3. Introducción
313
La cita tiene como finalidad mostrar el interés de
la obra de Pierre Bourdieu como un diálogo permanente
con las luces y sombras del pensamiento de los clásicos.
Su gran aporte a la teoría social contemporánea reside
en buscar puentes y relaciones entre ellos, nexos antes
inadvertidos debido a actitudes dogmáticas tendientes a
cristalizar antinomias por intereses o pereza intelectual.
En esta particularidad y, por lo tanto, en sus
efectos (nuevas relaciones conceptuales para viejos
dilemas), radica la originalidad de su aporte teórico y
metodológico.
En gran parte debemos a Bourdieu el que muchas
cátedras de Sociología aborden de manera sistemática y
articulada el pensamiento de los tres autores a los que
consideramos clásicos: Marx, Durkheirn y Weber. En su
obra El oficio del sociólogo deja claro esta pretensión
y nos alerta de la “lectura” sesgada de las escuelas
estructural-funcionalistas y el marxismo vulgar, que
tienden a realizar una síntesis del pensamiento de
Durkheim y Weber contraponiéndose en forma absoluta
al pensamiento de Marx.
En su noción de la sociedad y de lo social, tanto
Marx como Durkheim aparecen como “marcas” fuertes
en su discurso. Pierre Bourdieu los tiene presentes cuando
recalca la importancia que adquiere para el análisis
social el registro de aquellas realidades objetivas que
están más allá de la conciencia de los diversos agentes y
que en gran parte configuran su subjetividad (pensemos
4. 314
en la definición de hecho social). Este momento,
llamado “objetivismo”, forma parte de su estrategia
de análisis. Pero, corno dijimos, es sólo un momento,
dado que no es posible explicar los fenómenos sociales,
que son acciones humanas, como meros reflejos de esas
realidades objetivas. Los hombres tienen espacios de
libertad para redefinirlas y pensarlas, y por lo tanto para
modificarlas.
Otra marca posible es la firme convicción de
Bourdieu en la multideterminación de los fenómenos
sociales. Esto implica que en la realidad social el
aspecto material no es más importante que el simbólico,
es decir, que lo material no es ontológicamente previo
a lo simbólico. Por lo tanto, esta posición niega que
todo fenómeno social pueda ser explicado en ‘’última
instancia”1
por el aspecto económico o material.
Tal postura redefine la clásica distinción entre es-
tructura y superestructura, y va a ser determinante en
la conformación de la teoría de las clases sociales que
propone Pierre Bourdieu. Es indudable que en esta marca
están presentes las opiniones de Max Weber.
Estas observaciones previas, algo parciales y
esquemáticas, tienden simplemente a dejar algunas
referencias de cómo el pensamiento de Bourdieu se
interconstruye con el de los clásicos.
5. 315
Destruyendo falsas antinomias: los problemas a
resolver en la teoría social
En la noción de Bourdieu de “sociedad” y de
“lo social” se denota un gran esfuerzo por superar la
oposición entre subjetivismo y objetivismo.
En términos más simples, la estrategia teórica
de Pierre Bourdieu radica en la superación de la falsa
dicotomía entre aquellos que postulan la primacía de
la estructura social sobre el sujeto, y viceversa, para
explicarla lógica del funcionamiento de lo social.
Su estrategia consiste en volver visible la relación
de interdependencia entre ambos enfoques a la hora de
explicar los fenómenos sociales.
El problema que encarnan estas visiones
antagónicas donde priman uno u otro de los dos polos
—la estructura social (objetivista) o la del sujeto
(subjetivismo) reside en que reducen y, por lo tanto,
sesgan la complejidad de las acciones humanas:
— Por un lado, la preeminencia de la estructura
social objetiva por sobre el actor social genera una
forma de compresión objetivista que se expresa en
aquellas visiones donde la explicación de lo social recae
sobre la estructura, ignorando que los actores perciben,
piensan y construyen esas estructuras para luego actuar
sobre esa base. Esta noción aborda al problema de
la producción del orden y el cambio social como un
fenómeno predeterminado e inexorable, y por lo tanto
éstos acontecen más allá de las voluntades humanas. Tal
6. 316
explicación supone el descubrimiento de “leyes” que
determinan comportamientos inevitables. La acción
humana aparece como una mera consecuencia de esas
leyes.
— El otro polo reduccionista se encarna en el
subjetivismo, en el cual los sujetos piensan, explican o
representan el mundo social, ignorando las estructuras
objetivas en las que esos procesos existen. Pierre
Bourdieu dice que esta visión se olvida de que son estas
estructuras las queposibilitan quelos sujetos se socialicen
de una determinada manera y no de otra, Tal noción
aborda el problema del orden y el cambio social como
algo planeado conscientemente, generalmente ligados
a individuos portadores de un liderazgo omnipoderoso.
Aquí la explicación supone la reconstrucción de las
intenciones de los actores autosuficientes y autónomos
que son plenamente conscientes de su accionar.
