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Carlo Martini, S. J.
EL ENCUENTRO PERSONAL CON CRISTO
EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES
Los Ejercicios no pueden reducirse a una exposición meditativa de la cristología sino que deben
ser una experiencia que conduzca a la entrega total a Cristo. ¿Cómo podemos describir en
términos bíblicos la adhesión a Cristo y el encuentro personal con Él? Limitémonos a reencontrar
dos textos del Nuevo Testamento que resumen a otros muchos textos sobre ese tema.
Dos indicaciones paulinas.
El que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él (2Cor. 6, 17). Es interesante
considerar este pasaje sobre el trasfondo realístico del capítulo 6º que habla de la prostitución.
Pablo le viene diciendo al cristiano: “tú no debes unirte a una prostituta porque quien se
une a ella forma con ella un solo cuerpo”. Ahora bien, el cristiano está unido a Cristo, y es un
solo cuerpo con Él”. Vale decir que se realiza aquella rica fusión de mentalidad, de afecto, de
vida y de amistad tan radical con Cristo que hace –sí– que llegue a ser con Él como un solo
principio activo.
El Espíritu en la Biblia es el principio activo de santificación. El que se adhiere a Cristo se
hace efectivamente uno con Él en el afecto, en el pensamiento, en el sentimiento, pero también en
potencia transformante de llegar a ser con Él casi como un solo organismo vital.
En otra carta Pablo dice: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Gal. 2, 20). Es el ideal
de la adhesión a Cristo: “ser un solo espíritu con Él”. Y es esta también la finalidad de los
Ejercicios.
El otro texto se encuentra en la carta a los Filipenses (3, 9-19), donde Pablo expresa la
vivencia que le ha hecho despreciar todo incluso a su honorabilidad de fariseo educado en la Ley
“con tal de encontrar en Él” no con la justicia derivada de la Ley, “sino con aquella que procede
de la fe en Cristo”. Y esto para que “pueda conocerlo a Él, la fuerza de su resurrección, la
participación en sus sufrimientos; hecho yo semejante a Él en la muerte, tratando de llegar a la
resurrección de entre los muertos”. Aquí está descrito, de manera más amplia, qué cosa significa
la adhesión a Cristo. Es, sobre todo, renunciar a la propia justicia y revestirse de la suya.
Podríamos aquí considerar el tema de la conversión (que es lo propio de la Primera
Semana de los Ejercicios), esto es, aquel proceso a través del cual el hombre –no fiándose más de
sí mismo y reconociendo el propio pecado– se deja transformar por la justicia santificante y
salvadora de Dios en el sacramento de la reconciliación y en el cambio de vida.
A esto Pablo añade un momento de identificación específica y directa con el misterio de
Cristo, en especial con la participación en sus sufrimientos para unirse a la resurrección con Él.
Nuestra identificación con Cristo pasa por el “misterio”, en particular por la Pasión y la Muerte,
para unirse con Él en la resurrección final.
La adhesión a Cristo se obtiene de manera definitiva en la resurrección final. Todos somos
llamados a “reproducir la imagen del Hijo de Dios” (ver Rom. 8, 29). El encuentro definitivo con
Cristo es aquel de resurgir con Él, de ser con Él hijos en la gloria. Dejándonos forjar por su
potencia de resucitado, nosotros venimos a asumir con Él la identidad de mentalidad de vida, que
en la resurrección final mostrará la gloria definitiva del Hijo de Dios que ahora se refleja en
nosotros hijos con Él.
Aplicando esto a la experiencia de los Ejercicios, podremos decir que un encuentro
personal con Cristo significa el salir de la preocupación de sí mismo, del propio prestigio y de la
autosuficiencia de la propia capacidad de mejorarse a sí mismo en el mundo (incluso también de
1
una autosuficiencia de tipo político) para entrar en comunión con el misterio de Jesús, en
particular con el de su pasión y muerte y resurrección, y lograr ser partícipes con Él de su
capacidad de entrega por el mundo. Es precisamente lo que proponen la Segunda, Tercera y
Cuarta semana de los Ejercicios. (ver EE. 189, final).
