3. Tal vez hace decenas de miles de años uno de nuestros ancestros celebró un complejo ritual de ofrenda, durante el cual colocó en el suelo una piedra y puso encima de ella una corteza vegetal pintada de ocre, y en su interior una víscera asada de un animal recién cazado. A quién iba dirigida la ofrenda, en qué consistía y, sobre todo, por qué y cómo se realizó, no lo narran los restos fósiles que nuestros científicos recogen, estudian, clasifican y guardan en museos. Los gestos y la palabra del ancestro, la víscera, la bandeja y hasta la propia memoria del dios..., todo ha desaparecido. Y por lo que se refiere a la piedra, sólo el ojo experto de un arqueólogo puede distinguirla de las demás piedras que afloran durante la excavación. Pinturas calladas durante milenios Como un eco lejano, suspendido en el tiempo y de repente percibido, el arte prehistórico conservado en abrigos naturales hoy nos sigue atestiguando que sus autores percibieron lo trascendente.
4. A principios del siglo XX, se planteó la cuestión de la religiosidad del hombre prehistórico, con una violenta polémica en la que los clericales y anticlericales defendieron sus argumentos en torno a la existencia de prácticas funerarias y el supuesto carácter mágico de las obras de arte paleolíticas. Desde entonces esta discusión ha ido bajando bastante de tono y desde hace bastantes años todos parecen estar de acuerdo en otorgar al Hombre paleolítico un lugar más o menos vivo en las profundidades de la metafísica. Por supuesto, no poseemos ningún documento sobre las ceremonias mágicas de los hombres del Paleolítico Superior, pero su realidad es percibida por muchos investigadores a través del arte que nos dejaron plasmado en las paredes. Las pinturas, grabados, estatuillas y bajorrelieves se suelen interpretar como objetos mágicos, como símbolos íntimamente asociados con el rito y lo sobrenatural. Se hace difícil separar religión y actividad estética en su más amplio sentido: el conjunto de manifestaciones responde a un proceso de exaltación social y de una multiplicación de los símbolos que han de tomarse como un todo. La etnografía comparada ha sido uno de los motores para la aceptación de la religión prehistórica y uno de sus triunfos ha sido el poder demostrar, a la vez, la simplicidad de ciertos esquemas de comportamiento y la extrema diversidad y complejidad de su actualización técnica.