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Fundamentos de la modernidad
1. Fundamentos de la modernidad
En todo contexto social y cultural, lo antiguo y lo nuevo alternan y discuten. Pero la modernidad
como estructura histórica y polémica de cambio sólo puede discernirse en Occidente a partir del
siglo XVI y no adquiere toda su amplitud más que a partir del XIX.
Durante los siglos XVII y XVIII los fundamentos filosóficos de la modernidad se sitúan en línea con
el pensamiento individualista y racionalista que tuvo en Descartes y luego en los filósofos
ilustrados sus mejores promotores. La revolución de 1789 establece el Estado moderno,
centralizado y democrático. El siglo XIX conoce el progreso continuo de las ciencias y de las
técnicas, la división racional del trabajo y la urbanización, que introducen el cambio de las
costumbres y la destrucción de la cultura tradicional.
La informatización y la robótica contribuyen en nuestros días a cambiar de forma todavía más
marcada las diferentes esferas de la vida. La difusión industrial de los medios culturales, la
intervención admirable de los medios de comunicación social (radio, televisión, vídeo) van
forjando masivamente una mentalidad de cambio por el cambio, en donde los contenidos son
efímeros y no tienen demasiada importancia.
La modernidad experimenta también ciertas resistencias y no se libra de las ambigüedades que
ahora se manifiestan por la preocupación de salvar a la persona como sujeto en el proceso de
homogeneización de la vida social, por los temores y las decepciones de un desarrollo ciego que
amenaza a nuestra tierra frágil, por una búsqueda de lo irracional, de lo misterioso y hasta de lo
religioso. Hay, pues, cierto desencanto respecto a la modernidad. Algunos hablan hoy de
"posmodernidad", para significar precisamente que somos menos ingenuos y más realistas frente
a los resultados de las tecnologías y de las ciencias y su capacidad de dar sentido a la existencia
humana.
Se ha impuesto masivamente una mañera de pensar y de vivir sin referencia a Dios y a su palabra.
La teología fundamental no puede librarse del choque con la modernidad si quiere ser significante
y afianzar su credibilidad para hoy. La fe cristiana es rica en una larga historia, pero, no es
prisionera de su pasado. Al contrario, es siempre nueva. Desde la predicación apostólica se ha
presentado como una novedad absoluta, total, ya que no toma su origen de los
dinamismos y de las necesidades del hombre; sino del misterio mismo del amor de Dios. Las
imágenes de un renacimiento, de una eterna juventud, de un día sin ocaso son las que mejor lo
expresan en oposición a un mundo antiguo que camina hacia su muerte. La fe cristiana tiene una
palabra original que decir a la modernidad. Ante las posibilidades prácticamente ilimitadas de la
ciencia y de la técnica moderna, la fe cristiana puede lanzar la consigna de renunciar a las técnicas,
excepto a las que produzcan condiciones que posibiliten la promoción de la calidad de vida
necesaria para la existencia humana.
Según el proceso de la modernidad, el hombre se hace autónomo al liberarse de sus tutelas
tradicionales, y hasta de la tutela de Dios. La no necesidad de Dios en la realización del progreso
del hombre es una dimensión de la modernidad. Hay que admitir que el Dios al que ignora es el
Dios que era considerado como útil para la marcha del mundo y como garantía del orden social,
pero no precisamente el Dios de la fe cristiana.