1. Juan Guillermo Ramírez Orozco. UCO Teología
JESUCRISTO ES EL MISMO AYER, HOY Y SIEMPRE
El título de este ensayo, encierra todo un significado para la Iglesia, y nosotros
partícipes del misterio que es ella, y más si se piensa en la gran cantidad de
escritos, material audiovisual que se ha elaborado con el fin de desvirtuar el
misterio de Cristo y la Iglesia, que tratan de reducirlos a simples anuncios
esperanzadores para el hombre y sus problemas. Como transfondo de todo
anuncio se debe partir de que el Cristo que conocieron los Apóstoles, que
predicaron, y que ha fundado el acontecer de la Iglesia en más de 20 siglos, es el
mismo Cristo que hoy anunciamos muchos seres humanos, sin que exista una
separación entre el Cristo apostólico y el Cristo de la Iglesia.
Esta unidad existente entre el Cristo apostólico y el Cristo actual se enmarca
dentro de varios aspectos que en ningún momento niegan su carácter histórico y
divino, por el contrario, lo histórico y divino dan fuerza a la unidad que ha
permanecido durante muchos siglos y que hoy algunos han querido negar,
asignanando a Cristo el nombre de un personaje del común que la primera
comunidad revistió de características divinas.
Sin ir muy lejos y sin necesidad de elaborar un discurso fuertemente teológico se
puede observar que Cristo hoy, para el hombre a través de su misterio nos
muestra la imagen del Padre, él se nos muestra como misterio de redención y
recapitulación con el fin de volvernos a nuestra situación de gracia primigenia.
Tanto ayer como hoy, la vida de Cristo es revelación del Padre: sus palabras y sus
obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede
decir: “quien me ve a mí, ve al Padre (Jn 14,9), y el Padre: “este es mi Hijo amado;
escuchadle (Lc 9,35). Nuestro Señor al haberse hecho hombre para cumplir la
voluntad del Padre, nos manifestó el amor que nos tiene, incluso con los rasgos
más sencillos de sus misterios.
2. Juan Guillermo Ramírez Orozco. UCO Teología
Con la encarnación se revela el culmen del amor paterno, al mostrar al hombre el
camino y la posibilidad que tenemos todos los seres humanos de acercarnos cada
día a él a partir de nuestra situación concreta como hombres.
Tanto ayer como hoy la vida de Cristo es Misterio de Redención: La redención nos
viene ante todo por la sangre de la Cruz. Pero este misterio está actuando en
toda la vida de Cristo: Ya en su encarnación porque haciéndose pobre nos
enriquece con su pobreza; en su vida oculta donde repara nuestra insumisión
mediante su sometimiento; en su palabra que purifica a sus oyentes; en sus
curaciones y en sus exorcismos, por los cuáles “él tomó nuestras flaquezas y
cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8,17); en su resurrección, por medio de la
cual nos justifica.
Tanto ayer como hoy la vida de Cristo es Misterio de Recapitulación. Todo lo que
Jesús hizo, dijo y sufrió, tuvo como finalidad restablecer al hombre caído en su
vocación primera
Toda la riqueza de Cristo es para todo hombre y constituye el bien de cada uno.
Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros, desde su encarnación
por nosotros los hombres y por nuestra salvación, hasta su muerte por nuestros
pecados y en su resurrección para nuestra justificación. Con todo lo que vivió y
sufrió por nosotros de una vez por todas, permanece presente para siempre ante
el acatamiento de Dios a favor nuestro.
Por tanto quien piensa en Cristo, no puede elaborar una dicotomía entre el
pasado, el presente y el futuro. Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre, con su
Misterio nos mostrará el amor del Padre, su plan de redención y su proyecto de
vida nueva para el ser humano