento de los referentes identitarios na-cionales y/o estatales son sustituidos por identificaciones de tipo religioso. Es decir, el carácter transnacional de estas redes no es el resultado de la globalización, aun cuando en sus acciones se valgan de los intersticios creados por ésta, sino del desdibujamiento de la institucionalización de la política que en un primer momento fue más nacionalista y política que religiosa, pero que, ante la imposibilidad de alcanzar dichos objetivos y validar estados con perspectivas naciona-les, terminó suplantando el componente político a favor de la identidad religiosa. Es decir, el auge de los integrismos ha sido el producto de la incapacidad de los países de la región de alcanzar mecanismos que ga-ranticen la legitimidad política. Esta débil legitimidad crea un vacío que permite la amplia expansión de movimientos populis-tas e integristas que intentan resolver los pro-blemas mediante los conflictos y las guerras civiles (Saghiyen, 2001). La opción violenta que estas redes validan se produce en parte por la identificación y entronización de las clases dirigentes árabes y musulmanas con los circuitos globalizantes que abren un bo-quete entre estas y las masas desarraiga-das urbanas y rurales. "Al renunciar a to-mar el poder en la mayor parte de los países musulmanes, el movimiento islamista no tiene, pues, otra elección que entre su auto-destrucción y la violencia. (Touraine, 2001). En quinto lugar, de lo anterior se puede desprender la tesis de que el auge de los mo-vimientos islamistas ha consistido en recons-truir formas de identidad que permitan ce-rrar la brecha que existe entre modernización y tradición "con base en una nueva versión pura del islamismo que está más allá de la historia, que se enfrente tanto a la cultura-mundo de Occidente como a la comunidad tradicional. No es por lo tanto un retorno religioso, es la generación de un nuevo or-den que rechaza la libertad individual y la ciudadana, en nombre de un neocomu-nitarismo radical y que arranca su legitimi-dad de una construcción religiosa que con-cibe a la modernidad como una blasfemia contra la revelación del islam" (Ottone, 2000:38). De estas motivaciones que encontramos en los ataques podemos concluir que estos actos tenían dos finalidades precisas. De una parte, sembrar el terror en el adversario y, de
  • 8. 32 • Colombia Internacional 52 la otra, "suplir la ausencia de todo trabajo de implantación social entre las poblaciones de las que se valen, buscando con la adhesión emotiva la movilización espontánea de las masas" (Kepel, 2001). En síntesis, una parte sustancial de la po-blación del Medio Oriente se encuentra en una temporalidad que le es propia y por lo tanto parece que está poco interesada y poco dispuesta a ser permeada por las dinámicas sistémicas globales y anhelan con ahínco definir su propio lugar en el mundo. Al res-pecto, un analista hace algunos años, escri-bía: "El nivel regional no es más fácil de de-finir en sí o en su relación con el centro del sistema en formación; las diferentes regio-nes del mundo no viven ni en el mismo tiem-po, ni con la misma intensidad, ni con la misma certeza, la actual mutación del siste-ma global" (Salame, 1992:6). Complicado es, por lo tanto, sintetizar las motivaciones que pueden esconder estos ataques. Generalizan-do puede sostenerse que existen factores de índole local-regional (fragilidad de los esta-dos, volatilidad de los referentes políticos de construcción de comunidad, divorcio en-tre élites y masas populares, debilitamiento de los cauces institucionales de representa-ción y acción política, marginamiento y empobrecimiento de vastos sectores socia-les), regional-internacional (errática políti-ca norteamericana en el Medio Oriente, uti-lización instrumental de algunos estados por parte de Occidente, prolongadas situacio-nes de conflictividad) y regional-global (di-sonancia entre la temporalidad regional y la mundial, frágil inserción en los circuitos globales en tanto que el petróleo constituye el principal, por no decir único, eslabona-miento). De todo esto se puede extraer una segunda conclusión: la respuesta a los ata-ques terroristas no puede simplificarse en una demonización de quienes perpetraron, inspiraron o instigaron estos ataques. La res-puesta, más allá de las retaliaciones inme-diatas, debe comportar una visión de con-junto que busque dar explicación a estos problemas, porque sólo ello podrá servir para prevenir la repetición de situaciones análo-gas en el futuro inmediato o lejano. LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS DE LOS ACTOS TERRORISTAS Como señalábamos con anterioridad, este ataque a las torres por sí solo no da lugar a un "acontecimiento monstruo" global como fue la caída del Muro de Berlín en el sentido de que aquel en su esencia contenía las se-millas del ordenamiento del mundo en tor-no a lo que se ha denominado la globaliza-ción y la democracia de mercado. Por el contrario, el ataque a las torres se convertirá en constructor de futuro sólo en la medida en que existan actores que entren a reconfigurar el orden mundial y a resolver de raíz los motivos que impulsaron a secto-res de terroristas transnacionales a empren-der esta masacre. Para poder precisar la cali-dad de la respuesta debemos ante todo determinar cuáles han sido las consecuen-cias inmediatas que tuvo el ataque a las To-rres Gemelas. Un primer efecto inmediato de este ata-que, imposible de medir pero que se con-vierte en una variable con la cual debemos contar, probablemente consistirá en el ejem-plo demostración que puede despertar en este y otros grupos terroristas. Algunas ex-periencias históricas previas ya nos habían demostrado la importancia que tenía recu-rrir a acciones terroristas. Después de los lar-gos años en los cuales los kosovares empren-dieron una resistencia pasiva para obtener legítimos derechos frente a la arrogante
