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76 Cuadernos de Pedagogía / N.0
284 / Octubre
O
P E N S A M I E N T O
E
stapregunta,enpartepuramen-
teretórica,podríaformularsede
diversas maneras. Por ejemplo:
¿es pública la escuela estatal?, ¿sirve la
escuela pública al interés público?,
¿primaenellaelinteréspúblico,oestá
subordinado a otros intereses que no
lo son?, ¿funciona la escuela pública
como un verdadero servicio públi-
co? En el título de este artículo hay
ya dos ambigüedades que conviene
disipar: la primera es que, al hablar de
escuela pública, me refiero a la escuela
estatal —no importa de qué Admi-
nistración dependa—, no a las escue-
las sostenidas con fondos públicos, que
incluyen las concertadas, si bien una
buena parte de lo que diré podría
aplicarse también a ellas; la segunda
es que, al preguntar si es pública, me
refiero exactamente a si tanto el in-
terés público —el interés de toda la so-
ciedad— como los intereses del públi-
co —los intereses de los alumnos que
asisten a ella y los de sus familias—,
aun parcialmente subordinados éstos
a aquél, priman sobre los intereses de
otros sectores, en particular sobre los
del personal del centro y, más con-
cretamente, los del profesorado.
Adicionalmente, quiero aclarar de
antemano otra cuestión: aunque, en
el aspecto que voy a tratar, algunos de
los problemas que señalaré, que deri-
van en gran parte de los privilegios del
funcionariado y la falta de control so-
bre su trabajo, están lógicamente me-
nos presentes en la escuela privada,
sea o no concertada, de ello no se des-
prende que ésta se sitúe, rebus sic stan-
tibus, más cerca ni del interés público
ni de los intereses del público. Lo pri-
mero no sucede, sencillamente, por-
que una buena parte de la enseñanza
privada se caracteriza todavía en Es-
paña por un fuerte componente ideo-
lógico —religioso o no—, y una vo-
cación clasista que se traduce en man-
tener a distancia a los alumnos más
«problemáticos», lo cual casa mal con
el interés público, cuando no se opo-
ne abiertamente a él. Lo segundo,
tampoco ocurre necesariamente, o al
menos no en la medida en que cabría
esperar de la sola consideración de los
defectos de la pública, dada la elevada
dosis de pura y simple mercadotecnia
que hay en su relación con la cliente-
la. Además, si la escuela pública, aun
dependiendo de una Administración
más o menos centralizada, es ya más
diversa de lo que en principio se pien-
sa, al estar distribuidos los centros en
un continuo que va de lo óptimo a lo
pésimo, o viceversa, la escuela privada
aúnloesmás,aldependerdeunsinfín
de particulares, empresas, cooperati-
vas, franquicias, órdenes religiosas,
movimientos pedagógicos, etc.
Empecemos, pues, de nuevo: ¿es
pública la escuela pública? Sí, por
supuesto, en la medida en que es fi-
nanciada con fondos públicos, su ti-
tular son los poderes públicos y sus
trabajadores son funcionarios públi-
cos; pero la pregunta no era tan sen-
cillamente tautológica. Cuando se
discute en el mundo de la enseñan-
za sobre el modelo educativo global,
y particularmente sobre la estructu-
ra del sistema, suele distinguirse en-
tre escuela pública y escuela estatal: la
primera estaría al servicio del interés
público; la segunda, bajo los desig-
nios del Estado o del gobierno. Esta
distinción fue particularmente po-
pular en la época de la transición
política, y en todo el debate que tuvo
lugar desde ésta hasta la aprobación
de la LODE. Se quería con ello seña-
lar que la escuela pública no debía ser
utilizada por el poder político para fi-
nes opresores o partidistas, por lo
cual se reivindicaba la autonomía de
Mariano Fernández Enguita*
¿Es pública la escuela
pública?
El autor denuncia que la escuela pública se encuentra hoy totalmente supeditada a
los intereses particulares y corporativos del profesorado. Acusa a este sector
de intentar reducir una y otra vez el calendario y el horario escolar; de convertir la
autonomía profesional en tiempo libre retribuido; e incluso de hacer naufragar
algunas reformas educativas. En un discurso muy incisivo, culpa de esta situación
a tres elementos: la feminización de la profesión, la pérdida de vocacionalidad
y la irresponsabilidad acomodaticia de los sindicatos.
«Se han impuesto por la vía de hecho
vacaciones y fiestas semiclandestinas, como la
impresentable semana blanca o los días
de entrega de notas»
escuela pública
Octubre / N.0
284 / Cuadernos de Pedagogía 77
los centros, la libertad de conciencia
del profesorado, el pluralismo inter
y/o intracentros, etc. Aunque nun-
ca hayan desaparecido tales riesgos
(piénsese, por ejemplo, en las veleida-
des manipuladoras tanto de los nacio-
nalistas y regionalistas como de la ex
ministra Aguirre), lo cierto es que la
pregunta posee ahora otro sentido.
La jerga legislativa y los portavoces
de la escuela privada concertada han
confluido a veces al englobar bajo la
expresión escuela pública tanto a la es-
tatal como a la privada concertada.
Para los partidarios de la pública, sin
embargo, la concertada no lo es tan-
to, pues aunque esté financiada con
fondos públicos y sujeta a una regu-
lación relativamente estricta, la pro-
piedad privada de los centros y las
prerrogativas de los propietarios
cuestionarían ese carácter: la ley y la
financiación, pues, no bastan. Sin du-
da, tenemos razón, pero la cuestión
que toca hoy es la siguiente: ¿bastan,
por otro lado, la ley y la titularidad
estatal para garantizar que la llamada
escuela pública sea inequívocamen-
te pública?
Intereses privados y
corporativos
Mi opinión es que no; que, aun en
esas circunstancias —o precisamen-
te por ellas—, es posible una subor-
dinación de la escuela a otros inte-
reses, concretamente a los intereses
más espurios de los profesionales del
sector, lo que puede calificarse abier-
tamente de apropiación, en la medida
en que intereses y objetivos públicos
(los del alumnado, la comunidad del
entorno y la sociedad global) quedan
subordinados a los intereses y obje-
tivos privados (de cada profesor) y cor-
porativos (del conjunto del profeso-
rado), a veces hasta el punto de su
total abandono. Esto es, creo, lo que
ha tenido lugar en el último período,
sobre todo en el último decenio. In-
tentaré explicarlo.