Para Bourdieu una de las formas de retomar la
complejidad de las prácticas sociales corno fuente de
producción y reproducción de la sociedad es postular
que la sociedad no es ni una estructura sin sujeto (caso
objetivista) ni un sujeto sin estructura (caso subjetivista).
Así, las acciones humanas no responden ni son un
reflejo mecánico delascondiciones materialesni tampoco
son, productos de “elecciones puramente racionales” por
parte de sujetos totalmente autosuficientes y autónomos.
La propuesta de Pierre Bourdieu implica ver dichas
acciones como el producto de la doble existencia de
lo social, y por lo tanto de la relación dialéctica de las
estructuras objetivas con las estructuras subjetivas de los
7. 317
agentes. En términos más concretos, hay que tener en
cuenta cómo las estructuras objetivas van a condicionar
a las estructuras mentales (formas de ver, percibir, sentir
lo real) y como éstas, a través de ser las que guían a las
prácticas sociales, condicionan a esa estructura objetiva;
por lo tanto, las prácticas sociales se retroalimentan de
este círculo en permanente transformación.
En palabras de Bourdieu:
[...] por, un lado, las estructuras objetivas
forman la base para las representaciones y constituyen
las constricciones estructurales que influyen en las in-
teracciones [acciones sociales]; pero, por otro lado [y
en esto radica su visión dialéctica], estas representa-
ciones deben también tenerse en cuenta, particular-
mente si deseamos explicar las luchas cotidianas in-
dividuales y colectivas que transforman o preservan
estas estructuras. (2)
Esta visión dialéctica de las prácticas sociales
que trata de romper con las falsas dicotomías entre el
objetivismo y el subjetivismo, también puede observarse
en otras formas discursivas: la oposición entre Individuo
y Sociedad. En toda ocasión explícita su rechazo a pensar
que entre los individuos y la sociedad existen relaciones
externas, y que como consecuencia se privilegie en la
explicación un polo sobre otro; todo lo contrario, ambos
se interconstruyen:
“Es la sociedad la que hace a los individuos. Y
son éstos lo que construyen a la sociedad”.
8. 318
Las prácticas sociales como objeto de estudio
Siguiendo con la necesidad de superar falsas
dicotomías y para no caer en un intelectualismo sin
referencias empíricas, Pierre Bourdieu se propone
constituir las prácticas sociales como objeto de estudio.
Éstas son visualizadas como producto de la relación
dialéctica entre sujeto y estructura y, a su vez, como
lugar privilegiado de observación de dicha relación.
Para ser más precisos, Pierre Bourdieu nos
muestra que en la noción de práctica social está la llave
para resolver esta falsa dicotomía dado que
[...] la práctica es a la vez necesaria y
relativamente autónoma con respecto a la situación
considerada en su inmediatez puntual, porque es el
producto de la relación dialéctica entre una situación y
un habitus”. (3)
Necesaria, en la medida en que toda práctica
se da en, o tiene relación con, un contexto o trama de
relaciones concretas. Relativamente autónoma porque, a
su vez, la práctica dependo de las representaciones y las
categorías con las cuales el sujeto interpreta ese contexto
y actúa en consecuencia.
En un sentido sociológico las prácticas sociales
son “tomas de posiciones” (estrategias) que los agentes
desarrollan según ciertas disposiciones internas o formas
de representación de lo social (habitus), que a su vez
son configuradas por la posición social (campo) que
ocupan esos agentes. Por lo tanto, las prácticas no están
9. 319
objetivamente determinadas por la “situación” ni son el
producto del libre albedrío.
Los conceptos de habitus y campo para abordar el
análisis de las prácticas
Siguiendo con lo expresado más arriba, los
conceptos de campo y habitus son especialmente
construidos para abordar ésta relación dialéctica que
se da en todas las prácticas sociales, como producto
que surge de la relación entre las estructuras sociales
objetivas y las estructuras mentales de los sujetos.
La noción de campo refiere a esa posibilidad de
dar cuenta de las relaciones sociales objetivas. Como
afirma Susana de Luque, “Los campos son espacios
estructurados de posiciones”. Esta noción surge para
analizar no solamente las diferentes posiciones, sino
también las relaciones objetivas que existen entre estas
posiciones más allá de la conciencia que acerca de ellas
tengan los agentes.
En cuanto a “dar cuenta de”, no es una frase
dicha sin intención: implica que al observador no se le
presentan en forma transparente esas relaciones, sino que
debe reconstruir, o mejor dicho descubrir, las relaciones
que organizan al objeto de estudio.
Un objeto social será aquel que encierre un
conjunto de relaciones internas, un sistema de relaciones
cuyo análisis pueda abrir paso a la explicación del fun-
10. 320
cionamiento. (4)
No se pueden entender las posiciones dentro
del campo sin entender el conjunto de relaciones de
las cuales éstas emergen. Bourdieu, en su pensamiento
relacional, identifica lo real con relaciones antes que con
sustancias (o sus productos).