  • 9. El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo xxi • 33 Serbia, sus estrategias no despertaron el in-terés ni de los políticos europeos ni de los medios de comunicación internacionales. Pero cuando el Ejército de Liberación de Kosovo decidió optar por la estrategia terro-rista, fue cuando Europa Occidental empe-zó a preocuparse por el conflicto y terminó defendiendo su causa (Garton Ash, 2000). Algo similar ha ocurrido con el ataque a las torres. Sin que ello pueda utilizarse como justificación de tan atroz acto, la atención se ha concentrado a tal punto en la región del Oriente Próximo que las posibilidades de resolver las diferentes tensiones que existen en la zona han aumentado de manera exponencial. (Es interesante recordar la tar-día declaración del gobierno norteamerica-no de apoyar la creación de un estado palestino, con lo cual sin duda se ha busca-do ganar el apoyo de los árabes en la cruza-da militar contra Afganistán). Pero, el "éxi-to" alcanzado por este acto terrorista ¿no motivará a otros grupos de esta red, o sim-plemente a otros grupos, a intentar emular y repetir este tipo de acciones, sobre todo si la respuesta de Estados Unidos se adapta a sus propósitos? Es ahí por donde podemos su-poner que el terrorismo ha ingresado con gran fuerza en la agenda y en la vida política internacional. Que el terrorismo internacional se con-vierta en una nueva y poderosa arma políti-ca, en ningún caso lo legitima. Desde todo punto de vista el terrorismo constituye un error monumental. Un ataque como el per-petrado al pueblo norteamericano con el derribo de las Torres Gemelas seguramente puede producir resultados opuestos a los es-perados por los promotores de dichos ata-ques. Hace más difícil que la opinión públi-ca de los países que sienten como suya esta amenaza puedan presionar a sus respecti-vos gobiernos sobre la necesidad de favore-cer profundas transformaciones en el siste-ma internacional. Valga la pena recordar que una fuerza decisiva que impulsó al gobier-no norteamericano a retirar las tropas esta-dounidenses de Vietnam fue la presión de vastos sectores de la sociedad norteamerica-na que se movilizaron en contra de las velei-dades intervencionistas del gobierno. Por el contrario, en el caso de las Torres Gemelas encontramos que se ha producido la situa-ción contraria. De ser un gobierno frágil y poco popular, el de Bush cuenta en la actua-lidad con un elevado respaldo para llevar a cabo la represalia y seguramente no habrá grupo social o político que esté dispuesto a impedir la transferencia de fondos al sector militar, incluso si ello termina debilitando aún más la ya de por sí frágil área social. Como escribe Vincenc Navarro (2001), "las mayores víctimas del terrorismo serán, pues, las propias clases populares de Estados Uni-dos y los mayores beneficiarios serán los grandes grupos militares e industriales in-fluyentes en el gobierno del presidente Bush, que estimularán las tensiones internaciona-les que refuerzan a su vez, a las derechas de la mayoría de países del norte". Es decir, con el ataque los únicos sectores que finalmente terminan beneficiándose son precisamente aquellos que los terroristas pretendían demonizar. Los perdedores somos todos los demás, incluidos los fanáticos musulmanes que han quedado privados de algunos de sus anteriores bastiones de apoyo. El mismo Jeremy Rifkin (2001), que citá-bamos con anterioridad, nos previene sobre lo que podría ser una segunda consecuen-cia del ataque: el establecimiento de un esta-do policíaco. "A raíz de los ataques terroris-tas contra Estados Unidos, corremos el riesgo de perder la inocencia que nos ha hecho tan abiertos y acogedores con los extranjeros, (...) ya estamos empezando a desconfiar de los
  • 10. 34 • Colombia Internacional 52 extranjeros. Nuestro miedo creciente a los enemigos desconocidos que están entre no-sotros podría alimentar el tipo de paranoia de moda contra los grupos religiosos, étnicos y raciales que socavaría para siempre el espí-ritu de apertura que es el sello del modo de vida estadounidense y la clave de nuestra grandeza. En nuestro deseo desesperado de seguridad personal y colectiva podríamos renunciar a nuestras más preciadas liberta-des civiles y acabar en un estado policial. Si esto sucediera, entonces los terroristas res-ponsables de los ataques a las Torres Geme-las y el Pentágono habrán conseguido una victoria mucho mayor, al haber mutilado el peculiar espíritu estadounidense". Esto no es simplemente una posible evo-lución de las que nos previene el célebre eco-nomista. El fiscal general de los Estados Uni-dos, John Ashcroft, solicitó al Congreso norteamericano la aprobación de un conjun-to de medidas antiterroristas entre las que se encuentran la posibilidad de practicar de-tenciones en casos excepcionales por tiem-po indefinido, que la policía pueda realizar registros no autorizados expresamente por el juez y que la cobertura del delito de terro-rismo se extienda hasta el punto de que