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UNIVERSIDAD POLITÉCNICA 
DE SAN LUIS POTOSÍ 
INTEGRANTES 
PÈREZ ZUÑIGA FRANCISCO ALEJANDRO 
ERIK AZAEL ROMERO VAZQUEZ 
LUIS ALBERTO SAINZ ARREDONDO 
MANUEL ASAEL RODRIGUEZ LOREDO 
PROYECTO: CONCURSO DE LECTURA 
FECHA DE ENTREGA: 25 DE AGOSTO 2014 
MATERIA: CURSO DE NUCLEO GENERAL 1 
PROFESOR(A): GUADALUPE DEL SOCORRO PALMER DE LOS 
SANTOS
Convocatoria de lectura 
Se convoca a los alumnos del grupo A14-375 a llevar acabo la siguiente 
dinámica de lectura. 
*Formaran 7 equipos de 4 alumnos. 
*Se realizara el turno aleatoriamente con papelitos y el equipo que pase 
primero tendrá que: 
1.- Pasaran al frente del salón con un mesa banco, se les entregara impresa 
una lectura breve trataran de leerla lo más rápido que puedan, tratando de 
comprender la lectura, tendrán un límite de tiempo de 6 minutos. 
2.- A los alumnos que pasaron a leer se les realizara un pequeño cuestionario 
sobre la lectura para sabes cuál fue su grado de comprensión lectora. 
Rescatando ideas principales, teniendo un límite de tiempo de 3 minutos. 
3.-Al término de que los 4 alumnos hayan terminado su turno pasaran a la parte 
trasera del salón a realizar algunas actividades. 
Aplicación previamente descargada en su Smartphone 4 IMÁGENES 1 
PALABRA (para esta actividad solo es necesario un dispositivo por equipo en 
caso de no conseguir la aplicación el equipo organizador les proporcionara la 
aplicación) además de Sopas de letras (proporcionadas por el equipo 
organizador.) , Juego basta, Juego horcado 
4.-Despues de que los 4 alumnos finalicen su lectura pasaran otros 4 alumnos 
del equipo siguiente a leer y realizar las encuestas y así sucesivamente. Hasta 
que todos los equipos realicen la misma dinámica. 
Al finalizar se evaluaran las encuestas realizadas y el equipo que obtenga un 
mayor número de puntos en la lectura y en los juegos que se realizaron 
ganaran un suculento y delicioso chocolate. 
¡¡Suerte!!
REVOLUCIÓN 
Slawomir Mrozek (Polonia, 1930) 
En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa. 
Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí. 
Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento 
acabó por volver. 
Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor 
dicho, su situación central e inmutable. 
Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista. 
La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la 
incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía 
dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición 
preferida. 
Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedo más que la 
incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio. 
Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación 
es más que inconformista. Es vanguardista. 
Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese «cierto tiempo». Para 
ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y 
extraordinario. 
Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si 
dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, 
entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es 
suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución. 
Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un 
armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en 
absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna. 
Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez 
«cierto tiempo» también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, 
no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio—es decir, el cambio seguía
Siendo un cambio—, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de 
ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo. 
De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de 
resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. 
Salí del armario y me metí en la cama. 
Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la 
pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba. 
Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y 
cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui 
revolucionario.
EL OTRO YO 
Mario Benedetti (Uruguay, 1920-2009) 
Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban 
rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la 
nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en 
una cosa: tenía Otro Yo. 
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, 
mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le 
preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus 
amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no 
podía ser tan vulgar como era su deseo. 
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió 
lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba 
Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con 
desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero 
después se rehízo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, 
pero a la mañana siguiente se había suicidado. 
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, 
pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese 
pensamiento lo reconfortó. 
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito de lucir su 
nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. 
Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas . Sin embargo, 
cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, 
el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: “Pobre Armando. Y pensar 
que parecía tan fuerte y saludable”. 
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a 
la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no 
pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado 
el Otro Yo.
EL HÉROE 
Rabindranath T. Tagore 
Madre, figúrate que vamos de viaje, que atravesamos un país extraño y 
peligroso. 
Yo monto un caballo rubio al lado de tu palanquín. 
El sol se pone; anochece. El desierto de Joradoghi, gris y desolado, se 
extiende ante nosotros. 
El miedo se apodera de ti y piensas: ‘¿Dónde estamos?’ 
Pero yo te digo: ‘No temas, madre’. 
La tierra está erizada de cardos y la cruza un estrecho sendero. 
Todos los rebaños han vuelto ya a los establos de los pueblos y en la vasta 
extensión no se ve ningún ser viviente. 
La oscuridad crece, el campo y el cielo se borran y ya no podemos distinguir 
nuestro camino. 
De pronto, me llamas y me dices al oído: ‘¿Qué es aquella luz, allí, junto a la 
orilla?’ Se oye entonces un terrible alarido y las sombras se acercan corriendo 
hacia nosotros. 
Tú te acurrucas en tu palanquín e invocas a los dioses. 
Los portadores, temblando de espanto, se esconden en las zarzas. 
Pero yo te grito: ‘¡No tengas miedo, madre, que yo estoy aquí!’ Armados con 
largos bastones, los cabellos al viento, los bandidos se acercan. 
Yo les advierto: ‘¡Deténganse, malvados! ¡Un paso más y son muertos!’ 
Sus alaridos arrecian y se lanzan sobre nosotros. 
Tú coges mis manos y me dices: ‘¡Hijo mío, te lo suplico, escapa de ellos!’ 
Y yo contesto: ‘Madre, vas a ver lo que hago’. 
Entonces espoleo a mi caballo y lo lanzo al galope. Mi espada y mi escudo 
entrechocan ruidosamente. 
La lucha es tan terrible, madre, que morirías de terror si pudieras verla desde tu 
palanquín. 
Muchos huyen, muchos más son despedazados. 
Tú, inmóvil y sola, piensas sin duda: ‘Mi hijo habrá muerto ya’.