La respuesta de la experiencia
La experiencia de quien ha hecho los Ejercicios pone en claro una diversidad de tiempos y
de “subrayados” que es importante percibir. Se ha pasado por diversas interpretaciones de la
adhesión a Jesús que, colocadas en línea progresiva, podríamos llamar interpretaciones ascética,
mística, en clave de elección, en clave política, en clave pneumática (espiritual).
Comencemos por el modo ascético de entender la adhesión a Jesús en los Ejercicios.
Las meditaciones sobre la vida escondida de Jesús (Nacimiento, Nazaret, Jesús en el
Templo) como las que se refieren a su vida pública (Bautismo, milagros, etc.) vienen presentadas
como virtud de Jesús para imitar. Por tanto, la adhesión a Jesús, el encuentro con Él, se especifica
como imitación de sus virtudes. Tal interpretación ascética es un escalón fundamental para
entender el encuentro con Cristo en los Ejercicios.
Hay a continuación un escalón sucesivo: el de la interpretación mística: una cierta
pasividad en la oración: el ejercitante contemplando a Jesús en Nazaret, en el Templo, sobre el
Lago, no se preocupa tanto por enuclear los comportamientos virtuosos del Señor para hacerlos
suyos, sino que en la oración se deja invadir por la persona de Jesús, de su “luminosidad”, de
cuanto irradia de Él. Es la contemplación del campesino del Cura de Ars: firme delante del
Tabernáculo (el Sagrario) por largo tiempo oraba: “Yo le miro y Él me mira”. Es la actitud de la
oración de contemplación que transforma. Esta clase de contemplación puede andar también
viendo en Jesús el revelador del Padre, contemplando en Él la revelación de Dios, de la Trinidad;
y viviendo en esa oración –incluso prolongada– aflora un sentido misterioso pero real de
presencia de la Trinidad que salva el mundo.
Consideramos ahora el tercer momento que habíamos llamado de interpretación “en clave
de elección”. Estudiando el libro de los Ejercicios de S. Ignacio, se ve que en la Segunda Semana
hay una parte dedicada a los misterios de Jesús, y otra gran parte a las a las reglas para la elección
de “estado de vida”, referente a las elecciones fundamentales de la vida. Las meditaciones sobre
Jesús, el dejarse invadir por Él induce a hacer elecciones.
En efecto, hacemos los Ejercicios no sólo para estar con Jesús sino para examinar con
lucidez y claridad las raíces evangélicas de la vida que estamos viviendo, a fin de preguntarnos:
“¿Esta vida mía es verdaderamente conforme al Evangelio?” El ejercitante, a través de estas
meditaciones, busca también cambiar el propio modo de obrar de su vida, cambiar la profesión y
tipo de dedicación de su vida porque se siente llamado a un mayor servicio. Ya el problema no es
más de salir del pecado, sino de saber a dónde dirigir nuestra vida iluminada por el Evangelio.
Sobre todo esto vale para el que todavía debe escoger un estado de vida. Las elecciones de Jesús
se vuelven inspiradoras.
En esta prospectiva, las meditaciones adquieren un matiz diverso. No se trata de salir de
los Ejercicios con cualquier actitud exterior diversa, con cualquier “propósito” (más oración, más
buen trato con los demás, más reflexión…), con más devoción, sino que se trata de hacer
elecciones radicales: y cada una de las meditaciones las favorecen.
Las elecciones se deber referir también a mi responsabilidad frente a la sociedad. No sólo
ponen en cuestionamiento nuestra vida, sino también nuestro modo de vivir, y, por tanto, pone
evangélicamente en conmoción todo aquello que constituye la concepción cómoda del nuestro
entorno; al cual tendremos que ajustar en la mayoría de los casos, mejorando nuestros modos de
servir, nuestra sociabilidad, nuestra bondad personal, etc. Aquí se pone en cuestionamiento el
ambiente mismo y lo que podemos hacer para cambiarlo.
2
De este modo las meditaciones sobre la vida de Jesús no solamente nos comprometen
personalmente sino también nos comprometen respecto a nuestra responsabilidad política, esto
es, en cuanto somos llamados a trabajar sobre las estructuras del contexto vital que nos rodea.