sea posible condenar a una persona por mera "asociación", aunque no le sea probada nin-guna actividad terrorista concreta. (El País, 2001 d). Si bien el Congreso de los Estados Unidos ha mostrado sus reticencias a apro-bar este tipo de medidas, la mera presenta-ción de este plan, así como la declaración del gobierno británico de endurecer las con-diciones de asilo y suspender en parte la Convención Europea de Derechos Huma-nos que hace poco había suscrito el gobier-no británico, argumenta a favor de la even-tual evolución de los sistemas de seguridad internos en muchos países desarrollados. Las empresas de la "nueva economía" han com-prendido claramente esta situación y están desarrollando a pasos agigantados nuevos componentes de seguridad que permitan hacer frente a estas inciertas situaciones de inseguridad que puede generar el terroris-mo. No debemos extrañarnos si esta rama de la economía se vuelve una de las más diná-micas. O sea, la derechización en la resolu-ción de los asuntos internacionales segura-mente irá acompañada probablemente de una derechización en el manejo de las polí-ticas domésticas. En tercer lugar, los ataques del 11 de sep-tiembre demostraron que cualquier socie-dad, incluida la más desarrollada, es vulne-rable a este tipo de acciones. De esto se pueden desprender dos lecturas inmedia-tas: de una parte, el escudo antimisiles que con tanto celo habían defendido los "halco-nes" de la administración Bush ha quedado hecho trizas, porque el programa siempre partía del supuesto de que el ataque proven-dría del exterior, pero nunca desde el mismo espacio aéreo norteamericano. "Hasta el bru-tal despertar del martes, la administración de Bush estaba convencida de que la seguri-dad norteamericana exigía un enorme au-mento del presupuesto de defensa (40 mil millones más de dólares), y dedicar la mayor parte de ese presupuesto, primero a la crea-ción de un sistema de defensa contra misiles nucleares y, segundo, el desarrollo de la ca-pacidad militar estadounidense en el espa-cio. El ataque producido esta semana, de la teología contra tecnología y sin ningún es-tado a la vista, demuestra hasta que punto se equivocaba Bush al pensar que puede alcan-zar la invulnerabilidad de Superman" (Carlin, "El fin de una era, El País, s/f.). De la otra, ya existen serios indicios de un notable incremento del gasto en defensa por parte del gobierno norteamericano. Pero
  • 11. El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo xxi • 35 lo más importante no será tanto la cuantía destinada a la defensa como la reorientación que le imprimirá a los ejes sobre los cuales se fundamenta la política exterior norteameri-cana. Desde 1992, Bill Clinton se había pro-puesto unir a las naciones del mundo por medio de una red de interdependencia eco-nómica, lo que se tradujo en un relativo des-plazamiento de las élites militares. Tras el ata-que seguramente se va a asistir a un vuelco en esta relación otorgándole mayor campo de maniobra al aparato militar porque ahora el gobierno Bush encontró los medios que le sirven de pretexto para retonificar la con-cepción realista de la cual se hace portador por encima de la visión y la práctica interdependentista heredada del gobierno de Clinton (Clemons, 2001). Los medios no han escapado a esta tendencia. Es muy sin-tomático el hecho de que si hasta no hace mucho los espacios de opinión de gran au-diencia estaban en manos de economistas, hoy por hoy, su lugar ha comenzado a ser ocupado por personas vinculadas a los apa-ratos militar y de seguridad. Igualmente es ilustrativo el hecho de que si tras la apertura de la bolsa de Nueva York las acciones de la mayoría de las grandes empresas cayeron en picada, incluidas las de la "nueva economía", un repunte muy significativo presentó la cotización de acciones de las industrias que suministran pertrechos militares. De ahí que probablemente ingresemos a una era en la cual se establecerán correspondencias ma-yores entre los componentes internos y ex-ternos de la seguridad militar. Ahora bien, vale la pena destacar que un mayor presupuesto y la centralidad del com-ponente militar de por sí no garantiza que Estados Unidos vaya a estar mejor prepara-do para resolver los problemas a que deberá hacer frente. De una parte, porque los países desarrollados dejaron de tener el monopo-lio de la destrucción masiva. De la otra, por-que los nuevos desafíos mundiales ya no tie-nen lugar a partir de un esquema tradicio-nal de conflictos entre estados, concepción que sigue siendo la predominante entre los estrategas del Pentágono. Más bien, el mun-do está evolucionando hacia un esquema de conflictos asimétricos (Bishara, 2001) para los cuales la pesada maquinaria militar norte-americana se encuentra mal adaptada. Es decir, mayor presupuesto en defensa no cons-tituye garantía de que se pueda prever y re-solver el tema de la seguridad a no ser que la seguridad se conciba como un mecanismo único que integre la dimensión interna y la internacional. Pero como bien ha quedado demostrado tras el ataque a las torres, estos conflictos asimétricos, que poco tienen que ver con la guerra convencional, no prevén alcanzar una victoria militar; su objetivo principal consiste en sembrar un clima de terror. Es una nueva forma de violencia por-que es dispersa y no se encuentra mediatiza-da directamente por un estado. El arma de destrucción probablemente más utilizada no será el armamento nuclear, sino las armas bio-lógicas, la llamada "bomba nuclear de los pobres", que tiene un bajo costo y es fácil de construir dados los avances registrados por la ingeniería genética. Parece que las élites dirigentes de los países centrales, con el go-bierno norteamericano a la cabeza, no han comprendido a cabalidad que se está ante algo totalmente nuevo. Por ello se han em-peñado en encontrar un blanco que cohesione (Ben Laden, Afganistán), incluso con anterioridad a que se tuviese claridad de su participación. En cuarto lugar, si luego del fin de la guerra fría se había incrementado el senti-miento de los norteamericanos "de ser un pueblo escogido que habita una tierra pro-metida", el 11 de septiembre demostró que
