Nuestra sociedad es ambiciosa y nosotros también, porque se nos ha engañado –perdón, enseñado- a creer que el éxito y la felicidad están en desear más y más; en la acumulación. Sin embargo, la realidad es que cuanto más avanzamos por ese camino, más desgraciados nos sentimos. Ser feliz no debería ser difícil. Basta la sencillez, el verdadero “Síndrome de Diógenes”.
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Efrén Martín, gerente de , profesor de , asociado de
Cuando Alejandro le ofreció un deseo, Diógenes solicitó:
- ¿Puedes apartarte para no quitarme la luz del sol? No
necesito nada más.
Impresionado, Alejandro le aseguró que de no poder ser él
mismo, elegiría ser Diógenes; a lo que éste respondió:
- ¿Quién te impide serlo ahora mismo? ¿Adónde vas?
- Voy a la India a conquistar el mundo entero.
- ¿Y después que vas a hacer?
- Después voy a descansar.
- Estás loco.Yo estoy descansando ahora.No he conquistado
el mundo y no veo qué necesidad hay de hacerlo. Si al
final quieres descansar, ¿por qué no lo haces ahora? Y te
digo más, si no descansas ahora nunca lo harás. Morirás.
Todo el mundo se muere en el camino, en medio del viaje.
Nº 114 junio 2016 http://www.fvmartin.net
Imaginemos a una persona dentro de una
barca que, por tener una vía de agua,
comienza a hundirse. Es evidente que no
dejará de achicar agua y también que nada se
solucionará definitivamente hasta sellar el
casco. Por si fuera poco, mientras la barca no
esté arreglada, no se moverá y no podrá llevar
al viajero a su destino.
La vida evoca a veces sensaciones similares
a las descritas: uno no puede avanzar hacia
sus metas mientras le atenacen antiguas
emociones tóxicas y no sepa cómo crear otras,
positivas, que las contrarresten.
Desde Buda, se han buscado los anhelados
mecanismos de solución para una vida
incomprensiblemente atormentada. Paul
Watzlawick recordaba cómo, inmediatamente
después de la postguerra, y en medio de la
miseria, se suicidaban 14 personas al año en
Trieste. Tras el exitoso Plan Marshall, ya en la
abundancia, se suicidaban 12 personas… ¡al
mes! Stephen Covey propuso recuperar
nuestra Voz Interior, para superar ese “dolor”.
En el diálogo que encabeza el texto,
Diógenes representa la voz de la necesidad,
que evita esclavizarse a nada o cambiarse por
otros. Alejandro en cambio es la voz del deseo
de poseerlo todo con un afán desmedido.
Craso error, porque la necesidad puede
satisfacerse y el deseo no.
Todos sabemos que la pasión es el motor de
la existencia, pero no es lo mismo seguir sus
dictados en forma de necesidad, que de
deseo. Decía Tomas de Kempis: “No confíes
en tus sentimientos, porque, sean cuales
sean ahora, muy pronto habrán cambiado”.
Para sanar nuestra “agujereada barca”,
muchos autores proponen cambiar el viejo
Monólogo Interno por un nuevo Triálogo entre:
- El DESEO, la parte dolorida que ha de
expresarse y hemos de escuchar, para
descubrir la auténtica NECESIDAD que oculta.
- La VOLUNTAD, que se agota inútilmente
presionando al primero, alimentando el
conflicto interno y su efecto, el dolor
- La CONCIENCIA, cuyo papel es mediar entre
“la roca inamovible y la fuerza irrefrenable”,
para resolver su desacuerdo y pedir a
ambas partes que hagan menos de lo mismo.
El griterío de la Cultura sustituyó a la Voz de
la Conciencia, convirtiendo a Alejandro en
símbolo del éxito y reduciendo a Diógenes a un
pordiosero, pese a que: “Desde el punto de
vista histórico y conceptual, la acumulación
de cualquier tipo de cosas es lo contrario a
lo preconizado y practicado por Diógenes”.
Quizá, él se tomaría a guasa la pregunta:
“¿Adónde vas, Diógenes?", respondiendo:
A subir la basura