En fin, un último subrayado que se sobrepone a los precedentes y los complementa, y que
podremos llamar una lectura sobre la vida de Jesús en clave espiritual o “pneumática”. Decimos
“espiritual” no por oposición a “material” o para indicar cualquier cosa puramente íntima, sino
para indicar aquello que se produce en el que se ejercita haciendo las meditaciones de la vida de
Cristo también en clave de elección personal o comunitaria: la experiencia del Espíritu.
El hombre (que es incapaz de hacer una elección definitiva para sí mismo y para la
sociedad y de llevarla a cumplimiento) se abre al Espíritu convencido que sólo el Espíritu de
Cristo, presente en aquellas meditaciones, lo puede hacer capaz de opciones radicales y
definitivas. Es el momento de apoyarse en esta Potencia operante en la vida y en la elección de
Jesús, porque en la oración prolongada es donde la potencia del Espíritu obra –actúa– en
nosotros, nos transforma y nos lleva a la acción.
Y ahora una pregunta: ¿de qué modo estas diversas experiencias se ordenan en unidad?
¿de qué modo los Ejercicios, favorecen el encuentro con Cristo y traducen este encuentro en un
compromiso en el mundo (renovando las estructuras, y por tanto el compromiso político)? Son
preguntas éstas que no se pueden evitar, y hoy se ponen a nivel comunitario de una manera
fuerte.
Los Ejercicios
La experiencia, con los diversos momentos por los que nos hace pasar, nos hace
preguntarnos con más intensidad sobre la naturaleza de los Ejercicios y sobre el modo con el que
se deben ser realizados efectivamente de manera legítima, porque así se desarrollarán en toda su
virtualidad y no serán canalizados de una manera unilateral en un sentido o en otro.
La respuesta a esta pregunta (naturaleza y modo) no es fácil. Ante todo por la emotividad
que suscita: hablando de estos temas, inmediatamente nos sentimos tocados e implicados de una
manera u otra. No es fácil también por todos los problemas que implica: problemas de relación
entre fe e historia, de la promoción de la fe y la justicia, de la evangelización y de la promoción
humana. Si leemos todo lo que en la Iglesia ha sido escrito en los últimos años al respecto,
veremos que las ideas están muy lejos de ser plenamente claras, y cada uno abunda un poco en el
sentido en el que va su propio corazón.
Pero si no podemos dar respuestas definitivas a estas preguntas, interroguemos a los
mismos Ejercicios, sea en su naturaleza y definición, sea, sobre todo, en el modo práctico de
desarrollarlos, para ver si nos permiten dar alguna respuesta más específica a la pregunta: ¿en qué
manera va incluida la adhesión a Jesús que proponen los Ejercicios? ¿de qué tipo de adhesión se
trata?
Los Ejercicios son una fuerte experiencia de Dios en clima de escucha de su Palabra, en
orden a una conversión que es donación total a Cristo y a la Iglesia en las circunstancias actuales
concretas. La adhesión a Cristo, por tanto, se verifica en la donación total (que puede se
concretada de varias formas, según las diversas experiencias vividas) e implícitamente en la
escucha de la Palabra.
La Palabra que se escucha en los Ejercicios es aquella de los profetas y de los apóstoles
del Antiguo y del Nuevo Testamento, es decir, de la Biblia. Palabra proclamada en la predicación
y en la liturgia de la Iglesia. Todas estas palabras tienen un significado en cuanto hacen referencia
a la Palabra de Dios por excelencia, el Verbo, y el Verbo de Dios encarnado, esto es, a la persona
histórica de Jesús-Cristo como revelador del Padre y Salvador de la humanidad.
La palabra esencial de los Ejercicios es Jesús mismo como palabra fundamental del
Padre. El Padre nos ha comunicado al Cristo, y solamente en Él es donde tenemos la verdad
3
como manifestación del Padre, y también como manifestación de la historia del mundo. Como se
expresaba Pablo VI (1975): “Nuestra concepción del ser humano encuentra en Cristo la única
clave de interpretación”. Los Ejercicios, por tanto, llevan a un encuentro con Cristo que es la
Palabra definitiva del Padre y del hombre, esto es, es la medida de todas las acciones y de todas
las elecciones de la humanidad.