Pero yo llego, bañado en sangre, y te digo: ‘Madre, la lucha ha terminado’. 
Tú desciendes del palanquín, me besas, y estrechándome contra tu corazón 
me dices: ‘¿Qué habría sido de mí si mi hijo no me hubiera escoltado?’ 
Cada día suceden mil cosas inútiles. ¿Por qué no ha de ser posible que ocurra 
una aventura semejante? Sería como un cuento de los libros. 
Mi hermano diría: ‘¿Es posible? ¡Siempre lo tuve por tan poca cosa!’ 
Y la gente del pueblo proclamaría: ‘¡Qué suerte la de la madre al tener a su hijo 
a su lado!
OLOR A CEBOLLA 
Camilo José Cela 
Estaba enfermo y sin un real, pero se suicidó porque olía a cebolla. 
-Huele a cebolla que apesta, huele un horror a cebolla. 
-Cállate, hombre, yo no huelo nada, ¿quieres que abra ventana? 
-No, me es igual. El olor no se iría, son las paredes las que huelen a cebolla, 
las manos me huelen a cebolla. 
La mujer era la imagen de la paciencia. 
-¿Quieres lavarte las manos? 
-No, no quiero, el corazón también me huele a cebolla. 
-Tranquilízate. 
-No puedo, huele a cebolla. 
-Anda, procura dormir un poco. 
-No podría, todo me huele a cebolla. 
-Oye,¿ quieres un vaso de leche? 
-No quiero un vaso de leche. Quisiera morirme, nada más que morirme muy de 
prisa, cada vez huele más a cebolla. 
-No digas tonterías. 
-¡Digo lo que me da la gana! ¡Huele a cebolla! 
El hombre se echó a llorar. 
-¡Huele a cebolla! 
-Bueno, hombre, bueno, huele a cebolla. 
-¡Claro que huele a cebolla! ¡Una peste! 
La mujer abrió la ventana. El hombre, con los ojos llenos de lágrimas, empezó 
a gritar. 
-¡Cierra la ventana! ¡No quiero que se vaya el olor a cebolla! 
-Como quieras. 
La mujer cerró la ventana. 
-Oye, quiero agua en una taza; en un vaso, no.
La mujer fue a la cocina, a prepararle una taza de agua a su marido. 
La mujer estaba lavando la taza cuando se oyó un berrido infernal, como si a 
un hombre se le hubieran roto los dos pulmones de repente. 
El golpe del cuerpo contra las losetas del patio, la mujer no lo oyó. En vez sintió 
un dolor en las sienes, un dolor frío y agudo como el de un pinchazo con una 
aguja muy larga. 
-¡Ay! 
El grito de la mujer salió por la ventana abierta; nadie le contestó, la cama 
estaba vacía. 
Algunos vecinos se asomaron a las ventanas del patio. -¿Qué pasa? 
La mujer no podía hablar. De haber podido hacerlo, hubiera dicho: 
-Nada, que olía un poco a cebolla.
LOS BÁRBAROS 
Pedro Ugarte (España, 1963) 
Nosotros, los bárbaros, vivíamos en las montañas, en cuevas húmedas y 
oscuras, comiendo bayas, robando huevos de los nidos y apretándonos los 
unos contra los otros cuando la noche se hacía insufrible. 
Era cierto que, a veces, un trémolo sordo nos llamaba. Temerosos, 
descendíamos por el bosque hasta ver el camino que habían construido los 
hombres del poblado, y veíamos las caravanas, los ricos carruajes, los 
soldados de brillantes corazas. Y era tanto el odio y la envidia y la rabia, que 
precipitábamos sobre ellos gruesas piedras (eran nuestra única arma) y 
escapábamos antes de que nos alcanzaran sus dardos. 
A veces, en lo más sombrío e intrincado del bosque, aparecían hombres del 
poblado que gritaban y agitaban los brazos. Se acercaban y nos ofrecían 
inútiles objetos. Acariciaban a los niños y, con gestos, trataban de enseñarnos 
alguna cosa, pero eso nos ofendía, y bastaba que uno de los nuestros gruñera 
para que todos nos abalanzáramos sobre ellos y destrozáramos sus artilugios y 
los despedazáramos. Los hombres que venían a nuestro encuentro no eran, 
además, como los soldados; eran infelices que se dejaban atropellar, que 
lloraban si rompíamos sus cajas de finas hojas llenas de signos apretados. De 
los soldados salíamos huyendo, pero a aquellos viejos que venían en son de 
paz podíamos atarlos a los árboles y torturarlos sin peligro. Babeando, 
danzábamos delante de ellos, les aplicábamos brasas candentes, los 
ofrecíamos al hambre de nuestras mujeres y de los niños que colgaban de sus 
pechos. 
Sin embargo, a veces, disciplinados ejércitos de soldados avanzaban 
geométricamente sobre el bosque. Nosotros chillábamos, les lanzábamos 
piedras, les mostrábamos las bocas desdentadas con el gesto de amenaza que 
veíamos poner a los perros, pero ellos se desplegaban, y capturaban a 
algunos de los nuestros, y los lanceaban, y los demás sólo podíamos 
retroceder, adentrarnos más en el bosque, ocultarnos en lo más espeso, en lo 
más inhóspito de sus profundidades.
Ahora ya casi todo el bosque es suyo. Rebeldes, rabiosos, ascendemos por las 
montañas mientras ellos extienden sus poblados, sus caminos empedrados, 
sus obedientes animales. Debemos retirarnos cada vez más, hasta aterirnos de 
frío en estas cumbres de nieve donde nada vive, donde nada hay que les 
pueda ser útil. Aquí nos apretamos, diezmados, cada vez más hambrientos, 
incapaces de comprender cómo son tan hábiles para aplicarse sobre el cuerpo 
finas pieles, de dónde sacan sus afiladas armas. 
En las montañas, luchamos por sobrevivir frente a los osos y la lluvia. Vagamos 
en busca de comida, aunque cada vez es más difícil evitar a los hombres del 
poblado, los hombres sabios, los que tanto odiamos. 