Por ejemplo, no se puede entender el fenómeno
“pobreza” y, por lo tanto, a los agentes posicionados
como “pobres”, si no visualizo cuáles son las relaciones
sociales que constituyen este fenómeno. No puedo
comprender a la pobreza como algo ajeno y externo a
la riqueza. Son las relaciones sociales que se establecen
en un espacio social históricamente determinado las que
hacen ricos a uno y pobres a otros; por; esto, para el
autor, las relaciones “’son más reales” que los “pobres”
y “ricos” en el sentido de que son estas relaciones las
que crean a los agentes llamados pobres, ricos, obreros y
proletarios, etcétera.
Por lo tanto, este pensamiento relacional afirma
que tanto la riqueza como la pobreza no son producto
de las características específicas o propias de cada
agente, independientemente de la red de relaciones que
mantienen con las otras clases en el seno de un espacio
social. Esto equivale a la pobreza, más que como un
resultado, como un proceso, fruto de determinadas
relaciones sociales (de explotación o dominación según
Marx o Weber).
En resumen, las relaciones sociales constituyen
un sistema de posiciones en las cuales los agentes se
11. 321
enfrentan por la apropiación de la riqueza socialmente
generada.
Volviendo a las prácticas sociales: tales prácticas
son ejercidas por agentes que luchan por conservar o
transformar sus posiciones (estrategias) dentro de un
campo o espacio social definido, rescatando así lo que
Pierre Bourdieu entiende como lo mejor del legado
marxista: la dinámica social del campo es regulada por
el conflicto entre agentes diferenciados en posiciones,
según la distribución inequitativa de ciertos bienes
(capital) capaces de conferir poder a quien los posea.
Esto implica entender el Espacio Social como
un escenario de luchas sociales, donde se despliegan
los múltiples conflictos (en múltiples campos), debido
a que las relaciones sociales están atravesadas por la
desigualdad o, más exactamente, por desigualdades,
según la naturaleza de los bienes que consideremos
(materiales o simbólicos).
La desigualdad social, por ende, no es producto
sólo de una desigualdad económica, sino que refiere
a un fenómeno complejo que incluye el conjunto de
diferencias en la posesión tanto de bienes económicos,
culturales, simbólicos y sociales. (5)
La diversidad de campos que se encuentran en
un espacio social dependerá, en general, de la diversidad
de bienes que son considerados relevantes o socialmente
significativos de producir, consumir y acumular por
todos los agentes sociales en un momento histórico
determinado. Es decir, todos los agentes tienen un interés
12. 322
general por participar en el juego social, pero también
tendrán un interés específico, debido a las distintas
posiciones que ocupan. Cada agente tratará de buscar un
mejor posicionamiento en relación con la acumulación
de bienes.
Es en este sentido que la concepción del capital
que desarrolla el autor se diferencia de la marxista, dado
que entiende a éste no sólo como de orden económico,
sino extendido a las demás esferas de lo social: el capital
puede definirse como un conjunto de bienes que se
producen, consumen, se invierten, se pierden; por lo
tanto, cada campo se define a partir del capital que en él
esté en juego.
Pierre Bourdieu, asimismo, relaciona distintos
capitales con los diferentes tipos de desigualdad:
“En nuestras sociedades, la desigualdad que se
puede llamar dominante es la que concierne al capital
económico, que no deja cíe proporcionar posibilida-
des de adquisición de otros capitales. Pero la desi-
gualdad puede consistir también en aquella relacio-
nada con la posesión del capital simbólico, del capital
social y del capital cultural. No es lícito confundir estas
desigualdades, por más que se puedan acumular”. (6)
Esto viene a decirnos que la constitución de
diversos campos deviene de la diversidad de capitales o
bienes y que cada uno de estos campos, si bien se puede
agregar a otros en un espacio social mayor, no pierde en
el proceso su especificidad y autonomía en sus leyes y
reglas de funcionamiento.
13. 323
Esta noción que permite reconstruir la trama
de los distintos determinantes de la desigualdad social,
nos conduce a la posibilidad de construir una teoría de
las clases sociales que tenga en cuenta tal complejidad
social.
La posición de cada clase en el espacio social
global es, entonces, el resultado del conjunto de las
posiciones relativas que ocupan los agentes en los
campos específicos. Siguiendo a Alicia Gutiérrez:
[...] en ese espacio, los agentes y los grupos de
agentes se definen por sus posiciones relativas, según
el volumen y la estructura del capital que poseen. Más
concretamente, la posición de un agente determinado
en el espacio social se define por la posición que ocupa
en los diferentes campos, es decir, en la distribución de
los poderes que actúan en cada uno de ellos (capital
económico, cultural, social, simbólico, en sus distintas
especies y subespecies)”. (7)
En esta lógica de construcción de las distintas
clases es necesario establecer algunas aclaraciones que
para Pierre Bourdieu aparecen como estratégicas.
