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Abuso Sexual Infanto-Juvenil y Suicidio
Felipe Rilova Salazar
Estas líneas cumplen con el objeto de testimoniar una serie de
acontecimientoscomunitarios recientesque demandan una consideración atenta.
Se onsignan los pormenores de una experiencia asistencial solidaria ocurrida en
una localidad del norte de la República Argentina, en la que el abuso sexual
infanto-juvenil resulta ser endémico, en coincidencia con una tasa alarmante de
suicidios de niñas , niños y adolescentes que se constatan en el lugar.
El tema nos debe llevar a recordar los deberes y facultades que nos asisten
como docentes , agentes de salud o como simples ciudadanos , toda vez que un
menor nos comunica que ha sido objeto de un abuso sexual por parte de un
adulto. Al respecto , importa recordar las consecuencias jurídicas que el
incumplimiento de este deber de denuncia comporta para quienes están
obligados a efectuarla , sin dejar de considerar las graves sanciones penales que
pesan sobre quienes abusaren sexualmente de un menor en la República
Argentina, donde modificaciones legislativas recientes y sucesivas acercan
actualmente ese delito a la imprescriptibilidad , en atención a las secuelas
vitalicias que se reconocen en quienes han sido abusados sexualmente por un
adulto en el curso de su niñez.
Junto a un grupo de profesionales de la salud de distintas especialidades ,
por espacio de una semana, prestamos servicios asistenciales solidarios en la
localidad referida. Llegamos hasta el lugar con permiso del Ministerio de Salud
Nacional y el Provincial a fin de prestar ayuda asistencial en una localidad que,
de acuerdo con los relevamientos oficiales, resulta ser la zona más carenciada del
país desde el punto de vista sanitario. Habiendo planificado el emprendimiento
durante me- ses de reuniones periódicas, finalmente concurrimos 70
profesionales , después de haber pautado los objetivos a cumplir . En orden a
nuestros respectivos campos de acción , todos asumimos idénticos compromisos
de asistenciaen el lugar y de seguimientoulterior, de quienespor la complejidad
de su estado debieran ser traslados a la Ciudad de Buenos Aires.
Ya en el lugar nos encontramos con la figura fantasmagórica de un hospital
con 40 camas vacías, y la imagen espectral de colchones apilados que nunca
fueron usados , tubuladuras e instrumentos de ventilación de goma o de plástico
que perdieron su elasticidad por el desuso, sillas de ruedas abandonadas… A lo
anterior se añadía la presencia de varias enfermeras y cadetes desocupados,
todosellosempleadospúblicosdelgobierno provincial,améndeuna ambulancia
cuyas cubiertas estaban en condiciones deplorables y la referencia a un médico ,
que sería el director de la institución , a quien nunca llegamos a conocer
2
personalmente. Al preguntar por él, las personas empleadas del lugar nos
contestaron , con pasmosa naturalidad : “ -No, el doctor no está; él viene cada tanto ,
lo que pasa es que vive en la capital de otra provincia ” – refiriéndose a una ciudad
ubicada a 770 kilómetros del lugar.
Sabíamos, con antelación, que nos encontraríamos con la dolorosa realidad que se
constata frente a entidades pa- tológicas comunes cuando estas quedan libradas a su
evolución natural, en ausencia de cualquier intervención asistencia. Nos tocaría asistir
eldetterioro avanzado quese constata frente a ladiabetes, la hipertensión, o al temible
Hidro Arsenicismo Crónico Regional Endémico (HACRE) en sus formas avanzadas,
3
enfermedad que podría evitarse si se hicieran pozos de 30 o 40 metros para extraer el
agua, o si se implementaran filtros para eliminar el arsénico que se encuentra en las
napas subterráneas superficiales del agua que los habitantes de la zona presumen
potable (Litter, 2015).
En el curso de una sóla semana en el lugar se prestó asistencia a más de 5000
personas. Se extrajeron 300 muestras de análisis de PAP, es decir el Examen de
Papanicolaou: Estudio citológico cervico – vaginal que permite reconocer la presencia
eventual de células anormales, lo que com- porta la detección precoz del cáncer de
4
cuello uterino para ser analizadas en CABA , y se practicaron en esos días 163
intervenciones quirúrgicas en el lugar , 73 de las cuales demandaron anestesia general
y 90 se hicieron con anestesia local.
El equipo estaba formado por un laboratorista , un dermatólogo , un urólogo y
varios subgrupos de profesionales especializados en : clínica médica , cardiología ,
ginecología y obstetricia , oftalmología , pediatría , cirugía , anestesiología de adultos
y niños, instrumentación quirúrgica, diagnóstico por imágenes y odontología.
Llegamos provistos de la aparatología que demandan ciertos especialistas para
desarrollar su actividad ( ecógrafos , electrocardiógrafos ) amén del instrumental que
se requiere para practicar radiografías y mamografías.
No fue posible establecer desde cuando se había iniciado la epidemia de
suicidios infanto-juveniles en ese distrito de sólo 12.000 habitantes. En orden a mi
especialidad, no habíendo otros psiquiatras en el grupo, sabía que debía prestar
5
especialatenciónal reconocimiento delos indicadorespersonalesosocioambientales
que llevaran a presumir los móviles del desenlace suicida que se constata con tanta
frecuencia en los niños, niñas y adolescentes de ese lugar.
Llegados al hospital , el testimonio inicial de algunas enfermeras - una de las
cualesrefirió llevar30 años en esesitio - me permitió conocer losnombres y las edades
de decenas de niñas , niños y adolescentes que se habían ahorcado, disparado o se
habían envenenado en el curso de los últimos meses.
Algunos de los adultos entrevistados inicialmente atribuían el fenómeno de los
suicidios infanto-juveniles a la llegada de la droga, a partir de un camino
interprovincial que atravesaba la zona y se había pavimentado en el curso de los
últimos años. No se puede descartar el rol de los estupefacientes con relación a ese
fenómeno, pero de acuerdo con lo que habremos de considerar, existen otros factores
concurrentes que invitan a presumir que la naturaleza de los suicidios infanto
juveniles pueden responder a otras causas.
Para tener una idea de la magnitud de este trágico fenómeno infanto juvenil, vale
consignar que, en el curso de las en el curso de las tres semanas posteriores a nuestro
regreso se suicidaron otros cuatro chicos de esa misma localidad; tres de ellos se
ahorcaron y el último se provocó la muerte a través de la ingesta de lo que llaman
"veneno de león", sustancia de fácil acceso en el lugar por cuanto habría pumas en la
zona.
Pasadas algunas semanas del regreso sentí que no había retornado del todo de
aquel lugar. Acaso aquellasensaciónserelacionaba con queme faltaba llevar a término
el proceso de traslado de un menor, hacia una granja de recuperación de jóvenes
adictos situada en el Gran Buenos Aires. El beneficiario de ese traslado iba a ser un
chico de 15 años queconsumíacantidades exorbitantes dealcoholdesdesusdoce años,
a quien se le ofreció trasladarse junto a su madre, quien iba a tener donde hospedarse
y a quien el joven iba a poder recibir regularmente durante su estancia en la granja,
más allá de lo cual ese traslado nunca se pudo efectivizar. A través de las reiteradas
comunicaciones telefónicas que se efectuaron desde la Ciudad de Buenos Aires la
madre refirió que su hijo se había internado en el monte y que ella había perdidó todo
rastro respecto a él.