Ellos creen que no pensamos, pero se equivocan. Bastaría que vieran nuestras 
uñas rotas de escarbar la tierra, nuestra mirada agria e intolerante, nuestra 
rabia; bastaría eso para que al fin se dieran cuenta de que también sabemos 
preguntarnos por qué la victoria ha de ser suya.
FIESTA DE DISFRACES 
Woody Allen 
Les voy a contar una historia que les parecerá increíble. Una vez cacé un alce. 
Me fuí de cacería a los bosques de Nueva York y cacé un alce. 
Así que lo aseguré sobre el parachoques de mi automóvil y emprendí el 
regreso a casa por la carretera oeste. Pero lo que yo no sabía era que la bala 
no le había penetrado en la cabeza; sólo le había rozado el cráneo y lo había 
dejado inconsciente. 
Justo cuando estaba cruzando el túnel el alce se despertó. Así que estaba 
conduciendo con un alce vivo en el parachoques, y el alce hizo señal de girar. 
Y en el estado de New York hay una ley que prohíbe llevar un alce vivo en el 
parachoques los martes, jueves y sábados. Me entró un miedo tremendo… 
De pronto recordé que unos amigos celebraban una fiesta de disfraces. Iré allí, 
me dije. Llevaré el alce y me desprenderé de él en la fiesta. Ya no sería 
responsabilidad mía. Así que me dirigí a la casa de la fiesta y llamé a la puerta. 
El alce estaba tranquilo a mi lado. Cuando el anfitrión abrió lo saludé: “Hola, ya 
conoces a los Solomon”. Entramos. El alce se incorporó a la fiesta. Le fue muy 
bien. Ligó y todo. Otro tipo se pasó hora y media tratando de venderle un 
seguro. 
Dieron las doce de la noche y empezaron a repartir los premios a los mejores 
disfraces. El primer premio fue para los Berkowitz, un matrimonio disfrazado de 
alce. El alce quedó segundo. ¡Eso le sentó fatal! El alce y los Berkowitz 
cruzaron sus astas en la sala de estar y quedaron todos inconscientes. Yo me 
dije: Ésta es la mía. Me llevé al alce, lo até sobre el parachoques y salí 
rápidamente hacia el bosque. Pero… me había llevado a los Berkowitz. Así que 
estaba conduciendo con una pareja de judíos en el parachoques. Y en el 
estado de Nueva York hay una ley que los martes, los jueves y muy 
especialmente los sábados… 
A la mañana siguiente, los Berkowitz despertaron en medio del bosque 
disfrazados de alce. Al señor Berkowitz lo cazaron, lo disecaron y lo colocaron
como trofeo en el Jockey club de Nueva York. Pero les salió el tiro por la culata, 
porque es un club en donde no se admiten judíos. 
Regreso solo a casa. Son las dos de la madrugada y la oscuridad es total. En 
la mitad del vestíbulo de mi edificio me encuentro con un hombre de 
Neanderthal. Con el arco superciliar y los nudillos velludos. Creo que aprendió 
a andar erguido aquella misma mañana. Había acudido a mi domicilio en busca 
del secreto del fuego. Un morador de los árboles a las dos de la mañana en mi 
vestíbulo. 
Me quité el reloj y lo hice pendular ante sus ojos: los objetos brillantes los 
apaciguan. Se lo comió. Se me acercó y comenzó un zapateado sobre mi 
tráquea. Rápidamente, recurrí a un viejo truco de los indios navajos que 
consiste en suplicar y chillar.
EL NIÑO AL QUE SE LE MURIÓ EL AMIGO 
Ana María Matute (España, 1926) 
Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el 
amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre: “el amigo se murió. Niño, 
no pienses más en él y busca otros para jugar”. 
El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los 
codos en las rodillas. “Él volverá”, pensó. Porque no podía ser que allí 
estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que ya 
no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella 
muy grande, y el niño no quería entrar a cenar. “Entra, niño, que llega el frío”, 
dijo la madre. Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en 
busca del amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que 
no andaba. 
Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el 
pozo. Pasó buscándole toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que 
le llenó de polvo el traje y los zapatos. Cuando llegó el sol, el niño, que tenía 
sueño y sed, 
estiró los brazos, y pensó: “qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese 
reloj que no anda, no sirve para nada”. Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, 
con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y le dijo: “cuánto ha crecido 
este niño, Dios mío, cuánto ha crecido”. Y le compró un traje de hombre, 
porque el que llevaba le venía muy corto.
EL NIÑO LADRÓN Y SU MADRE 
Esopo 
Un niño robaba en la escuela los libros de sus compañeros y, como si tal cosa 
fuese buena, se los llevaba a su madre, quien, en vez de corregirlo, aprobaba 
su mala acción. 
En otra ocasión robó un reloj que asimismo entregó a su madre. Ella también 
aceptó el robo. Así pasaron los años y el joven se transformó en un ladrón 
peligroso. 
Mas un día, cogido en el momento de robar, le esposaron las manos a la 
espalda y lo condujeron a la cárcel, mientras su madre lo seguía, golpeándose 
el pecho. El ladrón llamó a su madre para decirle algo al oído, pero al 
acercarse el hijo, de un mordisco, le arrancó el lóbulo de la oreja. 
Recriminando la madre su acción, le dijo: 
–¡No conforme con tus delitos, terminas por herir a tu propia madre! 
A lo cual el hijo replicó: 
–Si la primera vez que te llevé los libros que robé en la escuela me hubieras 
corregido, hoy no me encontraría en esta lamentable situación.
EL PRIMER DÍA… 
Juan Sternberg (Bélgica, 1929) 
El primer día, Dios se creó a sí mismo. Ha de haber un comienzo para todo. 
Luego creó el vacío. Encontró que le había quedado muy grande, y se sintió 
impresionado. 
El tercer día imaginó las galaxias, los planetas y los soles. No se sintió 
excesivamente satisfecho, sin saber exactamente por qué. 