En primer lugar, no debemos olvidar que estamos
“elaborando” el espacio social y que tal clasificación es
siempre una clasificación teórica y no real.
“La ciencia social no ha de construir clases
sino espacios sociales dentro de los cuales puedan ser
diferenciadas clases [...] En cada caso ha de construir y
descubrir el principio de la diferenciación que permite
14. 324
re-engendrar teóricamente el espacio social empíri-
camente observado.
La validez misma de la clasificación amenaza
con incitar a percibir las clases teóricas, agrupaciones
ficticias que sólo existen en una hoja de papel, por
decisión del intelectual del investigador, como clases
reales, grupos reales”. (8)
Pierre Bourdieu señala aquí que las personas
inscriptas en las semejanzas estructurales y que
conforman así la clase teóricamente construida, tienen
sólo la probabilidad de actuar en conjunto, sin que ello
signifique que mecánicamente se constituyan en una
clase en el sentido marxista, esto es, grupos movilizados
en pos de unos objetivos comunes, y en particular contra
otra clase.
Hay que distinguir que una clase pasa de la clase
sobre el papel a la clase real a costa de una labor política
de movilización.
En segundo lugar, esta construcción debe ser
contextualizada históricamente.
Nada permite suponer que este principio de
diferenciación vaya a ser el mismo en cualquier tiempo
y en cualquier lugar [...] Pero salvo las sociedades
menos diferenciadas, todas las sociedades se presentan
como espacios sociales, es decir estructuras de diferen-
cias que sólo cabe comprender verdaderamente si se
elabora el principio generador que fundamenta es-
tas diferencias de objetividad. Principio que no es más
15. 325
que la estructura de la distribución de las formas de
poder o de las especies de capital eficientes (relevantes
socialmente) en el universo social considerado, y que
por lo tanto varían según los lugares y los momentos. (9)
Así entonces, la constitución de cada clase va a
estar dada según el volumen global del capital que poseen
los agentes bajo sus diferentes especies (económico,
cultural, social ysimbólico), y en segundo término, según
la estructura de su capital, es decir, el peso relativo de las
diferentes especies de capital económico y cultural, en el
volumen total de su capital.
Como afirmábamos más arriba, la noción de
clases así constituidas supera la visión economicista que
remite la configuración de las clases a un solo capital,
el económico, permitiendo rescatar todos los aspectos
—tanto materiales cómo simbólicos— que hacen a la
composición de las mismas en toda su complejidad.
No niega el importante papel de lo económico como
principio de diferenciación, sino que lo sitúa en relación
con otras formas de capital, rescatando así su relevancia
de una forma no mecánica y vulgar en la constitución de
las clases.
Esta postura teórica y analítica tiene,
consecuencias tangibles. Uno puede suponer que
los que carecen de capital económico se integran
automáticamente en una clase movilizada políticamente.
Esta proposición está lejos de ser valedera a la hora del
análisis de las prácticas si tomamos en cuenta cómo,
en el interior de un mismo sector social, definido sólo
por lo económico, se producen fuertes diferenciaciones
16. 326
sociales según la adquisición diferencial de capital
cultural, social y simbólico en su trayectoria.
Un ejemplo de estas diferenciaciones en las
estrategias o tomas de posición lo constituyen los
considerados “nuevos pobres” con relación a los pobres
“estructurales” o pobres históricos. Los primeros se
diferencian de los segundos no tanto en su aspecto
económico como en sus aspectos culturales, sociales y
simbólicos, dado que en la trayectoria histórica de esos
sectores se adquirieron y se perdieron distintos tipos
capital en forma diferencial.
Otro ejemplo histórico nos remite al desencuentro
producido entre las fracciones de la “clase obrera”
argentina —representadas por partidos de la izquierda:
socialistas y comunistas— y el peronismo. Este último
fue caracterizado en forma despectiva como “aluvión
zoológico” o “cabecitas negras”, “marginales”,
“desclasados”. Este discurso construyó una distinción
jerárquica en función de resaltar que esas masas
movilizadas —si bien compartían el bajo volumen de
capital económico— carecían de capital cultural, social
y simbólico, y por lo tanto no tenían legitimidad para
conducir las luchas de su propia clase, evidenciando los
intereses de una fracción de clase que reclama para sí el
monopolio legítimo de la representación de los intereses
de la clase obrera.
Las diferencias, por cierto objetivas, entre estas
fracciones de clase, signaron las prácticas culturales y
políticas de la clase obrera argentina. La base social del
peronismo se nutrió fundamentalmente de la población
17. 327
inmigrante del campo que veía en la ciudad una
posibilidad de acceso a un empleo mejor remunerado
y más estable. Son estos sectores los que constituirán
la “nueva clase obrera” provista de una trayectoria de
adquisición de bienes culturales, sociales y simbólicos
propia y fuertemente diferenciada, de aquella clase
obrera constituida en los asentamientos urbanos a prin-
cipio de siglo.