No es improbable que la verdadera razón de aquel sentimiento de “no haber
retornado del todo” haya sido otra, acaso porque no somos los mismos después de
haber sido testigos de ciertas experiencias, de las cuales sólo me habré de referir a tres,
sin contar lo expuesto respecto a este niño a quien no logró trasladar.
Durante la mañana del segundo día de trabajo asistencial en el nosocomio recibí
la consulta de una joven, de 19 años, madre de un niño de dos años, concebido con un
novio con quiensosteníaun vínculode amor recíproco,a pesar de no haber encontrado
todavía los medios para empezar a vivir juntos. En los comentarios y apreciaciones
que aquella chica hacía sobre sí misma trasuntaba ser muy estricta consigo.
6
Desde el comienzo de la entrevista , en toda referencia ligada a sus
desenvolvimientos, la joven hacía gala de la rigurosidad extrema con la que juzgaba
sus aptitudes. Al promediar la consulta me hizo saber que venía a la consulta porque
había efectuado tres intentos de suicidio de gravedad. En una ocasión había intentado
ahorcarse, en otra había estado varios días en coma por una sustancia tóxica que había
ingerido y no recuerdo cuál era el medio que había elegido para consumar el tercer
intento. Con respecto al consumo de drogas , me hizo saber que en una única ocasión
había probado marihuana sin sentirse inclinada a ese o a otros consumos. No es este
el espacio para explicar porque pude afirmarle a aquella joven que sus intentos de
suicidio se relacionaban con el abuso sexual del que había sido objeto en el transcurso
de su infancia. El hecho es que, a partir de esa comunicación, la chica se desplomó
sobre el escritorio que nos separaba y lloró largamente . En un momento se incorporó,
se secó las lágrimas y me dijo que deseaba comunicar aquello que le había sucedido
durante su niñez a sus padres, de modo que la cité junto a sus padres a las 16 hs. de
ese mismo día. La joven aceptó y antes de retirarse se animó a pedirme que fuera yo
quien le comunicara a sus padres lo que le había ocurrido. A la hora acordada vino
sólo con la madre. Por mi parte había procurado la presencia, en la entrevista, de una
Trabajadora Social, perteneciente una fundación solidariaque tiene asientoen ellugar.
Tome la mano de la madre – la hija también lo hizo – y le comuniqué , mirándola a los
ojos , lo que la joven me había pedido que le dijera. Le expliqué que habían sido
episodios repetidos, que habían ocurrido entre los 10 y los 12 años de su hija, que el
ofensor sexual era el tío, casado con la hermana del padre , y que los abusos habían
ocurrido cuando su hija era convocada por entonces, semanalmente, a cuidar a un
primo de muy corta edad por espacio de pocas horas del mediodía, y que en esas
circunstancias se habían se perpetrado los abusos reincidentes que había sufrido su
hija por parte del padre aquel niño de corta edad. Ahogando el llanto la madre dijo
que presumía que aquello había tenido lugar. Pregunté por la inasistencia del padre y
confesé, abiertamente, que me preocupaba la reacción de este; advertí que la
posibilidad de un escándalo perjudicaría a la hija, de modo tal que le dí otra hora para
que pudiera venir a verme al consultorio, pero nunca lo hizo.
Dos días después, la joven se presentó en el consultorio para que conociera a su
hijo y para darme las gracias. Le pregunté por su padre y dijo que él no había venido
a la entrevista porque entendía que lo ocurrido habían sido sólo unas “bromitas” de
su cuñado. A pesar de esa desestimación del padre la chica parecía aliviada. Me hizo
saber que había acordado el comienzo de un curso de cocinera con la Trabajadora
Social de la fundación que había estado presente en la entrevista. Nada permite
suponer que su tema se haya resuelto, pero lo intentado marcaba los límites de mis
posibilidades de intervención.
En las últimas horas de la tarde del tercer día de asistencia recibí la interconsulta
de una colega del equipo de pediatría a propósito de un niño, de 8 años de edad, que
no se dejaba revisar ni tocar; ante aquella actitud del menor acompañé a mi colega y
7
ya frente al niño lo llamé por su nombre, me puse a su altura, y le aseguré que nadie
iba a obligarlo a sacarse la ropa ni iba a revisarlo si él se oponía. Inmediatamente
despuésdehaberle hecho esa comunicación,en un estallidodelágrimasy furia el chico
pasó a vociferar a su tía allí presente, que ella no entendía nada, que sus abuelos
tampoco entendían nada y que su propiamadre tampoco entendía nada... Con los ojos
inyectados en lágrimas aquelchiquito tuvo el coraje de comunicar, delantedel extenso
grupo que lo rodeábamos: “-¡ A mí lo que me pasa es que el tío Edi me mete el pito en la cola,
y a tu marido también se lo mete, tía! ” (sic). A punto seguido de aquella comunicación,
volví sobre la mujer a la que este se había dirigido – la tía – le dije que podía entender
el impacto de lo que acababa de escuchar, pero le expliqué que la prioridad la tenía el
niño. Sugerí que a la mañana del día siguiente la madre del menor me acompañara,
porque por mi parte iba elevar la denuncia de lo comunicado por el niño ante el
Ministerio Público del lugar y lo conveniente era que, cuando hiciera esa denuncia, la
madre estuviera conmigo y así los despedí a ambos. Quedaban conmigo los números
telefónicos de la madre y de la tía pero, desde entonces y hasta la mañana siguiente,
resultaron infructuosas mis argumentaciones telefónicas para que la madre del niño
me acompañara. La mujer no negaba en modo alguno la veracidad de los dichos de su
hijo respecto a los abusos de los que decía haber sido objeto por parte de su tío abuelo;
más allá de lo cual, la madre alegaba razones diversas y anodinas para no concurrir,
aun cuando leexpliquéquede no acompañarme, mi denuncia podíallegara promover
la eventual internación del niño en un dispositivo de amparo.
Agotada la instancia de los llamados, a la mañana siguiente salí del hospital antes
del mediodía, averigüé la dirección del Ministerio Público y me presenté ante la
funcionaria judicial a cargo de esa dependencia. La funcionaria no se demoró en
atenderme. Le comuniqué lo ocurrido en la víspera y le acerqué los datos que tenía.
No obstante, a partir de esemomento, aquellamujer comenzó a desplegaruna extensa
sucesión de titubeos lentos y dispersos, que parecían orientados a obstaculizar o a
aplazar el registro de la denuncia. La funcionaria me retuvo en ese sitio por espacio de
6 horas; inicialmente parecía interesada en hacerme creer que ella estaba cumpliendo
con esas idas y vueltas por cuestiones administrativas, pero se desenvolvía con una
parsimoniatan inexplicableque suprocederhacía pensar en otros propósitos.Después
de escucharme, en primer término decidió llamar telefónicamente a la madre del niño
en mi presencia , sirviéndose del número que le había alcanzado. Logró comunicarse,
y sostuvo en mi presencia una extensa conversación con la madre del niño, en la que
la funcionaria no hacía más que repetirle a su interlocutora cuánto la comprendía.
En un momento la funcionaria tapó el auricular con la mano y dirigió su mirada
hacia mí, para decirme que la madre aseguraba que lo que el chico había dicho en la
víspera había sido un chiste. No teniendo nada para comunicarle, ni gestual ni
verbalmente, me limité a guardar silencio esperando que concluyera esa llamada y
prosiguiera el trámite.