  • 12. 36 • Colombia Internacional 52 no existe lugar en la tierra, por rico y pode-roso que sea, que pueda soñar seguir vivien-do en una torre de cristal. Si la inseguridad en sus diferentes manifestaciones era una realidad cotidiana de muchas regiones periféricas ahora se ha instalado en el cora-zón del mundo. Ha demostrado que la in-terdependencia no es sólo una cualidad de la economía, sino también de la política y de los imaginarios. En quinto lugar, uno de los ámbitos don-de se percibirán con más fuerza las conse-cuencias de los ataques terroristas será en el campo de la política exterior. De modo in-mediato, porque los anteriores y urgentes temas de la agenda han pasado a segundo plano, lo que denota un esfuerzo por cam-biar los centros de atención de la política exterior de Estados Unidos y de varios esta-dos europeos. Así, por ejemplo, después de que se proclamara en varias oportunidades que para la nueva administración norteame-ricana no había asunto más importante que las relaciones con México en este instante el Reino Unido es considerado el "amigo más sincero". Pero lo más durable en este plano segu-ramente será el hecho de que los ataques te-rroristas le darán un norte al accionar políti-co de los Estados Unidos en el mundo. Recordemos que el término "cruzada" ya antes se había empleado contra el comunis-mo, guerra que también se definía en térmi-nos del bien contra el mal. No eran meras palabras cuando el director del Instituto de Estudios de Estados Unidos, adjunto a la Academia de Ciencias de la URSS, Georgui Arbátov, declaraba en plena época gorba-choviana: "¡les vamos a hacer una cosa te-rrible. Los vamos a privar de la imagen del enemigo!". Desde entonces, la política exte-rior norteamericana careció de una estrate-gia que le asignara sentido a su accionar en el mundo y orientara su actuación a nivel internacional. Durante el mandato de Bush padre se propuso favorecer la instauración de un nuevo orden mundial, pero sus accio-nes, así como las de su sucesor en la Casa Blanca, distaron enormemente de esa finali-dad. "Milagrosamente", escribe Ignacio Ramonet (2001), "los atentados del 11 de sep-tiembre le restituyen un elemento estratégi-co mayor, del cual los había privado la Unión Soviética durante diez años: un adversario. ¡Por fin!". En sexto lugar, la economía resintió du-ramente los ataques con importantes caídas registradas en las principales bolsas inclui-da la de Nueva York. No tanto por las des-trucciones ocasionada por el acto terrorista, que de acuerdo con estimaciones de Paul Krugman (2001) en ningún caso pueden ser superiores al 0,1% de la riqueza de los Esta-dos Unidos, como por los efectos que tiene la implantación de una economía de guerra que sin duda tendrá consecuencias mayo-res: "Un gobierno que insistía en que los ciu-dadanos debían hacerse cargo de sí mismos ha demostrado de pronto su lado más com-pasivo: hacia sectores empresariales, como las líneas aéreas y compañías de seguros, amenazadas por las consecuencias del ata-que. Un descenso del dólar no sería mal re-cibido por una gran parte de la industria estadounidense, después de que un dólar fuerte les permitiera invertir a bajo precio en gran parte del mundo" (Birnbaum, 2001). Un mes después de los atentados se han rea-lizado ayudas directas e indirectas prove-nientes de fondos federales que ascienden a los 115 mil millones de dólares.
  • 13. El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo xxi • 37 ALGUNAS CONSECUENCIAS DE LA REACCIÓN DEL GOBIERNO NORTEAMERICANO Desde el ataque del día 11, la actitud del go-bierno norteamericano ha pasado por tres etapas. En un primer momento, existió la presión por parte de los sectores más duros en el gobierno de que debía producirse una respuesta rápida e inmediata contra los even-tuales terroristas. La reacción del "ojo por ojo, diente por diente", se asemejaba al com-portamiento israelí o al vaquero del Oeste, que cada vez que se siente asediado, respon-de con reacciones instintivas e inmediatas. Pero el hecho de que en esos primeros mo-mentos no existiese un enemigo claramente identificado, obligaba a contener la ira, por-que se desconocía el blanco. En un segundo momento, se invocó el capítulo V del Tratado del Atlántico Norte que prevé que el ataque contra un miembro de la alianza representa un ataque a todos los miembros de la organización. Esta nueva postura obligaba a la prudencia ya que pre-veía una coordinación, ubicaba la negocia-ción diplomática por encima de la vendetta unilateral, pero no estaba exenta de graves problemas. El principal era que una reac-ción en estos términos se asemejaba a un ata-que de Occidente contra el mundo, lo que hubiese validado la peligrosa tesis del cho-que de civilizaciones, y