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1. 1 Héctor Velasco Arregui Tfno.:628 790 113 E-mail: hvelasco001@gmail.com
Comparación entre los sistemas educativos surcoreano y finlandés
El informe que se muestra a continuación se ha realizado mediante la lectura del artículo
recomendado en la guía para la realización de esta actividad (Vilches y Pérez, 2010) y el
visionado de los documentales enumerados en dicha guía (que no considero oportuno
enumerar). Además, por cuenta propia y dado el interés que suscitaba el tema a tratar, se
visionaron dos entrevistas al escritor y especialista en educación Eduardo Andere, ambas de
acceso libre y disponibles en internet (https://www.youtube.com/watch?v=vMmVAnhN_JA y
https://www.youtube.com/watch?v=qNGkT99wqxc).
Finlandia y Corea del Sur son dos países cuyos gobiernos, en determinado momento de
dificultad económica (décadas de los 50 y 60) y dada la escasez de recursos materiales de ambos
territorios geográficos, deciden apostar por los recursos humanos como principal medio para el
desarrollo. Esto se traduce en un gran esfuerzo a la hora de proporcionar educación a los
miembros de la sociedad y, así mismo, de concienciar a ambas sociedades de la importancia de
dicha educación para el desarrollo del país. Décadas más tarde, ambos países obtienen altas
puntuaciones en las evaluaciones educativas no universitarias realizadas para confeccionar los
informes PISA, referente internacional en este ámbito, lo que sitúa a ambos países en el punto
de mira en materia educativa a nivel mundial.
Estos podrían ser, a grandes rasgos, los antecedentes del tema a tratar y, básicamente, también la
mayoría de las escasas semejanzas que existen entre ambas sociedades. Y es que, pese a los
buenos resultados de ambos países en los informes PISA, existen importantes diferencias
ideológicas entre los ciudadanos finlandeses y surcoreanos, así como de satisfacción personal
general (remarcables en todos los ámbitos, salvo en los casos de la atención médica y del
mercado de trabajo local; datos PNUD, guía de la actividad). Muy relacionadas con esto están
también las diferencias con respecto a los índices de desarrollo humano, ya que si bien el índice
general es parejo entre ambos casos (0,891 y 0,892), al atender a los otros índices, el ajustado
por la desigualdad y el de desigualdad de género, también aparecen diferencias reseñables entre
surcoreanos y finlandeses (0,758 y 0,153 frente a 0,839 y 0,075, respectivamente). Este conjunto
de datos proporciona la sensación global de que existe un mejor desarrollo del ciudadano
finlandés, si lo comparamos con el ciudadano surcoreano, así como una mayor satisfacción a
nivel general por su parte del primero.
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En estas diferencias tienen una influencia determinante las divergencias en materia educativa
que pueden observarse al analizar ambos países. Por un lado, Finlandia promueve un sistema
educativo integrador, que busca la formación de todos los miembros de la sociedad como
ciudadanos cultos y comprometidos, con el objetivo final de constituir una comunidad
responsable y satisfecha. Esto partiendo de las ideas de base de que la educación es parte
indispensable de la formación personal, además de laboral/profesional, y de que el individuo que
se convierte en ciudadano racional, responsable y equilibrado, tiene mayores posibilidades de
aceptar el mundo que le rodea, mayores recursos para cambiar de este o de su propia persona
aquello que le disgusta y, en definitiva, de ser feliz (o al menos, de estar razonablemente satis-
fecho con su realidad). Para ello se requiere que estos individuos tengan una comprensión del
entorno, que ha de venir dada por el conocimiento, que a su vez se adquiere mediante el estudio,
el aprendizaje y la reflexión, para lo cual la educación ha de proporcionar recursos o herra-
mientas (formas de aprender, de pensar, de resolver problemas, etc). Todo ello con el objetivo
de conseguir individuos preparados para enfrentarse al cambio, a los obstáculos, a un mundo
actual que requiere estar en continua formación y renovación y, por tanto, aprendizaje.