Concluida aquella comunicación telefónica, la funcionaria se sentó frente a mí;
tras su escritorio mantuvo la cabeza gacha y pasó un largo momento en silencio, como
esperando algún comentario de mi parte. Finalmente me miró y me preguntó si iba a
8
proseguir o no con la denuncia. No hice más que reiterarle lo que le había referido
inicialmente. Recién entonces empezó a redactar mi denuncia a mano alzada, con una
lapicera a pluma, en un bibliorato de gran porte, enmendando una y otra vez, con
líquido corrector, las expresiones que ella utilizaba para traducir mis dichos,
preguntándome por sinónimos quela llevaran a evitar reiteraciones gramaticales muy
poco relevantes.
En un momento, intempestivamente se presentó en el lugar, sin anunciarse , la tía
que había estado acompañando al niño en el hospital el día anterior. Ignoro cómo
habrá hecho para empezar a hablar sin sentirse llamada a decir quien era. Sin tomar
asiento o procurar conocer en qué momento de la entrevista nos encontrábamos,
irrumpió en el lugar y dijo: “- Todo lo que dice este doctor es mentira !”. La mujer hacía un
esfuerzo poco convincente por elevar la voz. Por mi parte no tenía motivo – ni deseo -
de entablar un diálogo personal con la señora; tenía claro que me encontraba
cumpliendocon una obligaciónprofesional,y la verdad , la falsedado elchiste relativo
a los hechos referidos por el niño era un tema que debía dirimir la Justicia. Sólo le dije,
y creo habérselo podido plantear con serenidad e incluso con respeto, que
probablementeleconvenía dirigirsea lacomisaría dellugar para plantar lasfalsedades
que me imputaba.
Volví sobre la funcionaria judicial para preguntarle, en orden a la disparidad de
conocimientos que cabe esperar de su parte, si lo que le estaba sugiriendo a la tía del
niño era lo correcto. La funcionaria no contestó; a cambio me hizo saber, en un tono
intimista: “- Pero mire doctor que va a tener que venirse a declarar hasta la capital de esta
provincia.” Supuse que se refería a que más adelante debería comparecer en algún
momento como testigo, a través de una citación, por la denuncia que estaba elevando.
A esa altura ya me sentía fastidiado y creo no haber podido disimilar ese malestar
cuando le respondí que concurriría a ese lugar o al que fuera si eso era lo que
correspondía.
En ese momento la tía del niño se desinfló, acercó una silla contígüa a la mía y al
sentarse frente a la funcionaria invirtió el contenido de sus primeros dichos. Con una
mueca impasible y una sonrisa impostada se limitó a decir a la funcionaria : “Bueno ,
sí, lo que dice este doctor es cierto”.
La suma de desenvolvimientos y contradicciones que desplegaban aquellas dos
mujeresera desconcertante; no era sólo la mentira de la tía, en tanto acto inmoral , sino
la desmoralización envolvente y sofocante que imponían esas dos personas adultas en
la atmósfera de ese distrito norteño en el que eran tantos los niños que se suicidaban.
Afortunadamente, la pluma de la defensora empezó a fluir menos lentamente a
partir de la última comunicación de la tía para ir plasmando, finalmente, la denuncia
en la que se instaba el inicio de una investigación tendiente a esclarecer los hechos que
había el menor de 8 años que se negó a ser revisado en la víspera en el hospital,
añadiendo los nombres de los demás profesionales presentes cuando el niño precisóla
identidad y el parentesco de su ofensor sexual.
9
Aquel chico indignado, de sólo 8 años de edad, se había animado a expresarse
con contundencia y claridad cuando vió que había chances de ser escuchado por
terceros. Lo hizo abruptamente, delante de 6 o 7 personas adultas, en su mayoría
desconocidas para él, pero lo cierto es que sus dichos tuvieron la potencia de una
bomba cuya fuerza expansivaera preciso absorber y denunciar, porquelas situaciones
de esta índole constituyen una obligación para cualquier médico, y porque es eso es
también lo que impone la deuda de la vida.
Los términos "deuda de la vida" aluden al sentimiento de haber tenido mejor
suerte queaquel niño. Así, frente a un chico quenos hace saber que no ha sidocuidado
ni respetado por sus mayores, asistimos al íntimo deber - la deuda - de hacer algo por
él sin demora; esto es: algo semejante a lo que a su hora otros han hecho otros por
nosotros. Se podrá objetar que los adultos de esa comunidad tampoco cumplen con el
deber de respeto más elemental que toda persona se debe a sí misma, en tanto
empleados cautivos de un voto extorsivo, por el cual reiteran la elección de
autoridades que desestiman, entre muchos otros aspectos, la profundidad que deben
alcanzar los pozos de agua para librar a sus mismos votantes de las calamidades del
arsénico.
Toda especialidad tiene límites y, como toda disciplina, la medicina también
tiene fronteras. En la esfera sanitaria de ese feudo provincial se reconocían fronteras
muy difusas, donde lo público y lo privado determinaban afecciones que trascendían
el campo biológico de la toxicología o el de la presencia sólo aparente de recursos
técnicos orientados a las prestaciones de salud.
Existen, volviendo a lo planteado líneas arriba, quienes no inscriben esa “deuda
de la vida”. Son diversas las razones por las que hay personas encumbradas que no
desarrollan, sin embargo, el registro de las necesidades más elementales de sus
semejantes desvalidos.
Freud hizo referencia a “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo
analítico” (Freud, 1916), en un texto en el que se propuso consignar situaciones clínicas
advirtiendo que se trata de cuadros que ofrecen especial resistencia al trabajo
psicoanalítico, por la renuencia de estos pacientes para el abandono de ciertas
satisfacciones a las que se aferran por suponerse con derecho a ello, tratándose de
aspectos que se incorporan como rasgos particularmente estables, que se integran al
carácter singular que exhiben estos sujetos. Se trata de aquellos a quienes Freud llamó:
I) Los casos de excepción.
II) Los que fracasan cuando triunfan.
III) Los que delinquen por conciencia de culpa.
En nuestro caso nos interesa considerar los aspectos que distinguen a quienes
integran el primero de estos tres grupos. Al respecto, Freud advierte al médico que
este sehabrá de encontrar siempre con estos pacientesque reclaman ciertos privilegios
para sí, por cuanto consideran haber sufrido ya bastante como para tener que
renunciar a sus satisfacciones habituales en aras de alcanzar un cambio psíquico
10
eventual a través del tratamiento psicoanalítico. Se trata de personas que se sienten
más acreedoras que deudorasdela vida, que setienen a sí mismascomo excepcionales
y que no están comprendidas por las generales de la ley, porque presumen haber sido
castigados y maltratados excesivamente, lo que los mueve a creer que cuentan con el
derecho de no cumplir con los gravámenes y límites que se le pueden exigir a las
mayorías. Los privilegiosqueseatribuyeron por las injusticiassufridas, y las rebeldías
consecuentes, contribuyen a agravar los conflictos que procuran resolver a través de
estallidos de ira.