El cuarto día hizo un poco de jardinería: decoró algunos planetas elegidos con 
un verdadero sentido artístico, y se sintió feliz al probarse a sí mismo que era 
un dios con gusto, destilando a través del universo una sutil perfección. 
El quinto día, sin embargo, para relajarse de los esfuerzos de la víspera, 
decidió divertirse un poco: imaginó un mundo que no era más que una flagrante 
falta de gusto, lo atiborró con horribles colores, y lo pobló de una gran cantidad 
de repugnantes monstruos. Luego llamó a aquel mundo la Tierra.
SUEÑO MARINO 
Sam Shepard (Estados Unidos, 1943) 
La cama era para él un océano, incluso cuando estaba despierto. Las mantas 
se ondulaban como las olas. Las sábanas espumeaban como las rompientes. 
Las gaviotas caían en picado y pescaban a lo largo de su espalda. Hacía 
bastantes días que no se levantaba y todo el mundo estaba preocupado. No 
quería hablar ni comer. 
Sólo dormir y despertarse y volver a dormirse. Cuando fue a verlo el médico, se 
le meó encima. Cuando fue a verlo el psiquiatra, le lanzó un escupitajo. Cuando 
fue a verlo un cura, le vomitó. Finalmente lo dejaron en paz y se limitaron a 
pasarle zanahorias y lechuga por debajo de la puerta. Era lo único que quería 
comer. Los demás habitantes de la casa bromeaban diciendo que tenían un 
conejito, y él les oyó. 
Cada vez se le aguzaba más el oído. De modo que dejó de comer. Empujó la 
cama hasta ponerla contra la puerta, para que nadie pudiera entrar, y luego se 
durmió. Por la noche los demás habitantes de la casa oían el silbido de los 
huracanes al otro lado de la puerta. Y truenos y relámpagos y sirenas de 
barcos en una noche de niebla. 
Aporrearon la puerta. Intentaron derribarla, sin conseguirlo. Aplicaron la oreja a 
la puerta y oyeron gorgoteos subacuáticos. En la cara exterior de las paredes 
de esa habitación empezaron a crecer algas y percebes. Comenzaron a 
asustarse. Decidieron encerrarlo en un manicomio. Pero cuando salieron por el 
coche descubrieron que toda la casa estaba rodeada por un océano que se 
extendía hasta donde alcanzaba su vista. Océano y nada más que océano. La 
casa se balanceaba y cabeceaba toda la noche. Ellos se quedaron apretujados 
en el sótano. Desde la habitación cerrada les llegó un prolongado gemido y la 
casa entera se sumergió en el mar.
EL SALVAJE 
Juan Gracia Armendáriz (España, 1965) 
El día había sido intenso: asaltó el campamento enemigo, y a pesar de que el 
balazo en el hombro le ardía como una moneda candente, cumplió con éxito la 
misión que sus superiores le encomendaran. Aquella misma mañana fue 
condecorada por su valor. 
A media tarde lanzó un conjuro a la vecina del quinto transformándola en un 
horrible gusarapo. Luego, ya atardeciendo, inventó el fuego en el zaguán, luchó 
con las panteras que duermen en la espesura del parque y ahuyentó peligrosas 
aves. Ya de regreso a casa, volvió a descubrir la familiar caricia del agua, y la 
sombra que inverna en el espejo le habló de la noche y de los seres que 
guardarían su sueño. 
Oscurecía cuando el niño, agotado, se acurrucó bajo las mantas.
LA TRISTEZA 
Rosario Barros Peña (España, 1935) 
El profe me ha dado una nota para mi madre. La he leído. Dice que necesita 
hablar con ella porque yo estoy mal. Se la he puesto en la mesilla, debajo del 
tazón lleno de leche que le dejé por la mañana. 
He metido en el microondas la tortilla congelada que compré en el 
supermercado y me he comido la mitad. La otra mitad la puse en un plato en la 
mesilla, al lado del tazón de leche. Mi madre sigue igual, con los ojos rojos que 
miran sin ver y el pelo, que ya no brilla, desparramado sobre la almohada. 
Huele a sudor la habitación, pero cuando abrí la persiana ella me gritó. Dice 
que si no se ve el sol es como si no corriesen los días, pero eso no es cierto. 
Yo sé que los días corren porque la lavadora está llena de ropa sucia y en el 
lavavajillas no cabe nada más, pero sobre todo lo sé por la tristeza que está 
encima de los muebles. 
La tristeza es un polvo blanco que lo llena todo. Al principio es divertida. Se 
puede escribir sobre ella, “tonto el que lo lea”, pero, al día siguiente, las 
palabras no se ven porque hay más tristeza sobre ellas. El profesor dice que 
estoy mal porque en clase me distraigo y es que no puedo dejar de pensar que 
un día ese polvo blanco cubrirá del todo a mi madre y lo hará conmigo. Y 
cuando mi padre vuelva, la tristeza habrá borrado el “te quiero” que le escribo 
cada noche sobre la mesa del comedor
JUEGO BASTA 
-Se le dara un nombre de un libro, conforme al nombre que se les de deben 
completar cual es su autor, genero y su país. 
AUTOR GENERO PAIS TOTAL
CRUCIGRAMA 
VERTICAL: 
1.-Libro que trata de un joven mago 
2.- Escritor y novelista originario de Colombia 
HORIZONTAL: 
1.- Libro que trata de un asesino que podía percibir diferentes olores 
2.- Libro que trata de dos jóvenes enamorados, que se oponían sus familias 
que estuvieran juntos. 
. 1. 
2. 
1. 
2.
SOPA DE LETRAS 
-Encuentra los nombres de 5 libros. 
