Clasificaciones, modalidades y tendencias de investigación educativa.
Un día en la ciudad
1. Iria Sambruno García.
Para: Imagen, forma y función de la ciudad contemporánea.
Un día en la ciudad…
-¿Cuándo llegas?
-Llego en una semana.
-¿Y qué te apetece hacer?
-Pasear.
Me resultó extraño en un principio. ¿Por qué querría sólo pasear con la cantidad de
cosas diferentes que se pueden organizar en una ciudad tan grande como Madrid? No
pensé en ninguna actividad, ni miré sesiones de cine, ni precio de las entradas a algún
museo, ni horarios de autobuses ni itinerarios. ¿Para qué, si sólo quería pasear?...
En cierto modo estaba un poco molesta porque hacía años que no venía por aquí y
fruto de mi enfado pensé que su respuesta de “pasear” era una manifestación de
rechazo a la ciudad por la costumbre de vivir en ese pequeño pueblecito del sur donde
todo el mundo se conoce, las flores resaltan, “los pajarillos cantan y las nubes se
levantan”. De todas maneras, venía a verme a mí. Haríamos lo que quisiera que para
ello era la invitada.
Llegó a las nueve de la mañana de un estupendo, soleado y cálido día de otoño. Si nos
quedaba todo el día por delante parece que sí que íbamos a dar un largo paseo. Yo
llegué a la estación sur de autobuses, en Méndez Álvaro, a las ocho y cuarto pensando
que las calles de la ciudad estarían colapsadas de tráfico de toda esa gente que no cree
en el transporte público, pero me había olvidado de algo importante: era domingo (día
tan adorado para quienes trabajan y tan odiado para los estudiantes, que recuerdan
que mañana es lunes), y los domingos a las ocho de la mañana la mayoría de la
población lo único que trabaja es el trabajo del sueño. Pero hay algo que nunca
descansa: la estación de autobuses. Allí los domingos por la mañana no existen. Fue
como sumergirse en plena Plaza Mayor un día de Navidad. Y mientras esperaba pude
darme cuenta de que no se trata únicamente de una estación de autobuses, sino un
rincón lleno de significados: sentimientos (reencuentros, despedidas), trabajo de unos,
“hogar” de otros…
Lo primero que hicimos fue ir a desayunar churros con chocolate en una cafetería del
centro, porque aunque el día mandase señales de que iba a ser más de primavera que
de otoño, a las nueve de la mañana no se puede evitar sentir cerca el invierno.
Después pensé que lo más adecuado era que fuésemos al Parque del Retiro, para que
olvidara por unas horas que nos encontrábamos sumergidas en una ciudad. Se quedó
sorprendida porque no notó apenas cambio desde la última vez que estuvo aquí, hacía
de ello diez años. Fuimos andando. Desde Sol bajamos por la calle Alcalá hasta llegar a
2. la esquina donde se encuentra el edificio Metrópolis. Por mucho que lo recordase todo
igual, no pudo evitar mirarlo durante varios minutos, tras los cuales le agarre del brazo
para continuar nuestro camino. Seguimos por la calle Alcalá hasta llegar a la puerta de
Alcalá y finalmente llegamos al Retiro.
Una vez allí nos propusimos a recorrer buena parte del parque hasta que el hambre no
nos dejase continuar. Eran las once de la mañana, ya no era esa ciudad dormida de
horas tempranas, sino que ahora el Retiro y la estación sur de autobuses guardaban
algo en común: la cantidad de gente. Gente desconocida, que posiblemente si no
coincidían en el mismo autobús o en el Palacio de Cristal, no volverían a verse nunca.
De repente, un mimo se chocó con nosotras. Venía pidiendo con gestos que nos
apartásemos porque iba en una de esas bicis con una sola rueda que parece que los
reyes magos solo regalaban a aquellos niños buenos que no hablaban en el colegio,
pero estábamos tan abstraídas mirando a la gente pasar que no pudimos evitarlo.
Aprovechando la expectación que causó, fingió regañar a mi amiga con gestos y ella sin
darse cuenta le respondió de la misma forma. Todo ello, junto con mis carcajadas y los
gritos de una mujer que iba de negro, con pelo largo también negro, con unas ramitas
de Romero que le decía “¡Te dije lo que pasaría si no me comprabas un “Romerito”!”