Queda claro que una visión economicista tiene
consecuencias fuertemente reduccionistas a la hora de
dar cuenta de las diferentes prácticas sociales y estilos de
vida que signaron a estos sectores sociales.
Otro ejemplo, más lejano a nosotros, es el que
Bourdieu expone en su trabajo sobre la distinción: en el
mismo nos muestra la relación existente entre el espacio
de las posiciones sociales y su relación con los estilos
de vida. Nos plantea que, si bien los catedráticos de
enseñanza superior (obviamente de Francia) comparten
con los profesionales liberales y los empresarios del
comercio e industria una posición similar en cuanto al
volumen del capital global, mantienen entre sí una gran
diferencia con respecto a la estructura del mismo. Los
catedráticos poseen una gran cantidad de capital cultural
y una menor de capital económico, mientras que para
los empresarios es a la inversa. Esta situación implica
que si bien los dos grupos de agentes comparten un
volumen global similar, esta situación no debe llevarnos
a considerar mecánicamente que los dos agentes tengan
un similar estilo de vida y percepción de lo social.
En resumen, para Pierre Bourdieu la posesión
18. 328
en diferentes grados y en diferentes tipos específicos de
capita nos posibilita construir analíticamente distintas
“clases probables”, entre las cuales se establecerán
relaciones de fuerza que tenderán a reproducir o subvertir
las relaciones de dominación existentes.
Quienes ocupen una posición de dominación
dentro del campo intentarán conservar la estructura
y las relaciones de fuerza establecidas. Ése será su
interés específico y, en función de ello, desarrollarán sus
estrategias, utilizando el capital que posean, acumulado
de luchas anteriores (la noción histórica se hace presente).
Por el contrario, quienes sean dominados intentarán
modificar las relaciones de fuerza establecidas. La
estructura del campo se define como el estado de dichas
relaciones entre los agentes e instituciones que forman
parte de la lucha. (10)
El habitus como puenteentrelas condiciones objetivas
y las estrategias de los agentes
Una vez desarrollado el concepto de campo se
hace necesario dar cuenta de cómo el espacio social
al que se hizo referencia, organiza las prácticas y las
representaciones de los agentes, y por qué los sujetos,
conforme a determinadas posiciones sociales, toman
partido y establecen estrategias,
La noción de habitus viene a dar cuenta de la
conformación de una determinada subjetividad, nacida a
raíz de la internalización de condiciones objetivas.
19. 329
Esta noción le permite al autor tomar distancia
de las posiciones reduccionistas de las prácticas de los
agentes mencionadas en los párrafos anteriores.
“Una de las funciones mayores de la noción de
habitus consiste en descartar dos errores complementa-
rios nacidos de la visión escolástica: por un lado, el
mecanicismo, que sostiene que la acción es el efecto
mecánico de la coerción por causas externas; por
otro lado, el finalismo, que en particular con la teo-
ría de la acción racional, sostiene que el agente ac-
túa en forma libre, consciente, ya que la acción es
fruto de un cálculo de las posibilidades y beneficios.
En contra de ambas teorías hay que plantear que los
agentes sociales están dotados de habitus, incorporados
a los cuerpos a través de las experiencias acumuladas:
estos esquemas de percepción, apreciación y acción
permiten llevar a cabo actos de conocimiento práctico,
basados en la identificación y el reconocimiento de los
estímulos condicionales y convencionales a los que
están dispuestos a reaccionar, así como engendrar, sin
posición explícita de fines ni cálculo racional de los
medios, unas estrategias adaptadas y renovadas sin
cesar, pero dentro de los límites de las imposiciones
estructurales de las que son producto y que los definen.”
(11)
Pierre Bourdieu trata de demostrarnos con esta
concepción de la práctica cómo los agentes actúan de
acuerdo con un sistema interiorizado que la mayoría de
las veces aparece negado a la conciencia de los mismos.
Es justamente a través de la incorporación del habitus
20. 330
como se pueden entender las acciones reguladas por un
sentido práctico más que por motivaciones racionales
y conscientes. Éste aparece como un conjunto de
disposiciones prerreflexivas (inconsciente cultural) que
predisponen a los sujetos a actuar de una forma en vez de
otra y que a su vez son el producto de la interiorización de
determinadas reglas de juego expresadas en los campos.
En este sentido el habitus viene a resolver la
paradoja de ser una acción con sentido, pero que no
obedece a un fin o intención estrictamente consciente
por parte de los agentes. Bourdieu propone el ejemplo
del “juego”, en el que los jugadores, una vez que han
interiorizado sus reglas, actúan conforme a ellas sin
reflexionar sobre las mismas ni cuestionárselas. De
alguna forma, se ponen al servicio del propio juego en sí.
Esa interiorización y automatismo de las reglas de juego,
que son las que determinan la capacidad de acción de los
jugadores, se corresponden con ese “cuerpo socializado”,
con el habitus generado en los diversos campos sociales.