Para ilustrar este tipo de carácter – reiteramos que no serían los únicos que
desconocerían la deuda de la vida - Freud no hace referencia a casos clínicos propios,
y prefiererecurrir a una figura literaria escrita por Shakespeareen una de sustragedias
históricas: “The Life and Death of King Richard III”, donde el monarca aparece como un
hombre jorobado , ambicioso , cruel y sin escrúpulos.
Ricardo III (1452-1485) había ocupadoel trono de Inglaterra por pocomás de dos
años y algunas crónicas le otorgaron a este monarca cierta celebridad por la
desagradable deformidad de su aspecto y por la crueldad, vileza y arrogancia con la
que perpetraba sus crímenes. Shakespeare lo describe como un ser acuciado por una
insaciable búsqueda de resarcimiento, cuyas cavilaciones aparecen reflejadas en el
célebre monólogo que el dramaturgo le imaginó en estos términos:
“Yo que he sido estampado así, grosero,
y sin ninguna gracia para poder lucirme ante una fácil ninfa desenvuelta;
yo que he sido expulsado de toda proporción, que he sido traicionado en estos rasgos por la
naturaleza engañadora,
deformado, inconcluso, enviado antes de tiempo al mundo que respira, y hecho a medias,
tan defectuoso y lejos de la moda
que me ladran los perros si me acerco:
Yo ¡entonces!, en este débil tiempo de flautitas, con nada me deleito para pasar el rato
excepto cuando miro mi sombra bajo el sol
y pienso sobre mi deformidad.
Ya que entonces no puedo
convertirme en amante
para alegrar estos amables días,
elijo convertirme en un villano”
Quienes en cambio habríamos tenido la fortuna de reconocer que la vida es un
don, al margen del número de nuestros días inclementes, no soportamos desenvol-
vernos como Ricardo III y, a partir de reconocer la deuda de la vida, se hace imperioso
saldar una parte de la misma ante un niño que se indigna y llora al comunicarnos que
ha recibido menos atenciones que nosotros, y que su situación ha llegado al punto de
haber sido objeto de una ofensa sexual grave por parte de un familiar adulto que
debiera haberlo protegido.
En este punto es preciso recordar que la “deuda de la vida” que nos plantea la
situación de ese niño de 8 años encuentra un fuerte respaldo jurídico que no se puede
11
desconocer, a la hora de saber que como ciudadanos estamos todos facultados – y en
muchos casos obligados- a elevar una denuncia sin demora ante situaciones similares.
Más allá de ser médico, docente o funcionario público con indelegable obligación de
denuncia, la comunicación de situaciones de esta índole ante las autoridades
constituye una facultad que puede ejercer cualquier persona.
Volviendoal lugargeográfico que hizo lugar a estas líneasdiré que, en el trayecto
que recorrí diariamente desde el hotel al hospital no vi ni ranchos ni taperas sino
viviendas de material. Se me refirió que las viviendas precarias existen campo adentro
y no tengo motivo para dudarlo; lo que puedo testimoniar es que en ese distrito
norteño no vi pobreza material, sino un grado considerable de desintegración ética.
Las familias en las que el padre y la madre conviven con sus hijos son minoría.
Generalmente se trata de una hija, que se convierte en madre, y después del
nacimiento del bebé deja a este a cargo de sus padres y tíos para ir a trabajar a un
lugar alejado, buscando mejores remuneraciones, mientras su hija o hijo queda a
cargo de elenco de adultos mayores que se sitúan como dueños de esos menores a los
degradan al rango de meros objetos.
Hubo una jornada en la que mi trabajo en el hospital seextendió más de la cuenta
y perdí el micro y las camionetas en las que regresábamos habitualmente al hotel. Me
tocaba recorrer menos de 5 km de una ruta en línea recta para llegar al lugar en el que
nos hospedábamos. Pasó una camioneta de lujo y es probable que por mi guarda-
polvo su conductor se haya visto movido a detenerse para ofrecerse a acercarme. En
esos pocos minutos de viaje el conductor se presentó y, al escuchar su nombre ,
recordé que era el del padre de una de las jóvenes que se habían quitado la vida poco
tiempo antes, tal como me lo había comunicado una de las enfermeras que entrevisté
el primer día. Mi presentación fue deliberadamente breve, sin hacer referencia alguna
a mi especialidad :- “Está bien que vengan doctor – comentó el conductor de la camioneta-
pero acá las cosas no andan tan mal como parece… Yo tenía una hija ..., pero qué se yo lo que
le pasaba e esa chica”.
El tono despectivo con el que se refirió a su hija, cuya historia dejó inconclusa, no
dejó de impactarme. Aquella que estaba llamada a verlo morir a él se había quitado la
vida en su etapa de plenitud. Horas más tarde me encontré pensando en el alma
colectiva de los adultos de esa localidad, y recordé la advertencia de Freud cuando se
refirió a una amenaza social por la cual: “nos acecha el peligro de un estado que podríamos
denominar «miseria psicológica de la masa" (1929).
“La persona no se hace sola – afirma el psiquiatra argentino Jorge Saurí(1989)-; el
Robinson absoluto es una irrealidad , y estamos constantemente haciéndonos en un intercambio
con otros”. Si esto es así, acaso se pueda afirmar que buena parte de los adultos de esa
12
comunidad norteña han perdidolacapacidad de considerar al Otro como tal, en orden
a su dignidad,en un procesoque losha de arrastrar a ellosmismosa un estancamiento
en la "pulsión de muerte".
Preso de su embeleso imaginario Narciso se ahoga indefectiblemente , porque en
el agua que lo espeja no hay Otro que pueda llegar a rescatarlo.
Tengo para mí, que las niñas, niños y adolescentes de esa localidad no sólo se
suicidan por el abuso sexual del que pueden haber sido objeto, y acaso tampoco se
ahorquen o se envenenen cuando comienzan a consumir alcohol o algún otro tipo de
estupefaciente. Acaso esos chicos se matan cuando descubren que todavía estan sanos
y prefieren morir a tiempo antes de llegar a convertirse, con el tiempo, en uno de esos
adultos que los rodean.
El testimonio aportado procura ir en búsqueda de otras formas de protección
social eficaz para quienes todavía no pueden protegerse a sí mismos. Lo volcado no es
más que la comunicación de una serie de datos alarmantes y comprimidos, a los que
se añaden algunas interpretaciones que sólo se proponen abrir el tema ante quienes
puedan aportar mejores esclarecimientos. Quien suscribe no consigue aportar mucho
más, y acaso sólo procure eludir la severa advertencia de Dante Alighieri, cuando
advirtió lo que nos espera cuando no nos pronunciamos de algún modo frente a
situacionescomo las consignadas: “Los niveles más bajos del infierno, están reservados para
aquellos que en tiempos de crisis moral, se mantienen neutrales”.
Referencias Bibliográficas
Freud , S. (1916). "Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico"Obras
Completas,Amorrortu Editores, Tomo XIV, Buenos Aires, 1986, página 319.
Freud , S. (1929). "El malestar en la cultura " Obras Completas, Amorrortu .Editores,
Buenos Aires, 1986, página 112.
Litter, M. y Cols (2015) “Remoción de arsénico en localidades de la provincia de Santiago del
Estero, Argentina. Evaluación del acceso, uso y calidad de agua en poblaciones rurales con
problemas de arsénico”.Ingeniería Sanitaria y Ambiental Publicación de la Asociación
Argentina de Ingeniería Sanitaria y Ciencias del Ambiente AIDIS Argentina, Edición
125 (Primer cuatrimestre 2015), página 13.