En los Ejercicios son también escuchados los signos de los tiempos, esto es, las
situaciones concretas, las exigencias y los momentos de la historia. Son escuchados en una
operación de análisis crítico que lo somete todo a la persona de Jesús como norma última del
hombre. Por esto, el que no consigue en los Ejercicios convertirse de corazón a Jesús como
norma definitiva de la humanidad, como al Hombre perfecto en el cual solamente el hombre
puede comprenderse a sí mismo y a la sociedad, no sacará de los Ejercicios sino elementos muy
superficiales de compromiso.
Por tanto, la definición de los Ejercicios (EE. nº 1 final y 21) introduce a un
comportamiento correcto del ejercitante que es aquel de no entrar en ellos con algún afecto o
preocupación por determinadas formas de compromiso, sino con el coraje de referir todo (la
propia vida, la visión del mundo y de la historia) a la persona de Jesús.
Concretamente, ¿qué cosa quiere decir eso de referir todo a la persona de Jesús? Toda la
cristología podrá ser evocada a este propósito: ella examina los títulos que expresan el misterio de
la persona de Jesús (Hijo el Hombre, Siervo de Yavé, Verbo de Dios, Hijo de Dios) y su obra
(Jesús redentor, Juez universal, instaurador del Reino mesiánico, juez escatológico de toda la
realidad). ¿Es indiferente cualquiera de estos tratados en el transcurso de los Ejercicios? ¿Será
suficiente meditar largamente alguno de estos tratados sobre Cristo, sea sobre sus misterios o
sobre sus títulos redentores o esenciales de su persona, para realizar el encuentro con Él propio de
los Ejercicios?
En esto (frecuentemente y por no tener claro este punto) se habla mucho de Cristo en los
Ejercicios, se hace una serie de meditaciones cristológicas, pero no se tiene presente los puntos de
referencia más adecuados para disponer a una verdadera adhesión a Él, a un poner en juego la
propia vida por Él. Ciertamente es posible seguir diversos temas cristológicos y meditarlos con
fruto enfrentándose con el misterio central de la fe: el Hijo de Dios que se hizo hombre para
salvarnos. Sin embargo, es absolutamente importante que los Ejercicios no se reduzcan a una
simple exposición meditativa de la cristología porque ellos no son una “teología meditada” sino
que deben conducir a la entrega total a Cristo.
(La cual conduce a la identificación progresiva con el ser y el hacer de Jesús. Será tarea
paulatinamente creciente durante toda la vida).

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Encuentro con Cristo en los Ejercicios Espirituales

  • 1. Carlo Martini, S. J. EL ENCUENTRO PERSONAL CON CRISTO EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES Los Ejercicios no pueden reducirse a una exposición meditativa de la cristología sino que deben ser una experiencia que conduzca a la entrega total a Cristo. ¿Cómo podemos describir en términos bíblicos la adhesión a Cristo y el encuentro personal con Él? Limitémonos a reencontrar dos textos del Nuevo Testamento que resumen a otros muchos textos sobre ese tema. Dos indicaciones paulinas. El que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él (2Cor. 6, 17). Es interesante considerar este pasaje sobre el trasfondo realístico del capítulo 6º que habla de la prostitución. Pablo le viene diciendo al cristiano: “tú no debes unirte a una prostituta porque quien se une a ella forma con ella un solo cuerpo”. Ahora bien, el cristiano está unido a Cristo, y es un solo cuerpo con Él”. Vale decir que se realiza aquella rica fusión de mentalidad, de afecto, de vida y de amistad tan radical con Cristo que hace –sí– que llegue a ser con Él como un solo principio activo. El Espíritu en la Biblia es el principio activo de santificación. El que se adhiere a Cristo se hace efectivamente uno con Él en el afecto, en el pensamiento, en el sentimiento, pero también en potencia transformante de llegar a ser con Él casi como un solo organismo vital. En otra carta Pablo dice: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Gal. 2, 20). Es el ideal de la adhesión a Cristo: “ser un solo espíritu con Él”. Y es esta también la finalidad de los Ejercicios. El otro texto se encuentra en la carta a los Filipenses (3, 9-19), donde Pablo expresa la vivencia que le ha hecho despreciar todo incluso a su honorabilidad de fariseo educado en