Cristóbal Toral, el pintor de las maletas. Por Juan Carlos Rodríguez
1. MAGAZINE EL MUNDO
“SUEÑO
CON HACER
UN GUERNICA
CON MALETAS”
RETROSPECTIVA DE
CRISTÓBAL TORAL
EN LA QUE INTERPRETA
LA ABDICACIÓN
DEL REY
N0 35
31 DE AGOSTO
DE 2014
3. ENTREVISTA
Su obsesión por las maletas le
impulsa a buscarlas en contene-dores.
Con ellas CRISTÓBAL
TORAL, uno de los pintores
españoles vivos más internaciona-les,
realiza sus famosos ensambla-jes.
Esta semana inaugura una
retrospectiva en Madrid.
Por JUAN CARLOS RODRÍGUEZ
Fotografía de LUIS DE LAS ALAS
“EN LA
MALETA
HAY UNA
AUSENCIA
Y UNA
PRESENCIA”
CHAMARILERÍA
El artista Cristóbal
Toral, 74 años,
en su estudio
instalado en una
nave de su finca
El Torcal (Toledo).
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4. ENT R E V I S TA Cr i s t ó b a l To r a l
uando veo una maleta, lo pri-mero
que hago es emocionar-me;
casi hasta las lágrimas”,
afirma el pintor Cristóbal To-ral
(Torre-Alháquime, Cádiz,
15 de abril de 1940) en su estu-dio
toledano, vestido con su
traje de faena y sentado en un
viejo sillón que perteneció a Antonio El Bailarín. Tal es
su obsesión por este objeto ligado al viaje –icono re-currente
de su obra pictórica– que acostumbra a hus-mear
en los contenedores de Madrid en busca de nue-vas
piezas. “Si encuentro una, la meto en el coche y me
la llevo. Para mí es un trofeo, como lo es un conejo o
una perdiz para un cazador”, confiesa.
Toral empezó a inquietarse cuando los equipajes
que adquiría en el madrileño Rastro o le regalaban sus
amigos –conocedores de su extraña afición– no le bas-taban
para abordar su nueva línea artística: los ensam-blajes
de maletas. Básicamente, un conjunto de vali-jas
usadas que él va encajando como si fuesen piezas
de un tetris y después pinta. Así que, ni corto ni pe-rezoso,
llamó a un mandamás de Iberia y le pregun-tó
cómo podía comprar las que perdían los pasaje-ros
en el aeropuerto. La solución que este le dio fue
que pujara por uno de los lotes que se subastan pe-riódicamente.
Dicho y hecho: “El que me adjudi-caron
incluía 2.000 maletas, bolsos de señora, trolleys
y 640 carritos de bebé”. Un momento… ¿carritos de
bebé? “Sí, muchos casi nuevos, para los nietos que ven-gan
o para quien los pueda necesitar”, afirma.
Son las 12 del mediodía de una mañana de agosto.
Nacho, el ayudante boliviano de Toral, nos recoge
en la estación del AVE de Toledo y nos lleva en un Mer-cedes
600 de color negro hasta El Torcal, la finca del
pintor, situada a unos 50 km. Por el camino nos va con-tando
la primera impresión que tuvo al conocerle,
hace ya siete años. “Al verle con la chaqueta raída, em-badurnado
de pintura y rodeado de cachivaches, pen-sé:
‘Este señor no está bien’. Pero leí su libro [La vida
en una maleta. Autorretrato de un pintor, Ed. Temas de
Hoy] y mi opinión sobre él cambió”.
En su autobiografía, publicada en 2003, Toral
relata una infancia asalvajada y solitaria en el campo
de Antequera, cortijo de Las Lomas, donde vivió has-ta
los 19 años en un chozo sin más compañía que la de
su padre, un humilde carbonero que le enseñó las
letras y que, a falta de escuela, puso a su alcance la
Enciclopedia Álvarez. La madre los abandonó cuando el
crío tenía 3 años, y aquella ausencia quedaría refleja-da
más tarde en su pintura. En sus cuadros predomi-nan
las mujeres solas en tránsito; “figuras que no se
sabe si van, si vienen, si esperan”.