hubiera podido traducirse en un distanciamiento de algu-nos estados musulmanes, el apoyo clandes-tino a redes terroristas y un rechazo a la sem-piterna arrogancia de Occidente. Para aislar a los terroristas no sólo se ne-cesitaba el concurso de Occidente, sino tam-bién el apoyo de los países árabes y musul-manes en particular y de la comunidad mundial en general. Por ello se requirió como algo perentorio el aval de la ONU. El sábado 29 de septiembre, no sin antes tener que can-celar una parte de la deuda que Estados Uni-dos arrastraba desde hace años con la ONU (600 millones de dólares), el Consejo de Se-guridad, invocando el capítulo 7 de la Carta de las Naciones Unidas, que le da al acuerdo un carácter imperativo y lo convierte en un elemento de derecho internacional, aprobó una resolución que obliga a los 189 países miembros de la organización a luchar con-tra el terrorismo, congelar sus medios de fi-nanciación y negarle cualquier tipo de apo-yo político y diplomático. El escenario creado con el aval logrado en la ONU indu-ce a grandes reacomodos en la vida interna-cional: de una parte, convierte el tema de la lucha contra el terrorismo en un asunto mundial y lo ubica en un lugar elevado de la agenda internacional. De la otra, genera unos consensos necesarios que conducen a grandes transformaciones geopolíticas. De esta actitud cautelosa y firme del go-bierno norteamericano se desprenden gran-des e importantes derivados. Washington ha comprendido que no puede seguir actuan-do unilateralmente, tiene que abandonar su tradicional autismo y asumir una posición más consensuada en relación al complejo escenario mundial, lo que se traducirá, si la comunidad internacional lo acompaña, en un cambio en su modo de operar en la vida y en la dinámica internacional. Si el aban-dono del tratado de Kyoto, el rechazo del protocolo de verificación del tratado que prohíbe las armas biológicas (qué paradoja, esto es ahora lo más temido), la renuncia a entrar en la negociación sobre el tráfico de armas de pequeño calibre, el desistimiento de ratificar la convención que crea una corte criminal internacional, la intensión procla-mada de apartarse del tratado anti misiles entre Washington y Moscú y el abandono
  • 14. 38 Colombia Internacional 52 de la Conferencia de la ONU sobre el racis-mo habían sido claras demostraciones de la voluntad unilateralista en que se había em-peñado el nuevo gobierno de Washington, ahora, en condiciones en que parece primar la voluntad diplomática y negociadora, es previsible para un futuro próximo una acti-tud mucho más constructiva por parte de la administración Bush en torno a muchos te-mas de la agenda internacional. La buena noticia es otra idea que surge de las cenizas de la tragedia, "ojalá, que ahora quede más claro para todos que ni siquiera el país más poderoso puede andar solo por el mundo. Muchos de los instintos unilateralistas tan evidentes al principio de la administración Bush afortunadamente se atemperarán aho-ra que la lucha contra el terrorismo requiere la cercana cooperación de otros países" (Naim,2001). Los cambios a nivel geopolítico serán consecuencias no menores. De una parte, las guerras contra el terrorismo y todo lo que pueda parecérsele han encontrado nuevos fundamentos de legitimidad. El gobierno ruso comprendió rápidamente la situación y ha utilizado todos los escenarios posibles para presentar la guerra que actualmente li-bra contra la separatista república chechena como una guerra contra el terrorismo. "La mano de quienes ponen las bombas en Nue-va York y Washington es la misma que la de los atentados en Moscú. Los rebeldes chechenos son fundamentalistas con méto-dos terroristas", aseveró hace algunos días el Jefe de Estado ruso (El País, 2001e). Hoy por hoy, no sólo está legitimada la guerra contra Chechenia, sino que también Occidente ten-derá a hacer la vista gorda ante los abusos y violaciones de los derechos humanos que se presenten en este conflicto. Otro foco de ten-sión que puede tener un desenlace inespe-rado es el palestino-israelí. La necesidad que tiene Estados Unidos de contar con el apoyo de los países árabes y musulmanes puede convertirse en un acelerador que presione a las fuerzas y particularmente a los israelíes para que pongan fin al conflicto y despejen el camino para una salida negociada. Se está asistiendo igualmente a un im-portante cambio geopolítico en el Medio Oriente. Si durante la guerra fría presencia-mos una "bipolaridad" que, con la sola ex-cepción de la revolución iraní de 1979, se enmarcaba dentro de los parámetros de la oposición Este-Oeste; en la década de los años noventa se asistió a otra forma de "bipolaridad" a nivel regional que se estructuraba a partir de la actitud que se asu-mía frente a los Estados Unidos dividiendo a la región en países pro y anti norteameri-canos, ahora se está evolucionado hacia el despliegue de una amplia tonalidad de gri-ses dentro de este segundo marco de bipolaridad, con países más conciliadores (Siria), tibios aliados (Egipto) y "adversarios amistosos" como Sudán (Le Monde, 2001) e incluso Irán que ha declarado su intención de apoyar a Estados Unidos en la lucha con-tra el terrorismo, siempre que esta acción se realice bajo el amparo de la ONU (El País, 2001Í). Igualmente, se asiste a importantes trans-formaciones en la actitud de los países occi-dentales y principalmente de los Estados Unidos frente a los que hasta no hace mu-cho se consideraban países problemas. El le-vantamiento de las sanciones económicas que pesaban sobre la India y Pakistán, el res-paldo a Rusia en el conflicto que libra con Chechenia, la actitud más benevolente fren-te a Uzbekistán, antigua república soviética que ha encarcelado a millares de musulma-nes, el afianzamiento de la cooperación en-tre Estados Unidos y China, incluido el com-