la Ley “con tal de encontrar en Él” no con la justicia derivada de la Ley, “sino con aquella que procede de la fe en Cristo”. Y esto para que “pueda conocerlo a Él, la fuerza de su resurrección, la participación en sus sufrimientos; hecho yo semejante a Él en la muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos”. Aquí está descrito, de manera más amplia, qué cosa significa la adhesión a Cristo. Es, sobre todo, renunciar a la propia justicia y revestirse de la suya. Podríamos aquí considerar el tema de la conversión (que es lo propio de la Primera Semana de los Ejercicios), esto es, aquel proceso a través del cual el hombre –no fiándose más de sí mismo y reconociendo el propio pecado– se deja transformar por la justicia santificante y salvadora de Dios en el sacramento de la reconciliación y en el cambio de vida. A esto Pablo añade un momento de identificación específica y directa con el misterio de Cristo, en especial con la participación en sus sufrimientos para unirse a la resurrección con Él. Nuestra identificación con Cristo pasa por el “misterio”, en particular por la Pasión y la Muerte, para unirse con Él en la resurrección final. La adhesión a Cristo se obtiene de manera definitiva en la resurrección final. Todos somos llamados a “reproducir la imagen del Hijo de Dios” (ver Rom. 8, 29). El encuentro definitivo con Cristo es aquel de resurgir con Él, de ser con Él hijos en la gloria. Dejándonos forjar por su potencia de resucitado, nosotros venimos a asumir con Él la identidad de mentalidad de vida, que en la resurrección final mostrará la gloria definitiva del Hijo de Dios que ahora se refleja en nosotros hijos con Él. Aplicando esto a la experiencia de los Ejercicios, podremos decir que un encuentro personal con Cristo significa el salir de la preocupación de sí mismo, del propio prestigio y de la autosuficiencia de la propia capacidad de mejorarse a sí mismo en el mundo (incluso también de 1
  • 2. una autosuficiencia de tipo político) para entrar en comunión con el misterio de Jesús, en particular con el de su pasión y muerte y resurrección, y lograr ser partícipes con Él de su capacidad de entrega por el mundo. Es precisamente lo que proponen la Segunda, Tercera y Cuarta semana de los Ejercicios. (ver EE. 189, final). La respuesta de la experiencia La experiencia de quien ha hecho los Ejercicios pone en claro una diversidad de tiempos y de “subrayados” que es importante percibir. Se ha pasado por diversas interpretaciones de la adhesión a Jesús que, colocadas en línea progresiva, podríamos llamar interpretaciones ascética, mística, en clave de elección, en clave política, en clave pneumática (espiritual). Comencemos por el modo ascético de entender la adhesión a Jesús en los Ejercicios. Las meditaciones sobre la vida escondida de Jesús (Nacimiento, Nazaret, Jesús en el Templo) como las que se refieren a su vida pública (Bautismo, milagros, etc.) vienen presentadas como virtud de Jesús para imitar. Por tanto, la adhesión a Jesús, el encuentro con Él, se especifica como imitación de sus virtudes. Tal interpretación ascética es un escalón fundamental para entender el encuentro con Cristo en los Ejercicios. Hay a continuación un escalón sucesivo: el de la interpretación mística: una cierta pasividad en la oración: el ejercitante contemplando a Jesús en Nazaret, en el Templo, sobre el Lago, no se preocupa tanto por enuclear los comportamientos virtuosos del Señor para hacerlos suyos, sino que en la oración se deja invadir por la persona de Jesús, de su “luminosidad”, de cuanto irradia de Él. Es la contemplación del campesino del Cura de Ars: firme delante del Tabernáculo (el Sagrario) por largo tiempo oraba: “Yo le miro y Él me mira”. Es la actitud de la oración de contemplación que transforma. Esta clase de contemplación puede andar también viendo en Jesús el revelador del Padre, contemplando en Él la revelación de Dios, de la Trinidad; y viviendo en esa oración –incluso prolongada– aflora un sentido misterioso pero real de presencia de la Trinidad que salva el mundo. Consideramos ahora el tercer momento que habíamos llamado de interpretación “en clave de elección”. Estudiando el libro de los Ejercicios de S. Ignacio, se ve que en la Segunda Semana hay una parte dedicada a los misterios de Jesús, y otra gran parte