Primero
No ha habido una sola reforma del
calendario o el horario escolares que
no haya consistido en reducirlos. Se
ha repetido hasta la saciedad, sin el
más mínimo fundamento, que la lla-
mada jornada continua (y, por tanto,
intensiva) iba en interés de los alum-
nos; se ha aplicado ya en buena par-
te de España, prometiendo maravi-
llas y complementos extraescolares
que nunca han funcionado; se han
impuesto por la vía de hecho vaca-
ciones y fiestas semiclandestinas, co-
mo la impresentable semana blanca o
los días de entrega de notas; se ha con-
vertido en costumbre empezar el curso
el último día y terminarlo el primero
dentro del plazo discrecional que fi-
jan las instrucciones de la Adminis-
tración; se ha vuelto indiscutible que,
puesto que el horario se puede redu-
cir en junio y septiembre, se reduce.
Resulta casi grotesca la frivolidad
con la que numerosos enseñantes
vocean las pretendidas excelencias
de la jornada continua, afirmando
que una serie de estudios las demues-
tran, a pesar de no ser jamás capaces
de señalar ni uno solo de ellos. En
sentido contrario, clama al cielo que,
cuando las últimas noticias sobre el
fracaso escolar indican que éste afec-
ta de nuevo a un tercio de los alum-
nos que terminan la ESO, a nadie se
le ocurra la posibilidad de utilizar
horas adicionales e incluso el mes
de julio para centrarse en los alum-
nos de menor rendimiento, cuando,
teóricamente, el profesorado está
disponible —a pesar de la eficacia
probada, ésta sí, de políticas como la
doposcuola italiana (prolongación del
horario escolar) o las summer schools
norteamericanas—. Como resulta-
do de todo ello, numerosas familias
acuden a la privada en busca de ho-
rarios menos concentrados, servi-
cios más eficientes, actividades más
diversas y mecanismos de recupera-
ción veraniegos.
u O P I N I Ó N u
P E N S A M I E N T O
«El de enseñante se ha convertido en un
empleo potencialmente a tiempo parcial,
pero remunerado a tiempo completo»
78 Cuadernos de Pedagogía / N.0
284 / Octubre
Segundo
Se supone que los profesores dispo-
nen de una parte importante de su
tiempo pagado (en la práctica, la mi-
tad de las horas en la Escuela Pri-
maria y casi dos tercios en la Secun-
daria, por no hablar de un total de
dos meses no lectivos pero tampoco
vacacionales) para dedicarlo a la pre-
paración de las clases, la renovación
de los programas o el perfecciona-
miento profesional; y, aunque mu-
chos de ellos así lo hacen, otros no, y
no existen mecanismos ni legales, ni
económicos, ni siquiera morales que
les fuercen a hacerlo. Laautonomíapro-
fesional se traduce para muchos en
simple tiempo libre retribuido. Como re-
sultado, el de enseñante se ha conver-
tido en un empleo potencialmente a
tiempo parcial, pero remunerado, en
todo caso, a tiempo completo. Se ha
confundido de manera interesada la
muy loable reducción del horario
lectivo de los profesores —que podría
incluso ser conveniente llevar aún
más lejos, ya que se trata de una acti-
vidad fuertemente estresante—, con
la reducción de su horario laboral,
que es cosa bien distinta. Nadie nie-
ga, por supuesto, que el horario sigue
siendo de treinta y siete horas y me-
dia semanales, pero son muy pocos
los que lo practican. Recuérdese, por
ejemplo, el lamentable espectáculo
delamotinamientodebuenapartedel
profesorado canario de Enseñanza Se-
cundaria contra la hora 25, es decir,
contra la exigencia de pisar el centro
por la tarde ¡un día a la semana! Co-
mo actividad profesional que es, im-
posible de regular al detalle, y porque
debe discurrir sólo parcialmente en
el aula y en contacto con los alum-
nos, la calidad de la docencia de-
pende en gran medida de la volun-
tad del profesor, una voluntad que
está en función de su vocación, su
motivación, etc. Sin embargo, esa
autonomía sólo puede funcionar aso-
ciada a dos cosas: de un lado, a un ele-
vado nivel de conciencia profesional
o, si se prefiere, a una cultura profesio-
nal que socialice adecuadamente a
los componentes de la profesión, ase-
gurando que interiorizan en grado su-
ficiente las normas de conducta y ren-
dimiento que le son específicas; de
otro, a mecanismos de control in-
ternos y externos adecuados para
disuadir a los que incumplen esas
normas. Ni una cosa ni la otra fun-
cionan hoy, de modo eficaz, en la
enseñanza no universitaria.
Tercero
La mayoría de los intentos innova-
dores de las Administraciones y, en
especial, cualquier propuesta de que
el profesor se responsabilice de algo
que no sean su clase y su aula tropie-
zan con una denodada resistencia. Por
eso menudean los conflictos por las
tutorías en Secundaria, por la vigilan-
cia de los recreos en Primaria, por la
atención a los comedores, por las sa-
lidas y actividades extraescolares,
etc.; se reducen al mínimo la aten-
ción a los padres, el trabajo de las co-
misiones pedagógicas, las coordina-
ciones de ciclo, los seminarios, etc.;
y se evitan tanto en los Claustros co-
mo en los Consejos cualesquiera
discusiones de fondo, no ya sobre la
educación en sí, sino sobre los ele-
mentos básicos del funcionamiento
cotidiano. Parte del profesorado si-
gue apegado al libro de texto como
fuente última de la organización do-
cente, y propuestas como la atención
aladiversidaddeniveleseinteresesen
el aula, la apertura al medio, etc., se
quedan, tan a menudo como lo con-
trario, en simple papel mojado. Co-
mo resultado, las reformas se degra-
dan de modo decisivo, cuando no
naufragan, en el mismo proceso de su
aplicación.
Cuarto
Aunque la LODE, y luego la LO-
PEG, han tratado, con mayor o me-
nor acierto, de otorgar autonomía a
los centros y asegurar su gobierno de-
mocrático por el conjunto de los sec-
tores implicados, el profesorado man-
tiene una actitud entre indiferente y
hostil con respecto a la participación.
La mayoría no quiere formar parte
del Consejo Escolar, se procura que
sus reuniones sean puramente ru-
tinarias, se le hurta información, se
reaccionacorporativamenteante cual-
quier crítica por parte de los padres o
alumnos, se mira con desconfianza a
las asociaciones de padres, etc. En ge-
neral, la presencia de otros en el go-
bierno del centro (otra cosa es su utili-
zación como mano de obra auxiliar)
es vista como un engorro impuesto, co-
mo una intromisión; como la otra cara,
por decirlo de la manera habitual, del
pretendido vaciamiento de competencias
del claustro —pretensión que no resis-
te el más mínimo contraste con la rea-
lidad—. Como resultado, la gestión
democrática y compartida de los
centros se ha convertido en muchos
de ellos en poco más que una ficción.