B I B L I O R A N C H I T Y S Y W U O D S 
B A L E N S S F G O H J H J H F H Y U I O 
B D T C S O L A R O C A A M I G O S X D X 
S A R A T Y N E L P E R R O Y E L G A T O 
H O L A L E P U E N T E S E R T Y U E I O 
L Z N H E L T U N E L O T E S D E M A I T 
A D G I E O A R Q U I M I D E S U A F G L 
G Y G S L S N S M E S I S G H F J N J D A 
R B B T A O Y B E R E E R H R T G U G F H 
A S B O L D I A E N Y D R E T U G E B N I 
N P I R Q R P S T I E O P U Y T E L W Q S 
J G G I U A E A D A V L G A V A W A N H T 
A E W A I M P I Y B E F D A N A T S A E O 
E R G S M E I N G A G S S E V D B T N D R 
H R D Z I T T Z Z X S C V B S A S T W D I 
H E G H S S E L M A G O S R H I G S C F S 
C T H R T I T A N C O Y Z W M L E A V W D 
D G B F A S I N T E N A T E O L A R S T I 
H O W A R E Y O S D F H L M G A N V T E A 
T H H G S A V R V W W E L B I L Y Q S O G
AHORCADO 
Poeta de origen inglés conocido en ocasiones como el Bardo de Avon, uno de 
sus libros conocidos fue el de Romero y Julieta. 
L M S S R
CROQUIS 
Área de Lectura 
Equipo 1 
Equipo 2 
Escritorio 
Equipo 7 
Equipo 6 
Equipo 3 Equipo 4 Equipo 5

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CONCURSO LECTURA POLITÉCNICA SAN LUIS

  • 1. UNIVERSIDAD POLITÉCNICA DE SAN LUIS POTOSÍ INTEGRANTES PÈREZ ZUÑIGA FRANCISCO ALEJANDRO ERIK AZAEL ROMERO VAZQUEZ LUIS ALBERTO SAINZ ARREDONDO MANUEL ASAEL RODRIGUEZ LOREDO PROYECTO: CONCURSO DE LECTURA FECHA DE ENTREGA: 25 DE AGOSTO 2014 MATERIA: CURSO DE NUCLEO GENERAL 1 PROFESOR(A): GUADALUPE DEL SOCORRO PALMER DE LOS SANTOS
  • 2. Convocatoria de lectura Se convoca a los alumnos del grupo A14-375 a llevar acabo la siguiente dinámica de lectura. *Formaran 7 equipos de 4 alumnos. *Se realizara el turno aleatoriamente con papelitos y el equipo que pase primero tendrá que: 1.- Pasaran al frente del salón con un mesa banco, se les entregara impresa una lectura breve trataran de leerla lo más rápido que puedan, tratando de comprender la lectura, tendrán un límite de tiempo de 6 minutos. 2.- A los alumnos que pasaron a leer se les realizara un pequeño cuestionario sobre la lectura para sabes cuál fue su grado de comprensión lectora. Rescatando ideas principales, teniendo un límite de tiempo de 3 minutos. 3.-Al término de que los 4 alumnos hayan terminado su turno pasaran a la parte trasera del salón a realizar algunas actividades. Aplicación previamente descargada en su Smartphone 4 IMÁGENES 1 PALABRA (para esta actividad solo es necesario un dispositivo por equipo en caso de no conseguir la aplicación el equipo organizador les proporcionara la aplicación) además de Sopas de letras (proporcionadas por el equipo organizador.) , Juego basta, Juego horcado 4.-Despues de que los 4 alumnos finalicen su lectura pasaran otros 4 alumnos del equipo siguiente a leer y realizar las encuestas y así sucesivamente. Hasta que todos los equipos realicen la misma dinámica. Al finalizar se evaluaran las encuestas realizadas y el equipo que obtenga un mayor número de puntos en la lectura y en los juegos que se realizaron ganaran un suculento y delicioso chocolate. ¡¡Suerte!!
  • 3. REVOLUCIÓN Slawomir Mrozek (Polonia, 1930) En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa. Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí. Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver. Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable. Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista. La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida. Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedo más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio. Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista. Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese «cierto tiempo». Para ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario. Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución. Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna. Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez «cierto tiempo» también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio—es decir, el cambio seguía
  • 4. Siendo un cambio—, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo. De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama. Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba. Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario.
  • 5. EL OTRO YO Mario Benedetti (Uruguay, 1920-2009) Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo. El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo. Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehízo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado. Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó. Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas . Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: “Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable”. El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.
  • 6. EL HÉROE Rabindranath T. Tagore Madre, figúrate que vamos de viaje, que atravesamos un país extraño y peligroso. Yo monto un caballo rubio al lado de tu palanquín. El sol se pone; anochece. El desierto de Joradoghi, gris y desolado, se extiende ante nosotros. El miedo se apodera de ti y piensas: ‘¿Dónde estamos?’ Pero yo te digo: ‘No temas, madre’. La tierra está erizada de cardos y la cruza un estrecho sendero. Todos los rebaños han vuelto ya a los establos de los pueblos y en la vasta extensión no se ve ningún ser viviente. La oscuridad crece, el campo y el cielo se borran y ya no podemos distinguir nuestro camino. De pronto, me llamas y me dices al oído: ‘¿Qué es aquella luz, allí, junto a la orilla?’ Se oye entonces un terrible alarido y las sombras se acercan corriendo hacia nosotros. Tú te acurrucas en tu palanquín e invocas a los dioses. Los portadores, temblando de espanto, se esconden en las zarzas. Pero yo te grito: ‘¡No tengas miedo, madre, que yo estoy aquí!’ Armados con largos bastones, los cabellos al viento, los bandidos se acercan. Yo les advierto: ‘¡Deténganse, malvados! ¡Un paso más y son muertos!’ Sus alaridos arrecian y se lanzan sobre nosotros. Tú coges mis manos y me dices: ‘¡Hijo mío, te lo suplico, escapa de ellos!’ Y yo contesto: ‘Madre, vas a ver lo que hago’. Entonces espoleo a mi caballo y lo lanzo al galope. Mi espada y mi escudo entrechocan ruidosamente. La lucha es tan terrible, madre, que morirías de terror si pudieras verla desde tu palanquín. Muchos huyen, muchos más son despedazados. Tú, inmóvil y sola, piensas sin duda: ‘Mi hijo habrá muerto ya’.