a las a las reglas para la elección de “estado de vida”, referente a las elecciones fundamentales de la vida. Las meditaciones sobre Jesús, el dejarse invadir por Él induce a hacer elecciones. En efecto, hacemos los Ejercicios no sólo para estar con Jesús sino para examinar con lucidez y claridad las raíces evangélicas de la vida que estamos viviendo, a fin de preguntarnos: “¿Esta vida mía es verdaderamente conforme al Evangelio?” El ejercitante, a través de estas meditaciones, busca también cambiar el propio modo de obrar de su vida, cambiar la profesión y tipo de dedicación de su vida porque se siente llamado a un mayor servicio. Ya el problema no es más de salir del pecado, sino de saber a dónde dirigir nuestra vida iluminada por el Evangelio. Sobre todo esto vale para el que todavía debe escoger un estado de vida. Las elecciones de Jesús se vuelven inspiradoras. En esta prospectiva, las meditaciones adquieren un matiz diverso. No se trata de salir de los Ejercicios con cualquier actitud exterior diversa, con cualquier “propósito” (más oración, más buen trato con los demás, más reflexión…), con más devoción, sino que se trata de hacer elecciones radicales: y cada una de las meditaciones las favorecen. Las elecciones se deber referir también a mi responsabilidad frente a la sociedad. No sólo ponen en cuestionamiento nuestra vida, sino también nuestro modo de vivir, y, por tanto, pone evangélicamente en conmoción todo aquello que constituye la concepción cómoda del nuestro entorno; al cual tendremos que ajustar en la mayoría de los casos, mejorando nuestros modos de servir, nuestra sociabilidad, nuestra bondad personal, etc. Aquí se pone en cuestionamiento el ambiente mismo y lo que podemos hacer para cambiarlo. 2
  • 3. De este modo las meditaciones sobre la vida de Jesús no solamente nos comprometen personalmente sino también nos comprometen respecto a nuestra responsabilidad política, esto es, en cuanto somos llamados a trabajar sobre las estructuras del contexto vital que nos rodea. En fin, un último subrayado que se sobrepone a los precedentes y los complementa, y que podremos llamar una lectura sobre la vida de Jesús en clave espiritual o “pneumática”. Decimos “espiritual” no por oposición a “material” o para indicar cualquier cosa puramente íntima, sino para indicar aquello que se produce en el que se ejercita haciendo las meditaciones de la vida de Cristo también en clave de elección personal o comunitaria: la experiencia del Espíritu. El hombre (que es incapaz de hacer una elección definitiva para sí mismo y para la sociedad y de llevarla a cumplimiento) se abre al Espíritu convencido que sólo el Espíritu de Cristo, presente en aquellas meditaciones, lo puede hacer capaz de opciones radicales y definitivas. Es el momento de apoyarse en esta Potencia operante en la vida y en la elección de Jesús, porque en la oración prolongada es donde la potencia del Espíritu obra –actúa– en nosotros, nos transforma y nos lleva a la acción. Y ahora una pregunta: ¿de qué modo estas diversas experiencias se ordenan en unidad? ¿de qué modo los Ejercicios, favorecen el encuentro con Cristo y traducen este encuentro en un compromiso en el mundo (renovando las estructuras, y por tanto el compromiso político)? Son preguntas éstas que no se pueden evitar, y hoy se ponen a nivel comunitario de una manera fuerte. Los Ejercicios La experiencia, con los diversos momentos por los que nos hace pasar, nos hace preguntarnos con más intensidad sobre la naturaleza de los Ejercicios y sobre el modo con el que se deben ser realizados efectivamente de manera legítima, porque así se desarrollarán en toda su virtualidad y no serán canalizados de una manera unilateral en un sentido o en otro. La respuesta a esta pregunta (naturaleza y modo) no es fácil. Ante todo por la emotividad que suscita: hablando de estos temas, inmediatamente nos sentimos tocados e implicados de una manera u otra. No es fácil también por todos los problemas que implica: problemas de relación entre fe e historia, de la promoción de la fe y la justicia, de la evangelización y de la promoción humana. Si leemos todo lo que en la Iglesia ha sido escrito en los últimos años al respecto, veremos que las ideas están muy lejos de ser plenamente claras, y cada uno abunda un poco en el sentido en