El documento resume el evangelio de Mateo 28:16-20, en el que Jesús resucitado envía a sus discípulos a hacer discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles todo lo que él les enseñó. Jesús les asegura que estará con ellos todos los días hasta el fin del mundo. El documento analiza este pasaje y reflexiona sobre la vocación misionera de todos los bautizados para llevar a otros al encuentro con Cristo.
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Lectio Divina
DOMUND
(Mt 28, 16-20)
Estamos en el Domingo Mundial de las Misiones, DOMUND. La liturgia de la Palabra es propia; nos
pide tomar conciencia de la vocación misionera de los bautizados. ¡Cuántas veces se proclama el texto
de Mateo 28, 16 -20! Celebrarlo hoy, en el corazón del mes dedicado a pedir y a trabajar para apoyar la
obra misionera de la Iglesia, nos hace reflexionar en la vocación que nos es común a todos los
bautizados: ‘misionar’.
Jesús es el misionero del Padre. Fue su enviado. Él tuvo plena conciencia de su vocación: “Tú,
Padre, me enviaste a mí” (Jn 17, 18). “Yo he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la
voluntad del que me envió. Y su voluntad es que yo no pierda a ninguno de los que él me ha dado,
sino que lo resucite en el último día” (Jn 6, 38-39).
“Tanto amó Dios al mundo que le dio a su único Hijo... no para condenarlo sino para salvarlo por
medio de él” (Jn 3, 16-17). Jesús vino a realizar la salvación del cosmos, con su muerte y muerte de
cruz, sacrificio que culminó con su resurrección.
Jesús confió la misión que su Padre le diera a sus discípulos, haciéndolos misioneros. Les dio como
tarea proclamar el Evangelio por todas partes y a todos los seres humanos, sin distinción de raza ni
condición social.
Llamó a los que Él quiso para que estuvieran con Él (Mc 3, 14), y viviendo en su compañía aprendieran
a formar una comunidad, la comunidad primitiva, que es paradigma de la comunidad misionera. Los
llamados fueron ejercitándose en el discipulado; eran sus amigos estuvieron con Él y se hicieron sus
apóstoles, misioneros, enviados, testigos y mártires del Evangelio.
Seguimiento:
16. Por su parte los once discípulos partieron para Galilea, al cerro donde Jesús los había citado.
17. Cuando vieron a Jesús, se postraron ante Él, aunque algunos todavía desconfiaban.
18. Entonces, Jesús acercándose, les habló con estas palabras. “Todo poder se ha dado en el cielo y en
la tierra.
19. Por eso vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el nombre del
Padre, y del Hijo y del espíritu Santo.
20. Y enséñenles a cumplir todo lo que Yo les he enseñado. Yo estoy con ustedes todos los días, hasta
que se termine este mundo.
I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice
Cristo fue enviado por el Padre a “evangelizar a los pobres y a levantar a los oprimidos” (Lc 4, 18),
“para buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10). La Iglesia recibió como herencia encomienda
del Señor (Cfr. Vaticano II, LG 8).
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Ella es por naturaleza misionera. El Hijo, en comunión con el Espíritu Santo, haciendo realidad el plan
del Padre (LG 2) confiaron a los primeros apóstoles la gran tarea de la evangelización. Les dejó como
mandato anunciar la verdad salvadora y ellos cumplieron esa misión, haciendo conocer hasta los
confines de la tierra su Palabra (Hch 2, 8), ¡Ay de mi si no evangelizara! (1 Cor 9, 26).
La Iglesia sigue enviando misioneros para que la obra de Cristo se irradie cada día más en todo el
mundo (LG 17).
Todo cristiano es misionero por ser bautizado. Tiene una triple vocación, como hijo de Dios:
- Es sacerdote para ofrecer su vida, unida a la entrega de Cristo Jesús, en favor de los demás.
- Es profeta para predicar la Palabra.
- Es rey para servir con caridad a los hermanos y formar con ellos una comunidad.
El bautizado ha de ser testigo (mártir) con su vida y sus obras, haciendo creíble el mensaje de
salvación.