Saurí , J. ( 1989 ). Persona y personalización . Carlos Lohlé Ediciones , página 183.
Versión de Prueba
13
El autor es médico especialista en psiquiatría y en medicina legal
E-mail : feliperilova@gmail.com

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"Abuso sexual infanto juvenil y suicidio"

  • 1. 1 Abuso Sexual Infanto-Juvenil y Suicidio Felipe Rilova Salazar Estas líneas cumplen con el objeto de testimoniar una serie de acontecimientoscomunitarios recientesque demandan una consideración atenta. Se onsignan los pormenores de una experiencia asistencial solidaria ocurrida en una localidad del norte de la República Argentina, en la que el abuso sexual infanto-juvenil resulta ser endémico, en coincidencia con una tasa alarmante de suicidios de niñas , niños y adolescentes que se constatan en el lugar. El tema nos debe llevar a recordar los deberes y facultades que nos asisten como docentes , agentes de salud o como simples ciudadanos , toda vez que un menor nos comunica que ha sido objeto de un abuso sexual por parte de un adulto. Al respecto , importa recordar las consecuencias jurídicas que el incumplimiento de este deber de denuncia comporta para quienes están obligados a efectuarla , sin dejar de considerar las graves sanciones penales que pesan sobre quienes abusaren sexualmente de un menor en la República Argentina, donde modificaciones legislativas recientes y sucesivas acercan actualmente ese delito a la imprescriptibilidad , en atención a las secuelas vitalicias que se reconocen en quienes han sido abusados sexualmente por un adulto en el curso de su niñez. Junto a un grupo de profesionales de la salud de distintas especialidades , por espacio de una semana, prestamos servicios asistenciales solidarios en la localidad referida. Llegamos hasta el lugar con permiso del Ministerio de Salud Nacional y el Provincial a fin de prestar ayuda asistencial en una localidad que, de acuerdo con los relevamientos oficiales, resulta ser la zona más carenciada del país desde el punto de vista sanitario. Habiendo planificado el emprendimiento durante me- ses de reuniones periódicas, finalmente concurrimos 70 profesionales , después de haber pautado los objetivos a cumplir . En orden a nuestros respectivos campos de acción , todos asumimos idénticos compromisos de asistenciaen el lugar y de seguimientoulterior, de quienespor la complejidad de su estado debieran ser traslados a la Ciudad de Buenos Aires. Ya en el lugar nos encontramos con la figura fantasmagórica de un hospital con 40 camas vacías, y la imagen espectral de colchones apilados que nunca fueron usados , tubuladuras e instrumentos de ventilación de goma o de plástico que perdieron su elasticidad por el desuso, sillas de ruedas abandonadas… A lo anterior se añadía la presencia de varias enfermeras y cadetes desocupados, todosellosempleadospúblicosdelgobierno provincial,améndeuna ambulancia cuyas cubiertas estaban en condiciones deplorables y la referencia a un médico , que sería el director de la institución , a quien nunca llegamos a conocer
  • 2. 2 personalmente. Al preguntar por él, las personas empleadas del lugar nos contestaron , con pasmosa naturalidad : “ -No, el doctor no está; él viene cada tanto , lo que pasa es que vive en la capital de otra provincia ” – refiriéndose a una ciudad ubicada a 770 kilómetros del lugar. Sabíamos, con antelación, que nos encontraríamos con la dolorosa realidad que se constata frente a entidades pa- tológicas comunes cuando estas quedan libradas a su evolución natural, en ausencia de cualquier intervención asistencia. Nos tocaría asistir eldetterioro avanzado quese constata frente a ladiabetes, la hipertensión, o al temible Hidro Arsenicismo Crónico Regional Endémico (HACRE) en sus formas avanzadas,
  • 3. 3 enfermedad que podría evitarse si se hicieran pozos de 30 o 40 metros para extraer el agua, o si se implementaran filtros para eliminar el arsénico que se encuentra en las napas subterráneas superficiales del agua que los habitantes de la zona presumen potable (Litter, 2015). En el curso de una sóla semana en el lugar se prestó asistencia a más de 5000 personas. Se extrajeron 300 muestras de análisis de PAP, es decir el Examen de Papanicolaou: Estudio citológico cervico – vaginal que permite reconocer la presencia eventual de células anormales, lo que com- porta la detección precoz del cáncer de
  • 4. 4 cuello uterino para ser analizadas en CABA , y se practicaron en esos días 163 intervenciones quirúrgicas en el lugar , 73 de las cuales demandaron anestesia general y 90 se hicieron con anestesia local. El equipo estaba formado por un laboratorista , un dermatólogo , un urólogo y varios subgrupos de profesionales especializados en : clínica médica , cardiología , ginecología y obstetricia , oftalmología , pediatría , cirugía , anestesiología de adultos y niños, instrumentación quirúrgica, diagnóstico por imágenes y odontología. Llegamos provistos de la aparatología que demandan ciertos especialistas para desarrollar su actividad ( ecógrafos , electrocardiógrafos ) amén del instrumental que se requiere para practicar radiografías y mamografías. No fue posible establecer desde cuando se había iniciado la epidemia de suicidios infanto-juveniles en ese distrito de sólo 12.000 habitantes. En orden a mi especialidad, no habíendo otros psiquiatras en el grupo, sabía que debía prestar
  • 5. 5 especialatenciónal reconocimiento delos indicadorespersonalesosocioambientales que llevaran a presumir los móviles del desenlace suicida que se constata con tanta frecuencia en los niños, niñas y adolescentes de ese lugar. Llegados al hospital , el testimonio inicial de algunas enfermeras - una de las cualesrefirió llevar30 años en esesitio - me permitió conocer losnombres y las edades de decenas de niñas , niños y adolescentes que se habían ahorcado, disparado o se habían envenenado en el curso de los últimos meses. Algunos de los adultos entrevistados inicialmente atribuían el fenómeno de los suicidios infanto-juveniles a la llegada de la droga, a partir de un camino interprovincial que atravesaba la zona y se había pavimentado en el curso de los últimos años. No se puede descartar el rol de los estupefacientes con relación a ese fenómeno, pero de acuerdo con lo que habremos de considerar, existen otros factores concurrentes que invitan a presumir que la naturaleza de los suicidios infanto juveniles pueden responder a otras causas. Para tener una idea de la magnitud de este trágico fenómeno infanto juvenil, vale consignar que, en el curso de las en el curso de las tres semanas posteriores a nuestro regreso se suicidaron otros cuatro chicos de esa misma localidad; tres de ellos se ahorcaron y el último se provocó la muerte a través de la ingesta de lo que llaman "veneno de león", sustancia de fácil acceso en el lugar por cuanto habría pumas en la zona. Pasadas algunas semanas del regreso sentí que no había retornado del todo de aquel lugar. Acaso aquellasensaciónserelacionaba con queme faltaba llevar a término el proceso de traslado de un menor, hacia una granja de recuperación de jóvenes adictos situada en el Gran Buenos Aires. El beneficiario de ese traslado iba a ser un chico de 15 años queconsumíacantidades exorbitantes dealcoholdesdesusdoce años, a quien se le ofreció trasladarse junto a su madre, quien iba a tener donde hospedarse y a quien el joven iba a poder recibir regularmente durante su estancia en la granja, más allá de lo cual ese traslado nunca se pudo efectivizar. A través de las reiteradas comunicaciones telefónicas que se efectuaron desde la Ciudad de Buenos Aires la madre refirió que su hijo se había internado en el monte y que ella había perdidó todo rastro respecto a él. No es improbable que la verdadera razón de aquel sentimiento de “no haber retornado del todo” haya sido otra, acaso porque no somos los mismos después de haber sido testigos de ciertas experiencias, de las cuales sólo me habré de referir a tres, sin contar lo expuesto respecto a este niño a quien no logró trasladar. Durante la mañana del segundo día de trabajo asistencial en el nosocomio recibí la consulta de una joven, de 19 años, madre de un niño de dos años, concebido con un novio con quiensosteníaun vínculode amor recíproco,a pesar de no haber encontrado todavía los medios para empezar a vivir juntos. En los comentarios y apreciaciones que aquella chica hacía sobre sí misma trasuntaba ser muy estricta consigo.