el que va su propio corazón. Pero si no podemos dar respuestas definitivas a estas preguntas, interroguemos a los mismos Ejercicios, sea en su naturaleza y definición, sea, sobre todo, en el modo práctico de desarrollarlos, para ver si nos permiten dar alguna respuesta más específica a la pregunta: ¿en qué manera va incluida la adhesión a Jesús que proponen los Ejercicios? ¿de qué tipo de adhesión se trata? Los Ejercicios son una fuerte experiencia de Dios en clima de escucha de su Palabra, en orden a una conversión que es donación total a Cristo y a la Iglesia en las circunstancias actuales concretas. La adhesión a Cristo, por tanto, se verifica en la donación total (que puede se concretada de varias formas, según las diversas experiencias vividas) e implícitamente en la escucha de la Palabra. La Palabra que se escucha en los Ejercicios es aquella de los profetas y de los apóstoles del Antiguo y del Nuevo Testamento, es decir, de la Biblia. Palabra proclamada en la predicación y en la liturgia de la Iglesia. Todas estas palabras tienen un significado en cuanto hacen referencia a la Palabra de Dios por excelencia, el Verbo, y el Verbo de Dios encarnado, esto es, a la persona histórica de Jesús-Cristo como revelador del Padre y Salvador de la humanidad. La palabra esencial de los Ejercicios es Jesús mismo como palabra fundamental del Padre. El Padre nos ha comunicado al Cristo, y solamente en Él es donde tenemos la verdad 3
  • 4. como manifestación del Padre, y también como manifestación de la historia del mundo. Como se expresaba Pablo VI (1975): “Nuestra concepción del ser humano encuentra en Cristo la única clave de interpretación”. Los Ejercicios, por tanto, llevan a un encuentro con Cristo que es la Palabra definitiva del Padre y del hombre, esto es, es la medida de todas las acciones y de todas las elecciones de la humanidad. En los Ejercicios son también escuchados los signos de los tiempos, esto es, las situaciones concretas, las exigencias y los momentos de la historia. Son escuchados en una operación de análisis crítico que lo somete todo a la persona de Jesús como norma última del hombre. Por esto, el que no consigue en los Ejercicios convertirse de corazón a Jesús como norma definitiva de la humanidad, como al Hombre perfecto en el cual solamente el hombre puede comprenderse a sí mismo y a la sociedad, no sacará de los Ejercicios sino elementos muy superficiales de compromiso. Por tanto, la definición de los Ejercicios (EE. nº 1 final y 21) introduce a un comportamiento correcto del ejercitante que es aquel de no entrar en ellos con algún afecto o preocupación por determinadas formas de compromiso, sino con el coraje de referir todo (la propia vida, la visión del mundo y de la historia) a la persona de Jesús. Concretamente, ¿qué cosa quiere decir eso de referir todo a la persona de Jesús? Toda la cristología podrá ser evocada a este propósito: ella examina los títulos que expresan el misterio de la persona de Jesús (Hijo el Hombre, Siervo de Yavé, Verbo de Dios, Hijo de Dios) y su obra (Jesús redentor, Juez universal, instaurador del Reino mesiánico, juez escatológico de toda la realidad). ¿Es indiferente cualquiera de estos tratados en el transcurso de los Ejercicios? ¿Será suficiente meditar largamente alguno de estos tratados sobre Cristo, sea sobre sus misterios o sobre sus títulos redentores o esenciales de su persona, para realizar el encuentro con Él propio de los Ejercicios? En esto (frecuentemente y por no tener claro este punto) se habla mucho de Cristo en los Ejercicios, se hace una serie de meditaciones cristológicas, pero no se tiene presente los puntos de referencia más adecuados para disponer a una verdadera adhesión a Él, a un poner en juego la propia vida por Él. Ciertamente es posible seguir diversos temas cristológicos y meditarlos con fruto enfrentándose con el misterio central de la fe: el Hijo de Dios que se hizo hombre para salvarnos. Sin embargo, es absolutamente importante que los Ejercicios no se reduzcan a una simple exposición meditativa de la cristología porque ellos no son una “teología meditada” sino que deben conducir a la entrega total a Cristo. (La cual conduce a la identificación progresiva con el ser y el hacer de Jesús. Será tarea paulatinamente creciente durante toda la vida). 4