Los proyectos educativos de centro,
en los que deberían plasmarse tanto la
apertura del núcleo profesional del
centro a la especificidad del entorno
social como la aportación de éste a la
tarea educativa, se limitan, las más de
las veces, a expresiones rituales de
buenos deseos que nadie niega, pero
que carecen de cualquier articulación
o implicación prácticas. Los proyec-
tos curriculares simplemente no son
discutidos en Consejo, limitándo-
se los representantes no docentes a
constatar que existen, e incluso el
Claustro no suele ir más allá de acep-
tar y sumar lo que propone cada ciclo,
seminario o departamento. Las pro-
gramaciones y memorias anuales
son pasadas apresuradamente al Con-
sejo, que las suele valorar de modo fa-
vorable sin entrar en ninguna consi-
deración de fondo. En general, los
Consejos se encuentran con que sus
resoluciones resultan ineficaces sin
la aportación del Claustro, o que es-
tán predeterminadas por él: por eso
los profesores no los toman en serio
y los padres y alumnos terminan de-
silusionándose con respecto a ellos.
Quinto
La dirección del centro se ha desmo-
ronado, como institución, en favor
del Claustro. Con un discurso antije-
rárquico, el profesor ha conseguido
O
P E N S A M I E N T O
«La mayoría de los intentos innovadores
de las Administraciones tropiezan con una
denodada resistencia»
convertirse en dueño y señor de su cla-
se, su grupo o su aula, de los que no
responde sino ante sí mismo. Es de-
cir, en irresponsable. Nadie sabe nada
del vecino ni tiene por qué informar-
le, ni tampoco a la dirección, lo cual
es lo más parecido al caos. A pesar de
lo que diga la ley, ni la dirección ni
el Consejo Escolar pueden dar un
solo paso sin el Claustro, y la activi-
dad habitual de éste consiste en ase-
gurar que nadie lo dé, ni saque el pie de
su reducto. Los directores tienen que
elegir entre asumir el papel de meros
administradores, sin liderazgo ni ob-
jetivos, o entrar en conflicto con sus
colegas, con un alto coste personal y
dudosos resultados: por eso nadie
quiere ser director. La clase de pro-
fesional y de persona que acepta de-
sempeñar este cargo así concebido no
es necesariamente la misma que se
ofrecería para llevar adelante un pro-
yecto de cierta enjundia, y la desgana
con que se asumen las funciones di-
rectivas se ve parcialmente justificada
por la ausencia de otras candidaturas
o por el procedimiento sustitutorio
de designación administrativa (que
no impediría, sin embargo, presen-
tar un proyecto a los órganos corres-
pondientes ni solicitar una manifes-
tación formal de su apoyo, es decir,
presentar ante ellos una moción de
confianza, lo que se está convirtiendo
en una manera de llegar a la dirección
sin compromiso alguno). Como re-
sultado, los centros son a menudo
organizaciones ineficaces, a veces una
mera suma de profesores, y para el
alumno todo depende de la suerte, de
quién le toque en el aula, sobre todo
como profesor-tutor en la Escuela
Primaria.
Sexto
El Claustro informal (el pasillo y la
sala de profesores) y, si es preciso, el
formal, se encargan normalmente de
enfriar los ánimos de los profesores
que, por su nivel de actividad o su
afán de innovación, ponen en evi-
dencia el inmovilismo de los demás.
Nadie debe destacar sobre la medio-
cridad ni sobre el bajo nivel de compro-
miso imperantes. Como resultado de
ello, la enseñanza se ha convertido,
precisamente para los mejores pro-
fesionales, en un escenario sin incen-
tivos, más bien jalonado de sinsabo-
res, mientras campan a su antojo los
que tienen una visión puramente ins-
trumental de su trabajo. En los bue-
nos centros sucede exactamente lo
contrario: que el clima propiciado
por unos objetivos compartidos, un
alto compromiso moral y un buen
u O P I N I Ó N u
P E N S A M I E N T O
«Es verdad que la enseñanza pública se
encuentra hoy bajo un fuego cruzado [...],
pero su principal enemigo no está fuera,
sino dentro»
80 Cuadernos de Pedagogía / N.0
284 / Octubre
nivel profesional es suficiente para
arrastrar o, al menos, para impedir
que actúen como obstáculo los ele-
mentos menos dispuestos.
Éste es el papel y éstos son los lo-
gros de lo que bien podríamos lla-
mar la quinta columna en la escuela
pública, ya que su actividad roza a
veces el sabotaje. Es verdad que la
enseñanza pública se encuentra hoy,
como cualquier otro servicio del Es-
tado del bienestar, bajo un fuego
cruzado en el que participan el neo-
liberalismo, la sacralización del mer-
cado, el gobierno de la derecha, etc.,
pero su principal enemigo no está
fuera, sino dentro: son esos profeso-
res para los que el centro es tan sólo
un lugar de trabajo, de un trabajo
por el que sienten escaso entusiasmo,
aquellos que durante el último dece-
nio han logrado, una vez tras otra,
conseguir más por menos. Son ellos
los que provocan que numerosas fa-
milias escapen despavoridas hacia la
escuela privada, pues, como en todo
proceso de migración, antes y más
importante que el pull (el tirón, lo que
atrae al punto de destino), está el push
(el empujón, lo que repele del punto
de origen). Sin embargo, eso no les
impide, una y otra vez, manifestarse
en defensa de lo público, pues, después
de todo, lo público es suyo, y cada vez
lo es más.
¿Por qué ha sucedido esto?
Para terminar de suministrar moti-
vos a quienes, a estas alturas, ya me
habrán incluido en la lista negra de
los enemigos de la escuela pública o
de la profesión docente, voy a añadir
un intento de explicación de por qué
ha sucedido todo esto, y lo haré ci-
tando tres elementos innombrables
en una crítica, rozando lo políticamen-
te incorrecto: me refiero a la feminiza-
ción y la desvocacionalización de la
profesión y a la irresponsabilidad aco-
modaticia de los sindicatos.
Es un lugar común que, en Es-
paña, las mujeres se están incorporan-
do lentamente al trabajo remunera-
do, extradoméstico, y que, cuando lo
hacen, se ven sometidas a una doble
responsabilidad que puede convertir-
se con facilidad en una doble jornada.
Un famoso libro de los años sesenta,
La familia simétrica (de M. Young y P.