Por el contrario, el modelo surcoreano promueve sujetos altamente dirigidos, subyugados por un
sistema de alto rendimiento que premia los resultados, con esquemas rígidos que dejan un lugar
mínimo a la creatividad. Estos sujetos están altamente formados académicamente, son entre-
nados para el esfuerzo, para el trabajo y la competición, pero no se les proporciona una
formación general para la vida, es decir, no se fomenta el (necesario) descanso ni el disfrute del
ocio o el arte, ni la experimentación o el uso de la imaginación. Tampoco parece que se les
prepare para enfrentarse a obstáculos en ámbitos externos a su realidad cotidiana, de manera que
sus mayores armas para enfrentarse al mundo y a la vida son el tesón, la constancia y la
capacidad de sacrificio. Una de las grandes carencias que se intuye en estos individuos es que, al
no estar habituados a salirse de esquemas conocidos (falta de creatividad), sufren un gran estrés
al enfrentarse a situaciones novedosas (algo que sucede en nuestras vidas tanto dentro como
fuera del ámbito laboral/profesional). Puede suponerse que en estos casos, los individuos
utilizarán los escasos recursos innatos que posean para idear soluciones o recurrirán a otras
propuestas por terceros, que quizá no siempre sean adecuadas a la problemática particular y
novedosa a la que se enfrenta el individuo. En resumen, se promueve una sociedad afanosa y
sacrificada, pero con mínimo espacio para el ocio y la creatividad y, quizá por ende, para la
innovación y la libertad del individuo.
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En ambos casos el papel de la educación es formar a los futuros integrantes de la sociedad, pero
con matices diferenciadores. La sociedad finlandesa tiene escasa densidad demográfica y busca
educar a todos sus miembros, hasta alcanzar un mínimo equitativo (modelo integrador), porque
considera que todos son necesarios e importantes como integrantes de la misma macro-
comunidad. Además es consciente de que el ser humano, como animal social que es, se
“contagia” con facilidad del medio circundante, por lo que un sentimiento de satisfacción y/o
felicidad generalizado es altamente recomendable para sus propios integrantes. Sin embargo, la
sociedad surcoreana parece utilizar la educación como herramienta para producir individuos
altamente cualificados en masa, que al tiempo que son orgullo familiar y del país, potencian el
desarrollo económico de la sociedad. Un modelo igualitario, pero altamente competitivo, que
acaba marginando y relegando a un segundo plano a los individuos menos capaces o que no son
capaces de adaptarse al sistema.
Con respecto al desarrollo sostenible de ambas sociedades, sin duda, el modelo finlandés tiene
visos claros de continuidad a lo largo del tiempo. En primer lugar porque es un modelo flexible
basado en la reflexión crítica, que está en continua supervisión, retroalimentándose a sí mismo y
admitiendo modificaciones de manera permanente, lo que le permite adaptarse y evolucionar en
función de las necesidades. Por otro, la menor dedicación que requiere por parte de los alumnos
(de las más bajas del mundo, frente a la requerida en el modelo surcoreano, que por el contrario
es de las mayores) hace que el aprendizaje se produzca de manera más fluida y natural. Por ello,
estos alumnos, no sólo tendrán mayores probabilidades de asimilar lo aprendido, sino que en
ellos se disminuye drásticamente la posible aparición de fenómenos de aversión al estudio o al
aprendizaje derivados del exceso de carga de trabajo o presión del estudiante.