Tenemos que profundizar el texto de Mt 28,16-20, que recapitula los temas principales del evangelio.
Galilea sirvió de plataforma a la misión universal (Mt 28, 10-16) como había sido indicado al comienzo
del Evangelio. El envío del capítulo 28 ubica a Jesús en el monte (Mt, 29, 16); hace una referencia
inmediata al monte de las tentaciones (Mt 4, 8-10), al sermón de la montaña (Mt 5 al 7) y a la
transfiguración (Mt 17, 1-8).
El texto nos habla de los discípulos; entre ellos había quien seguía convencido al Maestro, pero
también había quien dudaba de Él (Mt 28, 17).
La frase “Yo estaré con ustedes…” (Mt 28, 20) nos hace pensar en el Emmanuel, el “Dios con
nosotros” (Mt 2, 23) y en la promesa: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo, en
medio de ellos” (Mt 18, 20).
La autoridad de Jesús expresada en su frase: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt
28, 18) es un eco de: “Todo me ha sido entregado por mi Padre…” (Mt 11, 27).
El evangelio recoge el envío que está a lo largo de todos los capítulos y lo lleva a su final feliz.
Los discípulos se hicieron responsables de la tarea que Jesús les confió. Recibieron una misión. La
cumplieron en su nombre y con Él. A su vez, Jesús les aseguró estar con ellos, siempre.
Los discípulos fueron enviados, pero ya resucitado, es decir, glorificado Jesús, tuvieron que actuar en
su nombre.
La resurrección del Maestro marcó una nueva era; su presencia espiritual era igualmente efectiva;
cuando les dijo que hicieran lo que Él hizo, les confiaba un campo inmenso para que actuaran en su
nombre (Mt 9, 37-38), corresponsablemente.
Él está en la Iglesia “todos los días hasta el fin del mundo”, es decir, siempre y en cualquier
circunstancia.
El envío que hizo Jesús ya resucitado no fue solo una tarea para que la realizaran sus apóstoles
inmediatos (Mt 28, 16); éste es un mandato que rebasa las fronteras temporales y personales,
invitándonos a cada uno a participar en su obra. Todos estamos llamados a ser sus misioneros, haciendo
discípulos a todas las gentes (Mt 28, 19).
¿Dónde marcharon los once discípulos? ¿Qué actitud tomaron cuando vieron a Jesús? ¿Para qué envía
Jesús a sus apóstoles? ¿En nombre de quién tendrán que bautizar? Además de hacer discípulos a las
personas ¿qué tendrán que compartirles? ¿Qué les asegura Jesús a los apóstoles?
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II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a la vida
Tengamos muy en cuenta los tres encargos que hizo Jesús resucitado a sus apóstoles:
a. “Hagan discípulos a todas las gentes”. “Hacer discípulos” (en griego matheteuo) significa
convencer a otros de que sean seguidores de Jesús (como el caso de José de Arimatea; (Mt 27, 57).
La referencia principal de esta acción es Jesucristo; si ser discípulo es seguir a Jesús, “hacer
discípulos” es adherir a otros a Jesús, animarlos para que se encuentren con Él. No hay límites; las
fronteras se superan, las barreras se eliminan, los prejuicios se olvidan; toda persona, sin
excepción, está en posibilidades de ser un auténtico discípulo de Jesús.
b. “Bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. El verbo “bautizar” por su
trasfondo judío y por la raíz de la que proviene, significa: “introducirse en algo”, “sumergirse”,
“compenetrarse”, “llenarse”. En este sentido, aunque el verbo bautizar estuviera haciendo
referencia a un rito cristiano (el sacramento del bautismo) tiene en sí mismo una idea fundamental:
la consagración. Por esto, el encargo de bautizar (es decir, consagrar, introducir) sólo se entiende
en relación con la Trinidad, con la participación den la vida de Dios.
c. “Enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado”. El verbo “enseñar” significa “instruir”
pero sobre todo acompañar. Jesús aparece en muchas ocasiones enseñando; el evangelista Mateo lo
presenta así, en 4, 23; 5, 2; 9, 35; 11, 1; 13, 34; 21, 23; 26, 55 y subraya cómo su enseñanza no es
como la de los fariseos; tiene autoridad (Mt 7, 29).