Willmott), defendía la idea de que és-
ta surgía a partir de la sustitución de la
norma «varón empleado +mujer ama
de casa» por la de estar ambos em-
pleados tanto fuera como dentro del
hogar (de ahí la nueva «simetría»)...,
para admitir enseguida que, en rea-
lidad, las familias no pasaban de dos
a cuatro empleos (dos dentro y dos
fuera) sino, transitoriamente, a tres
(el hombre fuera, y la mujer dentro
y fuera). En otras palabras, es un lu-
gar común que la división sexual del
trabajo se resiste mucho más a cam-
biar en la esfera doméstica que en el
mercado de trabajo, por lo que las
mujeres de estas generaciones están
cargando con un fardo histórico que
las generaciones próximas no sabrán
agradecerles. Esto produce, lógica-
mente, una búsqueda constante de
empleos a tiempo parcial y una no
menos constante presión por con-
vertir en tales otros que no lo son.
Naturalmente, esto se consigue de
distinta manera en el sector privado
y en el público: en el privado, las
mujeres se ven abocadas a empleos a
tiempo parcial, sí, pero también más
precarios, peor pagados, sin oportu-
nidades de promoción, etc.; en el pú-
blico, por el contrario, es posible ir
recortando las obligaciones sin recor-
tar los salarios, e incluso aumentán-
dolos, hasta producir un ajuste simi-
lar que permita compatibilizar las dos
jornadas, dentro y fuera de casa. En
este empeño colaboran, desde lue-
go, los enseñantes varones, tal vez
por unas peculiares preferencias tra-
bajo-ocio, porque ello posibilita el
pluriempleo, o por no resistirse a la
corriente dominante, mientras que
en un sector no tan feminizado pro-
bablemente se habría producido otra
dinámica bien distinta, centrada en
un mayor empeño en conseguir su-
bidas salariales aun a costa de la in-
tensificación o prolongación del tra-
bajo real. Lo irónico de esto es que,
cada vez que el profesorado, funda-
mentalmente femenino, logra una
nueva fiesta, otro día de suspensión
de las actividades docentes por el mo-
tivo que sea, otro caso de aplicación
de la jornada continua, empezar el
curso un día más tarde o aplicar el ho-
rario de verano un día antes, quienes
pagan el pato son, ante todo, aparte de
los alumnos, sus madres, que tienen
que recurrir a complejos arreglos fa-
miliares, vecinales, etc., o simple-
mente limitar aún más su empleabili-
dad extradoméstica. Unas mujeres,
las maestras, resuelven su papeleta a
costa de otras —que, por cierto, son
muchas más, en razón de 25 a 1,
aproximadamente—.
Otro cambio importante en la
profesión afecta al papel de la voca-
ción en la misma. No creo incurrir
en el vicio de afirmar que cualquier
tiempo pasado fue mejor si digo que la
profesión docente ha dejado progre-
sivamente de ser vocacional. Aun-
que no debamos engañarnos tampo-
co sobre lo que fue —se ha escrito
abundantemente sobre el maestro
como desertor de su clase social, etc.—,
cabe afirmar que el magisterio y, en
menor medida, el profesorado de la
Enseñanza Secundaria se nutrieron
durante decenios con personas que
volcaban en este oficio una vocación
de servicio al prójimo de raíces cris-
tianas, o que, como alumnos, habían
visto en la escuela una ventana al
mundo, más allá de su entorno so-
cial inmediato, que deseaban abrir, a
su turno, a otros —o las dos cosas al
mismo tiempo—. El docente no era,
a menudo, sino un antiguo buen es-
tudiante, que lo fue por encontrar en
la escuela oportunidades inéditas en
su medio, y que decidía mantenerse
en ella como adulto porque era lo
mejor que había conocido y, en cier-
to sentido, lo mejor que podía imagi-
nar. Hoy, un alumno de Magisterio
es, con más frecuencia de la desea-
ble, alguien cuya nota de selectivi-
dad no le permite estudiar otra ca-
rrera, y un profesor de Enseñanza
Secundaria alguien que preferiría es-
tar ejerciendo su profesión fuera de
O
P E N S A M I E N T O
«Unas mujeres, las maestras, resuelven su
papeleta a costa de otras —que, por cierto,
son muchas más—»
Octubre / N.0
284 / Cuadernos de Pedagogía 81
la escuela, pero que no ha encontra-
do la manera de hacerlo. Ni están
todos los que son, ni son todos los
que están, desde luego, y tal vez ni
siquiera sean la mayoría, pero, en to-
do caso, son demasiados.
Finalmente, la dinámica sindical
ha contribuido de forma decisiva a
esta situación, aunque haya sido co-
mo una consecuencia no querida,
como efecto perverso de una acción, di-
rigida, en principio, a otros fines. En
la dinámica de la movilización, que
en la enseñanza no universitaria adop-
ta siempre una forma asamblearia,
quien quiera contar con la mayoría o
aspire simplemente a ello —y todos
aspiran— ha de dirigirse inevitable-
mente al denominador común, y otro
tanto sucede en procesos como las
elecciones de delegados. Ahora bien,
el denominador común conduce
siempre hacia abajo, generalmente
hacia alguna variante de la consigna:
queremos más por menos, que resulta
chirriante para un grupo que se con-
sidera a sí mismo una profesión (vo-
cacional, entregada, responsable...),
y que ejerce en una institución a la
que proclama como un servicio públi-
co. Paradójicamente, son los mismos
sindicatos que reivindican la defen-
sa y la calidad de la escuela pública
los que alientan el despertar de los
elementos más corporativos, aun
cuando parte de su base sea la que,
por otro lado, alimenta los movi-
mientos de renovación pedagógica y
otras alternativas comprometidas y
renovadoras: en la acción colectiva, el
resultado agregado dista siempre
notablemente de la simple suma de
las voluntades individuales.
Desde luego, no todo es desola-
ción. No es simplemente que haya
excepciones,sinoqueexistenmuchos
magníficos profesionales, educadores
vocacionalesque,conindependencia
de su mayor o menor conformidad
con sus condiciones de trabajo, sa-
ben que el suyo es un servicio pú-
blico y le entregan lo mejor de sí
mismos. Es posible, incluso, que és-
tos sean la mayoría, pero lo carac-
terístico de la situación actual de la
escuela pública es que, a diferencia del
período anterior (entre la transición
política y 1988), se han visto desbordados
por los otros. Igual que las malas
hierbas se imponen sobre el trigo, le
quitan el agua y le tapan el sol, así los
enseñantes sin vocación ni respon-
sabilidad se imponen hoy a los que
las tienen. Quizá porque no hemos
sabido aplicar la vieja máxima cam-
pesina recogida hasta en la Biblia: se-
parar la cizaña del trigo. Desde fuera,
ésta debería ser la función de la ca-
rrera docente, que hasta el día de hoy no
ha pasado de ser un pío deseo de al-
gunas fuerzas políticas reformistas re-
chazado sistemáticamente por el sec-
tor; desde dentro, habría de ser una de
las consecuencias naturales de una
profesionalidad bien entendida. o
* Mariano Fernández Enguita es ca-
tedrático de Sociología en la Universidad
de Salamanca.