En un momento fuimos el centro de atención de un espectáculo que estaba haciendo
reír a una multitud, que sin esperarlo comenzó a echar monedas.
Cuando se restableció la normalidad, le dimos al mimo lo que considerábamos que era
suyo, pero él muy amablemente nos invitó a dar un paseo en las barcas del lago del
Retiro. Tras pasar una hora remando pasamos por una exposición que había en el
Palacio de Velázquez, en el mismo Retiro, de Antoni Miralda, llamada Miralda. De
gustibus non disputandum. Parecía muy interesante y la entrada era gratuita, por lo
que la visitamos.
Para nuestra sorpresa, nos regalaban por la visita dos entradas gratuitas para el
museo Reina Sofía y para no desaprovechar la oportunidad, no dudamos en acercarnos
por la tarde.
Salimos ya de aquel lugar en el que el tiempo pasa volando, las horas de caminata no
cansan, la gente está alegre, enamorada, entretenida… y volvimos a las calles de la
ciudad. Fuimos en metro hasta el barrio de la Latina, porque con el día tan fantástico
que hacía y siendo domingo abundaba la gente joven. El ambiente era muy bueno, las
terrazas estaban llenas, por lo que decidimos unirnos y comer allí. Y mientras
comíamos notábamos la mirada de un chico de unos veinticinco años
aproximadamente. Para intentar que parase de mirarnos le hice un gesto que quería
decir algo así como “¿qué te pasa?” y él empezó a reírse. Después de aquello se acercó
con toda confianza y nos preguntó que qué hacíamos por allí, que dónde íbamos
luego, que de dónde éramos… Tardamos un rato en caer en que era aquel mimo
3. “torpe” del Retiro. ¡Claro! Por eso se acercó cuando le hice el gesto, ya que pensó que
en todo momento sabíamos quién era. Ya no actuaba como mimo, ahora hablaba
demasiado…pero nos hizo pasar un rato muy agradable y nos dio una recomendación
para ir a ver el atardecer y después para ir por la noche. Le hicimos caso y no se
equivocó.
Al museo Reina Sofía fuimos cuando terminamos de comer. A mí me resultó un poco
pesado, pero a ella le encantó, que era lo importante…
Hacia las siete de la tarde nos encontrábamos en la zona de la Catedral de la
Almudena, el Palacio Real y los Jardines de Sabatini, donde de nuevo sentimos que nos
habíamos escapado de las calles céntricas de Madrid en el siglo XXI para sumergirnos
en una rápida visita al pasado. El mercado de San Miguel contribuyó a esa sensación de
vivir otra época. Aunque lo que allí se vendía era bastante actual. Pero sólo nos
comimos una tarrina de yogur helado que tenía muy buena pinta. Todo era muy caro.
Eran las 8 y cuarto de la tarde y estaba comenzando a atardecer. Hicimos lo que nos
aconsejó nuestro amigo el mimo y rápidamente cogimos el metro y nos bajamos en la
parada Banco de España. Subimos a ver el atardecer a la azotea del Círculo de Bellas
Artes. Fue realmente espectacular. En un momento habíamos pasado del subsuelo al
cielo. Las nubes dispersas que se habían ido formando a lo largo de la tarde dieron un
tono rosáceo al atardecer acrecentando mucho más su belleza. Parecían unas vistas
imposibles en una ciudad. Al ser domingo no cerraban hasta tarde, aprovechando la
afluencia de turistas, así que nos quedamos hasta las nueve y media allí de pie
observando asombradas todo Madrid.
A las diez de la noche y como última actividad que realizaríamos en este día tan
fantástico y agotador a la vez, en la ciudad, fue ir a un festival de cortos en La Boca del
Lobo. Allí habíamos quedado con el mimo. La entrada costaba un euro por persona y
los cortos fueron muy sorprendentes.
Fue un día especial…
-Si dije que quería pasear es porque la ciudad está llena de sorpresa, misterio,
personas y sucesos inesperados que la convierten en protagonista de un día que
puede ser inolvidable.