  • 7. Pero yo llego, bañado en sangre, y te digo: ‘Madre, la lucha ha terminado’. Tú desciendes del palanquín, me besas, y estrechándome contra tu corazón me dices: ‘¿Qué habría sido de mí si mi hijo no me hubiera escoltado?’ Cada día suceden mil cosas inútiles. ¿Por qué no ha de ser posible que ocurra una aventura semejante? Sería como un cuento de los libros. Mi hermano diría: ‘¿Es posible? ¡Siempre lo tuve por tan poca cosa!’ Y la gente del pueblo proclamaría: ‘¡Qué suerte la de la madre al tener a su hijo a su lado!
  • 8. OLOR A CEBOLLA Camilo José Cela Estaba enfermo y sin un real, pero se suicidó porque olía a cebolla. -Huele a cebolla que apesta, huele un horror a cebolla. -Cállate, hombre, yo no huelo nada, ¿quieres que abra ventana? -No, me es igual. El olor no se iría, son las paredes las que huelen a cebolla, las manos me huelen a cebolla. La mujer era la imagen de la paciencia. -¿Quieres lavarte las manos? -No, no quiero, el corazón también me huele a cebolla. -Tranquilízate. -No puedo, huele a cebolla. -Anda, procura dormir un poco. -No podría, todo me huele a cebolla. -Oye,¿ quieres un vaso de leche? -No quiero un vaso de leche. Quisiera morirme, nada más que morirme muy de prisa, cada vez huele más a cebolla. -No digas tonterías. -¡Digo lo que me da la gana! ¡Huele a cebolla! El hombre se echó a llorar. -¡Huele a cebolla! -Bueno, hombre, bueno, huele a cebolla. -¡Claro que huele a cebolla! ¡Una peste! La mujer abrió la ventana. El hombre, con los ojos llenos de lágrimas, empezó a gritar. -¡Cierra la ventana! ¡No quiero que se vaya el olor a cebolla! -Como quieras. La mujer cerró la ventana. -Oye, quiero agua en una taza; en un vaso, no.
  • 9. La mujer fue a la cocina, a prepararle una taza de agua a su marido. La mujer estaba lavando la taza cuando se oyó un berrido infernal, como si a un hombre se le hubieran roto los dos pulmones de repente. El golpe del cuerpo contra las losetas del patio, la mujer no lo oyó. En vez sintió un dolor en las sienes, un dolor frío y agudo como el de un pinchazo con una aguja muy larga. -¡Ay! El grito de la mujer salió por la ventana abierta; nadie le contestó, la cama estaba vacía. Algunos vecinos se asomaron a las ventanas del patio. -¿Qué pasa? La mujer no podía hablar. De haber podido hacerlo, hubiera dicho: -Nada, que olía un poco a cebolla.
  • 10. LOS BÁRBAROS Pedro Ugarte (España, 1963) Nosotros, los bárbaros, vivíamos en las montañas, en cuevas húmedas y oscuras, comiendo bayas, robando huevos de los nidos y apretándonos los unos contra los otros cuando la noche se hacía insufrible. Era cierto que, a veces, un trémolo sordo nos llamaba. Temerosos, descendíamos por el bosque hasta ver el camino que habían construido los hombres del poblado, y veíamos las caravanas, los ricos carruajes, los soldados de brillantes corazas. Y era tanto el odio y la envidia y la rabia, que precipitábamos sobre ellos gruesas piedras (eran nuestra única arma) y escapábamos antes de que nos alcanzaran sus dardos. A veces, en lo más sombrío e intrincado del bosque, aparecían hombres del poblado que gritaban y agitaban los brazos. Se acercaban y nos ofrecían inútiles objetos. Acariciaban a los niños y, con gestos, trataban de enseñarnos alguna cosa, pero eso nos ofendía, y bastaba que uno de los nuestros gruñera para que todos nos abalanzáramos sobre ellos y destrozáramos sus artilugios y los despedazáramos. Los hombres que venían a nuestro encuentro no eran, además, como los soldados; eran infelices que se dejaban atropellar, que lloraban si rompíamos sus cajas de finas hojas llenas de signos apretados. De los soldados salíamos huyendo, pero a aquellos viejos que venían en son de paz podíamos atarlos a los árboles y torturarlos sin peligro. Babeando, danzábamos delante de ellos, les aplicábamos brasas candentes, los ofrecíamos al hambre de nuestras mujeres y de los niños que colgaban de sus pechos. Sin embargo, a veces, disciplinados ejércitos de soldados avanzaban geométricamente sobre el bosque. Nosotros chillábamos, les lanzábamos piedras, les mostrábamos las bocas desdentadas con el gesto de amenaza que veíamos poner a los perros, pero ellos se desplegaban, y capturaban a algunos de los nuestros, y los lanceaban, y los demás sólo podíamos retroceder, adentrarnos más en el bosque, ocultarnos en lo más espeso, en lo más inhóspito de sus profundidades.
  • 11. Ahora ya casi todo el bosque es suyo. Rebeldes, rabiosos, ascendemos por las montañas mientras ellos extienden sus poblados, sus caminos empedrados, sus obedientes animales. Debemos retirarnos cada vez más, hasta aterirnos de frío en estas cumbres de nieve donde nada vive, donde nada hay que les pueda ser útil. Aquí nos apretamos, diezmados, cada vez más hambrientos, incapaces de comprender cómo son tan hábiles para aplicarse sobre el cuerpo finas pieles, de dónde sacan sus afiladas armas. En las montañas, luchamos por sobrevivir frente a los osos y la lluvia. Vagamos en busca de comida, aunque cada vez es más difícil evitar a los hombres del poblado, los hombres sabios, los que tanto odiamos. Ellos creen que no pensamos, pero se equivocan. Bastaría que vieran nuestras uñas rotas de escarbar la tierra, nuestra mirada agria e intolerante, nuestra rabia; bastaría eso para que al fin se dieran cuenta de que también sabemos preguntarnos por qué la victoria ha de ser suya.