Más información:
enguita@gugu.usal.es
u O P I N I Ó N u
P E N S A M I E N T O
«Desde luego, no todo es desolación. No
es simplemente que haya excepciones, sino
que existen magníficos profesionales que
saben que el suyo es un servicio público, y
le entregan lo mejor de sí mismos»
PARA SABER MÁS
Fernández Enguita, M. (1992): Po-
der y participación en el sistema educati-
vo, Barcelona: Paidós.
Fernández Enguita, M. (1998): La
profesión docente y la comunidad escolar:
Crónica de un desencuentro, Madrid:
Morata.
Fernández Enguita, M. (1999):
Alumnos gitanos en la escuela paya, Bar-
celona: Ariel.

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Enguita es publica_la_escuela_publica_-cd_p_284_1999

  • 1. 76 Cuadernos de Pedagogía / N.0 284 / Octubre O P E N S A M I E N T O E stapregunta,enpartepuramen- teretórica,podríaformularsede diversas maneras. Por ejemplo: ¿es pública la escuela estatal?, ¿sirve la escuela pública al interés público?, ¿primaenellaelinteréspúblico,oestá subordinado a otros intereses que no lo son?, ¿funciona la escuela pública como un verdadero servicio públi- co? En el título de este artículo hay ya dos ambigüedades que conviene disipar: la primera es que, al hablar de escuela pública, me refiero a la escuela estatal —no importa de qué Admi- nistración dependa—, no a las escue- las sostenidas con fondos públicos, que incluyen las concertadas, si bien una buena parte de lo que diré podría aplicarse también a ellas; la segunda es que, al preguntar si es pública, me refiero exactamente a si tanto el in- terés público —el interés de toda la so- ciedad— como los intereses del públi- co —los intereses de los alumnos que asisten a ella y los de sus familias—, aun parcialmente subordinados éstos a aquél, priman sobre los intereses de otros sectores, en particular sobre los del personal del centro y, más con- cretamente, los del profesorado. Adicionalmente, quiero aclarar de antemano otra cuestión: aunque, en el aspecto que voy a tratar, algunos de los problemas que señalaré, que deri- van en gran parte de los privilegios del funcionariado y la falta de control so- bre su trabajo, están lógicamente me- nos presentes en la escuela privada, sea o no concertada, de ello no se des- prende que ésta se sitúe, rebus sic stan- tibus, más cerca ni del interés público ni de los intereses del público. Lo pri- mero no sucede, sencillamente, por- que una buena parte de la enseñanza privada se caracteriza todavía en Es- paña por un fuerte componente ideo- lógico —religioso o no—, y una vo- cación clasista que se traduce en man- tener a distancia a los alumnos más «problemáticos», lo cual casa mal con el interés público, cuando no se opo- ne abiertamente a él. Lo segundo, tampoco ocurre necesariamente, o al menos no en la medida en que cabría esperar de la sola consideración de los defectos de la pública, dada la elevada dosis de pura y simple mercadotecnia que hay en su relación con la cliente- la. Además, si la escuela pública, aun dependiendo de una Administración más o menos centralizada, es ya más diversa de lo que en principio se pien- sa, al estar distribuidos los centros en un continuo que va de lo óptimo a lo pésimo, o viceversa, la escuela privada aúnloesmás,aldependerdeunsinfín de particulares, empresas, cooperati- vas, franquicias, órdenes religiosas, movimientos pedagógicos, etc. Empecemos, pues, de nuevo: ¿es pública la escuela pública? Sí, por supuesto, en la medida en que es fi- nanciada con fondos públicos, su ti- tular son los poderes públicos y sus trabajadores son funcionarios públi- cos; pero la pregunta no era tan sen- cillamente tautológica. Cuando se discute en el mundo de la enseñan- za sobre el modelo educativo global, y particularmente sobre la estructu- ra del sistema, suele distinguirse en- tre escuela pública y escuela estatal: la primera estaría al servicio del interés público; la segunda, bajo los desig- nios del Estado o del gobierno. Esta distinción fue particularmente po- pular en la época de la transición política, y en todo el debate que tuvo lugar desde ésta hasta la aprobación de la LODE. Se quería con ello seña- lar que la escuela pública no debía ser utilizada por el poder político para fi- nes opresores o partidistas, por lo cual se reivindicaba la autonomía de Mariano Fernández Enguita* ¿Es pública la escuela pública? El autor denuncia que la escuela pública se encuentra hoy totalmente supeditada a los intereses particulares y corporativos del profesorado. Acusa a este sector de intentar reducir una y otra vez el calendario y el horario escolar; de convertir la autonomía profesional en tiempo libre retribuido; e incluso de hacer naufragar algunas reformas educativas. En un discurso muy incisivo, culpa de esta situación a tres elementos: la feminización de la profesión, la pérdida de vocacionalidad y la irresponsabilidad acomodaticia de los sindicatos. «Se han impuesto por la vía de hecho vacaciones y fiestas semiclandestinas, como la impresentable semana blanca o los días de entrega de notas» escuela pública
  • 2. Octubre / N.0 284 / Cuadernos de Pedagogía 77 los centros, la libertad de conciencia del profesorado, el pluralismo inter y/o intracentros, etc. Aunque nun- ca hayan desaparecido tales riesgos (piénsese, por ejemplo, en las veleida- des manipuladoras tanto de los nacio- nalistas y regionalistas como de la ex ministra Aguirre), lo cierto es que la pregunta posee ahora otro sentido. La jerga legislativa y los portavoces de la escuela privada concertada han confluido a veces al englobar bajo la expresión escuela pública tanto a la es- tatal como a la privada concertada. Para los partidarios de la pública, sin embargo, la concertada no lo es tan- to, pues aunque esté financiada con fondos públicos y sujeta a una regu- lación relativamente estricta, la pro- piedad privada de los centros y las prerrogativas de los propietarios cuestionarían ese carácter: la ley y la financiación, pues, no bastan. Sin du- da, tenemos razón, pero la cuestión que toca hoy es la siguiente: ¿bastan, por otro lado, la ley y la titularidad estatal para garantizar que la llamada escuela pública sea inequívocamen- te pública? Intereses privados y corporativos Mi opinión es que no; que, aun en esas circunstancias —o precisamen- te por ellas—, es posible una subor- dinación de la escuela a otros inte- reses, concretamente a los intereses más espurios de los profesionales del sector, lo que puede calificarse abier- tamente de apropiación, en la medida en que intereses y objetivos públicos (los del alumnado, la comunidad del entorno y la sociedad global) quedan subordinados a los intereses y obje- tivos privados (de cada profesor) y cor- porativos (del conjunto del profeso- rado), a