  • 6. 6 Desde el comienzo de la entrevista , en toda referencia ligada a sus desenvolvimientos, la joven hacía gala de la rigurosidad extrema con la que juzgaba sus aptitudes. Al promediar la consulta me hizo saber que venía a la consulta porque había efectuado tres intentos de suicidio de gravedad. En una ocasión había intentado ahorcarse, en otra había estado varios días en coma por una sustancia tóxica que había ingerido y no recuerdo cuál era el medio que había elegido para consumar el tercer intento. Con respecto al consumo de drogas , me hizo saber que en una única ocasión había probado marihuana sin sentirse inclinada a ese o a otros consumos. No es este el espacio para explicar porque pude afirmarle a aquella joven que sus intentos de suicidio se relacionaban con el abuso sexual del que había sido objeto en el transcurso de su infancia. El hecho es que, a partir de esa comunicación, la chica se desplomó sobre el escritorio que nos separaba y lloró largamente . En un momento se incorporó, se secó las lágrimas y me dijo que deseaba comunicar aquello que le había sucedido durante su niñez a sus padres, de modo que la cité junto a sus padres a las 16 hs. de ese mismo día. La joven aceptó y antes de retirarse se animó a pedirme que fuera yo quien le comunicara a sus padres lo que le había ocurrido. A la hora acordada vino sólo con la madre. Por mi parte había procurado la presencia, en la entrevista, de una Trabajadora Social, perteneciente una fundación solidariaque tiene asientoen ellugar. Tome la mano de la madre – la hija también lo hizo – y le comuniqué , mirándola a los ojos , lo que la joven me había pedido que le dijera. Le expliqué que habían sido episodios repetidos, que habían ocurrido entre los 10 y los 12 años de su hija, que el ofensor sexual era el tío, casado con la hermana del padre , y que los abusos habían ocurrido cuando su hija era convocada por entonces, semanalmente, a cuidar a un primo de muy corta edad por espacio de pocas horas del mediodía, y que en esas circunstancias se habían se perpetrado los abusos reincidentes que había sufrido su hija por parte del padre aquel niño de corta edad. Ahogando el llanto la madre dijo que presumía que aquello había tenido lugar. Pregunté por la inasistencia del padre y confesé, abiertamente, que me preocupaba la reacción de este; advertí que la posibilidad de un escándalo perjudicaría a la hija, de modo tal que le dí otra hora para que pudiera venir a verme al consultorio, pero nunca lo hizo. Dos días después, la joven se presentó en el consultorio para que conociera a su hijo y para darme las gracias. Le pregunté por su padre y dijo que él no había venido a la entrevista porque entendía que lo ocurrido habían sido sólo unas “bromitas” de su cuñado. A pesar de esa desestimación del padre la chica parecía aliviada. Me hizo saber que había acordado el comienzo de un curso de cocinera con la Trabajadora Social de la fundación que había estado presente en la entrevista. Nada permite suponer que su tema se haya resuelto, pero lo intentado marcaba los límites de mis posibilidades de intervención. En las últimas horas de la tarde del tercer día de asistencia recibí la interconsulta de una colega del equipo de pediatría a propósito de un niño, de 8 años de edad, que no se dejaba revisar ni tocar; ante aquella actitud del menor acompañé a mi colega y
  • 7. 7 ya frente al niño lo llamé por su nombre, me puse a su altura, y le aseguré que nadie iba a obligarlo a sacarse la ropa ni iba a revisarlo si él se oponía. Inmediatamente despuésdehaberle hecho esa comunicación,en un estallidodelágrimasy furia el chico pasó a vociferar a su tía allí presente, que ella no entendía nada, que sus abuelos tampoco entendían nada y que su propiamadre tampoco entendía nada... Con los ojos inyectados en lágrimas aquelchiquito tuvo el coraje de comunicar, delantedel extenso grupo que lo rodeábamos: “-¡ A mí lo que me pasa es que el tío Edi me mete el pito en la cola, y a tu marido también se lo mete, tía! ” (sic). A punto seguido de aquella comunicación, volví sobre la mujer a la que este se había dirigido – la tía – le dije que podía entender el impacto de lo que acababa de escuchar, pero le expliqué que la prioridad la tenía el niño. Sugerí que a la mañana del día siguiente la madre del menor me acompañara, porque por mi parte iba elevar la denuncia de lo comunicado por el niño ante el Ministerio Público del lugar y lo conveniente era que, cuando hiciera esa denuncia, la madre estuviera conmigo y así los despedí a ambos. Quedaban conmigo los números telefónicos de la madre y de la tía pero, desde entonces y hasta la mañana siguiente, resultaron infructuosas mis argumentaciones telefónicas para que la madre del niño me acompañara. La mujer no negaba en modo alguno la veracidad de los dichos de su hijo respecto a los abusos de los que decía haber sido objeto por parte de su tío abuelo; más allá de lo cual, la madre alegaba razones diversas y anodinas para no concurrir, aun cuando leexpliquéquede no acompañarme, mi denuncia podíallegara promover la eventual internación del niño en un dispositivo de amparo. Agotada la instancia de los llamados, a la mañana siguiente salí del hospital antes del mediodía, averigüé la dirección del Ministerio Público y me presenté ante la funcionaria judicial a cargo de esa dependencia. La funcionaria no se demoró en atenderme. Le comuniqué lo ocurrido en la víspera y le acerqué los datos que tenía. No obstante, a partir de esemomento, aquellamujer comenzó a desplegaruna extensa sucesión de titubeos lentos y dispersos, que parecían orientados a obstaculizar o a aplazar el registro de la denuncia. La funcionaria me retuvo en ese sitio por espacio de 6 horas; inicialmente parecía interesada en hacerme creer que ella estaba cumpliendo con esas idas y vueltas por cuestiones administrativas, pero se desenvolvía con una parsimoniatan inexplicableque suprocederhacía pensar en otros propósitos.Después de escucharme, en primer término decidió llamar telefónicamente a la madre del niño en mi presencia , sirviéndose del número que le había alcanzado. Logró comunicarse, y sostuvo en mi presencia una extensa conversación con la madre del niño, en la que la funcionaria no hacía más que repetirle a su interlocutora cuánto la comprendía. En un momento la funcionaria tapó el auricular con la mano y dirigió su mirada hacia mí, para decirme que la madre aseguraba que lo que el chico había dicho en la víspera había sido un chiste. No teniendo nada para comunicarle, ni gestual ni verbalmente, me limité a guardar silencio esperando que concluyera esa llamada y prosiguiera el trámite. Concluida aquella comunicación telefónica, la funcionaria se sentó frente a mí; tras su escritorio mantuvo la cabeza gacha y pasó un largo momento en silencio, como esperando algún comentario de mi parte. Finalmente me miró y me preguntó si iba a