  • 15. El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo xxi • 39 ponente militar y la suscripción en tiempo récord del acuerdo bilateral con Jordania son una buena ilustración de ello. Pero en esto también hay un reverso de la medalla. No sólo Estados Unidos tiene in-terés en operativizar estas rectificaciones con el propósito de fortalecer su alianza anti-te-rrorista, sino que todos estos países intentan también sacar tajada de la alianza. China, probablemente el próximo mayor importa-dor mundial de petróleo del mundo, no tie-ne ningún interés en que toda esta zona rica en hidrocarburos quede bajo el directo con-trol de los Estados Unidos, sobre todo por-que además de la tradicional presencia de la potencia del norte en el Medio Oriente, a partir de los ataques contra Afganistán am-plía su radio de acción e influencia a Asia Central, incluida una parte de la anterior Unión Soviética. De ahí que China se haya unido a la alianza y colabore con Estados Unidos para participar en los rediseños geopolíticos que se puedan presentar en la región una vez "finalice" el conflicto. Rusia, que tras las creación de la Comu-nidad Euro-asiática ha intentado poner nue-vamente a varios de los estados surgidos de las cenizas de la URSS bajo su influencia, igualmente ha operativizado un importante cambio de actitud. De haber sido un tradi-cional país "contestatario" tanto durante la época de la Unión Soviética como en los años del largo mandato de Boris Yeltsin, ahora se ha convertido en un país "colaboracionista" y ha pasado a favorecer la alianza con Esta-dos Unidos para aumentar su presencia e influencia en la región (incluso se ha com-prometido a suministrar armas a la rebelde Alianza del Norte que combate al régimen de los talibanes). Nada de extraño que una vez "finalice" el conflicto de modo implícito se le asigne o intente asumir la función de "gendarme regional" (sobre todo en el Asia Central ex soviético) para evitar la prolifera-ción de redes terroristas musulmanas. Tanto para China como para Rusia esto constituye un tema de primer orden, tal como lo testi-monia el acuerdo de Shanghai suscrito en-tre estos dos países junto con Uzbekistán, Kazajstán y Kirguistán para resolver los pro-blemas de Asia Central. Pakistán, tradicional aliado de los Esta-dos Unidos, se encuentra en una delicada situación, porque a la tensa frontera que lo separa de India, país al que le disputa la re-gión de Cachemira, la evolución de los acon-tecimientos puede deparar que en su fronte-ra con Afganistán surja un nuevo foco de tensión, esta vez en su flanco Oeste. Irán, gran y prudente potencia regional, tendría mu-cho que ganar con un debilitamiento de los talibanes porque entre las fuerzas opositoras a estos se encuentran importantes aliados suyos. Puede ser que su radio de influencia aumente sensiblemente, lo que de suyo no será del agrado de los norteamericanos que consideran a Irán como uno de sus princi-pales "enemigos" en el mundo. Otros cam-bios imprevisibles que pueden presentarse, sobre todo si el conflicto se prolonga o ter-mina afectando a otros países, se refieren a la profundización del debilitamiento de algu-nos estados de la región que pueden encon-trarse en serias dificultades para contener un aumento del malestar social anti norteame-ricano, tal como lo testimonian las grandes movilizaciones que han sacudido a Egipto, Pakistán e Indonesia. También es probable esperar cambios de gran envergadura en el mismo continente europeo. Probablemente se fortalecerá el papel de Gran Bretaña como puente entre Europa y EE.UU; Rusia está presionando para ser aceptada como miembro de pleno
  • 16. 40 • Colombia Internacional 52 derecho en Occidente y en Europa (Rusia se ha comprometido a proveer hidrocarburos a Europa en caso de que surjan problemas de suministro y el canciller alemán, G. Schroeder, dejó abierta la posibilidad de que su gobierno se convierta en abanderado para el ingreso de Rusia a la OTAN) (El País, 2001g); la OTAN ha demostrado que sigue siendo una institución necesaria para las naciones más desarrolladas; probablemente la ampliación de la Unión Europea (UE) su-fra algunos tropiezos en razón de la impor-tancia que están adquiriendo los temas de seguridad, aspecto que deja a algunos can-didatos a ingresar en posición de debilidad; los Balcanes se convertirán en una preocu-pación exclusivamente europea; por último, la política exterior y de seguridad común de la UE probablemente dejará de pensarse como un eventual contrapeso o alternativa a la política norteamericana, para constituirse en un complemento de las acciones conjun-tas (Garton Ash, 2001c). Por último, el hecho de que el núcleo cen-tral de la alianza antiterrorista esté constitui-do por la OTAN implica un fortalecimiento del eje atlántico en detrimento del pacífico. Después de finalizada la guerra fría, fueron innumerables las declaraciones de las auto-ridades norteamericanas que precisaban que las relaciones con los países del sudeste asiá-tico se convertirían en la principal priori-dad de la política exterior de Washington. Estas