veces hasta el punto de su total abandono. Esto es, creo, lo que ha tenido lugar en el último período, sobre todo en el último decenio. In- tentaré explicarlo. Primero No ha habido una sola reforma del calendario o el horario escolares que no haya consistido en reducirlos. Se ha repetido hasta la saciedad, sin el más mínimo fundamento, que la lla- mada jornada continua (y, por tanto, intensiva) iba en interés de los alum- nos; se ha aplicado ya en buena par- te de España, prometiendo maravi- llas y complementos extraescolares que nunca han funcionado; se han impuesto por la vía de hecho vaca- ciones y fiestas semiclandestinas, co- mo la impresentable semana blanca o los días de entrega de notas; se ha con- vertido en costumbre empezar el curso el último día y terminarlo el primero dentro del plazo discrecional que fi- jan las instrucciones de la Adminis- tración; se ha vuelto indiscutible que, puesto que el horario se puede redu- cir en junio y septiembre, se reduce. Resulta casi grotesca la frivolidad con la que numerosos enseñantes vocean las pretendidas excelencias de la jornada continua, afirmando que una serie de estudios las demues- tran, a pesar de no ser jamás capaces de señalar ni uno solo de ellos. En sentido contrario, clama al cielo que, cuando las últimas noticias sobre el fracaso escolar indican que éste afec- ta de nuevo a un tercio de los alum- nos que terminan la ESO, a nadie se le ocurra la posibilidad de utilizar horas adicionales e incluso el mes de julio para centrarse en los alum- nos de menor rendimiento, cuando, teóricamente, el profesorado está disponible —a pesar de la eficacia probada, ésta sí, de políticas como la doposcuola italiana (prolongación del horario escolar) o las summer schools norteamericanas—. Como resulta- do de todo ello, numerosas familias acuden a la privada en busca de ho- rarios menos concentrados, servi- cios más eficientes, actividades más diversas y mecanismos de recupera- ción veraniegos. u O P I N I Ó N u P E N S A M I E N T O «El de enseñante se ha convertido en un empleo potencialmente a tiempo parcial, pero remunerado a tiempo completo»
  • 3. 78 Cuadernos de Pedagogía / N.0 284 / Octubre Segundo Se supone que los profesores dispo- nen de una parte importante de su tiempo pagado (en la práctica, la mi- tad de las horas en la Escuela Pri- maria y casi dos tercios en la Secun- daria, por no hablar de un total de dos meses no lectivos pero tampoco vacacionales) para dedicarlo a la pre- paración de las clases, la renovación de los programas o el perfecciona- miento profesional; y, aunque mu- chos de ellos así lo hacen, otros no, y no existen mecanismos ni legales, ni económicos, ni siquiera morales que les fuercen a hacerlo. Laautonomíapro- fesional se traduce para muchos en simple tiempo libre retribuido. Como re- sultado, el de enseñante se ha conver- tido en un empleo potencialmente a tiempo parcial, pero remunerado, en todo caso, a tiempo completo. Se ha confundido de manera interesada la muy loable reducción del horario lectivo de los profesores —que podría incluso ser conveniente llevar aún más lejos, ya que se trata de una acti- vidad fuertemente estresante—, con la reducción de su horario laboral, que es cosa bien distinta. Nadie nie- ga, por supuesto, que el horario sigue siendo de treinta y siete horas y me- dia semanales, pero son muy pocos los que lo practican. Recuérdese, por ejemplo, el lamentable espectáculo delamotinamientodebuenapartedel profesorado canario de Enseñanza Se- cundaria contra la hora 25, es decir, contra la exigencia de pisar el centro por la tarde ¡un día a la semana! Co- mo actividad profesional que es, im- posible de regular al detalle, y porque debe discurrir sólo parcialmente en el aula y en contacto con los alum- nos, la calidad de la docencia de- pende en gran medida de la volun- tad del profesor, una voluntad que está en función de su vocación, su motivación, etc. Sin embargo, esa autonomía sólo puede funcionar aso- ciada a dos cosas: de un lado, a un ele- vado nivel de conciencia profesional o, si se prefiere, a una cultura profesio- nal que socialice adecuadamente a los componentes de la profesión, ase- gurando que interiorizan en grado su- ficiente las normas de conducta y ren- dimiento que le son específicas; de otro, a mecanismos de control in- ternos y externos adecuados para disuadir a los que incumplen esas normas. Ni una cosa ni la otra fun- cionan hoy, de modo eficaz, en la enseñanza no universitaria. Tercero La mayoría de los intentos innova- dores de las Administraciones y, en especial, cualquier propuesta de que el profesor se responsabilice de algo que no sean su clase y su aula tropie- zan con una denodada resistencia. Por eso menudean los conflictos por las tutorías en Secundaria, por la vigilan- cia de los recreos en Primaria, por la atención a los comedores, por las sa- lidas y actividades extraescolares, etc.; se reducen al mínimo la aten- ción a los padres, el trabajo de las co- misiones pedagógicas, las coordina- ciones de ciclo, los seminarios, etc.; y se evitan tanto en los Claustros co- mo en los Consejos cualesquiera discusiones de fondo, no ya sobre la educación en sí, sino sobre los ele- mentos básicos del funcionamiento cotidiano. Parte del profesorado si- gue apegado al libro de texto como fuente última de la organización do- cente, y propuestas como la atención aladiversidaddeniveleseinteresesen el aula, la apertura al medio, etc., se quedan, tan a menudo como lo con- trario, en simple papel mojado. Co- mo resultado, las reformas se degra- dan de modo decisivo, cuando no naufragan, en el mismo proceso de su aplicación. Cuarto Aunque la LODE, y luego la LO- PEG, han tratado, con mayor o me- nor acierto, de otorgar autonomía a los centros y asegurar su gobierno de- mocrático por el conjunto de los sec- tores implicados, el profesorado man- tiene una actitud entre indiferente y hostil con respecto a la participación. La mayoría no quiere formar parte del Consejo Escolar, se procura que sus reuniones sean puramente ru- tinarias, se le hurta información, se reaccionacorporativamenteante cual- quier crítica por parte de los padres o alumnos, se mira con desconfianza a las asociaciones de padres, etc. En ge- neral, la presencia de otros en el go- bierno del centro (otra cosa es su utili- zación como mano de obra auxiliar) es vista como un engorro impuesto, co- mo una intromisión; como la otra cara, por decirlo de la manera habitual, del pretendido vaciamiento de competencias del claustro —pretensión que no resis- te el más mínimo contraste con la rea- lidad—. Como resultado, la gestión democrática y compartida de los centros se ha convertido en muchos de ellos en poco más que