  • 8. 8 proseguir o no con la denuncia. No hice más que reiterarle lo que le había referido inicialmente. Recién entonces empezó a redactar mi denuncia a mano alzada, con una lapicera a pluma, en un bibliorato de gran porte, enmendando una y otra vez, con líquido corrector, las expresiones que ella utilizaba para traducir mis dichos, preguntándome por sinónimos quela llevaran a evitar reiteraciones gramaticales muy poco relevantes. En un momento, intempestivamente se presentó en el lugar, sin anunciarse , la tía que había estado acompañando al niño en el hospital el día anterior. Ignoro cómo habrá hecho para empezar a hablar sin sentirse llamada a decir quien era. Sin tomar asiento o procurar conocer en qué momento de la entrevista nos encontrábamos, irrumpió en el lugar y dijo: “- Todo lo que dice este doctor es mentira !”. La mujer hacía un esfuerzo poco convincente por elevar la voz. Por mi parte no tenía motivo – ni deseo - de entablar un diálogo personal con la señora; tenía claro que me encontraba cumpliendocon una obligaciónprofesional,y la verdad , la falsedado elchiste relativo a los hechos referidos por el niño era un tema que debía dirimir la Justicia. Sólo le dije, y creo habérselo podido plantear con serenidad e incluso con respeto, que probablementeleconvenía dirigirsea lacomisaría dellugar para plantar lasfalsedades que me imputaba. Volví sobre la funcionaria judicial para preguntarle, en orden a la disparidad de conocimientos que cabe esperar de su parte, si lo que le estaba sugiriendo a la tía del niño era lo correcto. La funcionaria no contestó; a cambio me hizo saber, en un tono intimista: “- Pero mire doctor que va a tener que venirse a declarar hasta la capital de esta provincia.” Supuse que se refería a que más adelante debería comparecer en algún momento como testigo, a través de una citación, por la denuncia que estaba elevando. A esa altura ya me sentía fastidiado y creo no haber podido disimilar ese malestar cuando le respondí que concurriría a ese lugar o al que fuera si eso era lo que correspondía. En ese momento la tía del niño se desinfló, acercó una silla contígüa a la mía y al sentarse frente a la funcionaria invirtió el contenido de sus primeros dichos. Con una mueca impasible y una sonrisa impostada se limitó a decir a la funcionaria : “Bueno , sí, lo que dice este doctor es cierto”. La suma de desenvolvimientos y contradicciones que desplegaban aquellas dos mujeresera desconcertante; no era sólo la mentira de la tía, en tanto acto inmoral , sino la desmoralización envolvente y sofocante que imponían esas dos personas adultas en la atmósfera de ese distrito norteño en el que eran tantos los niños que se suicidaban. Afortunadamente, la pluma de la defensora empezó a fluir menos lentamente a partir de la última comunicación de la tía para ir plasmando, finalmente, la denuncia en la que se instaba el inicio de una investigación tendiente a esclarecer los hechos que había el menor de 8 años que se negó a ser revisado en la víspera en el hospital, añadiendo los nombres de los demás profesionales presentes cuando el niño precisóla identidad y el parentesco de su ofensor sexual.
  • 9. 9 Aquel chico indignado, de sólo 8 años de edad, se había animado a expresarse con contundencia y claridad cuando vió que había chances de ser escuchado por terceros. Lo hizo abruptamente, delante de 6 o 7 personas adultas, en su mayoría desconocidas para él, pero lo cierto es que sus dichos tuvieron la potencia de una bomba cuya fuerza expansivaera preciso absorber y denunciar, porquelas situaciones de esta índole constituyen una obligación para cualquier médico, y porque es eso es también lo que impone la deuda de la vida. Los términos "deuda de la vida" aluden al sentimiento de haber tenido mejor suerte queaquel niño. Así, frente a un chico quenos hace saber que no ha sidocuidado ni respetado por sus mayores, asistimos al íntimo deber - la deuda - de hacer algo por él sin demora; esto es: algo semejante a lo que a su hora otros han hecho otros por nosotros. Se podrá objetar que los adultos de esa comunidad tampoco cumplen con el deber de respeto más elemental que toda persona se debe a sí misma, en tanto empleados cautivos de un voto extorsivo, por el cual reiteran la elección de autoridades que desestiman, entre muchos otros aspectos, la profundidad que deben alcanzar los pozos de agua para librar a sus mismos votantes de las calamidades del arsénico. Toda especialidad tiene límites y, como toda disciplina, la medicina también tiene fronteras. En la esfera sanitaria de ese feudo provincial se reconocían fronteras muy difusas, donde lo público y lo privado determinaban afecciones que trascendían el campo biológico de la toxicología o el de la presencia sólo aparente de recursos técnicos orientados a las prestaciones de salud. Existen, volviendo a lo planteado líneas arriba, quienes no inscriben esa “deuda de la vida”. Son diversas las razones por las que hay personas encumbradas que no desarrollan, sin embargo, el registro de las necesidades más elementales de sus semejantes desvalidos. Freud hizo referencia a “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo analítico” (Freud, 1916), en un texto en el que se propuso consignar situaciones clínicas advirtiendo que se trata de cuadros que ofrecen especial resistencia al trabajo psicoanalítico, por la renuencia de estos pacientes para el abandono de ciertas satisfacciones a las que se aferran por suponerse con derecho a ello, tratándose de aspectos que se incorporan como rasgos particularmente estables, que se integran al carácter singular que exhiben estos sujetos. Se trata de aquellos a quienes Freud llamó: I) Los casos de excepción. II) Los que fracasan cuando triunfan. III) Los que delinquen por conciencia de culpa. En nuestro caso nos interesa considerar los aspectos que distinguen a quienes integran el primero de estos tres grupos. Al respecto, Freud advierte al médico que este sehabrá de encontrar siempre con estos pacientesque reclaman ciertos privilegios para sí, por cuanto consideran haber sufrido ya bastante como para tener que renunciar a sus satisfacciones habituales en aras de alcanzar un cambio psíquico
  • 10. 10 eventual a través del tratamiento psicoanalítico. Se trata de personas que se sienten más acreedoras que deudorasdela vida, que setienen a sí mismascomo excepcionales y que no están comprendidas por las generales de la ley, porque presumen haber sido castigados y maltratados excesivamente, lo que los mueve a creer que cuentan con el derecho de no cumplir con los gravámenes y límites que se le pueden exigir a las mayorías. Los privilegiosqueseatribuyeron por las injusticiassufridas, y las rebeldías consecuentes, contribuyen a agravar los conflictos que procuran resolver a través de estallidos de ira. Para ilustrar este tipo de carácter – reiteramos que no serían los únicos que desconocerían la deuda de la vida - Freud no hace referencia a casos clínicos propios, y prefiererecurrir a una figura literaria escrita por Shakespeareen una de sustragedias históricas: “The Life and Death of King Richard III”, donde el monarca aparece como un hombre jorobado , ambicioso , cruel y sin escrúpulos. Ricardo III (1452-1485) había ocupadoel trono de Inglaterra por pocomás de dos años y algunas