Ritzer (12) lo describe de forma simple: “el
habitus funciona por debajo del nivel de la conciencia
y el lenguaje, y más allá del alcance del escrutinio
introspectivo y del control de la voluntad’. Aunque no
somos conscientes del habitus y de su funcionamiento,
se manifiesta en la mayoría de nuestras actividades
prácticas, como en el modo de comer, caminar, hablar:
pensemos en cómo se diferencian según las distintas
posiciones”.
Si bien el habitus opera como una estructura,
las personas no responden mecánicamente a él o a las
21. estructuras externas que operan sobre ellas.
331
En síntesis, se trata de una estructura estructurada
(por las condiciones sociales objetivas), predispuesta
a funcionar como estructura estructurante, es decir, en
tanto principio generador y organizador de las prácticas
y de las percepciones que sustentan estrategias y ajustes
a las situaciones particulares. Esto evita los extremos
de pensar las prácticas sociales como innovación
impredecible o como determinismo absoluto, de tal
modo que —por ejemplo— ante cambios en el entorno,
el sujeto tendrá de los mismos una interpretación
particular (mediada por su experiencia) pero efectuada
desde y a través de su habitus, y tratará de adaptarse a las
situaciones en función de lo que dicte tal interpretación.
Así entonces, unos sujetos situados en
condiciones sociales diferentes adquirirán disposiciones
distintas, ligadas a lo que se denomina disposiciones de
clase o habitus de clase: como dice S. de Luque: “La
posición ocupada en el campo es el factor principal
de las variaciones de los esquemas de percepciones y
categorizaciones que constituyen el habitus”.
La tarea consiste entonces en explicar que los
aprendizajes sociales que los sujetos realizan a lo largo de
su trayectoria histórica y social, forman los esquemas de
pensamiento y de percepción con los que aprehendemos
la realidad, y a partir de la cual construirnos una visión
del mundo determinada (punto de vista). Por lo tanto,
es de crucial importancia para este autor dar cuenta
de que estos aprendizajes realizados en los distintos
campos inculcan disposiciones duraderas de percibir,
22. 332
actuar, valorar de cierta manera en contraposición a otras
formas.
Esta inculcación tiene relevancia en la medida
en que —como afirma Terry Eagleton—13
“…tiende
a generar en los agentes sociales las aspiraciones
y acciones que son compatibles con los requisitos
objetivos de sus circunstancias sociales” es decir, con
los requisitos de reproducción. Y prosigue: en su nivel
más vigoroso, descarta todos los demás modos de desear
y comportarse como algo sencillamente impensable”
Bourdieu considera,porlotanto,alareproducción
social como la inculcación de ciertos habitus que se
constituyen en estrategias tendientes a la reproducción
de las reglas de juego, reglas que estructuran el campo y
con ello la reproducción de las posiciones de dominados
y dominadores. Para el autor, el habitus no es solamente
una estructura cognitiva y de comunicación: es
fundamentalmente un sistema de dominación, dado que
permite instalar en los cuerpos, de forma inconsciente
y por lo tanto de difícil reconocimiento, principios
clasificatorios que tienden a legitimar las diferencias
sociales como innatas o naturales, más que como
construcciones del propio orden social .
Para sintetizar: entendemos al habitas como
la mediación entre las relaciones objetivas y los
comportamientos individuales. Es,a lavez, producto dela
internalización de las condiciones objetivas y condición,
de las prácticas individuales. Es la “dialéctica de la
internalización de la externalidad y de la externalizacion
de la internalidad”.
23. 333
La imposición de un habitas de clase como violencia
simbólica
Si entendemos la constitución del habitus corno
disposiciones a actuar, percibir, valorar, sentir y pensar
de una cierta manera más que de otra, y entendemos
además que quienes ejercen el poder simbólico tienen
en sus manos la posibilidad de “construir verdad”, de
imponer una determinada visión del mundo social y sus
categorías, puede verse entonces que —en la medida
en que las estructuras objetivas del orden social son
internalizadas por los agentes y moldean sus habitus—
las diferencias sociales que él establece tienden a ser
percibidas como diferencias “naturales”.
Es así como el concepto de habitus se vuelve
estratégico a la hora de entender la reproducción de un
orden social: justamente son esas percepciones de las
desigualdades sociales como algo natural o como el único
orden socialmente “posible” las que originan que los
agentes desarrollen prácticas sociales que contribuyen a
la reproducción de las relaciones de fuerza establecidas
y, por lo tanto, de la dominación.
Por eso Pierre Bourdieu ve en el plano simbólico
una importancia semejante a la del campo económico y,
consecuentemente con ello, pone en el centro del debate
al poder simbólico, entendiendo a éste como al que posee
la facultad de construir la realidad, la construcción de lo
posible. Por ende, genera disposiciones duraderas.