  • 12. FIESTA DE DISFRACES Woody Allen Les voy a contar una historia que les parecerá increíble. Una vez cacé un alce. Me fuí de cacería a los bosques de Nueva York y cacé un alce. Así que lo aseguré sobre el parachoques de mi automóvil y emprendí el regreso a casa por la carretera oeste. Pero lo que yo no sabía era que la bala no le había penetrado en la cabeza; sólo le había rozado el cráneo y lo había dejado inconsciente. Justo cuando estaba cruzando el túnel el alce se despertó. Así que estaba conduciendo con un alce vivo en el parachoques, y el alce hizo señal de girar. Y en el estado de New York hay una ley que prohíbe llevar un alce vivo en el parachoques los martes, jueves y sábados. Me entró un miedo tremendo… De pronto recordé que unos amigos celebraban una fiesta de disfraces. Iré allí, me dije. Llevaré el alce y me desprenderé de él en la fiesta. Ya no sería responsabilidad mía. Así que me dirigí a la casa de la fiesta y llamé a la puerta. El alce estaba tranquilo a mi lado. Cuando el anfitrión abrió lo saludé: “Hola, ya conoces a los Solomon”. Entramos. El alce se incorporó a la fiesta. Le fue muy bien. Ligó y todo. Otro tipo se pasó hora y media tratando de venderle un seguro. Dieron las doce de la noche y empezaron a repartir los premios a los mejores disfraces. El primer premio fue para los Berkowitz, un matrimonio disfrazado de alce. El alce quedó segundo. ¡Eso le sentó fatal! El alce y los Berkowitz cruzaron sus astas en la sala de estar y quedaron todos inconscientes. Yo me dije: Ésta es la mía. Me llevé al alce, lo até sobre el parachoques y salí rápidamente hacia el bosque. Pero… me había llevado a los Berkowitz. Así que estaba conduciendo con una pareja de judíos en el parachoques. Y en el estado de Nueva York hay una ley que los martes, los jueves y muy especialmente los sábados… A la mañana siguiente, los Berkowitz despertaron en medio del bosque disfrazados de alce. Al señor Berkowitz lo cazaron, lo disecaron y lo colocaron
  • 13. como trofeo en el Jockey club de Nueva York. Pero les salió el tiro por la culata, porque es un club en donde no se admiten judíos. Regreso solo a casa. Son las dos de la madrugada y la oscuridad es total. En la mitad del vestíbulo de mi edificio me encuentro con un hombre de Neanderthal. Con el arco superciliar y los nudillos velludos. Creo que aprendió a andar erguido aquella misma mañana. Había acudido a mi domicilio en busca del secreto del fuego. Un morador de los árboles a las dos de la mañana en mi vestíbulo. Me quité el reloj y lo hice pendular ante sus ojos: los objetos brillantes los apaciguan. Se lo comió. Se me acercó y comenzó un zapateado sobre mi tráquea. Rápidamente, recurrí a un viejo truco de los indios navajos que consiste en suplicar y chillar.
  • 14. EL NIÑO AL QUE SE LE MURIÓ EL AMIGO Ana María Matute (España, 1926) Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre: “el amigo se murió. Niño, no pienses más en él y busca otros para jugar”. El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los codos en las rodillas. “Él volverá”, pensó. Porque no podía ser que allí estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que ya no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella muy grande, y el niño no quería entrar a cenar. “Entra, niño, que llega el frío”, dijo la madre. Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en busca del amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no andaba. Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el pozo. Pasó buscándole toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que le llenó de polvo el traje y los zapatos. Cuando llegó el sol, el niño, que tenía sueño y sed, estiró los brazos, y pensó: “qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese reloj que no anda, no sirve para nada”. Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y le dijo: “cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido”. Y le compró un traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.
  • 15. EL NIÑO LADRÓN Y SU MADRE Esopo Un niño robaba en la escuela los libros de sus compañeros y, como si tal cosa fuese buena, se los llevaba a su madre, quien, en vez de corregirlo, aprobaba su mala acción. En otra ocasión robó un reloj que asimismo entregó a su madre. Ella también aceptó el robo. Así pasaron los años y el joven se transformó en un ladrón peligroso. Mas un día, cogido en el momento de robar, le esposaron las manos a la espalda y lo condujeron a la cárcel, mientras su madre lo seguía, golpeándose el pecho. El ladrón llamó a su madre para decirle algo al oído, pero al acercarse el hijo, de un mordisco, le arrancó el lóbulo de la oreja. Recriminando la madre su acción, le dijo: –¡No conforme con tus delitos, terminas por herir a tu propia madre! A lo cual el hijo replicó: –Si la primera vez que te llevé los libros que robé en la escuela me hubieras corregido, hoy no me encontraría en esta lamentable situación.
  • 16. EL PRIMER DÍA… Juan Sternberg (Bélgica, 1929) El primer día, Dios se creó a sí mismo. Ha de haber un comienzo para todo. Luego creó el vacío. Encontró que le había quedado muy grande, y se sintió impresionado. El tercer día imaginó las galaxias, los planetas y los soles. No se sintió excesivamente satisfecho, sin saber exactamente por qué. El cuarto día hizo un poco de jardinería: decoró algunos planetas elegidos con un verdadero sentido artístico, y se sintió feliz al probarse a sí mismo que era un dios con gusto, destilando a través del universo una sutil perfección. El quinto día, sin embargo, para relajarse de los esfuerzos de la víspera, decidió divertirse un poco: imaginó un mundo que no era más que una flagrante falta de gusto, lo atiborró con horribles colores, y lo pobló de una gran cantidad de repugnantes monstruos. Luego llamó a aquel mundo la Tierra.