Ejemplo de “purísima vocación”, el niño empe-zó
a pintar a los 5 o 6 años con el tizón negro a la
luz del candil. Aquellos primeros dibujos –un ca-ballo,
un pájaro, una encina–, trazados con impulso
atapuerca, llamaron la atención de un cazador que le
enseñó el camino de la civilización: la Escuela de Ar-tes
y Oficios de Antequera. El joven aprendiz obtu-vo
la mejor calificación de ese año y acabó graduán-dose
en Bellas Artes con el Premio Fin de Carrera
de España, curso del 64. Una beca March le dio el
pasaporte a Manhattan (EEUU) y sus cuadros aca-baron
colgados en museos de medio mundo, como el
Guggenheim de Nueva York o el Centro Pompidou
TESTIGO DE SU TIEMPO
“Esas maletas han pertenecido a alguien: ¿quiénes son?,
¿qué llevaban?, ¿dónde han viajado? Al transformarlas
en obra de arte, lo que hago es salvarlas del olvido”
“El rey ha hecho su servicio y, tras ser sustituido por el nuevo rey,
termina metafóricamente en el contenedor. La inclinación del
cuadro añade dramatismo a la obra: es un símbolo del declive”
“Esta exposición, titulada Cristóbal To-ral.
Cartografía de un viaje, traza un re-corrido
por la trayectoria del artista an-daluz
a través de más de una treintena
de obras que van desde los años 70 has-ta
nuestros días. Una cuidada selección de
piezas claves que siguen una narrativa cro-nológica
y que nos muestran la capa-cidad
creativa del polifacético Toral. Óleos,
acuarelas, esculturas, ensamblajes e ins-talaciones,
nos trasladaran al particular
mundo del viaje, de la inmigración y, de
una manera más metafísica, del paso del
tiempo y del devenir de la existencia, sin ol-vidarnos
de hechos socioculturales de la
Historia moderna. Una exposición que
muestra a este artista en su imagen más
vanguardista y que reivindica su faceta
ab-dicación
más comprometida con obras como La , en referencia a la renuncia real,
o La tierra prometida (La valla de Meli-lla
), un acercamiento a la compleja polí-tica
migratoria de nuestro país. En defi-nitiva,
dos instalaciones en las que Toral se
erige como un fiel testigo de su tiempo”.
MARÍA TORAL, hija del artista y
comisaria de la exposición.
C
LA LLEGADA (1975). Óleo sobre lienzo (212 x 240 cm).
LA GRAN AVENIDA (1994). Óleo sobre lienzo (300 x 425 cm).
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5. “El discurso de Podemos me resulta antiguo, obsoleto y aleja-do
de la vanguardia. Los problemas no se solucionan cogien-do
el dinero a los ricos, eso es tener muy poca imaginación”
su afición, por considerarla propia de muertos de ham-bre.
¿Cómo le marcó políticamente esa experiencia?
R. Por mis orígenes y mi actividad artística, por coheren-cia,
por el señoritismo que sufrí y que sufrió mi padre du-rante
mucho tiempo, es lógico que uno se incline
más hacia la izquierda. Pero creo que en política los ra-dicalismos
y los fundamentalismos son peligrosos.
P. ¿Comulga con Podemos?
R. Tiene razón de ser que un grupo de gente desencan-tada
de la situación haya visto la posibilidad de votar
a un partido que ha sabido aprovechar el terreno abo-nado.
Pero el tema económico es difícil de resolver.
Que vengan con cantos de sirena a estas alturas es
sospechoso. Como pintor, el discurso de Podemos me
resulta antiguo, obsoleto y alejado de la vanguardia.
Los problemas no se solucionan cogiendo el dinero
a los ricos, eso es tener muy poca imaginación. A mí los
ricos me dan mucho optimismo.
P. ¿Usted es rico?
R. Soy rico en ideas [risas]. No puedo quejarme. Tenien-do
en cuenta que hasta los 14 años no me senté en
una silla y que ahora estoy sentado en un sillón de
Antonio El Bailarín que compré en una subasta…
P. ¿Es cierto que pasó apuros económicos cuando acabó
Bellas Artes?
R. Sí, cuando vi que tenía 500 pesetas en la caja de
ahorros me dije que no podía seguir así. Entonces
empecé a hacer dibujos para vender en una tienda
de muebles, pero me pareció humillante lo que me pa-gaban
y dejé de hacerlos. Y entonces fue cuando me ves-tí
de astronauta para llamar la atención de la prensa,
porque en ese momento los pintores conocidos eran
Benjamín Palencia, Ortega Muñoz, Tàpies, Saura…
P. ¡Puro marketing!
R. Fue una extravagancia relativa: yo estaba obsesio-nado
con el espacio y admiraba a los astronautas. En-cargué
el traje a Cornejo y salí a pasear de esta guisa.
Convoqué a la prensa y la repercusión fue fantástica.
A partir de ahí empecé a vender cuadros. Años des-pués,
estando ya en Nueva York, tuve la suerte de co-nocer
personalmente al astronauta Michael Collins.