Para el analista social se vuelve imprescindible
descubrirlo allí donde menos se deja ver, allí donde es
24. 334
perfectamente desconocido y por lo tanto legitimado: el
poder simbólico es, en efecto, ese poder invisible que
sólo puede ejercerse con la complicidad de aquellos que
no quieren darse cuenta de que lo padecen o, incluso, de
que lo ejercen.
Esta línea de descubrir la eficacia del poder
simbólico y por lo tanto de desenmascarar su
funcionamiento, lleva a analizar la función del sistema
educativo con relación a su papel en la reproducción
social de las relaciones de dominación.
Justamente el sistema educativo aparece en
el discurso dominante como aquel que garantiza la
igualdad de oportunidades y se propone como un
mecanismo eficaz para combatir la perpetuación de las
desigualdades sociales. Esta ideología meritocrática (14)
va a ser duramente criticada por Pierre Bourdieu.
La tesis elaborada en La reproducción, afirma
que la dominación es delegada también en el sistema
escolar, el que asegura la legitimación de lo arbitrario
cultural definido por las clases dominantes.
Lo arbitrario cultural implica que la enseñanza
no es la transmisión de contenidos socialmente neutros,
sino una imposición arbitraria, en la medida que
determinado recorte del universo cultural (realizado
por la clase dominante) se hace pasar por una cultura
universal. Justamente en esto radica lo arbitrario. Toda
acción pedagógica es, al mismo tiempo, una imposición
de una cultura de clase (habitus), lo que la hace por
definición arbitraria, un acto de imposición o de violencia
simbólica.
25. 335
Vemos que la unificación cultural y lingüística
va unida a la imposición de la lengua y de la cultura
de la clase dominante como legítimas, y a la relegación
de todas las demás a la indignidad (dialecto). El ac-
ceso a una lengua o de una cultura particular a la
universalidad tiene el efecto de remitir a las otras a
la particularidad; además, debido a que la universa-
lización de las exigencias así instituidas no va pareja
con la universalización del acceso a los medios para
cumplirlas, favorece a la vez la monopolización de lo
universal por unos pocos y la desposesión de todos los
demás así mutilados, en cierto modo, en su humanidad.
(15)
El sistema escolar recibe por parte del Estado la
delegación de imponer lo arbitrario cultural y ejerce, por
dicha delegación, el derecho al ejercicio de esta violencia
simbólica.
Ahora bien, la violencia simbólica se traduce en
la incorporación, a través del trabajo pedagógico, de un
habitus de clase que no es otra cosa que la interiorización
de ese arbitrario cultural, bajo la forma de un conjunto
de disposiciones duradero y transponible, generador de
prácticas que apuntan a la reproducción social.
En su trabajo sobre la génesis del Estado como
un espacio que tiende a la concentración del poder, es
interesante citarlo cuando habla del rol que desempeña
aquél en la “construcción de las mentalidades”:
“En nuestras sociedades, el Estado contribuye en
una parte determinante a la producción y reproducción
26. 336
de los instrumentos de construcción de la realidad
social a través del) funcionamiento del sistema escolar,
lugar de consagración donde se instituyen, entre los
elegidos y los eliminados, unas diferencias duraderas,
a menudo definitivas. A través del marco que impone a
las prácticas, el Estado instaura e inculca unas formas
y unas categorías de percepción y de pensamientos
comunes, con lo cual crea las condiciones de una
especie de orquestación inmediata de los habitus que es
en sí misma el fundamento de una especie de consenso
sobre este conjunto de evidencias compartidas que son
constitutivas del sentido común”. (16)
El sistema de enseñanza selecciona ciertas
significaciones que trata de instituir como sentido común
ilustrado, y elimina otras, conforme a la cultura de los
grupos o clases dominantes. De esta forma colabora por
medio de la violencia simbólica a la reproducción de las
relaciones de fuerza existente.
La escuela, a través del ejercicio de esta
inculcación, renueva la estructura de distribución del
capital cultural, legitimando su distribución inequitativa
y las consecuentes exclusiones del capital escolar
(subespecie del capital cultural).
Y como toda legitimación, busca principalmente
que aquellos que no lograron el éxito escolar, los
desposeídos de la cultura, internalicen el discurso
pedagógico que justifica su exclusión por el hecho de
no poseer determinadas cualidades necesarias para la
adquisición de capital cultural.
27. 337
El fracaso escolar sufrido por los sectores
populares es entonces caracterizado como “problemas
de aprendizaje”, en lugar de ser explicado por la gran
diferencia existente entre el habitus de clase impartido
en la escuela (próximo a las clases dominantes) y el
habitus de clase originario de su campo familiar. La
distancia social entre el capital lingüístico ligado a la
clase dominante impartido en la escuela y el capital
lingüístico de los sectores populares —condenado
de antemano como dialecto a corregir por el trabajo
pedagógico— hace que los mismos estén en inferioridad
de condiciones y de posibilidades con respecto a otros
sectores sociales. Dicha inferioridad es tomada como
una condición personal, más que social.
