1. NUEVOS PARADIGMAS Y COSMOVISION INDIGENA
Por Ana Llamazares y Carlos Martínez Sarasola
Los físicos cuánticos fueron los primeros que llamaron la atención sobre los notables paralelismos entre la concepción del
mundo que surge de las nuevas teorías científicas y las teorías orientales (especialmente el hinduismo, el budismo y el
taoísmo). Fritjof Capra, uno de los principales difusores de esta idea, dice en su libro el Tao de la Física:
"Así pues, la conciencia de una profunda armonía entre la visión del mundo de la física moderna y las visiones del
misticismo oriental aparece ahora como parte integral de una transformación cultural mucho más extensa, que conduce a
la emergencia de una nueva visión de realidad que requerirá un cambio fundamental de nuestros pensamientos
percepciones y valores". (1987:17) Dentro de este proceso - que profundamente implica la búsqueda del hombre
contemporáneo por recuperar su espiritualidad perdida y una relación mas armónica con la naturaleza y el cosmos - vemos
que Occidente está ahora acercándose a las antiguas tradiciones de pensamiento que antes rechazó.
Volviendo nuestra mirada hacia América creemos que así como los físicos han tendido los lazos con el misticismo oriental,
desde la antropología es posible encontrarlos con la cosmovisión de las culturas indígenas. Nos interesan especialmente las
culturas americanas y hemos comenzado a investigar este tema pues creemos que hoy es posible y necesario construir
puentes allí donde siempre hubo abismos.
Nuevos Paradigmas:
La búsqueda por el Reencantamiento del Mundo
En la historia reciente de Occidente podemos reconocer dos momentos cruciales: el siglo XV y el siglo XX. El primero
corresponde al surgimiento de la modernidad, la transformación del mundo hacia el paisaje que hoy conocemos: el
capitalismo y junto con él, el nacimiento de la conciencia científico - tecnológica. Se trata de una conciencia operativa por
excelencia, restringida a la concepción de un mundo materialista, supuestamente objetivo, sólido y real; que se construyó
básicamente sobre la idea de dominar la naturaleza para ponerla al servicio de los hombres. Para ello fue necesario un
movimiento de la conciencia: apartarse del mundo natural al que antes se sentía unida, reduciéndolo a la condición de
materia prima inerte, creerse diferente y superior, con libertad para experimentar y explotar esos "recursos"
ilimitadamente. Pero al "desencantar" al mundo también se desencanto a sí misma. La conciencia occidental moderna está
sufriendo ahora el precio de su fragmentación, pues en ese proceso parece haber perdido su propia alma (o ánima). El
siglo XX señala el estallido del pensamiento mecanicista. Junto con las peores y más dramáticas consecuencias del
desencantamiento, resurgen como el ave fénix de entre las cenizas, la búsqueda por el "reencantamiento" del mundo.
La aparición de nuevas teorías y paradigmas científicos en este siglo son una manifestación de esta búsqueda. Se trata de
modelos provenientes de la física, la cibernética, la biología y otras ciencias, que implican una manera de interpretar el
mundo radicalmente diferente a la concepción clásica. Podríamos verlos también, como un nuevo movimiento de la
conciencia moderna, la que habiendo pasado por la experiencia de la fragmentación, va ahora en busca de aquellas partes
de sí misma que fueron reprimidas y olvidadas. En términos jungianos diríamos que Occidente está ahora intentando
recuperar su propia sombra, parte de la cual está constituida sin duda, por la conciencia de los pueblos americanos
sometidos mediante conquista y colonización.
Convergencias:
La recuperación de lo Americano
Para ejemplificar elegimos dos temas básicos que creemos nos permiten tender algunos puentes entre la concepción
emergente de la nueva física - relativista y cuántica - y la cosmovisión indígena. El primero, es la visión del mundo como
una totalidad interdependiente en la que todos sus elementos -incluido el hombre- forman una unidad indivisible. Se basa
en la íntima conexión entre la estructura ultima de la materia, lo infinitamente pequeño y la estructura del universo, lo
infinitamente grande.
El segundo tema es la concepción de la realidad como energía en movimiento. La dinámica del Universo se asienta en la
naturaleza energética y dual y por lo tanto polar de la materia. El cambio, el flujo continuo surge de la interacción de
opuestos complementarios que dan lugar al movimiento.