crónicas le otorgaron a este monarca cierta celebridad por la desagradable deformidad de su aspecto y por la crueldad, vileza y arrogancia con la que perpetraba sus crímenes. Shakespeare lo describe como un ser acuciado por una insaciable búsqueda de resarcimiento, cuyas cavilaciones aparecen reflejadas en el célebre monólogo que el dramaturgo le imaginó en estos términos: “Yo que he sido estampado así, grosero, y sin ninguna gracia para poder lucirme ante una fácil ninfa desenvuelta; yo que he sido expulsado de toda proporción, que he sido traicionado en estos rasgos por la naturaleza engañadora, deformado, inconcluso, enviado antes de tiempo al mundo que respira, y hecho a medias, tan defectuoso y lejos de la moda que me ladran los perros si me acerco: Yo ¡entonces!, en este débil tiempo de flautitas, con nada me deleito para pasar el rato excepto cuando miro mi sombra bajo el sol y pienso sobre mi deformidad. Ya que entonces no puedo convertirme en amante para alegrar estos amables días, elijo convertirme en un villano” Quienes en cambio habríamos tenido la fortuna de reconocer que la vida es un don, al margen del número de nuestros días inclementes, no soportamos desenvol- vernos como Ricardo III y, a partir de reconocer la deuda de la vida, se hace imperioso saldar una parte de la misma ante un niño que se indigna y llora al comunicarnos que ha recibido menos atenciones que nosotros, y que su situación ha llegado al punto de haber sido objeto de una ofensa sexual grave por parte de un familiar adulto que debiera haberlo protegido. En este punto es preciso recordar que la “deuda de la vida” que nos plantea la situación de ese niño de 8 años encuentra un fuerte respaldo jurídico que no se puede
  • 11. 11 desconocer, a la hora de saber que como ciudadanos estamos todos facultados – y en muchos casos obligados- a elevar una denuncia sin demora ante situaciones similares. Más allá de ser médico, docente o funcionario público con indelegable obligación de denuncia, la comunicación de situaciones de esta índole ante las autoridades constituye una facultad que puede ejercer cualquier persona. Volviendoal lugargeográfico que hizo lugar a estas líneasdiré que, en el trayecto que recorrí diariamente desde el hotel al hospital no vi ni ranchos ni taperas sino viviendas de material. Se me refirió que las viviendas precarias existen campo adentro y no tengo motivo para dudarlo; lo que puedo testimoniar es que en ese distrito norteño no vi pobreza material, sino un grado considerable de desintegración ética. Las familias en las que el padre y la madre conviven con sus hijos son minoría. Generalmente se trata de una hija, que se convierte en madre, y después del nacimiento del bebé deja a este a cargo de sus padres y tíos para ir a trabajar a un lugar alejado, buscando mejores remuneraciones, mientras su hija o hijo queda a cargo de elenco de adultos mayores que se sitúan como dueños de esos menores a los degradan al rango de meros objetos. Hubo una jornada en la que mi trabajo en el hospital seextendió más de la cuenta y perdí el micro y las camionetas en las que regresábamos habitualmente al hotel. Me tocaba recorrer menos de 5 km de una ruta en línea recta para llegar al lugar en el que nos hospedábamos. Pasó una camioneta de lujo y es probable que por mi guarda- polvo su conductor se haya visto movido a detenerse para ofrecerse a acercarme. En esos pocos minutos de viaje el conductor se presentó y, al escuchar su nombre , recordé que era el del padre de una de las jóvenes que se habían quitado la vida poco tiempo antes, tal como me lo había comunicado una de las enfermeras que entrevisté el primer día. Mi presentación fue deliberadamente breve, sin hacer referencia alguna a mi especialidad :- “Está bien que vengan doctor – comentó el conductor de la camioneta- pero acá las cosas no andan tan mal como parece… Yo tenía una hija ..., pero qué se yo lo que le pasaba e esa chica”. El tono despectivo con el que se refirió a su hija, cuya historia dejó inconclusa, no dejó de impactarme. Aquella que estaba llamada a verlo morir a él se había quitado la vida en su etapa de plenitud. Horas más tarde me encontré pensando en el alma colectiva de los adultos de esa localidad, y recordé la advertencia de Freud cuando se refirió a una amenaza social por la cual: “nos acecha el peligro de un estado que podríamos denominar «miseria psicológica de la masa" (1929). “La persona no se hace sola – afirma el psiquiatra argentino Jorge Saurí(1989)-; el Robinson absoluto es una irrealidad , y estamos constantemente haciéndonos en un intercambio con otros”. Si esto es así, acaso se pueda afirmar que buena parte de los adultos de esa
  • 12. 12 comunidad norteña han perdidolacapacidad de considerar al Otro como tal, en orden a su dignidad,en un procesoque losha de arrastrar a ellosmismosa un estancamiento en la "pulsión de muerte". Preso de su embeleso imaginario Narciso se ahoga indefectiblemente , porque en el agua que lo espeja no hay Otro que pueda llegar a rescatarlo. Tengo para mí, que las niñas, niños y adolescentes de esa localidad no sólo se suicidan por el abuso sexual del que pueden haber sido objeto, y acaso tampoco se ahorquen o se envenenen cuando comienzan a consumir alcohol o algún otro tipo de estupefaciente. Acaso esos chicos se matan cuando descubren que todavía estan sanos y prefieren morir a tiempo antes de llegar a convertirse, con el tiempo, en uno de esos adultos que los rodean. El testimonio aportado procura ir en búsqueda de otras formas de protección social eficaz para quienes todavía no pueden protegerse a sí mismos. Lo volcado no es más que la comunicación de una serie de datos alarmantes y comprimidos, a los que se añaden algunas interpretaciones que sólo se proponen abrir el tema ante quienes puedan aportar mejores esclarecimientos. Quien suscribe no consigue aportar mucho más, y acaso sólo procure eludir la severa advertencia de Dante Alighieri, cuando advirtió lo que nos espera cuando no nos pronunciamos de algún modo frente a situacionescomo las consignadas: “Los niveles más bajos del infierno, están reservados para aquellos que en tiempos de crisis moral, se mantienen neutrales”. Referencias Bibliográficas Freud , S. (1916). "Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico"Obras Completas,Amorrortu Editores, Tomo XIV, Buenos Aires, 1986, página 319. Freud , S. (1929). "El malestar en la cultura " Obras Completas, Amorrortu .Editores, Buenos Aires, 1986, página 112. Litter, M. y Cols (2015) “Remoción de arsénico en localidades de la provincia de Santiago del Estero, Argentina. Evaluación del acceso, uso y calidad de agua en poblaciones rurales con problemas de arsénico”.Ingeniería Sanitaria y Ambiental Publicación de la Asociación Argentina de Ingeniería Sanitaria y Ciencias del Ambiente AIDIS Argentina, Edición 125 (Primer cuatrimestre 2015), página 13. Saurí , J. ( 1989 ). Persona y personalización . Carlos Lohlé Ediciones , página 183. Versión de Prueba
  • 13. 13 El autor es médico especialista en psiquiatría y en medicina legal E-mail : feliperilova@gmail.com