1. PALABRAS EN LIBERTAD
Guillermo de Miguel Amieva
EN LA DESPEDIDA DEL OBISPO MUNILLA
Si algo caracteriza al siglo XXI es la crisis de la ideologías
provocada por la caída del muro de Berlín y el consecuente
cierre de la guerra fría, inercia que nos ha introducido en una
ausencia completa del debate intelectual político y filosófico, y
en cierta incredulidad de que la política, huérfana de
pensamiento, pueda resolver enteramente los problemas
humanos. La Ilustración europea puso al hombre en la labor
de construir una sociedad ideal, y durante algunos siglos se
mantuvo la esperanza de que el progreso podía conseguirse
terrenalmente. La Ciudad ideal de Dios fue sustituida por la
persecución progresiva de una sociedad terrenal capaz de
instaurar la felicidad sobre la Tierra. Sin embargo, las dos
guerras mundiales acaecidas en el pasado siglo mostraron que
el hombre no sólo no era capaz de instaurar una sociedad ideal
a ras de suelo, sino que, además, era capaz de provocar dos de
los desastres más calamitosos de la Historia. Sencillamente, el
sueño se desvaneció por sí sólo y hoy en día sucede que la
mayor aspiración del ser humano radica en reivindicar su
presente sin renunciar a nada y sin pensar en un progreso
futuro. Hay un vacío que las ideologías no llenan porque,
sencillamente, no transmiten algo tan primordial como la
esperanza.
Los estudiosos creen que el siglo que vivimos se caracterizará
por el regreso de las religiones. El ser humano no puede vivir
sin esperanza, pero si por algo se caracteriza la religión es,
precisamente, porque proyecta al hombre hacia la esperanza.
A pesar de lo que digan los escépticos, la religión ha tenido
una importancia radical en la introducción del orden social y
en la vertebración de pautas morales, algunas de las cuales
han cristalizado luego en los derechos fundamentales
recogidos en las Constituciones. En otras palabras, el hombre
2. ha ido de la mano de Dios hasta que ha podido caminar solo,
pero cuando lo ha hecho se ha tropezado con una crisis
ideológica que pone en entredicho si podemos vivir sólo de
racionalismo y ciencia o si, por el contrario, la religión debe
tener un papel más relevante.
Si en el Islam la religión tiene un papel absolutamente
trascendente, debido fundamentalmente a que la religión
musulmana nunca se ha separado del poder político y a que
hoy en día suple las deficiencias de éste mediante la
realización de labores de orden social, el Vaticano, sin
embargo, convive con un Occidente secularizado, habiendo
soportado, además, durante las pasadas décadas, un enconado
enfrentamiento teológico en el que determinadas ideologías, -
como, por ejemplo, el marxismo de Latinoamérica a través de
la teología de la liberación-, han pretendido suplantar los
postulados religiosos por los fracasados dogmas políticos. Si el
mundo camina de nuevo en la dirección religiosa, cosa que no
sé si será verdad, parece evidente que, al menos en Europa y
Occidente, deberá saber convivir con la Ilustración, la Ciencia,
y con la separación de Poderes, pues lo contrario significaría
un regreso anacrónico y nada deseable a la Edad Media.
La despedida del Obispo Munilla se produce en el citado
contexto cultural. Para quienes, aunque conservamos
esperanza en el desarrollo espiritual no estrictamente religioso
del ser humano, no somos muy practicantes que digamos, la
estancia en nuestra provincia de un hombre de la calidad
humana de Munilla deviene circunstancia reseñable. La
apariencia bondadosa que proyecta su rostro redondo,
enmarcado en ésa frente despejada, transmite mucha
confianza no ya en el hombre religioso, sino en el ser humano,
lo cual importa más. Estoy convencido de que éste Obispo
cree firmemente en lo que piensa (ni siquiera el hombre de fe
escapa a cierto racionalismo) y, lo que resulta más importante,
estoy persuadido de que trata de ser coherente con sus
postulados. En un mundo caracterizado por la renuncia al
sacrificio, que vive lo fácil satisfaciendo necesidades
inmediatas, hemos de recordar que el hombre civilizado es
3. aquel que renuncia a placeres de presente para obtener frutos
a más largo plazo. En el caso de nuestro Obispo, que aún lo
es, sus renuncias esperan los frutos en esa Ciudad de Dios a la
que el hombre renunció con el advenimiento de la Edad
Moderna. Nosotros, quizás, no tenemos por qué llegar ni a la
Ciudad de Dios ni a la utópica sociedad ideal predicada por
los dogmatismos políticos del siglo pasado, pero, al menos,
debemos llegar a algo.
Por ello, sin perjuicio de cuáles sean nuestras opiniones en
torno al futuro de la humanidad o cuáles sean nuestras
convicciones religiosas, hemos de agradecer, reconocer y
respetar que un hombre civilizado haya estado entre nosotros
desarrollando su labor. No hace falta que nos dé una torta en
la cara para que nos acordemos de que es el Obispo de Roma.
Su labor abnegada, honesta, sincera, incluso literaria a través
de interesantes artículos que hemos podido leer, -los cuales
demuestran por otra parte su capacidad de acercamiento
social más allá de las homilías-, todo ello, digo, es la torta que
da en la cara a los que aún persisten en creer que el progreso
humano puede obtenerse viviendo sin renuncias y sin
sacrificios. No sé si el mundo, como dicen los que dicen
entender, camina o no hacia la religión, -esto se verá en un
futuro-, pero lo que desde cualquier perspectiva política o
religiosa resulta completamente necesario es que haya
autoridades, políticas o religiosas, que representen un buen
espejo en donde mirarse.