En las culturas americanas esta idea la encontramos expresada de muchas maneras pero básicamente en la búsqueda del
equilibrio entre el caos y el cosmos, que debe ser alcanzado en todos los órdenes, desde los más cotidianos relacionados
con la vida social y económica hasta los rituales religiosos. Entre los pueblos de los Andes del Sur encontramos como
símbolo de la totalidad, la figura mítica de Viracocha, suprema deidad de los Incas, a la vez civilizados y transformador.
Reúne múltiples significados: es el circulo creador, es la dualidad - hombre, mujer, unión de contrarios que da origen a la
vida -, es el mundo, la riqueza y el maestro. En la cosmovisión incaica Viracocha lega a la humanidad el ritmo cósmico a
través de sus propios hijos transformados en el sol y la luna, recreado periódicamente en las estaciones y en la agricultura.
La vida humana, entregada profundamente a la relación armónica con la naturaleza, se inscribe así en la totalidad del
2. Universo. Como gran metáfora de la conexión entre microcosmos y el macrocosmos Pachacutec (el que transforma, el que
da vuelta todo) uno de los máximos soberanos incas, pregonaba la necesidad de volver hacia el interior de cada uno que
era lo mismo que volver al principio, al origen divino. Utilizaba tres conceptos: la reciprocidad (aiñi), la energía (alpa) y la
fuerza vital (enka), como síntesis de un estado de conciencia colectivo que haría cambiar la sociedad. Pero tal vez sean los
aztecas quienes a través de su compleja religiosidad expresaron de manera más profunda y poética, esta concepción
energética. Para ellos, las fuerzas del Universo se concentraban en el embrión en el momento de la concepción: es el
tonalli, la potencia energética de la vida, que desciende desde el decimotercer cielo y se aloja en la persona. Esa energía
vital que cada hombre posee es también colectiva, porque alimenta a la comunidad y de ella pasa nuevamente al Universo,
cobijando al hombre en la totalidad a la que pertenece. Allí reside el sentido de los sacrificios, rituales liberadores de la
energía alojada en el corazón que de esa forma, volvía al cosmos y posibilitaba otra vez la magia de la vida.
Así como su máximo dios Quetzacoatl (la serpiente emplumada) es la síntesis creadora entre materia y espíritu, el hombre
también debe equilibrar permanentemente estos dos principios. La superación está en el cuerpo que "florece" y la nueva
luz que dará energía al sol a través del corazón ofrendado. Esta divinidad era simultáneamente el cielo, la tierra y el Sol de
Viento, que ponía a la materia en movimiento al impregnarla de espíritu. Para los aztecas la forma de morir mas apreciada
era la de los guerreros águilas y tigres caídos durante el combate, pues estos iban a la morada del Sol, aportando
directamente energía a la energía. Lo mismo sucedía con las mujeres que morían durante el parto. Los primeros, después
de cuatro años se convertían en colibríes; las segundas en mariposas. De esta forma los antiguos americanos
comprendieron la profunda conexión entre la vida y la muerte, como chispa energética que garantiza la continuidad y el
ritmo cósmico. Y era en esta participación con la esencia de la vida que residía para ellos el sentido de estar en el mundo.
El Sentido Florecido
Podríamos seguir encontrando ejemplos apasionantes, pero creemos que es mejor detenernos aquí y reflexionar
justamente acerca de que significa para nosotros, habitantes urbanos de la globalización occidental, buscar convergencias
con los indígenas americanos. Sentimos que gran parte del sufrimiento de Occidente proviene de haber perdido la vivencia
y el significado de pertenecer a la Naturaleza y al Cosmos, la experiencia de la Totalidad. Por su parte, los pueblos
originarios de América nos muestra una imagen completamente diferente. Son pueblos que vivieron en un mundo pleno de
sentido, y que nunca lo perdieron, aún cuando fueron ferozmente perseguidos, sometidos y muchos de ellos, aniquilados.
Pese al latrocinio que significó la conquista, hoy vemos que el alma de aquellos antiguos americanos aún pervive; que su
sentido puede ser recuperado y que también puede ser nuestro. Que es posible un encuentro fraterno entre ellos y
nosotros, porque ambos cargamos con nuestros respectivos dolores, y solo a partir de su aceptación, nuestras almas
podrán acercarse y hacer florecer el mundo una vez más.