  • 17. SUEÑO MARINO Sam Shepard (Estados Unidos, 1943) La cama era para él un océano, incluso cuando estaba despierto. Las mantas se ondulaban como las olas. Las sábanas espumeaban como las rompientes. Las gaviotas caían en picado y pescaban a lo largo de su espalda. Hacía bastantes días que no se levantaba y todo el mundo estaba preocupado. No quería hablar ni comer. Sólo dormir y despertarse y volver a dormirse. Cuando fue a verlo el médico, se le meó encima. Cuando fue a verlo el psiquiatra, le lanzó un escupitajo. Cuando fue a verlo un cura, le vomitó. Finalmente lo dejaron en paz y se limitaron a pasarle zanahorias y lechuga por debajo de la puerta. Era lo único que quería comer. Los demás habitantes de la casa bromeaban diciendo que tenían un conejito, y él les oyó. Cada vez se le aguzaba más el oído. De modo que dejó de comer. Empujó la cama hasta ponerla contra la puerta, para que nadie pudiera entrar, y luego se durmió. Por la noche los demás habitantes de la casa oían el silbido de los huracanes al otro lado de la puerta. Y truenos y relámpagos y sirenas de barcos en una noche de niebla. Aporrearon la puerta. Intentaron derribarla, sin conseguirlo. Aplicaron la oreja a la puerta y oyeron gorgoteos subacuáticos. En la cara exterior de las paredes de esa habitación empezaron a crecer algas y percebes. Comenzaron a asustarse. Decidieron encerrarlo en un manicomio. Pero cuando salieron por el coche descubrieron que toda la casa estaba rodeada por un océano que se extendía hasta donde alcanzaba su vista. Océano y nada más que océano. La casa se balanceaba y cabeceaba toda la noche. Ellos se quedaron apretujados en el sótano. Desde la habitación cerrada les llegó un prolongado gemido y la casa entera se sumergió en el mar.
  • 18. EL SALVAJE Juan Gracia Armendáriz (España, 1965) El día había sido intenso: asaltó el campamento enemigo, y a pesar de que el balazo en el hombro le ardía como una moneda candente, cumplió con éxito la misión que sus superiores le encomendaran. Aquella misma mañana fue condecorada por su valor. A media tarde lanzó un conjuro a la vecina del quinto transformándola en un horrible gusarapo. Luego, ya atardeciendo, inventó el fuego en el zaguán, luchó con las panteras que duermen en la espesura del parque y ahuyentó peligrosas aves. Ya de regreso a casa, volvió a descubrir la familiar caricia del agua, y la sombra que inverna en el espejo le habló de la noche y de los seres que guardarían su sueño. Oscurecía cuando el niño, agotado, se acurrucó bajo las mantas.
  • 19. LA TRISTEZA Rosario Barros Peña (España, 1935) El profe me ha dado una nota para mi madre. La he leído. Dice que necesita hablar con ella porque yo estoy mal. Se la he puesto en la mesilla, debajo del tazón lleno de leche que le dejé por la mañana. He metido en el microondas la tortilla congelada que compré en el supermercado y me he comido la mitad. La otra mitad la puse en un plato en la mesilla, al lado del tazón de leche. Mi madre sigue igual, con los ojos rojos que miran sin ver y el pelo, que ya no brilla, desparramado sobre la almohada. Huele a sudor la habitación, pero cuando abrí la persiana ella me gritó. Dice que si no se ve el sol es como si no corriesen los días, pero eso no es cierto. Yo sé que los días corren porque la lavadora está llena de ropa sucia y en el lavavajillas no cabe nada más, pero sobre todo lo sé por la tristeza que está encima de los muebles. La tristeza es un polvo blanco que lo llena todo. Al principio es divertida. Se puede escribir sobre ella, “tonto el que lo lea”, pero, al día siguiente, las palabras no se ven porque hay más tristeza sobre ellas. El profesor dice que estoy mal porque en clase me distraigo y es que no puedo dejar de pensar que un día ese polvo blanco cubrirá del todo a mi madre y lo hará conmigo. Y cuando mi padre vuelva, la tristeza habrá borrado el “te quiero” que le escribo cada noche sobre la mesa del comedor
  • 20. JUEGO BASTA -Se le dara un nombre de un libro, conforme al nombre que se les de deben completar cual es su autor, genero y su país. AUTOR GENERO PAIS TOTAL
  • 21. CRUCIGRAMA VERTICAL: 1.-Libro que trata de un joven mago 2.- Escritor y novelista originario de Colombia HORIZONTAL: 1.- Libro que trata de un asesino que podía percibir diferentes olores 2.- Libro que trata de dos jóvenes enamorados, que se oponían sus familias que estuvieran juntos. . 1. 2. 1. 2.
  • 22. SOPA DE LETRAS -Encuentra los nombres de 5 libros. B I B L I O R A N C H I T Y S Y W U O D S B A L E N S S F G O H J H J H F H Y U I O B D T C S O L A R O C A A M I G O S X D X S A R A T Y N E L P E R R O Y E L G A T O H O L A L E P U E N T E S E R T Y U E I O L Z N H E L T U N E L O T E S D E M A I T A D G I E O A R Q U I M I D E S U A F G L G Y G S L S N S M E S I S G H F J N J D A R B B T A O Y B E R E E R H R T G U G F H A S B O L D I A E N Y D R E T U G E B N I N P I R Q R P S T I E O P U Y T E L W Q S J G G I U A E A D A V L G A V A W A N H T A E W A I M P I Y B E F D A N A T S A E O E R G S M E I N G A G S S E V D B T N D R H R D Z I T T Z Z X S C V B S A S T W D I H E G H S S E L M A G O S R H I G S C F S C T H R T I T A N C O Y Z W M L E A V W D D G B F A S I N T E N A T E O L A R S T I H O W A R E Y O S D F H L M G A N V T E A T H H G S A V R V W W E L B I L Y Q S O G
  • 23. AHORCADO Poeta de origen inglés conocido en ocasiones como el Bardo de Avon, uno de sus libros conocidos fue el de Romero y Julieta. L M S S R
  • 24. CROQUIS Área de Lectura Equipo 1 Equipo 2 Escritorio Equipo 7 Equipo 6 Equipo 3 Equipo 4 Equipo 5