1. La certeza de que
Dios preservará a
Sus hijos, ahora y
por la eternidad.
¡Aleluya!
LECCIÓN # 9 – DOCTRINA Y VIDA DE LA IGLESIA
2. a. La posición presente y la
futura esperanza de los hijos
de Dios (8:14-25)
3. b. El ministerio de
intercesión del Espíritu Santo
en favor de los hijos de Dios
(8:26,27)
4. c. La seguridad de los
propósitos de amor que Dios
tiene para Sus hijos (8:28-30)
5. d. La seguridad de que Dios
preservará a Sus hijos (8:31-
39)
6. “No hay absolutamente
nada que nos pueda
separar de Dios o hacer que
Él deje de amarnos ni que
olvide Su maravilloso y gran
plan para nosotros.”
Notas del editor
Todo aquél en quien vive el Espíritu Santo es un hijo de Dios adulto y maduro. Aunque cuando éramos recién nacidos en la familia de Dios éramos como niños pequeños en nuestro entendimiento, el Señor nos dio la posición de hijos adultos en Su familia. En la época en que Pablo escribió esta carta a los creyentes de Roma, mucha de la gente rica tenía siervos para cuidar y enseñar a sus hijos. Estando bajo el control de los siervos, a los niños se les decía qué hacer y qué no hacer. Los trataban como si también fueran siervos. Permanecían en esta situación hasta que su padre decidía que estaban listos para tomar una posición de responsabilidad como adultos en la familia. Al ser aceptados por su padre en su nueva posición de hijos adultos, no seguían bajo el control de los siervos y ya no temían ser castigados. Los siervos ya no estaban al mando de ellos. Como hijos mayores de edad, asumían responsabilidades en la familia tal como su padre, no por temor de ser castigados, sino por amor y respeto al padre.
Mientras estamos aquí en este mundo, tenemos muchos anhelos en nuestros corazones que queremos expresarle a nuestro Padre celestial, pero no siempre entendemos lo que realmente queremos, lo que en verdad necesitamos, ni cómo decírselo a nuestro Padre celestial. Aunque no sabemos qué decir con nuestros labios, el Espíritu Santo ora por nosotros en nuestros corazones.
No es solo una mera intercesión. El Espíritu Santo está para “compartir la carga de debilidad” – gr. Sunantilambanomai - nuestra y en los momentos más difíciles y podemos acercarnos al Padre a pedirle, confiando que el Espíritu Santo comunicará al Padre lo que en realidad necesitamos y no lo que posiblemente estemos pidiendo nosotros mismos.
Aun antes de crear el mundo, Dios determinó que Él nos haría como Su Hijo. Nos llamó por medio del Evangelio para que nos acercáramos a Él como pecadores y para que confiáramos en el Señor Jesús como nuestro Salvador. Al acercarnos, Él perdonó todos nuestros pecados y nos vistió con Su justicia para hacernos completamente aceptables a Él. Pero aún no se ha cumplido todo lo que Él tiene para nosotros. Jesús viene otra vez para llevarnos al cielo. Cuando llegue, nuestros cuerpos serán cambiados y serán liberados completamente y para siempre del pecado y de la muerte. Nuestros cuerpos serán como el de Jesús. Nunca moriremos; nuestros pensamientos y acciones serán como los del Señor Jesús. Participaremos en todo lo que le pertenece a Él.
Nos debe quedar muy claro que, como Dios está de nuestra parte, nadie puede imponerse sobre nosotros y nada puede vencernos o destruirnos. Puede ser que el Señor permita que nos sucedan cosas difíciles y tristes por un tiempo aquí en esta tierra, pero, como Dios está de nuestra parte, al final Él se encargará de que salgamos ganando.
Dios nos dio lo mejor de Sí al dar al Señor Jesús para morir en nuestro lugar. Siendo que Él dio la vida de Su propio Hijo querido por nosotros, debemos estar convencidos de que también nos dará todo lo demás que necesitemos.
Nadie puede acusar o condenarnos por nuestros pecados ante Dios. ¿Por qué no es posible? Porque Dios, el Juez de todos los pecadores, nos ha perdonado y aceptado como perfectamente justos por medio del Señor Jesucristo.
Es imposible que alguien nos condene por nuestros pecados porque al levantar al Señor Jesús de la muerte y al ponerlo a Su diestra, Dios mostró que aceptó el pago del Señor Jesús por nuestros pecados. Ésta es la prueba irrefutable que Él aceptó el pago de Jesús como el precio completo por nuestro pecado.