P. ¿Se apuntaría a un viaje espacial, aunque para ello tu-viera
que vender todos sus cuadros?
R. Hombre, para hacer un viaje espacial hay que
echarle coraje. Me apañaría con la imaginación.
En todo caso, los vendería por tener un Van Gogh
o un Leonardo da Vinci.
P. ¿Cuál es su cuadro soñado, el que le gustaría realizar?
R. Sueño con hacer una obra (en este mundo mío
de la maleta como símbolo) que se convirtiera en un
icono de nuestro tiempo. Una especie de Guernica.
P. ¿Volvería a vivir esta “vida en una maleta”?
R. Sí, y me sentiría muy a gusto con esa visión mía del
mundo. Lo único que rectificaría en mi trayectoria
sería que este giro, o esta explosión de modernidad
que se ha producido a los 74 años, se hubiera pro-ducido
con 40. Y luego mantendría a todos mis ami-gos.
Estar rodeado de tu familia, tus amigos y de esa ilu-sión
por el trabajo que te hace entusiasmar, me resulta
imprescindible para transitar por la vida.
La exposición de Cristóbal Toral podrá visitarse en
el CEART de Fuenlabrada (Madrid), a partir del 4 de
septiembre. Más información en www.ayto-fuenlabra
da.es. El vídeo en Orbyt y en www.fueradeserie.com
“Me chirría que se hayan pagado más de 40 millones de euros
por el perrito de Jeff Koons [Balloon dog (Orange)] mientras
un Greco, un Goya o un Zurbarán rara vez superan los 10”
de París. Entre medias, pasó tres años en un hos-picio,
trabajó segando arroz en las marismas de
Sevilla, malvendió algunas piezas, quedó impac-tado
con la inmigración de la posguerra, e inclu-so,
se disfrazó de astronauta.
Llegamos. Nuestro anfitrión, afable y enérgico a sus
74 años, sale a saludarnos en compañía de sus masti-nes
Kioto, Frida y Filippa. Ocultos bajo una lona, los
carritos de bebé se achicharran a 40ºC en medio del
secarral. El resto del botín está repartido en tres naves,
una de las cuales aloja el espacioso estudio del artis-ta.
A primera vista parece la guarida de un chamari-lero.
O de un pobre hombre afectado por el síndrome
de Diógenes. “Sí, tengo la costumbre de guardarlo
todo, pero porque sé que lo puedo necesitar en cual-quier
momento. En mis estudios de Madrid y Nueva
York no tengo tanto espacio”, tranquiliza Toral mien-tras
da los últimos retoques a su inminente expo-sición,
que se inaugurará el próximo 4 de septiem-bre
en el Centro Cultural Tomás y Valiente (CEART)
de Fuenlabrada, en Madrid.
La retrospectiva abarca desde 1975 hasta las obras
más actuales, entre las que destacan sus ensamblajes
de maletas y una escultura-contenedor titulada La
abdicación del Rey. Del recipiente, lleno de escombros
y trastos viejos, sobresale una fotografía oficial de
Don Juan Carlos. El artista explica su composición: “El
Rey ha hecho su servicio y, tras ser sustituido, termi-na
metafóricamente en el contenedor. La inclina-ción
del cuadro añade dramatismo a esta obra: es un
símbolo del declive. Cuando eres joven, mantienes
la verticalidad. Luego la edad te va inclinando”.
PREGUNTA. ¿Cómo se le ocurrió tirar al ex rey Juan Car-los
al contenedor?
RESPUESTA. Yo no he tirado al Rey al contenedor; lo
ha tirado la realidad, que es muy dura.
P. ¿No teme que le tachen de oportunista?
R. No. El artista debe estar atento a la realidad, y una de
las realidades que se ha producido en el ámbito nacio-nal
es la abdicación del Rey. Yo solo tomo nota de la
realidad y la reinterpreto. Tenía muchas ganas de
hacer un contenedor (una metáfora de la vida) y ya
lo tenía listo cuando se produjo la renuncia real. No
tuve más que coger la foto y echarla ahí. Luego en esta
obra no hay oportunismo, sino coherencia.
P. Habrá quien piense que es obra de un republicano…
R. Probablemente habrá muchas interpretaciones, pero
no ha sido ninguna irreverencia hacia Don Juan Carlos,
entre otras cosas porque a mí me cae muy bien. Ade-más,
creo que tiene una acuarela mía en su habitación…
P. Nacho, su ayudante, admira su tenacidad y capacidad de
trabajo. ¿Su oficio le sigue llenando plenamente?