Los enviados no deben enseñar de cualquier modo ni sobre cualquier cosa. El mandato misionero
supone un modo de enseñar, o mejor aún, de acompañar al estilo de Jesús. Este encargo supone un
estilo; tener muy presente lo que Él ha dicho y ha hecho; es decir, observar, cumplir, hacer vida, su
vida.
El texto se refiere a las instrucciones que aparecen agrupadas de manera tan peculiar en Mateo: lo que
ha sido llamado “el discurso evangélico” (Mt 5, 1-7, 29), “la predicación del Reino de los Cielos” (Mt
8,1-10,42), “el misterio del Reino de los Cielos” (Mt 11, 1-12, 50) y “el discurso parabólico” (Mt 13, 1-
52).
Mateo cierra el evangelio con unas palabras que valen oro: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta
el fin del mundo” (Mt 28, 20). Desde el comienzo del evangelio se había dejado claro que el Mesías
iba a ser llamado Emmanuel, es decir, “Dios con nosotros” (Mt 1, 23). Las palabras y acciones de Jesús
aseguraban su presencia, pero los discípulos eran débiles y dudaban de Él; no entendían cómo podría
darse. La misión que les confiaba el Maestro era grande, mas ellos eran limitados. Esta fue la razón por
la que Él les aseguró estar con ellos, ‘siempre’.
Desde siempre, un elemento fundamental en la Iglesia es la evangelización; “hacer discípulos”, hacer
que las personas conozcan a Jesús y se adhieran a Él. Sin embargo, estamos ante el peligro de generar
membrecía grupal y no una adhesión personal de cada uno para con Cristo Jesús.
El encargo que Él hace a los suyos, y en ellos a cada uno de nosotros en muy claro: Nuestra misión es
hacer que los nuestros se entusiasmen por Jesucristo, que se adhieran a su persona y a su mensaje; que
Él sea para todos nuestro Maestro, nuestro Salvador y no un personaje histórico que se conoce por lo
que de Él se ha escrito o dicho…
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El Evangelio deja claro que la finalidad última de la tarea evangelizadora, es que la gente participe de
la vida de Dios, se consagre a la Santísima Trinidad: a Dios Padre, a su Hijo y al Espíritu Santo.
No basta con decir que ya conocemos la doctrina, que tenemos ideas o comportamientos que nos
distinguen como cristianos, ni que los que decimos ser de Cristo busquemos a toda costa el número y
no la calidad. No importa la cantidad sino calidad con la que vivimos nuestra fe y sobre todo, el amor
con el que seguimos de persona al Señor. Hoy más que ayer el testimonio es el mejor evangelio que la
gente puede comprender.
La evangelización no es ni nunca ha sido una tarea fácil de realizar; viéndola desde fuera puede parecer
casi imposible. Sin embargo, no es la Iglesia la dueña y señora de la evangelización en el mundo de
hoy, sino la corresponsable de la misión que Dios Padre le dio a su Hijo, para hacernos también hijos,
con Él y como Él.
Lo que decimos y hacemos, ¿evangeliza? ¿Qué significa para nosotros misionar? ¿Qué hacemos para
apoyar la misión evangelizadora en nuestro ambiente?
III. ORAMOS este texto desde nuestra vida
Dios bueno, te agradecemos que hayas querido que Jesús, nuestro Hermano y Salvador, te diera a
conocer. ¡Cuántos hermanos nuestros todavía viven sin sentirte Padre, sin reconocerse hijos tuyos!
Concédenos la gracia de ser misioneros con Cristo y como Él. Que lo que somos y hacemos lleve a
quienes conviven con nosotros a descubrirte; que se encuentren contigo y te amen.
Gracias por quienes, que con sus palabras y su ejemplo, nos llevaron a creer en Ti y en tu Hijo,
Jesucristo. Que tu Espíritu fortalezca a los misioneros en tierras de misión y a todos nos haga trabajar
para que tu Reino sea una realidad en nuestros ambientes. ¡Así sea!