Además, en la escuela finlandesa se fomenta una mentalidad abierta a la crítica, unida a otros
dos conceptos de suma importancia, como son la confianza y la cooperación. La creencia en la
necesidad de mejorar, junto con la convicción de que el individuo no es capaz de saberlo todo ni
estar en la posesión de toda la verdad, les lleva a escuchar las sugerencias que se realizan desde
fuera, convencidos (con la confianza de que) esa crítica es positiva y se hace con ánimo coope-
rativo. Esta actitud es, en mi opinión, es uno de sus mayores puntos fuertes: la capacidad de
atender a juicios y valoraciones propios y externos con la disposición de aceptarlos, reflexionar
sobre ellos, en caso de ser necesario, asimilarlos e incorporar los cambios necesarios para la
mejora. Una sociedad que fomenta esta actitud receptiva, que educa bajo estas premisas, tiene
mayores posibilidades de estar compuesta por individuos racionales y equilibrados.
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Otro aspecto que aporta enorme estabilidad a este sistema educativo orientado a formar individuos para
la sociedad (y por tanto, cabe deducirse que la propia sostenibilidad del sistema educativo proporciona
sostenibilidad a la sociedad) es la imagen pública del profesorado. La confianza de la sociedad en los
profesores es, en mi opinión, tan sorprendente como necesaria. Está demostrado que un profesional
siempre desarrolla mejor su cometido si no está continuamente controlado, vigilado y/o cuestionado, ya
que aparece un sentimiento de responsabilidad que induce a la persona a hacerse merecedora de la
confianza depositada en ella. Los profesores no son una excepción y, en el caso concreto de los docentes
finlandeses, la confianza que se deposita desde distintas esferas de la sociedad resulta un gran apoyo para
su práctica profesional. Pero, como bien se dice en cierto momento en uno de los documentales, esta
confianza no se logra de la noche a la mañana y menos en una sociedad desarrollada y culta como es la
finlandesa. Detrás de este logro de confianza hay mucho trabajo realizado desde distintos ámbitos, de
manera que esta confianza se deposita en un proyecto sólido, planificado y que proporciona resultados
tangibles. Además de que los jóvenes finlandeses ya parten de una muy buena base, al haber sido
educados en un sistema altamente eficiente, de ellos sólo una pequeña parte podrá acceder a estudiar para
ser profesor (en torno a la décima parte de los candidatos), que además es una profesión reconocida
socialmente y con buena remuneración económica. Por tanto, sólo los mejores de una sociedad culta, que
además tiene por objetivo lograr la educación de todos sus miembros, consiguen acceder a los estudios
de profe-sorado. Si a esto se añade el hecho de que estos estudios son muy completos y exigentes, se
obtiene un profesorado de alta calidad como pilar esencial de un sistema educativo con grandes garantías.
En cambio, la sociedad surcoreana es una sociedad sumisa, rígida y estricta, con mínimo espacio para la
reflexión, con escaso margen para la crítica, que además está mal vista socialmente. Una sociedad
competitiva, llena de desconfianzas (también hacia el sistema educativo y el profesorado) y tabúes, en la
que los individuos se comunican con tremendas limitaciones, en la que los sentimientos se reprimen y lo
extraño se rechaza. De esta manera, los individuos que no son capaces de adaptarse son excluidos,
marginados socialmente, incluso por sus propias familias. Este sistema ejerce una gran presión sobre el
individuo, que tenderá a sentirse “enjaulado” dentro de una sociedad en la que no tiene margen al error,
en la que sólo le queda seguir el camino que otros han establecido. Eso crea una gran desazón interior
(“somos como marionetas” que dice una joven surcoreana entrevistada) y un continuo deseo de huir, de
escapar. Y esto queda reflejado en el alivio que experimentan los jóvenes al conseguir el ansiado acceso
a la carrera universitaria, pero también en las altas tasas de suicido, que no hacen sino aumentar año tras
año. Todo esto sugiere que una parte de la sociedad, no sólo está descontenta o es infeliz, sino que es
incapaz de sobrellevar su existencia o de convivir con esos sentimientos. Y un sistema que permite que
una de sus partes sufra semejantes carencias tiene menores visos de sostenibilidad, pese al éxito
económico que pueda conseguir.