declaraciones, aunadas al crecimiento de los intercambios entre las dos orillas del pacífico, generaron un gran desconcierto en los países de la Unión Europea que respon-dieron con su propuesta de Alianza Atlánti-ca para intentar conservar sus estrechos vín-culos con los Estados Unidos. En las actuales circunstancias, la solidez de la reciente alian-za creada entre este último y la mayor parte de los países europeos a través de la OTAN, y el apoyo brindado por la Unión Europea al gobierno norteamericano en su lucha anti terrorista, le han devuelto la centralidad al eje atlántico en los aspectos político, militar y de seguridad nacional, regional e inter-nacional y dada la imbricación que existe entre economía y política, esta centralidad también se expresará en el plano económi-co. El siglo XXI no será del pacífico, sino del atlántico. EVENTUALES CONSECUENCIAS A MEDIANO Y LARGO PLAZO Si bien no es nada fácil predecir cuáles po-drán ser las evoluciones futuras, las dinámi-ca de las cosas nos permiten suponer algu-nas transformaciones probables y otras deseadas. Entre las primeras, tenemos ante todo las siguientes: los atentados han agudizado y profundizado la recesión nor-teamericana. La gravedad de esta situación radica en que nunca, desde la gran depre-sión de finales de la década de los años vein-te del siglo XX, se había presentado una sincronización recesiva entre las distintas regiones del planeta. "Considerando que el máximo nivel de sincronía recesiva del ciclo es 100, es de 90 frente a 50 en 1975,60 en 1982 y 65 en 1991. En este último año, la desaceleración norteamericana se ha ido tras-ladando por la mayor apertura de los merca-dos. Conviene recordar que las importacio-nes de Estados Unidos representan hoy el 6% del PIB mundial, el doble que en 1991"(de la Dehesa, 2001). A diferencia de la crisis financiera asiáti-ca que golpeó a un conjunto de países de elevada significación económica a nivel in-ternacional, esa turbulencia no se convirtió en una crisis de dimensión mundial, por-que en ese entonces la economía de Estados
  • 17. El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo xxi • 41 Unidos y en menor medida la europea, se encontraban en una fase de crecimiento. Hoy por hoy, la gravedad de la situación se manifiesta en que ninguna otra zona del pla-neta se encuentra en condiciones de con-vertirse en una locomotora que jalone el con-junto de la economía mundial y permita amortiguar el impacto de la recesión norte-americana. Después de los atentados en los diferentes confines del planeta se ha empe-zado a pronosticar el crecimiento a la baja. En esto es particularmente inquietante la si-tuación latinoamericana que tendrá que es-perar a ver cómo Argentina, el país en este momento más débil de la región, logra ca-pear el temporal que se le avecina, cuando tenga que cancelar los intereses de su deuda externa que supera los US$ 150 mil millones. En el caso norteamericano, los consumido-res que eran la fuerza que había posibilitado el elevado crecimiento en los años anterio-res y en los cuales se depositaba la confianza para mantener esa tendencia (el gasto de con-sumo supone casi las dos terceras partes de la economía norteamericana) se encuentran en una situación de total escepticismo fren-te a la marcha de la economía. Pero si bien la primera consecuencia eco-nómica de los ataques terroristas fue que con-tribuyeron a agudizar la recesión, el impac-to mayor no se manifestará en este plano. El problema de fondo consiste en que para sa-car la economía norteamericana de la rece-sión y devolver la confianza a los inversio-nistas y consumidores se requiere una activa participación del estado, el cual a través del gasto público ponga en marcha la máquina económica estadounidense. Esta será sin duda una de las consecuencias más durade-ras, y con ello podemos suponer que la eta-pa neoliberal de la globalización económica empezará a quedar irremediablemente atrás. Esta aseveración la basamos además en el hecho de que en la medida en que los temas de seguridad adquieran mayor importancia y se conviertan en un referente obligado en la actuación nacional e internacional de to-dos los países, pero sobe todo de los más de-sarrollados, asistiremos a un escenario en el cual el estado comenzará a sustituir a la eco-nomía de mercado. Como escribe Scalfari (2001), "La guerra frontal contra el terroris-mo, tiene necesidad de más estado. No se trata de una oscilación de tipo ideológico, es decir como diría un veterano marxista de un fenómeno superestructural; se trata por el contrario de un cambio estructural. Dotado de una fuerza proporcional a su necesidad. La guerra total al terrorismo se combate au-mentando al máximo nivel posible la segu-ridad interna e internacional. Si el fin de ambas partes contendientes es la mayor o menor seguridad, es evidente que el funcio-namiento del libre mercado y sobre todo del libre mercado global quedará profundamen-te herido". En el plano de lo deseable, quizás pre-senciemos también otro tipo de evoluciones. Seguramente en un primer momento vamos a asistir a un fortalecimiento del papel de los Estados Unidos en el mundo, pero las con-secuencias del ataque permiten suponer que el tiempo del unilateralismo puede quedar irremediablemente atrás. Porque como escri-be David Held, "Ya no vivimos, si es que alguna vez fue así, en un mundo de comu-nidades nacionales discretas que tienen el poder y la capacidad exclusiva para deter-minar el destino de quienes en ellas habitan. Por el contrario, vivimos en un mundo de comunidades de destino superpuestas. Una respuesta defensible, justificable y sosteni-ble al 11 de septiembre debe ser acorde con nuestros principios básicos y con las aspira-ciones de seguridad de la sociedad interna-cional, con el derecho y con la administra-