Los propios sectores populares ven en el “fracaso
escolar” una característica de su propia incapacidad —”a
mí no me da la cabeza”, yo no sirvo para los estudios —
reforzando y justificando, con esta percepción, muchas
de las desigualdades sociales generadas por la falta de
capital cultural. Se legitima de esta forma la distribución
desigual de capital cultural, y, por lo tanto, aumenta la
asimetría de poder a favor de las clases dominantes.
Para finalizar, el objetivo de estas luchas de
orden simbólico del cual el sistema educativo es
una pieza importante —aunque no la única—, es sin
duda la conquista de la legitimación y, en definitiva,
la legitimación de la dominación. Por alejadas de
las contiendas sociales que parezcan estas luchas
simbólicas, contribuyen de hecho al mantenimiento de
las ‘superioridades” de clase, de las distinciones y de
28. 338
los rechazos que aseguran la renovación de las domi-
naciones.
Para Pierre Bourdieu no puede haber una ciencia
social neutra con respecto a las luchas sociales. Retoma
el imperativo moral de poner el conocimiento en la
perspectiva de una lucha emancipadora, que tienda a
la impugnación de la legitimidad de las desigualdades
sociales establecidas. Una ciencia que posibilite
descubrir lo arbitrario de las desigualdades sociales allí
donde se quiere ver la “necesidad” o la “naturaleza”, y, a
su vez, que descubra la necesidad, la coacción social, allí
donde se quería ver la elección, el libre arbitrio.
Cada texto suyo conlleva este compromiso: el de
preguntarse por qué un orden social no puede ser de otra
manera, lo que implica desnaturalizar todas las formas
que asume el poder.
29. Notas
339
1. Esta crítica remite más a cierto marxismo
economicista que al propio K. Marx.
2. Véase Ansart Pierre: Las sociologías
contemporáneas, Amorrortu, Buenos Aires, 1992. Los
paréntesis no corresponden a la cita original.
3. Ibíd., p. 237.
4. Ibíd., p. 35.
5. Un ejemplo de posesión de bien simbólico es
el hecho de que la mayoría de las personas crea legítima
la posesión inequitativa de bienes. En el caso de los
empresarios: que la acumulación de capital económico
sea vista como que éste obtiene ganancias justas por
ser emprendedor y arriesgar su capital y no como una
extracción de trabajo ajeno. Con relación a la posesión
de bienes sociales, refiere fundamentalmente al prestigio
o también al conjunto de alianzas o “contactos” que
permitirían mejorar o mantener una posición social. Esto
puede verse en la situación en la que, dados dos agentes
con un mismo capital cultural o calificación profesional,
el puesto de trabajo le corresponda a aquel que posee
relaciones sociales (“contactos”) o bien una credencial
impartida por una institución con un “prestigio social”
comparativamente mayor (v. gr.;
Colegio Nacional
Buenos Aires, Carlos Pellegrini, etcétera).
6. Pierre Bourdieu: Cosas dichas, Gedisa, Buenos
Aires, 1988
30. 340
7. Pierre Bourdieu: Las prácticas sociales,
Editorial Universitaria, U. Nac. de Misiones – U. N. de
Córdoba. 1995.
8.PierreBourdieu:Razonesprácticas,Anagrama,
Barcelona, 1997.
9. Ibíd., p. 48.
10. Ibíd.
11. Pierre Bourdieu: Meditaciones pascalianas,
p. 183, Anagrama, Barcelona, 1999.
12. George Ritzer: Teoría sociológica
contemporánea, Mc Graw Hill, Madrid, 1996
13. Terry Eagleton: Ideología. Una introducción,
Paidós, Barcelona, 1997.
14. La ideología meritocrática fomenta la idea
de que la distribución diferencial del capital escolar
(capital cultural) está dada por las diferentes capacidades
“naturales” de los individuos. Este supuesto se basa en
que se garantiza un acceso al capital cultural a todos
los individuos. Esta representación tiende a negar la
diferencia entre igualdad de oportunidades e igualdad de
posibilidades.
15. Pierre Bourdieu: Espíritu de Estado. Génesis y
estructura del campo burocrático, en Razones prácticas,
op. cit.
16. Ibíd., p. 117.
31. Bibliografía de Bourdieu
341
Condición de clase y posición de clase, en
Estructuralismo y sociología, Nueva Visión, Buenos
Aires, 1973.
1975.
El oficio del sociólogo, Siglo XXI, Buenos Aires,
La reproducción, Laia, Barcelona, 1977.
Campo del poder y campo intelectual, Folios.
Buenos Aires, 1983
La distinción, Taurus, Buenos Aires, 1988.
Cosas Dichas, Gedisa, Buenos Aires, 1988.
Sociología y cultura, Grijalbo, México, 1990.
El sentido práctico, Taurus, Madrid, 1991.
Respuestas. Por una antropología reflexiva,
Grijalbo México, 1995.
Razones prácticas, Anagrama, Barcelona, 1997.
1999.
Meditacionespascalianas,Anagrama,Barcelona,