R. Sí, hasta el punto de que, si dejo de pintar una
semana, me siento mal. El trabajo es una terapia.
P. La Wikipedia le presenta como un “pintor famoso por sus
cuadros realistas”. ¿Le parece una simpleza?
R. Yo me siento más cómodo en la figuración, por-que
voy más allá de la realidad. En mi realismo hay
un 50% de imaginación; es un realismo liberado.
P. ¿Qué queda de aquel niño salvaje que ayudaba a su pa-dre
a fabricar carbón?
R. La soledad que yo viví de niño en el chozo, ese
contacto tan directo con la naturaleza, me con-virtió
en una persona independiente. En mi carre-ra
artística también he ido por libre; por eso ten-go
poco que ver con el grupo realista en el que a
veces me meten. No puedo pertenecer a grupos.
P. Su hija María Toral, comisaria de exposiciones y cono-cedora
cercana de su obra, dice que “todas sus creacio-nes
son el espejo de un carácter luchador, perfeccionista
y, sobre todo, inconformista”. ¿Está de acuerdo?
R. Totalmente, sobre todo con lo de inconformista.
Pero no soy nada original, porque inconformista es
quien quiere superarse constantemente. Salvo los cre-tinos,
claro, que se creen que han llegado a lo má-ximo.
El cretinismo es todo lo contrario a lo que yo
quiero ser: un pintor insatisfecho. Tengo la sensa-ción
de que siempre estoy empezando. Y de que a par-tir
de ahora voy a empezar a hacer cosas importantes.
P. Me adelantó por teléfono que su producción más re-ciente
es “mucho más vanguardista, rompedora y agresi-va”.
¿A qué se debe ese giro tan radical?
R. A mi permanente insatisfacción (un artista tiene que
tener la capacidad de arriesgarse) y a una especie de
milagro inexplicable que a veces surge en la carrera de
un creador. Goya, por ejemplo, empezó haciendo carto-nes
antes de que estallara su modernidad. Rothko hacía
una pintura impersonal que recordaba a Mattisse y a
otros pintores; pero a partir de los cuarenta y tantos
empieza a surgir su propia personalidad, que culmina
en los 70 con obras maravillosas. En mi caso, creo que ese
milagro, esa explosión, se ha producido en estos úl-timos
años, pero dentro de una coherencia artística.
P. ¿Se refiera a los ensamblajes de maletas y a obras como
La abdicación del Rey?
R. Sí, creo que es de lo más vanguardista que se pue-de
hacer en estos momentos. Esto es difícil de decir y
no lo puede afirmar cualquier artista, ¿eh? Yo he lle-gado
a la vanguardia pasando por los clásicos, por Ve-lázquez,
que es lo más moderno que hay. Los que em-piezan
siendo vanguardistas me parecen sospechosos…
P. En su afán por desenmascarar la industria del arte, ha
escrito polémicos artículos como Yo acuso a Damien Hirst
(2008) o La cúpula de Barceló, perfecta para un casino en Las
Vegas (2009). ¿Hacia qué artista dirige hoy sus dardos?
R. Me chirría que se hayan pagado más de 40 millo-nes
de euros por el perrito de Jeff Koons [Balloon dog
(Orange)] mientras un Greco, un Goya o un Zurba-rán
rara vez superan los 10. Es la locura del marke-ting.
Critiqué a Hirst, pero comparado con Koons,
me parece extraordinario.
P. Siempre le ha obsesionado la maleta como símbolo del
tránsito. ¿Cómo acaba un objeto tan cotidiano converti-do
en un arma de expresión?
R. Es un proceso muy bonito. En la maleta hay una
ausencia y una presencia. Esas maletas han pertene-cido
a alguien: ¿quiénes son?, ¿qué llevaban?, ¿dón-de
han viajado? Al transformarlas en obra de arte, lo
que hago es salvarlas del olvido. De alguna forma, se
ganan la eternidad.
P. La maleta está muy vinculada a su propia biografía…
R. Sí, la primera vez que hice una fue para ir a las ma-rismas
de Sevilla a segar arroz, que es el trabajo más duro
que existe. Luego, durante mi formación como pin-tor,
viajé a Antequera, Madrid... Esos viajes llevaban aca-rreado
el equipaje, la idea del tránsito. A la vez, se me
quedó muy grabada la inmigración que se producía ha-cia
Alemania, como reflejé en El emigrante muerto, el cua-dro
que llevé a la Bienal de Sao Paulo de 1975.
P. Usted sufrió en carne propia el desdén del señorito.
Este incluso llegó a aconsejar a su padre que le quitara
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