una ficción. Los proyectos educativos de centro, en los que deberían plasmarse tanto la apertura del núcleo profesional del centro a la especificidad del entorno social como la aportación de éste a la tarea educativa, se limitan, las más de las veces, a expresiones rituales de buenos deseos que nadie niega, pero que carecen de cualquier articulación o implicación prácticas. Los proyec- tos curriculares simplemente no son discutidos en Consejo, limitándo- se los representantes no docentes a constatar que existen, e incluso el Claustro no suele ir más allá de acep- tar y sumar lo que propone cada ciclo, seminario o departamento. Las pro- gramaciones y memorias anuales son pasadas apresuradamente al Con- sejo, que las suele valorar de modo fa- vorable sin entrar en ninguna consi- deración de fondo. En general, los Consejos se encuentran con que sus resoluciones resultan ineficaces sin la aportación del Claustro, o que es- tán predeterminadas por él: por eso los profesores no los toman en serio y los padres y alumnos terminan de- silusionándose con respecto a ellos. Quinto La dirección del centro se ha desmo- ronado, como institución, en favor del Claustro. Con un discurso antije- rárquico, el profesor ha conseguido O P E N S A M I E N T O «La mayoría de los intentos innovadores de las Administraciones tropiezan con una denodada resistencia»
  • 4. convertirse en dueño y señor de su cla- se, su grupo o su aula, de los que no responde sino ante sí mismo. Es de- cir, en irresponsable. Nadie sabe nada del vecino ni tiene por qué informar- le, ni tampoco a la dirección, lo cual es lo más parecido al caos. A pesar de lo que diga la ley, ni la dirección ni el Consejo Escolar pueden dar un solo paso sin el Claustro, y la activi- dad habitual de éste consiste en ase- gurar que nadie lo dé, ni saque el pie de su reducto. Los directores tienen que elegir entre asumir el papel de meros administradores, sin liderazgo ni ob- jetivos, o entrar en conflicto con sus colegas, con un alto coste personal y dudosos resultados: por eso nadie quiere ser director. La clase de pro- fesional y de persona que acepta de- sempeñar este cargo así concebido no es necesariamente la misma que se ofrecería para llevar adelante un pro- yecto de cierta enjundia, y la desgana con que se asumen las funciones di- rectivas se ve parcialmente justificada por la ausencia de otras candidaturas o por el procedimiento sustitutorio de designación administrativa (que no impediría, sin embargo, presen- tar un proyecto a los órganos corres- pondientes ni solicitar una manifes- tación formal de su apoyo, es decir, presentar ante ellos una moción de confianza, lo que se está convirtiendo en una manera de llegar a la dirección sin compromiso alguno). Como re- sultado, los centros son a menudo organizaciones ineficaces, a veces una mera suma de profesores, y para el alumno todo depende de la suerte, de quién le toque en el aula, sobre todo como profesor-tutor en la Escuela Primaria. Sexto El Claustro informal (el pasillo y la sala de profesores) y, si es preciso, el formal, se encargan normalmente de enfriar los ánimos de los profesores que, por su nivel de actividad o su afán de innovación, ponen en evi- dencia el inmovilismo de los demás. Nadie debe destacar sobre la medio- cridad ni sobre el bajo nivel de compro- miso imperantes. Como resultado de ello, la enseñanza se ha convertido, precisamente para los mejores pro- fesionales, en un escenario sin incen- tivos, más bien jalonado de sinsabo- res, mientras campan a su antojo los que tienen una visión puramente ins- trumental de su trabajo. En los bue- nos centros sucede exactamente lo contrario: que el clima propiciado por unos objetivos compartidos, un alto compromiso moral y un buen u O P I N I Ó N u P E N S A M I E N T O «Es verdad que la enseñanza pública se encuentra hoy bajo un fuego cruzado [...], pero su principal enemigo no está fuera, sino dentro»
  • 5. 80 Cuadernos de Pedagogía / N.0 284 / Octubre nivel profesional es suficiente para arrastrar o, al menos, para impedir que actúen como obstáculo los ele- mentos menos dispuestos. Éste es el papel y éstos son los lo- gros de lo que bien podríamos lla- mar la quinta columna en la escuela pública, ya que su actividad roza a veces el sabotaje. Es verdad que la enseñanza pública se encuentra hoy, como cualquier otro servicio del Es- tado del bienestar, bajo un fuego cruzado en el que participan el neo- liberalismo, la sacralización del mer- cado, el gobierno de la derecha, etc., pero su principal enemigo no está fuera, sino dentro: son esos profeso- res para los que el centro es tan sólo un lugar de trabajo, de un trabajo por el que sienten escaso entusiasmo, aquellos que durante el último dece- nio han logrado, una vez tras otra, conseguir más por menos. Son ellos los que provocan que numerosas fa- milias escapen despavoridas hacia la escuela privada, pues, como en todo proceso de migración, antes y más importante que el pull (el tirón, lo que atrae al punto de destino), está el push (el empujón, lo que repele del punto de origen). Sin embargo, eso no les impide, una y otra vez, manifestarse en defensa de lo público, pues, después de todo, lo público es suyo, y cada vez lo es más. ¿Por qué ha sucedido esto? Para terminar de suministrar moti- vos a quienes, a estas alturas, ya me habrán incluido en la lista negra de los enemigos de la escuela pública o de la profesión docente, voy a añadir un intento de explicación de por qué ha sucedido todo esto, y lo haré ci- tando tres elementos innombrables en una crítica, rozando lo políticamen- te incorrecto: me refiero a la feminiza- ción y la desvocacionalización de la profesión y a la irresponsabilidad aco- modaticia de los sindicatos. Es un lugar común que, en Es- paña, las mujeres se están incorporan- do lentamente al trabajo remunera- do, extradoméstico, y que, cuando lo hacen, se ven sometidas a una doble responsabilidad que puede convertir- se con facilidad en una doble jornada. Un famoso libro de los años sesenta, La familia simétrica (de M. Young y P. Willmott), defendía la idea de que és- ta surgía a partir de la sustitución de la norma «varón empleado +mujer ama de casa» por la de estar ambos em- pleados tanto fuera como dentro del hogar (de ahí la nueva «simetría»)..., para admitir enseguida que, en rea- lidad, las familias no pasaban de dos a cuatro empleos (dos dentro y dos fuera) sino, transitoriamente, a tres (el hombre fuera, y la mujer dentro y fuera). En otras palabras, es un lu- gar común que la división sexual del trabajo se resiste mucho más a cam- biar en la esfera doméstica que en el mercado de trabajo, por lo que las mujeres de estas generaciones están cargando con un fardo