  • 18. 42 • Colombia Internacional 52 don imparcial de la justicia, aspiraciones dolorosamente formuladas después del Ho-locausto y la Segunda Guerra Mundial. Si los medios desplegados para luchar contra el terrorismo contradijesen estos principios, puede que satisfagan la emoción del mo-mento, pero nuestra mutua vulnerabilidad se verá acentuada. Nos alejaremos todavía más de un orden mundial más justo y segu-ro. Esto podría fácilmente suponer el au-mento de la intolerancia respecto a todos los intentos de protestar y de cambiar las cir-cunstancias políticas, aunque respeten la ley y tengan una orientación pacífica. Sin una paz justa en Oriente Próximo y sin un inten-to de anclar la globalización en unos princi-pios significativos de justicia social no pue-de haber una solución duradera al tipo de crímenes que acabamos de ver" (Held, 2001). Igualmente, independiente de su desen-lace, la comunidad mundial, no la de esta-do, sino la de individuos de todo el planeta encuentra un terreno abonado para propi-ciar el desarrollo de un planteamiento alter-nativo que "contrarrestre la estrategia del odio y el miedo con otra para ganarse los corazones y las mentes. Lo que se necesita es un movimiento a favor de la justicia y legitimidades globales, no estadounidenses, cuyo objetivo sea establecer el sistema de derecho en lugar de la guerra y promover el entendimiento entre comunidades en lugar del terror" (Held y Kaldor, 2001). Si tienen lugar escenarios similares a los que hemos presentado y el mundo acompaña a Estados Unidos a asumir la interdependencia políti-ca global probablemente podamos al cabo del tiempo corroborar que con el ataque a las torres se inició una nueva era. Bienveni-dos al siglo XXI. BIBLIOGRAFÍA Ali, Tariq. "Au nom du "choc des civilisations"". Le monde diplomatique No. 571. Septiembre, 2001. Birnbaum, Norman. "Atenas y Roma, ¿otra vez?". El País. Septiembre 21, 2001. Bishara, Marwan. "L'ére des conflits asymétriques". Le monde diplomatique No. 571. Septiembre, 2001. Carlin, John. "El fin de una era". El País. s/f. Clemons, Steven C. "Etats-Unis, excés de puissance". Le monde diplomatique No. 571. Septiembre, 2001. de la Dehesa, Guillermo. "¿Es posible evitar una recesión mundial?. El País. Septiembre 26, 2001. El País. "La guerra red". El País, septiembre 18, 2001. El País. "El dinero saudí siembra la yihad". El País. Septiembre 30, 2001b. El País. "Los terroristas quieren dominar aún más Pakistán y Arabia Saudí". El País. Noviembre 14, 2001c. El País. Septiembre 26, 2001d. El País. Octubre 4, 2001e. El País. Octubre 17, 2001f. El País, octubre 27, 2001g. Fuller, Graham E. "Afganistán y el terrorismo". El País. Noviembre 10, 2001. Garton Ash, Timothy. "Sotto le macerie la grande ¡Ilusione". La Repubblica. Septiembre 15, 2001a. Garton Ash, Timothy. "Aún no sabemos cómo pien-sa el terrorismo musulmán". El País. Septiem-bre 26, 2001b. Garton Ash, Timothy. "El nuevo mapa de Europa se traza en Afganistán". El País. Octubre 10,2001c. Garton Ash, Timothy. Historia del presente. Barcelo-na: Tusquets, 2000. Held, David y Kaldor, Mary. "Aprender de las lec-ciones del pasado". El País. Octubre 8, 2001.
  • 19. El ataque a las torres y el dramático inicio del siglo xxi • 43 Held, David. "Violencia y justicia en una era mun-dial". El País. Septiembre 19, 2001. Hobsbawm, Erick. Historia del siglo XX. Barcelona: Crítica, 1995. Kamal Pasha, Mustapha y Samatar, Ahmed I. "The Resurgence of Islam". En: Mittelman, James H. Globalization: critical reflections. Boulder: Lynne Rienner, 1996. Kepel, Gilíes. "La trampa de la yihad afgana". El País. Septiembre 18, 2001. Krugman, Paul. "Después del horror". El País. Sep-tiembre 15, 2001. La Repubblica. Septiembre 27, 2001a. Le Monde. Octubre 9, 2001. Naím, Moisés. "Los terroristas también sepultaron ideas". El País. Septiembre 25, 2001. Nair, Sami. "Actuar sobre las causas profundas del drama". El País. Septiembre 26, 2001. Navarro, Vincenc. "El error del terror". El País. Oc-tubre 5, 2001. Nora, Pierre. "Le retour de l'événement". En: Le Goff, Jacques y Nora, Pierre. Paire de l'histoire. París: Gallimard, 1974. Ottone, Ernesto. La modernidad problemática: cuatro ensayos sobre el desarrollo latinoamericano. Ciudad de México: CEPAL, Editorial Jus, Centro Lindavista, 2000. Ramonet, Ignacio. "L'adversaire". Le monde diplomatique No. 571. Octubre, 2001. Ridao, José María. "Los heraldos del historicismo". El País. Septiembre 21, 2001. Rifkin. "La guerra que hay detrás de la guerra". El País. Septiembre 22, 2001a. Roussillon, Allain. "Les islamologues dans l'impasse". Esprit. París. Agosto-septiembre, 2001. Saghiyen, Hazem. "No todo es culpa de Estados Unidos". El País. Octubre 14, 2001. Salame, Ghassan. "L'Orient moyen dans un monde en mutation". Monde árabe Maghreb Machrek No. 136. Abril-junio, 1992. Scalfari, Eugenio. "Piü Stato e meno mercato". La Repubblica. Septiembre 23, 2001. Touraine, Alain. "La hegemonía de Estados Unidos y la guerra islamista". El País. Septiembre 13, 2001. Valli, Bernando. "Se il mondo ritorna al passato". La Repubblica. Septiembre 25, 2001.