histórico que las generaciones próximas no sabrán agradecerles. Esto produce, lógica- mente, una búsqueda constante de empleos a tiempo parcial y una no menos constante presión por con- vertir en tales otros que no lo son. Naturalmente, esto se consigue de distinta manera en el sector privado y en el público: en el privado, las mujeres se ven abocadas a empleos a tiempo parcial, sí, pero también más precarios, peor pagados, sin oportu- nidades de promoción, etc.; en el pú- blico, por el contrario, es posible ir recortando las obligaciones sin recor- tar los salarios, e incluso aumentán- dolos, hasta producir un ajuste simi- lar que permita compatibilizar las dos jornadas, dentro y fuera de casa. En este empeño colaboran, desde lue- go, los enseñantes varones, tal vez por unas peculiares preferencias tra- bajo-ocio, porque ello posibilita el pluriempleo, o por no resistirse a la corriente dominante, mientras que en un sector no tan feminizado pro- bablemente se habría producido otra dinámica bien distinta, centrada en un mayor empeño en conseguir su- bidas salariales aun a costa de la in- tensificación o prolongación del tra- bajo real. Lo irónico de esto es que, cada vez que el profesorado, funda- mentalmente femenino, logra una nueva fiesta, otro día de suspensión de las actividades docentes por el mo- tivo que sea, otro caso de aplicación de la jornada continua, empezar el curso un día más tarde o aplicar el ho- rario de verano un día antes, quienes pagan el pato son, ante todo, aparte de los alumnos, sus madres, que tienen que recurrir a complejos arreglos fa- miliares, vecinales, etc., o simple- mente limitar aún más su empleabili- dad extradoméstica. Unas mujeres, las maestras, resuelven su papeleta a costa de otras —que, por cierto, son muchas más, en razón de 25 a 1, aproximadamente—. Otro cambio importante en la profesión afecta al papel de la voca- ción en la misma. No creo incurrir en el vicio de afirmar que cualquier tiempo pasado fue mejor si digo que la profesión docente ha dejado progre- sivamente de ser vocacional. Aun- que no debamos engañarnos tampo- co sobre lo que fue —se ha escrito abundantemente sobre el maestro como desertor de su clase social, etc.—, cabe afirmar que el magisterio y, en menor medida, el profesorado de la Enseñanza Secundaria se nutrieron durante decenios con personas que volcaban en este oficio una vocación de servicio al prójimo de raíces cris- tianas, o que, como alumnos, habían visto en la escuela una ventana al mundo, más allá de su entorno so- cial inmediato, que deseaban abrir, a su turno, a otros —o las dos cosas al mismo tiempo—. El docente no era, a menudo, sino un antiguo buen es- tudiante, que lo fue por encontrar en la escuela oportunidades inéditas en su medio, y que decidía mantenerse en ella como adulto porque era lo mejor que había conocido y, en cier- to sentido, lo mejor que podía imagi- nar. Hoy, un alumno de Magisterio es, con más frecuencia de la desea- ble, alguien cuya nota de selectivi- dad no le permite estudiar otra ca- rrera, y un profesor de Enseñanza Secundaria alguien que preferiría es- tar ejerciendo su profesión fuera de O P E N S A M I E N T O «Unas mujeres, las maestras, resuelven su papeleta a costa de otras —que, por cierto, son muchas más—»
  • 6. Octubre / N.0 284 / Cuadernos de Pedagogía 81 la escuela, pero que no ha encontra- do la manera de hacerlo. Ni están todos los que son, ni son todos los que están, desde luego, y tal vez ni siquiera sean la mayoría, pero, en to- do caso, son demasiados. Finalmente, la dinámica sindical ha contribuido de forma decisiva a esta situación, aunque haya sido co- mo una consecuencia no querida, como efecto perverso de una acción, di- rigida, en principio, a otros fines. En la dinámica de la movilización, que en la enseñanza no universitaria adop- ta siempre una forma asamblearia, quien quiera contar con la mayoría o aspire simplemente a ello —y todos aspiran— ha de dirigirse inevitable- mente al denominador común, y otro tanto sucede en procesos como las elecciones de delegados. Ahora bien, el denominador común conduce siempre hacia abajo, generalmente hacia alguna variante de la consigna: queremos más por menos, que resulta chirriante para un grupo que se con- sidera a sí mismo una profesión (vo- cacional, entregada, responsable...), y que ejerce en una institución a la que proclama como un servicio públi- co. Paradójicamente, son los mismos sindicatos que reivindican la defen- sa y la calidad de la escuela pública los que alientan el despertar de los elementos más corporativos, aun cuando parte de su base sea la que, por otro lado, alimenta los movi- mientos de renovación pedagógica y otras alternativas comprometidas y renovadoras: en la acción colectiva, el resultado agregado dista siempre notablemente de la simple suma de las voluntades individuales. Desde luego, no todo es desola- ción. No es simplemente que haya excepciones,sinoqueexistenmuchos magníficos profesionales, educadores vocacionalesque,conindependencia de su mayor o menor conformidad con sus condiciones de trabajo, sa- ben que el suyo es un servicio pú- blico y le entregan lo mejor de sí mismos. Es posible, incluso, que és- tos sean la mayoría, pero lo carac- terístico de la situación actual de la escuela pública es que, a diferencia del período anterior (entre la transición política y 1988), se han visto desbordados por los otros. Igual que las malas hierbas se imponen sobre el trigo, le quitan el agua y le tapan el sol, así los enseñantes sin vocación ni respon- sabilidad se imponen hoy a los que las tienen. Quizá porque no hemos sabido aplicar la vieja máxima cam- pesina recogida hasta en la Biblia: se- parar la cizaña del trigo. Desde fuera, ésta debería ser la función de la ca- rrera docente, que hasta el día de hoy no ha pasado de ser un pío deseo de al- gunas fuerzas políticas reformistas re- chazado sistemáticamente por el sec- tor; desde dentro, habría de ser una de las consecuencias naturales de una profesionalidad bien entendida. o * Mariano Fernández Enguita es ca- tedrático de Sociología en la Universidad de Salamanca. Más información: enguita@gugu.usal.es u O P I N I Ó N u P E N S A M I E N T O «Desde luego, no todo es desolación. No es simplemente que haya excepciones, sino que existen magníficos profesionales que saben que el suyo es un servicio público, y le entregan lo mejor de sí mismos» PARA SABER MÁS Fernández Enguita, M. (1992): Po- der y participación en el sistema educati- vo, Barcelona: Paidós. Fernández Enguita, M. (1998): La profesión docente y la comunidad escolar: Crónica de un desencuentro, Madrid: Morata. Fernández Enguita, M. (1999): Alumnos gitanos en la escuela paya, Bar- celona: Ariel.